Miguel Ángel De Marco. |
Por Guillermo Palombo
Constituye un acierto del autor, recordarnos en páginas finales, que la conclusión de la lucha “del desierto” no se produjo con Roca, sino durante la presidencia de Hipólito Yrigoyen, cuando por decreto del 31 de diciembre de 1917 se dieron por terminadas las acciones militares en el Chaco.
De los veintidós capítulos en que se ha sustanciado el tema, los seis primeros están dedicados a la época colonial (“Los primeros encuentros”, “Comienzan las ataques y contraataques”,“Luchas en la frontera de Buenos Aires”, “Una existencia esforzada y difícil”, “Expediciones hacia el sur y el Chaco”, “Los indios ante la invasión británica”); los tres siguientes se ocupan del período patrio inicial (“Tratativas de paz, en los días de la Revolución ”,“San Martín y los Indios”,“La tragedia de Salto”), cinco insumen la época de Rosas (“Las fronteras se estremecen”, “La gran campaña al “desierto”, “Acciones de la columna de Juan Manuel de Rosas”, “Calfucurá”, “Indios y Guerras fratricidas”), y otros tantos se refieren a los difíciles años que siguieron a Caseros (“Infortunios y matanzas”,“Los indios guerrean en Cepeda y Pavón”,“Operaciones contra los indios. La guerra del Paraguay”,“Malones y evoluciones en la frontera” y “Fin del poderío de Calfucurá”), en tanto que los tres últimos (“La nueva línea de Adolfo Alsina”, “Roca alcanza el Río Negro” y “Las últimas expediciones”) analizan la resolución definitiva de la cuestión.
En el doctor Miguel Ángel De Marco se conjugan, armoniosa y naturalmente, tres cualidades de infrecuente concurrencia en un historiador profesional: perspicacia y golpe de vista para discernir el episodio documentado de la anécdota, ágil destreza narrativa -adquirida seguramente en su paso por el periodismo, donde la mezquindad del espacio es necesariamente incompatible con el fárrago-, y prosa tersa, limpia, clara.
Para tranquilidad del lector posible, debo resaltar que en las casi seiscientas páginas del texto no hay pretensiones justificativas o reivindicatorias, ni alegatos capciosos, ni espejismos “contrafácticos”. El lector, agradecido, respira aliviado al verse libre de arengas o sermones, declamaciones, agrias requisitorias, encendidas defensas, o enconadas diatribas, que por lo general intoxican rápidamente, a la vez que vician e invalidan muchas producciones que, sin tales exabruptos, podrían llegar a tener algún valor.
Con notable sentido práctico, se ha prescindido no solamente de innecesarias notas bibliográficas y aclaratorias, sino también de una bibliografía final, que hubiera sido forzosamente incompleta, y ha sido suplantada –a mi juicio, con ventaja- por indicaciones bibliográficas sumarias, pero bien seleccionadas, insertas al final de cada capítulo, con la única finalidad de orientar al lector ávido de mayores detalles.
Vista la estructura de la obra, quisiera dejar sentada mi opinión acerca del lugar que le corresponde en la producción existente sobre el tema.
Es sabido que, desde lo cuantitativo, el abordaje de un tema de tal magnitud, como lo es la guerra con el indio -un conflicto de casi cuatro siglos en dos escenarios diversos: el septentrional o chaqueño y el meridional o pampeano- demanda un volumen de al menos 500 páginas.
Mucho se ha publicado al respecto. Para advertirlo, basta recorrer las páginas de la Bibliografía Patagónica (1979) de Nicolás Matijevic y de los dos volúmenes de la guía bibliográfica El indio en la llanura del Plata (2001), del P. Meinrado Hux. Ha transcurrido una década desde la aparición de esta última, y la producción sigue creciente, sin declinar. En su momento, tal vez pudo verse alentada por las novísima disposiciones constitucionales (1994) y legales subsecuentes, sobre los llamados “pueblos originarios”, a cuya sombra se mueven intereses muchas veces decididamente ajenos a la verdad histórica. Pero los resultados no han estado a la altura de las expectativas generadas.
Los estudios que podríamos calificar como “técnicos”, por su respeto a las reglas historiográficas más elementales, arrancan, puede decirse, con el pionero estudio de Vicente G. Quesada sobre “Las fronteras y los indios. Apuntes históricos”, publicado en La Revista de Buenos Aires (1864). Quesada se ocupó brevemente, pero con trazo seguro, de la época colonial y del período patrio. Su trabajo está salpicado con notas al pie de página que citan muchos documentos existentes en el por entonces llamado Archivo General. Señaló un rumbo y un método (el cronológico, que es el primero de todos ellos y, acaso, el más seguro) que nadie, al día de hoy, ha intentado rectificar; lo que significa el espaldarazo de la convalidación a posteriori. Sistematizó la cuestión y marcó los grandes temas, que todos los autores posteriores han seguido sin apartarse de su esquema expositivo.
