domingo, 25 de julio de 2021

UN RETRATO DE MANUELITA ROSAS

  



                              Por Guillermo Palombo


Características del retrato de Manuelita Rosas

La firma J. C. Naón & Cía. S. A. incluyó en su catálogo impreso para el remate realizado en los salones del Hotel de Ventas sito en Guido 1785 (Buenos Aires) desde el 11 al 13 y del 17 al 19 de agosto de 2004, un “Retrato de Manuelita Rosas” (lote 148). Su descripción técnica precisa que trata de una figura al óleo sobre tela, firmada con el monograma  C.M.F. (Fecit), en la parte inferior izquierda de la tela cuyas dimensiones son 0,560 m. de alto y 0,415 m. de ancho. El valor de base de la obra fue estimado entre 6.000 y 10.000 dólares estadounidenses.

El catálogo incluye un comentario firmado por Ángel N. D´Alessio, en el cual se califica al retrato como una “obra inédita”, cuya existencia se desconocía con anterioridad, remitida a la firma martillera “para su estudio y tasación”. Agrega  que como su estado de conservación impedía su “interpretación” fue necesario realizar “profundas tareas de estudio e investigación” encomendándose tareas de limpieza y restauración a un conocido taller de plaza”. El señor D´Alessio nos dice que la imagen de Manuelita luce “los símbolos federales de la época”, y que a ambos lados de su figura están representados “el escudo nacional argentino” y otro escudo “de carácter particular y de homenaje” orlado con laureles que encierran las iniciales “MRyE” junto a la fecha “24 Mayo 1817-40”. De ello,  el comentarista deduce que la figura retratada es Manuelita Rosas y Ezcurra, nacida el 24 de mayo de 1817, que la cifra “40” se refiere al año 1840 como el de realización de la obra, y que su autor es Carlos Morel, puesto que la firma está representada mediante un monograma con letras de su nombre y apellido junto a la “F” fecit, dado que Morel utilizó diversas formas para identificar algunos de sus cuadros y, en este caso, tratándose de “un homenaje tan especial”, empleó “este monograma tan especial”.

Como último detalle se afirma que la tela utilizada lleva un sello al dorso de forma oval de Reeves & Sons-London.

Las referencia indicadas, para el autor de la anotación que he glosado estrechamente, confirman “la certeza del hallazgo”, por lo que concluye expresando que “Estamos en presencia de una importante obra de quien fue cronológicamente nuestro pintor nacional y que representa la figura femenina más apreciada de la sociedad de su época.

 

Los símbolos federales

Los “símbolos federales de la época” que luce el retrato de Manuelita Rosas, referidos por el catálogo, son el moño federal punzó sobre su cabeza y la divisa federal punzó sobre su pecho: se trata de dos símbolos cuya presencia simultánea es incompatible, con el agravante de que el uso de la divisa en el pecho fue vedado a las  mujeres por el propio Rosas.

La divisa federal fue impuesta, primero por un decreto del 22 de septiembre de 1830 y luego, rigurosamente, por otro del 9 de enero de  1832. Y aunque nada dicen ambas disposiciones sobre su uso por las integrantes del sexo femenino, Rosas dispuso que ellas debían llevarla, exclusivamente, en la forma en que fue usada por su esposa, Encarnación Ezcurra, quien “se puso la divisa punzó al lado izquierdo de la cabeza”. Así lo manifestó Rosas a su primo Tomás de Anchorena en carta del 25 de diciembre de 1838, publicada por Ernesto Celesia en su libro Rosas, aportes para su historia, tomo II, Buenos Aires, 1968, pág.454.

Un decreto del gobernador de San Luis, del 9 de noviembre de 1835 ordenó a todos los empleados públicos de la provincia y a los ciudadanos el uso de la divisa federal, y lo recomendó, sin imponerlo, a las señoras de los empleados. Y si bien no se aclara cómo debían llevarla estas últimas, debió serlo en la misma forma que el propio Rosas expresó en la carta que he citado (en forma de moño y al lado izquierdo de la cabeza), porque así lo demuestran en forma concordante todos los testimonios documentales que he visto al respecto, correspondientes al período que va desde 1836 hasta 1852, y nunca en el pecho, modalidad reservada para los hombres.

El Obispo de Buenos Aires,  monseñor Mariano Medrano, en una circular dirigida a los curas vicarios el 6 de septiembre de 1836, publicada por el P. Cayetano Bruno en su Historia de la Iglesia Argentina, tomo X, Buenos Aires, 1975, pág. 37, les recomendó exhortar a sus feligreses para que llevaran constantemente la divisa federal color punzó que tenía ordenada el Gobierno, los hombres “al lado izquierdo sobre el corazón y las mujeres en la cabeza del mismo lado”.

Rosas en carta del 28 de noviembre de 1836 dirigida a Felipe Ibarra, gobernador de Santiago del Estero, a la vez que le anunciaba el envío de cintas punzó con los letreros correspondientes, definiendo como debía ser la divisa federal femenina: “La divisa federal en las señoras debe ser un moño punzo al lado izquierdo de la cabeza con letreros de “Vivan los Federales, Mueran los impíos Unitarios”. Esta es la verdadera divisa en ellas, colocada como queda dicho al lado izquierdo de la cabeza y no en otra parte. Ellas la quieren al pecho, pero no se les debe consentir porque ahí solo se le ve a la que quiere mostrarla. Verdad es que esta divisa en la cabeza es majadera y cara porque se les pierde muchas veces y así es que por eso aún no se ha generalizado, principalmente en las pobres que no les alcanzan sus recursos pero si se las da ellas la usan con la mejor voluntad”. Esta carta fue dada a conocer por José Luis Busaniche en su artículo Muestrario rosista. Los colores nacionales,  aparecido en La Nación, núm. 25.199, Buenos Aires, domingo 31 de agosto de 1941. Y en 1839, Rosas reiteró a Juan Pablo López, gobernador de Santa Fe, la conveniencia de generalizar el uso de la divisa federal “los hombres al pecho en el costado izquierdo y las mujeres al costado izquierdo de la cabeza”.

