domingo, 22 de julio de 2012

FUNCIÓN DE LA HISTORIA DEL DERECHO EN LA INTEGRACIÓN LATINOAMERICANA



Carlos Ramos Núñez, Juan P. Pampillo Baliño, Ricardo Rabinovich-Berkman y Sandro Olaza Pallero.

                                                                       

        El 20 de julio pasado de 2012 el Departamento de Ciencias Sociales organizó en el Salón Rojo de nuestra Facultad, una mesa redonda que reflexionó sobre la"Función de la Historia del Derecho en la Integración Latinoamericana". Los disertantes fueron los profesores doctores Carlos Ramos Núñez (Pontificia Universidad Católica del Perú), Juan Pablo Pampillo Baliño (Escuela Libre de Derecho de México) y Ricardo Rabinovich-Berkman (Director del Departamento de Ciencias Sociales de la Facultad). Actuó como moderador el docente Sandro Olaza Pallero.
Ante una gran cantidad de público presente, los tres historiadores del Derecho coincidieron en destacar la enorme importancia que el estudio del pasado jurídico, con criterios metodológicos modernos, apertura mental y espíritu crítico, posee para la formación de camadas de juristas compenetrados con el proceso de integración fraterna de nuestra región, y no dudaron en recomendar la conveniencia de una materia histórica en los currículos básicos de todas las carreras de Derecho de América Latina.
Concluidas las exposiciones, se dio paso a la intervención del público, donde se efectuaron agudas preguntas y oportunos aportes. También se suscitó un debate entre los panelistas alrededor de la cuestión de la integración con los Estados Unidos.
Los tres expositores, junto con otros especialistas latinoamericanos, auspician desde hace algunos años la creación de la Academia Latinoamericana de la Integración, cuya concreción se espera para el mes de noviembre próximo, en la Ciudad de México.

Fuente:

sábado, 14 de julio de 2012

RELATOS DESDE EL EXILIO



Carlos A. Page: Relatos desde el exilio. Memorias de los jesuitas expulsos de la antigua Provincia del Paraguay. CSIC, Fundación Carolina y CONICET, Asunción del Paraguay, 2011.


Con un sugerente prólogo del profesor José Andrés-Gallego comienza este trabajo de Carlos A. Page. Una de las personas que más interés ha mostrado por los territorios, la arquitectura y el funcionamiento de las misiones emplazadas en lo que fuera la Provincia de Paraguay, en la Antigua Compañía de Jesús. Aquella que fuera extinta por Breve pontificio en el verano de 1773 y que fue acusada de delitos tan impronunciables que Carlos III prefirió conservarlos en su real pecho ordenando en 1767, sin escrúpulos ni dilaciones, que salieran desterrados todos los jesuitas que misionaban esas tierras.

Un acontecimiento, este de la expulsión de los jesuitas de todos los territorios de la monarquía hispánica, que conmovió al mundo católico de la Modernidad sin dejar impasible ni a contrarios ni a defensores de la Orden de San Ignacio. Ambos escribieron, argumentaron y debatieron sobre este tema, unos desde la protección oficial de los gobiernos regalistas, otros desde la clandestinidad a la que les sumió la Pragmática por la que el monarca Borbón prohibía cualquier tipo de comentario referente a su regio mandato.

Esta fue una de las características más relevantes de los muchos diarios y escritos del destierro que dejaron impresos o manuscritos estos religiosos expulsos, el miedo a que fueran descubiertos, un temor solo comparable al que sentían al pensar que las acusaciones que se vertían sobre ellos podían quedar sin defensa. Esa necesidad de argumentar su inocencia unido a la nostalgia de los lugares en los que habían misionado les llevó a escribir algunas de las páginas que ahora, Carlos A. Page, con la maestría del experto y la pasión del erudito, ha sabido recopilar en un espléndido libro. Un volumen que nos acerca a aquellas misiones, a su realidad antes y después de la expulsión, a sus conocidos autores y a diferentes lugares y realidades en las que estos jesuitas trabajaron, consiguiendo así brindarnos una visión global de sus experiencias, de sus sentimientos y de los frutos que logró su labor misional.