Tres lustros después, un Estanislao S. Zeballos de 25 años ofrecía su Calvucurá y la dinastía de los Piedra (1879). También con citas al pie de página indicando memorias ministeriales, referencias de testigos presenciales y documentación existente en los legajos del archivo del Ministerio de Guerra. Su periodización de los acontecimientos es difícilmente eludible. Y lo será, en tanto no se encuentre un ordenamiento mejor o más satisfactorio. Sobre su rico archivo documental, tan citado como saqueado, o lo que de él queda, arroja luz Namuncurá y Zeballos, El archivo del cacicazgo de Salinas Grandes, 1870-1880 (2006) de Monseñor Guillermo Durán.
Las dos últimas décadas del siglo XIX y la primera de XX parecen signadas más bien por las memorias de muchos participantes en los sucesos ocurridos, pero ellos no entran en mi clasificación. La segunda década parece estar cubierta por El indio del desierto (1926), de Dionisio Schoo Lastra –antiguo secretario privado del general Roca, libro de cuidada impresión, con cita de documentos del Archivo General de la Nación.
En los años 40, la comisión de homenaje al general Roca reflotó el interés por el tema; se publicaron entonces obras de gran importancia. Pero más interesan ahora dos libros fundamentales, si bien de naturaleza diversa. Uno de ellos, La Conquista del Desierto” (1947), del teniente coronel Juan Carlos Walther, reordenó la cuestión, asépticamente, con las características de una monografía militar, rápidamente convertida en una suerte de manual de cabecera y consulta insustituible. El otro es El fuerte 25 Mayo en la Cruz de Guerra” (1949), de Carlos Grau, modelo de obra erudita, con referencias que exceden ampliamente su título-
Los años 50 vieron surgir los trabajos de otro gran historiador: el doctor Andrés Allende, que desarrolló una importante labor desde el Departamento de Historia de la Universidad de La Plata , Y al respecto, no ha de olvidarse el aporte, producto de la incesante labor de ese gran hacedor que fue Ricardo Levene, desde el Archivo Histórico de la Provincia (una de sus tantas bases de operaciones), promoviendo concursos y congresos, e impulsando la publicación de una conocida serie de monografías sobre la historia de los pueblos. Sería injusto no omitir los nombres de Roberto H. Marfany, Eugenio Monferrán, Juan Jorge Cabodi y Pascual Paesa, entre otros autores.
Alboreaba la década del 70, cuando el coronel Fued Gabriel Nellar reunió una serie de estudios monográficos elaborados por el personal docente de la Dirección de Estudios Históricos del Ejército, a su cargo, en los volúmenes de la Política seguida con el aborigen (1973-1975). Se trata de buenos resúmenes, cuyo eje central fueron sendos fondos documentales propios –dos series, catalogadas como “Guerra con el Indio” y “Fronteras”, respectivamente – y copias de documentación existente en otros archivos.
Importante contribución a la cartografía fueron los dos volúmenes titulados El mapa de las pampas (1975) de Ramiro Martínez Sierra. Al finalizar esa década, y con motivo de cumplirse el centenario de la llamada Conquista del Desierto, la Academia Nacional de la Historia reunió, en un congreso llevado a cabo en 1979, una apreciable cantidad de estudiosos, cuyas comunicaciones fueron publicados en cuatro volúmenes (1982).
Si bien muchos trabajos particulares se han publicado desde entonces, en gran parte producto de investigadores procedentes de los claustros universitarios, ninguno ha logrado el valor de síntesis documentada totalizadora que ofrece Abelardo Levaggi, trabajador infatigable, en Paz en la Frontera. Historia de las relaciones diplomáticas con las comunidades indígenas en la Argentina , siglos XVI-XIX (2000), cuyas páginas constituyen un modelo bastante difícil de superar.
Resultan destacables también, por cierto, en los últimos años, muchos otros trabajos, entre los que merecen especial mención los muy conocidos del P. Meinrado Hux, del Prof. Rinaldo Poggi, del ya citado Monseñor Durán, de Silvia Ratto, y de muchos otros investigadores.
A diez años de aparecido el libro de Levaggi, que ya es un clásico, en la cadena de producciones intelectuales iniciada por Quesada, debe insertarse hoy, como el último eslabón, La Guerra de la Frontera : producto de síntesis de muchas lecturas y cavilaciones, en cuya virtud, el autor ha logrado volver inteligible, para una nueva generación de lectores, un tema difuso en el tiempo y en el espacio.
Ha prestado el autor un señalado servicio al lector, al poner a su disposición, en forma amena, explicaciones que hasta ayer nomás estaban reservadas al reducido círculo de los investigadores.
No hay comentarios:
Publicar un comentario