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San Ignacio de Loyola. |
Por Sandro Olaza Pallero
1. La enseñanza primaria durante la dominación hispánica en América
No es fácil sintetizar en esta introducción la historia de la educación en la América hispana, pero es, de igual modo, una propuesta tentadora cuando meditamos sobre aspectos relevantes del pasado remoto que nos permite discernir sobre problemas y contradicciones de la historia reciente[1]. El proyecto imperial castellano durante el siglo XVI fue seguido de un modelo educativo en el que se conjugaban tradiciones medievales con afanes de renovación renacentista.
Entre los comienzos del humanismo cristiano y la chispa esperanzada del siglo de las luces, transcurrió una época en la que se prodigaron ordenanzas, leyes y normas relativas a la educación de indios y españoles y en la que se erigieron instituciones orientadas a la formación de hombres y mujeres dentro de la normativa dictadas por la Iglesia y de la obediencia a la Corona española[2]. En ciertos casos el desconocimiento, pero en la mayoría de ellos un apriorismo mal disimulado, han llevado a no pocos escritores a afirmaciones tan infundadas como erróneas respecto a la instrucción pública colonial[3]. Un primer análisis objetivo que, en esta materia, hay que fijar es éste: España dio a sus provincias de ultramar todo lo que podía en materia de instrucción primaria; esto significa, todo lo que ella poseía, y, en segundo término, hemos de reconocer que, a lo menos durante todo el siglo XVI, y podría decirse otro tanto del siglo XVII, la madre patria poseía más, inmensurablemente más, en esta materia que país alguno de Europa. En el quehacer historiográfico se cometen equivocaciones frecuentemente con documentos espurios y juicios erróneos. También es usual hallar opiniones necias acerca de hechos y figuras del pasado, que encuentran favorable repercusión y perviven a través del tiempo, en detrimento del sentido común. Como aseveró el padre Furlong: “La América Hispana no llegó a ser, con anterioridad a 1810, y dejo librado a vuestro ilustrado y sereno criterio el juzgar si lo ha sido después de esa fecha, uno de los grandes centros directores del pensamiento y uno de los grandes talleres de la invención, pero hemos de afirmar sin temores y hemos de pregonar sin titubeos que abundan en la Era Hispana, y en todas las regiones de América, los hombres de ciencia, los hombres de letras y los hombres de arte”. [4]
El conquistador Hernán Cortés fundó escuelas y hospitales, dotándolos tanto en vida como en disposiciones especiales que figuran en su testamento. Hay que transitar detalladamente las descripciones de los pueblos de las Indias hechas a base del cuestionario general de principios del siglo XVII para tomar conciencia de la labor educadora de España aun para con las clases menos pudientes del Nuevo Mundo, en tiempos en que leer y escribir eran en Europa privilegio casi exclusivo de las clases adineradas.[5]
Respecto a la Corona, pese a los muchos errores fortuitos y aun sistemáticos cometidos a través de los siglos, típico de toda institución humana, sobran pruebas para establecer su esmero a favor de los países confiados a su dominio.[6]
2. Legislación referida a la educación inicial en las Indias
La organización de los estudios en la América hispánica siguió precisamente el orden inverso al que imaginaríamos desde nuestra perspectiva del siglo XXI: la primera preocupación de las autoridades fue establecer estudios universitarios, después se propició la apertura de escuelas para la enseñanza de las humanidades, que constituían el nivel medio, y finalmente, alboreando el siglo XVII, se fueron publicando ordenanzas reguladoras de la labor de los maestros.[7]
La cuestión de la enseñanza popular, como problema de gobierno, fue por primera vez tratada durante el Renacimiento y renovada más tarde por la Reforma. “La escuela –afirmaron los reformistas- debe ser para todos, nobles y plebeyos, ricos y pobres, niños y niñas.” Era deber del Estado costear la enseñanza y hacerla obligatoria; empleando la coacción, si era menester. “La Reforma fracasó al intentar producir durante los siglos XVI y XVII aquellos resultados intelectuales y educativos que estaban lógicamente envueltos en la postura de los reformistas.” [8]