Además el autor nos presenta el trasfondo histórico de lo que fue la expulsión de los jesuitas tanto en los territorios hispánicos como en los dependientes de la Corona portuguesa, haciendo un recordatorio imprescindible al Tratado de Límites de 1750 y a los conocidos como Motines de Esquilache. Dos acontecimientos que abrieron las puertas de ese destierro y que quedan explicados con maestría antes de dar paso a asunto central del libro: los diarios de algunos de los jesuitas más célebres y sus apasionantes relatos. Una impresión cuidada, una obra que ayudará a comprender este complejo acontecimiento histórico y las peripecias de sus protagonistas, un estudio cuidadoso, serio y necesario que agradecerá toda la comunidad científica al arquitecto y doctor en historia Carlos A. Page.

Inmaculada Fernández Arrillaga
Universidad de Alicante

viernes, 13 de julio de 2012

FEDERICO PINEDO, UN ESTADISTA

Federico Pinedo.


Por Roberto Azaretto*



No hubo en el siglo pasado un político -en una época en que todavía la dirigencia se reclutaba entre personas de prestigios personales- como Federico Pinedo, con su formación intelectual y su tesón para bregar por una Argentina republicana, próspera y prestigiosa en el mundo. Se recibió muy joven de abogado, dominaba el alemán, el inglés y el francés y conocía a todos los grandes pensadores que entre el siglo XVIII y su tiempo, aportaron a la gran transformación del mundo.     

            Pinedo fue mucho más que un gran político, era un estadista. Supo resolver la peor crisis mundial del siglo pasado y anticiparse a los grandes cambios que la segunda guerra mundial traería al mundo y sus repercusiones inevitables en la Argentina. De haber contado con la comprensión de la dirigencia de entonces, enredada en pequeñas disputas, tal vez la Argentina no hubiera soportado el largo ciclo de decadencia que debemos revertir.           

            En agosto de 1933 asume el Ministerio de Hacienda, bajo la presidencia de Agustín P. Justo, en plena crisis mundial convertida en depresión por los errores cometidos luego del estallido. A dos años del crack bursátil, en el mundo el PBI industrial ha bajado 37%, las importaciones 60% y los créditos internacionales 90%. El precio del trigo dos tercios.      

            La tasa de desocupación en Alemania alcanza al 44%, en los EEUU 27% y en Gran Bretaña 23%. En nuestro país caen las exportaciones 34% y la producción en 1930 baja 14%. La desocupación se extiende.        

            El ministro Pinedo encuentra un presupuesto equilibrado, se acababa de aprobar el impuesto a la renta, pero con la actividad económica paralizada y el sistema financiero por derrumbarse (pues los deudores no podían pagar y los activos que respaldaban los créditos, se habían desvalorizado), el ministro apunta a salvar las estructuras productivas del país y comprende que la clave está en el sistema financiero. 

           Con la revaluación de las tenencias de oro, la creación del Banco Central y la refinanciación de pasivos, el país se recupera rápido. Por otro lado se da un proceso de sustitución de importaciones. En 1934 el PBI industrial alcanza al agropecuario y 5 años más tarde lo duplica. La desocupación deja de ser un problema, se evitan la caída de Bancos que en los EEUU -con doce mil bancos quebrados- demoró la solución de la gran depresión.       

            En agosto de 1940 asume el mando el vicepresidente Ramón Castillo por licencia de Roberto Ortiz, dada su avanzada ceguera. Castillo lo designa nuevamente a Federico Pinedo como ministro de Hacienda.          

            El ya experimentado hombre público regresa al gobierno convencido que del conflicto bélico surgirá un nuevo escenario mundial, por lo cual, para emprender otro ciclo de crecimiento y progreso -similar al de la generación del 80- hay que adaptarse a las nuevas realidades. Pinedo siempre creyó que nuestro futuro sería exitoso, en la medida que supiéramos insertarnos en el mundo.    

            Presenta un plan económico al Congreso Nacional que consiste en proteger a los agricultores ante el cierre de los mercados de Europa por la ocupación nazi. Propone la promoción de la industrialización del país, especialmente la que requiere insumos y materias primas nacionales, vía créditos a 15 años y garantías de protección por una década a partir del fin de la guerra.   

            Viaja al Brasil a fin de convenir un plan de industrialización conjunta, para contar con mercados más grandes, debido a la poca población argentina (14 millones de personas) y el escaso poder de compra de los brasileños de entonces. Pinedo pretendía una industria capaz de exportar al exterior.       

