domingo, 28 de junio de 2009

EL DERROCAMIENTO DE JOSÉ SANTOS ZELAYA

Trabajadores bananeros.
Augusto César Sandino.




José Santos Zelaya.



Por Sandro Olaza Pallero




José Santos Zelaya López nació en Managua (Nicaragua) el 1° de noviembre de 1853. Integrante del Partido Liberal, se sublevaba en León el día 11 de julio de 1893, apoyado por Anastasio Ortiz.
Se desconoce la junta de gobierno de Joaquín Zavala Solís y se forma otra integrada por el general José Santos Zelaya López, Francisco Baca, Anastasio Ortiz y Pedro Balladares. El gobierno revolucionario entró a Managua y derrotó al ejército conservador el 25 de julio en la Cuesta del Plomo -al oeste de la ciudad- y desfiló por la calle del Triunfo aún existente.
La nueva Constitución de 1893, de corte liberal, proscribía los bienes de “manos muertas”, y la disposición se aplicó a los de la Iglesia católica. Sin embargo, no constituyó una transformación decisiva de las estructuras agrarias del país, donde tanto el crecimiento agroexportador como la propia reforma liberal fueron no sólo tardías sino, finalmente, truncadas por acontecimientos posteriores.
Con Zelaya, el consolidado grupo cafetalero de las sierras de Pacífico y de la Meseta Central, aliado ya a los sectores comerciales del país, buscaba imponer definitivamente su proyecto político como “proyecto nacional”. En 1894, Zelaya tomó por la fuerza la Costa de los Mosquitos, una disputada región bajo protectorado británico.
La lejanía del territorio permitió que Gran Bretaña, no queriendo embarcarse en un problema tan lejano y de escaso valor, reconociera la soberanía nicaragüense. De ahí la audacia política del gobierno zelayista, que culminó con la expulsión del cónsul británico y la toma de Bluefields. Desde la Mosquitia se controlaba la vía del río San Juan y la zona minera (oro y plata), maderera y bananera, que caía bajo control de los financieros estadounidenses. La influencia de Gran Bretaña en Centroamérica dejaba el lugar a Estados Unidos, victorioso militarmente en la guerra hispano-norteamericana de 1898.
Fue partidario de la creación de unos Estados Unidos de América Central, lo que le llevó a apoyar a otros partidos liberales de distintos países centroamericanos que pudieran defender el mismo proyecto, y a promover diversas conferencias unionistas centroamericanos, especialmente las cumbres presidenciales celebradas en Corinto. En Managua, el 27 de agosto de 1898, se reunió un Congreso que aprobó la Constitución de los Estados Unidos de Centroamérica.
De acuerdo con ella, Nicaragua, Honduras y El Salvador pasaron a ser los estados de la nueva federación. Sin embargo, el golpe de Estado llevado a cabo en este último país por el general Tomás Regalado echó por tierra el proyecto unificador.
En 1902, Zelaya fue reelegido presidente. La factibilidad de construir un canal a través del istmo de Centroamérica era una cuestión controvertida desde tiempo atrás.
Cuando Estados Unidos decidió hacerlo en territorio panameño, el presidente Zelaya intentó llegar a un acuerdo con Alemania y Japón para que instrumentaran el proyecto en Nicaragua. Su gobierno trajo desarrollo en su país, pues modernizó al Estado con una amplia reforma legislativa: creación de nuevas instituciones, promulgación de códigos, reglamentos, introducción del hábeas corpus, etc.
