Julio Argentino Roca en su primera presidencia. |
Por Jacinto Yaben[1]
Nació en la ciudad de Tucumán, el 17 de julio de 1843, siendo sus padres, el coronel guerrero de la Independencia, del Brasil y del Paraguay, D. José Segundo Roca, y doña Agustina Paz, virtuosa matrona perteneciente a una de las familias más distinguidas de aquella ciudad, hija de Juan Bautista Paz y de doña Plácida Mariño Lobera Castro.
Hasta la edad de 13 años concurrió a la escuela primaria de su ciudad natal y a fines de 1856 pasó al Colegio Nacional de Concepción del Uruguay, donde han recibido su educación tantos hombres ilustres de este país. Dos años después, al inaugurarse el curso escolar, se estableció una clase militar de infantería y caballería, dirigida por el coronel Martínez Fontes, presentándose muchos jóvenes para seguir aquel curso, entre los cuales se encontraba
Julio A. Roca, que se distinguía por ser el de menor edad del grupo. Pocos meses después, el entonces Presidente de la Confederación Argentina, general Urquiza, remitió despachos de Tenientes y Subtenientes a los que seguían aquellos cursos. A Roca le correspondió el despacho de Alférez de artillería, el 20 de marzo de 1858, con antigüedad del lº del mismo mes y desde aquel momento quedó incorporado al ejército de línea, sin perjuicio de proseguir sus estudios en el Colegió Nacional. Revistó como agregado a la Brigada de Artillería “7 de Octubre” Nº 1 de Línea. El 20 de septiembre de igual año ascendió a teniente 2º.
En 1859 estalló la guerra civil entre Buenos Aires y la Confederación Argentina. Urquiza se preparaba para abrir la campaña y todo Entre Ríos se puso sobre las armas. El Rector del Colegio de Concepción, Dr. Larroque, reunió a sus alumnos y les preguntó si deseaban algunos acompañar al general Urquiza, como acto voluntario, pues él, lejos de querer imponerle tan condición, preferiría que continuasen tranquilamente los estudios.
Una gran parte aceptó hacer la campaña, y al presentarse Roca, el rector le observó que era muy joven pues no contaba más de 15 años, pero el futuro Presidente, que se había criado, puede decirse, en el cuartel del piquete de Tucumán, no desistió a pesar de aquellas observaciones muy justas. Pocos días después se ponía en marcha con 8 ó 10 de sus compañeros y se presentaban en el palacio de San José, donde fueron prestamente distribuidos en los cuerpos de línea, correspondiéndole al teniente Roca, en el Regimiento de Artillería que mandaba el coronel Simón Santa Cruz.
En el Rosario recibió su bautismo de fuego, pues en las distintas oportunidades que la escuadra de Buenos Aires cañoneó aquél puerto, Roca estuvo al lado de sus piezas, disparándolas contra el enemigo. Se incorporó después al ejército de operaciones contra Mitre y se encontró en la batalla de Cepeda, librada el 23 de octubre de 1859. Terminada la guerra al regresar a Entre Ríos, el joven Roca recibió orden del coronel Santa Cruz de volver a las aulas y proseguir sus interrumpidos estudios, pero su permanencia en el Colegio Nacional no debía durar dos años más, pues en 1861 estalló nuevamente la guerra entre la Confederación y el Estado de Buenos Aires. Asistió a la batalla de Pavón, sirviendo en el mismo regimiento de artillería. En la batería que mandaba el entonces capitán Juan Solá, arma que tuvo actuación principal en el combate; Roca, conjuntamente con el capitán Solá, salvaron los cañones de su batería, retirándose al trote del campo de batalla. Fue promovido a teniente 1º e1 4 de octubre de 1861, pero con antigüedad de 17 de septiembre.
Disuelto el ejército confederado a raíz de la derrota sufrida, y habiendo asumido el general Mitre la autoridad nacional, Roca regresó a Buenos Aires, donde ya residía la mayor parte de su familia y se encontraba en esta ciudad cuando su tío, el Dr. Marcos Paz, fue designado interventor de las provincias del Norte, quien llevó al joven sobrino en carácter de secretario.
