Por
Hebe Luz Ávila
En mis reflexiones sobre el Bicentenario de 1810, decía en el Suplemento de los 112 años
de El Liberal: “Pasó el Bicentenario y no alcanzó nuestra
prédica para hacer saber al país que aquí, en Santiago del Estero, nació la
patria. Que ésta no surgió de pronto en el cabildo de Buenos Aires, un 25 de
mayo de 1810, por decisión de un puñado de criollos y españoles que no sólo no
estaban decididos a independizarse de España sino que formaron una Junta
provisional Gubernativa “a nombre del Señor Don Fernando VII”. La
nación que en este 2010 celebró su Bicentenario no se sintió – porque no se
supo- hija y deudora de esta bien llamada Madre de ciudades, primera sede
episcopal, donde germinara el primer grano de trigo, y desde donde salieron
hombres y bastimentos para la fundación definitiva de aquella otra ciudad,
centro de los festejos sobre su Avenida 9 de Julio”.
Sin embargo, ante este otro
festejo de un Bicentenario que me parece más trascendente, insisto en ubicarme
en este lugar de nacimiento de lo que hoy es nuestro país. Y por eso voy a
recordar algunas de las acciones que conforman los cimientos de la futura Nación
desde nuestro Santiago del Estero.[1]
Las primeras entradas de los
conquistadores españoles – como la de Diego de Rojas en 1543- van prefigurando el inminente nacimiento,
hasta la creación de la primera ciudad que perdure. De allí saldrán luego los
fundadores y los recursos para la
creación de otros pueblos y se establecerán las instituciones fundamentales
para constituir lo que luego devendrá en
una nueva nación. Y será la
Ciudad de Barco la primera de lo que es hoy la República Argentina ,
fundada el 29 de junio de 1550 por el Capitán Juan Núñez de Prado y asentada
definitivamente el 25 de julio de 1553, cuando Francisco de Aguirre la traslade
con el nombre de Santiago del Estero.
Queremos aclarar
al respecto que mucho antes, en el año 1536, don Pedro de Mendoza fundó el Real
de Buenos Aires, pero se trataba solamente de un real, es decir un fuerte, un
reducto, pues no tenía facultades para instaurar una ciudad. Por tal motivo, en
1541 Martínez de Irala mandó a asentar el campamento de Buenos Aires y lo
trasladó al Fuerte de la Asunción, instalado por Salazar de Espinoza en 1537 y,
en uso de sus facultades, fundó sobre
ese fuerte la ciudad de Nuestra Señora de la Asunción, en territorio que hoy
corresponde al vecino país de Paraguay.
Esta primera ciudad
de Santiago del Estero es parte muy importante de un plan que el Licenciado La
Gasca, gobernante del Perú, le encomendara a Núñez de Prado, pues debía
explorar la región del Tucma o Tucumán y “en
la parte y sitio que os pareciere más conveniente para poblar, pobléis un
pueblo y desde él procuraréis de traer en paz (...) a todos los caciques
principales e indios de las dichas provincias y sus comarcas.”2
Para reforzar
nuestros argumentos de ciudad origen del país, destaquemos que esta fundación
de 1550 contó con todas las prescripciones de la juridicidad hispánica, por lo
que inmediatamente quedó constituido el cabildo, se establecieron los
habitantes y comenzaron a labrar las primeras huertas.
Considerada
con justicia “Madre de ciudades”, con su
epopeya fundadora llevó a cabo el poblamiento y colonización de gran
parte del extenso territorio nacional, no solo cubriendo lo que se consideraban
espacios vacíos, sino cumpliendo
cabalmente con la misión civilizadora y evangelizadora. Tucumán (1565), Córdoba
(1573), Salta (1582), La Rioja
(1591), Jujuy (1593), Catamarca (1683) – menos de la mitad de las ciudades
fundadas a costas de los primeros santiagueños- son las que hoy permanecen y
conforman el fundamento inicial de la patria.
