Carlos III. |
Trapiche de elaboración de azúcar (Tucumán, siglo XVIII): |
La ciudad de Tucumán (por Felipe Huamán Poma de Ayala, s. XVII). |
Por Romina Zamora
Consideraciones metodológicas
El concepto de ciudad es utilizado en cuanto espacio social. Cada espacio habitado es construido física y simbólicamente por los hombres y sus relaciones. Físicamente en cuanto trazado y construcción; simbólicamente en la medida que el espacio cumpla una función y refleje las condiciones sociales de sus habitantes. La ciudad es un espacio construido por los sujetos sociales, desde adentro y desde afuera de ella misma.
Desde afuera, San Miguel de Tucumán era parte integrante del sistema de relaciones de la colonia, donde la mayoría de las ciudades había sido fundada según la legislación indiana, que hacía de ellas un instrumento de la dominación hispánica desde el punto que aseguraba el control político, promovía el desarrollo económico de la región y era, la ciudad misma, el espacio digno por definición de la sangre más pura y la cultura más alta [1].
Pero además de esas características formales, la ciudad tenía características reales y particulares que la distinguían de las demás: San Miguel de Tucumán a fines de la colonia era una ciudad políticamente subordinada, económicamente dependiente del tráfico comercial y culturalmente híbrida [2], en progresivo aumento de sus funciones como espacio de poder y relación.
Desde dentro, una ciudad es construida por las prácticas cotidianas de sus habitantes, grupos de hombres y mujeres con problemas propios, que levantan paredes y tejen frazadas, que siembran crisantemos y portan espadas [3]; que viven y construyen su verdad, su forma de entender la realidad, y que buscan el reconocimiento de su legitimidad, la aceptación y la validación de su identidad como grupo [4]. San Miguel de Tucumán tuvo en este sentido un amplio juego de tensiones, donde sectores sociales diferentes buscan su reconocimiento en el sistema político, económico, social y cultural que trazaba la colonia y que se modificó progresivamente durante el siglo XVIII.
La ciudad, entonces, funciona como un texto. Es un conjunto de signos que son reflejo de las relaciones sociales, significantes físicos de un significado social. Las relaciones sociales endógenas y exógenas, sus tensiones y contrastes, son las que le dan forma y sentido a la ciudad. El dominio social, la piedra de toque de la formación de una sociedad, a la par de la supremacía de hecho, necesita de la validación de derecho. Esa validación es el reconocimiento del grupo, la legitimidad en el sistema simbólico de la sociedad.
Desde afuera, San Miguel de Tucumán era parte integrante del sistema de relaciones de la colonia, donde la mayoría de las ciudades había sido fundada según la legislación indiana, que hacía de ellas un instrumento de la dominación hispánica desde el punto que aseguraba el control político, promovía el desarrollo económico de la región y era, la ciudad misma, el espacio digno por definición de la sangre más pura y la cultura más alta [1].
Pero además de esas características formales, la ciudad tenía características reales y particulares que la distinguían de las demás: San Miguel de Tucumán a fines de la colonia era una ciudad políticamente subordinada, económicamente dependiente del tráfico comercial y culturalmente híbrida [2], en progresivo aumento de sus funciones como espacio de poder y relación.
Desde dentro, una ciudad es construida por las prácticas cotidianas de sus habitantes, grupos de hombres y mujeres con problemas propios, que levantan paredes y tejen frazadas, que siembran crisantemos y portan espadas [3]; que viven y construyen su verdad, su forma de entender la realidad, y que buscan el reconocimiento de su legitimidad, la aceptación y la validación de su identidad como grupo [4]. San Miguel de Tucumán tuvo en este sentido un amplio juego de tensiones, donde sectores sociales diferentes buscan su reconocimiento en el sistema político, económico, social y cultural que trazaba la colonia y que se modificó progresivamente durante el siglo XVIII.
La ciudad, entonces, funciona como un texto. Es un conjunto de signos que son reflejo de las relaciones sociales, significantes físicos de un significado social. Las relaciones sociales endógenas y exógenas, sus tensiones y contrastes, son las que le dan forma y sentido a la ciudad. El dominio social, la piedra de toque de la formación de una sociedad, a la par de la supremacía de hecho, necesita de la validación de derecho. Esa validación es el reconocimiento del grupo, la legitimidad en el sistema simbólico de la sociedad.
Introducción
El objetivo de este trabajo es comparar la ocupación del espacio mediante el otorgamiento de mercedes por parte del Cabildo y el movimiento de compraventa de solares, en la ciudad de San Miguel de Tucumán en la segunda mitad del siglo XVIII.