El jesuita Mariano Berdugo, que estuvo en Buenos Aires hasta 1841, en un informe reservado publicado por el P. Bruno en el tomo X, pág. 38 de su obra citada, recuerda que los mazorqueros vigilaban que no salieran a la calle los hombres sin el cintillo punzó en el sombrero y las mujeres sin “un moño punzó en la cabeza”. El viajero norteamericano Samuel Greene Arnold, que estuvo en Buenos Aires en febrero de 1848 apunta en su libro Viaje por América del Sur 1847-1848, Buenos Aires, 1951, pág. 155, que “las señoras están obligadas a usar una cinta punzó en el cabello cuando salen, pero no adentro de sus casas”.

El español Benito Hortelano que llegó a Buenos Aires en 1849, recuerda en sus Memorias que cito en la edición publicada por Eudeba en 1972, págs.79 y80, que “También las señoras usaban divisa, consistiendo esta en un lazo de cinta punzó al lado izquierdo de la cabeza”. Y finalmente, tampoco lleva la divisa, el retrato de Manuelita Rosas ejecutado por Prilidiano Pueyrredon en 1851 que se exhibe en el Museo Nacional de Bellas Artes.

Por otra parte, al reparar en el texto de la leyenda de la divisa que luce en el pecho la figura femenina del retrato que estamos comentando, advertimos que la misma reza “Viva la Confederación Argentina”, por lo que está evidentemente incompleta y falta el muera a los unitarios que contienen todas las divisas de la época.

La colocación de la divisa en el pecho de Manuelita y la leyenda que luce en ella evidencian un error ignorantemente equivocado que nunca pudo haber cometido un pintor de aquel tiempo, que Manuelita nunca hubiera permitido y que su padre  no hubiera tolerado por contravenir sus expresas indicaciones expuestas en los documentos citados en los párrafos precedentes.

 

El escudo nacional argentino

No alcanzamos a advertir por qué motivo Rosas, detallista al máximo cuando del cumplimiento de normas protocolares se tratara, hubiera autorizado la inclusión en el retrato de su hija de un atributo de la investidura nacional – el escudo, con rayos cuyas curvas difieren con la forma de los que se usaban por entonces – que él ejercía por delegación de las provincias (el  encargo de las relaciones exteriores ante las potencias extranjeras) cuando Manuelita nunca desempeñó funciones oficiales que justificaran la inclusión. Al respecto, vale la pena recordar que ella misma, en carta a su amigo Antonino Reyes, fechada en Hampstead – Londres – el 16 de noviembre  de 1892, publicada por el Archivo General de la Nación en el volumen Manuelita Rosas y Antonino Reyes. El olvidado epistolario  (1889-1897), Buenos Aires, 1998, pág. 92, respondiendo a la pregunta de Reyes de si era cierto que al despedirse el general Oribe de Buenos Aires, precisamente en 1840, lo hizo ella “en carácter oficial”, Manuelita aclaro que era “completamente falsa” esa especie: “Mi finado padre el general Rosas jamás me hizo desempeñar un rol que no debía, o que ridiculizase tanto a mí como a él mismo. Tampoco es cierto que yo tomase parte alguna oficialmente de asuntos públicos o políticos  durante la Administración de mi lamentado padre, cuando, creo, que hice cuanto me fue dado para desempeñarme en los actos privados y sociales con la dignidad que correspondía a nuestra posición”. Y ese concepto lo ratificó en otra posterior carta del 21 de febrero del año siguiente. Y no deja de ser un dato de valor concurrente, la circunstancia de que no se contempló incluir el escudo nacional en el retrato de Manuelita, ejecutado por Prilidiano Pueyrredon en 1851 por encargo y bajo supervisión oficial.

 

El escudo de carácter particular y de homenaje

El otro escudo, que en el catálogo se califica como “de carácter particular y de homenaje”, contiene en su interior las iniciales “M.R. y E.” Y las fechas “24 Mayo 1817-40”. No conocemos retrato femenino alguno de la época en el que se haya insertado la fecha de nacimiento de la dama retratada, detalle que, “prima facie”, parece incompatible con la sempiterna y astuta coquetería femenina, uno de cuyos recursos consiste, precisamente, en el ocultamiento de la edad real. Pero más allá de ello, la inclusión del adefesio perjudica el equilibrio de la composición plástica, que es, de suyo, de factura muy pobre, al punto de resultar incompatible con la obra conocida de Morel. Pero, claro, si tal escudo con esos datos y el monograma de Morel no estuviera presente ¿cómo podría argumentarse que el retrato pertenece a Manuelita y que su autor fue Morel?

 

La palabra de Manuelita Rosas

El retrato de Manuelita (no “inédito”, adjetivo que se reserva exclusivamente para un escrito no publicado, sino desconocido), colocado bajo nuestra observación, carece de elementos de autenticidad de la época. Pero aún cuando esos errores no estuvieran presentes en la obra, tampoco podría tenérsela como un retrato de Manuela, a juzgar por los hechos  documentados que pasamos a relatar. En 1851 un grupo de ciudadanos representados por Baldomero García, Eustaquio José Torres y Juan Manuel de Larrazábal solicitaron a Manuelita  que accediera a dejarse retratar para poder exponer públicamente su retrato. Manuelita les respondió por escrito, el 25 de junio, que nunca antes había permitido ser retratada (“jamás he abrigado la idea de retratarme”), no obstante lo cual solicitaría autorización a su padre para hacerlo. Rosas concedió la autorización, y para supervisar la realización del retrato, que fue encargado a Prilidiano Pueyrredon, y es el que se exhibe actualmente en el Museo Nacional de Bellas Artes, fue constituida una comisión oficial integrada por Juan Nepomuceno Terrero, Luis Dorrego y Gervasio Ortiz de Rozas, quienes se dirigieron a Manuelita por nota fechada el 1° de julio, en la cual, entre otras consideraciones, y refiriéndose  a la necesidad de contar con un retrato de la niña de Palermo expresaban: “Pero, no hay un retrato de Manuelita. Todo el mundo se retrata y sin embargo esa Manuelita Rosas que antes aunque tan imperfectamente hemos bosquejado, jamás ha pensado en ello”, ratificándose, de ese modo, que no existía retrato alguno anterior de Manuelita ejecutado por nadie. Esos documentos oficiales, auténticos, fueron publicados en el libro de Antonio Dellepiane titulado El Testamento de Rosas, Buenos Aires, 1957, págs. 187-188, y evidencian, sin asomo de duda alguna, que Manuelita nunca había sido retratada con anterioridad, porque no tiene valor de tal el dibujo ejecutado por García del Molino en su álbum. Así surge de las propias palabras de la interesada, del aval tácito de su padre y del reconocimiento de sus contemporáneos.

