Sandro Olaza Pallero[1]
“No obstante esos defectos, alentó
en nosotros, hasta hace pocos años, la conciencia de un destino, de una misión
argentina en el mundo, y el orgullo consiguiente. Ese destino y esa misión eran
proclamados por los estadistas, cantados por los poetas, profesados por todo el
país. Recuérdese la literatura de los centenarios; evóquense esos años jubilosos
de 1910 y 1916, reléase el Canto a la Argentina de Rubén Darío, las Odas
seculares de Lugones, los libros de Rojas. Éramos la tierra de promisión, el
paraíso de la libertad, la matriz del futuro”.[2]
I. Algunas noticias sobre Alberto
González Arzac
Alberto González Arzac
nació el 27 de enero de 1937 en Mar del Plata. Sus padres fueron Rodolfo Aníbal
González Arzac y Adelia Viscardi. Falleció en Buenos Aires el 2 de junio de
2014 y sus restos fueron despedidos por el jurista Facundo Biagosch, con quien
lo unía una larga y estrecha amistad.
Su militancia política y
vocación por el derecho comenzó durante la juventud. Pero, es hacia los años 50
y 60, cuando adquirió cierta notoriedad con su ingreso en el radicalismo
intransigente y posteriormente en el justicialismo.
Escribió en Todo es Historia, Línea, Desmemoria, Realidad Económica, Pensamiento y Nación, Polémica,
Revista de Derecho Público y Teoría del
Estado, Revista del Instituto de
Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, entre otras publicaciones.
Su nombre apareció junto a numerosos autores como Félix Luna, José María Rosa y
Fermín Chávez. Con el seudónimo de Arga fue autor de dibujos sobre personajes
de la historia argentina, por ejemplo, Juan Manuel de Rosas, Facundo Quiroga y
Pedro de Angelis.
Entre sus obras se
pueden destacar: “Pedro II. Abuelo del Código Civil Argentino” (Todo es Historia, 18, Buenos Aires, Octubre
1968); “El banco inglés y la cañonera” (Todo es Historia, 22, Buenos Aires,
Febrero 1969); “Vida, pasión y muerte del Artículo 40” (Todo es Historia, 31, Buenos Aires,
Noviembre 1969); “Hipólito Yrigoyen. Doctor” (Todo es Historia, 35, Buenos Aires, Marzo 1970); “El Primer Código”
(Todo es
Historia, 36, Buenos Aires, Abril 1970); “Alberdi: Vida de un ausente”
(Todo es Historia, 39, Buenos Aires,
Julio 1970); “La Constitución Justicialista de 1949” (Todo es Historia, 41, Buenos Aires, Agosto 1971); “La Constitución
de 1949” (Polémica, 77, Buenos Aires,
1971); “La Convención Constituyente de 1957” (Polémica, 94, Buenos Aires, 1972); La Constitución Peronista (1972); La Constitución “justicialista” de 1949 (1973); Abolición de la Esclavitud en el Río de la
Plata (1974); Lineamientos Regionales
(1974); “La Concepción Justicialista del Estado y sus Roles Económicos” (Pensamiento y Nación, 1, Buenos Aires,
1981); El Papelón de Manuel Quintana
(1974); Los radicales (1976); Sampay y la Constitución del futuro
(1982); “La Dominación Económica Extranjera en la Argentina” (Pensamiento y Nación, 2, Buenos Aires,
Enero-Febrero 1982); “Algo para recordar. El caso del Frigorífico Swift” (Pensamiento y Nación, 3-4, Buenos Aires,
Marzo-Junio 1982); “Democracia Mayoritaria” (Nuestro Siglo, 14, Buenos Aires, 1984); Federalismo y Justicialismo (1984); Estructura Social de la Constitución Argentina (1985); El Sistema Bancario en el Derecho
Constitucional Argentino (1985); “Las Constituciones Provinciales” (Todo es Historia, 233, Buenos Aires, Octubre
1986); “Sampay y el Artículo 40” (Revista
de Derecho Público y Teoría del Estado, 1, Buenos Aires, Agosto 1986); “Ideas
de Sampay para la Reformulación del Derecho Civil” (Revista de Derecho Público y Teoría del Estado, 1, Buenos Aires,
Agosto 1986); “Derecho Público Provincial: Geografía Constitucional” (Revista de Derecho Público y Teoría del Estado,
5, Buenos Aires, 1990); “Aerolíneas, Entel y la Inspección General de Justicia”
(Realidad Económica, 97, Buenos
Aires, Noviembre-Diciembre 1990); “El derecho constitucional en la época de
Rosas” (Revista del Instituto de
Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, 33, Octubre-Diciembre
1993); “Sampay y la Constitución” (Realidad
Económica, 126, Buenos Aires, Agosto-Septiembre 1994); “Artigas, caudillo
argentino” (Revista del Instituto de
Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, 34, Enero-Marzo 1994); “Convenciones
Constituyentes” (Nueva Constitución de la
República Argentina, 1994); Caudillos
y Constituciones (1994); “Evolución constitucional y factores de poder
económico internos y externos tras la unificación argentina” (Congreso Nacional de
Historia Argentina; celebrado en la ciudad de Buenos Aires del 23 al 25 de
noviembre de 1995 bajo la advocación de los 150 años de la Batalla de la Vuelta
de Obligado, Buenos Aires, 1995, vol. II); “El Radicalismo y la crisis de 1930. Evolución
constitucional y factores de poder económico internos y externos tras la
unificación argentina” (Congreso Nacional
de Historia Argentina; celebrado en la ciudad de Buenos Aires del 23 al 25 de
noviembre de 1995 bajo la advocación de los 150 años de la Batalla de la Vuelta
de Obligado, Buenos Aires, 1995, vol. II); “El peronismo (1943-1955).
Evolución constitucional y factores de poder económico internos y externos tras
la unificación argentina” (Congreso
Nacional de Historia Argentina; celebrado en la ciudad de Buenos Aires del 23
al 25 de noviembre de 1995 bajo la advocación de los 150 años de la Batalla de
la Vuelta de Obligado, Buenos Aires, 1995, vol. II); “Ya su trono dignísimo
abrieron” (Desmemoria, 8, Buenos
Aires, Julio-Octubre 1995); “Antigua grandeza del Tucumán” (Revista del Instituto de Investigaciones
Históricas Juan Manuel de Rosas, 42, Enero-Marzo 1996); “La docta Córdoba”
(Revista del Instituto Nacional de
Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, 48, Buenos Aires, Julio-Septiembre
1997); “Autonomía de Jujuy” (Revista del Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Juan
Manuel de Rosas, 49, Buenos Aires, Octubre-Noviembre 1997); “Evita y la
Constitución del 49” (Desmemoria, 15,
Buenos Aires, Junio-Septiembre 1997); “El Chaco Gualamba” (Revista del Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Juan
Manuel de Rosas, 51, Buenos Aires, Abril-Junio 1998); “Homenaje a Pablo
Ramella: un intelectual-político” (Desmemoria,
17, Buenos Aires, Enero-Abril 1998); “La formación constitucional argentina” (Todo es Historia, 429, Buenos Aires,
Abril 2003); El Gigante de Mayo (2009);
Bicentenario de la Revolución de Mayo y
la Emancipación Americana (2010); La
Constitución justicialista de 1949 (2014) y Dalmacio Vélez Sarsfield (2016).
Participó de varias actividades
académicas como el Congreso Nacional de
Historia Argentina, celebrado en Buenos Aires del 23 al 25 de noviembre de
1995, bajo la advocación de los 150 años de la Batalla de la Vuelta de Obligado.
Entre los historiadores convocados por la comisión organizadora de ese evento se
puede mencionar a Luis Alén Lascano, Fernando Barba, Elena Bonura, Fermín
Chávez, Clemente I. Dumrauf, Emiliano Endrek, Yorga Salomón, Carlos Segreti,
Carlos Tagle Achával, Francisco H. Uzal y Mario Visiconte.