Recordemos
brevemente que esta primera ciudad, muy pronto capital de la gobernación del
Tucumán, no solo antecede en varios años
a las que hoy subsisten, sino que resulta “la primera entidad política,
institucional, religiosa y cultural que tuvo la Argentina actual”3. En
Santiago del Estero se fundaron las primeras instituciones que fueron
conformando la nación en ciernes:
- La primera evangelización: Desde la
primera entrada de Diego de Rojas en 1543, los dos sacerdotes que componían la
expedición celebran numerosos oficios
religiosos. Cuando diez años después se funda
la ciudad definitiva, se establecen
las primeras órdenes religiosas,
con su consiguiente labor misional y educativa. Francisco Solano, el primer
santo de América, hizo allí sus milagros, como complemento de su tarea de
prédica y de apaciguar los espíritus de nativos y españoles.
- Una economía que abarca desde la agricultura
(el primer grano de trigo que se sembró con éxito en nuestro país fue en esta
madre de ciudades en 1556), propiciada por la Acequia Real – a su
vez la primera obra hidráulica en territorio patrio4, construida inmediatamente después de
la fundación de la ciudad-, hasta la industria y el comercio exterior.5
- En 1586 se erige la primera escuela del país a cargo de la Compañía de Jesús, para que pudieran “ser criados los
mancebos en ciencia, virtud y letras” y
en 1611 el Colegio Seminario de Ciencias Morales, primera institución de
estudios superiores, base de la posterior Universidad de Córdoba.
-
La
primera institución política, la
Gobernación del Tucumán, Juríes y Diaguitas, se crea por Cédula Real en 1563, cuya capital
es Santiago del Estero (Cuando treinta años después, en 1593, se constituya la Gobernación del Río de
la Plata y
Paraguay, se completará la geografía política de lo que en el siglo XVI se perfilaba como la Argentina ).
- El primer Obispado (1570), con su Catedral
en esta ciudad, y el primer prelado del país, Francisco de Victoria, que
cumpliera una labor clave en el ámbito eclesiástico, educativo y hasta en el
político y comercial, con sus dotes de estadista
- El primer monumento jurídico, y el más
avanzado antecedente de justicia social en nuestro territorio, con las Ordenanzas del Visitador Francisco de
Alfaro, dictadas en Santiago del Estero, en 1612.
- La primera visión geopolítica,
establecida desde este inicial centro político
puede sintetizarse en el poblamiento como expansión y defensa, la
conformación de un corredor con centro en el interior (Gobernación del
Tucumán), el afianzamiento de la producción y el comercio, y respaldado en
estas concreciones, la creación del puerto en Buenos Aires, “el mirador del
Tucumán sobre el Atlántico”6. De esta manera se configura la organización
inicial en cuanto a la economía y lo social del territorio a poblar, con centro
en las proximidades del actual río Dulce, entonces llamado río del Estero.
Pero
al instituirse en 1776 el Virreinato
del Río de la Plata
con capital en Buenos Aires, se cambia la geopolítica, al poner la centralidad en
el puerto junto al Atlántico. Se inicia así el proceso hacia la constitución de
un país agro-exportador que fue minando las economías provinciales.
Después vendría
el enfrentamiento de unitarios y federales que culminaría en Caseros con el
triunfo de porteños contra las provincias, a las que consideraban “los trece
ranchos”, desconociendo – hasta nuestros días- todo aquel comienzo de
esforzadas concreciones.
El trabajo y el esfuerzo de los primeros “santiagueños” cimentarán la
futura Nación
Algo más de tres décadas han pasado desde la fundación de la ciudad de
Santiago del Estero, y aparte del descomunal esfuerzo de fundar nuevas
ciudades, poblarlas y dotarlas de los recursos y estructuras básicas para su
defensa y funcionamiento, la capital del Tucumán ha ido tomando la envergadura de “un inmenso
taller que utilizaba sus recursos materiales para alcanzar un armónico
desarrollo agrario-artesanal autosuficiente.
De sus bosques se extraían más de 14.000 arrobas de miel y cera para
luminarias, y maderas fuertes con los que se construían carretas, muebles y
viviendas. Debido a la bondad del clima, su territorio servía para “la
invernada de equinos, mulares y ganado de toda clase[7]”,
que se traían a sus campos antes de venderse en las ferias de Salta y el Alto
Perú. El algodón, considerado “la plata desta tierra” se empleaba en la
confección de la ropa destinada para la población virreinal. Sus beneficios
superaban los 100.000 pesos plata que incluían las industrias del añil y del
tejido.