            Toma la iniciativa -concretada después de su renuncia- de mandar una misión a los EEUU, que tiempo después logrará el primer tratado comercial con ese país. Es que el estadista comprende que los EEUU consolidarán su rol de gran potencia, mientras el Imperio británico no podrá evitar su decadencia, a pesar de triunfar en el conflicto bélico. Entiende que los EEUU no son sólo un gran país, sino una civilización distinta, como en 1847 lo advirtió Sarmiento y más tarde Carlos Pellegrini y Juan B Justo.

             Pinedo tiene clara la necesidad de fortalecer las instituciones y de terminar con el fraude. Por eso viaja a Mar del Plata para entrevistarse con Marcelo Torcuato de Alvear, líder del radicalismo. Le pide apoyo a su programa y le propone trabajar en un acuerdo político para superar los enfrentamientos estériles y lograr una mayor calidad democrática. 

             En lo social proponía un sistema de préstamos a 30 años para la vivienda de los trabajadores, descartando las construcciones por el Estado, fuente de burocracia, sobreprecios y corrupción.

             Logra la aprobación del Senado para sus propuestas económicas, pero no consigue el apoyo de la oposición en diputados. El radicalismo se pronuncia contra la industrialización y la vivienda popular. En cuando a las mejoras políticas, tampoco tiene Pinero apoyo entre los suyos y menos Alvear entre sus correligionarios. Aunque no será la última vez que Pinedo busca acuerdos patrióticos.  

             En 1953 sufre prisión por ser opositor. Desde la cárcel le envía una carta al ministro del Interior de Perón, Ángel Borlenghi, diciéndole que un gobierno con tan alto respaldo popular no necesita tener presos políticos y propone el diálogo entre gobierno y oposición para la pacificación y para encarar la solución de los problemas concretos que soportaba el país, con una economía estancada a fines de 1948, que soportaba situaciones parecidas a las actuales, como la crisis energética y el colapso del sistema de transporte, agravado -entonces- por la insuficiencia de las exportaciones argentinas.

              La crisis que hoy soporta el planeta, también ofrece nuevas oportunidades. Viejos problemas estructurales de nuestro país, y otros que han reaparecido como el energético y la obsolescencia de los sistemas de transporte de cargas y pasajeros, nos marcan la ausencia de estadistas como Pinedo.       

               Seguramente de haber podido influir en los países centrales, les recordaría que para salvar los bancos hay que ayudar a los deudores a pagar, pues de nada sirve quedarse con sus activos o sus casas si las mismas se desvalorizan por falta de demanda.

               A los argentinos nos diría, reduzcan el nivel de confrontación, elaboren una agenda constructiva, no se aíslen del mundo, profundicen los lazos con los países vecinos, mejoren la calidad institucional, terminen con la pobreza, restablezcan las instituciones republicanas.



*Publicado en Los Andes, Mendoza, 1/XI/2011.

miércoles, 11 de julio de 2012

ROSENDO BRID DEL PAGO DE ARECO. UNA VIDA EN TIEMPOS DE DON JUAN MANUEL DE ROSAS





RAÚL JORGE LIMA, Rosendo Brid del Pago de Areco. Una vida en tiempos de don Juan Manuel de Rosas, Buenos Aires, Lucrecia Editorial, 2012, 239 p.