Lejos de un academicismo
obsecuente, al igual que tantos juristas de valía, e igualando en su posición
personal a su colega y maestro Arturo Enrique Sampay, su pluma tomó la
dirección de la crítica y la claridad en la historiografía constitucional. Por
ejemplo, al referirse a Juan Bautista Alberdi y su opinión contraria a la
codificación afirmó: “Alberdi no estaba de acuerdo con la codificación debido a
su filosofía historicista, pero al criticar ese método olvidaba que Gran
Bretaña, aunque internamente no adhería al sistema de códigos que en esos
momentos tenía difusión mundial, necesitaba códigos comerciales en los nuevos
países con que había trabado relaciones económicas, para una mayor garantía de
los comerciantes ingleses”.[3]
II. Introducción
Una de las cuestiones
más importantes tratadas en el Congreso de Tucumán, fue el referido a la forma
de gobierno y que se tradujo en el proyecto monárquico incaico presentado por
Manuel Belgrano. Propuesta de monarquía constitucional o temperada para las
Provincias Unidas de Sudamérica apoyado entusiastamente al principio por la
mayoría de los diputados con el objetivo de adaptarse a la realidad del país y
posibilitar la lucha por la independencia americana. De los congresales que
apoyaron el proyecto monárquico de Belgrano, cuatro eran sacerdotes: Manuel
Antonio Acevedo, Pedro Ignacio de Castro Barros, José Andrés Pacheco de Melo, y
José Ignacio Thames. Mientras que los otros tres eran abogados: Pedro Ignacio
de Rivera, José Severo Feliciano Malabia y Mariano Sánchez de Loria. Varios de
estos congresales estudiaron derecho en la Universidad de San Francisco Xavier,
en Charcas, donde sobresalió el conocimiento de los viejos tratadistas
hispano-indianos de Derecho Civil, Canónico, Natural y de Gentes. Como lo ha
sostenido Vicente O. Cutolo: “No fue, como generalmente se dice que los
doctores de Chuquisaca hubieran bebido en las furtivas lecturas de Rousseau, de
Montesquieu, Raynal o Condillac, ni en las Declaraciones de los Derechos del
Hombre, sino en aquellos autores que como Antonio Gómez, Diego Covarrubias y
Leyva, Solórzano y Pereira, Gaspar de Escalona y Agüero, Jacobo Menochio,
proclamaron antes que ellos principios de hondo contenido jurídico, moral y
filosófico”. José Severo Malabia se
doctoró en leyes, Pedro Ignacio de Rivera era graduado en cánones (1790) y
doctor en leyes (1793) al igual que José Mariano Sánchez de Loria (1798).[4]
También se nota la
importancia de la situación abierta por la crisis política de 1810, que
reafirmará para el clero rioplatense el rol de portavoz de las ideas del nuevo
poder. La idea de que el clero actuara como generador de consenso estuvo
presente desde el inicio del proceso revolucionario.[5]
Desde su exilio en Río de Janeiro, Carlos de Alvear en carta a José de
San Martín le manifestaba que las intenciones de Fernando VII eran las peores:
“Nada hay que esperar de un monarca tan cruel, y hoy no queda otro recurso que
vencer o morir, el querer alucinarse de otro modo sería perecer
irremisiblemente. De la Inglaterra no se debe esperar ningún auxilio está
fuertemente ligada con España”.[6]
La prensa fue el medio
primordial de que se dispuso en los primeros gobiernos patrios para la
formación de la opinión pública, por lo que su estudio es primordial para
determinar en qué grado las ideas filosóficas y políticas fueron adoptadas por
una minoría culta y dirigente. También permite apreciar en qué medida se fueron
trasvasando a la parte receptiva del cuerpo social para incorporarse a su
acervo de opiniones y creencias.[7]
Destacaba El Redactor que el Congreso
Soberano de las Provincias Unidas del Río de la Plata denominado “esperanza de
los pueblos libres” se había instalado en la ciudad de San Miguel del Tucumán
el día 24 de marzo de 1816, en medio de “las críticas circunstancias, a que nos
han reducido los contrastes e infortunios una guerra obstinada”. Fecha
consagrada por “nuestra madre la Iglesia a la memoria del adorable misterio de
la Encarnación del Hijo de Dios”. Se hizo necesario publicar “la erección
gloriosa de este respetable cuerpo de un modo digno de su representación, y
todo se efectuó el 25 siguiente”.[8]
Ya en febrero de 1816,
Belgrano estaba considerando la factibilidad de una opción incaica, por lo que
sólo faltaba la oportunidad de exponer su nueva propuesta monárquica en el
Congreso que se estaba por llevar a cabo en Tucumán. Es oportuno considerar que
el momento político era favorable a las ideas belgranianas. Hay que recordar
que en Europa se había firmado el 26 de septiembre de 1815 el pacto de la Santa
Alianza –integrado por Rusia, Prusia, Austria y posteriormente Francia- que
tuvo como objetivo principal impedir que se instaurasen repúblicas bajo las
formas de gobiernos liberales, democráticos, parlamentarios y constitucionales.[9]
Belgrano
entusiasmado con el proyecto lo comunicó en una carta a Manuel Ascencio
Padilla, misiva que la recibió su esposa Juana Azurduy, pues el destinatario
murió en un enfrentamiento con los españoles el 14 de septiembre de 1816. Le
remitía el despacho de coronel de milicias nacionales y que el Soberano Congreso
había resuelto “restablecer la monarquía de los antiguos Incas, destronada con
la más horrenda injusticia por los inicuos españoles”. Detallaba Belgrano que
había sido testigo de algunas sesiones “sobre ello y espero tener la gloria de
contribuir por mi parte a tan sagrado designio; en el entretanto poniéndose
usted y toda su gente bajo la augusta protección de mi Generala, que lo será
también de ustedes Nuestra Señora de las Mercedes”.[10]
III. El recurso al sistema
monárquico: ¿una solución a la realidad política?
Toda la América del Sur,
excepto las Provincias Unidas del Río de la Plata fueron reconquistadas por los
ejércitos de Fernando VII. Al respecto afirma Isidoro Ruiz Moreno: “Las hoy
Repúblicas de Venezuela, Colombia, Perú, Bolivia y Chile, estaban de nuevo en
su poder luego de vencerse los esfuerzos de sus naturales. Tan solo la causa
levantada por Buenos Aires en 1810 se mantenía aún combatiente. Agravando el
problema, el reino de Portugal, desde Río de Janeiro, amenazaba con una nueva
invasión a la Provincia Oriental, aprovechando las disidencias de Artigas y sus
seguidores en el Litoral rioplatense con las autoridades directoriales. Para
peor, el Protector de los Pueblos Libres
pretendía expandir su oposición a la conducción de la política nacional por el
gobierno residente en la Capital (él lo identificaba con “Buenos Aires”), y en
febrero de 1816 dirigirá una extensa profesión de fe al gobernador coronel
Martín Güemes desde su campamento en Purificación, para aunar esfuerzos”.[11]
En las sesiones del
Consejo de Estado español, se trataba la manera de hallar soluciones a la
política interna o exterior de la Península y a la grave situación de
Hispanoamérica. La diplomacia y gobierno del rey se esforzaban por elevar a
España a un plano destacado en la política europea, recuperar su antiguo
prestigio y territorios en el Viejo Mundo, mediante el apoyo de otras potencias
para mantener el acatamiento a la soberanía real. Pero la realidad reflejada en
las sesiones del Consejo de Estado -informes, memorias, resoluciones
gubernamentales y otros documentos- demostraba la ineficacia de retornar al
Antiguo Régimen.[12]
La situación rioplatense previa a la instalación
del Congreso era crítica. En el orden interno, los problemas eran graves, pues,
las provincias no obedecían al gobierno directorial, expresión del centralismo
porteño. A esto se sumaba la acción del artiguismo que se había extendido por
el litoral, llamando a la insurrección a Entre Ríos, Corrientes y Santa Fe.