Zelaya convirtió a Nicaragua en la más progresista y rica nación de Centroamérica. Instauró la educación laica, gratuita y obligatoria, construyó escuelas, correos, barcos, ferrocarriles, telégrafos, carreteras, etc.
Asimismo se tomaron medidas tendentes a lograr la privatización de tierras comunales indígenas. La ley de extinción de las comunidades indígenas, promulgada en 1906, obligaba a distribuir una mitad de sus tierras a las familias de cada comunidad, y la otra mitad debía ponerse en venta para que pudiese ser adquirida por ladinos.
Los aborígenes eran reclutados mediante coacción y deudas pagaderas en trabajo, sistema común en Nicaragua, donde fue impulsado por Zelaya y persistió tras su abolición formal en 1913. El denominado enganche, se basaba en anticipos monetarios o en especie, a menudo por el equivalente a dos meses de salario, hechos sobre todo a indígenas por agentes enganchadores al servicio de los hacendados.
En un principio los adelantos eran, incluso, impuestos contra la voluntad de los aborígenes, de modo similar a los repartimientos de mercancías coloniales. Zelaya mantuvo tensas relaciones y desacuerdos con Estados Unidos, lo que selló su suerte, pues esta potencia brindó ayuda a los opositores conservadores nicaragüenses.
En 1907, una flota de guerra estadounidense ocupaba diversos puertos de Nicaragua. La situación llego al punto de existir un conflicto interno entre los liberales nicaragüenses por un lado, y los conservadores y Estados Unidos por otro -que los subsidiaba-.
En 1909 algunos mercenarios norteamericanos fueron capturados y ajusticiados por el gobierno de Zelaya, lo que sirvió de motivo para que Estados Unidos considerase la acción como una provocación para la guerra. A principios de diciembre, infantes de marina estadounidenses ocuparon diversos puntos de la costa caribeña nicaragüense.
El 17 de diciembre de 1909, Zelaya obligado a dimitir, se exiliaba en México para terminar en Nueva York, donde murió el 17 de mayo de 1919. Se estableció un gobierno democrático pronorteamericano bajo la presidencia de José Madriz Rodríguez.
Mientras tanto, los militares estadounidenses permanecieron ilegalmente y represivamente en el país hasta 1933, fecha en la cual crearon la Guardia Nacional, bajo el mando de Anastasio Somoza. Según el general Augusto Sandino “los banqueros de Wall Street prestaron $ 800.000 –ochocientos mil dollars- a Adolfo Díaz, para derrocar al gobierno del general José Santos Zelaya, presidente constitucional de Nicaragua en aquella época, siendo inadmisible tal préstamo, por haber sido el referido Díaz, en aquel entonces, un simple tenedor de libros, con $ 2, 65 –dos pesos sesenta y cinco centavos- de sueldo diario, en la minas de explotación norteamericanas de La Luz y Los Ángeles, Pis-Pis, Costa Atlántica de Nicaragua, y que no es posible que aquella cantidad le hubiera sido prestada por sencillez de la compañía minera, o por cariño que ellos le tuvieran al renegado vende-patria Adolfo Díaz”.



