Manual de joyeros de Martín Sáenz Diez (1781) . |
Por Sandro Olaza Pallero
1. Introducción.
En el presente trabajo se estudia la evolución de los gremios porteños en la época hispánica. Es oportuno aclarar, además, que siendo una investigación histórica–jurídica, no se pueden dejar de lado las circunstancias políticas, sociales y económicas del contexto temporal.
Para ello, la Historia del Derecho no puede ser desviada de su objeto ni menoscabada científicamente, ya sea reduciéndola a la mera reconstrucción del tejido normativo o disolviéndola en una Historia Social indiferente ante los problemas jurídicos del pasado que de alguna manera se proyectan al presente. Se abarca los siglos XVI a principios del XIX, y se indagará en los orígenes medievales de los gremios y cofradías; la normativa de la corona; las distintas corporaciones de oficios mecánicos en Buenos Aires, exceptuando las asociaciones de pulperos, panaderos y comerciantes por razón de ser considerados los mismos objeto de un estudio aparte.
Asimismo se tratará el componente humano de estas corporaciones, como también las ideas imperantes en la época hispánica sobre los gremios. Por último, el artículo se cierra con una breve referencia a uno de los gremios porteños: el de plateros.
2. Los gremios.
Las entidades gremiales americanas eran diferentes a las de Europa, esto era debido a que las circunstancias históricas eran completamente disímiles. Es necesario recoger algunos antecedentes en España, acerca de los gremios, para comprender su existencia y rol en la evolución industrial y comercial de los reinos españoles de Indias.
En los orígenes de los municipios medievales de Castilla, se exigía el permiso por parte de las autoridades comunales, para el ejercicio de los “oficios” referentes, en general, a los artículos más indispensables para la vida. Para los panaderos y viñadores, para los carniceros, y también para herreros y orfebres.
El Fuero de León (1020) decía textualmente: “omnes carnizarri cum consensu concilli carnem porcinam, incinam, arietinam, bacunam per pensum vendant et dant prandium concilio una cum zarra zoures”. El permiso, como es natural, presuponía la prohibición de toda competencia por parte de quien no había logrado la autorización.
En este sentido se expresa el Fuero de Viguera cuando dice: “et qui quiere qui en misterio ficiese obra ninguna peche sus vecinos 15 sol”. En la Península se distinguía, por esos tiempos, la cofradía, que era una corporación social y religiosa, de los gremios, asociaciones esencialmente industriales, desarrolladas a fines de aquella época, y que puede decirse, absorbieron los fines morales y caritativos.
Pero estas instituciones fueron más antiguas. La devoción al santo común, patrono de oficio, vinculaba a los artesanos, en una época en que todas las instituciones estaban impregnadas del espíritu religioso.
Los gremios eran agrupaciones de comerciantes, artesanos o trabajadores pertenecientes a un mismo oficio o industria, vinculados por el espíritu de cuerpo y por la comunidad de intereses. Esta institución contaba con sus estatutos, reglamentos, privilegios y exenciones.
Hacia el año 1208, se fundó en Barcelona la cofradía del gremio de zapateros, de más carácter religioso que industrial. Acaso a mediados del siglo XIII, se inicia su transformación en el sentido gremial.
Las Cortes de Valladolid de 1528 opusieron reparos a la existencia de las cofradías, probablemente en virtud de su tendencia a substraerse del poder civil. Con el siglo XVIII, aunque todavía se crean algunos gremios, los mismos se van fosilizando y desintegrando.
Motivos de orden político y económico impulsaron la evolución de la cofradía hacia el gremio. El fomento de la industria y del comercio constituyó una clase numerosa, cuyos intereses se encontraron en oposición muchas veces con otras clases.
Todos los historiadores de la economía y de la sociedad medieval han subrayado con insistencia el papel considerable desempeñado por las asociaciones de oficios en las ciudades. El gremio, por regla general, nació espontáneamente: lazos de vecindad, comunidad de culto o devociones comunes y, sobre todo, reacción de defensa.