Puede decirse que las actuales Capital Federal y provincia de Buenos Aires –modernas, ocupadas, apuradas y cosmopolitas- hicieron desaparecer su añeja imagen.
Sin embargo, basta leer las páginas de este libro de Raúl Jorge Lima para que surja el tiempo pasado de  seis décadas del siglo XIX. Pero se necesitan ciertas cualidades para hallarlo: curiosidad, paciencia y, especialmente, amor a las cosas nuestras.
No la pasión ciega que revisa apuradamente, sino la observación tranquila que da forma a lo encontrado. Este libro es obra de esta devoción.
Se la percibe en la delectación con que el autor se introduce en las fuentes para brindarnos una visión de la ciudad y el interior antiguos con sus pueblos y los sucesos, trascendentales o comunes, que tenían lugar en ella. Así, en el transcurso del tiempo, van apareciendo personajes como el protagonista de esta novela histórica, Rosendo Brid, su hermano Manuel Brid, Milagros y Pedro Lavayén, Juan Manuel de Rosas, Juan Felipe Ibarra, Domingo Cullen, Julián Segundo de Agüero, Juan Lavalle, etc.
El libro tiene 35 capítulos y en el primero, Lima nos muestra a los protagonistas en su juventud en el hermoso paisaje de San Antonio de Areco. La discusión de Rosendo Brid con su futuro cuñado Pedro Lavayén, le cambia su vida y lo lleva a trasladarse a los pagos de San Miguel del Monte, donde en una pulpería conoce a un paisano con el cual estaría vinculado varias décadas: Juan Manuel de Rosas.
 No faltan episodios típicos de la época como los duelos criollos, la imagen de la pulpería, las pasiones partidarias, los tejes manejes por conseguir el poder, la lucha por la soberanía y el amor. El autor también nos lleva al Santiago del Estero federal, donde nos describe al caudillo Juan Felipe Ibarra y a la sociedad de esta antigua provincia madre de ciudades.  Trata el polémico caso de Domingo Cullen y una descripción cruda de la ejecución del asesino del hermano del gobernador, Francisco Antonio Ibarra, víctima de una conspiración de Pedro Unzaga, Santiago Herrera y otros.
Rigor histórico y episodios con una belleza literaria caracterizan a los capítulos de este libro. En las páginas finales, Raúl Jorge Lima –como ameno corolario- afirma: “Pedro [Lavayén] nunca dio a la imprenta su manuscrito que, olvidado entre viejos papeles, amarillento por el paso del tiempo, ha retoñado en estas páginas”.

sábado, 7 de julio de 2012

SIMÓN LUENGO Y EL FEDERALISMO NETO

El triunfo (por Enrique Rapela).
                      