Bibliografía:


SANDINO, Augusto César, Pensamiento político, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1988.
TORRES-RIVAS, Edelberto (Coord.), Historia general de Centroamérica, Madrid, Sociedad Estatal Quinto Centenario, 1993.

martes, 9 de junio de 2009

ESTEBAN ECHEVERRÍA

Esteban Echeverría.


Dogma Socialista de la Asociación de Mayo




Por Sandro Olaza Pallero




Esteban Echeverría nació en Buenos Aires el 2 de septiembre de 1805. Fue uno de los más destacados escritores argentinos, romántico y autor de obras clásicas como La cautiva y El matadero.
Era hijo de la porteña María Espinosa y del vizcaíno José Domingo Echeverría. El apellido “Echeverría” o “Echeberría” (casa nueva en vasco) es de linaje antiguo y probó su nobleza en las órdenes de Santiago (1688, 1697, 1699, 1710 y 1778) y Carlos III (1799).
Este apellido es de la ante iglesia de Berritua (Vizcaya). Su escudo de armas es sinople, un castillo de oro de cinco torreones aclarados de gules, con dos lebreles de plata manchados de sable, atados a las aldabas de su puerta y afrontados. Bordura de plata plena.
Muy joven perdió a su padre y fue instruido en las primeras letras por su madre. Comenzó la escuela primaria en San Telmo, pero al poco tiempo quedó también huérfano de su madre, quien falleció en 1822.
Desamparado, comenzó una azarosa vida adolescente, que agravó ciertos problemas cardíacos que lo aquejaban y, con el tiempo lo obligaron a cambiar de vida y asentarse. Ingresó en el recientemente creado Departamento de Estudios Preparatorios de la Universidad de Buenos Aires y en la Escuela de Dibujo de la misma, a la vez que, en 1823, comenzó a trabajar como dependiente en el comercio de otra familia de origen vasco, los Lezica, que ya por entonces tenía representación en países de Europa y América.
A los veinte años, resolvió completar su educación en el viejo continente. Parte desde Buenos Aires el 17 de octubre de 1825, a bordo de La Joven Matilde y, tras un viaje accidentado, recala en el puerto de El Havre, Francia. Años más tarde, en El ángel caído, un poema épico con fuertes influencias de lord Byron y José de Espronceda, Echeverría deja testimonio de esa travesía.
La ausencia de la patria (1825-1830) le fue provechosa. En el comienzo de su viaje, en el trayecto entre el Río de la Plata y Brasil, escribe Peregrinaje de Gualpo.
Instalado en París, en el barrio de Saint-Jacques, desde el 6 de marzo de 1827, estudió ciencias en el Ateneo, dibujo en una academia y economía política y Derecho en La Sorbona. Allí mismo se interesó por las tendencias literarias de la época, y estudió profundamente, logrando una sólida cultura.
Destaca Abel Cháneton -quien lo llamó el caudillo de una generación- que Echeverría ha sido más hermético que ordinario en lo que se refiere a su estada en Francia. “No le gustaba hablar de ello”, dijo su amigo Juan María Gutiérrez. Y lo atribuye a que pasó sus años “tan absorbido por el estudio, que poca razón habría podido dar de las cosas que en la capital de Francia llaman de preferencia la atención de los viajeros”.
La explicación fue trivial, porque las anécdotas y los recuerdos más interesantes para los interlocutores de Echeverría tenían que ser, precisamente, los relacionados con sus estudios. Lo cierto es que de aquellos años de vida europea no nos quedan más que los cuatro renglones de la carta a Félix Frías y “los cuadernos escritos de su puño y letra”, de que habla Gutiérrez en sus noticias biográficas.
Es poca cosa para reconstruir la vida del estudiante argentino en París; pero tal vez alcancen para una etopeya. Echeverría se encontró en París con una minúscula colonia de jóvenes argentinos, becados por el gobierno de Buenos Aires para seguir en Francia sus estudios médicos: Ireneo Portela, Miguel Rivera, José María Fonseca y algún otro.
Con el último de los nombrados anudo nuestro héroe buena relación íntima y cordial, que sobrevivió a los años. En junio de 1830, regresó a Buenos Aires, e introdujo en la zona del Río de la Plata el romanticismo literario.
En 1831, publicó sus primeros versos sueltos en el periódico La Gaceta Mercantil y también los versos de La Profecía del Plata en el periódico El Diario de la Tarde. En 1832, editó en forma de folleto, Elvira o La novia del Plata, considerada la primera obra romántica en lengua castellana. Su primer libro de versos de la literatura argentina fue Los Consuelos (1834). Por estos años, sus reiterados problemas de salud, lo llevaron a pasar un tiempo en la ciudad de Mercedes, actual capital del departamento de Soriano, República Oriental del Uruguay.
Cuando el país se debatía en una lucha ideológica por su organización, un conjunto de jóvenes con nuevas ideas aparecía en el escenario nacional. Jóvenes sin experiencia ni gravitación, su influencia en la Argentina de 1837 debía ser, y efectivamente fue, escasa.
