Juan Domingo Perón y Carlos Ibáñez del Campo en el desfile del 9 de julio de 1949. |
Benito Mussolini. |
El peronismo tuvo,
como se sabe, orígenes fascistas. Fascista fue la revolución militar de 1943 de
la que emergió a la política nacional. La concepción de Benito Mussolini de que
es un movimiento y no un partido lo que está en la esencia del fascismo penetró
en las bases teóricas y prácticas sobre las que se asentó el primer gobierno
del general Juan Perón. Si no se quisiera menear la política del cachiporrazo,
a la que fueron tan adictos los elementos de choque del nacionalismo peronista
de los días iniciales, podría invocarse en su defecto el calco existente entre
la legislación argentina de entidades gremiales, de 1945, y la famosa Carta del
Lavoro (1927), que la precedió en Italia. Los primeros fueron los tiempos del
fascismo de derecha, el que se cultivó aquí en medio de la ambigüedad que la
prudencia recomendaba frente a los malos augurios bélicos que perseguían como
sombra al eje formado entre Berlín y Roma. La subversión y el terrorismo que
despuntaron a fines de los años 60 a sangre y fuego con los asesinatos de
dirigentes sindicales como Augusto Vandor y José Alonso y del ex presidente
militar Pedro E. Aramburu abrieron en la Argentina el turno de un peronismo de
nueva generación, travestido en fascismo de izquierda. Uno de sus más enconados
enemigos fue el otro fascismo, el de derecha, atrincherado en filas
parapoliciales con el nombre de la Triple A. Ninguna de esas expresiones de
criminalidad política fue mejor, ni podía serlo, que el respectivo reverso. Los
iguales no son distintos: la nota dominante de ambos fascismos locales estuvo
en la apelación a la fuerza, no a las ideas o al debate, para doblegar
contrincantes o para imponer supremacías. El fascismo nació al cabo de la
Primera Guerra Mundial como una extraña facturación de nacionalismo tribal y
socialismo antimarxista. Así lo definieron, en la década del 30, intelectuales
como Gentile, Primo de Rivera, Mosley, Degüelle y La Rochelle. Mussolini había
militado en el Partido Socialista italiano hasta 1914. Rompió por diferencias
insalvables entre un partido de tibios y él, que se consideraba "el más
tenaz creyente en la guerra". Con ese precedente nació el fascismo.
Respuesta siniestra de una Italia decepcionada por haber estado entre los
países victoriosos en la guerra de 1914-1918 y haber perdido, sin embargo, en
la mesa de negociaciones diplomáticas lo que pedía para estabilizar las fronteras
entre los Alpes y el Adriático y consumar la anexión, entre otros territorios,
de la Dalmacia que sería parte de la nueva Yugoslavia. Nadie podría decir que
la política exterior del peronismo, ni antes ni ahora, ha sido más clara y
precisa que aquella de Mussolini. Tampoco ha sido diferente en orden a algunas
cuestiones de política interna, como esa comunión de métodos para resolver con
intemperancia, y hasta con manipulación desenfadada, las controversias
naturales en la marcha de un gobierno. Se puede trazar, en ese sentido, una
larga lista de temas de viva actualidad, imputables al ala gobernante del
peronismo, en la que nidifican sus más persistentes complejos y arrogancias.
Las manifestaciones de prepotencia reiterada del secretario de Comercio, sin
que la Presidenta lo ponga en quicio. La falsificación abierta de cifras y
estadísticas oficiales. Los ataques constantes a la prensa ajena a los dictados
oficialistas. La regulación de los contenidos de los medios de comunicación,
cuya genealogía se remonta al decreto 23.408 de la dictadura de 1943 y, de
allí, al código mussoliniano sobre radiodifusión, de 1924. Los enfrentamientos
con el agro y el dictado de medidas para perjudicarlo. La sobreactuación
institucional de los gremios afines a la Casa Rosada. El exagerado culto de la
personalidad y la sumisión de legisladores y gobernadores a lo que dispone el
poder central. El abuso del poder de policía administrativo. El tendido de
redes clientelares a través de favores prebendarios. La persecución de figuras
independientes u opositoras a través del aparato de inteligencia del Estado. La
exaltación de las corporaciones en detrimento de los partidos políticos. El
avasallamiento de poderes independientes, sobre todo el Judicial. El
alineamiento con regímenes autoritarios como el de Hugo Chávez. El fascismo
luchó, es cierto, contra el marxismo, pero con aun mayor convicción y aptitudes
naturales lo hizo contra el liberalismo. Por haber sido profundamente
intervencionista y corporativista, postuló que las libertades individuales se
deben ejercer sólo dentro de las pautas determinadas por el Estado omnipotente,
encarnado en un liderazgo infalible. En el campo de esa interpretación de
fenómenos sociales y políticos, no hay lugar para una genuina libertad de
prensa, sino para un periodismo genuflexo y complaciente. Por lo que se observa
de éste, su funcionamiento deficitario cuesta ingentes sumas al erario. Pero
qué importa, si pagan los contribuyentes.
Fuente:
“Editorial”, en La
Nación, Buenos Aires, 13 de febrero de 2011.
http://www.lanacion.com.ar/1349577-peronismo-la-emulacion-del-fascismo
[Citado el 21/9/2016]
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