El deber de asistencia mutua prevalecía sobre todos restantes y los miembros del gremio se prestaban socorro financiero y moral en caso de enfermedad; socorro en los procesos, en la detención arbitraria, en caso de robos o violencias y cuando atravesaban momentos difíciles; debían también velar su cofrade muerto, asistir a los funerales, a las misas de aniversario y a las oraciones colectivas para el eterno descanso de las almas.
Las relaciones sociales se implementaban entonces, en el interior del gremio, en una misma igualdad. Los artesanos se reunían para defenderse contra los inhábiles que desacreditaban la industria o a los mal intencionados que defraudaban al público.
Los maestros de los gremios tendían a conservar su cargo, su taller o su negocio dentro del ámbito familiar y reservaban el ejercicio de la profesión únicamente a los miembros de su parentela, es decir, a sus herederos. En diversas ciudades, la herencia de las carnicerías se impuso como un derecho indiscutible. En un documento fechado el 24 de mayo de 1493, los Reyes Católicos hacen merced a don Cristóbal Colón de 10.000 maravedís anuales, por considerarle el primero en ver tierra. Esta renta vitalicia estaba situada en las carnicerías de Córdoba y el Gran Almirante se la traspasó a la madre de su hijo natural Hernando Colón.
Por fin, los maestros de los gremios intentaban, cada vez más, controlar la calidad de los productos con el objeto de evitar toda competencia considerada como desleal y, también, de conservar una clientela fiel. El desarrollo de la gran industria urbana, textil o metalúrgica, así como la construcción de catedrales, palacios y mansiones, provocaron una gran afluencia de mano de obra a la ciudad medieval.
Los zapateros pertenecían al tipo del gremio cerrado que imponía su interés corporativo sobre el público, exigiendo la evaluación del aprendiz, pues no eran pocos los oficios en que no se exigía el aprendizaje. Así, la policía de los oficios figura en los Fueros controlando la buena calidad de la obra producida, y tasando los precios de la misma.
El Fuero de León disponía que los habitantes de la ciudad fuesen al Cabildo para establecer las medidas, pesas y precios de los distintos productos. Hacia 1130 el Fuero de Escalona, otorgado por Alfonso VII, parece indicar una evolución en el espíritu de agremiación cuando prohibe que los menestrales se diesen fueros o leyes: “Et omnes menestrales foro ne faciant mullum, nisi quod fecerint suos vicinos”.Destaca Rumeu de Armas que: "no es aventurado suponer que de la conjunción de todos estos elementos, o sea: la existencia de los oficios con vida desarrollada y próspera; la tendencia a la unión o agremiación por espíritu de cuerpo y para la defensa de los comunes intereses; los anhelos de hermandad y unión, que se reflejan primero en la collatio como célula parroquial, y más fuertemente en la confratia, expresión a un tiempo de lo religioso y de lo benéfico, tan arraigados en la Edad Media, como fruto de aquel estado de abandono, inseguridad y riesgo...no es aventurado suponer, repetimos, que de la conjunción de todos estos factores y elementos naciese la Cofradía gremial, o de oficio".
En Francia, la gilda más antigua es la de los zapateros de Rouen, confirmada por Enrique I de Inglaterra. Mientras que en Inglaterra, son del siglo XII la de los tejedores de Oxford, Huntington y Londres y la de los botoneros de Winchester.
En Alemania, las asociaciones más antiguas son de fines del siglo XI: los tejedores de Maguncia (1099) y los pescadores de Worms (fines del XI). Entre las cofradías gremiales, la más antigua, desde el punto de vista documental, es la de pescadores de san Pedro, de Tortosa, que aparece en el año 1116 celebrando una concordia con la citada ciudad catalana.
El gremio en los siglos XVI y XVII aparecía en la plenitud de su desarrollo en Aragón, y constituido y organizado definitivamente en Castilla.Así, en Burgos recibieron ordenanzas los hortelanos (1509), tonadores (1512), zapateros (1528), yeseros y albañiles (1529), etc.