La ciudad de San Miguel de Tucumán fue trasladada en 1685 siguiendo la ruta mercantil del Alto Perú que, tras la legalización del puerto de Buenos Aires, va a cobrar fuerte impulso dinamizador no solamente de los polos que une, sino también de toda la región que atraviesa. Tucumán, situada en un estratégico punto articulador, se valoriza en una época de transformaciones económicas, sociales y políticas, profundizadas en el último cuarto del siglo por las reformas borbónicas, el aumento de la actividad mercantil y un marcado movimiento demográfico.
El otorgamiento de mercedes y la compraventa presentan lógicas diferentes, que responden a estrategias diferentes, ya que la merced es una forma de ocupación del espacio bajo la impronta de legitimidad y control social, en tanto en la compraventa conviven y entran en conflicto distintas tendencias de mercantilización de los bienes inmuebles [5] y el problema general del mantenimiento o cambio de las relaciones, los valores y jerarquizaciones sociales existentes [6] en el complejo dominio simbólico y social.
La periodización aplicada es la que se desprende de las fuentes: las mercedes de solares registradas en las Actas Capitulares y las compraventas que se hallan en los Protocolos Notariales [7]; incluidas en un contexto mayor de transformaciones y persistencias seculares, aceleradas hacia fines del período colonial. Se pueden determinar dos grandes períodos:
• 1685-1745: desde el traslado de la ciudad hasta mediados del siglo XVIII, en una época de contracción económica, no se registran mercedes más allá de las realizadas a los vecinos de Ibatín, en sitios de idénticas proporciones a los que poseían en la vieja ciudad y las ventas sólo ocurren excepcionales.
• 1745-1800. En una época de crecimiento económico y social, se otorgan mercedes para posibilitar el poblamiento de la ciudad y la ocupación de su espacio rural circundante, relacionado con la oferta de tierras vacas y despobladas. El movimiento de compraventa aumenta, en relación con la mayor demanda de lugar de asiento en la ciudad y la progresiva partición de los solares en posesión. Este período puede ser subdividido a su vez en dos:
• 1745-1769. El Cabildo otorga solares con bastante holgura, sin mayores restricciones en cuanto a género u origen social de los solicitantes, en tanto las transferencias entre particulares se mantienen a un ritmo sostenido.
• 1769 - 1800. El crecimiento de las transacciones y de las mercedes se multiplica de manera impresionante. El Cabildo desaloja a la jente pleve del centro de la ciudad, destinando esos solares a la parte sana y principal de la sociedad. Los viejos grupos sociales de la ciudad colonial deben dar lugar al nuevo afluente de gente recién llegada, lo que va a generar tensiones y contrastes en una realidad compleja y dinámica.
La ciudad de San Miguel de Tucumán fue trasladada en 1685 siguiendo la ruta mercantil del Alto Perú que, tras la legalización del puerto de Buenos Aires, va a cobrar fuerte impulso dinamizador no solamente de los polos que une, sino también de toda la región que atraviesa. Tucumán, situada en un estratégico punto articulador, se valoriza en una época de transformaciones económicas, sociales y políticas, profundizadas en el último cuarto del siglo por las reformas borbónicas, el aumento de la actividad mercantil y un marcado movimiento demográfico.
El otorgamiento de mercedes y la compraventa presentan lógicas diferentes, que responden a estrategias diferentes, ya que la merced es una forma de ocupación del espacio bajo la impronta de legitimidad y control social, en tanto en la compraventa conviven y entran en conflicto distintas tendencias de mercantilización de los bienes inmuebles [5] y el problema general del mantenimiento o cambio de las relaciones, los valores y jerarquizaciones sociales existentes [6] en el complejo dominio simbólico y social.
La periodización aplicada es la que se desprende de las fuentes: las mercedes de solares registradas en las Actas Capitulares y las compraventas que se hallan en los Protocolos Notariales [7]; incluidas en un contexto mayor de transformaciones y persistencias seculares, aceleradas hacia fines del período colonial. Se pueden determinar dos grandes períodos:
• 1685-1745: desde el traslado de la ciudad hasta mediados del siglo XVIII, en una época de contracción económica, no se registran mercedes más allá de las realizadas a los vecinos de Ibatín, en sitios de idénticas proporciones a los que poseían en la vieja ciudad y las ventas sólo ocurren excepcionales.