Por su parte, el profesor Adolfo Luis Ribera refiere que el poeta José Mármol, en el número del 6 de octubre de 1851 de La Semana, de Montevideo, comenta los entretelones de este retrato, que iba a constituir el primero de Manuelita (véase Academia Nacional de Bellas ArtesHistoria del Arte en la Argentina, tomo III, Buenos Aires, 1984, pág. 315).

Si los errores de época que contiene el retrato atribuido a Morel son inadmisibles (por ejemplo, la duplicación de la divisa, incluyendo la expresamente prohibida, lo que constituye una torpeza inaceptable para la época y para el personaje retratado) pretender sostener la existencia de un retrato anterior al de Prilidiano Pueyrredon, significaría nada menos que pretender desmentir a la propia Manuelita. Por ello el cuadro bajo análisis no puede ocupar, por derecho propio, lugar alguno en la iconografía de la hija de don Juan Manuel.

[Artículo publicado en El Tradicional. Año 9, N° 61, Buenos Aires, noviembre de 2005, pp. 10-11]

sábado, 21 de diciembre de 2019

GALEANO SE BATIÓ CON ISAAC ROJAS PARA LAVAR EL AGRAVIO A FRONDIZI















En el mediodía del 4 de julio de 1959, en un campo de la localidad bonaerense de Pilar cruzaron cuatro disparos de pistolas, sin dar en el blanco, el entonces diputado nacional de la Unión Cívica Radical Intransigente (UCRI) por Misiones, Roberto A. Galeano y el ex vicepresidente de facto, contralmirante Isaac Francisco Rojas.       
La policía bonaerense había intentado impedir el lance porque lo prohíben las leyes y, aunque lo sabía el país, llegó muy tarde al lugar elegido por los duelistas, tan tarde que los periodistas le ganaron por lejos y estuvieron a tiempo para presenciar el cruce con pistolas. Por la prohibición legal, las actas del duelo se fecharon en la localidad uruguaya de Colonia y fueron publicadas en los diarios. Los dos primeros disparos no dieron en el blanco y, en la segunda vuelta, la pistola de Rojas falló y Galeano erró el tiro.
Ilesos los contrincantes, los padrinos plantearon la reconciliación pero Rojas se negó rotundamente “ni conciliación ni reconciliación”, dijo.           
El duelo se originó porque Rojas había tenido expresiones agraviantes contra el presidente Arturo Frondizi, por el pacto que había sellado con Juan Domingo Perón para que los peronistas con su voto permitieran el triunfo de la UCRI en las elecciones del 58. “Por eso mi padre envió desde Posadas un telegrama, diciéndole a Rojas que carecía de autoridad moral para hablar de Frondizi, porque el marino había sido un lacayo de Perón y de su esposa, entonces Rojas se sintió agraviado y le mandó los padrinos”, recordó el actual diputado por el MAP Jorge Galeano, hijo del ex legislador frondicista.
“Rojas era peronista y obsecuente, a punto tal que en la frustrada revolución de junio del 55 Perón habría dicho ‘yo sabía que el petizo no me podía fallar en impedir el golpe’, aunque después fue el más antiperonista”, agregó Jorge Galeano.   
Galeano padre, el “Ñato”, de profesión escribano y ahora postrado por una enfermedad, pasó por la política con mucha vehemencia, a punto tal que por la política fue desafiado tres veces para batirse a duelo: por Rojas, Rawson Paz y Francisco Manrique. Fue constituyente en 1957, diputado nacional en el 59, reelecto en 1960 y en 1963. Militó en la Unión Democrática, después en la UCR y, con la escisión radical, se quedó con la UCRI, para recalar finalmente en el justicialismo. Su hijo explica que fue bien recibido en el PJ porque lo respetaban “sobre todo los sindicalistas le reconocían el valor de haber enfrentado a Rojas, por entonces el hombre más poderoso del país”. Su hermano, el coronel Alfonso Manuel Galeano, estuvo como interventor militar en Misiones.  
El duelo Galeano-Rojas hizo historia y, para muchos, pese a estar reñido con las creencias religiosas del país, fue uno de los actos donde la ética jugó un papel decisivo en el campo de la política, tan defenestrada en los últimos años.        

Experto en lances caballerescos        

El primero que retó a duelo a Roberto Galeano fue Francisco “Paco” Manrique, por entonces oficial de la Marina y después ministro de Bienestar Social devenido en dirigente político. Por opinar de política, Galeano le recordó que, como marino, no podía formular declaraciones en otro campo que no fuera el militar y le planteó una cuestión de privilegio. Manrique se sintió agraviado y le envió los padrinos. Corría el año 1958 y, aunque el lance se pactó, no se realizó. Manrique pidió la baja, fundó Correo de la Tarde e incursionó en la política.      
Jorge Galeano recordó que Manrique se encontró con su padre en Eldorado muchos años después, lo abrazó y le dijo “gracias a usted yo me hice político”.              
El otro cruce fue en 1959 con el general Rawson Paz, a quien Galeano insultó por haber comandado la asonada militar contra el gobierno de Frondizi. Rawson Paz le envió los padrinos, pero como Galeano había perdido su condición de “caballero” por haber insultado y golpeado al almirante Rojas luego del combate con pistolas, el desafío no prosperó. La suspensión tiene que ver con el código de honor San Malato, para las lides de caballería y prohíbe a quien se bate agraviar después públicamente al contrincante.  
Jorge Galeano justificó la reacción de su padre en la negativa de Rojas de aceptar la reconciliación planteada después del duelo “mi padre dijo que no tenía problemas pero Rojas no quiso hacerlo y entonces fue que le dijo petizo y negro de…”.     
“Pasado el tiempo, mi padre me confesó que el duelo es una cuestión grave y difícil, en el caso de Rojas, tuvo la opción de elegir armas por ser el agraviado y se inclinó por la pistola, considerando que era de contextura pequeña”, dijo Galeano. También, que por la rígida disciplina de la época, la decisión de un padre era sagrada y se respetaba “además yo tenía once años, y lo que me impactó fue la posibilidad de que la Iglesia lo excomulgara”.