También la situación religiosa se presentaba delicada e influía negativamente
en lo político, pues el pueblo estaba en contra de una revolución que fuera en
perjuicio del catolicismo. Por disposición de la Asamblea del año XIII cesaban
todas las autoridades extranjeras en el Río de la Plata. La interrupción de las
relaciones con Roma con estas provincias, significaba una violación unilateral
del concordato establecido con España en 1753. Como toda relación de Roma se
practicaba a través de España, rotas las relaciones de ésta con el Río de la Plata,
la Santa Sede dejaba de nombrar obispos, enviar sacerdotes, etc., lo que no
podría ser bien visto por el pueblo, quien enseguida estaba dispuesto a
identificar a la revolución como contraria a la religión.[13]
En
el Congreso General Constituyente convocado para sesionar en Tucumán por el
director interino Ignacio Álvarez Thomas, se volvió a plantear la cuestión de
la independencia. Aunque el tema era muy importante, no fue considerado hasta
los primeros meses de las reuniones. Los diputados habían comenzado a
llegar a principios de ese año y el gobernador Bernabé Aráoz tomó las medidas necesarias
para facilitar y organizar la reunión.[14]
Debe subrayarse que Álvarez Thomas ha sido
tratado por sectores de la historiografía como un gobernante ineficaz, al igual
que Antonio González Balcarce, “pero ni uno ni otro supo calmar las pasiones
internas, ni solucionar los grandes conflictos provinciales provocados desde el
exterior, como por ejemplo, la invasión portuguesa a la Banda Oriental”, como
planteó José R. Retamosa.[15]
Álvarez Thomas y González
Balcarce fueron criticados por un informe realista anónimo: “Ignacio Álvarez:
Ignorante y tímido capaz de entrar en cualquiera negociación que le asegure la
existencia. Fue Director y el primero que vendió patentes de corso: tiene un
hermano en el Ejército Real del Perú brigadier”; y “Don Antonio Balcarce: Era
teniente coronel por el rey, ahora brigadier. Es adusto terco, escaso de luces,
y no vive gustoso con la revolución: es uno de los que entraron al principio en
el partido portugués siendo Director por cuyo motivo fue depuesto por el
Cabildo y Junta de Observación: tiene grandes antecedentes en el asunto de la
revolución”.[16]
En la célebre sesión secreta
del 6 de julio, fue tratado el problema sobre la forma de gobierno. Belgrano
había sido invitado por el Congreso para que expusiese “sobre el estado actual
de Europa, ideas que reinaban en ella, concepto que ante las naciones de
aquella parte del globo se había formado de la revolución de las Provincias
Unidas y esperanzas de obtener su protección”.[17]
En
el temario brindado por Belgrano sobre este proyecto se destacaban los
siguientes puntos: 1°) La revolución americana había perdido prestigio y toda
posibilidad de apoyo en los poderes de Europa por “su declinación en el desorden
y anarquía continuada”; 2°) Había acaecido una mutación completa de ideas en
Europa en lo respectivo a forma de gobierno. Como el espíritu general de las
naciones en años anteriores, era republicarlo todo, en la actualidad se trataba
de monarquizarlo todo; 3°) Que “en su concepto la forma de gobierno más
conveniente para estas provincias sería la de una monarquía temperada; llamando
la dinastía de los Incas por la justicia que en sí envuelve la restitución de
esta Casa tan inicuamente despojada del trono” y el entusiasmo general con que
sería acogida por los habitantes del interior.[18]
Meses después, Belgrano
escribía a Bernardino Rivadavia, el 8 de octubre de 1816, describiendo los
pormenores de la sesión secreta: “Al día siguiente de mi arribo a ésta, el
Congreso me llamó a una sesión secreta y me hizo varias preguntas. Yo hablé, me
exalté, lloré e hice llorar a todos al considerar la situación infeliz del
país”. Sobre la materia en cuestión, decía que les habló a los congresistas de
la monarquía constitucional “con la representación soberana de la casa de los
Incas: todos adoptaron la idea”.[19]
Dardo Pérez Guilhou ha explicado claramente que al discutirse el
proyecto en varias sesiones, dieron su consentimiento la totalidad de los
miembros del Congreso: “Como conclusión de lo expuesto podemos afirmar que,
salvo la excepción indicada [Jaime Zudañes, diputado por La Plata], todos los
congresales apoyaron la forma monárquica constitucional de gobierno”.[20]
Como se puede ver, en la sesión del 31 de julio, se alzó en pro de la
candidatura del Inca la firme voz de Castro Barros, quien pronunció un prolijo
razonamiento a favor del gobierno monárquico constitucional por haber sido “el
que dio el Señor a su antiguo pueblo, el que Jesucristo instituyó en su Iglesia,
el más favorable a la conservación y
progreso de la religión católica y el menos sujeto a los males políticos que
afectan ordinariamente a los otros”. Asimismo, “sostuvo las ventajas del
[gobierno] hereditario sobre el electivo y las razones políticas que había para
llamar a los Incas al trono de sus mayores, despojados de él por la usurpación
de los reyes de España”.[21]
Con la irrupción del
sistema representativo dentro de él perdía sentido la tradicional dicotomía
monarquía/república en la medida que el poder efectivo residía en el cuerpo
representativo identificado con la rama legislativa del poder. En el discurso
político rioplatense de hombres de acción como José de San Martín, Juan Martín
de Pueyrredón –figuras más relevantes de la Logia Lautaro-, o de diplomáticos
como Bernardino Rivadavia y José Valentín Gómez, se clamaba por un gobierno
vigoroso cercano en espíritu al régimen caído. La representación de la
monarquía constitucional llamada “temperada”, siguiendo libremente los
principios postulados por Jovellanos, cuyo príncipe
monarchique fue definido con perfil rotundo por Hegel, se puede
conceptualizar como aquella en donde el monarca es “responsable” ante la
nación, según las prescripciones que la constitución establezca. Es decir,
donde el poder más que ejecutivo es gubernativo, en tanto poder vigilante y
activo, que se supone incesantemente ocupado en el gobierno y conservación del
Estado.[22]
Se ha marcado la
oposición de San Martín al federalismo, concretamente el de Artigas, visto como
un elemento perturbador de la necesaria independencia –tal vez por querer
imitar al federalismo estadounidense- y por ser concreción de un localismo que
no ayudaría a la organización.[23]
Desde Mendoza, San Martín le expresaba a Tomás Godoy Cruz su disconformidad con
la federación y que se mudara la capital fuera de Buenos Aires por “las justas
quejas de las provincias”. Insistía con su desconfianza hacia la federación y se
preguntaba: “¿si en un gobierno constituido, y en un país ilustrado, poblado,
artista agricultor y comerciante, se han tocado en la última guerra contra los
ingleses (hablo de los americanos del norte) las dificultades de una
federación, que será de nosotros que carecemos de aquellas ventajas?”.[24]
Sobre el pensamiento
político de San Martín, Bartolomé Mitre sostuvo que a pesar de ser republicano
por inclinación y por principio, la monarquía no le era antipática. Desde 1812
se habría inclinado por este sistema “como una solución ya que no como un ideal,
por cuanto consideraba difícil, si no imposible el establecimiento de un
régimen democrático”. Explicaba que faltaban elementos sociales y materiales
“para consolidar una república con un gobierno consistente, y que con un
monarca era más fácil radicar el orden, fundar la independencia, asegurar la
libertad y conquistar por el hecho aliados poderosos”.[25]
Adolfo Saldías también
notó el republicanismo de San Martín: “En cuanto a San Martín, -hoy está fuera
de duda- sus ideas se inclinaban a favor de la república. Así lo manifestó
expresamente, llamándose con orgullo, ante alguno de sus amigos del Congreso ciudadano republicano”.[26]
Otro crítico al sistema
federal fue Bernardo de Monteagudo, quien fundamentaba en 1815, que la
insinuada confederación era “absurda y contraria a sus mismos fines, porque
lejos de unir los pueblos, que debería ser su objeto, los alejará más unos de
otros: es antipolítica, porque ataca el vigor del Estado, que bajo la unidad
republicana se conserva en un grado más eminente”. Citaba el ejemplo de la
monarquía británica que se había manejado hasta poco tiempo antes bajo una
forma verdaderamente federal: “Inglaterra, Escocia e Irlanda que componen aquel
Imperio tenían leyes y establecimientos separados, bien que bajo la presidencia
de un solo rey”. Todo esto, hasta que se le ocurrió a un gran político “combinar
los intereses de los tres pueblos con la
reunión del Parlamento, estrechando así los vínculos que han de preservarlos de
los peligros de que antes se hallaban amagados”.[27]
Monárquicos y
republicanos tenían sus partidarios en Córdoba, sin embargo, serían más numerosos
los segundos. A fines de 1815, Ambrosio Funes en una carta a su hermano el deán
Gregorio Funes, se refería al republicanismo del diputado electo al Congreso,
José Antonio Cabrera: “Cabrerita anda siempre gritando y porfiando por la
república democrática. Supongo que en esto piensa Isasa y los suyos, menos un
amigo nuestro que está por la monarquía”.[28]
Sobre José Antonio Cabrera decía un informe realista anónimo: “Doctor
Cabrera: Cordobés; sujeto de conocimientos y penetrado del desorden
revolucionario, pero imprudente en su conducta pública. Atrabiliario”. Mientras
que respecto del deán Gregorio Funes mencionaba: “Doctor. Deán de Córdoba de
mucho crédito por su literatura, tímido patriota por las circunstancias, pero
amigo de la pacificación y sosiego público. Es lisonjero y en sus composiciones
plagiario”.[29]
El Congreso de las
Provincias Unidas de Sudamérica después de intensas discusiones, finalmente se
pronunció por la declaración de la Independencia el 9 de julio de 1816: “invocando
el Eterno que preside el Universo, en el nombre y por la autoridad de los
Pueblos que representamos, protestando al Cielo, a las naciones y hombres todos
