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Los funerales de Atahualpa (por Luis Montero). |
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Manuel Belgrano y la jura de la bandera. |
Por Sandro Olaza Pallero
Juan Bautista Alberdi criticó a la clásica obra de Bartolomé Mitre sobre Manuel Belgrano. Sin embargo, la palabra de Mitre tenía demasiada autoridad para ser puesta en duda. Alberdi expuso una suerte de revisión en la historia argentina en su libro sobre la monarquía en América.
No era hombre de archivos, pero, como recordó en esta publicación, de niño se había sentado en las rodillas del general Belgrano. El prócer era amigo de su padre y entretenía al niño Juan Bautista con los cañoncitos de juguete que servían para planear las maniobras sobre una mesa.
Señala el tucumano que Mitre había tratado de quitar importancia a las ideas monárquicas de Belgrano, y llamó errores pasajeros o desvíos intrascendentes a los esfuerzos de éste a favor de una monarquía. Alberdi explicaba como había dos maneras de escribir historia. Una era una especie de mitología política, una historia forjada por la vanidad, y otra según los documentos. Era indudable que en la Argentina no podía cultivarse una historia de verdades y sólo debía difundirse una historia de glorificaciones. La doble leyenda negra americana y europea en contra de España había alcanzado su máxima expresión.
Alberdi entró de lleno en el tema de las ideas monárquicas. Durante mucho tiempo se presentó a los notorios monárquicos como unos hábiles simuladores. Todo había sido en ellos una simulación: fidelidad a Fernando VII, monarquismo, búsqueda de príncipes o reyes en Europa, etc. Señalaba Alberdi que Belgrano luchó por la Independencia y por la monarquía.
En 1808 trató de imponer a la infanta Carlota Joaquina, hermana de Fernando; por 1814 quiso traer a reinar a Francisco de Paula, y en 1816 pensó en un descendiente de los Incas. Belgrano y José de San Martín no pudieron instalar una monarquía por la oposición de la Europa realista.
La república se inauguró por sí misma, como resultado de ese hecho. Las palabras con que Mitre juzgaba el monarquismo de Belgrano eran “fluctuación de las ideas políticas sobre la forma de gobierno”, “extravío momentáneo en sus convicciones políticas”, “error pasajero”, etc.
Según Alberdi, Belgrano pensaba como el conde de Aranda en tiempos de Carlos III y como lo practicó Brasil, que había llegado a ser el estado más poderoso de América después de los Estados Unidos. No era un crimen el monarquismo de los padres de la patria.
Belgrano fue un fervoroso monárquico. Quería una independencia que había consistido en un país inmensamente más extenso que la actual República Argentina.
Mitre dijo que San Martín no era contrario al establecimiento de un régimen monárquico: “Y aunque republicano por inclinación y por principios, consideraba muy difícil y poco fructífero, ya que no imposible, el establecimiento de un orden democrático; porque pensaba con Belgrano, que faltaban elementos sociales y materiales para constituir una república, y que con un monarca era más fácil consolidar el orden, fundar la independencia y asegurar la libertad, conquistando por el hecho alianzas poderosas en el mundo, y neutralizar a la vez el antagonismo del Brasil. Así es que, no estaba distante de captar la combinación de la aceptación de la restauración de la casa de los Incas; pero no como un fin, sino como un medio, organizando bajo sus auspicios una regencia unipersonal, que rodease a la autoridad de más facultades y de más prestigio, por manera que no importara la innovación otra cosa sino el cambiar la denominación de Director Supremo, por la de Regente del reino”. El imperio habría abarcado seis repúblicas actuales: Argentina, Bolivia, Uruguay, Paraguay, Chile y Perú.
Ricardo Levene afirmó que “el Congreso de Tucumán se ocupó del problema fundamental de la organización nacional, pero desde sus comienzos no pocos de sus miembros revelaron su preferencia monarquista, explicable por las razones imperantes entonces en Europa”.