Desde el 1º de enero de 1862 al 31 de marzo del mismo año, Roca prestó servicios en la comandancia en jefe del 1er. Cuerpo del Ejército.
Concluida la intervención, el general Paunero ordenó el 1º de octubre de 1862 que Roca pasase al Regimiento 6 de infantería, en calidad de teniente 1º, encontrándose con este cuerpo en las batallas libradas contra las montoneras del Chacho, en Lomas Blancas (La Rioja) y en Las Playas de Córdoba. Terminada la campaña allí, el regimiento pasó a las fronteras de San Luis: Río Diamante, Fuerte Nuevo, Villa Mercedes y Fuerte Diamante, donde se encontraba cuando estalló la guerra del Paraguay. Ascendió a ayudante mayor el 22 de diciembre de 1862 y a capitán, el 17 de febrero de 1864.
Roca marcha a la zona de guerra el 4 de enero de 1866, y allí se encuentra en múltiples acciones bélicas que atestiguan su valor, mereciendo citarse los que a continuación se expresan por ser los más importantes: en el Paso de la Patria, abril de 1866; en el Estero Bellaco, el 2 de mayo del mismo año; en la sangrienta batalla de Tuyutí, el 24 del mismo mes y año; Yatayti-Corá, 11 de junio; Boquerón, 18 de julio; y en Curupayti, el 22 de septiembre de 1866. En este terrible asalto, todo el tiempo que duro el ataque, Roca permaneció sobre su caballo, al frente de su batallón, bajo aquella terrible lluvia de proyectiles: cuando se impartió la orden de retirada, aquél batallón contaba solamente la mitad de sus efectivos. Roca fue uno de los pocos jefes que se retiraron a caballo, respetado por las balas y fue una de las figuras más notables en aquél día memorable, en el cual ejerció el comando en comisión del Batallón Salta, que desempeñaba por enfermedad de su jefe, Aniceto Latorre.
Destacado de la zona de los esteros paraguayos, ya con el grado de mayor, conferido el 5 de septiembre de 1866, a fines de este último año, marchó al interior del país, formando parte de las fuerzas nacionales, que bajo el mando del general Paunero, tuvo la misión de reducir la revuelta producida en las provincias de Cuyo y del Oeste, encabezada por Juan de Dios Videla, Carlos Juan Rodríguez, Juan Saá, etc.; montoneras que fueron batidas sucesivamente en las acciones del Portezuelo, de los Loros y de San Ignacio. Roca asistió a esta última función de guerra librada por Arredondo, el 1º de abril de 1867; división que había sido desprendida desde San José del Morro por el general Paunero, y de la que formaba parte el 6º de Línea, al que pertenecía Roca.
El 13 de Julio de 1867 ascendió a sargento mayor efectivo y fue nombrado segundo jefe del Batallón 7º de infantería, que so hallaba a la sazón en San Juan, pasando en el mes de septiembre a La Rioja y en abril del 68 a Córdoba, guarnición que alternó con la de Río IV.
El 3 de noviembre do 1868 le fueron extendidos despachos de teniente coronel con antigüedad de 15 de septiembre de igual año.
Por su brillante actuación en la guerra del Paraguay, recibió más adelante las, condecoraciones siguientes: cordones de Tuyutí, escudo de Curupaytí y medallas por la terminación de la guerra acordadas por los tres gobiernos aliados. Bueno es recordar que en el terrible asalto de Curupaytí el sargento mayor Roca rescató de las trincheras enemigas al comandante Solier, que se hallaba herido.
En enero de 1869 marchó con el batallón 79 de Línea, cuyo mando ejercía desde su promoción a teniente coronel, a la provincia de Salta, para combatir contra las montoneras del célebre caudillo Felipe Varela, el cual sufrió una completa derrota en las Salinas de. Pastos Grandes, el 12 de aquél mes y año, y marchando en dirección a Antofagasta, se vio obligado a refugiarse en Chile, dejando prisionera casi toda su gente. Sólo lo siguieron unos 20 hombres. Derrotó a Varela en aquella acción una fuerza salteña a las órdenes del comandante D. Pedro Corvalán.