Si en ciertas regiones de Alemania, Italia y Flandes había constituido el instrumento de los hombres públicos para llegar al gobierno. Es de destacar que lo mismo no sucedió en Hispanoamérica, debido a que había pasado el momento de la organización corporativa del trabajo.
El poder del rey, que había domeñado a la nobleza y la burguesía, no deseaba repetir la experiencia medieval en el Nuevo Mundo; así es que procuró reducir la acción gremial a los problemas laborales.
Los gremios porteños tuvieron una peculiar importancia, destacándose los zapateros, plateros, carpinteros, albañiles, etc. En esta región no hubo tradición industrial ni establecimientos dedicados a la formación profesional de oficiales y maestros.
Los problemas suscitados no eran iguales según se tratara de trabajadores libres, indios o esclavos. La escasez de artesanos en las postrimerías de siglo XVIII y principios del XIX, ocasionaba que los patrones sólo contaran con sus esclavos como trabajadores estables.
Los oficios mecánicos fueron una de las posibilidades ocupacionales de las castas: los esclavos vieron en ellos la posibilidad de manumisión y los libres el medio para su mejoramiento económico y hasta de movilidad social. En el desempeño de los oficios había una extraordinaria mayoría de la gente de color.
La real cédula de Carlos III del 18 de marzo de 1783, establecía la honestidad y honra de los oficios mecánicos:
No sólo el oficio de curtidor, sino también las demás artes y oficios de herrero, sastre, zapatero, carpintero otros a este modo son honestos y honrados; que el uso de ellos no envilece la familia ni la persona del que los ejerce, ni la inhabilita para obtener los empleos municipales de la república (ni) para el goce y prerrogativas de la hidalguía.
Según Guillermo Furlong había un poco espíritu de trabajo de los indígenas. Así, exceptuando muy pocas peculiaridades del noroeste argentino –influidos por la cultura incaica- que en algún grado eran agricultores y ganaderos, todos los demás, tanto los del noroeste, como los del centro y sur, vivían de la caza y de la pesca, y el poco trabajo ejercido por ellos era de la incumbencia de las mujeres, pero no de los hombres.
Curiosamente heredaron este desdén al trabajo no pocos mestizos, siendo los que dieron origen a esa casta tan singular, constituida por el gaucho, y cuyo vivir al día, sin preocupaciones por el porvenir, le colocaba –dice Furlong- en el mismo plano del indígena.
En la expedición de Pedro de Mendoza llegaron el espadero Galeano de Neyra, natural de Valencia de Alcántara; los toneleros Francisco Tisón y Rodrigo de los Ríos, nacidos en Bretaña; el platero Juan Velázquez, natural de Utrera; el ballestero Diego González Pintos, natural de Morón; el herrero y aún maestro, Antonio Portugués; el guadamecillero Francisco Pérez, natural de Córdoba; el herrero Rui-Chartre, inglés; el aserrador Juan Azuaga, natural de Azuaga; el calafetero maese Antonio, valenciano; el herrero portugués, Juan Portugués; otro Juan Portugues, sillero; maese Miguel, también herrero; y el carpintero de ribera, Simón Luis, también portugués.
3. El Cabildo y los gremios.
Es importante la política seguida por las autoridades españolas en el establecimiento de aranceles que fijaban los precios y salarios, con el fin de impedir la explotación de los consumidores por parte de los productores e intermediarios. Digno de recordar es el aumento de los aranceles de los carpinteros efectuado por el Cabildo de Santa Fe, conforme con los requerimientos de éstos.
El regidor encargado de promover y ejecutar las medidas concernientes al abasto de la ciudad era el fiel ejecutor. El Cabildo, con su celoso fiel ejecutor, se aparecía como fantasma y vigilaba los precios y establecía aranceles para contener la codicia de los intermediarios.
