Ernesto Palacio. |
Marcelo Sánchez Sorondo. |
Por Sandro Olaza Pallero
1. Introducción.
El presente trabajo
trata del libro Teoría del Estado,
originado en el discurso El realismo
político de Ernesto Palacio pronunciado en 1948 en la Facultad de Derecho y
Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires. Se analiza su contenido y su
comentario bibliográfico por Marcelo Sánchez Sorondo.
A lo largo del primer y
segundo gobierno de Juan Domingo Perón se organizaron actividades académicas en
la Facultad de Derecho, con la participación de invitados extranjeros y
argentinos que no eran docentes de esta alta casa de estudios.
En 1948 el decano
Carlos M. Lascano implementó una encuesta académica sobre la reforma de la
Constitución de 1853, donde varios profesores se pronunciaron a favor, otros
adhirieron con reservas y algunos apoyaron puntos del proyecto de reforma de
Carlos Ibarguren. Respondieron la encuesta, entre otros, Carlos Cossio,
Fernando Legón, Ricardo Levene, Ricardo Levene (h), Héctor A. Llambías, Jorge
J. Llambías, Carlos Moyano Llerena, Ramiro J. Podetti, Marcelo Sánchez Sorondo
y Alfredo J. Molinario.[1]
Hans Kelsen realizó una
gira por Sudamérica que lo llevó a visitar Buenos Aires, Montevideo y Río de
Janeiro, entre agosto y septiembre de 1949.[2]
Estos acontecimientos
se dieron en el contexto de la etapa de la historia de la Facultad que va del
año 1947 hasta 1955, donde predomina el sistema instaurado por el peronismo.[3]
2.
Datos biográficos de Ernesto Palacio.
Ernesto Palacio nació
en San Martín (Provincia de Buenos Aires el 4 de enero de 1900, hijo de Alberto
C. Palacio y de Ana Calandrelli. Fue abogado, docente, escritor y periodista. Ingresó
en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires
en 1919 y egresó como abogado en 1926.
Como docente fue
profesor de Historia Antigua y de Historia Argentina en la Escuela Comercial de
Mujeres (1931-1938), de Geografía en el Colegio “Justo José de Urquiza” hasta
1942 y de Historia de la Edad Media en el Colegio Nacional “Bernardino
Rivadavia” (1931-1955).
Fue ministro de
Gobierno e Instrucción Pública de la Intervención Nacional en San Juan
(1930-1931). Se desempeñó como diputado nacional entre 1946 y 1952, donde fue
presidente de la Comisión de Cultura (1946-1947).
Codirector junto a
Rodolfo Irazusta de La Nueva República
(1929-1931). Fundador en 1938 del Instituto de Investigaciones Históricas Juan
Manuel de Rosas, donde dirigió y colaboró en su revista y fue miembro de la
comisión directiva.
Palacio fue uno de los
escasos intelectuales que evitó caer bajo la influencia materialista y fue
descripto por Leopoldo Marechal como un “triunfante al haber impuesto su mentalidad a todo un mundo”.[4]
Falleció a los 79 años
el 3 de enero de 1979.
Autor de las siguientes
obras:
- La Inspiración y la Gracia (Buenos Aires, Editorial Gleizer, 1929).
- El Espíritu y la Letra (Buenos Aires, Editorial Serviam, 1936).
- Historia de Roma (Buenos Aires, Editorial Albatros, 1939).
- Catilina. La revolución contra la plutocracia en Roma (Buenos Aires,
Editorial Claridad, 1946).
- Teoría del Estado (Buenos Aires, Editorial Política, 1949).
- La historia falsificada (Buenos Aires, A. Peña Lillo Editor, 1960).
- Historia de la Argentina 1515-1938 (Buenos Aires, Ediciones Alpe,
1954).
3.
La Teoría del Estado de
Ernesto Palacio.
A mediados de 1948 Palacio
pronunció en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires su
conferencia El Realismo Político y
que fue la base de su libro Teoría del
Estado publicado un año después.