Roca fue nombrado el 16 de noviembre do 1869, jefe de la Frontera de Orán, con retención del mando del 7º de Infantería; cuerpo con el cual acampó en febrero de 1870 en Los Laureles, provincia de Tucumán. El 2 de Septiembre de este último año se dispuso que bajase con su batallón a la ciudad de Córdoba, donde permaneció hasta el mes de noviembre; marchando después a la provincia de Entre Ríos, donde se hallaba en pleno furor la rebelión jordanista.
Se incorporó al ejército quo organizaba el comandante Santiago Baibiene, gobernador de Corrientes, en esta provincia, para hacer frente a los rebeldes, y a sus órdenes asistió a la célebre batalla de Ñaembé, el 26 de enero de 1871, en la cual, el teniente coronel Roca, al frente del 7º de Línea tomó a la bayoneta las baterías jordanistas, en lo más recio de la lucha; valeroso comportamiento que fue premiado por Baibiene, proclamándolo coronel sobre en el campo de batalla, ascenso confirmado por el Presidente Sarmiento por despachos de 4 de febrero de igual año.
Poco después bajó a Buenos Aires y marchó a la frontera de Córdoba, siendo designado el 19 do agosto de 1873, jefe de las fuerzas destacadas allí, constituidas por los batallones 7º y 12º. También actuó en la segunda campaña contra López Jordán.
El 28 de septiembre de 1874, el Presidente Sarmiento lo nombró “Comandante General y Jefe del Ejército del Norte”, al tener conocimiento de la muerte del general lvanowski y el estallido de la revolución encabezada por Arredondo. Organizadas sus fuerzas, el coronel Roca marchó contra este último, que el 29 de octubre había vencido a las fuerzas provinciales mandadas por el teniente coronel D. Amaro Catalán, en la Hacienda de Santa Rosa, el que murió en la acción. Roca marchó sobre aquel punto, intimando la rendición de Arredondo, quien contestó con proposiciones inaceptables, razón por la cual aquél atacó a los revolucionarios el 7 de diciembre de 1874, habiendo operado en la noche anterior una hábil maniobra de flanco, que inutilizó casi totalmente el valor defensivo de la posición enemiga.
Arredondo debió capitular después de un combate sangriento en el que perdió la vida el comandante Dr. Carlos Paz; se rindieron numerosos jefes, oficiales y tropa, que quedaron prisioneros de Roca. Este triunfo le valió los entorchados de general y poco después fue nombrado comandante general de las fronteras de San Luis y Mendoza, con fecha 6 de julio de 1875, puesto en el cual se dedica ardorosamente a estudiar un plan general de conquista del desierto, de modo que cuando el Ministro de la Guerra, Dr. Adolfo Alsina hizo conocer el suyo, Roca pudo discutirlo con toda altura y pleno conocimiento de causa, pero sin que existiese una disidencia fundamental, que le impidiese colaborar sinceramente con su jefe.
Señaló con plena franqueza las fallas que a su juicio militar presentaba el plan formulado, pues la idea de Roca era avanzar toda la frontera y de una vez, hasta los ríos Negro y Neuquén, limpiando al mismo tiempo de indios todos los territorios situados al Norte de los mismos, y establecer la nueva frontera en esta línea, marcada por ríos caudalosos, de solo 70 leguas, esto es, 350 kilómetros de longitud, la cual siendo mucho menos extensa que la línea fronteriza de entonces, seria mucho más fácil para defender y sus guarniciones mucho menos costosas, pues era suficiente establecer fuertes destacamentos en los tres pasos de Choele Choel, Chinchinal y Confluencia, sobre el Río Negro y los más contados que ofrece el Neuquén. Roca sostenía que la operación no solamente era factible, sino que la maniobra de reducir a los salvajes sería rápida y proporcionaría a la civilización una zona extensa y rica, para explotar. El 15 de marzo de 1877 Roca fue autorizado para restablecer la guarnición de la línea de Morteros, en la Frontera Norte de Córdoba.