El valor de esta generación fue el de constituir un fermento ideológico destinado a superar la situación política mediante la fusión de las tendencias existentes y la promoción de nuevos principios. Sólo asumieron el papel de generación actuante después de la caída de Juan Manuel de Rosas, por razones de edad y oportunidad, y sus ideas de quince años atrás quedaron plasmadas en la organización constitucional.
Esta generación se formó en un ambiente, mediocre en el aspecto universitario pero en cambio, rico en influencia libresca representativa del movimiento intelectual europeo, cuyas obras empezaron a difundirse ampliamente en Buenos Aires a partir de 1830. Las más variadas expresiones y corrientes ideológicas trataban de ser asimiladas y adaptadas a la realidad nacional. Ejercieron gravitación en aquella juventud
De vuelta en Buenos Aires, participó activamente en el Salón Literario que funcionaba en la trastienda de la librería de Marcos Sastre –en la calle Defensa Entre Moreno y Belgrano-, inaugurado en junio de 1837. La inauguración del Salón de Lectura como se llamó al principio, o Salón Literario como fue finalmente bautizado, tuvo lugar el viernes 23 de agosto a las siete de la tarde.
El programa anticipado prometía discursos del fundador –Sastre- y de dos conspicuos miembros: Gutiérrez y Juan Bautista Alberdi. Ese mismo año se estima que escribió el cuadro de costumbres Apología del Matambre y publicó Rimas, que incluyó su obra poética más reconocida: La Cautiva. En 1838, Rosas ordenó la clausura del Salón Literario, y Echeverría fundó y presidió la "Asociación de la Joven Generación Argentina", luego "Asociación de Mayo", inspirada en las agrupaciones carbonarias italianas, como La Joven Italia de Giuseppe Mazzini.
Fue en esta asociación donde expuso su ideal de recuperar el espíritu de la Revolución de Mayo, redactó y leyó el Credo de esta Asociación, compuesto por quince Palabras Simbólicas, y que servirán de base para la redacción posterior de El Dogma Socialista de 1846. El programa, redactado de prisa, pero madurado en años, de una originalidad cabal en nuestro país, abarcaba entre otras, las siguientes cuestiones capitales: la de prensa; la soberanía del pueblo, el sufragio y la democracia representativa; asiento y distribución del impuesto; banco y papel moneda; crédito público; industria pastoril y agrícola; inmigración; municipalidades y organización de la campaña; policía; ejército de línea y milicia nacional; espíritu de la prensa periodística revolucionaria; bosquejo de nuestra historia militar y parlamentaria; examen crítico y comparativo de todas las constituciones y estatutos, tanto provinciales como nacionales.
Todo ello partiendo siempre de nuestras costumbres y nuestro estado social; determinar primero lo que somos, y, aplicando los principios, buscar lo que debemos ser. “No salir del terreno práctico, no perderse en abstracciones; tener siempre clavado el ojo de la inteligencia en las entrañas de nuestra sociedad”.Presumiblemente, entre 1838 y 1840, mientras residía en la estancia "Los Talas", cerca de Luján, Provincia de Buenos Aires, escribió El matadero, que se publicará póstumamente. Cuando todos celebraban sus versos y querían conocer al autor, “se aísla en el campo, al lado de su hermano...Todo era entregado a la meditación paso momentos deliciosos en estas soledades…Al romper el día hago ensillar mi bruto fogoso, monto y salgo con algunos peones a recorrer el campo”.
En 1839, Echeverría, a pesar de estar de acuerdo con la toma del poder por métodos no violentos, adhiere al fracasado Levantamiento de Dolores contra el gobierno rosista, por el cual se dicta la "Ley del 9 de noviembre de 1839" que, entre otras cosas, identifica a los unitarios como autores de la intentona. A finales de 1840, se autoexilia en la República Oriental del Uruguay.
Primero vivió en Colonia del Sacramento y en 1841 se instaló en Montevideo, donde vivió dedicado a la literatura. Durante ese periodo oriental, escribió A la juventud argentina, un poema revolucionario y redacta, además, Avellaneda, El ángel caído y La guitarra.
Echeverría falleció el 19 de enero de 1851, víctima de una dolencia pulmonar. Fue el más importante poeta del primer período romántico en el Río de la Plata e introductor de este movimiento.
Impuso la temática del indio y del desierto en la manifestación poética y es considerado por muchos teóricos como el autor del primer cuento argentino El matadero, aunque, por carecer de una única unidad temática, una parte de la crítica señala que este escrito, como cuento, no puede considerarse dentro de los cánones tradicionales. Muerto Echeverría, su amigo, el escritor Gutiérrez, recopila y edita todos sus escritos en cinco tomos, aparecidos entre 1870 y 1874, bajo el título Obras Completas.
Entre los unitarios no faltó quien atribuyera el oportunismo político de la Joven Generación a bajos cálculos. Según el doctor Cháneton: “La petulante jactancia del unitario engreído hasta en sus fracasos, no perdonaba a a aquellos muchachos de veinticinco años que, sin perjuicio de mantener su respeto por los que habían creado las escuelas en que se educaron, imputaban a sus desaciertos buena parte de las desgracias del país”.