La caída del director Carlos María de Alvear puso fin a la vida de la logia Lautaro, ahogada por las turbulencias internas que vivía desde la separación de San Martín. Tomás Guido, poco después echó los cimientos de la segunda logia Lautaro, cuyo miembros constituían el partido “congresista”, sostenedor del gobierno que surgiera del Congreso de Tucumán. En una carta de Guido a San Martín del 6/IV/1816, le decía: “Dígame con franqueza cómo va el Establecimiento de Educación en esa, pues yo temo que si no se dirige bien, no prospere ese utilísimo establecimiento”.
Según Martín V. Lazcano, “la nueva logia Lautaro (a) “Establecimiento de Educación”, o de “Educación Pública”, o de “Matemáticas”, estaba ya funcionando desde antes del 6 de abril; o sea: con un mes de anterioridad al nombramiento de Pueyrredón (3 de mayo)”. Cabe destacar que el salteño José de Moldes compitió en la candidatura a director con Juan Martín de Pueyrredón.
Moldes había integrado la Junta de Diputados de los pueblos y provincias de la América Meridional (1793), creada por el ilustrado Pablo de Olavide. Integrada por otros patriotas americanos como José y Francisco Gurruchaga, Servando T. de Mier, Juan P. de Montúfar, Antonio Nariño, etc., tuvo como objetivo cooperar a los esfuerzos del general Francisco de Miranda a fin de acabar con la opresión española.
No se debe olvidar que el masón Miranda, no creía compatible el estado social de sus compatriotas con el planteamiento de una democracia pura. En su plan de independencia de las colonias españolas americanas presentado a Guillermo Pitt en 1790 y reiterado en 1798, proponía un gobierno incaico constitucional.
Algunas de sus cláusulas eran: “El Poder Ejecutivo sería delegado a un Inca hereditario, con el título de Emperador…La Alta Cámara compuesta de senadores o caciques vitalicios, nombrados por el Inca, y la Cámara de los Comunes escogida, por todos los ciudadanos del Imperio, había de tener atribuciones semejantes a la del Parlamento Inglés…El Inca nombra a los ministros del Poder Judicial, cuyos cargos son vitalicios…Dos censores, elegidos por el pueblo, confirmados por el Emperador, y encargados de velar por las costumbres de los senadores y de la juventud”.
Guillermo Furlong vierte un juicio elogioso sobre el Congreso de Tucumán: “Hoy nadie pone en tela de juicio la inmensa superioridad de ese Congreso sobre la Asamblea de año 13, por el temple político, por la fijeza de propósitos y por la claridad de vista de aquellos congresales sobre los desorbitados asambleístas, desconocedores en un todo del país en que se vivía y de las exigencias de la revolución”. Destaca Dardo Pérez Guilhou que para algunos historiadores, las ideas políticas de los congresales fueron errores sobre el cual hay que echar un indulgente manto de olvido en aras del gran mérito que tuvieron al declarar la independencia.
Así se han querido resaltar personajes que han sido considerados como “republicanos”, es decir Santa María de Oro, Tomás Godoy Cruz y Tomás de Anchorena. La visita que hizo Belgrano a los congresales el día 6 de julio de 1816, invitado con el objeto de informar en la sesión secreta sobre lo observado en Europa en cuanto a formas de gobierno y su opinión al respecto, es la que sirve de punto de partida para el debate del espinoso problema vinculado a la solución política que el país requería.
La exposición del general abarcaba el siguiente temario:
1º) Que toda la revolución de América había perdido prestigio y toda posibilidad de apoyo entre los poderes de Europa por “su declinación en el desorden y anarquía continuada por tan dilatado tiempo”.
2º) “Que había acaecido una mutación completa de ideas en Europa en los respectivo a forma de gobierno. Que como el espíritu general de las naciones, en años anteriores, era republicarlo todo, en el día se trataba de monarquizarlo todo”.
3º) Que “en su concepto la forma de gobierno más conveniente para estas provincias sería la de una monarquía temperada; llamando la dinastía de los Incas por la justicia que en sí envuelve la restitución de esta Casa tan inicuamente despojada del trono” y el entusiasmo general con que sería acogida por los habitantes del interior.