Sin
embargo, cuando llegaron los españoles, la tierra no estaba improductiva. La
visión de los campos sembrados de maíz y los algodonales fue la razón por la
que Francisco de Aguirre denominara a la ciudad fundada "Santiago del
Estero, Tierra de Promisión".
Debido a que los suelos
estaban fértiles y protegidos por los bosques, se pudo desarrollar una economía
agraria, pero también ganadera y de producción de manufacturas. No era
solamente de subsistencia, puesto que, mediante el sistema de encomienda, los
españoles conseguían excedentes de producción de los
aborígenes, lo que llevó a comerciar con Potosí y a la vez obtener productos
importados. Esto permitió que la vida en ese poblado precario, tan `a lo
indio´, fuera españolizándose, pues sus chozas de barro y madera de los bosques
nativos se iban “vistiendo por dentro con alfombras, tapices, espejos, cuadros
e imágenes religiosas, arcones, instrumentos musicales, muebles, platería”.[8]
A este bienestar
material se agregan – consecuentemente- las inquietudes culturales, que van desde
la instalación de las primeras bibliotecas a partir de 1578, a la presencia en estas tierras de tres poetas de reconocido
prestigio. En efecto, Mateo Rojas de Oquendo llega acompañando al gobernador
Ramírez de Velasco, participa de la fundación de La Rioja , en 1591, y es
encomendero de indios en Santiago del Estero, donde escribe un poema hoy
perdido titulado “El Famatina”, con una “descripción, conquista y
allanamiento” de la región. El otro es
Martín del Barco Centenera, que participó como protagonista en la fundación de
Jujuy (1561) y vivió un tiempo en Santiago del Estero (1581), cuyo extenso
poema Argentina y Conquista del Río de la Plata y Tucumán y otros sucesos del Perú" es el primer antecedente del nombre de nuestro país, que él
llama “el argentino reino”. El tercero será Ruy Díaz de Guzmán, considerado el primer escritor, narrador y cronista
criollo nacido en el Río de la Plata, que entre 1606 y 1607 fue Tesorero de la Real Hacienda en
Santiago del Estero, luego de participar en la fundación de la ciudad de Salta,
en 1582. Coincidentemente, su poema que comprende una crónica de la conquista
del Paraguay y del Río de la
Plata , se
titula también La Argentina.
Por lo anteriormente dicho, no sería descabellado
suponer que también Argentina, el nombre poético de nuestro país, surgiera
desde Santiago del Estero, pues serán estos dos últimos libros los que lo
determinen.
A partir de 1580, con la fundación de Buenos
Aires, los asentamientos hispanos irán conformando un arco entre el Alto Perú y
el Río de la Plata. En
el primero, Potosí con la explotación de sus minas de plata dominaba la
economía de la región; en el último, se comerciaba y se recaudaba de la
aduana (y del contrabando, agregamos). Serán las ciudades que permanecen en el
medio las que produzcan y desarrollen industrias, lo que hará decir a Mariquita
Sánchez de Thompson: “En las provincias había industrias; en Buenos Aires,
ninguna.”[9]
Recordemos que los obrajes textiles establecidos por el Obispo Victoria
lograron en muy poco tiempo que su
producción fuera una de las principales actividades económicas, tan cuantiosa
que el primer cargamento que partió para su exportación al Brasil ocupaba
treinta carretas. Llamados también obrajes de paños, pasaron a ser después de
la conquista la forma productiva del territorio ocupado, como una
variante del sistema de encomiendas, a manera de recompensa que se le otorgaba
al conquistador, quien se comprometía a convertir al cristianismo a los
aborígenes a su cargo. Allí, "en lugares sombríos, techados de
ramas, cercados de muros de adobe, (...) fueron encerrados los indios e indias”
dedicados al tejido, hilado y teñido de los paños de algodón. Verdaderas
fábricas, que alrededor de 1585 abastecían a la colonia de ropa,
calcetas, frazadas, sobrecamas, sombreros, cinchas, aparejos y hasta trigo y maíz.