Bibliografía:


Juan Bautista Alberdi.




CHÁNETON, Abel, Retorno de Echeverría (Obra póstuma), Edit. Ayacucho, Buenos Aires, 1944.
TAU ANZOÁTEGUI, Víctor-MARTIRÉ, Eduardo, Manual de Historia de las Instituciones Argentinas, Emilio J. Perrot, Buenos Aires, 2005.
VILAR Y PASCUAL, Luis, Diccionario histórico, genealógico y heráldico de las familias ilustres de la monarquía española, Imprenta de D. F. Sánchez, Madrid, 1859.

domingo, 7 de junio de 2009

LA SOCIEDAD RURAL ARGENTINA





Hipólito Yrigoyen visita la Sociedad Rural Argentina junto a José S. de Anchorena.

Ricardo B. Newton.




Por Sandro Olaza Pallero




En la mayoría de las regiones que han sido estudiadas de la América española colonial, los hacendados han sido descriptos como los adinerados y poderosos miembros de la elite. La visión tradicional de las relaciones sociales en la pampa colonial, sostenida hasta hace poco por la mayoría de los historiadores, también proclamaba la existencia de una clase estanciera poderosa y rica en la Buenos Aires prerrevolucionaria.
Tulio Halperín Donghi fue el primer historiador de nota que desafió al pasar, la versión dominante. Advirtió, así, que el status del hacendado a fines del siglo XVIII no era tan importante como lo sería en los años anteriores a la Independencia; la era de oro de los hacendados vino sólo después de 1820 con la expansión de la frontera del ganado.
Hubo un comportamiento endogámico, pues casándose dentro del mismo grupo, los estancieros trataron de esquivar los efectos pulverizantes de sus propias prácticas hereditarias. Ninguno de ellos estableció mayorazgos, y entonces con cada nueva generación sus tierras tendían a volverse más fragmentadas.
La endogamia también ampliaba el círculo de familiares y familiares políticos influyentes. Esto no significa que el grupo estanciero se mantuvo completamente cerrado.
Victoria Antonia Pessoa la hija de Fermín Pessoa, y María Nieves Estela, se casaron con comerciantes. Agustina López de Osornio casó con León Ortiz de Rozas, un militar oficial. La mayor parte de los caudillos federales fueron terratenientes, incluso unitarios como Martín Rodriguez.
La Sociedad Rural Argentina integra la historia económica y política de la nación. Fue fundada el 10 de julio de 1866 con el objetivo de fomentar la cría de ganado y la agricultura.
Si bien habían existido otras sociedades rurales en el pasado, ninguna perduró lo suficiente como para causar algún impacto hasta que se fundó en el año mencionado esta sociedad sobre las bases que habían establecido en años pasados Gervasio A. de Posadas, Domingo F. Sarmiento y Eduardo Olivera. Olivera había trazado los planes de organización y redactado los estatutos que fueron aceptados por un grupo de estancieros progresistas encabezados por José y Benjamín Martínez de Hoz, Francisco Madero, Jorge Temperley, Ricardo Newton –el primero en utilizar alambres de púas-, Mariano Casares y Luis Amadeo. José Martínez de Hoz fue el primer presidente y en 1867, apareció el primer número de Anales de la Sociedad Rural Argentina con Olivera como su director.
El conflictivo contexto político de la época –guerra civil y guerra contra la República del Paraguay- no había sido un obstáculo para el empuje de algunos pioneros. El único propósito de la Sociedad era fomentar todo lo que pudiera mejorar la industria ganadera y la agricultura en un país lleno de recursos naturales y oponerse a todo lo que pudiera perjudicarlas.
Se hacía hincapié en la producción de carne fuera aceptable en el mercado de Europa, en particular en el británico. Fomentó la mejora de razas con la importación de toros y carneros de pedigree, con una alimentación más adecuada –por ejemplo a base alfalfa- y con el control del ganado por medio del alambrado de campos.
Muy pronto adoptó la refrigeración para el transporte. En 1875 la Sociedad Rural organizó la primera exposición ganadera como una muestra de lo que podía hacerse. Al año siguiente se trasladó la exposición en forma permanente a Palermo, donde la sociedad instaló su sede en el antiguo establecimiento de Juan Manuel de Rosas.
Para la época en que el general Julio Argentino Roca asumió la presidencia en 1898, el país pasaba por una etapa de gran prosperidad debido en buena parte a la Sociedad Rural. Había una estrecha relación entre sus miembros y el gobierno que se mantuvo hasta que la industrialización surgida durante las dos guerras mundiales trajo aparejada la diversificación de la economía y la pérdida de prestigio y de poder político de la Sociedad Rural Argentina.