                                                                                         
                                                         Por Roberto A. Ferrero

El Comandante Simón Luengo (1825-1872), el “constante revolucionario de Córdoba”(1) -como lo calificara el Jefe de Policía Manuel M. Moreno en ese año ‘72 mismo-, eterno disidente del orden establecido por el liberalismo y esforzado luchador de la causa federal, fue tempranamente empujado por la historia oficial al purgatorio de los anales policiales, de donde no ha podido salir. Ni una calle de Córdoba lleva el nombre de quien tanto luchó por ella y sólo el Dr. Luís Rodolfo Frías se atrevió a reivindicar su figura. La sangre de Urquiza lo condena injustamente al olvido. El mismo Dr. Frías, aun aceptando como buena la definición de Moreno, prefiere llamarlo “el Quijote cordobés”, no sólo por su figura de alta y delgada estampa, su barba sobre la blanca tez de su rostro y una fisonomía que “denotaba un aire distinguido”, como le reconocía en 1867 el diario de Mitre, sino por sus actitudes realmente ”quijotescas”. Entre ellas -aparte sus tentativas revolucionarias- se cuentan dos paradigmáticas. Una: adquirió para instalar una de sus quintas, un terreno municipal “bastante estéril y desigual”, sometido a continuas invasiones del río Primero, abandonado por sus anteriores poseedores, que exigiría trabajos que ofrecería “mayores ventajas al público que al particular que lo costea” (2), como decía el agrimensor José María Casales informando a la autoridad municipal. ¿No es ésta una empresa quijotesca?, se pregunta su biógrafo. Otra: en la sublevación que protagonizó en 1867, con una suma de dinero incautada a la Nación, abonó sueldos y gratificaciones a Jefes y Oficiales de la guarnición local sin atribuirse un solo peso a sí mismo … “¿Y no es el desinterés prenda de todo caballero andante?”(3), vuelve a interrogarse Frías. Este hombre tan singular había nacido en nuestra ciudad el 27 de octubre de 1825, bajo el gobierno del Brigadier Juan B. Bustos, hijo de Manuel Luengo, español de Castilla la Vieja, y de doña Clara Pérez, cordobesa. Contrajo matrimonio con Margarita Tejerina, sobrina segunda de Dalmacio Vélez Sarsfield, el famoso autor del Código Civil. Sus medios de vida aparecían algo insólitos para un hombre constantemente alzado en armas: era quintero, propietario de cinco quintas situadas en lo que hoy es Barrio Alberdi, casi todas sobre la actual calle Santa Rosa, en la zona ejidal de la ciudad, “del otro lado” del arroyo La Cañada, en los “Altos de las quintas al Poniente”, como se le llamaba. En la “Quinta chica” -una hectárea rodeada por las calles Rioja, Santa Rosa, Mendoza y Coronel Olmedo- instaló su hogar en 1851 y allí habitó con su esposa, sus cinco hijos y sus dos hijas mujeres. Seis en doce años de lucha fueron los hechos de armas que le dieron fama al Comandante orillero de Córdoba. En 1860, con 34 años, se inicia en estas lides como uno de los “notables” de Córdoba que, junto con el futuro gobernador federal José Pío Achával, Rogaciano Narvaja, el comandante Pedro Maldonado, Manuel Antonio Cardozo, el Coronel Pedro Ávila y otros federales “netos” (duros o intransigentes) preparan la insurrección destinada a voltear al gobierno de don Mariano Fragueiro, que no obstante su filiación tibiamente liberal es amigo del Presidente de la Confederación Argentina, Gral. Justo José de Urquiza. La revolución tiene comienzos de ejecución con el apresamiento de Fragueiro el 23 de febrero, en el norte de la provincia, pero no tiene feliz culminación, ya que la plana mayor de los “rusos” (el partido federal o “Constitucional”) es capturada en Córdoba y los rebeldes reducidos por la acción del Coronel Manuel Antonio Pizarro, aquel enérgico liberal que siete años atrás había a su vez acabado con el gobierno filo-rosista de Manuel López “Quebracho” (1835-1852). Pero en Río Cuarto persiste alzado el Coronel Pedro Oyarzábal, quien insiste en la renuncia de Fragueiro, hasta lograrla por fin el 23 de marzo. Tres años después, ya destruida en Pavón la hegemonía nacional del federalismo por la traición de Urquiza, y siendo presidente Bartolomé Mitre, Simón Luengo y su mentor político, José Pío Achával, se lanzan a la acción por segunda vez. Gobierna en Córdoba, desde el 17 de marzo de 1862, el jefe del Partido Liberal autonomista, Dr. Justiniano Posse cuya administración -caracterizada por la cruel persecución a los federales-resulta amenazada por la invasión a la provincia que realiza el Chacho Peñaloza, quien se ha sublevado en La Rioja contra los procónsules que Mitre ha enviado a desangrar el Interior. El 