Destaca Cháneton que si se prescinde de la perdida y olvidada ley de Partidas 2°, Tit. 31. Ley 1°, y de una cédula de Enrique II, de fecha y paternidad dudosa, toda la legislación escolar castellana no fue, hasta llegar a fines del siglo XVIII, “más que una reproducción de los acuerdos tomados por la Hermandad de San Casiano.”[9] En la ley de Partida mencionada, se concedían a los maestros exenciones y privilegios iguales a los que correspondían a los hijodalgos.[10] Muchas veces alguna real cédula recordaba el cumplimiento de esta disposición que no siempre se respetaba y que estaba estipulada en la Novísima Recopilación, Libro 8, tít. 1°.[11]
La Recopilación de las Leyes de Indias que, era el Código usual en estos reinos, contiene pocas disposiciones sobre colegios y universidades, y una o dos sobre escuelas de primeras letras para los hijos de españoles. Ciertamente abundan las que tratan de la enseñanza de los “naturales”.Se trata de disposiciones como la Ley 15° que ordena a los religiosos entiendan en la instrucción y conversión de los indígenas, destacando el modo de enseñar la doctrina.[12] Todas esas leyes obedecían pues tanto a una preocupación religiosa como a un propósito político. Se manda crear Universidades y Colegios “para servir a Dios nuestro Señor” y porque así “lo dispone el Santo Concilio de Trento.”La Ley 5° de la Recopilación norma sobre los recogimientos de niños, doncellas y casas de beatas. A esos efectos se crean colegios para aborígenes y se recomienda con insistencia su educación, como el medio más eficaz de propagar entre ellos la fe católica y relacionarlos de modo efectivo al imperio castellano. Sin embargo, se ha comprobado –sin menoscabar la obra de la Corona española- que dichas disposiciones quedaron casi siempre como letra muerta en los Códigos.
3. La enseñanza primaria en el Río de la Plata
La primera noticia que se posee de un maestro de primeras letras en nuestro país procede de la ciudad de Santa Fe, donde en el año 1577 Pedro de Vega “enseña la doctrina cristiana a los niños de poca edad y a leer y escribir a los demás”, pero parece que después de él, la ciudad estuvo un tiempo desamparada en materia de enseñanza.[13] Además del empeño del gobierno español por esta importante necesidad educacional de sus posesiones americanas, es también a la Iglesia y especialmente a la célebre orden de la Compañía de Jesús a quienes corresponde la gloria de la ilustración de la sociedad de América[14]. En las postrimerías del siglo XVI bajaron, en efecto, los religiosos jesuitas del reino del Perú, en su condición de misioneros, a evangelizar estas comarcas, que recibían los primeros toques de la conquista. Por los años de 1586, llegaron tras fatigoso camino a la ciudad de Salta, y pasaron a la de Santiago del Estero, que en aquel entonces era la capital de la provincia, formando allí lo que se llamó la misión del Tucumán, desde cuyo punto comenzaron a derramar los frutos de su apostolado haciéndose famosos por sus trabajos tan meritorios.
La instrucción primaria en la época hispánica fue obra principal de los vecindarios que por intermedio de los cabildos, establecieron escuelas o exigieron a los religiosos la obligación de enseñar como condición para la fundación de sus conventos. Sáenz Valiente afirma que, “un deber de justicia nos obliga a reivindicar para los cabildos coloniales una visible preocupación por difundir los beneficios de la enseñanza dentro de las ciudades y territorios de su jurisdicción. Su acción, ejercida dentro de los reducidos límites impuestos por la exigüedad de los recursos y las ideas de la época, no deja, sin embargo, de revelar el marcado interés de estas corporaciones por la extensión de la instrucción primaria”.[15]
La educación de la mujer argentina ha sido pintada por nuestros historiadores en un grado muy inferior al del varón, y a ambos, en el mismo marco angustioso de tiranía y de ignorancia. Vemos que esto es falso y antojadizo.