En la actualidad, la Sociedad Rural Argentina sigue siendo fiel a sus ideas rectoras: Art. 1°: “La Sociedad Rural Argentina, fundada en 1866, es una Asociación Civil que tiene los siguientes fines: velar por el patrimonio agropecuario del país y fomentar su desarrollo tanto en sus riquezas naturales, como en las incorporadas por el esfuerzo de sus pobladores; promover el arraigo y la estabilidad del hombre en el campo y el mejoramiento de la vida rural en todos sus aspectos; coadyuvar al perfeccionamiento de las técnicas, los métodos y los procedimientos aplicables a las tareas rurales y al desarrollo y adelanto de las industrias complementarias y derivadas, y asumir la más eficaz defensa de los intereses agropecuarios". Las políticas públicas han estado históricamente vinculadas al desarrollo agrario argentino desde los orígenes de la Nación y, especialmente, desde la conformación del Estado y el mercado nacional en los años de 1880. Cuando la Argentina se preparaba para celebrar su primer siglo de vida, los grandes estancieros de la pampa constituían el grupo social más poderoso e influyente del país.
La instrumentación de la democracia representativa en los albores del Centenario y su inmediata consecuencia: el ascenso del radicalismo al gobierno nacional no concitan cambios en el modelo de desarrollo económico, a pesar del fin de la expansión horizontal agraria que se produce casi al mismo tiempo que el estallido de la Primera Guerra Mundial y promueve el primer llamado de atención al interior del modelo agroexportador. Los efectos de la crisis de 1930 que conllevan al fin del crecimiento hacia fuera y la industrialización por sustitución de importaciones, se conjugan con los perfiles políticos derivados de la ruptura del orden institucional, y dan paso a la consolidación de un Estado intervencionista en la economía que se esfuerza por auxiliar a la Argentina agroexportadora, otorgando un lugar complementario a la industria.
Las Juntas Reguladoras de la Producción -de Granos, de Carnes, de la Yerba Mate, de Vinos, del Azúcar y del Algodón-, suman su acción de contralor y subsidiaria en favor del agro, a los efectos de algunas medidas financieras que procuran poner orden en el sistema monetario y financiero argentino, tales como el Control de Cambios -creado en 1931 y reformado en 1933-, el Banco Central de la República Argentina fundado en 1935 con capitales mixtos para regular la oferta monetaria, dinamizar las finanzas nacionales e independizarlas de los vaivenes externos, y el Instituto Movilizador de Inversiones Bancarias que pone en movimiento los activos fijos. Son éstas acciones concretas arbitradas desde el Estado Nacional para adecuar las políticas públicas a los nuevos tiempos, en los cuales el agro sigue jugando un papel significativo para reorganizar la economía del país.
En el discurso pronunciado por el ministro de Agricultura, Miguel Ángel Cárcano, en la inauguración de la 48º Exposición Nacional de Ganadería, el 9 de agosto de 1936, señalaba las necesarias políticas proteccionistas del Estado: "La Sociedad Rural Argentina en la Exposición de Palermo ha ofrecido siempre al país intensas satisfacciones colectivas y legítimos fundamentos para crear confianza en su propia riqueza...La política nacionalista de los países consumidores y la tendencia monopolista de las grandes empresas, hechos evidentes de la nueva evolución, alteran la gravitación natural de los factores económicos y los esfuerzos individuales. Los elementos más sanos y genuinos que movían las diversas zonas productoras y el comercio internacional, han sido perturbados por la alquimia de nuevas doctrinas y la presión de irresistibles incidencias políticas y sociales. Resulta imposible el éxito del esfuerzo individual sin la colaboración y apoyo del Estado".
Para fines de la década de 1930, casi todos los observadores del área rural señalaban que era necesario poner en marcha un programa de reformas que, rápido o lentamente, favoreciera la democratización del acceso al suelo. Este programa no encontró entre las fuerzas que dominaban la vida política en la llamada Década Infame.