El 21 de julio, el diputado Medrano hizo notar que en el acta de emancipación del día 9 donde decía “independiente de los reyes de España, sus sucesores y metrópoli”, debía agregarse “y de toda otra dominación extranjera, hasta con la vida, haberes y fortuna”, para acabar con las calumnias que se decía de entregarse el Río de la Plata al rey de Portugal. Destaca Vicente Fidel López que el Congreso adoptó la indicación “porque aunque había muchos diputados (la mayor parte) decididos a seguir las insinuaciones del general Belgrano en favor de la monarquía incana, se creyó que esa adición no contrariaba el proyecto de erigir como casa reinante a la familia de los incas, de la que se decía que andaba por el Perú un indio viejo que era vástago genuino y notorio de Túpac-Amaru, aquel que en 1782 había sido destrozado a cuatro caballos en el Cuzco”.
En esos tiempos críticos, la causa de la Independencia estaba casi perdida en el continente americano. Así habían sido reconquistadas para la causa realista: Chile (1814), México (1815), Nueva Granada y Venezuela (1816), asimismo había fracasado una revolución encabezada en el Perú por el cacique brigadier Mateo Pumacahua quien fue ajusticiado.
Volvía Fernando VII a restaurar su dominio a sangre y fuego, tanto en la península como en sus dominios americanos. En una carta de Belgrano a Martín de Güemes fechada en Tucumán el 9/IX/1816 le expresaba: “Tiempos ha que sabía yo el proyecto de la venida de las tropas españolas para Lima y precisamente en el correo anterior he recibido una carta de Bordeaux en que se me avisa la salida de dos mil hombres de Cádiz con aquel intento pero no me dicen si van por Portobello o por el Cabo; por el primero fue el pensamiento de Goyeneche, y a la verdad es el más fácil. Aseguro a Ud. que si lograra aumentar el ejército y los arbitrios que me prometo para el sustento y cabalgaduras, prevendría los movimientos de los enemigos y excusaría la sangre que después nos ha de costar echarlos del Perú”.
A los pocos días de realizado el trascendental acto de la declaración de la independencia, comienza el debate “sobre el más interesante punto de cuantos pueden ofrecerse al Soberano Congreso”. El diputado por Catamarca, Azevedo, dio principio la controversia el 12 de julio, sosteniendo la forma “monárquica temperada en la dinastía de los Incas y sus legítimos sucesores, designándose desde que las circunstancias lo permitiesen para sede del gobierno la misma ciudad del Cuzco".
Esta moción fue apoyada en principio, pero se propone se debata más explícitamente en sesiones futuras. Los días 15, 19, y 31 de julio y 5 y 6 de agosto discutieron los diputados Oro, Serrano, Pacheco, Castro Barros, Rivera, Loria, Thames, Godoy Cruz, Malabia y Anchorena.
Los representantes que sostenían la monarquía inca eran: Azevedo, Pacheco, Castro Barros, Rivera, Loria, Thames y Malabia. Afirma Pérez Guilhou que la mayoría de ellos se adhiere a la forma monárquica temperada, sosteniendo unos la candidatura del Inca y otros combatiéndola, sin especificar la posible casa reinante.
Se destaca entre los partidarios de la monarquía incaica el diputado Castro Barros que: “pronuncia un prolijo razonamiento a favor del gobierno monárquico constitucional, por haber sido el que dio el Señor a su antiguo pueblo, el que Jesucristo instituyó en su Iglesia, el más favorable a la conservación y progreso de la religión católica y el menos sujeto a los males políticos que afectan ordinariamente a los otros; sostiene las ventajas del hereditario sobre el electivo, y las razones de política que había para llamar a los incas al trono de sus mayores, despojados de él por la usurpación de los reyes de España”. Corresponde señalar las fundadas exposiciones de Serrano, que al mismo tiempo que niega la dinastía incaica, se pronuncia en contra del régimen federal.
Dice que: “habiendo analizado las ventajas e inconvenientes de un gobierno federal que había deseado para estas provincias, creyéndole el más a propósito para su felicidad y progreso, en la actualidad, después de una seria reflexión sobre las circunstancias del país, la necesidad del orden y la unión, la rápida ejecución de las providencias de la autoridad que preside la Nación, y otras consideraciones, creía conveniente la monarquía temperada, que conciliando la libertad de los ciudadanos y el goce de los derechos principales que se reclaman por los hombres en todo país libre con la salvación del territorio en lo lamentable de la presente crisis, traía envuelta en sí una medida convenientísima al mismo objeto”.