La tierra como soporte
En todo
proceso de construcción social de identidad, el territorio constituye una
categoría central, en cuanto soporte material y a la vez entorno ambiental.
Este marco y a la vez piso de sostén, es asociado a la madre tierra – la Pachamama- en las
culturas originarias, al concebirse como un segundo seno que nutre, madre común
de sus moradores. A la vez, el paisaje configura, de alguna forma, aspectos
básicos de la cultura – recordemos su sentido etimológico de cultivar – local.
Desde un comienzo, los conquistadores
debieron adaptarse a las características del territorio y aprender a valerse de
la novedad que contenía. Así, muy pronto aprendieron a confeccionarse “zapatos
de la tierra”, a valerse de las “ovejas de la tierra”, como llamaban a la
llama, a comercializar en la “moneda de
la tierra”, que eran los textiles, confeccionados con el algodón, la “plata
desta tierra” y a acostumbrase a convivir con los hijos mestizos que habían engendrado:
los “mestizos de la tierra”, o más significativamente los “hijos de la tierra”.
Y, literalmente, hicieron sus viviendas de tierra, al adoptar el adobe de los
aborígenes, es decir el ladrillo de barro.
La tierra y todo lo que ella implica
irá configurando una nueva identidad
común, y aunque los primeros españoles sentían la falta de los
elementos que conformaban el modo hispánico de vida, muy pronto las
generaciones siguientes de mestizos y criollos – consideraron que naturalmente formaban parte de
ella. De esta manera, los nuevos santiagueños, mendocinos, sanjuaninos,
tucumanos, cordobeses, santafesinos, bonaerenses, salteños, correntinos, riojanos, jujeños, puntanos, - por hacer
referencia solo a las ciudades fundadas en los primeros cincuenta años- sintieron su arraigo definitivo, empezaron a
amar su terruño y a tratar de engrandecerlo.
Así lo demuestra la presentación que hiciera ante
el cabildo de Córdoba la madre Clara de la Encarnación Tejeda ,
nieta de aquel infatigable Hernán Mejía Miraval que tratáramos en una nota anterior,
y de la india María del Mancho:
“…la madre Clara de la Encarnación monja
profesa del convento de monjas de Santa Catalina de Siena de esta ciudad de
Córdoba, hija legítima del capitán Tristán de Tejeda, descubridor, conquistador
y poblador de esta dicha ciudad, [ …,] parezco ante V. Sa. y digo que para
mayor gloria, honra y servicio de Dios Nuestro Señor y de Su Santísima
Encarnación y aumento de esta dicha ciudad de donde soy natural y criolla,
nacida y criada en ella yo hice renunciación de toda mi herencia y patrimonio
paterno y materno al tiempo que profesé para fundar un monasterio de monjas en
esta dicha ciudad por la obligación que le tengo por ser como es mi patria y deseando su aumento y que se
fuese ilustrando y ennobleciendo en semejantes obras de piedad y religión con
que la Divina Magestad fuese más servida y alabada , [ …] y aunque he sido
importunada del señor obispo de la provincia del Paraguay y del gobernador de
ella y de los cabildos eclesiástico y civil de la ciudad de La Asunción de la
dicha provincia para que en ella hiciese la dicha fundación, y me han ofrecido
muy grande ayuda de sitio y estancias y ganados y otras comodidades, no he
venido en ella por la afición que tengo a esta dicha ciudad por las razones
dichas…”[10]
Su abuela había nacido en el territorio que luego
fuera Santiago del Estero, su madre era primera generación mestiza y
santiagueña por nacimiento. Ella, la madre Clara de la Encarnación pertenecía a
la primera generación de cordobeses, ¡Y ya tenía sentimiento de patria, más de
dos siglos antes de los Bicentenarios que festejamos!