del globo la justicia, que regla nuestros votos”. Declaraban los diputados “solemnemente
a la faz de la tierra, que es voluntad unánime e indubitable de estas provincias
romper los violentos vínculos que las ligaban a los reyes de España, recuperar
los derechos de que fueron despojados, e investirse del alto carácter de una
nación libre e independiente del rey Fernando VII, sus sucesores y metrópoli”. Aclaraban
que de hecho y de derecho quedaban “con amplio, y pleno poder para darse las
formas, que exija la justicia, e impere el cúmulo de sus actuales
circunstancias”. Las provincias “así lo publican, declaran y ratifican,
comprometiéndose por nuestro medio al cumplimiento y sostén de esta su
voluntad, bajo el seguro y garantía de sus vidas, haberes y fama”.[30]
Sostiene Gonzalo Segovia que la denominación “Provincias Unidas” es de
origen extranjero: “En este debate se refleja el conocimiento que entonces se
tenía de algunas experiencias federales o confederales de cierto éxito: Estados
Unidos, Suiza, los Países Bajos […] Pero también hay en esta denominación una
fuerte connotación geopolítica. El nuevo país se va adecuando, geográficamente,
al molde del Virreinato del Río de la Plata”. Advierte Segovia el cambio de
este sentido geográfico político adoptado en el Congreso de Tucumán: “que
aparentan traducir un cierto americanismo, que puede deberse en parte al
proyecto monárquico de los Incas y a las aspiraciones continentales que
despertaba la gesta sanmartiniana, en combinación con los ideales bolivarianos
de unidad sudamericana”.[31]
Margarita Hualde y Pérez
Guilhou hace medio siglo, ya habían advertido que la polémica “monarquía versus
república” fue más ficticia que real, y que el periodismo no se polarizó en
términos tan antagónicos: “Ningún periódico adhiere a la monarquía absoluta ni
piensa en la entronización de un príncipe español. Optan decididamente por la
monarquía constitucional El Observador
Americano y El Censor (a partir
de agosto de 1816)”.[32]
Belgrano manifestó en El Censor que el reconocimiento de la
legitimidad de la casa de los Incas, con sede en el Cuzco, era un pensamiento
“racional, noble y justo” con el que la patria se aseguraría “la losa del
sepulcro de los tiranos”.[33]
El Censor
fue un periódico órgano del cabildo de Buenos Aires, creado por una disposición
en el Estatuto Provisional de 1815 y dirigido por Antonio José Valdés. Comenzó
a aparecer el 15 de agosto de 1815 y desapareció el 6 de febrero de 1819 con el
N° 177. En el N° 55, del 12 de septiembre de 1816, incluyó las proclamas de
Belgrano y Güemes a favor de la monarquía incaica y comenzó la publicación de
la carta del primero lo que motivó la polémica con La Crónica Argentina. Luego, en el N° 56, del 19 de septiembre,
terminó la publicación de la carta de Belgrano y anunció que iba a buscar una
constitución sujeta a la naturaleza de las circunstancias. En el N° 57, del 26
de septiembre, asumió directamente la defensa de Belgrano y Güemes; y por
último en el N° 58, del 3 de octubre, se lanzó con decisión a defender la
monarquía con un Inca a la cabeza.[34]
De Martín Miguel de Güemes decía un informe realista anónimo: “Coronel y
gobernador de Salta. Patriota en el concepto de los peruleros y de ideas
españolas entre los de Buenos Aires. Muy querido en Salta. No conoce la táctica
militar pero es buen guerrillero a la cabeza de los gauchos”.[35]
Fray Cayetano Rodríguez,
diputado por Buenos Aires, en una carta fechada a fines de 1815, había fijado
su pensamiento respecto del próximo Congreso: “Constituyámonos primero y
después pensaremos que forma de gobierno adapta a nuestra situación local, al
genio natural de los habitantes, a nuestras relaciones exteriores y al carácter
de la potencia a que debemos unirnos, que pueda y deba garantir nuestras
resoluciones”.[36]
Rodríguez junto con el
deán Funes fueron los redactores del El
Redactor del Congreso Nacional, que apareció en Buenos Aires el 1° de mayo
de 1816 y concluyó el 28 de enero de 1820, con un total de 52 números. Respecto
a la discusión sobre formas de gobierno, El
Redactor soslayó un pronunciamiento claro y en el N° 25 del 25 de julio de
1816, destacó que los pueblos debían elegir una postura intermedia que diera
lugar a la razón, al juicio y a la prudencia. Prevenía sobre los excesos del
gobierno monárquico, que solía caer en un despotismo absoluto, pero a la vez
advertía que cuando los pueblos huían indiscriminadamente de esta forma estaban
amenazados de caer en el otro extremo desolador de un interregno perpetuo.[37]
Vicente Pazos Silva –o Pazos Kanki, como le gustaba firmar para recordar
su origen aimara- era un sacerdote nacido en el Alto Perú, y que volvió de
Londres casado y convertido al protestantismo. Afirmaba Mitre, que Pazos Kanki tenía
un “carácter excéntrico, de moralidad equívoca, con un juicio desequilibrado y
una inteligencia bastante cultivada y activa, nutrida con fuertes lecturas”.[38]
Dirigió el periódico La Crónica Argentina,
que se editó del 30 de agosto de 1816 al 8 de febrero de 1817. Simpatizante del
federalismo y de José de Artigas, llegó incluso a transcribir una carta anónima
de un diputado, escrita desde Tucumán donde daba a entender que la idea del
Inca estaba debilitada. Con respecto a este tema, en el N° 23, de noviembre de
1816, al mismo tiempo que reiniciaba con inusitada violencia la crítica a la
monarquía incaica, sentaba una nueva tesis ideológica contraria a la anterior.
Negaba al Congreso y a todas las asambleas de notables, capacidad
constituyente, exhortándolos a que se dediquen a gobernar y no a discutir
formas de gobierno. Consideraba la propuesta de entronizar a un Inca como una
locura, y hacía ver el estado de disolución en que se encontraba esta dinastía
indígena. También sostuvo que esta propuesta era de origen español para
promover la división entre los americanos.[39]
Manuel Antonio de Castro fue un publicista y jurista fecundo. Según
Ricardo Levene: “Sus escritos completos constituyen material para cinco
volúmenes, por lo menos, que no creo sea necesario realizar, pues algunos de
ellos sólo tienen hoy valor documental”.[40] Según
un informe realista anónimo Castro era un talento “y puede sacarse partido de
él. Era gobernador de Córdoba”.[41]
Dirigió el periódico El Observador
Americano que vio la luz el 19 de agosto de 1816 y el último ejemplar fue
el N° 12, del 4 de noviembre del mismo año. Esta publicación se pronunció por
una monarquía temperada como la forma de gobierno más conveniente y la única
que afianzaría la felicidad de los pueblos americanos. Enfatizaba Castro, que hacía
tiempo se hablaba de un gobierno monárquico constitucional, pero desde un año a
esa parte y sobre todo en los últimos meses la idea se había generalizado en el
sentido de crear una nueva dinastía o llamar a la antigua de los Incas. No se
expedía sobre cuál sería la más conveniente de éstas, pero aclaraba que la idea
de la monarquía incaica ya circulaba antes de que Belgrano la planteara en el
Congreso.[42]
Julio Pinto y Gabriela Rodríguez han sugerido que en el derrotero
institucional argentino, luego de la independencia del virreinato “las
tendencias institucionales centrífugas superaran ampliamente a las centrípetas,
y que el sentimiento de Nación fuera extremadamente débil en la región”. Para
estos autores esta es la razón por la que se dieron de forma inicial “los
denodados esfuerzos de Manuel Belgrano y de otros hombres de Mayo, quienes,
tras la declaración de la Independencia, trataron de influenciar al Congreso de
Tucumán –en el que predominaban los diputados altoperuanos- para que asumiera
como propia la identidad nacional del período precolombino, que sería
representada institucionalmente por la monarquía constitucional incaica”.
Expectativa presente en la bandera nacional, cuyo sol era también el símbolo
del poderío incaico o en la letra inicial del Himno Nacional, al invocar
Vicente López y Planes: “Se conmueve del Inca la tumba y revive en sus huesos
el ardor, al ver renovado en sus hijos de la patria el antiguo esplendor”.[43]
Respecto del apoyo de las provincias norteñas a la guerra de la independencia
hay que recordar que un oficio del teniente de gobernador de Mendoza, José de
Moldes, a la Junta Provisional de las Provincias del Río de la Plata, donde solicitaba
se aprobara una escarapela nacional “con alusión al sur, celeste, y las puntas
blancas por las manchas que tiene este celaje que ya hemos despejado”. Llama la
atención las divisas de graduación propuestas que tenían por base al sol y que
“tiene alusión con lo más sagrado que adoraron nuestros abuelos”.[44]
El diputado porteño Juan
José Paso, al declararse la Independencia tuvo a su cargo la lectura del
trascendental documento. Y en la discusión sobre la forma de gobierno, Paso se
manifestó partidario de la monarquía constitucional como garantía de la unión y
freno de los peligros de la anarquía. También se le encomendó redactar una
propuesta al Directorio, en el que el Congreso se manifestaba dispuesto a
aceptar un protectorado de la casa de Braganza, e incluso proponer la
coronación de un infante del Brasil o de cualquier príncipe extranjero. Sin
embargo, Pueyrredón la rechazó por indecorosa.[45]
San Martín se refería a varias
causas que provocaron la aparición cierta del ideario monárquico. Las sintetizó
en carta a Tomás Godoy Cruz, donde valoraba en primer término la necesidad de
afianzar la independencia, asimismo anticipaba con sus expresiones la
imposibilidad de entendimiento con España. En segundo término, justificaba la
monarquía por la presencia de la corona portuguesa que no vería de buen agrado
un vecino republicano. Además, subrayaba, que la carencia rioplatense de
elementos culturales notables y la exigua población en tan vasto territorio
harían imposible prestigiar una república. Se ha dicho también que el liberalismo
de San Martín estaba acompañado por un fuerte tinte conservador que propiciaba
garantizar la libertad individual y comunitaria por el seguro camino del orden.