7 de junio de 1863 el caudillo llanista baja hacia nuestra Capital desde el norte del valle de Punilla, causando alarma entre la “gente decente” de la ciudad. El dia 10 se produce un alzamiento de los presos federales, a los que Luengo proporciona armas y lo transforma en un gran movimiento popular. Posse es derrocado y se impone como nuevo Gobernador federal a Achával, quien en un Manifiesto del día 12 afirma que era preciso recordar que otros argentinos “sufrían el yugo opresor que nos ha legado la batalla de Pavón”(4). Al día siguiente, el Chacho entra a Córdoba y junto a Achával -dice Alfredo Terzaga- “saludó a las milicias cordobesas desde los balcones del Cabildo” mientras que el nuevo mandatario leyó una proclama en la “que exhortaba a liberar las demás provincias del yugo de Pavón para que pudieran gozar de la Constitución sin reformas”(5). Pero el procónsul que vigila a la rebelde Córdoba, el general uruguayo Wenceslao Paunero, incluyendo la caballería de su sanguinario paisano Ambrosio Sandes, logra derrotar al ejército riojano-cordobés, fuerte de 4.000 hombres, en la sangrienta batalla de Las Playas. Es el 28 de junio y Peñaloza y Luengo deben huir para salvar sus vidas. Los acompaña Agenor Pacheco, pero no Paulino Minuet, caudillo de Cruz del Eje -como afirma erroneamente Frías- porque éste había sido fusilado meses antes por el mismo Sandes. Justiniano Posse es repuesto en su cargo, pero renunciará el 28 de julio. Sin embargo, Luengo, fervoroso antimitrista, no se conforma. A mediados de 1866 gobierna don Roque Ferreya -un hombre a mitad de camino entre liberales y federales, comerciante antes que polìtico- en medio de un clima de oposición a la participación argentina en la guerra contra el Paraguay, sublevación de contingentes cordobeses destinados a aquel frente e invasiones de la montonera de Aurelio Zalazar. Se le oponen los federales “rusos” del Partido Constitucional, pero también los liberales autonomistas o “ultras”, hondamente agraviados por el asesinato de Justiniano Posse por parte del Batallón “Córdoba Libre”, creación de Ferreyra. Aislado políticamente el gobierno, Simón Luego se subleva nuevamente el 14 de julio e impone, después de algunas alternativas confusas y un interinato del liberal-fusionista Luis Cáceres, al Dr, Mateo Luque -federal derquista- como nuevo gobernador de Córdoba. Luque, a su vez, lo designa “Comandante General de Armas de la Provincia” y lo asciende al grado de Coronel de Guardias Nacionales de la Provincia. Urquiza, considerado jefe nacional del Partido Federal, en parte por la filiación no-urquicista de Luque y en parte porque ya está entregado al Presidente Mitre y los porteños, desautoriza a su fervoroso seguidor: “Yo no puedo aplaudir su conducta”, le escribe el 30 a Luengo, que comienza a desencantarse del entrerriano. “Sin necesidad de acudir a la violencia siempre funesta, podría haberse obtenido el terreno legal que dejan nuestras instituciones…” (6) ¡Instituciones provincianas contra rémingtons porteños! El 10 de septiembre siguiente, el jefe cordobès vuelve a escribir a don Justo, justificando la revolución contra Ferreyra, porque éste –dice- “en su insensato deseo de conservarse en su puesto que sus propios errores le habían hecho imposible, tuvo que rodearse de hombres violentos, arbitrarios y desacreditados”(7). Por esos meses, el fiel federal consigue desbaratar personalmente dos complots contra el gobernador Luque, uno en agosto, que le es denunciado por don Rafael Yofre, y otro a mediados de septiembre, que le hace conocer el propio Luque (8). Poco más de tres meses después, estalla en Cuyo la gran revolución antiguerrera y antimitrista de “los Colorados” de Carlos Juan Rodríguez, que confluirá con la montonera que dirigida por el Coronel Felipe Varela invade desde Chile. Influidos por la atmósfera revolucionaria, Luengo y Achával, afirma Beatríz Bosch, “piden directivas a Urquiza” (9), que es siempre esquivo en sus respuestas a su partidarios. Se ha vuelto “respetuoso del orden”…liberal-mitrista. Pero los federales cuyanos avanzan de victoria en victoria. En enero de 1867 vencen al gobernador liberal de San Juan y Luengo no espera más: el 16 de febrero se pronuncia en la plaza central, frente al Cabildo, contra Mitre, contra la guerra fratricida y contra los generales Paunero y Antonio Taboada, que amenazan al gobierno de Mateo Luque desde el sur y el norte respectivamente. Cuando llega el gobernador, Luengo y sus seguidores lo abrazan eufóricos y le dice que ahora debe pronunciarse él también. Luque, sin negarse ni comprometerse, más prudente que su subordinado/aliado frente al peligro