Así, ni un solo documento de nuestros archivos respaldará esta posición dogmática de los clásicos de la historia argentina. Por el contrario, se puede afirmar, que el nivel de la mujer en la educación de las primeras letras estuvo a la misma altura que la del hombre. Por de pronto, es necesario rectificar esta historia, reconstruyéndola y sobre todo luchar contra la repetición sistemática de estos errores, que algunos todavía creen que responden a información documental o científica. Es sabida la actuación de Doña Francisca de Bocanegra en el Paraguay que tenía a su cargo la educación de las doncellas pobres, a quienes educaba gratuitamente en el recogimiento y la devoción religiosa, bajo la orientación espiritual del Padre de la Compañía de Jesús, Manuel de Lorenzana.[16]
La iniciativa educativa de la Compañía de Jesús culminó con la expulsión de la Orden en 1767, de todos los dominios españoles.[17] Ocuparon su lugar entonces los franciscanos, abriendo también en sus conventos la escuela; pero en esto fracasaron acaso por no ser del oficio.[18] Por aquellos tiempos dominaba en Europa la máxima muy propia del despotismo de que la ilustración de los pueblos constituía el más grande y temeroso peligro para la estabilidad de los gobiernos absolutos y arbitrarios, como entonces dirigían. A pesar de esta afirmación, la realidad era que cuatro escuelas primarias eran sostenidas con los propios recursos del Ayuntamiento porteño, rentada una de ellas con 650 pesos y con 300 cada una de las restantes, destacaban al terminar la dominación española, la contribución capitular al desarrollo de la enseñanza primaria en la Ciudad de Buenos Aires, sin perjuicio de alguna que se levantaba en la zona rural inmediata e independientemente de la acción desplegada por el flamante Cabildo de Luján desde las postrimerías del siglo XVIII.[19] Como empresas privadas, las escuelas nunca fueron un gran negocio; como servicio público, al cuidado de las autoridades municipales o de instituciones eclesiásticas, alcanzaron mayor significación a partir de mediados del siglo XVIII, cuando la instrucción elemental comenzó a considerarse necesaria para lograr un mejor rendimiento en el trabajo.[20]
La educación comenzaba a desprenderse de la Iglesia para convertirse en responsabilidad de los gobiernos seculares.[21] Recordemos que desde la época medieval, la Iglesia había asumido la responsabilidad de la instrucción de los cristianos y de la evangelización de los infieles, aunque con frecuencia las órdenes regulares se quejaban de tan pesada carga e intentaban eludir el compromiso que recaía sobre ellas.
4. La primera escuela primaria en San Isidro
El primer establecimiento educativo de San Isidro funcionó en la casa ofrecida generosamente por el Capellán Fernando Ruiz Corredor, militar y sacerdote español, nacido en 1665 y fallecido en 1745.[22]. Fue recibido por miembro de la hermandad de la Santa Caridad de Buenos Aires, el 22 de febrero de 1741, y manifestó en aquel acto dos capellanías, de cuyos réditos disfrutaba, una de trescientos y otra de cien pesos de capital, para que luego de sus días lo percibiese la Hermandad. A pesar de que fue el primer capellán de San Isidro Labrador de los Montes Grandes, situada a cinco leguas de esta capital, entre los años 1706 y 1730, al ser creado el curato o parroquia, la ejerció en los años 1731 a 1732, puesto en que le sucedió el presbítero doctor Francisco Javier Rendón, pues el anciano fundador de la capellanía se hallaba achacoso para poder atender la parroquia y asistir a lo enfermos e imposibilitado para montar a caballo, contando con la colaboración de Francisco Silva, primer maestro autorizado a ejercer la docencia por el Cabildo de Buenos Aires como resultado de la solicitud elevada el 30 de mayo de 1730 por medio del Procurador General.