“En la misma línea –resaltó Pérez Guilhou- estuvieron Belgrano, Güemes,
Pueyrredón, Rivadavia y los congresales de Tucumán. Pero nadie dudó que el
futuro monarca no recibiría su investidura del derecho divino sino de la ley”.[46]
En otros países
hispanoamericanos como México, también se realizaron intentos de establecer
monarquías. Como en el caso del proyecto constitucional firmado en Tacubaya el
18 de septiembre de 1821, es decir a nueve días de consumarse la independencia
mexicana con motivo de la llegada del Ejército Trigarante encabezado por
Agustín de Iturbide. Este Plan de una
Constitución para el Imperio Mexicano de autor desconocido, trató de juntar
indianidad y modernidad: “Este plan ha sido bosquejado, no solamente después de
un estudio profundo de las constituciones antiguas y modernas, sino también
consultando con los principios luminosos de los mejores publicistas”. Los
publicistas “que han escrito con acierto sobre la materia sin desentenderse y
acomodándose a las costumbres, carácter y necesidad de las clases que componen
este vasto Imperio, en unísono con el sistema monárquico moderado, que
felizmente ha adoptado la Nación; y que se acuerda perfectamente con las
opiniones y los intereses de las naciones cultas de Europa”.[47]
IV. El problema dinástico:
buscando al Inca
En
un discurso dirigido a los alumnos del Colegio Nacional, en 1882, el
intelectual católico José Manuel Estrada daba su opinión sobre el monarquismo y
la dinastía Inca. Hacía referencia a que entre las dinastías extranjeras la
incaica contrariaba el sentimiento nacional, así, “la dinastía de los incas
excitaba repulsiones más vivas que las nacionales: la repugnancia de raza, la
altivez del elemento blanco, que por emanciparse de España, no renunciaba su
carácter conquistador de la tierra”. Por eso “eran pura ilusión las esperanzas
de los monarquistas argentinos, que hasta 1820, imaginaron organizar, bajo una
potestad real, un pueblo, que ya no podía ser gobernado, sino en concierto con
su índole y complexión”.[48]
Sin embargo, el Congreso
aceptó que parte del antiguo simbolismo incaico quedara plasmado oficialmente, por
ejemplo, cuando dispuso las características que debían distinguir a la banda
usada por el Supremo Director de Estado. Así en oficio fechado en Buenos Aires
el 26 de febrero de 1818, advertía que “serán peculiares y privativas de ella
los dos colores blanco y azul que la distinguen en la forma que hasta ahora se
han usado, y en ella se pondrá un sol bordado de oro en la parte que cruza
desde el hombro hacia el costado”. En oficio de la misma fecha, el Congreso
comunicaba que la bandera nacional de guerra llevará “un sol pintado en medio
de ella”.[49]
Poco después de que Manuel
Belgrano expusiera ante el Congreso su opinión sobre la monarquía como forma de
gobierno, el proyecto fue presentado oficialmente por el diputado catamarqueño
Manuel Antonio Acevedo. El proyecto de Acevedo difería del de Belgrano en que
en lugar de proponer a un miembro como único heredero directo, planteaba
restablecer la dinastía sin indicación de persona. Poco se discutió a quién y
cómo se daría la corona, ni en qué posición recíproca vendrían a quedar los
indígenas y criollos después de ese repudio tácito a la conquista.[50]
Ha observado Vicente D. Sierra sobre el Congreso y el régimen de
gobierno: “Una serie de factores de distinto orden y valor determinó que la
cuestión no se resolviera con facilidad, y así, al entrar en el debate de la
constitución por dictarse, el tema se complicó con el de la dinastía a la que
se habrían de confiar los destinos del nuevo Estado”.[51]
Muchos
años después, Tomás Manuel de Anchorena explicaba a Juan Manuel de Rosas sobre
la fracasada tentativa de coronar a un Inca difícil de hallar. El ex diputado
afirmaba que más allá de las discusiones de un gobierno monárquico
constitucional, lo ridículo era “la mira en un monarca de la casta de los
chocolates, cuya persona, si existía, probablemente tendríamos que sacarla
borracha y cubierta de andrajos de alguna chichería para colocarla en el
elevado trono de un monarca, que deberíamos tenerle preparado”. Hay que señalar
el testimonio de Anchorena, quien le habría preguntado privadamente a Belgrano
“por una ocurrencia tan exótica”, a lo que contestó “que él lo había hecho con
ánimo de que corriendo la voz, y penetrando en el Perú se entusiasmasen los
indios y se esforzasen en hostilizar al enemigo”.[52]
Un realista autor de un informe anónimo expresaba
sobre los hermanos Anchorena: “Don Juan José Anchorena: Comerciante de gran
crédito e influjo público, con facilidad hace una revolución: ha figurado en
ellas pero siempre con miras pacíficas destruyendo los embates e intentonas fraccionarias
y sugiriendo la concordia. Quiere bien a los españoles europeos: ha desempeñado
empleos de consecuencia y despreciado otros muchos. Hombre de juicio e
integridad y se le considera capaz de un acomodamiento con España”; y “Doctor
Don Tomás Anchorena: Diputado en el último Congreso y hermano del anterior: no
de tanto crédito pero sí de ideas semejantes”.[53]
En ese momento crítico, los realistas desde Río
de Janeiro, remitían a la corte del rey un informe anónimo sobre las Provincias
del Plata. Se comunicaba el 7 de noviembre de 1816, que el Congreso seguía en
Tucumán, y “que éste decretó ya la independencia del señor don Fernando VII y
de toda la testa coronada; la ha jurado y celebrado mucho, pero no tienen seis
mil hombres para sostenerla”. Además, el “citado Congreso se halla discutiendo
si convendrá coronar a un descendiente de los Incas”. Así, existía “mucho
partido por semejante medida, y los tales Incas tienen ya de indio lo mismo que
yo”. El informe no era muy optimista sobre la coronación del Inca: “Veremos lo
que sucede, pero estemos seguros que cosa juiciosa no la hemos de ver”.[54]
Sin embargo, podían
encontrarse fácilmente descendientes de los Incas, ya blancos, con una posición
destacada e influyente, y también vivían vástagos de la dinastía incaica en muy
buena situación económica y social. Entre los primeros se puede recordar, por
citar sólo a algunos, a los hermanos Carrera -octavos nietos de Bárbola Coya
Inca, mujer de Garci Díaz de Castro-; a José Matías Zapiola y a Bonifacia de
Lezica, cuñada de Anchorena –octavos nietos de Inés Huaylas Ñusta, mujer de
Francisco de Ampuero-. De esta forma, cualquiera de éstos hubiera podido hacer
valer su filiación. También subsistía una dilatada sucesión, residente
precisamente en Tucumán, de la misma princesa antepasada de los Carrera.[55]
Entre los miembros descendientes
de la casa real incaica se encontraban indígenas o mestizos como Juan Bautista Condorcanqui
–hermano de José Gabriel Condorcanqui-, quien al debatirse el proyecto
monárquico estaba preso en las mazmorras españolas. Después de ser liberado arribó
a Buenos Aires en 1822 a la edad de ochenta años. Sus restos se encuentran en
el cementerio de la Recoleta y figura como enterrado el 2 de septiembre de 1827
con el nombre de “Juan Bautista Tupamaro”, pero nadie ha podido ubicar su
tumba. Los largos años de prisión y sufrimientos fueron relatados en sus Memorias: “A los 80 años de edad y
después de 40 de prisión por la causa de la independencia, me hallo
transportado de los abismos de la servidumbre a la atmósfera de la libertad, y
por un nuevo aliento que me inspira, animado a mostrarme a esta generación,
como una víctima del despotismo que ha sobrevivido a sus golpes, para asombro
de la humanidad”. Exclamó cuando llegó a América: “Aquí los brazos de mis
hermanos ya independientes se extendieron para estrecharme”. Advertía su
pertenencia a una familia heroica: “Una familia inocente e ilustre que había
mantenido toda la pureza, sencillez y dulzura de nuestros virtuosos padres y
antiguos Incas”.[56]
Sobre la rebelión de
Túpac Amaru, es interesante examinar la correspondencia entre José de la Cuadra
y Juan Esteban de Anchorena, donde el primero le comentaba al segundo sobre la
ayuda inglesa al Inca, -en realidad un poco tarde, pues éste último acababa de
ser ejecutado el 18 de mayo de 1781-: “Los más opinan que el destino del inglés
será a la costa de Arica, con el fin de auxiliar al rey fingido, y si es así no
creo logre ningún favorable partido”.[57]
Un descendiente de la
familia real fue Dionisio Inca Yupanqui, diputado suplente por el virreinato
del Perú ante las Cortes de Cádiz. Había nacido en el Cuzco y se educó en el
Seminario de Nobles de Madrid, llegó a ser coronel de un Regimiento de
Dragones. Luchó contra los invasores franceses, teniendo algunas destacadas
intervenciones en los debates de las Cortes –como en el tema de la igualdad de
representación-, al igual que los diputados Dueñas, Gordillo, Huerta, Laserna,
Luján, Mendiola y Mejía, Ostolaza, Parada, y Pérez de Castro. En la sesión del
16 de diciembre de 1810 habló del desconocimiento de España sobre América: “La
mayor parte de sus diputados y de la nación apenas tiene noticia de este
dilatado continente. Los gobiernos anteriores le han considerado poco, y sólo
han procurado asegurar las remesas de este precioso metal, origen de tanta
inhumanidad, del que no han sabido aprovecharse”. Inca Yupanqui votó en contra
del acuerdo que resolvía que el virrey Fernando de Abascal continuase
gobernando, no obstante haberse pedido su inmediata separación “por haber sido
predilecto de Godoy”. Su hermano Manuel Inca Yupanqui fue Intendente del
Ejército de Napoleón y Gentilhombre del rey.[58]
Otro candidato al cetro
inca fue el sacerdote racionero de la catedral de La Plata, Juan Andrés Ximénez
de León Manco Cápac. Este personaje fue el primer capellán de las fuerzas
armadas argentinas, descendiente legítimo de los emperadores del Perú. Los
profundos conocimientos de la región y su influjo sobre los indios hacían
valiosa su incorporación al Ejército Auxiliar del Perú, obtenida gracias al
gobernador intendente de La Plata. Así lo declaró él mismo en nota al gobierno
del 4 de agosto de 1813: “Desde que se instaló felizmente el gobierno de las
Provincias Unidas, se dignó S. E. conferirle el título de primer capellán y
vicario general del Ejército Auxiliar del Perú […] en cuya virtud despreciando
todas las comodidades y perdiendo sus intereses, se puso en peligro de perder
la vida, y despreció los honores con que lo habían honrado los reyes de España”.