Las autoridades defendían al público, pues entonces eran los patrones los que se unían en asociaciones gremiales, como los dueños de panadería, platería, zapatería, pero no se asociaban los obreros panaderos, plateros, zapateros.
Los Cabildos y los virreyes, que varias veces substituyeron a los ayuntamientos en sus funciones, autorizaban el funcionamiento de los gremios, creían propender al desarrollo de las industrias, protegiendo más bien que los intereses de los asociados, los intereses del público, ya sea por la vigilancia en la confección del artículo o por la fijación de aranceles. Un ejemplo de la intervención del Cabildo en los asuntos gremiales fue la imposición a los plateros de Buenos Aires del uso del “marco”, o sea, de la balancita de precisión y de las pesas selladas por la autoridad, por que muchas veces se empleaban las pesas y la balanza “arreglada” a conveniencia de su usuario.
Los artesanos trabajaban las materias primas del puerto (platería, cuero) y habitaban las calles de san Cosme y san Damián, más conocida por “de las artes” -hoy Carlos Pellegrini y Bernardo de Irigoyen-. En ocasión de la coronación de Felipe IV, el sastre Baltasar de Araujo confecciona trajes a los miembros del Cabildo, reclamando el abono del mismo el 14 de junio de 1625.
El ayuntamiento remite “dicha petición a Bernardo de León depositario general persona que acudió a lo que dice el dicho Araujo para que informe.” Tras varias reclamaciones del sastre por el cobro de las hechuras de ropa, no consta que su reclamo haya sido satisfecho.
Otra de las intervenciones del Cabildo tenía por objeto evaluar a los artesanos, el 1º de octubre de 1635 otorgó licencia de herrero a Gerónimo Jorge quien: “pide le mande examinar o ser aprobado para usar el dicho oficio.” El Cabildo responde que “visto que en esta ciudad no hay otro oficial de su oficio y es informado este Cabildo de sus oficios mandaron que el susodicho ocurra a pagar en la real caja de esta ciudad el derecho de la media anata...y presente en el primer Cabildo."
En la misma fecha, Francisco de Cuesta, presenta una petición para desempeñar su oficio de platero, siendo “examinado en el reino de Portugal”, por lo que este artesano sería de nacionalidad lusitana. En 1733, el Cabildo designó dos “maestros” que examinarían a los sastres capacitados por su pericia y honradez, aspirantes a maestros u oficiales. Así solamente un “maestro” tenía derecho a abrir una sastrería como patrón, y únicamente un “oficial” podía emplearse en ella.
4. La enseñanza artesanal y técnica.
Afirma Furlong que no había actividad humana que no tuviera entre los jesuitas su desarrollo. Los sacerdotes promovían la enseñanza de los oficios a los nativos, destacando Peramás que había artífices en casi todas las artes útiles, pues había carpinteros, herreros y fabricantes de campanas; también albañiles, pintores y escultores que hacían altares y columnas de iglesias.
Artífices excelentes fueron los hermanos Brassanelli en la estatuaria, Juan Prímoli en la arquitectura y Carlos Franck en la carpintería. Tanto zapateros, como plateros y lomilleros estaban agremiados y mantenían los tres rangos del trabajo medieval: maestros, oficiales y aprendices.
Hasta fines del siglo XVIII su trabajo fue “libre”, es decir, no existieron gremios ni reglamentos fiscales. Los primeros en darse una reglamentación, aunque sin constituirse formalmente en “gremio”, fueron los sastres hacia 1733, año en que el Cabildo designó dos “maestros” que examinasen a las personas de su profesión, capacitados por su pericia y honradez, para ser “maestros” u “oficiales”.
En 1788, por bando del intendente de la Real Hacienda, se intentó formar el gremio de plateros, estableciendo que se propondrían al virrey los “maestros” examinadores. Lo mismo ocurrió con los zapateros.