[23] Dicha petitorio decía lo siguiente: “leyóse una petición presentada por dicho Procurador General –Juan Antonio Giles- en que refiere que en el pago de la Costa hay muchos niños de carecer de la educación de la doctrina cristiana y de saber leer y escribir y que el licenciado Don Fernando Ruiz Corredor ofrece en San Isidro dar de balde una casa competente para escuela y que Francisco Silva persona apta ofrecía enseñar los niños sin más estipendio que la pitanza que es costumbre” por lo que “mandaron se establezca dicha escuela en la capilla de San Isidro y por maestro al referido Francisco Silva, quien no ha de llevar más de tres reales por cada niño, y a los que fueren muy pobres los enseñaremos de balde”. [24] Del examen de este documento, apreciamos que el primer maestro de San Isidro fue Francisco Silva.[25] Fernando Ruiz Corredor fue capellán de esta localidad durante 24 años, hasta que el 23 de octubre de 1730, el Cabildo Eclesiástico de Buenos Aires por iniciativa del gobernador Bruno Mauricio de Zabala dio su acuerdo para la creación de los “nuevos curatos del campo” con el fin de “poner remedio en las campañas a los repetidos clamores por la feligresía de toda esta jurisdicción”, siendo causa de la fundación del Curato de la Costa o Monte Grande.[26]
Bajo el gobierno municipal, era parte esencial en todos los asuntos referentes a la cultura y adelantamiento de la población, el Síndico Procurador General de la ciudad.[27] Así no se despachaba solicitud, petición o memorial relacionado con las escuelas, sin su opinión y consejo. El Procurador Giles –también figura en muchos documentos como Jiles o Xiles- prestó juramento de su cargo el 7 de enero de 1730.[28] Siendo alcalde de segundo voto en 1734 le cupo tomar medidas respecto de la situación de los extranjeros en Buenos Aires y la implementación de los alcaldes de barrio.[29] El 14 de febrero de 1736 es nombrado diputado en los pagos de la Costa a fin de reclutar un contingente de tropa para el sitio de la Colonia en la guerra contra los portugueses.[30] Al año siguiente -1° de enero- es electo Alcalde de primer voto[31] y en 1738 es nombrado junto con Javier de Espinosa para levantar el padrón de vecindad.[32]
Como en todas las escuelas de la época se enseñaba a leer, escribir, contar e impartir la doctrina cristiana. Cháneton afirma que esta fue la primera escuela de San Isidro, refutando a Adrián Beccar Varela[33], quien sostuvo erróneamente que el primer establecimiento educativo en esa localidad fue fundado por el párroco Bartolomé Márquez en pleno siglo XIX: “Era justo demostrar –dice Cháneton-, en honor de los vecinos del pago, que en él se impartió enseñanza pública ochenta años antes de lo que el cronista supone.”[34]
El ajuar de esta escuela era de una modestia fácil de presumir: algunos escaños para los alumnos, un tablón con humos de mesa para el maestro y una palmeta.[35] En algunos casos, en una hornacina, se colocaba una imagen religiosa. La apertura de las clases se hacía, invariablemente, los miércoles de ceniza.
Para conocer lo que era un aula escolar en la época de referencia podemos examinar un documento de una escuela rural similar en Luján, donde se detallan los muebles y utensilios: bancos de madera para escribir; pendón de tafetán con sus cordones y una estampa de San José; cinco pautas para delinear papel; cuatro libros viejos; dos pocillos que sirven de tintero; varios papeles escritos para los niños; una silla de brazos de baqueta y una estampa de papel de Nuestra Señora de la Concepción.[36]
Se destacaba el rigor en la enseñanza de los niños, pero era el sistema pedagógico de universal aplicación en la época. Entre nosotros se empleó la palmeta como castigo a los alumnos y alguna vez, excepcionalmente, la bofetada. La palmeta era un utensilio infaltable en el ajuar de las escuelas[37]; aunque en ocasiones los inventarios nos la presentan en un mal estado de conservación que demostraría su escaso uso.