Ximénez de León Manco Cápac debió ser de la más estrecha confianza de los
revolucionarios como Juan José Castelli, pues, el representante de la Junta no
dudó en apoyar calurosamente sus reclamos de funciones castrenses. Además, el
médico inglés Diego Paroissien, al escribir al conocido intrigante Padilla, le
transmitió afectuosos recuerdos de su querido “compatriota”. En 1811, se le
expidió despacho de capellán castrense del Ejército Libertador, y fue Belgrano
quien testimonió laudatoriamente sobre el patriótico comportamiento del
canónigo Ximénez de León Manco Cápac. Al retirarse del Alto Perú las tropas
argentinas, quedó sin su canonjía y sin su empleo de capellán castrense. Los
rastros de este sacerdote se perdieron en 1815, en dos documentos donde
mencionó su parte en la distribución de las presas siendo capellán de la flota al
mando de Guillermo Brown, y en un reclamo para que se le abonaran los
emolumentos por su canonjía en Charcas.[59]
V. Fracaso del proyecto
No debe causar
extrañeza que las ideas monárquicas hayan persistido en el Río de la Plata
durante los diez primeros años de la Revolución. Antes de 1810, con la prisión
de Fernando VII por los franceses, varios personajes destacados –Manuel Belgrano,
Juan José Castelli, Mariano Moreno, Cornelio de Saavedra, Hipólito Vieytes,
etc.- pensaron en la regencia de su hermana Carlota de Borbón, esposa del
príncipe Juan de Portugal, refugiados ambos en Brasil. El 25 de mayo de 1810, según
Moreno, aquellos juraban no reconocer otro soberano que Fernando “el más amado
de los monarcas”. Sin embargo, en abril de 1811, Manuel de Sarratea se dirigió
a Río de Janeiro “para negociar el coronamiento de la princesa Carlota y la
subsiguiente transferencia de la corona del Plata al príncipe don Pedro de
Braganza”, pero este plan fracasó. Posteriormente, cuando el rey español fue
restablecido en el trono el 11 de diciembre de 1813, el Segundo Triunvirato
propuso la paz al general Joaquín de la Pezuela por cesar los motivos de la
guerra, enviando a España comisionados “para conciliar nuestros derechos con
los que él tiene al reconocimiento de sus vasallos”.
Fernando VII se negó a tratar con “pueblos rebelados”, agregando que “la
clemencia es debilidad” y que perecieran todos “si es preciso, y a los que
escapen de la muerte, sólo les quede en su alivio ojos para llorar”. Ante esta
situación, las gestiones de Bernardino Rivadavia, Belgrano y Sarratea se
encaminaron a la proclamación de Carlos IV o a la de su hijo Francisco de
Paula. El director Carlos de Alvear, mientras tanto, ofreció a Inglaterra la
corona del Plata: “Estas provincias desean pertenecer a la Gran Bretaña,
recibir sus leyes, obedecer a su gobierno y vivir bajo su poderoso influjo.
Ellas se abandonan sin condición alguna a la generosidad y buena fe del pueblo
inglés”.[60] Un informe secreto realista anónimo decía sobre Alvear:
“Bien conocido y en el día se cree trabaja a favor de los portugueses”.[61]
El representante Tomas
Manuel de Anchorena sostuvo que de acuerdo a la naturaleza del país no se
encajaba en la monarquía, basándose en “la mayor resistencia de los llanos a la
forma monárquica de gobierno, y por la imposibilidad moral de conformar a unos
y otros bajo la misma forma y gobierno que se adoptase para los de las
montañas”, por lo que apoyaba la federación.[62]
Además, recordaba años después, que cuando se produjo el nombramiento de
diputados para el Congreso, el poder conferido a cada uno de ellos era “para
que determinasen el lugar en donde deben continuar las sesiones y proceder
inmediatamente a fijar la suerte del Estado y formar y dar constitución que
deba regirlo”. Pero en las instrucciones “nada se les dice de la forma de
gobierno, sino esto solo, y por consiguiente no se excluye, al menos
expresamente, el monárquico constitucional”.[63]
La Crónica Argentina polemizó
con El Censor sobre las ventajas e
inconvenientes de una dinastía incaica en el Plata. Su redactor se quejaba de
que traiga a discusión de un problema práctico la opinión de los teóricos,
burlándose de su oponente por citar a Gaspar de Real como autoridad en la materia:
“Querer en el día enseñar política por Mr. Real como obstinarse en enseñar
medicina por Buchan o la filosofía por Losada. Mr. Real tuvo celebridad en su
tiempo; pero después de los escritos de un Montesquieu, un Burke, un Price, un
Adams y otros muchos, su gloria ha desaparecido”.[64]
La historiografía de la independencia argentina
ha manifestado diversas interpretaciones sobre el fracaso del proyecto
monárquico de Belgrano, en su mayor parte críticas. Al enfocar
Bartolomé Mitre la propuesta presentada por Belgrano, la calificó de
extravagante en la forma e impracticable. Subrayaba que “era una idea que
estaba en la cabeza de muchos pensadores, y tenía su razón de ser, si no en los
hechos, por lo menos en la imaginación, que a veces gobierna a los pueblos más
que el juicio”. Esto podría ser más valedero en los países en que la población
indígena o mestiza prevalecía y constituía el elemento activo, como en los
casos de México o Perú.
La propaganda revolucionaria difundía con
entusiasmo “los manes de Manco Capac, de Moctezuma, de Guatimozín, de
Atahualpa, de Siripo, de Lautaro, Caupolicán y Rengo, como a los padres y
protectores de la raza americana”. De este modo, los Incas especialmente
constituían entonces “la mitología de la revolución: su Olimpo había reemplazado
al de la antigua Grecia; su sol simbólico, era el fuego sagrado de Prometeo,
generador del patriotismo; Manco Capac, el Júpiter americano que fulminaba los
rayos de la revolución, y Mama Ocllo, la Minerva indígena que brotaba de la
cabeza del padre del nuevo mundo fulgurante de majestad y gloria”.[65]
Señaló José Manuel Estrada, que el proyecto de
Belgrano fue una mitología de la
revolución: “Cuando los primeros bandos republicanos buscaban en el Olimpo
griego los dioses del derecho y de la fuerza, buscaban también en la tumba de
los Incas el eco amigo y uniónico de la libertad, bajo cuyo amparo se alzaba el
pueblo”. Por su parte, afirmaba que ni “la raza criolla, que hacía la
revolución desciende de la sangre indígena: ni el Inca fue para el hombre
primitivo de la cordillera y los valles argentinos, sino conquistados y
tiranos”. La forma de gobierno monárquica proyectada en
el Congreso concluyó en un fracaso: “Cuando el Dr. Acevedo promovió este debate
se declaró por la monarquía constitucional. San Martín y Belgrano coadyudaban a
tan estériles combinaciones, aterrados por el aspecto amenazador que tomaba la
anarquía”.
Este era el punto de partida del Congreso “que
debe ser nuestro criterio”, afirmaba Estrada. A todo esto, el “tumultuoso
nacimiento de la democracia ponía parar en aquellas almas honestas y leales, y
creyeron que extirpar el germen del frenesí popular, el amor de su soberanía,
sofocándolo bajo la prepotencia de un rey, una obra patriótica y racional. No
veían ni la eterna justicia del principio ni su pureza esencial”. Con respecto a la oposición de los diputados
al proyecto de “utopía”, mencionó Estrada: “Sólo uno de los diputados, el Dr.