Esfuerzos por la causa de la Patria
Proverbial
fue siempre la prodigalidad de Santiago del Estero y sus habitantes, al punto
que el Deán Gregorio Funes, en el mismo año de nuestra independencia,
reconocía: “Podría esperarse siempre de
la generosidad de sus habitantes, que aunque empobrecidos por las
circunstancias calamitosas que atravesaron, podríase en cualquier momento
contar con los
santiagueños, porque cuando se trataba de una
causa de la Patria solían hacer esfuerzos superiores a su capacidad"[11]
Ya desde
las primeras fundaciones llevadas a cabo por la Madre de Ciudades, ésta actuó
con generosidad, pues entregó a la construcción de la Nación gran parte de sus
habitantes –vidas y esfuerzos-, su producción agrícola y ganadera, alimentos
para la caballería, maderas, armas, arados. Este es el caso - entre tantos
otros- de la fundación de Córdoba, llevada a cabo por el gobernador de Santiago
del Estero don Jerónimo Luis de Cabrera, en 1573, quien acarreó “cuarenta
carretas cargadas de basamentos”.
Su ayuda
fue constante y no solo se dirigió a las ciudades que fundara como Madre de ciudades, sino que envió
protección a Santa Fe y el fuerte de Sancti Spiritu, y hasta acudió en auxilio
al puerto de Buenos ante el ataque de corsarios ingleses.
Durante toda la guerra de la Independencia, Santiago
del Estero fue un gran cuartel a cielo
abierto. Si bien no se llevó a cabo ninguna batalla importante en su territorio,
los ejércitos de San Martín y Belgrano y todos los que cruzaban por su
territorio se abastecían de soldados y encontraban descanso y alimento en las
postas, como las de Ambargasta, Ayuncha, Simbolar, Silípica, Manogasta,
Jiménez, Vinará y hasta en la misma ciudad de Santiago del Estero. María
Mercedes Tenti[12] nos señala que “Generalmente
estas postas estaban instaladas en estancias de propiedad de hacendados
acaudalados, que contaban con lugares para alojar a los viajeros, albergar a
los animales, y numeroso personal que atendía las tareas del servicio.”
Y por si no bastaran estos antecedentes de
su inestimable aporte en la formación de lo que hoy es nuestra Nación, en
nuestro ensayo “La identidad nacional comienza a tejerse en Santiago del
Estero”, publicado en la RFCSE Nº 60 (pág. 20 a 27), demostramos que las
primeras familias instaladas en la ciudad de Santiago del Estero, desde los
años iniciales de su fundación, son las que darán origen decisivo a la
población y los rasgos definitorios de
la identidad de este país que en estos días está celebrando el
Bicentenario de su Independencia.
[1]
Gran
parte de este texto está sacado del Ensayo inédito TEJER LA IDENTIDAD: LOS HILOS QUE CONFORMAN LA TRAMA, de Hebe Luz Ávila.
2 Piossek
Prebisch, Teresa
(2004). POBLAR UN PUEBLO:
COMIENZO DEL POBLAMIENTO DE ARGENTINA EN 1550, Tucumán.
3 ALEN
LASCANO, LUIS C. (2006). LOS ORÍGENES DE SANTIAGO DEL ESTERO.
Santiago del Estero: Marcos Vizoso Ediciones, 7.
4 DÍAZ DE RAED, SARA. “La Acequia Real ”.
En Revista de la Fundación Cultural Santiago del Estero, consultado en http://www.fundacioncultural.org/revista/nota4_08.html el 10-10-09.
5 El 2 de septiembre se
instituye como Día de la
Industria en la
Argentina , pues ese día, en
1587, parte el primer embarque con productos manufacturados desde
Santiago del Estero, enviado por el Obispo Victoria hacia Brasil. El puerto de
Buenos Aires fue consecuencia de este hecho significativo.
6 Levillier, Roberto. Citado
por Alén Lascano, Luis (2006), 32.
[7] ALÉN LASCANO, Luis C. (2006), 13.
[8] ALÉN LASCANO, Luis C. (2006), 60.
[9] O´DONNELL, Pacho. La historia que no nos contaron EL REY BLANCO,
consultado el 18-10-09 en http://www.odonnell-historia.com.ar/anecdotario/EL%20REY%20BLANCO%20parte%20VIII.htm
[10] Archivo
Histórico de Córdoba. Actas capitulares, Libro 6, 31 de marzo de
1622.
[11] Funes, Gregorio: "Ensayo de la Historia Civil del Paraguay,
Buenos Aires y Tucumán", Tomo II, Buenos Aires, 1816.
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