El 1º de enero de 1878 asumió la cartera de Guerra y Marina[2] , cargo que implicaba la obligación de llevar a la realización su plan de conquista y al efecto, inmediatamente de ocupar el ministerio, dispuso dar ejecución al mismo, dividiéndolo en dos etapas: 1a. Batida general del territorio comprendido entre la frontera y el Río Negro; 2a. Marcha del ejército hasta los Ríos Negro y Neuquén y fijar sobre ellas las guarniciones acordadas en el proyecto. Cumplimentando aquella resolución, el general Roca ordenó la batida del territorio, impartiendo instrucciones a los distintos Comandantes de frontera, disponiendo que operaran en sus respectivos frentes, con columnas ligeras, las que debían efectuar prolijos reconocimientos del territorio y atacar en sus guaridas a los indios; cada comandos debía organizar varias columnas y utilizarlas alternadamente, de manera que unas se preparasen y estuviesen en descanso mientras que otras estaban en campaña.
Las instrucciones recomendaban hacerse sentir por todas partes, al mismo tiempo y reiteradamente. Desde el 21 de julio de 1878, es decir, un mes apenas de haber sido nombrado ministro, ya comenzaban a llegar los partes de los diferentes jefes de fronteras, dando cuenta de los encuentros con los indios, capturando prisioneros y rescatando muchos cautivos. Casi cuatro meses duró la tarea de batir el territorio, efectuándose reconocimientos que sobrepasaron los ríos Negro y Limay. A fines de septiembre, el ministro Roca ordenaba que las tropas pasaran a descanso, que se repusieran y engordaran las caballadas harto trabajadas y se alistaran para la gran marcha hacia el Sud; entretanto el territorio debía ser recorrido por simples patrullas que mantuviesen a los salvajes en alarma constante. El 14 de agosto del mismo año, Roca había sostenido al Congreso un proyecto de Ley, solicitando 1.600.000 pesos fuertes para ejecutar la ley dictada en 1865 quo ordenaba establecer la frontera sobre la margen Norte de los ríos Negro y Neuquén.
El proyecto que las Cámaras sancionaron coma Ley, el 4 de octubre, con sin igual diligencia, empezó el Ministro a darle principio de ejecución. La expedición se planeó para abril de 1879 y tomó la dirección superior el general Roca, siendo su jefe de estado mayor, el coronel Conrado Villegas, y el total de las fuerzas estaba distribuido en cinco divisiones cuyos objetivos fueron:
1ra. División (Roca), Choele Choel; 2da. División (Levalle), Trarú Lauquen; 3ra. División (Racedo), Poitagüé; 4ta. División (Uriburu), el Río Neuquén hasta su confluencia con el Limay; 5ta. División: columna Lagos, Malal o Toay (se estableció en Luan Lauquen); columna Godoy, Naincó o Ancó, como la designa este jefe en sus comunicaciones. La ocupación se prosiguió sistemáticamente por las cinco divisiones del ejército y la frontera quedó trasladada a los ríos Negro y Neuquén.
Requerido el general Roca por las necesidades de la Cartera de Guerra y Marina y también con el fin de acelerar los abastecimientos de las tropas en campaña, harto difíciles, después de reconocer el río Negro hasta su origen, descendió par el mismo hasta Carmen de Patagones, donde se embarcó a comienzos de Julio con destino a Buenos Aires, expidiendo a su paso por Choele ChoeI, el 24 de junio, una Orden del Día por la cual reorganizaba la 1a. División, constituida por la Línea Militar del río Negro, con la primera y cuarta Divisiones y designaba comandante en jefe al coronel Conrado Villegas, quien bajo la presidencia de Roca, completaría la obra civilizadora iniciada por este último; la ocupación de los territorios situados más al Sur.
Aquella expedición eliminó millares de indios, ya por muerte, o reducidos, formándose con éstos dos colonias, y restituyéndose a sus hogares más de 480 cautivos, se redujeron 14.000 indios, y se entregó a la colonización más de 1 5.000 leguas cuadradas de territorio. El 11 de octubre de 1879 renunció al Ministerio de Guerra, reemplazándolo Pellegrini; pasando a la Plana Mayor Activa.