Anchorena, salvó su conciencia de republicano, porque trayendo a recuerdo de
sus lecturas de Montesquieu, no encontraba propicio el suelo de las Provincias
Unidas, para la ubicación etnográfica de la monarquía. El padre Oro reclamaba
solamente una consulta previa a las provincias”.[66]
Adolfo Saldías hacía la
siguiente reflexión: “Había además en el seno del Congreso otro grupo, formado
por los diputados del Alto Perú, que prohijaba los cándidos proyectos de
Belgrano sobre la monarquía de la casa de
los Incas; y que contaba, en todo caso, con el apoyo de otros diputados
monarquistas”. Pero en el caso de esos proyectos monárquicos “nunca
respondieron al ideal político de ninguno de los prohombres de nuestra
Revolución, si se exceptúa a Belgrano; sino a las exigencias cada vez mayores
de nuestra diplomacia guerrera, que
tendía a librarnos del poder militar de España.[67]
Martin V. Lazcano
recordó que Francisco de Miranda presentó a Pitt un plan de Gobierno Incaico
monárquico constitucional en 1790 y reiterado en 1798. Algunas de sus cláusulas
eran: “El Poder Ejecutivo sería delegado a un Inca hereditario, con el título
de Emperador”. Una Alta Cámara estaría compuesta “de Senadores o Caciques
vitalicios, nombrados por el Inca, y la Cámara de los Comunes escogida, por
todos los ciudadanos del Imperio, había de tener atribuciones semejantes a la
del Parlamento Inglés”. El Inca designaría “a los ministros del Poder Judicial,
cuyos cargos son vitalicios”. Lazcano refirió “que la idea del gobierno incaico
resurgió en 1816, patrocinado por el general Belgrano”, teniendo las simpatías
de San Martín quien la apoyaría “no a base de un Consejo pluripersonal, sino de
uno unipersonal, llamársele Regente del
Reino”.[68]
Desde otra visión,
Cayetano Bruno, respecto al debate sobre la forma de gobierno, planteaba que la
adopción del Inca y del Cuzco como capital, si bien en la actualidad parezca
una idea peregrina, no lo era entonces: “Por haber sido la intervención de los
eclesiásticos determinante en este punto que, sin embargo no llegó a
resolverse, es menester estudiarlo con algún espacio”. Observaba que la
cuestión de la monarquía temperada o constitucional “se venía defendiendo desde
los comienzos de la revolución; y era lo más valedero entonces, dado el repudio
general que la revolución francesa se había granjeado en la vida pública”.[69]
Otra opinión valedera,
en este caso, es la de Vicente D. Sierra, quien evaluó muchos factores que
contribuyeron al fracaso del proyecto incaico: “No sólo no se produjo el efecto
que se esperaba en las masas indígenas del Alto y Bajo Perú; también debe
tenerse en cuenta que muchos de los que se plegaron a él lo hicieron más por
odio a Buenos Aires que por gusto de la idea”. Sierra resumió un informe muy
interesante del presbítero Antonio Sáenz del 1° de febrero de 1817: “Destacó
Sáenz que la rivalidad que se produjo denunció hasta qué punto la idea de coronar
a un Inca en el Cuzco respondió al propósito de disminuir a Buenos Aires,
contra la cual eran grandes las prevenciones de las provincias por estimar
arbitraria la forma como administraba las rentas de la aduana”.[70]
Un atento examen de esta
cuestión, lo hizo Leoncio Gianello, quien señaló sobre el plan monárquico de
Belgrano, los que sostuvieron su realización “bajo el pretexto de que fueron simulaciones, máscaras, para cubrir otros designios reales”. Pero no fue así,
dijo este autor: “No hubo tal simulación. Se creyó sinceramente en el Inca,
aunque hoy nos sea difícil comprenderlo sin comprender y conocer antes la
realidad de aquel momento histórico”. Fracasó porque fue postergado “para
adoptar otro plan que se creyó más viable o más conveniente”.[71]
Dardo Pérez Guilhou, se
ha referido a las actitudes asumidas por fray Justo Santa María de Oro y Tomás
Manuel de Anchorena, negando su republicanismo: “Conocida es la actitud del
padre Oro quien, en la sesión del 15 de julio, al ver inclinados los votos de
los representantes a adoptar el sistema monárquico constitucional, expuso que
para proceder a declarar la forma de gobierno era preciso consultar previamente
a los pueblos”. Seguidamente Pérez Guilhou recalca que estas palabras
transcriptas en los textos escolares y con las cuales se ha simpatizado “no
significan que el padre Oro fuera republicano, ya que él invocaba la necesidad
de la consulta sin manifestarse ni a favor de la monarquía ni en contra de
ella; más bien pensamos que Oro adoptó tal actitud para debilitar la
candidatura del Inca, que en esos momentos contaba con amplia mayoría”.[72]
Sostuvo Félix Luna que
la historiografía clásica dejó de lado las dos centurias anteriores a la época
patria: “Y lo cierto, es que todo lo que ocurre a partir de 1810 tiene su
explicación y su fundamento en los siglos anteriores. Por ejemplo, si los
intentos monarquistas carecen de andamiento en la década primera de la
emancipación, 1810-1820, es porque la formación social y política del antiguo
virreinato carecía de las formas aristocráticas que existían en otras partes
del continente, es decir, que ya desde la época colonial esta parte de América
estaba preparándose para asumir formas políticas desprovistas de todo sentido
aristocratizante, que se van a dar claramente a partir desde 1810, es decir,
que a partir de 1810 no es más que una consecuencia muy clara del proceso que
se inicia mucho antes, pero inconscientemente nosotros tendemos a ver 1810 como
si fuera una neta y drástica separación de una etapa con respecto a la otra,
cuando en la realidad los procesos seguían fluyendo cotidianamente”.[73]
VI. Conclusiones
La situación militar y
el retorno al poder de Fernando VII decidido a sofocar a los insurgentes,
impulsó al director Gervasio de Posadas a enviar a una misión diplomática ante
las cortes europeas, con el objeto de interesarlas por la independencia de la
región. El plan contemplaba la coronación de un hijo de Carlos IV, Francisco de
Paula, dentro de un proyecto de monarquía constitucional con el nombre de Reino
Unido del Río de la Plata. Al fracasar este proyecto, Manuel de Sarratea
respaldó la formación de un estado independiente con un príncipe de la casa
real española, pero la intransigencia del rey impidió las conversaciones.[74]
El proyecto de Belgrano
y otros que le siguieron fracasaron por múltiples e importantes razones. Quizá
la más decisiva fue la que invocó Manuel Moreno desde el periódico El Independiente. Después de hacer un
estudio sobre nuestra sociedad, arribaba a la conclusión de que en ella no
existían nobles ni personas que pudieran entender serlo. Porque la monarquía
moderna, como lo destacó Montesquieu, era inseparable de la nobleza de sangre,
clase socialmente superior. Decía también que en nuestro país, el estado social
era de una medianía general y sólo se pudo formar una pequeña burguesía
comercial pero sin grandes fortunas.[75]
Un informe realista anónimo calificaba a Manuel Moreno: “Doctor Don
Manuel, oficial mayor de la Secretaría de Estado hermano del difunto Moreno
famoso revolucionario. Ha estado en Londres, es enemigo mortal de España: no
tiene el talento de su hermano, pero es tan terrorista como él. Afortunadamente
no ha tenido empleo capaz de dar rienda a su carácter carnívoro pero por lo
bajo hace todo el mal posible: es grande amigo del doctor Agrelo y su consocio
en la Crónica Argentina. El director Pueyrredón le teme”.[76]
Con respecto al proyecto
incaico, Jaime Gálvez afirmó: “La restauración de la casa de los Incas a
trescientos años de despojados del trono, sonaba a revancha contra España, a
más revolucionario que ninguna otra combinación dinástica. Y esto era marchar
en las líneas del legitimismo y de las restauraciones, impuestas por la Santa Alianza”.
Además, “si se coronaba un príncipe extranjero, éste traería consigo fuerzas
militares foráneas para imponer el orden, para terminar con la anarquía y las
discordias internas, pero tendrían contra suya a toda la población, como pasó
durante las invasiones inglesas”. Por lo que, la monarquía aborigen no tendría
ese problema, siendo, en una palabra, “la más política y patriótica de las
monarquías”.[77]
Este plan llegó a oídos
del gobierno estadounidense, en un informe de C. A. Rodney al Secretario de
Estado, del 5 de noviembre de 1818: “El año antepasado, es cierto, una de las
gacetas se aventuró a abogar por la restauración de los Incas de Perú, con una
monarquía limitada, pero fue mal recibida. Ninguna propuesta para la
restauración de poder hereditario de ningún género, en cuanto pude saber, será
escuchado seriamente por el pueblo”.[78]
Finalmente, coincidiendo
con Abelardo Levaggi, el rechazo final de la solución monárquica, no significó
adhesión ciega a ningún sistema republicano en particular. Al contrario, ello
generó una revisión crítica de la forma republicana, que afectó también al
modelo norteamericano. Por otra parte, no fue obstáculo para que la experiencia
política y constitucional de las naciones monárquicas –Inglaterra, España,
Francia- fuese aprovechada ampliamente por nuestros constituyentes.[79]
Bibliohemerografía:
I. Fuentes:
Documentos para la historia del
Libertador General San Martín, Buenos Aires, Instituto Nacional
Sanmartiniano, 1954, vol. III.
Benencia,
Julio Arturo, “Carta
de Belgrano al coronel de milicias nacionales D. Manuel Ascencio Padilla”, Historia,
49, Buenos Aires, 1967, p. [110].
Brackenridge, E. M., La independencia argentina. Viaje a América
del Sur hecho por orden del gobierno americano en los años 1817 y 1818 en la
fragata “Congress”, Prólogo y traducción de Carlos A. Aldao, Buenos Aires,
América Unida, 1927, vol. I.
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[1] Abogado
y Doctor Área Historia del Derecho (Facultad de Derecho-Universidad de Buenos
Aires). Docente de Historia del Derecho (Universidad de Buenos Aires y
Universidad del Salvador) y de Principios generales del Derecho Latinoamericano
(Ciclo Básico Común-Universidad de Buenos Aires). Investigador del Instituto
Ambrosio L. Gioja (Universidad de Buenos Aires)
solazapallero@hotmail.com
[2] Palacio, La Historia Falsificada, p. [41].
[3] González Arzac, “Evolución
constitucional y factores de poder económico internos y externos tras la unificación
argentina”, p. 39.
