sábado, 14 de marzo de 2009

EL SALADERO DE LAS HIGUERITAS

Juan Manuel de Rosas toca un gato y su hermano Prudencio baila, al lado un Colorado del Monte.

Juan Martín de Pueyrredón.


Gaucho arriando ganado.







Por Sandro Olaza Pallero






Los saladeros contribuyeron a la economía rioplatense, pues permitieron aprovechar íntegramente al ganado vacuno y producir carne destinada a la exportación. El tasajo era exportado a las Antillas y a Brasil para el consumo de los esclavos. En los saladeros fueron contratados trabajadores asalariados que tenían a su cargo una etapa de la producción. Luego de matar a los animales elegidos, se les extraía el cuero y se trozaba su carne en tiras que se apilaban con abundante sal entre capa y capa. La carne se asoleaba cada diez días y se la apilaba nuevamente. 
El tasajo estaba listo después de cuarenta días. El primer saladero de Buenos Aires fue fundado en 1810 por los ingleses Roberto Staples y Juan Mc Neil y el oriental Pedro Trápani, ubicado en Ensenada, sobre el Río de la Plata. Desde entonces hasta 1815 no se instaló ningún otro saladero. En 1815 Juan Manuel de Rosas, Juan Nepomuceno Terrero y Luis Dorrego, hermano del coronel Manuel Dorrego, establecieron el saladero Las Higueritas en Quilmes. 
Según Carlos Ibarguren esta sociedad “fue próspera y se benefició explotando diversas faenas: ganadería, acopio de frutos del país, saladero de pescados y de carne en Las Higueritas, próximo a la reducción de los Quilmes, y exportación de esos productos a Río de Janeiro y a La Habana. Las ganancias se multiplicaron enriqueciendo a la razón social y convirtiéndola en un peligroso competidor del gremio de abastecedores de Buenos Aires. Se inició, entonces, una recia lucha económica contra los saladeros, acusados de haber provocado la escasez de la carne”. 
En 1819 el gobierno del general Juan Martín de Pueyrredón prohibió “las faenas de carnes saladas en todos los establecimientos de esta ciudad [Buenos Aires] y su jurisdicción”. Pueyrredón hizo llamar por bando a los abastecedores preguntándoles: “Si teniendo la exclusiva del abasto, creen siempre serles contrarios los establecimientos de saladeros”, y ordenaba se oyera a los saladores “quienes deben ser convocados haciéndoseles la misma proposición e instruyendo, a unos y otros, que serán preferidos aquellos que hiciesen mayor beneficio al público”. 
A fines de la década del veinte existían más de veinte saladeros en la provincia de Buenos Aires. Años después, el antiguo ministro de Rosas, José María Roxas y Patrón en carta al ex gobernador bonaerense, fechada en Buenos Aires el 29 de marzo de 1861, le comentaba sobre el comercio de las carnes saladas y le recordaba la fundación del antiguo establecimiento saladeril de Las Higueritas: “Creo que la marina inglesa, y otras, consumen mucha carne salada de Norte América. Dándole el beneficio que se quiera, de ninguna parte puede llevarse tan barato como de aquí…a V.E. que fue el primero en establecer un saladero en Buenos Aires, cuando era joven; fundando así el ramo principal de la riqueza actual, pues que de él depende la cría de ganados en su mayor parte; es a quien corresponde estudiar este negocio en Europa, haciendo conocer su importancia, a los hombres de influencia pública con quienes tenga relación”. 
El propio Rosas en carta a su amiga Josefa Gómez, del 2 de mayo de 1869, se acordaba de la sociedad que formó con Terrero y Dorrego, después de dejar la administración de las estancias de sus padres: “Cuando entregué las estancias a mis padres recién casado, y salí a trabajar por mi cuenta, fue mi primer paso dar aviso a mi primer amigo, pobre también como yo, Juan Nepomuceno Terrero. Le propuse trabajar en compañía, encargándose él de lo que debiera hacerse en la ciudad, y yo de los trabajos del campo. Esta amistad con él, con mi muy amada comadre, y con sus buenos hijos, dura hasta hoy, y será siempre ejemplar y eterna. ¿Porqué el señor [Manuel] Bilbao -ya que habla de nuestro socio, en algunos de los negocios de campo, el señor don Luis Dorrego, mi buen amigo, y hermano digno de la ilustre víctima, jefe supremo del Estado- guarda silencio respecto de la sociedad Rosas, y Terrero, que tantos y tan valiosos servicios rindió a la patria, y a los hombres?”.


