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Mariano Benito Rolón. |
Por
Guillermo Palombo*
Ventura
Robustiano Lynch (1851-1888) uno de los más destacados cultivadores de las
tradiciones populares argentinas, autor de una obra publicada en el año 1883,
dice refiriéndose al gaucho federal, que en la época de Rosas “la barba ya
había entrado en moda, acostumbrándose a rasurarla a la altura de la boca,
dejándose también crecer el bigote. El color del rostro era acentuado,
semiachinado, mezcla todavía de la raza blanca y la cobriza, con el labio
inferior un poco grueso, como los gauchos anteriores”.
El uso del bigote fue obligatoriamente
reglamentario para los oficiales y tropa, de acuerdo a una orden circularizada
el 4 de febrero de 1831 a los jefes de los Regimientos de Caballería de Campaña
de la provincia de Buenos Aires, que lo eran los coronales Pinedo, Izquierdo,
Prudencio Ortiz de Rosas, Espinosa y Narciso del Valle (1). A esta
circular se refiere, unos años después, el coronel Prudencio Ortiz de Rosas,
jefe del Regimiento 6 de Milicias de Caballería de Campaña, en una nota suya
dirigida al general Manuel Corvalán, edecán del gobernador y capitán general,
brigadier Juan Manuel de Rosas, fechada en Buenos Aires el 2 de setiembre de
1839, en la que le informaba: “que antes de marchar a la campaña de Córdoba,
contra los amotinados unitarios que en aquella época ocupaban el interior de la
República, recibió una orden (circular al ejército de línea y milicia) para que
todos usasen bigote y los conservasen mientras durase la actitud hostil en que
se encontraba la provincia; y aunque también es cierto que son muy pocos los
milicianos que no los usan, ha creído de su deber ordenar nuevamente al
Regimiento Nº 6 de su mando, que todos los milicianos usen bigote y los
conserven mientras dure la guerra contra los pérfidos salvajes unitarios y sus
imbéciles aliados los incendiarios franceses lo que el coronel que firma pone
en conocimiento de vuestra señoría para que se digne transmitirlo al superior
de su excelencia el excelentísimo señor gobernador, a los fines que estime
convenientes”.
Y con motivo de la batalla de Chascomús, librada
ese año, Juan Manuel de Rosas premió a Juan Durán, el ejecutor de Pedro
Castelli, acordándole el “uso de bigote y barba federal”.
En 1840, Juan de la Cruz Ocampo, un catamarqueño
de 20 años que no había prestado servicios a la Federación, fue detenido en
Morón, consignándose en su filiación: “Se ha quitado el bigote”, por lo que fue
remitido como “salvaje unitario”. (2)
El jesuita Mariano Berdugo, que estuvo en Buenos
Aires hasta 1841, dice que los mazorqueros, siguiendo órdenes de Rosas, con
látigos y chicotes lograron “que todos los hombres trajesen la cinta punzó en
el sombrero, vistiesen chalecos colorados, no se atreviesen a salir con fraques
o levitas, usasen poncho y trajesen bigotes”.
Pero quien mejor ha expresado las razones del
uso del bigote, como símbolo, en aquella época, ha sido Antonino Reyes, que
fuera jefe de la Secretaría Militar de Rosas, quien, años después de Caseros,
en una carta dirigida al señor Solano Riestra que vivía en Florida (Uruguay),
que no llegó a remitirle y conservó para sí, pero que he encontrado en el
Archivo General de la Nación entre los papeles que pertenecieron a la colección
formada por Adolfo Saldías, le dice:
“Al leer el diario que usted redacta “El
Demócrata”, he visto con pesar, un artículo que lo encabeza con este título:
“El bigote del señor Crespo”, y haciéndose eco de la mofa con que “El Nacional”
de Buenos Aires echa a vuelo una nota que pasó este soldado de nuestra
independencia en épocas difíciles y excepcionales y que se publicó entonces en
“La Gaceta” (Mercantil) agrega usted palabras picantes para ridiculizar el
proceder de aquel valiente veterano.
“El coronel don Francisco Crespo no quiso ser
menos que la gran porción de sus conciudadanos que en reuniones públicas se
invitaron y comprometieron a usar bigotes, mientras estuviese en peligro o
fuese atacada la independencia de su patria y encontrándose él en la
imposibilidad de seguirlos en aquella idea entusiasta quiso sincerarse ante sus
compatriotas y creyó conveniente dirigirse al gobernador para ser autorizado a
no usarlo y por este medio hacer pública su imposibilidad física para ello.