[5] Ayrolo, “El clero rioplatense en
contextos de secularización”, p.
31.
[6] Carlos de Alvear a José de San Martín. Río de
Janeiro, 2 de enero de 1816, en Documentos
para la historia del Libertador General San Martín, p. 207.
[7] García Belsunce, “Presencia de la
Ilustración en la prensa directorial”, p. 48.
[8] Ravignani,
Asambleas constituyentes
argentinas 1813-1898, p.
[181].
[9] Lozier Almazán, Proyectos monárquicos en el Río de la Plata 1808-1825. Los reyes que no
fueron, p. 120.
[10] Manuel Belgrano a Manuel Ascencio Padilla. Tucumán,
23 de octubre de 1816, en Benencia,
“Carta de Belgrano al coronel de milicias nacionales D. Manuel Ascencio
Padilla”, p. [110].
[11] Ruiz Moreno,
Campañas militares argentinas,
pp. 199-200.
[12] Guerrero Balfagón, “Fernando VII y las
provincias del Plata a la luz de los archivos españoles (1814-1816)”, pp.
49-50.
[13] Ávila, “La América hispana y el Río de
la Plata en 1816”, pp. 15-28.
[14] Páez de la Torre (h), “Bernabé Aráoz”,
p. 55.
[15] Retamosa, “La elección de Pueyrredón
como director supremo”, p. 170.
[16] Gallardo, Joel Roberts Poinsett agente norteamericano
1810-1814, pp. 289-290.
[17] Gianello, Historia del Congreso de Tucumán, p.
252.
[18] Pérez Guilhou, Las ideas monárquicas en el Congreso de Tucumán, pp. [15]-16.
[19] Gianello, Historia del Congreso de Tucumán, p. 254.
[20] Pérez Guilhou, Las ideas monárquicas en el Congreso de Tucumán, p. 24.
[21] Gianello, Historia del Congreso de Tucumán, p. 257.
[22] Salas, Lenguaje, Estado y poder en el Río de la Plata. El discurso de las
minorías reflexivas y su re-presentación del fenómeno político-institucional
rioplatense (1816-1827), p. [173].
[23] Acevedo, La independencia de Argentina, p. 146.
[24] José
de San Martín a Tomás Godoy Cruz. Mendoza, 24 de febrero de 1816, en Documentos para la historia del Libertador
General San Martín, p. 239.
[25] Mitre, Historia de San Martín y de la emancipación sudamericana, p. 438.
[26] Saldías, Ensayo sobre la historia de la constitución argentina, p. 65.
[27] Monteagudo, “Federación”, pp. 239-242.
[28] Bischoff, El general San Martín en Córdoba, p. 78.
[29] Gallardo, Joel Roberts Poinsett agente norteamericano 1810-1814, pp. 292 y
294.
[30] Ravignani,
Asambleas constituyentes
argentinas 1813-1898, pp.
216-217.
[31] Segovia, “Los nombres de la Nación
Argentina”, pp. 440-441.
[32] Hualde de Pérez Guilhou, (con colaboración
de Pérez Guilhou), “Ideas
políticas en la prensa porteña de 1816”, p. 187.
[33] De Marco (h),
“Manuel Belgrano”, pp. 88-89. Palombo-Espinosa,
Documentos para la Historia de la Bandera
Argentina, p. 27.
[34] Hualde de Pérez Guilhou, (con colaboración
de Pérez Guilhou), “Ideas políticas en la prensa porteña de 1816”, pp.
166-167.
[35] Gallardo, Joel Roberts Poinsett agente norteamericano 1810-1814, p. 295.
[36] Frías, “Fray
José Cayetano Rodríguez”, p. 444.
[37] Hualde de Pérez Guilhou, (con colaboración
de Pérez Guilhou), “Ideas
políticas en la prensa porteña de 1816”, pp. 173-174.
[38] Gallardo, “Sobre la heterodoxia después
de mayo de 1810”, p. 111.
[39] Hualde de Pérez Guilhou, (con colaboración
de Pérez Guilhou), “Ideas
políticas en la prensa porteña de 1816”, pp. 178-182.
[40] Levene, “Noticia preliminar”, p [15].
[41] Gallardo, Joel Roberts Poinsett agente norteamericano 1810-1814, p. 292.
[42] Hualde de Pérez Guilhou, (con colaboración
de Pérez Guilhou), “Ideas
políticas en la prensa porteña de 1816”, pp. 175-177.
[43] Pinto (con colaboración de Gabriela Rodríguez), “La difícil
búsqueda de una nueva legitimidad constitucional”, p. 10.
[44] José Moldes a la Junta Provisional de las Provincias
del Río de la Plata. Mendoza, 31 de diciembre de 1810, en Palombo-Espinosa, Documentos
para la Historia de la Bandera Argentina, p. 27.
[45] De Marco,
“Juan José Paso”, p. 417.
[46] José
de San Martín a Tomás Godoy Cruz. Mendoza, 24 de mayo de 1816, en Pérez Guilhou, “Pensamiento político y
proyectos constitucionales (1810-1880)”, pp. 21-22.
[47] Arenal Fenochio, “Ambigüedad y necesidad
del derecho indiano en los orígenes del constitucionalismo mexicano”, pp.
1178-1180.
[48] Discurso de José Manuel Estrada a los alumnos del
Colegio Nacional. Buenos Aires, 22 de mayo de 1882, en Estrada, “El patriotismo. Discurso conmemorativo dirigido a
los alumnos del Colegio Nacional el 22 de mayo de 1883 con motivo del
aniversario de nuestra independencia”, pp. 310-311.
[49] Palombo-Espinosa, Documentos para la Historia de la Bandera Argentina, pp. 179 y 182.
[50] Binayán Carmona, “Sobre
el plan de coronación del Inca”, p. [69].
[51] Sierra, Historia de la Argentina, p. 452.
[52] Irazusta, Tomás M. de Anchorena o la emancipación americana a la luz de la
circunstancia histórica, p. 28.
[53] Gallardo, Joel Roberts Poinsett agente norteamericano 1810-1814, p. 290.
[54] De Marco,
Argentinos y Españoles, p. 29.
[55] Binayán Carmona, “Sobre el plan de
coronación del Inca”, p. 70.
[56] Astesano, Juan Bautista de América: El Rey Inca de Manuel Belgrano, pp. [9], 77
y 78.
[57] Carta
de José de la Cuadra a Juan Esteban de Anchorena. Jujuy, 24 de julio de 1781,
en Ibarguren (h), “La rebelión de
Túpac Amaru al través de las cartas de José de la Cuadra a Juan Esteban de
Anchorena”, p. 92.
[58] Valle Iberlucea, Los diputados de Buenos Aires en las Cortes de Cádiz y el nuevo sistema
de gobierno económico de América, pp. 67, 99 y 119. Astesano, Juan
Bautista de América: El Rey Inca de Manuel Belgrano, pp. 94-95.
[59] Etchepareborda,
“Un pretendiente al trono de los incas, el padre Juan Andrés Ximénez de
León Manco Cápac”, pp. [193]-201. García
de Loydi, Los capellanes del
Ejército. Ensayo histórico, pp. 52-53.
[60] Demicheli, Origen federal argentino, pp. 44-45.
[61] Gallardo, Joel Roberts Poinsett agente norteamericano 1810-1814, p. 288.
[62] Ravignani, Asambleas constituyentes argentinas
1813-1898, p. 244.
[63] Irazusta, Tomás M. de Anchorena o la emancipación americana a la luz de la
circunstancia histórica, pp. 25-26.
[64] La Crónica Argentina, 17 de octubre de 1816,
en García Belsunce, “Presencia de
la Ilustración en la prensa directorial”, p. 49.
[65] Mitre, Historia de Belgrano y de la independencia
argentina, pp. 457-458.
[66] Estrada, “Lecciones sobre la historia de
la República Argentina”, pp. 164-165.
[67] Saldías,
Ensayo sobre la historia de la
constitución argentina, pp. 65 y
70.
[68] Lazcano, Las sociedades secretas, políticas y masónicas en Buenos Aires (Acción
desarrollada pro-independencia, unión y organización de la Nación Argentina, y
en bien de la humanidad), pp. 61-62.
[69] Bruno, Historia de la Iglesia en la Argentina, p. 73.
[70] Sierra, Historia de la Argentina, p. 452.
[71] Gianello, Historia del Congreso de Tucumán, pp. 274-275.
[72] Pérez Guilhou, Las ideas monárquicas en el Congreso de Tucumán, pp. 18-19.
[73] Luna, Historia para un país maduro, p. 21.
[74] Oyarzábal,
“Manuel de Sarratea”, p. 529.
[75] Pérez Guilhou, “Pensamiento político y
proyectos constitucionales (1810-1880)”, p. 22.
[76] Gallardo, Joel Roberts Poinsett agente norteamericano 1810-1814, p. 297.
[77] Gálvez, Revisionismo histórico constitucional 1810-1967, pp. 46-47.
[78] Brackenridge, La independencia argentina. Viaje a América
del Sur hecho por orden del gobierno americano en los años 1817 y 1818 en la fragata
“Congress”, p. 335.
[79] Levaggi, “Espíritu del
constitucionalismo argentino de la primera mitad del siglo XIX”, p. 267.