liberal, logra desactivar diplomáticamente el movimiento, que hubiera traído indefectiblemente una tremenda represión de las tropas nacionales a la inerme Córdoba. Y no estaba equivocado en sus prevenciones: el general Juan Saá es derrotado en San Ignacio y Felipe Varela en Pozo de Vargas. La revolución federal del Oeste se desmorona, pero Luque sobrevive al cimbronazo. No por mucho tiempo. Efectivamente: en el marco de la polémica que sostiene con el Juez Federal Dr. Saturnino María Laspiur respecto a las responsabilidades de supuestos cómplices cordobeses de Rodríguez y Varela, aquel pide la ayuda de las fuerzas nacionales para hacer cumplir sus resoluciones, resistidas por Luque. Este, alarmado al enterarse del arribo de esas tropas a Río Segundo, viaja urgentemente a Buenos Aires a conferenciar con el Vicepresidente a cargo de la presidencia de la Nación (Mitre està “dirigiendo” la guerra contra el Paraguay), dejando como gobernador delegado a Carlos S. Roca. Luengo, enviado a reclutar paisano a Traslasierra para enviarlos al Paraguay, se resiste a esta violación de sus más íntimas convicciones americanas y vuelve a sublevarse el 16 de agosto de 1867, declarando su apoyo a la revolución federal de San Luis. Apresa al Dr, Laspiur, al Ministro de Guerra de la Nación, general Julián Martínez, y al comandante Juan Ayala, amenazando con fusilarlos. Enterado de la revuelta, con gran sorpresa de Luengo el Dr. Luque lo destituye y solicita el auxilio del General Emilio Conesa -liberal alsinista- y del gobernador liberal de Santa Fe, Nicasio Oroño, cuyos contingentes confluyen sobre Córdoba. Con tropas muy inferiores, el irreductible Luengo debe rendirse y huir. Luque es repuesto en su cargo, pero como antes Fragueiro, después Posse y por fin Roque Ferreyra, él también sale muy debilitado por la conducta de su Comandante de Armas, que le abre el camino a los liberales: debe renunciar el 25 de octubre y la Legislatura nombra Gobernador al ultramitrista Félix de la Peña, jefe de la gran burguesía comercial ligada a Buenos Aires. Como suele suceder con algunas acciones “ultras”, esta vez Luengo ha sido funcional a sus enemigos. ¿Cuál era el secreto de la efectividad de este hombre singular en sus tentativas victoriosas de derribar gobernadores? No la fuerza de la montonera, como en Facundo o Estanislao López, porque “Córdoba no le dio montoneras a Luengo” (10). Simón Luengo, explica Luis R. Frías, “encontrará prosélitos en la ciudad y sus contornos, de ningún modo en la campaña, algún medio centenar de pardos artesanos, contados vecinos de las quintas, desde luego sus compadres y ahijados y más de un asiduo contertulio de las innumerables esquinas de dudosa trastienda”, así como miembros de la pandillas rivales de abajeños y arribeños de los suburbios (11). Esta fuerza reducida pero decidida y la cercanía física a la sede del poder provincial explican la efectividad militar y política del Comandante Luengo, cuyos movimientos -algunas veces imprudentes- habían “exasperado” al general Urquiza (12), como dice Beatriz Bosch. El hecho es que, después de su última tentativa en Córdoba, el “constante revolucionario” es capturado en Copina el 30 de agosto y llevado a Buenos Aires cargado de cadenas y procesado por haber intentado ultimar a sus importantes prisioneros. En la Capital, “asumió su defensa el Dr. Miguel Navarro Viola”(13), ilustre abogado federal, pero el hombre de “las quintas al Poniente” -mientras sus cercos y sus manzanos quedaban en el abandono- tendría que esperar el advenimiento de la presidencia de Sarmiento y el feliz año ’69 para quedar el libertad y salir al exilio. Es liberado y deportado, pero en abril de 1869 ya ha reingresado al país: se encuentra radicado en Entre Ríos, sumado a las filas de los federales disidentes que responden al general Ricardo López Jordán. Tanto el cordobés como su jefe inmediato estaban totalmente desilusionados con el abandono de sus ideas y de su gente que había hecho el general Urquiza, y planeaban una revolución para despojarle del gobierno y reiniciar la lucha contra el liberalismo porteño. Se decide aprisionarlo y enviarle desterrado al exterior. Simón Luengo será el encargado de comandar la partida que se dirigirá al Palacio San José a tomar prisionero al Gobernador. El 9 de abril de 1870, López Jordan reúne en su propiedad de “Arroyo Grande” a unos treinta de sus seguidores, que deberán fusionarse con la partida que Luengo y el pardo Ambrosio Luna tienen en la estancia “San Pedro”, que administra “Nico” Coronel. Son alrededor de 50 hombres bien armados, que al atardecer del 11 de abril llegan a las inmediaciones de San José.