Lanzada su candidatura a la Presidencia de la República, auspiciada por el mandatario saliente, Dr. Nicolás Avellaneda, se originó una revolución encabezada por el gobernador de Buenos Aires, Dr. Carlos Tejedor, con la alianza accidental de la provincia de Corrientes. Después de algunos sangrientos encuentros en Olivera, Azul, los Corrales, Puente Alsina, etc., el mandatario bonaerense abandonó la lucha, renunciando al cargo, y la Legislatura fue disuelta por una ley del Congreso, la que permitió que el general Roca ocupara el Supremo Poder, el 12 de octubre de 1880, por espacio de seis años. El 28 de septiembre del mismo año el Congreso lo ascendió a brigadier general. Su administración fue una de las más progresistas que ha tenido la República: envió nuevas expediciones al Desierto, bajo el mando del general Conrado E. Villegas, que ya lo hemos visto actuar anteriormente, prosiguiendo así su colosal obra civilizadora, concretada en pocas palabras por su Ministro de Guerra y Marina, general D. Benjamín Victorica:
“Mientras el estímulo del patriotismo y del “honor militar lucían en cuanto destacamento se encontraba en la lucha o el peligro, las comisiones científicas que lo seguían, se sentían animadas del mismo aliento, y revelando la topografía de esas lejanas comarcas, marcando en sus planos los prados, sus bosques, sus lagos numerosos, y el famoso Paso de Bariloche, que suprime la Cordillera en la fértil región de Nahuel Huapí, abriendo un cercano puerto en el Pacífico a las poblaciones que allí acudan en busca de una prosperidad segura”.
Envió expediciones científicas y militares a todos los puntos de la República, incluso al Polo Sud, fomentó la instrucción pública, el comercio, los ferrocarriles, etc.
Igualmente, tomó medidas .importantes con el fin de modernizar el ejército argentino y al efecto destacó a las escuelas de Europa distinguidos oficiales que debían completar su instrucción allí, donde la práctica de las últimas guerras, había trazado rumbos diferentes en la educación militar y entre aquellos oficiales se encontraba uno, el entonces teniente 1º D. Pablo Riccheri, que se incorporó a la Escuela de Guerra de Bélgica, donde egresaría con el más alto concepto el segundo puesto entre sus compañeros de curso y que con el correr de los años sería su Ministro de Guerra en la segunda Presidencia y el verdadero reorganizador del Ejército Argentino.
El 12 de octubre de 1886 entregó la Presidencia de la República a su sucesor, el Dr. Miguel Juárez Celman y una vez libre de las preocupaciones gubernativas, se trasladó a Europa: visitó muchos países, especialmente Alemania, de cuyo ejército quedó prendado. En una revista de la guarnición de Berlín había entrado a esta ciudad, junta con el Emperador, a la cabeza de las maravillosas tropas. Pensaba en el ejército de su Patria. Quería reformarlo, modernizarlo, elevar su moral arrancándole coma punto de partida el sistema de su formación: tropa enganchada, no siendo pocos los soldados argentinos que habían sido delincuentes. Era necesario implantar el servicio militar obligatorio. Desde el 4 de octubre de 1888 al 9 de agosto de 1890 fue senador par la capital al Congreso Nacional, y fue Presidente provisional del Senado, cuya banca renunció para ocupar el Ministerio del interior. Desde el 12 de octubre de 1886 revistó en “Lista de Oficiales Superiores”, coma teniente general, según lo dispuesto par la Ley de 3 de noviembre de 1882.
Permaneció en Europa mucho tiempo, y a su regreso al país permaneció alejado de la vida pública, hasta que en julio de 1890 estalló la revolución contra el Presidente Juárez Celman. Carlos Pellegrini, sucesor de éste, confió a Roca la cartera del Interior. En 1891, el general Mitre fue proclamado candidato a la Presidencia de la República par la Unión Cívica, por lo que Roca renunció a presentar la suya; pero como no se llegase a un acuerdo en otros extremos, Mitre también retiró, la suya, y fue proclamado candidato Luis Sáenz Peña, que fue elegido, para renunciar tres años después, sucediéndole José Evaristo Uriburu. El general Roca, el 30 de septiembre de 1893, fue nombrado comandante en jefe del ejército en campaña contra los revolucionarios (Bosch, Ayala, Vintter y Arredondo)[3].