Palacio señala que la
realidad es la materia de la acción política “pero dentro de ciertos límites,
determinados por su índole propia, y obediente a leyes que es preciso conocer”.
Esta realidad es cambiante y debe contemplarse en la perspectiva del tiempo
como historia. Pero aclara que no es mecánica porque “sus movimientos no son
isocrónicos ni fatales, sino inesperados
(aunque previsibles dentro de cierta latitud) y dramáticos”.[5]
Para Palacio la
realidad política es independiente de los sistemas de gobierno y destaca que los
tratadistas de ciencia política “nos la muestran preferentemente bajo la forma
de sistemas de gobierno sucesivos”. Luego de preguntarse dónde se encuentra el
poder y si en la monarquía la ejerce el rey o en las democracias el pueblo,
responde que “cualquier observador un poco atento de los fenómenos políticos
deberá reconocer que la realidad histórica de los Estados rara vez corresponde
a las categorías aristotélicas, y que hay aparentes monarquías absolutas que
presentan rasgos acusados de oligarquía, democracias aparentes que son
despotismos encubiertos, supuestas tiranías que se caracterizan por la
debilidad del titular, instrumento dócil de camarillas militares o
plutocráticas”.[6]
El racionalismo y el
realismo político no dejan de ser mencionados por Palacio quien cita una frase
de Pedro Proudhon: “¡Que aprendan esos infelices que ellos mismos serán
infieles necesariamente a sus principios y que su fe política es un tejido de
inconsecuencias! ¡Y que quiénes tienen el poder, a su vez, dejen de ver, en la
discusión de los diferentes sistemas de gobierno, pensamientos facciosos!”.[7]
Respecto a la
caracterización de la sociedad política critica a Gaetano Mosca que sostiene
que una minoría gobierna y una mayoría obedece como el primer principio de la
sociedad civil: “¿Puede señalarse en todos los casos quién manda y quién
obedece? ¿No es lícito afirmar que los supuestos gobernados muchas veces
gobiernan y que los supuestos gobernantes a menudo acatan?”.[8]
La realidad estructural
de la sociedad política está ejemplificada por Palacio como una relación
constante de elementos que “(como la relación del lecho, cauce, corriente y
orillas en ejemplo fluvial) constituye la
estructura de la sociedad política, del Estado, lo que hace que sea tal
sociedad y no otra cosa”.[9]
Sobre la naturaleza de
la estructura política menciona la clásica pirámide donde hay un poder personal, una clase gobernante y en la base el pueblo. Esta se repite en una monarquía absoluta o constitucional o
de un régimen aristocrático, “como el de la república romana, o de una
democracia moderna; así entre los abipones y los esquimales como en la España
franquista o los Estados Unidos”.[10]
Destaca Palacio que si
bien la estructura política es inalterable, en la relación recíproca de sus
elementos es dinámica y no estática. “Las condiciones de subsistencia de la
sociedad política son permanentes. Los regímenes, en cambio, son accidentales y
varían de acuerdo con ciertas leyes de la evolución histórica, que la filosofía
de la historia trata de precisar”.[11]
La sociedad política
tiene períodos de estabilidad relativa en la historia “durante los cuales los
pueblos trabajan y se engrandecen” y períodos convulsionados “en que la
sociedad sufre y se desangra en la discordia civil”. Palacio destaca que el
fenómeno revolucionario “puede prolongarse por espacio de generaciones, creando
estados de perturbación endémica […] ¿No será la revolución consecuencia de un
desequilibrio en el orden natural que trata de restablecerse violentamente, por
una especie de imperativo biológico?”.[12]
La esencia de la
revolución para Palacio “consiste en la suplantación de una clase dirigente por
otra, cualesquiera sean los principios que las informen. Haciendo caso omiso de
los epifenómenos y de los medios instrumentales de que se hablará más adelante,
comparemos los dos tipos más comunes de fenómenos revolucionarios, que son el
de la revolución aristocrática contra el despotismo y el de la revolución
popular contra la oligarquía. En ambos casos, la acción revolucionaria se