En más de una ocasión, el gobierno de la Concordancia volcó su influjo a favor de los grandes propietarios, como cuando negoció el tratado de comercio con Gran Bretaña conocido como Pacto Roca-Runciman. El llamado Plan Pinedo de 1940, formulado por el socialista independiente y Ministro de Hacienda Federico Pinedo, para ser presentado ante el Senado Nacional, es el punto culminante de esas propuestas del Gobierno intervencionista de los años 30, al punto de convertirse en el primer documento de Estado que intenta conciliar industrialización y economía abierta, reorientando la relación diplomática y comercial argentina con los Estados Unidos, colocando en un lugar relevante al mercado interno a través del fomento de la industrialización por sustitución de importaciones, pero sin abandonar la singular labor del Estado en beneficio de la compra de los saldos agrarios invendibles, que una vez más resultan directamente subsidiados por el gobierno nacional a través de las instituciones específicas.
El propio Pinedo recuerda que es la actividad agropecuaria la que hace girar “la gran rueda de la economía”, en tanto la industria nacional se convertía para la planificación de referencia en una sucesión de engranajes secundarios que comienzan a operar cuando esa “gran rueda” ve deteriorado su funcionamiento. Razones políticas motivan el fracaso del plan, que no resulta aprobado por el Congreso Nacional, en medio de la férrea oposición de los legisladores radicales alentados por Marcelo T. de Alvear, quien preside por entonces la Unión Cívica Radical.
De todos modos, el mercado-internismo en la Argentina de los 40 no tiene retorno. Es en la etapa preliminar al ascenso del general Juan D. Perón al gobierno nacional, cuando se refuerza el papel estratégico del agro en la economía del país y al cual no resultan ajenas las políticas públicas; en un clima de migraciones internas del campo a la ciudad, de consolidación de la industrialización sustitutiva de importaciones, de un mercado interno que se amplía y consolida, de los efectos derivados de la Segunda Guerra Mundial -cuando el keynesianismo se afirma como ideología económica dominante y como teoría organizadora de la política económica- y de una reorganización económico política que se asienta en un entramado nacionalista, popular, dirigista y planificador, para operar como componentes básicos del llamado Estado Benefactor.
Un Estado que inaugura un nuevo sistema de alianzas -obreros y pequeño-mediana burguesía industrial- para la Nueva Argentina, sin romper totalmente los lazos con las bases de sustento de la “Argentina oligárquica”. En este caso en relación con el agro, para discernir sus continuidades y también sus cambios, con el objeto de despejar algunos interrogantes que la historiografía argentina ha dejado pendientes, algunos historiadores analizan el papel estratégico que el campo juega en la Nueva Argentina liderada por Juan Perón.
Esta caracterización procura distinguir los objetivos de las medidas legislativas adoptadas entre los años de 1940 y 1955, la inserción de las mismas en el discurso oficial, las confrontaciones públicas entre el Estado y los diversos sectores agrarios, pero también la conciliación de esas leyes y resoluciones que regulan el comportamiento de los actores del medio rural y sus corporaciones representativas, con las prácticas económicas para el sector, que -sin lugar a dudas- conserva a mediados de los años 50, su significación tradicional, a pesar de la descapitalización que denuncian los sectores del campo y que ellos mismos atribuyen a las políticas públicas que se implementan. Decían que el gobierno omitía considerar el auxilio financiero que el propio Estado benefactor mantiene, primero, e impulsa, después, desde la instrumentación del crédito -por ejemplo- que la banca y el sistema financiero nacionalizados en 1946, alientan sin apartarse de la norma imperante, más allá de un discurso estatal que suele sonar amenazante para los sectores del campo argentino.
Según Félix Luna el “paro agropecuario del último mes de marzo [2008] reveló a al país la importancia y la fuerza del campo en la vida argentina. Pues en las últimas décadas, el campo ha vivido una transformación particular: nuevas técnicas tanto en ganadería como en agricultura, nuevos modos de siembras, descubrimientos de productos de la tierra a los que no se les encontraba utilidad y que ahora arrojan fabulosos rindes y aportan copiosas ganancias a quienes lo explotan, exportaciones multiplicadas, componen un cuadro que desvanece el mito del estanciero ocioso y rutinario, dinámico, innovador y competitivo. Este prejuicio es tan anacrónico como la absurda antinomia campo-ciudad”.