El Territorio, Misiones, Domingo 11 de julio de 2004.

domingo, 10 de noviembre de 2019

El BIGOTE FEDERAL

Mariano Benito Rolón.



Por Guillermo Palombo*

Ventura Robustiano Lynch (1851-1888) uno de los más destacados cultivadores de las tradiciones populares argentinas, autor de una obra publicada en el año 1883, dice refiriéndose al gaucho federal, que en la época de Rosas “la barba ya había entrado en moda, acostumbrándose a rasurarla a la altura de la boca, dejándose también crecer el bigote.  El color del rostro era acentuado, semiachinado, mezcla todavía de la raza blanca y la cobriza, con el labio inferior un poco grueso, como los gauchos anteriores”.
El uso del bigote fue obligatoriamente reglamentario para los oficiales y tropa, de acuerdo a una orden circularizada el 4 de febrero de 1831 a los jefes de los Regimientos de Caballería de Campaña de la provincia de Buenos Aires, que lo eran los coronales Pinedo, Izquierdo, Prudencio Ortiz de Rosas, Espinosa y Narciso del Valle (1).  A esta circular se refiere, unos años después, el coronel Prudencio Ortiz de Rosas, jefe del Regimiento 6 de Milicias de Caballería de Campaña, en una nota suya dirigida al general Manuel Corvalán, edecán del gobernador y capitán general, brigadier Juan Manuel de Rosas, fechada en Buenos Aires el 2 de setiembre de 1839, en la que le informaba: “que antes de marchar a la campaña de Córdoba, contra los amotinados unitarios que en aquella época ocupaban el interior de la República, recibió una orden (circular al ejército de línea y milicia) para que todos usasen bigote y los conservasen mientras durase la actitud hostil en que se encontraba la provincia; y aunque también es cierto que son muy pocos los milicianos que no los usan, ha creído de su deber ordenar nuevamente al Regimiento Nº 6 de su mando, que todos los milicianos usen bigote y los conserven mientras dure la guerra contra los pérfidos salvajes unitarios y sus imbéciles aliados los incendiarios franceses lo que el coronel que firma pone en conocimiento de vuestra señoría para que se digne transmitirlo al superior de su excelencia el excelentísimo señor gobernador, a los fines que estime convenientes”.
Y con motivo de la batalla de Chascomús, librada ese año, Juan Manuel de Rosas premió a Juan Durán, el ejecutor de Pedro Castelli, acordándole el “uso de bigote y barba federal”.
En 1840, Juan de la Cruz Ocampo, un catamarqueño de 20 años que no había prestado servicios a la Federación, fue detenido en Morón, consignándose en su filiación: “Se ha quitado el bigote”, por lo que fue remitido como “salvaje unitario”. (2)
El jesuita Mariano Berdugo, que estuvo en Buenos Aires hasta 1841, dice que los mazorqueros, siguiendo órdenes de Rosas, con látigos y chicotes lograron “que todos los hombres trajesen la cinta punzó en el sombrero, vistiesen chalecos colorados, no se atreviesen a salir con fraques o levitas, usasen poncho y trajesen bigotes”.
Pero quien mejor ha expresado las razones del uso del bigote, como símbolo, en aquella época, ha sido Antonino Reyes, que fuera jefe de la Secretaría Militar de Rosas, quien, años después de Caseros, en una carta dirigida al señor Solano Riestra que vivía en Florida (Uruguay), que no llegó a remitirle y conservó para sí, pero que he encontrado en el Archivo General de la Nación entre los papeles que pertenecieron a la colección formada por Adolfo Saldías, le dice:
“Al leer el diario que usted redacta “El Demócrata”, he visto con pesar, un artículo que lo encabeza con este título: “El bigote del señor Crespo”, y haciéndose eco de la mofa con que “El Nacional” de Buenos Aires echa a vuelo una nota que pasó este soldado de nuestra independencia en épocas difíciles y excepcionales y que se publicó entonces en “La Gaceta” (Mercantil) agrega usted palabras picantes para ridiculizar el proceder de aquel valiente veterano.
“El coronel don Francisco Crespo no quiso ser menos que la gran porción de sus conciudadanos que en reuniones públicas se invitaron y comprometieron a usar bigotes, mientras estuviese en peligro o fuese atacada la independencia de su patria y encontrándose él en la imposibilidad de seguirlos en aquella idea entusiasta quiso sincerarse ante sus compatriotas y creyó conveniente dirigirse al gobernador para ser autorizado a no usarlo y por este medio hacer pública su imposibilidad física para ello.
“No se asombre usted de estas expansiones y hasta exageraciones del patriotismo, que con el fasto de tiempos tormentosos y que todos los pueblos han pasado por ellas con más o menos entusiasmo o frenesí.
“Usted es joven, no ha podido conocer sino por referencias de los que han seguido una interesante propaganda sistemada los acontecimientos de aquella época excepcional, única en estos países, para poder apreciarlos con imparcialidad y valorar los motivos que impulsaban a los hombres a la exaltación.
“Preciso era haber estado en aquel centro borrascoso en que cada uno quería distinguirse en demostrar su decisión y sobresalir con entusiasmo para conocer el verdadero sentimiento popular creciente y venir a convencerse que no era Rosas el maniático que según usted dominaba hasta obligar a observar sus caprichos haciendo que el pueblo adivinase su voluntad para seguir sus locuras como la de los colores, las divisas, las barbas, etc.
“Persuádase usted que no era Rosas, era la opinión, era la exaltación de los espíritus, era el odio a los enemigos aliados al extranjero, lo que hacía a los federales proceder y manifestarse con esas imposiciones para conocer los remisos o indiferentes a la voluntad general; exigían compromisos públicos, declaraciones claras de sus opiniones sin ambages, ni reticencias y el gobernante tenía que respetar y seguir la corriente de esa opinión proclamada en toda la República con la fuerza con que se impone en tales casos en que nunca quiere ser extraviada.
“Era esa la voluntad de las masas; esa era la voluntad general, y Rosas ni nadie podía oponerse a ese torrente de la opinión expresada unánimemente en todas partes, porque así pensaban todos y estaba encarnado en todos los argentinos celosos de la integridad e independencia de su patria, el odio a todo lo que no estaba en armonía con la defensa en que estábamos empeñados.
“Para patentizar esta disposición buscaban todo aquello que más pudiera herir a sus enemigos y que demostrase bien alto la opinión dominante.
“El coronel don Francisco Crespo fue uno de los que con su espada contribuyeron a la libertad de esta Patria peleando contra los imperialistas.
“Lea usted los partes y comunicaciones sobre el combate de Obligado, y allí lo encontrará usted peleando con bravura contra la escuadra anglo-francesa como segundo jefe del general Mansilla en aquel memorable combate en que se peleó con tanta desventaja, en artillería y pericia y que sin embargo no cedió el valor argentino en aquella jornada gloriosa.  Tengo todos esos documentos que se publicaron pero que están olvidados como muchas otras cosas que hacen honor a aquel gobierno, pero que por lo mismo la pasión política los ha cubierto con el polvo del olvido.
“Recordaré aquí un hecho análogo.  El coronel don Fructuoso Rivera al mando de un Regimiento Imperial por el año (en blanco) firma con sus oficiales un compromiso para usar y hacer usar bigotes a todo el regimiento con penas graves al que no lo hiciera, y sin embargo nadie lo acusa de maniático ni de que impusiese su voluntad; con la diferencia que para esta disposición no militaron las causas que hicieron resolver a los argentinos a imponerse voluntariamente esa obligación; el país estaba militarizado y era el sostén del gobernador; no había cuerpos de línea capaces de imponer la voluntad de Rosas.
“Dice pues en conclusión que no hay razón para ridiculizar esa nota; se trataba del respeto a la opinión de las masas cuyas deliberaciones no se pueden ni se deben contrariar en momentos dados sin correr un grave riesgo y que además recae este incidente en una persona que reunía cualidades muy recomendables de carácter, estando además de por medio sus importantes servicios a la patria.
“Creo que he cumplido con mi deber al hacer esta rectificación y dejar correr este hecho como otros muchos que son glosados maliciosamente y sin explicación de las causas que los hayan motivado.  Soy de usted atento servidor.  Antonino Reyes.  Esta carta nunca fue dirigida por haberse pasado el momento oportuno”. (3)
Referencias
(1) A.G.N., Sala X, legajo 24-4-3.
(2) Índice del Archivo del Departamento General de Policía, Tomo II, Buenos Aires, 1860.
(3) A.G.N., Sala VII, legajo 3-3-15, fojas 14 a 17.