define como el movimiento de una minoría encabezada por un caudillo, hacia la
conquista del poder. En ambos casos, epifenómeno constante, el pueblo aclama y
se adhiere, y el poder se conquista por instrumentos también constantes: fuerza
militar o pueblo armado, que es, en sustancia, lo mismo. El caudillo de la
minoría revolucionaria se llama Junio Bruto o Cronwell, que abaten la monarquía
romana y la inglesa en nombre de la libertad; César o Lenin, que combaten el
privilegio en nombre de la igualdad. Es interesante advertir que, no obstante
los principios contradictorios que se invoquen, la dosación del poder personal
y el minoritario no dependen tanto de los principios como de las personas”.[13]
Palacio en su obra Catilina, una revolución contra la
plutocracia en Roma menciona que la
necesidad de la revolución “debe probarse, y de tal modo que no deje lugar a
dudas. Pero como la proposición implícita en aquel enunciado afirma que todo
orden legal es bueno mientras tenga probabilidad de subsistir, resulta en
consecuencia, que sólo serán justificables las revoluciones triunfantes”. Esto
dentro de los argumentos que Cicerón utilizó para desbaratar la revolución
catilinaria.[14]
La ley también está
presente en Teoría del Estado, y Palacio
sostiene que la ley –y no sólo la escrita- es una expresión de poder. “Por las
exigencias de la estructura política todo poder es limitado […] La ley
necesaria, la ley adecuada, la ley benéfica, es una manifestación de voluntad
del legislador, en la cual éste obra como intérprete de la colectividad, dentro
de los límites que la misma colectividad le marca y que no podrá sobrepasar so
pena de no obtener su consentimiento. La ley tiránica, en cambio, es la
manifestación de un poder usurpador; provoca las situaciones de tensión…”.[15]
Para José Luis de Imaz
esta obra fue una crítica a Juan Domingo Perón: “Años más tarde cayó en mis
manos La Teoría del Estado de Ernesto
Palacio, un magnífico estudio sobre la circulación de las élites, cuyo
destinatario final, según se decía, era Perón, quien no acusó recibo de la
crítica implícita en el libro. […] Yo por entonces no podía saber hasta qué
punto Palacio era recipiendario de Wilfredo Pareto, y Gaetano Mosca, que,
aunque citados en sus páginas, recién pude leer años más tarde en una estupenda
biblioteca parisina”.[16]
Luis C. Alén Lascano
destacó a esta obra de Palacio como una de sus grandes creaciones que lo
consagraron como uno de los grandes pensadores del país: “Aun cuando no se
sintiera acompañado gubernativamente como lo había esperado en los comienzos
revolucionarios, Palacio en este período de su vida produjo dos obras de sumo
valor intelectual, suficientes para consagrarlo como uno de los grandes
pensadores del país. […] Según su propia confesión, este estudio de la ciencia
política le convierte en filósofo y busca despertar un renovado interés por el
estudio de los problemas teóricos de la política en estos momentos en que la
acción se resiente de anemia doctrinaria. Inspirado en los principios de
Pollock y Mosca, glosa las ideas de Vico, Sorel y Pareto, en un análisis
realista de la política al diferenciar el Estado de Derecho del Estado de
Hecho, en lo que algunos críticos quisieron ver la influencia de Maurras”.[17]
4.
El comentario de Marcelo Sánchez Sorondo.
La conferencia de
Palacio publicada como Teoría del Estado
(Buenos Aires, Editorial Política, 1949, 218 páginas) figura entre los libros
remitidos a la Facultad de Derecho.[18]
Marcelo Sánchez Sorondo realizó el comentario bibliográfico La teoría del Estado de Palacio y las formas
de gobierno.[19]
Alén Lascano también se
refirió a este comentario: “Sánchez Sorondo en una nota bibliográfica aplaudió
esta aparición y su apreciación de las élites
necesarias al pensamiento y la acción de los líderes políticos. Y Jauretche
pensaba que, en su brevedad, era lo mejor que se escribió al respecto, por su
concisión, su estilo y su impecable argumentación doctrinaria”.[20]
Sánchez Sorondo era
consejero y profesor adjunto de Derecho Constitucional en la Facultad de
Derecho de la Universidad de Buenos Aires.