En algunas crónicas o tradiciones aparece la mención de un maestro famoso por su crueldad.[38] Pero se debe destacar que la palmeta y el látigo estuvieron en uso hasta cerca de 1880. En cuanto a los textos usados en la escuela sólo por deducción se pueden mencionar algunos de ellos, exceptuados los catecismos de Astete y de Ripalda, poco se sabe de los demás.[39] El cuidado de la educación pertenece a los progenitores, una de cuyas obligaciones será preocuparse por la instrucción de sus hijos, no sólo, naturalmente, formándolos en la doctrina cristiana, sino además dándoles estudios: Machado de Chaves, por ejemplo, indica que, “están obligados a enseñar a los hijos o procurar que aprendan todas las cosas que los demás de su calidad y estado enseñan a sus hijos para que en adelante tengan remedio y no queden perdidos y holgazanes por no tener oficio o modo de vida con que pasar después de muerto el padre …tienen obligación de dar estudio al hijo que teniendo las partes necesarias se inclinare a estudia y gastar con ello lo necesario conforme a la calidad de su hacienda y obligaciones”[40] Según Fray Antonio Arbiol llega a decir que: “Lo que los virtuosos padres han de enseñar a sus hijos después de la divina ley y devociones santas es el leer y escribir y contar porque éstas son prendas decentes de un hombre racional y es corrimiento vergonzoso que un hombre aunque sea pobre no sea firmarse y dar cuenta de su persona por escrito.”[41]
Por todo ello, es notable la falsedad de uno de los fundamentos de la Leyenda Negra, que afirmaba sobre la falta de educación en la familia, al extremo de presentarse a la época del gobierno español en Buenos Aires como un período de oscurantismo donde reinaban los analfabetos. Así se pueden ofrecer numerosas pruebas para demostrar el desarrollo de la instrucción pública durante la época hispánica.
Se debe indicar que desde el día de la fundación de nuestra ciudad fue constante preocupación del cuerpo capitular la instrucción del niño, en la vigilancia de su comportamiento y en la superintendencia de los maestros, ocupación que conserva casi durante un cuarto de siglo compartiéndola en muchas ocasiones con las autoridades ejecutivas. Destaca Molina que es un grave error mantener la creencia de que aquellos institutos escolares fueron escuelas municipales, pues, “la docencia fue libre, quedando reservado al cuerpo capitular solamente el otorgamiento de locales cuando el dueño de la escuela lo solicitaba, el discernimiento de las licencias, el precio o tarifa de la enseñanza y, la vigilancia general de la competencia, así como, la implantación del credo religioso y, no, otra cosa.”[42] Según menciona Luque Alcaide: “un sínodo celebrado en Alcalá de Henares el año 1480, establecía que en cada parroquia el cura tenga consigo otro clérigo o sacristán, persona de saber y honesta, que sepa y pueda y quiera mostrar leer o escribir y cantar a cualquier persona en especial a hijos de sus parroquianos y los instruyan y enseñen todas las buenas costumbres y los aparten de cualesquier vicios”.[43]
5. Conclusión
Podemos apreciar, que de acuerdo a las instrucciones del Cabildo de Buenos Aires, comienza a impartirse la enseñanza en la jurisdicción del actual Partido de San Isidro, otra cosa digna de destacar es que la educación se realiza en de espacios cedidos por la Iglesia, para cumplimentar tales fines.
Los distintos proyectos educativos puestos en práctica en América, también se aplicaron en este extremo del Imperio español; lo más importante en esa enseñanza consistía primero en formar buenos cristianos; en segundo lugar se encontraba la educación intelectual, formación que fue muy buena, puesto que muchos de los alumnos del siglo XVIII o sus descendientes directos fueron los protagonistas de los primeros conatos de Independencia de las naciones americanas.
Poca es la documentación que se ha logrado reunir para la realización de este trabajo: archivos dispersos, bibliografía escasa o casi inaccesible no han permitido quizás trabajar con mayor profundidad el tema de la primera escuela sanisidrense, pero con lo poco obtenido se ha puesto de manifiesto la misión evangelizadora y docente del reino español en estas Indias Occidentales.
________________________________________
[1] La enseñanza en la América hispana no estaba claramente delimitada, no había ningún organismo oficial –como los actuales Ministerios, Secretarías o Direcciones del área- para dirigir y controlar la educación. La enseñanza elemental estaba principalmente en manos de religiosos. Por lo general, en cada convento había una escuela de primeras letras, al cuidado de un religioso lego. Se enseñaba lectura, escritura, recitación, doctrina cristiana y algo de gramática. El sistema educativo era el memorístico, en el que los niños repetían en coro las lecciones. También habían escuelas elementales sostenidas por los cabildos, siendo los maestros laicos. Según las Leyes de Indias, el educador tenía que tener pureza de sangre, no haber desempeñado oficios serviles, ni haber soportado penas infamantes. En algunas casas de familias adineradas y numerosas, los párvulos no concurrían a la escuela, sino que el padre contrataba los servicios de un profesor particular que en el propio hogar les enseñaba a sus hijos.