* El Resero, Año 4, Nº 35, Noviembre 2005.




viernes, 9 de noviembre de 2018

ACTUACIÓN MILITAR DEL BRIGADIER GENERAL TOMÁS DE IRIARTE




Por Roberto Azaretto*

Son muchas los aspectos para referirse a la vida del Brigadier Tomás de Iriarte, pues, como muchos de los hombres que consideramos los padres fundadores de nuestra nación, fue una personalidad polifacética. Hay un Iriarte militar, un historiador, un escritor, un político, un diplomático.
En esta sesión académica nos referiremos a parte de su actuación militar, desde su formación como oficial de artillería.

El Brigadier General Tomás de Iriarte nació en Buenos Aires, en una familia de militares. Lo eran su padre, sus abuelos paterno y materno y sus tíos. En marzo de 1794 y teniendo un año, conoció la vida del cuartel, pues su padre, fue designado jefe de la Fortaleza de Santa Teresa, cercana a la frontera con el virreinato del Brasil, pues se había declarado una nueva guerra entre España y Portugal.

Finalizado el conflicto, el nuevo destino del coronel Iriarte, fue Montevideo, base de la flota española en el Atlántico sur.
A los 10 años  fue enviado a España para educarse y seguir la carrera militar, dos años antes, había partido hacia la península su hermano mayor, con igual propósito. Tomás de Iriarte partió en la flota de cuatro fragatas, que transportaba caudales de plata, acuñada en Potosí, con destino a España En ella viajaba don Diego de Alvear y su familia.

El niño Iriarte, confiado a la tutela del capitán de Fragata Don Diego Alesson, comandante de la fragata Clara, tuvo, acercándose a las costas europeas su primera experiencia de combate, cuando fueron atacados por una escuadrilla naval británico. Los pasajeros de los buques de guerra

tenían que colaborar en la defensa de las embarcaciones y  Tomás de Iriarte, con 10 años de edad,  tuvo la tarea de llevar munición de la Santa Bárbara a las piezas de artillería  En esa fragata, viajaba, Don Diego de Alvear y su hijo Carlos, que se había trasladado de la embarcación donde compartía el viaje con su madre y hermanos; esto salvó la vida del futuro jefe del ejército vendedor en Ituzaingó, porque sólo la Clara no fue hundida.  Luego de una feroz resistencia y estando rodeada por los barcos ingleses, que contaban con más velocidad, capacidad de maniobra y superior artillería el capitán Alesson se rindió.

Junto al resto de los oficiales y pasajeros, Tomás de Iriarte fue embarcado para Inglaterra donde permaneció, con el resto de los apresaos varios meses.
En esta exposición nos referiremos a parte de la carrera militar de Iriarte, por eso, dejaremos de lado los hechos ocurridos hasta su ingreso en el Real Colegio de Artillería, sito, en el Alcázar de Segovia. Aprobado el examen de ingreso, pagado los aranceles correspondientes a los 12 años ingresa un 17 de marzo de1806, el adolescente Iriarte al Colegio fundado el 17 de mayo de 1764 por Carlos III a instancias de Gazzala, que fue su primer  Director.

Cuenta Iriarte que el Colegio estaba muy bien servido y que imperaba un orden que participaba por  la clausura y repartimiento de horas del establecido en un Monasterio de una orden rígida, y del sistema militar,, como que en estas dos profesiones, tan opuestas en su medios y objetos, prosigue Iriarte,  hay sin embargo algunos puntos de contacto, la disciplina, la ciega obediencia.
Los cadetes de primer año debían soportar las bromas pesadas y ritos de iniciación que le infligían los mayores, la presencia de su hermano mayor, le facilitó esos  primeros pasos en la vida militar.
La compañía de cadetes estaba a cargo del Mariscal de Campo don Cevallos y el segundo era el Coronel  Don Ignacio Vázquez y Somosa.