“A cuantos se dedican
al menudeo erudito les ha de parecer atrevido el que en someras páginas
discurra un pensamiento sobre política. Palacio válese de sus entendederas
antes que de autoridades y en el terreno elegido se mueve con la desenvoltura,
con la osadía también, de un diletante; ardid de madurez, según presumo, porque
hacer el diletante resulta el mejor recurso para eludir la profesión de sabio”.[21]
Advierte Sánchez
Sorondo que esta obra es un desafío a los ritos docentes: “Esta teoría del
Estado, sin entrañas jurídicas, importa un desafío a los ritos docentes con que
suelen, tras las consabidas abluciones librescas, paliarse los problemas
políticos. Y es de veras plausible que desde un plano de culta experiencia alguien
haya emprendido entre nosotros la tarea de rescatar la especulación política de
las zonas soporíferas de los tratados. Al fin, los libros más eminentes de
política han sido frutos de este tipo de contemplación, si no precisamente
desde las alturas desde esas cimas, puestos en las cuales, las mismas alturas
no se ven gigantescas y con nitidez que no se tiene en ellas se percibe la
perspectiva, el relieve de las cosas”.
Señala Sánchez Sorondo
que este trabajo no es un tratado ni una monografía: “Le faltan las piezas del
santuario consagrado a los dioses de las fichas, panteón donde yacen los
saberes ilustres. Es, sí, un libro antidigesto
que prescinde de la instalación ex-cátedra y se lanza en busca de la presa
intelectual con la destreza y esa decantada naturalidad propia de las páginas
de los humanistas y de las especulaciones de los clásicos. Hasta qué punto las
referencias obligadas de erudición han crecido en el transcurso de dos siglos
es asunto a resolver pero que no justifica la necesidad de abrumar con su
inventario para que sea accesible, verbigracia, la inteligencia del Estado. En
todo caso no se ha propuesto el autor hacer un viaje de circunvalación
alrededor de las doctrinas estatales, que es la postre la aventura con que en
tales materias se acreditan incluso quienes profesan de enemigos del
racionalismo y de las luces”.[22]
Otra observación es que
Palacio al referir el Estado al Estado de
hecho consigue reducirlo: “En esta perspectiva realista el Estado recobra
su ritmo de consorcio, de agrupamiento humano. Esta es la versión de una
república habitada y mortal, antes que la de una organización indiferente,
impávida”.
Sánchez Sorondo critica
al liberalismo y a Montesquieu que no haya contemplado el sistema mixto en las
formas de gobierno: “Quizá la gran inspiración del liberalismo en las
postrimerías del Estado absoluto haya sido la forma mixta. Y su gran fracaso no
haberla asistido en la vida de los usos […] Sin embargo, resulta curioso que el
francés, tan proclive a la temperancia, tan finalmente clásico todavía, no haya
registrado el gobierno mixto en su inventario de las formas. Justamente
Montesquieu admiraba la constitución de Inglaterra por su cruza política o
lograda mezcla de mandos –el rey, el senado, los comunes- de que da cuenta a lo
largo del famoso capítulo”.[23]
Hay una llamada de
atención a Palacio por no incluir en el libro los elementos históricos: “Pues
bien, el defecto de este libro, lo que empaña la excelencia de esta ojeada
sobre datos reales y casi lo condena a ser demostración por esquema tan clara
como superficial, deriva de su absoluta falta de sentido histórico. Palacio,
que no considera los fines últimos o primeros principios del regimiento
político –los trascendentales de la política-, sino la realidad circunstanciada
–el orden político y su circunstancia-, prescinde, sin embargo de la estimativa
histórica”.[24]
[1] Véase Encuesta sobre la revisión constitucional, Buenos Aires, Facultad
de Derecho y Ciencias de la Universidad de Buenos Aires, 1949. Son
significativas las palabras de Ricardo Levene: “La incorporación de las
cláusulas modernas de carácter social para asegurar la independencia económica
del país, la nacionalización de servicios públicos, y la armonía en el
ejercicio de los derechos individuales y la función colectiva del Estado”, p.