En las elecciones presidenciales de 1898, el general Roca fue el candidato triunfante, integrando la fórmula el Dr. Norberto Quirno Costa. Su segunda presidencia fue singularmente feliz para la República: en los momentos en que ocupaba el sillón presidencial, era extraordinariamente tirante el estado de las relaciones con Chile, por las cuestiones de límites. Roca, con gran sagacidad y acierto, detuvo la tormenta y se arregló pasajeramente el asunto, aprovechando el tiempo para acrecentar las fuerzas navales y militares de la República. Adquirió nuevas unidades para la escuadra; creó el Ministerio de Marina, cuya cartera fue confiada al comodoro Martín Rivadavia. Nombró Ministro de la Guerra al Coronel D. Pablo Riccheri, toda una esperanza para el Ejército Argentino, quien de inmediato presentó proyectos tendientes a colocar a la institución armada en el alto pie en que se halla hoy: creación de numerosas escuelas de especialidades, tanto para la tropa, como para los oficiales; reorganizó la Escuela Superior de Guerra, creada en 1899, pero sobre bases inconvenientes; presentó el proyecto de ley creando el servicio militar obligatorio, discutiéndose el mismo en la Cámara de Diputados, en más de 20 sesiones, en las cuales el joven Ministro hizo gala de una preparación técnica insospechada en el país, venciendo al fin, con sus sólidos fundamentos a la oposición entre la cual se encontraba algún general de sólido prestigio, pero al final, vencieron los argumentos incontestables del Ministro y la Ley fue un hecho, Ley que no solo nos dio un soldado en cada ciudadano, sino que anuló automáticamente los antiguos ejércitos provinciales, que de acuerdo con la Constitución, mantenía cada una de las provincias federales., ejércitos que solo servían para promover continuas revoluciones, de modo, que el servicio militar obligatorio ha sido una verdadera providencia para la República, una gran escuela de civismo y una escuela primaria para los millares de ciudadanos que se incorporan a las filas sin saber leer y escribir.
Se adquirió el Campo de Mayo, para maniobras del Ejército y esto sin recargar en un centavo al Presupuesto: simplemente con un millón de pesos economizado en un año por el Ministro Riccheri, sobre los 13.000.000 del Presupuesto de Guerra, con un cuidado y patriotismo, que ojalá se copiara con frecuencia. También tan gran Ministro tenía un gran Presidente que respaldaba todos sus actos con una clarividencia que honra a la República Argentina. Cuando en 1901 se produjo la segunda tirantez de relaciones con Chile, el Presidente Roca estaba seguro de la fuerza del país que mandaba y utilizando su habilidad clásica, revelaba a los representantes de Chile en Buenos Aires que estaba completamente dispuesto a abrir la campaña antes que ceder en un ápice a las pretensiones desorbitadas de los vecinos, mal acostumbrados por la debilidad de otros gobiernos y así, los pretendientes a una nueva faja de nuestro territorio, se sometieron de buena o mala voluntad al fallo arbitral británico. Se firmaron los pactos de mayo, en 1902, que terminaron definitivamente las cuestiones de límites ultracordilleranas y el país pudo dedicarse con tranquilidad a la obra de laborar su grandeza futura.
Los ferrocarriles, las obras públicas, el fomento de la instrucción primaria, el acrecentamiento de la riqueza material y moral en toda la República, fueron tópicos que el gran Presidente no descuidó un instante: el general Roca puede considerarse el gobernante de la época más feliz para el país y el que preparó la grandeza que debía aparecer en toda su magnitud años después. Con sus hábiles medidas militares de previsión, contuvo hasta el final de su progresista administración, una revolución, que debiendo estallar en 1904, no lo fue hasta el año siguiente, gracias a las medidas tomadas por Roca y su incomparable Ministro Riccheri.