Bibliografía:

IBARGUREN, Carlos, Juan Manuel de Rosas, su vida, su drama, su tiempo, Buenos Aires, Ediciones Frontispicio, 1948.
RAED, José, Rosas. Cartas inéditas de Rosas, Roxas y Patrón. I. 1852-1862 Monarquía republicana, Buenos Aires, Platero, 1972.
RAED, José, Cartas confidenciales a su embajadora Josefa Gómez 1853-1875, Buenos Aires, Humus, 1980.

miércoles, 11 de marzo de 2009

SERAPIO BORCHES DE LA QUINTANA

Serapio Borches de la Quintana.




Cabildo y sede de la Policía porteña (1870).




Bolsa de Comercio (1866).






Por Sandro Olaza Pallero






El 1° de febrero de 1873, en la segunda entrega del tomo I de la Revista Criminal, editada en Buenos Aires, con el título de “Serapio Borches de la Quintana. Sus crímenes y aventuras”, se editó la primera entrega sobre las andanzas de este célebre ladrón y estafador. La publicación lo calificaba como un criminal famoso entre los más famosos criminales y se preguntaba. “¿Quién es, en efecto, Serapio B. de la Quintana? ¿Acaso un asesino? No! Un ladrón? Sí!”. 
Afirmaba que era un ladrón en el cual concurrían todas las condiciones para serlo sobresaliente, un delincuente de quien el mismo “Jorobado Parodi”, quedaría admirado. “Cinismo, perspicacia, resolución, firmeza, sangre fría, discreción, habilidad; todo lo reúne, todo lo posee...Por el año de 1863, se hallaba establecido en el partido de la Mar Chiquita Serapio B. de la Quintana, en sociedad con dos hermanos”. Estafó a varios hacendados de esa localidad dando en garantía capital de sus hermanos y éstos últimos tuvieron que cancelar la deuda de la cual eran fiadores, por lo cual quedaron arruinados. 
Un año después, el 1° de febrero, la policía al mando del comisario Patricio Igarzábal, descubrió una importante falsificación de onzas de oro, así como de otras monedas y cuños. Se capturaron a los dos falsificadores y de los mismos sobresalía un joven de distinguida educación. 
“Era Serapio Borches de la Quintana, que después de dilapidar fuera del país todo el dinero que consiguiera por medio de la más indigna estafa, había vuelto para lanzarse resueltamente en las corrientes del crimen”. Los delincuentes confesaron en el sumario que habían estafado a varias casas de Buenos Aires y Montevideo. Las piezas eran de gran perfección y se llegaron a confundir con las legítimas. Los reos fueron condenados al presidio de Patagones y al poco tiempo, Quintana se escabulló de la cárcel. Nadie supo donde estaba y las autoridades locales mucho menos. 
Tiempo después se disfrazó de mercachifle para estafar a la gente desprevenida. Un día el comisario Francisco Wright caminando por la calle Reconquista, creyó ver en un mercachifle a este delincuente. Le dijo a Quintana donde vivía, pero el astuto estafador sostuvo que vivía en una fonda y que era la primera vez que arribaba a Buenos Aires. “Puesto bajo la acción de la justicia, fue enviado nuevamente al presidio de Patagones, después de comprobarse legal y plenamente, que don Pedro García, el honrado buhonero, era Serapio Borches de la Quintana, el célebre criminal, cuyas aventuras y hechos vamos narrando”. 
En 1870 el acaudalado comerciante Lorenzo Otero se hizo amigo de dos caballeros elegantemente vestidos y que tenían un lujoso carruaje, fue con ellos a un baile de máscaras en el Carnaval. Poco después se dio cuenta que estaba solo sin sus amigos. Éstos robaron su caja fuerte con una gran suma de dinero y varios cupones de la deuda oriental por valor de más de 24.000 pesos fuertes. Otero hizo la denuncia y la policía le preguntó de quien podría sospechar. La víctima respondió que sospechaba de los dos individuos que habían desaparecido. 
Poco después los estafadores se embarcaron ocultamente para Buenos Aires y cambiaron los cupones en la Bolsa de Comercio. Serapio de la Quintana tenía noble porte, su paso marcial, los guantes que calzaba, la varita lo hacían ver como un caballero distinguido. Pero en realidad era uno de los criminales más famosos de la galería publicada por la Revista Criminal.




Fuente:


Revista Criminal, Buenos Aires, 1873.

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