Para ser aprendiz y entrar en un taller, conforme a las disposiciones generales españolas era necesario acreditar “limpieza de sangre”, aunque no parece que fuera estrictamente observado en Buenos Aires pues encontramos “libertos” negros o mulatos en los censos comunales. En esta ciudad, donde no había indios, su ausencia se hacía sentir pues faltaba el trabajador, que hace notable el contraste con el interior que poseía industrias y producía artículos para la exportación.
Las artes mecánicas estaban socialmente desprestigiadas por los españoles que llegaban a América con ambiciones. Por eso la industria virreinal llegó hasta donde pudo.
Si su progreso no fue mayor, no hay que buscar la causa en la carencia de iniciativa o esfuerzos de sus hombres, sino en la ausencia de otro factor que España no podía tampoco darle: el progreso técnico. Este fue el límite infranqueable.
Los economistas de la época iniciaron la discusión de las ideas liberales que afirmaban, que los gremios cerrados eran una de las causas de la decadencia de las industrias. El conde de Campomanes, en su Discurso sobre la educación popular de los artesanos y su fomento, aboga por su transformación, en el sentido de que pudieran incorporarse a su seno todos los maestros aptos, sin excepción.
Así las Sociedades Económicas de Amigos del País y las Juntas de Comercio fueron pioneros en estos objetivos. Los funcionarios, consejeros y organismos reales desarrollaron verdaderos y orgánicos programas en este sentido.
Recordemos aquí, la prédica de Hipólito Vieytes a favor de los oficios para estimular su aprendizaje en los hijos de blancos, a fin de cubrir y compensar el predominio de la gente de color. El 20 de abril de 1810, desde el Correo de Comercio, Manuel Belgrano destacaba que la impericia de los menestrales del Río de la Plata era muy grande y parecían no haber medido sus oficios, sino que forzados por la necesidad, se improvisaron en ello.
5. Plateros.
Con la llegada de los conquistadores al Río de la Plata, arriban algunos artesanos para el desempeño de las más variadas tareas, y entre ellos se encuentran algunos plateros. En la expedición de Mendoza (1536) llegó el platero Juan Velázquez, natural de Utrera.
El hallazgo y clasificación de metales y piedras preciosas fue la labor más importante. Una vez establecidos en las comunidades fundadas, los plateros se dedican al labrado de los metales de diversa característica con inclinación hacia las piezas que eran destinadas al culto católico. Una “carta de obligación” fechada en Buenos Aires el 28 de noviembre de 1538, incluye al nombrado Velázquez como a uno de los participantes de convenio, juntamente con Henze Brubeker, alemán, principal deudor de la suma de ciento treinta y nueve pesos de buen oro, con Juan de Laja y Fernando de Alonso, ambos vecinos de Utrera, el capitán don Carlos Dubrín, y Hernán Báez, maestro de hacer navíos, como fiadores y con compromiso de pago al genovés Juan Pedro de Vivaldo, actuando como escribano Melchor Ramírez. Con la destrucción del fuerte de Buenos Aires en 1540, Velázquez se instala en Asunción, siendo nombrado tasador de los bienes dejados por Juan de Ayolas, en lo correspondiente a las preseas de oro, siendo las ropas tasadas por Fernando de Sosa y Juan Suárez.
En forma similar que los peninsulares, los plateros en Indias se servían de oro de veintidós kilates y de plata de once dineros y cuatro gramos, ley fijada desde 1435. Muchos maestros plateros procedían de la Península y algunos de Portugal, los que a su vez se influenciaron en la escuela jesuítica de las Misiones.
Los artesanos plateros se equipaban según su especialización técnica; así estaban los tiradores o batihojas, que hacían láminas de plata por medio del martillo; los de la plata o mazoneros, que cincelaban siguiendo modelos arquitectónicos; y los plateros en general, que trabajaban en todas las labores, montaban piedras y esmaltaban. En 1615 se destaca el platero Melchor Migues, pero unos años antes, en 1606, estaba radicado Francisco López, quizás el primero desde la segunda fundación.