Los tres tenientes eran los capitanes Don Pedro Ferrau, Don Mariano Osorio y Fernando Saravia. También había dos subtenientes y brigadieres y subrigadieres, que eran cadetes del último año. En total los cadetes eran cien y compartían dormitorios a razón de quince cadetes por habitación. El Colegio contaba con un personal de servicio para atender las necesidades de alimentación, limpieza, vestuario, etc.
Además había un cuerpo de profesores que eran también oficiales del ejército. Dos cirujanos, dos capellanes, un maestro de equitación, otro de esgrima y otro de baile.

El plan de estudios se desarrollaba en cuatro años y se egresaba como subteniente de artillería. En el primer año se enseñaba aritmética y álgebra, en el segundo geometría, rectilínea, superficial, sólida y práctica con operaciones sobre el terreno, secciones cónicas, trigonometría plana y aplicación del álgebra a la geometría; en el tercera año cálculo diferencial e integral, física experimental, estática,  hidrostática, dinámica, hidrodinámica, fortificación y  dibujo militar y en el cuarto año artillería con el tratado de Marlo, fortificación y dibujo militar. Los exámenes se celebraban en junio y diciembre.
Las clases accesorias eran en primer año de religión y baile; en segundo de historia, geografía, baile y francés, En tercero esgrima y Francés. En cuarto esgrima y equitación.

Los exámenes finales eran presenciados por miembros de la Corte, incluso por el príncipe de la Paz. Afirma Iriarte “la vida en el colegio era dura, exigente, pero sin duda apta para formar hombres para la guerra”.  A las pocas semanas de ingresar recibió, con su hermano la noticia de la muerte, en Montevideo de su padre. Su madre de 42 años quedaba viuda a cargo de ocho hijos.
Un par de años después, en 1808 la vida de Iriarte como militar se acelera, se produce la invasión francesa y Segovia es ocupada. Los oficiales abandonan el Colegio y, algunos cadetes, huyen, para sumarse a la


resistencia. El joven porteño con algunos compañeros, lo intentan pero no tienen éxito y afrontando algunos incidentes, regresan al Colegio.  El Director resuelve quedarse con los cadetes, por eso, cuando estalla la sublevación popular lo toman como traidor y lo mandan detenido a Valladolid junto con los oficiales. Son tiempos tormentosos, y las turbas confunden a las personas más notorias con los afrancesados. Así fue como algunos de los altos oficiales de la Escuela de Artillería, soportaron situaciones enojosas; recordemos que experiencias similares, sufrió de las turbas el entonces teniente coronel José de San Martín. 

Iriarte con 14 años está sólo, su familia vive en Montevideo,  un tío está en  Génova, su hermano se ha incorporado al ejército de Castilla.
Luego de Bailén los franceses dejan Segovia, pero la llegada de Napoleón da un vuelco a la guerra y lleva al coronel Francisco Datoli, que permaneció en el Colegio,  a iniciar  una sacrificada marcha con los cadetes para sumarse al ejército que creía, estaría defendiendo Madrid.
La marcha fue a pie, sin armas ni animales, por caminos intransitables por las lluvias y las nevadas, sin comida ni descanso, soportando nevadas y teniendo por cama el suelo. Llegaron a la unidad del general San Juan y por fin comieron el rancho que le sirvieron. Así conocieron la vida en campaña, de una unidad que está en guerra.

Enterados que los franceses se aproximaban a Madrid, desviaron el camino y se internaron en Portugal, para, por fin llegar a Andalucía
Iriarte como los otros cadetes a los estudios teóricos, que se siguen cursando, unen, con estos acontecimientos imprevistos, la experiencia de participar en las operaciones militares. Ya no se trata de entrenamientos ni simulacros de combate, ahora participan de una guerra. En Sevilla en 1809 recibirá los despachos de subteniente de artillería, luego de obtener notas sobresalientes.
Escribirá Iriarte, que en Sevilla estudia la artillería con mayor ventaja que en Segovia porque tuvo lecciones prácticas como las visitas a las

fundiciones de cañones y la maestranza, a la fábrica de salitre o a prácticas de construcción de baterías. Como Director General del cuerpo estaba el Mariscal de Campo  Don José María Maturana que había creado en Buenos Aires, la artillería  a caballo para contener los ataques de los indios Pampa, innovación que, también, hizo la fama de Federico II de Prusia, pues con esa novedad, derrotó a los austríacos en la batalla de Rostock Como subteniente, Iriarte se incorpora al regimiento 3 de artillería, acuartelado en Sevilla y inicia una carrera que lo llevará al grado de teniente coronel a los 22 años por su desempeño en numerosas batallas en la guerra contra Napoleón. Será en el sitio de Sevilla donde al mando de catorce baterías con 100 piezas tiene su bautismo de fuego.
Ituzaingó.

Hay dos batallas en las guerras exteriores de nuestro país en  que la artillería tuvo un rol decisivo, una fue en la guerra de la independencia, Maipú, la  otra Ituzaingó en la guerra con el Brasil.
Iriarte no tenía en gran estima las condiciones de Alvear, para comandar el ejército en la guerra con el Imperio del Brasil. Su actuación en España no había sido significativa y la toma de Montevideo era el resultado del bloqueo de Brown de esa ciudad. Pero también, sostiene, que no había otro disponible y le reconoció que convocó a jefes aptos para mandar los regimientos. En el caso de su ascenso a coronel y la oferta de formar y comandar el regimiento de artillería ligera le sorprendió, porque la relación con el general Alvear, se había deteriorado cuando actuó como secretario de la misión a Londres y Washington que encabezara aquél.

“ Usted es el mejor oficial de artillería, por eso le hago este ofrecimiento” le dijo Alvear a Iriarte.
El ejército estaba bien abastecido, de eso se había ocupado Alvear  como ministro de guerra de Rivadavia , presumiendo que comandaría esa fuerza. Según cuenta Iriarte en sus memorias,  tanto su designación como ministro, como luego, como jefe del, llamado, ejército republicano,  fueron resistidos, por varios allegados al presidente. Rivadavia, también dudaba,  porque sospechaba de las relaciones que había establecido con Bolívar en su misión en el Alto Perú y su plan de establecer presidencias vitalicias. Muchos, sospechaban, que Alvear buscaba  el comando, como, una manera de alcanzar el poder, si salía triunfante, en la guerra.