135.
[2] Carlos Cossio había confiado en que su discípulo Ambrosio Gioja explicase a
Kelsen los alcances de la teoría egológica, y en definitiva lograse convencerlo
para viajar a la Argentina. La inmejorable impresión que Gioja produjo en Kelsen,
así como la anunciada inauguración del nuevo edificio de la Facultad de Derecho
para el año siguiente, le brindaron a Cossio la oportunidad para conseguir del
decano interventor Carlos M. Lascano, el apoyo necesario para conseguir la
invitación oficial y la cobertura de los costos respectivos. Confr. Sarlo,
Oscar, “La gira sudamericana de Hans Kelsen en 1949. El frente sur de la teoría pura”, en Ambiente Jurídico nro. 12, Manizales, Facultad de
Derecho-Universidad de Manizales, 2010, p. 7.
[3] Tulio Ortiz denomina esta etapa
como La autonomía cuestionada (1943-1955),
que se va a caracterizar por las numerosas intervenciones (1943, 1945 y 1948) a
pesar de que la Constitución de 1949 establecía el principio de la autonomía
limitada en su artículo 37.4 IV. Ortiz, Tulio, Historia de la Facultad de Derecho, Buenos Aires, Facultad de
Derecho-Universidad de Buenos Aires, 2004, pp. 23 y 26.
[4] Hernández, Pablo, Para bien y para mal. Entrevistas a los que hacen la cultura nacional,
Buenos Aires, Pera, 1991, p. 213.
[5] Palacio, Ernesto, Teoría del Estado, Buenos Aires,
Editorial Universitaria de Buenos Aires, 1979, p. 35.
[6] Ibíd, pp. 36-37.
[7] Ibídem, p. 38.
[8] Ibídem, p. 40.
[9] Ibídem, p. 42.
[10] Ibídem.
[11] Ibídem, p. 44.
[12] Ibídem, pp. 44-45.
[13] Ibídem, pp. 99-100.
[14] Sostres, Miguel Ángel, “La
retórica en las Catilinarias de Cicerón”, en Prudentia Iuris nro. 6, Buenos Aires, Pontificia Universidad
Católica Argentina Santa María de los Buenos Aires, Abril 1982, p. 110.
[15] Palacio, Teoría del Estado, p. 123.
[16] Passanante, María Inés, “De
Imaz, maestro de sociólogos”, en Revista
Valores en la Sociedad Industrial nro. 61, Buenos Aires, Universidad
Católica Argentina, Diciembre 2004, p. 55.
[17] Alén Lascano, Luis C., Ernesto Palacio. Política y Cultura,
Buenos Aires, Círculo de Legisladores de la Nación Argentina, 1999, pp. 26-27.
[18] Véase Revista de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales nro. 15,
Buenos Aires, Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, Julio-Agosto 1949, p.
1063.
[19] Sánchez Sorondo, Marcelo, “La
teoría del Estado de Palacio y las formas de gobierno”, en Revista de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales nro. 17,
Buenos Aires, Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, Noviembre-Diciembre
1949, pp. 1509-1525.
[20] Alén Lascano, Ernesto Palacio…, pp. 26-27.
[21] Sánchez Sorondo, “La teoría del
Estado…”, p. 1509.
[22] Ibídem, pp. 1510-1511.
[23] Ibídem, p. 1518.
[24] Ibídem, p. 1523.
Un detalle biográfico siempre, pero siempre, olvidado: Ernesto era hermano del gran Lino Palacio Calandrelli y tío de Lino Enrique Palacio, el gran jurista. Era padre de Javier Palacio, gran escritor fallecido en plena juventud y autor de una obra magnífica: "La ciudad de los Césares".
ResponderEliminarConfírmelo y, si le parece bien, úselo.
Gracias (L. b-C.)