El padre Oro a quien se le atribuye un pensamiento republicano, en la sesión del 15 de julio, al ver inclinados los votos de los representantes a adoptar el sistema monárquico constitucional, expuso que para proceder a declarar la forma de gobierno era preciso consultar previamente a los pueblos, y que en caso de resolverse sin ese requisito se le permitiera retirarse del Congreso. Se afirma en la idea del dudoso republicanismo del sacerdote sanjuanino la circunstancia de que, en la oportunidad de su designación como diputado al Congreso, se manifestó dispuesto a cumplir con las insinuaciones y órdenes de San Martín, siendo éste uno de los que más influyó para imponer la monarquía en el Plata.
En segundo lugar, su presumible republicanismo se ve desvirtuado por sus actuaciones posteriores. Así, el 4 de septiembre adhirió a la entronización de la monarquía en el Río de la Plata, en las instrucciones reservadas que llevó el representante del Congreso, Miguel Irigoyen, para tratar con el jefe de la expedición portuguesa general Federico Lecor.
Respecto del diputado Anchorena sus opiniones sobre el proyecto incaico diferirán treinta años después. En carta a su hermano del 12/VII/1816 le manifiesta: “Recibo muchas expresiones de Belgrano que llegó a ésta hace días. Ayer ha marchado Pueyrredón que debe verse con San Martín en Córdoba…Ya sabrás que se acordó publicar nuestra independencia por medio de un manifiesto que se ha encargado a Bustamante, Medrano y Serrano. Se trata de la forma de gobierno, y está muy bien recibida en el Congreso y pueblo la monarquía constitucional, restituyendo la casa de los Incas. Las tres ideas han sido sugeridas y agitadas por Belgrano, y los que están impuestos de las relaciones exteriores las consideran muy importantes. Lo que no tiene duda es que, si se realiza el pensamiento, todo el Perú se conmueve, y la grandeza de Lima tomará partido en nuestra causa, libre ya de los temotes que le infundía el atolondramiento democrático”.
Tres décadas más tarde, con un miraje distinto y despectivo respecto de la persona del candidato nativo y de las provincias, el federal Anchorena en carta a Juan Manuel de Rosas del año 1846, dirá: “Nadie se ocupaba del sistema republicano federal, porque todas las provincias estaban en tal estado de atraso, de pobreza, de ignorancia y de desunión entre sí, y todas juntas profesaban tal odio a Buenos Aires, que era como hablar de una quimera discurrir sobre el establecimiento de un sistema federal…Los diputados de Buenos Aires y algunos otros más nos quedamos atónitos, en lo ridículo y extravagante de la idea de proclamar por rey a un vástago del Inca; idea que entusiasmó a toda la cuicada, y una multitud considerable de provincianos congresales y no congresales: monarca de la casta de los chocolotes, cuya persona, si existía, probablemente tendríamos que sacarla borracha y cubierta de andrajos de alguna chichería”.
Manifiesta Adolfo Saldías que lo de color de chocolate a que se refería Anchorena “no condecía con la fantasía monárquica que llegó hasta hermosear al presunto monarca Incano, divagando acerca de la belleza que distinguía a los de su estirpe. Conversando yo un día con el malogrado peruano Montero, autor del soberbio cuadro de los Funerales de Atahuallpa, quien sobre los estudios que había emprendido tuvo ocasión de seleccionar sus modelos en los descendientes de las viejas familias de indios del Perú, manifestóme que había tropezado con grandes dificultades para terminar su cuadro en Roma, porque le faltaba un modelo indispensable. Paseando por Civitavechia dio con una joven esbelta y bien contorneada, de ojos negros, nariz fina y recta, óvalo casi perfecto y tez achocolatada, la cual encuadraba en un todo con la fisonomía de los que había adoptado como modelos. Fue ella la que sirvió para pintar la india que pugnando entre los soldados por llegar al ataúd del Inca, ha caído sobre una de sus rodillas contenida de los cabellos por un oficial español. Los habitantes de Buenos Aires pudieron juzgar de lo apropiado del vocablo de Anchorena, por trivial que sea la observación, en presencia de Juan Bautista Túpac Amaru, descendiente del Inca, que llegó a Buenos Aires en el año de 1822, y quien como una gota de agua a otra, era igual a cualquier gaucho de las campañas de Santiago del Estero ribereños del Salado, donde se conservan todos los perfiles de esa raza”.