Estrechó igualmente las relaciones con el Brasil y así, Buenos Aires recibió alborozado la visita del presidente Campos Salles en los últimos meses de 1900. En un solo punto el gobierno de Roca sufrió el grito de la disconformidad del pueblo: en el proyecto de unificación de las deudas, presentado por el Gobierno y el cual dio lugar a apasionadas discusiones y a tumultuosas manifestaciones públicas en el año 1902. Este asunto produjo el rompimiento definitivo entre el general Roca y el Dr. Carlos Pellegrini, unidos por tantos años.
En su presidencia, el general Roca había realizado un viaje hasta Punta Arenas, en febrero de 1899, para tener allí una entrevista con el Presidente de Chile, a bordo del acorazado O’Higgins, la cual tuvo lugar el día 15 del mes citado. Era Presidente de Chile, D. Federico Errázuriz. Esta entrevista fue la que calmó momentáneamente la tormenta que se había empezado a formar en las postrimerías de la presidencia de Uriburu y permitió continuar la tarea de armar la República por mar y por tierra, para afrontar posibilidades futuras.
Aprovechando este viaje, el Presidente Roca recorrió gran parte de la costa de los territorios del Sud y muchas de sus poblaciones y se pudo imponer de visu de sus necesidades más apremiantes. Fue un viaje realmente provechoso para la Nación.
El gran secreto del general Roca fue saber transmitir al país un espíritu de disciplina, pero no el de la disciplina militar, rígida y mandona, sino la disciplina civil, que se traduce en orden, regularidad en el cumplimiento de sus deberes por cada ciudadano, en el acatamiento a las leyes y reglamentos que rigen la vida del país y en la inculcación de un alto espíritu de trabajo y de progreso que constituyen la grandeza de cada estado.
El general Roca gobernó con la oligarquía, se apoyó en ella y se sirvió de ella porque en aquellos momentos constituía lo mejor dentro de la sociedad argentina. El general Roca tuvo siempre la intuición y el horror a la demagogia: prefería lealmente la flecha de los bárbaros antes que la presuntuosa postura de los falsos apóstoles que adulaban al pueblo. Por eso fue enemigo decidido y leal de personajes que después rigieron los destinos de la Patria para hundirla en el caos que presenciaron los argentinos hace poco más de un lustro. En su gobierno siempre trató de rodearse de los hombres más importantes y capaces en cada orden de cosas y de ahí resultó una máquina perfectamente montada que produjo los más felices resultados para la vida administrativa nacional.
El 12 de octubre de 1904 entregó el bastón presidencial a su sucesor, el Dr. Manuel Quintana. Al dejar el gobierno, abandonó la vida pública y se retiró a disfrutar de un descanso bien merecido, del que solo fue sacado en 1913, año, en el cual el Presidente Roque Sáenz Peña le encomendó una misión diplomática al Brasil, que el General Roca desempeñó con marcada habilidad y tacto exquisito, misión que anudó más los lazos de amistad y comercio entre las dos grandes naciones de la América del Sud. Roca ha sido uno do los Presidentes argentinos que mejor inteligencia mantuvo con los Estados Unidos del Brasil, relaciones que se han afirmado con el correr de los años.
Aquella misión diplomática fue el último acto público del gran argentino y su viaje a Río de Janeiro, el postrero de su vida, pues falleció en la ciudad de Buenos Aires, el 19 de octubre de 1914, siendo sus funerales una profunda y elocuente exteriorización del intenso pesar que causó su muerte entre el pueblo argentino, que perdió con él a uno de sus más grandes hijos.
Su hijo homónimo, el Dr. Julio A. Roca, ocupó de 1932 a 1938, la Vice-Presidencia de la República Argentina.
El general Roca después de abandonar la segunda Presidencia paso a “Lista de Oficiales Generales” hasta el 22 de julio de 1908, en que pasó a situación de retiro por edad. El 28 de febrero de 1910 se le concedieron dos años de licencia para trasladarse a Europa.
El 22 de agosto do 1872 contrajo matrimonio en Río IV, provincia de Córdoba, con doña Clara Funes, hija de D. Tomás de Funes, puntano, que el 28 do noviembre de 1840 casó en la ciudad de Córdoba con doña Eloisa Díaz y González (hija del coronel José Javier Díaz). La esposa del general Roca falleció en Buenos Aires, el 2 de mayo de 1890.
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