“No se asombre usted de estas expansiones y
hasta exageraciones del patriotismo, que con el fasto de tiempos tormentosos y
que todos los pueblos han pasado por ellas con más o menos entusiasmo o
frenesí.
“Usted es joven, no ha podido conocer sino por
referencias de los que han seguido una interesante propaganda sistemada los
acontecimientos de aquella época excepcional, única en estos países, para poder
apreciarlos con imparcialidad y valorar los motivos que impulsaban a los
hombres a la exaltación.
“Preciso era haber estado en aquel centro
borrascoso en que cada uno quería distinguirse en demostrar su decisión y
sobresalir con entusiasmo para conocer el verdadero sentimiento popular
creciente y venir a convencerse que no era Rosas el maniático que según usted
dominaba hasta obligar a observar sus caprichos haciendo que el pueblo
adivinase su voluntad para seguir sus locuras como la de los colores, las
divisas, las barbas, etc.
“Persuádase usted que no era Rosas, era la
opinión, era la exaltación de los espíritus, era el odio a los enemigos aliados
al extranjero, lo que hacía a los federales proceder y manifestarse con esas
imposiciones para conocer los remisos o indiferentes a la voluntad general;
exigían compromisos públicos, declaraciones claras de sus opiniones sin
ambages, ni reticencias y el gobernante tenía que respetar y seguir la
corriente de esa opinión proclamada en toda la República con la fuerza con que
se impone en tales casos en que nunca quiere ser extraviada.
“Era esa la voluntad de las masas; esa era la
voluntad general, y Rosas ni nadie podía oponerse a ese torrente de la opinión
expresada unánimemente en todas partes, porque así pensaban todos y estaba
encarnado en todos los argentinos celosos de la integridad e independencia de
su patria, el odio a todo lo que no estaba en armonía con la defensa en que
estábamos empeñados.
“Para patentizar esta disposición buscaban todo
aquello que más pudiera herir a sus enemigos y que demostrase bien alto la
opinión dominante.
“El coronel don Francisco Crespo fue uno de los
que con su espada contribuyeron a la libertad de esta Patria peleando contra
los imperialistas.
“Lea usted los partes y comunicaciones sobre el
combate de Obligado, y allí lo encontrará usted peleando con bravura contra la
escuadra anglo-francesa como segundo jefe del general Mansilla en aquel
memorable combate en que se peleó con tanta desventaja, en artillería y pericia
y que sin embargo no cedió el valor argentino en aquella jornada
gloriosa. Tengo todos esos documentos que se publicaron pero que están
olvidados como muchas otras cosas que hacen honor a aquel gobierno, pero que
por lo mismo la pasión política los ha cubierto con el polvo del olvido.
“Recordaré aquí un hecho análogo. El
coronel don Fructuoso Rivera al mando de un Regimiento Imperial por el año (en
blanco) firma con sus oficiales un compromiso para usar y hacer usar bigotes a
todo el regimiento con penas graves al que no lo hiciera, y sin embargo nadie
lo acusa de maniático ni de que impusiese su voluntad; con la diferencia que
para esta disposición no militaron las causas que hicieron resolver a los
argentinos a imponerse voluntariamente esa obligación; el país estaba
militarizado y era el sostén del gobernador; no había cuerpos de línea capaces
de imponer la voluntad de Rosas.
“Dice pues en conclusión que no hay razón para
ridiculizar esa nota; se trataba del respeto a la opinión de las masas cuyas
deliberaciones no se pueden ni se deben contrariar en momentos dados sin correr
un grave riesgo y que además recae este incidente en una persona que reunía
cualidades muy recomendables de carácter, estando además de por medio sus
importantes servicios a la patria.
“Creo que he cumplido con mi deber al hacer esta
rectificación y dejar correr este hecho como otros muchos que son glosados
maliciosamente y sin explicación de las causas que los hayan motivado.
Soy de usted atento servidor. Antonino Reyes. Esta carta
nunca fue dirigida por haberse pasado el momento oportuno”. (3)
Referencias
(1) A.G.N., Sala X, legajo 24-4-3.
(2) Índice del Archivo del Departamento General
de Policía, Tomo II, Buenos Aires, 1860.
(3) A.G.N., Sala VII, legajo 3-3-15, fojas 14 a
17.
* El Resero,
Año 4, Nº 35, Noviembre 2005.
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