“Cuentan que el once de abril

cuando estaba atardeciendo

hasta San Josè llegaron

los hombres de Simòn Luengo.

Principiaba la Semana

en que a Cristo lo habían muerto.

Ellos no andaban de santos;

la única cruz que trajeron

asomando en la cintura

terminaba en punta e’ fierro”.

(Guillermo A. Wiede: “Jinetes de nombre muerto”)

“El coronel Simón Luengo imparte las últimas direcciones para el asalto” (14) y a las siete y media se produce el ataque. Urquiza se resiste a balazos y los rebeldes lo ultiman y huyen sin llevarse absolutamente nada. No eran salteadores, sino revolucionarios que “habían ido a sacar de por medio al tirano, que estaba vendido a los porteños” (15), como dijo uno de los participantes.
Luengo, al frente de su gente se retira hacia las nacientes del arroyo del Molino, donde se reúne con el general López Jordán, Compartirá su suerte por un tiempo, pero a mediados de junio de 1872 está clandestinamente de regreso a Córdoba. Desde la sencilla casa de su amigo Manuel Palacios, dos leguas y media al sur de la ciudad, donde se encuentra refugiado, planea un golpe contra el gobernador liberal de Juan Antonio Álvarez, que será parte de un plan nacional revolucionario contra la presidencia de Sarmiento. El gobierno cordobés descubre el complot y manda a arrestar al temible comandante. Rodeado en la noche del 26 por la partida policial de Gerónimo Rodríguez, Luengo intenta huir en la oscuridad cubriendo su retirada a balazos. Es alcanzado por Rodríguez en persona, quien lo sablea de atrás. Cae y es ultimado a tiros y culatazos por los miembros de la partida. El comandante Simón Luengo, federal inconmovible, uno de los “rusos aparaguayados” de Córdoba (16), como les llamaba el secretario de Mitre, José María de la Fuente, por sus simpatías con el heroico Paraguay de los López, acaba de morir en su ley, con las botas puestas, como había vivido.

Notas:

1) Manuel Modesto Moreno al Juez del Crimen, Córdoba 1872, cit. en Luis Rodolfo Frías: “Simón Luengo, el constante revolucionario de Córdoba”, en “Anuario del Departamento de Historia” de la UNC, Córdoba l964/1965, pag. 264.

2) Informe de José María Casales a la Municipalidad de Córdoba del 1° de diciembre de 1856, cit. en Luis R. Frías, op. cit., pag.279.

3) Luis R. Frías: op. cit., pag. 279.

4 )Efraín U. Bischoff: “Historia de Córdoba”, Editorial Plus Ultra, Lanús 1979, pag. 249.

5) Alfredo Terzaga: “Justiniano Posse: una trágica muerte y su lección política”, en “Claves de la Historia de Córdoba”, Universidad Nacional de Rio Cuarto, Rio Cuarto 1996, pag. 182.

6)Justo José de Urquiza a Simón Luengo el 30 de julio de 1866, cit. en Beatriz Bosch: “Urquiza y su tiempo”, EUDEBA, Avellaneda 1971, pag. 644.

7) Simón Luengo a Justo José de Urquiza el 10 de septiembre de 1866, cit. en Efraín U. Bischoff: “Imagen biográfica del Dr. Manuel Lucero”, Banco de la Provincia de Córdoba, Córdoba 1988, pag.153.

8) Luis R. Frías:”El Gobernador Luque y la política en Córdoba”, en “Revista Histórica” n° 3 del Instituto Histórico de la Organización Nacional, Buenos Aires, julio/diciembre de 1978, pags. 114/115.

9) Beatriz Bosch: op. cit., pag .645.

10) Luis R. Frìas: “¿Y el 80 en Còrdoba. Los acontecimientos políticos”, Secretaria-Ministerio de Cultura y Educaciòn de la Pcia de Còrdoba, Cordoba 1981, pag. 16

11) Idem, idem: pag.17

12) Beatrìz Bosch: op. cit, pag. 657

13) Maria Amalia Duarte: “Urquiza y Lopez Jordán”, Librería Editorial Platero, Buenos Aires 1974, pag. 200.

14) Beatriz Bosch: op. cit., pag. 713.

15) Cit. en Maria Amalia Duarte: op. cit., pag. 202.

Dice Guillermo A. Wiede en su poesìa “Jinetes de nombre muerto”: “Luengo piensa: ya no hay Patria/ Don Justo nos fue vendiendo/ a Mitre, a los unitarios,/ a ingleses y brasileños./ Tendrà que rendirnos cuenta/ por todos los montoneros/ que le entregaron su sangre”.

16) De la Fuente había sido enviado por el gobierno de Mitre para estudiar discretamente la opinión de las autoridades y pueblos de Santa Fe, Entre Ríos y Córdoba respecto a la infame Guerra de la Triple Alianza que el mitrismo, aliado a los “colorados” (liberales) uruguayos y el Imperio esclavista del Brasil había desatado contra el Paraguay para aniquilar su desarrollo independiente, tan odiado por los ingleses. El informe pinta la impopularidad que la guerra tenía en el pueblo cordobés y su partido, el de los federales rusos, “aparaguayados” a tal extremo –decía de la Fuente- que “quisieron festejar con serenatas el rechazo de Curupaytí” (de parte de las tropas guaraníes de Francisco Solano López a las de los invasores aliados). Cit. en Maria Amalia Duarte: op. cit., pag.119.
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