sábado, 17 de septiembre de 2011

LAS HUELLAS DE SAN FRANCISCO SOLANO

San Francisco Solano.

San Francisco Solano y el toro (por Bartolomé E. Murillo).

San Francisco Solano (anónimo, c. 1810).
Por Hebe Luz Ávila


Lo que es hoy la República Argentina comienza a constituirse con el proceso de fundación de la actual ciudad de Santiago del Estero (El Barco, 1550-Santiago del Estero, 1553). Desde esta Madre de Ciudades se establece el fundamento inicial de la patria: poblamiento,  evangelización, desarrollo de la economía, la educación, la cultura.   Y para sublimar todo este esfuerzo de los años iniciales, el primer santo de América estuvo en estas tierras no solo cumpliendo su importante  tarea de prédica y apaciguamiento de los espíritus de nativos y españoles, sino concediéndonos la gracia de sus milagros.
Muchas historias se cuentan del paso de San Francisco Solano por tierras del Perú y gran parte del territorio argentino; sus milagros han sido tema de numerosos libros y hasta de un cuadro de Murillo: San Francisco y el toro (1645). Sin embargo, será en nuestro Río Hondo santiagueño donde permanezca evidente la huella de su pie en la roca.


Nominación

El grupo de franciscanos del que formaba parte el padre Solano llegó a Santiago del Estero, capital de la Gobernación del Tucumán, el 15 de noviembre de 1590.  Verdadero apóstol de América, durante diez años debió recorrer una muy extensa región, pues pronto fue designado custodio de los conventos franciscanos del Tucumán y del Paraguay. En su labor misional, levantaba iglesias, fundaba misiones, instruía en la doctrina de Cristo, bautizaba, civilizaba.
Aunque la orden Mercedaria fue la primera en entrar a la recién fundada Santiago del Estero (1557), serán los franciscanos (1565) los primeros en asentarse y edificar casa y convento. La primera construcción se le atribuye al Padre Rivadeneyra, en 1567. Debido a la precariedad de ésta, San Francisco Solano debió reedificarla en 1593.
En esta ocasión, el inquieto fraile regresaba de Tucumán con una tropa de carretas cargadas con madera para la obra, cuando una inusual crecida del río les impidió el cruce. (Recordemos que lo que hoy es Río Hondo fue históricamente un lugar privilegiado, de paso obligado, y más tarde camino real que unía Lima con Buenos Aires). Justamente en este pasaje donde se ubica nuestro relato había una especie de vado, fácil de transitar, ya conocido desde antes de la llegada de los españoles con el nombre de “Paso de los Lules”, y que luego de este episodio solía llamárselo “Paso de San Francisco”.
Por numerosos testimonios de quienes lo frecuentaron, conocemos detalles del modo de actuar del Padre Solano, por lo que no resultaría difícil recrear la escena:
A la orilla de la correntada han bajado de sus cabalgaduras una veintena de viajeros, la mayoría mestizos (segunda generación ya de “hijos de la tierra”), algunos aborígenes y nuestro frailecito. Se distingue su figura pequeña y enjuta, que viste una descolorida sotana. Con mirada luminosa y voz serena y firme anima a los presentes, repitiendo que con fe en Dios todo es posible.
Ya desatados los bueyes, los peones descansan. Francisco se aleja unos pasos, hacia una abundante arboleda de poca altura, con algarrobos, chañares, mistoles y espinillos, De ella descienden una multitud de avecillas que lo siguen, y algunas se posan familiarmente en sus hombros, cabeza y manos, hasta que, luego de que con dulzura les echa una bendición, se retiran cantando alborozadas, como alabando a Dios. Camina unos pasos más y se detiene a orar en silencio, fuera del tiempo humano, arrobado en su fe. Regresa luego con la decisión del hombre reconciliado con las fuerzas de la naturaleza y les ordena uncir los bueyes y continuar la marcha. Aunque entre ellos cruzan miradas de asombro, obedecen confiados. A lo lejos, desde los otros grupos, les llegan los avisos de que el río está muy profundo  y es peligroso internarse en sus aguas torrentosas. El santo, montado en su mulita, se adelanta. Eleva sus ojos al cielo, alza su cordón y la turbia correntada revuelta se aquieta. Francisco cruza sin dificultad. Detrás vienen carretas y mozos de a pie. Ya en la otra orilla, el santo de la alegría, con una sonrisa divertida les dice: “Ahí tienen  su río hondo”.
            Y esa es la denominación que perdura, más de cuatrocientos años después, para esa parte del río Dulce y para la población situada en sus márgenes, antiguamente llamada Miraflores.
            Algunos sostienen, también, que al llegar a la otra orilla, San Francisco dejó indelebles sus huellas y las de su mula en una piedra, que hoy se venera en la capilla de la nueva Villa de Río Hondo.


El violín de San Francisco

Solano era conocido por el entusiasmo y regocijo con que cantaba y bailaba alabando a Dios y a la Virgen Santísima. Sin duda hacía suyo el dicho popular de que  “cantar es rezar dos veces”. Y para ello se acompañaba con su infaltable violín, un instrumento rudimentario de solo dos cuerdas que hacía sonar con un palito.
El jovial frailecito tocaba con mucha elevación y sentimiento, con lo que apaciguaba los espíritus, al punto de que los aborígenes lo consideraban casi un dios y lo llamaban “Tupá”. A donde iba llevaba su violín, y teniendo en cuenta el espíritu de San Francisco de Asís que era vivir siempre interior y exteriormente alegres, solía entretener a sus oyentes no solo con el cándido regocijo de sus canciones sino hasta con la gracia de sus danzas. Hay testimonios de que era músico, poeta y trovador. En sus interpretaciones  entremezclaba elementos musicales españoles, como las melodías andaluzas que traía de su niñez, con otras propias de nuestros pueblos originarios, lo que fue prefigurando la música criolla. Igualmente, el zapateado español que acomodado al nuevo mundo perdura en nuestros gatos y chacareras. Nuestras décimas, por su parte, recrean el cantar de los juglares y el octosílabo del romancero hispánico.  Asimismo, el violín será hasta nuestros días instrumento privilegiado en la ejecución de las creaciones musicales de nuestro folklore; folklore que nace en estas regiones, gracias al accionar de  San Francisco Solano. Y en este aspecto de su personalidad -y de su consecuente obrar-, tan ligado con los usos y costumbres populares, se fundamenta el título de Patrono del Folklore Argentino, con que se lo proclama en el Primer Congreso Nacional del Folklore Argentino (Buenos Aires, 1949).
Y resulta comprensible, así, que Santiago del Estero, la ciudad fundacional de la patria, sea también Cuna de la Tradición, donde se conforman –y conservan mejor- los rasgos básicos de nuestra identidad colectiva, cimentada -sin dudas- sobre la cultura original: nacida aquí y, con el tiempo, devenidas en cultura e identidad argentinas.


Tierra privilegiada

La historia determina que San Francisco Solano estuvo en estas tierras por muy poco tiempo, pues no permaneció largas temporadas aquí. Sin embargo, Santiago del Estero tiene el privilegio de que en ella levantara su celda capilla que, reedificada, permanece hoy en el lugar original.  Y que en el antiguo territorio de esta ciudad de Termas de Río Hondo, además de  obrar varios de sus milagros, quedara inalterable su rastro en la roca y el nombre conferido por él.
Consecuentemente con los dones recibidos, será en estas tierras santificadas por su presencia el lugar en el mundo donde mayor culto se le rinda al “Padrecito del violín.”






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