[2] GONZALBO AIZPURU, Pilar, Educación y colonización en la Nueva España 1521-1821, México, 2001, p. 14.
[3] Decía Sarmiento: “La España no posee un solo escritor que pueda educarnos, ni tiene libros que nos sean útiles. Este es un punto capital. En nuestras escuelas, como en las de España, está adoptado el catecismo de Astete, que es traducido del francés el de Poussi que lo es igualmente; el de Caprara, el de Fleury, Fundamentos de fe; porque la nación en que hormiguean las beatas y donde reinaron los inquisidores, nunca supo escribir un catecismo para enseñar la doctrina a sus niños, viéndose forzada a traducir los libros que instruían en la religión, en nombre de la que se quedaron bárbaros y quemaban a los literatos.” (Obras de D.F. Sarmiento, París, 1909, T. IV, p. 38). A juicio de Barros Arana: “el espíritu de desconfianza había presidido a todas las disposiciones referentes a instrucción pública. Circunscripta a ciertas clases de la sociedad, la enseñanza hizo en América muy pocos progresos.” (BARROS ARANA, Diego, Historia de América, Buenos Aires, 1960, p. 261).
[4] FURLONG, Guillermo S.J., Los jesuitas en Mendoza, Buenos Aires, 1949, p. 5.
[5] MADARIAGA, Salvador de, El auge y el ocaso del Imperio español en América, Madrid, 1985, T. II, p. 346.
[6] Afirma José Vasconcelos que la vida en la Nueva España poseía un refinamiento que no se sospechaba en el norte: “El idioma de Castilla, suavizado con el matiz andaluz, se había defendido hasta en el seno de las tribus, gracias a la labor tenaz de la Iglesia. De un extremo a otro de la Nueva España había escuelas, bibliotecas, una Academia, una galería de pinturas, colegios, Universidades. La educación pública estuvo difundida en el siglo dieciocho como no ha vuelto a estarlo, pues hubo parroquia en cada aldea, y donde había parroquia había escuela. Y donde ya no había aldea, en las estaciones del desierto inmensurable la misión con su campana congregaba a las gentes para el trabajo civilizado y para el estudio y el rezo.” (VASCONCELOS, José, Breve Historia de México, México, 1950, p. 202).
[7] GONZALBO AIZPURU, Educación y colonización…, p. 106.
[8] MONROE, Paul, Historia de la Pedagogía, II, p. 73, citado por CHANETON, Abel, La instrucción primaria en la época colonial, Buenos Aires, 1942, p. 21.
[9] CHANETON, La instrucción…, p. 40.
[10] Según la cédula de 1370 antes de conceder “carta” de maestro, debían los justicias inquirir si el aspirante era “hijodalgo, cristiano viejo, que no ha de tener mezcla de otra mala sangre, como es de moro, turco o judío, que ha de ser de buena vida y costumbres.” (Ibídem., p. 41).
[11] En el siglo XVII tenemos el caso de un maestro de origen portugués, llamado Juan Cardozo Pardo, quien fue apresado el 16 de abril de 1614, por orden del Cabildo, por sospechárselo falto de fe cristiana comprobándose que ignoraba el credo, finalmente fue destituido. Molina afirma que fue Cardozo “el primer maestro hebreo de Buenos Aires.” El proceso a que dio lugar esta medida es muy interesante, porque habiéndosele ordenado que expresamente “lo rezen todos los días”, por el Capitán Sebastián de Orduña u Mondragón, éste no solamente no lo hacía, sino que lo desconocía. (MOLINA, Raúl A., "La enseñanza porteña en el siglo XVII. Los primeros maestros de Buenos Aires", p. 54, en Historia, n° 3, Buenos Aires, 1956).