Una parte de las fuerzas estaba en Entre Ríos,  habían pertenecido al llamado ejército de observación. En la Banda Oriental unos dos mil seiscientos hombres formaban la fuerza de caballería de Lavalleja con sus dos jefes de regimiento, Manuel e Ignacio Oribe. Habían vencido en Sarandí a milicias brasileñas, eran efectivos valientes pero sin la disciplina y eficacia de un ejército.
El fue llamado ejército republicano alcanzó los 5.150 hombres, de ellos  3.116 eran de caballería, los infantes alcanzaban a 1500 efectivos y la artillería del regimiento comandado por Iriarte a 500 plazas y contaba con 16 piezas.
Iriarte tuvo que formar su regimiento casi desde cero con reclutas a los que había que disciplinar y evitar el mal de los ejércitos de ese tiempo que era la deserción. Sus segundos eran el comandante de escuadrón Luis Argerich y el Sargento mayor Don Arturo Vázquez.  Para cuidar el parque, contó, con el Teniente Coronel Luis Beltrán, el fraile que estuvo a cargo del arsenal del ejército de los Andes.

Iriarte entrenó primero a sus hombres en maniobras de caballería, había resuelto destinar una parte de sus efectivos a servir las piezas y la otra a proteger a sus artilleros.
Numerosos oficiales que represaban de la campaña por la independencia se incorporaron al ejército. Los jefes de la caballería fueron el Coronel
Federico Brandsen, el coronel José María Paz,, el teniente Coronel Angel Pacheco, el teniente coronel Juan Zufriategui,  el coronel Juan Lavalle, el coronel José Olavarría, el Coronel Nicolás Videla y el comandante Anacleto Medina. Los zapadores  tenían de jefe a al teniente coronel Eduardo Frolé.

En cuanto a la infantería sus jefes eran el comandante Manuel Correa, el coronel Alegre, el coronel Eugenio Garzón y el coronel  Félix Olazábal.
Relata Iriarte que sin la colaboración del teniente Coronel Luis Beltrán, sus problemas hubieran sido muy graves;  ya que el mando e instrucción del regimiento le llevaba todo el tiempo. El tren venido de Buenos Aires era viejo y en el viaje a La Calera, primer asiento del regimiento en el Uruguay, lo había deteriorado casi hasta la destrucción. Beltrán lo refaccionó sólidamente y lo puso en muy buen estado de servicio. Afirma Iriarte “su actividad en el servicio del parque y maestranza nada me dejaba que desear: en muy pocos días, los talleres que estableció, atendían ampliamente a todas las necesidades del ejército”.

En sus memorias  cuenta la relación entre los jefes, la antipatía de Alvear hacia los veteranos del ejército de Los Andes. Asunto del que San Martín tuvo noticias y que lo llevó a escribir, en carta al general Guido, que la antipatía la provocaba  que los oficiales del ejército de los Andes, percibían,  la escasa formación de su comandante. Opinión compartida por Iriarte que estaba en el terreno.
El ejército penetró en territorio  de Río Grande y avanzó en el mismo. Hubo combates con las milicias  de Bentos Manuel.  Al tomarse  conocimiento de la cercanía del ejército del marqués de Barbacena y que este, buscaba, juntarse con el cuerpo del general Brown se buscó evitar ese encuentro. Alvear decidió un repliegue hasta que los jefes de los regimientos reclamaron librar la batalla, además el río Santa María estaba crecido y cruzarlo podía facilitar un ataque de Barbacena.

El Marqués de Barbacena contaba con más efectivos; había equilibrio en caballería y artillería pero su infantería tenía mucho entrenamiento y era superior en números, unos cuatro mil soldados de esa arma frente a los mil quinientos de Alvear.
Escribe Iriarte:”Recibí órdenes de Alvear, trasmitidas por su jefe de estado mayor, el general Soler, de poner a pie la artillería y que evitara avances. Me di cuenta que Alvear no conocía nada de artillería ligera o volante.

Soler quedó a cargo de la infantería; el coronel Deheza era como segundo jefe de estado mayor, quien trasmitía las ordenes de Alvear. Nuestro jefe había leído y admiraba mucho a Napoleón, por eso ordenaba cargas de caballería contra los cuadros de la infantería brasileña. La caballería nuestra dispersó rápidamente a la caballería brasileña, pero tuvieron pérdidas considerables contra la infantería”. En Waterloo se había demostrado que una infantería bien entrenada, combinada, con la artillería, era difícil de derrotar por las cargas de caballería. El que más sufrió esta orden de Alvear fue el regimiento del coronel Paz, su segundo jefe, Besares fue muerto junto a numeroso oficiales y soldados”.
“La infantería brasileña avanzó contra nuestra línea y tuve que repeler con el fuego de mis cañones. Uno de los inconvenientes afrontados fue que un grupo de soldados de Lavalleja que huían luego de una carga fracasada se interpusieron entre mis piezas y las líneas brasileñas. Me vi obligado a un disparo para que se dispersaran y facilitar mis fuegos”. “El fuego de mi regimiento contuvo el avance brasileño, era el momento de adelantar mis piezas y solicité el acompañamiento de nuestra infantería para proteger nuestra operación, pero Soler no se movió y Alvear que estaba cerca tampoco dio orden para que los  infantes avanzaran”.
“Después de muchas horas de combate el ejército brasileño cedió el campo, los jefes de regimiento queríamos perseguirlos pero la orden de Alvear fue ocupar el campo de batalla, esto posibilitó que el enemigo perdiera solo una pieza de artillería en el campo”.

Las Guerras Civiles

Iriarte  estará vinculado a los federales constitucionalistas. Fue jefe de la artillería del gobernador Dorrego y tuvo que exiliarse cuando este gobernador fue derrocado.

Al estallar las hostilidades entre las provincias signatarias del Pacto Federal, con la Liga Unitaria del general Paz, el jefe del ejército de Buenos Aires el general Juan Ramón Balcarce, lo designó jefe de su artillería.
Luego del derrocamiento de Balcarce, del cargo de gobernador de Buenos Aires, volvió a emigrar y participó de los planes para derrocar al gobierno de Juan Manuel de Rosas. Es así como se incorpora a las fuerzas que manda Lavalle. No tiene una posición determinada en ese ejército. Prepara un plan de operaciones que no es tenido en cuenta por Lavalle. Iriarte consideraba que había que atacar por el sur, apoyando la revolución de los libres del sur y otra columna debía operar por el norte de la provincia. Se demoró una decisión y cuando fue autorizado a desembarcar en el Tuyú, ya era tarde, la rebelión de los Hacendados había sido derrotada y sólo, pudo, limitarse a evacuar a los fugitivos.