Hay que recordar que el general Güemes en su proclama a sus compañeros de armas, reproducida por “El Censor”, el 12/IX/1816 decía entre otras cosas: “En todos los ángulos de la tierra no se oye más voz que el grito unísono de la venganza y exterminio de nuestros liberticidas. ¿Si estos son los sentimientos generales que nos animan, con cuanta más razón lo serán cuando, restablecida muy en breve la dinastía de los Incas, veamos sentado en el trono y antigua corte del Cuzco al legítimo sucesor de la corona? Pelead, pues, guerreros intrépidos, animados de tan santo principio; desplegad todo vuestro entusiasmo y virtuoso patriotismo, que la provincia de Salta y su jefe vela incesantemente sobre vuestra existencia y conservación”.
Un problema para los partidarios de la monarquía inca fue que Juan Bautista Condorcanqui, el principal candidato a ocupar el trono, estaba preso en Ceuta desde 1782. Otros miembros de la familia real fueron masacrados como consecuencia de la derrota revolucionaria. Razón no les faltaba a los diputados monárquicos que no sostenían la candidatura incaica. A pesar de que había otros patriotas americanos que llevaban la sangre imperial: José Miguel, Juan José y Luis Carrera –octavos nietos del Inca por su antepasada Barbola Coya Inca esposa de Garci Díaz de Castro-; José de Artigas –séptimo nieto del Inca, por línea de Beatriz Túpac Yupanqui, mujer de Pedro Álvarez Holguín-.
Otros descendientes de los emperadores del Perú eran: Valentín Gómez –octavo nieto del Inca, por línea de Beatriz Túpac Yupanqui y Pedro Álvarez Holguín-. Sin embargo su condición de sacerdote le impedía tener descendencia. Lamentablemente la idea no alcanzó a concretarse y según Adolfo Saldías, únicamente el Sol –Inti- de los antiguos soberanos quechuas quedó estampado en la bandera de Belgrano.
A fines de 1816 la candidatura inca fue reemplazada por la entronización de un miembro de la familia portuguesa. Desde 1818 otros candidatos fueron el príncipe de Luca y el duque de Orleáns.
Bernardino Rivadavia, a raíz de las noticias que le remitió Belgrano sobre el proyecto monárquico, le escribió a Pueyrredón expresándole su punto de vista al respecto, y éste a su vez se lo retransmitió a San Martín en carta del 8/III/1817: “Ayer he tenido comunicaciones de Rivadavia de 22 de febrero último en París. Dice que ha sido recibida con extraordinario aprecio la noticia de que pensábamos declarar por forma de gobierno la monarquía constitucional; pero que ha sido en proporción ridiculizada la idea de fijarnos en la dinastía de los Incas. Discurre con juicio sobre esto, y me insta para que apresure la declaración de la primera parte. Éste ha sido mi sentir, pero no sé si los doctores pensarán de un modo igual”.
No se realizó la consulta a los pueblos y las discusiones continuaron, pero definitivamente la forma monárquica de gobierno no se aprobó de inmediato. Pero cuando se adoptó como recurso diplomático y como medio para dominar la anarquía, la batalla de Cepeda dio por tierra con el intento de implantar la monarquía, y triunfaron los caudillos con sus ideas republicanas y federales.
Bibliografía:
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GONZÁLEZ ARZAC, Alberto, Manuel Belgrano y las ideas monárquicas en el Río de la Plata, Buenos Aires, 2007. Trabajo inédito.
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LEVENE, Ricardo, Manual de historia del derecho argentino, Buenos Aires, Kraft, 1952.
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