SOCIOS FUNDADORES DE LA SOCIEDAD RURAL ARGENTINA:


José Martínez de Hoz; Eduardo Olivera; Lorenzo F. Agüero; Ramón Viton; Francisco B. Madero; Jorge Temperley; Ricardo B. Newton; Leonardo Pereyra; Mariano Casares; Jorge R. Stegman; Luis Amadeo; Claudio F. Stegman y Juan N. Fernández




PRESIDENTES DE LA SOCIEDAD RURAL ARGENTINA:


1866-1870: Sr. José F. Martínez de Hoz
1870-1874: Ing. Eduardo Olivera
1874-1876: Sr. José María Jurado
1876-1878: Sr. Emilio Duportal
1878-1880: Sr. José María Jurado
1880-1882: Sr. Enrique Sundbland
1882-1884: Sr. Leonardo Pereyra
1884-1886: Sr. Enrique Sundbland
1886-1888: Sr. José María Jurado
1888-1891: Dr. Estanislao S. Zeballos
1891-1892: Sr. José María Jurado
1892-1894: Dr. Estanislao S. Zeballos
1894-1896: Sr. José Francisco Acosta Oromí
1896-1897: Dr. Julio Pueyrredón
1897-1898: Dr. Ramón Santamarina
1898-1900: Ing. Julián Frers
1900-1904: Sr. Ezequiel Ramos Mejía
1904-1906: Sr. Carlos M. Casares
1906-1908: Sr. Manuel José Güiraldes Guerrico
1908-1910: Dr. Emilio Frers
1910-1912: Dr. José M. Malbrán
1912-1916: Dr. Abel Bengolea
1916-1922: Dr. José S. de Anchorena
1922-1926: Ing. Agr. Pedro T. Pagés
1926-1928: Ing. Luis Duhau
1928-1931: Sr. Federico Lorenzo Martínez de Hoz
1931-1934: Dr. Horacio N. Bruzone
1934-1938: Dr. Cosme Massini Ezcurra
1938-1942: Dr. Adolfo Bioy
1942-1946: Ing. José María Bustillo
1946-1950: José A. Martínez de Hoz
1950-1954: Dr. Enrique G. Frers
1954-1955: Escrib. Juan María Mathet
1955- 1956: Sr. Juan José Silvestre Blaquier
1956-1960: Escrib Juan María Mathet
1960-1966: Sr Faustino Alberto Fano
1966-1967: Dr. José María Lartirigoyen
1967-1972: Dr. Luis J. Firpo Miró
1972-1978: Sr. Celedonio V. Pereda
1978-1980: Dr. Juan Antonio Pirán
1980-1984: Ing. Horacio F. Gutiérrez
1984-1990: Dr. Guillermo Alchourrón
1990-1994: Dr. Eduardo A. C. de Zavalía
1994-2002: Dr. Enrique C. Crotto
2002-2008: Dr. Luciano Miguens
2008-2009: Dr. Hugo Luís Biolcati




Bibliografía:


CÁRCANO, Miguel Ángel, Realidad de una política, Buenos Aires, 1938.
GIRBAL-BLACHA, Noemí M., “Políticas públicas para el agro se ofrecen. Llamar al estado peronista (1943-1955)”, en Mundo Agrario n° 5, La Plata, vol. III, Julio-Diciembre 2002.
HORA, Roy, “Dinastías de estancieros”, en Todo es Historia n° 490, Buenos Aires, Mayo 2008.


Estanislao S. Zeballos.


MAYO, Carlos, Estancia y sociedad en la pampa 1740-1820, Prólogo de Tulio Halperín Donghi, Buenos Aires, 1995.
SOCIEDAD RURAL ARGENTINA (http://www.ruralarg.org.ar/).
WRIGHT, Ione S.-NEKHOM, Lisa M., Diccionario Histórico Argentino, Buenos Aires, 1990.


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