Reincorporado al ejército de Lavalle participa de la batalla de Sauce Grande, contra el general Pascual Echague y del cruce a Buenos Aires.
Lavalle, formado como oficial de ejército de línea por San Martín, había sido granadero a caballo, y se destacó en las campañas de Chile, Perú y Ecuador.  Luego de su derrota por Estanislao López, se había convencido, que tenía que adoptar modos similares a los caudillos de provincia,  esto se vio tanto en su vestimenta como en la poca disciplina imperante, algo insoportable para un oficial como Iriarte con su formación en una academia militar prestigiosa y amplia experiencia de combate en la guerra contra Napoleón. Por el contrario, Rosas enviará, para combatir a Lavalle y a la Coalición del Norte  del general Aráoz de Lamadrid ejércitos disciplinados.
Una de las principales discrepancias con Lavalle, fue, su retirada de Buenos Aires y sobre todo, la falta de un plan operacional.  Iriarte creía que había que librar batalla y si eso se evitaba, o se producía un contraste, había que replegarse al sur, pero permanecer en la provincia y después sitiar a Rosas en la ciudad, como se había hecho contra el propio Lavalle, una década antes.
No estuvo de acuerdo con el repliegue a Santa Fe, creía que era preferible internarse en Córdoba. En Santa Fe le fue encomendada la toma de la ciudad, operación en la que derrota a Eugenio Garzón, camarada en Ituzaingó y al que le respeta la vida.

Acompaña a Lavalle en Quebracho Herrada y a su retirada por Catamarca y la Rioja.  En esta provincia decide retirarse de los restos del ejército de Lavalle, ya que ve la inutilidad de seguir esa lucha. Cruza a Chile para intentar volver a Montevideo, lo que superando muchas dificultades concreta.
Llega, a la capital uruguaya, cuando se acercan las fuerzas de Oribe a iniciar  el sitio que durará hasta 1851 y colabora con el general Paz, en la fortificación de la ciudad. Paz le confía la artillería y meses después, ante un ataque al perímetro defensivo por parte de Oribe, hace una salida mandando tres mil hombres que a la bayoneta calada, rechazan a los atacantes y los desalojan, incluso, de sus propias avanzadas.

Su último combate será junto a otro camarada de Ituzaingó, el general Ángel Pacheco, también será la última batalla de este oficial de San Martín. Es la batalla de San José de Flores, en la que derrotan, al coronel Hilario Lagos que está sitiando a Buenos Aires. Iriarte seguirá prestando servicios al ejército argentino, en distintos asuntos, de la organización que se requería, para convertirlo, en una fuerza actualizada y propia de un estado que se estaba construyendo.

Iriarte y el Ejército de la Segunda Mitad del Siglo XIX

El brigadier General Iriarte había traducido del francés, para formar a los oficiales del regimiento que comandará, unas “Maniobras de las Baterías de Campaña”,  sus oficiales ya habían sido artilleros pero no tenían instrucción académica. En 1832 propone al brigadier general Enrique Martínez, Inspector general de armas su trabajo ”Instrucción  para el manejo y servicio de la Artillería Ligera”.

En 1852 escribe una Memoria sobre la Línea de Fronteras, sobre los problemas con los indios y el Proyecto de reglamento provisorio para el Campo de Inválidos  de la Confederación Argentina, para cuidar de los heridos y desamparados que han servido a la patria en el ejército.
En 1863 redacta el Reglamento de la Sociedad de Socorros Mutuos y entre 1856 y 1859 junto a Bartolomé Mitre, otro artillero, el Código de Justicia Militar y en 1860  concluye su proyecto de Reglamento para la organización de una Academia Militar.

Su última actuación es como presidente del Consejo de Guerra que juzga a los sublevados en 1874 contra el gobierno constitucional. Uno de ellos es el general Mitre, que ha colaborado con Iriarte en la redacción del Código de Justicia Militar. Iriarte se lo recuerda y le dice “usted sabe bien general la pena que le corresponde”, “la de muerte” le contesta Mitre y el tribunal,  presidido, por Iriarte  lo condena a muerte, pero, el presidente Avellaneda, lo indulta. En 1876 el viejo guerrero fallece en la ciudad en la que naciera, 82 años antes. Así culminó una vida consagrada a su patria, en la que sobraron los sacrificios, la pobreza, el pan del exilio, la soledad, el alejamiento de la familia.
El ejército nacional que se organiza con la unificación del país, el de la segunda mitad del siglo XIX,  es el resultado del trabajo de Iriarte y Mitre ambos artilleros, así como otro artillero, el general Richieri, el ministro de guerra en la segunda presidencia del general Roca, será el artífice del ejército del siglo XX. A ellos se suma Sarmiento con la creación del Colegio Militar en 1869 y que toma en su reglamento muchas de las propuestas de Iriarte y Roca en 1881 cuando termina con las milicias provinciales.

Sabemos que las operaciones militares de estos días no son comparables con las guerras actuales, y para la preparación de los oficiales de esta época poco aportan en lo técnico. Pero el conocimiento de la actuación de estos jefes y oficiales de los tiempos fundadores de la patria dejan lecciones, porque hay valores permanentes que son inherentes a un ejército, como la disciplina, el coraje, el sacrificio, la austeridad, el amor y compromiso por el suelo patrio.
Un ejército es el instrumento armado del estado para su defensa y de ser necesario para el ataque, y lo que lo distingue de una banda armada, de un conjunto de condotieris, son las tradiciones, el respeto a las leyes, la disciplina, la historia de la hazañas del pasado y el culto de sus héroes. Esa es su riqueza y su espíritu y esos ejemplos deben a su vez ser trasmitidos a los que vendrán porque esos valores y tradiciones es lo que vincula al ejército con la sociedad a la que está comprometido a defender.

* Disertación pronunciada en la sesión académica del Instituto Brigadier General Tomás de Iriarte.

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