[12] “Porque el fruto que va haciendo en los naturales de las nuestras Indias en cuanto á la publicación, y conversión de la Fe será mucho mayor si los religiosos de las ordenes de Santo Domingo, San Francisco, San Agustín, que en ellas están, y la que de nuevo fueren, se repartiesen por los pueblos de los Indios, y entendiesen en su instrucción y conversión: Rogamos y encargamos a los Provinciales de las dichas órdenes, que provean, como los religiosos de ellas se repartan por los dichos pueblos, y entiendan en la dicha instrucción; y que traten de dar y den orden precisa a los Arzobispos, y Obispos juntamente con nuestros Virreyes, y gobernadores, para que así los dichos frailes como los clérigos enseñen de una manera, y en una conformidad la doctrina cristiana a los dichos indios, por los inconvenientes, que de lo contrario se podrían seguir.” (Libro primero de la Recopilación de las Cédulas, Cartas, Provisiones y Ordenanzas Reales, Buenos Aires, 1945, T. I, p. 148, con noticia de Ricardo LEVENE).
[13] BABINI, José, La evolución del pensamiento científico en la Argentina, Buenos Aires, 1954, p. 25.
[14] FRIAS, Bernardo, Historia del general Martín Güemes y de la provincia de Salta, o sea de la independencia argentina, Buenos Aires, 1971, T. I, p. 227.
[15] SAENZ VALIENTE, José María, Bajo la campana del Cabildo, Buenos Aires, 1952, p. 293.
[16] MOLINA, Raúl A., "La educación de la mujer en el siglo XVII y comienzos del siguiente. La influencia de la beata española Da. Marina de Escobar", p. 12, en Historia, n° 5, Buenos Aires, 1956.
[17] Destaca Probst, “Los padres de la Compañía enseñaban en todos sus pueblos, a la juventud, primeras letras, música y oficios manuales. Con su expulsión se derrumbó toda su obra cultural y de ella no quedaron rastros, si exceptuamos las imponentes ruinas de sus iglesias en el seno de las selvas vírgenes” (PROBST, Juan, La instrucción primaria durante la dominación española en el territorio que forma actualmente la República Argentina, Buenos Aires, 1940, p. 9).
[18] FRIAS, Historia del general Martín Güemes…, p. 228.
[19] SAENZ VALIENTE, Bajo la campana…, p. 295.
[20] GONZALBO AIZPURU, Educación y colonización…, p. 107.
[21] Sostiene Levene que, “El estudio de los propios y arbitrios permite conocer el mecanismo interno de los cabildos y la acción desplegada en abastos, obras públicas, higiene, policía, justicia y enseñanza primaria. Cada una de estas materias era objeto de una función específica de los Cabildos, que desde los orígenes tenían una alta jerarquía, ni sólo como poder político, sino como poder social a favor del desarrollo, el bienestar, la justicia y la cultura de las ciudades y las campañas adyacentes” (LEVENE, Ricardo, Manual de Historia del Derecho Argentino, Buenos Aires, 1957, p. 89).
[22] Según consta en una anotación de un libro perteneciente al archivo de la iglesia de La Merced de Buenos Aires “vino de soldado de España” y se deduce que entró aquí de sacerdote y luego de consagrarse a la Iglesia, desempeñó el cargo de familiar del obispo de esta diócesis Antonio de Azcona Imberto, fallecido en 1700 (UDAONDO, Enrique, Diccionario biográfico colonial argentino, Buenos Aires, 1945, p.792).
[23] LOZIER ALMAZAN, Bernardo P., Reseña histórica de Partido de San Isidro, San isidro, 1986, p.228; LEVENE, Ricardo, Historia de la Provincia de Buenos Aires y formación de sus pueblos, La Plata, 1941, Vol. II, p. 624.
[24] Ibídem, p. 59. Asimismo se agradecía a Ruiz Corredor y se participaba de esta resolución al Alcalde de la Santa Hermandad, Don José de Valdivia, quien procuraría “celar y precisar con pena a los padres de dichos niños a que los envíen a dicha escuela” (Archivo General de la Nación, Acuerdos del Extinguido Cabildo, Buenos Aires, 1928, Libro XXI, fol. 186 vta. del libro original).