En el año 1612 Juan Manuel de Salazar, se decía “platero en oro”, quien no se hallaba domiciliado en Buenos Aires, sino en Potosí, pero tenía un agente en la capital bonaerense, siendo a su vez maestro u oficial en ese arte. A principios de 1615 había llegado de España otro platero, Miguel Pérez, quien tuvo permiso del Cabildo en sesión del 15 de julio de 1617.
El platero portugués Bernardo Pereyra llegó a Buenos Aires en 1620, pero al carecer de licencia, se le obligó a labrar “las mazas” que servían de insignia al Cabildo, quien le abonó 12 pesos “por la hechura”. Las prohibiciones y restricciones al ingreso de extranjeros, la limitación y control de su residencia, actividades y desplazamientos y los continuos registros y censos de los mismos que, a veces, concluían en los procesos de su expulsión son las típicos medidas con que se intentaba mantener la unidad interna de la América española con políticas aún más severas que las practicadas en la metrópoli.
Cabildo de Buenos Aires (1850). |
A consecuencia del levantamiento de Portugal contra la dominación española, el virrey del Perú, marqués de Mancera, ordenó al gobernador Gerónimo Luis de Cabrera el registro y desarme de los portugueses en esta gobernación del Río de la Plata. Recibida la orden el último día de 1643, fue puesta inmediatamente en ejecución en la jurisdicción de Buenos Aires.
Entre los portugueses de Buenos Aires encontramos a plateros como Francisco Ribero, natural de Lisboa; Manuel de Seijas, oficial platero; Bernardo Perera, natural de Operae; Francisco de Acosta, oficial platero.
En 1743, el gobernador Domingo Ortiz de Rozas ordenaba la expulsión de los portugueses, pero el Cabildo intervino y destacaba los progresos que en la ciudad había causado la presencia de un artesanado industrial de origen extranjero. Era tal la aversión que los plateros españoles tenían a los de origen lusitano, que de acuerdo a lo que consta en los acuerdos del Cabildo, cuando el platero de esa nacionalidad Manuel Pintos trabajaba en su comercio, se presentó a fines de 1757, un grupo de los del gremio y le hizo cerrar su negocio.
En Buenos Aires, la constitución gremial de plateros databa del año 1788. En esa fecha el intendente general de la Real Hacienda, Francisco de Paula Sanz, dictó el bando de organización. Establecía por él que ninguno podía instalar tienda y abrir vidriera “sin que haga constar haber servido cinco años de aprendiz y otros dos de oficial con maestro conocido y que a su tiempo le dé la competente certificación.”
En el Río de la Plata, como en otros lugares de América, se intitularon gremios las corporaciones y juntas de artesanos, aunque no estuviesen constituidas formalmente y careciesen asimismo de las obligadas ordenanzas para su funcionamiento. Advirtiendo que los plateros en Buenos Aires, no se constituyeron en gremio, a pesar de las diversas tentativas hechas para ese fin, y aunque, es cierto, que otras corporaciones de artesanos llegaron a redactar sus ordenanzas gremiales, lo cierto es que, por la época tardía en que se constituyeron, nada trascendental realizaron en nuestro país, ni en nada influyeron en el progreso de la industria local.
6. Conclusión.
La organización de los gremios en el Río de la Plata fue similar a los establecidos en la Península, y se rigieron con ordenanzas idénticas para el ejercicio de la profesión, además de la cofradía anexa. Mientras los gremios para su organización y ejercicio, lo mismo en España que en América, dependían de los Cabildos, puede destacarse que fueron instituciones autónomas e independientes, pero el Estado creyó necesario intervenir para regularizar su funcionamiento, constituyendo un fracaso por diversas circunstancias.
Por último hay que recordar que a su vez en España estaba en vigor la real cédula de 1782, que fijaba las ordenanzas generales a todos los gremios y libraba a sus asociados de la información de limpieza de sangre, además de su quebrantamiento por las ideas progresistas y liberales que imperaban entonces, partidarias del ejercicio libre de las profesiones industriales.
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