[25] Destaca Cháneton que los Ayuntamientos fueron durante casi dos siglos la sola autoridad en materia de enseñanza. Otorgaban el título, autorizando el ejercicio del magisterio a quienes lo solicitaban y fijaban el estipendio que podían cobrar (CHANETON, La instrucción primaria…, p. 56).
[26] LOZIER ALMAZAN, Reseña histórica…, p. 60.
[27] CHANETON, La instrucción primaria…, p. 57.
[28] Archivo General de la Nación, Acuerdos del Extinguido Cabildo, Libro XXI, fol 148 del libro original.
[29] SIERRA, Vicente D., Historia de la Argentina, Buenos Aires, 1981, T. III, p. 113. Jiles fue electo Alcalde de segundo voto en el Acuerdo del 1° de enero de 1734 (Archivo General de la Nación, Acuerdos del Extinguido Cabildo, Buenos Aires, 1929, Libro XXIII, fol. 84 vta. del libro original).
[30] Archivo General de la Nación, Acuerdos del Extinguido Cabildo, Buenos Aires, 1929, Libro XXIII, fol. 87 vta. del libro original.
[31] Ibídem, fol. 154 vta. del libro original.
[32] Ibídem, fol. 225 del libro original.
[33] BECCAR VARELA, Adrián, San Isidro, Reseña Histórica, Buenos Aires, 1906, p. 322.
[34] Cháneton, La instrucción primaria…, p. 208.
[35] Ibídem, p. 130.
[36] TORRE REVELLO, José, "El aula de la escuela de la Villa de Luján en 1797", en Boletín del Instituto de Investigaciones Históricas, Buenos Aires, 1942, T. XXVII, n° 93-96, p. 2.
[37] En el inventario de útiles efectuado el 4 de septiembre de 1797 al maestro Andrés José de Faneca en la Villa de Luján se destacan: un pendón de tafetán carmesí con una estampa de San José, cuatro mesas grandes de escribir de madera, cinco bancos del mismo material, una palmeta de palo y una cruz vieja de madera (Ibídem, p. 6).
[38] Dice Mariquita Sánchez, “Había una escuela en la que se daban azotes todo el día. El refrán era: la letra con sangre entra. Se le daba la lección; ¿no la sabía? Seis azotes y estudiarla, ¿no la sabía?, doce azotes; él la ha de saber. Este era el sistema de un Don Marcos Salsedo, que tenía tal placer en dar azotes, que se contaba como una gracia, que un día en que había la función de la Recoleta, con la que deliraban los muchachos, empezó por preguntar a cada uno si quería ir. Unos decían que sí y otros que no, de miedo; sólo a uno se le ocurrió decir: lo que el señor maestro quisiera. Dio la orden de dar seis azotes a los que querían ir; doce a los que habían dicho que no querían ir, porque habían mentido, y sólo fue exceptuado, el que se había sujetado a la voluntad del maestro. Se admira uno de pensar lo que pueden las ideas de un deber, equivocadas. ¡Que hubiera padres que tal toleraran!” (SANCHEZ, Mariquita, Recuerdos del Buenos Aires virreynal, Buenos Aires, 1953, p. 55).
[39] CHANETON, La instrucción primaria…, p. 132.
[40] MORGADO GARCIA, Arturo, "Teología moral y pensamiento educativo en la España moderna", en Revista de Historia Moderna n° 20, Alicante, 2002, p. 103.
[41] ARBIOL, Fray Antonio, La familia regulada con doctrina de la Sagrada Escritura, Zaragoza, 1715, p. 491, cit. por MORGADO GARCIA, Arturo, "Teología moral y pensamiento educativo en la España moderna", en Revista de Historia Moderna n° 20, Alicante, 2002, p. 104.
[42] MOLINA, Raúl A., La familia porteña en los siglos XVII y XVIII, Historia de los divorcios en el período hispánico, Buenos Aires, 1991, p. 55.
[43] LUQUE ALCAIDE, Elsa, "La educación en América colonial como experiencia evangelizadora", en Archivum, n° 19, Buenos Aires, 2000, p. 223.
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