• 1745-1800. En una época de crecimiento económico y social, se otorgan mercedes para posibilitar el poblamiento de la ciudad y la ocupación de su espacio rural circundante, relacionado con la oferta de tierras vacas y despobladas. El movimiento de compraventa aumenta, en relación con la mayor demanda de lugar de asiento en la ciudad y la progresiva partición de los solares en posesión. Este período puede ser subdividido a su vez en dos:
• 1745-1769. El Cabildo otorga solares con bastante holgura, sin mayores restricciones en cuanto a género u origen social de los solicitantes, en tanto las transferencias entre particulares se mantienen a un ritmo sostenido.
• 1769 - 1800. El crecimiento de las transacciones y de las mercedes se multiplica de manera impresionante. El Cabildo desaloja a la jente pleve del centro de la ciudad, destinando esos solares a la parte sana y principal de la sociedad. Los viejos grupos sociales de la ciudad colonial deben dar lugar al nuevo afluente de gente recién llegada, lo que va a generar tensiones y contrastes en una realidad compleja y dinámica.
La ciudad a principios del siglo XVIII. La habitación y las mercedes.
La ciudad evolucionó con el siglo. A principios de 1700, la ciudad había sido recién trasladada y debía ser construida de nuevo, tanto física como simbólicamente.
La ciudad colonial, y San Miguel de Tucumán como tal, formaba parte de una red de dominio, lo que implicaba un poblamiento intencional con una función específica y características no espontáneas:
• era el centro de poder, de articulación y definición de la región que subordinaba
• era la seguridad de la presencia de la cultura europea y de la construcción de una sociedad artificiosa, con caracteres cuidadosamente delimitados y legislados.
Formalmente era la residencia de la elite, blanca de piel y europea de cultura, que bajo ninguna condición estaba dispuesta a resignar su espacio.
San Miguel de Tucumán en el nuevo sitio de La Toma tenía un trazado inicial ideal de nueve cuadras de lado, dos más de las que tenía en Ibatín como previsión a un posterior crecimiento demográfico. La traza urbana estaba medida y legislada punto por punto a partir del Acta de Fundación. La ciudad se construyó de la misma manera, con las mismas medidas y respetando las mismas posiciones que la vieja ciudad en Ibatín. Sólo las cuadras centrales estaban densamente pobladas, y la ciudad no alcanzó a ocupar toda esta dimensión hasta fines del siglo XVIII. Cada manzana se dividió en cuatro solares de prácticamente el mismo tamaño. Éstos se concedieron a los vecinos fundatorios y moradores en el mismo sitio que ocupaban en la traza anterior. Los restantes se reservó el Cabildo para repartirlos “a diferentes personas prefiriendo a los beneméritos” [8]
Se destinaron los mismos lugares para los edificios públicos, excepto el Cabildo que se situó al oeste en la nueva ciudad, mientras que estaba al este en la vieja [9]. Las Casas Capitulares, la Iglesia Matriz, pese al contenido simbólico que debieran de haber tenido, eran humildes edificios que no se terminaron de construir del todo hasta principios del siglo XIX.
Al Poniente de las calles de ronda estaban las tabladas, el lugar de las tropas y el ganado. El Norte y el Sur eran utilizados como lugar de cultivo, principalmente de hortalizas, cereales y citrus. Al Oriente estaba el río, y para mantener el agua limpia se ordenó que se quiten y demuelan los ranchos por aquellas partes.
En 1700, la ciudad era reducida en su población y humilde en su composición.
“...los vecinos, pobres, faltos de servicios, no pueden muchos hacer una casa en la ciudad, la cual por recién mudada... no es más que chozas de paja...” [10]
El Cabildo regulaba anualmente el comercio en la ciudad: determinaba los precios de los artículos y los “sujetos que deben correr con las diez pulperías de quenta de la ciudad”.
Al parecer, la ciudad física se mantuvo más o menos inalterada durante la primera mitad del siglo. El Cabildo prácticamente no otorgó mercedes de solares hasta 1745 y las condiciones de edificación no deben haberse modificado mucho por entonces. Las ventas registradas son muy escasas.
La ciudad colonial, y San Miguel de Tucumán como tal, formaba parte de una red de dominio, lo que implicaba un poblamiento intencional con una función específica y características no espontáneas:
• era el centro de poder, de articulación y definición de la región que subordinaba
• era la seguridad de la presencia de la cultura europea y de la construcción de una sociedad artificiosa, con caracteres cuidadosamente delimitados y legislados.
Formalmente era la residencia de la elite, blanca de piel y europea de cultura, que bajo ninguna condición estaba dispuesta a resignar su espacio.
San Miguel de Tucumán en el nuevo sitio de La Toma tenía un trazado inicial ideal de nueve cuadras de lado, dos más de las que tenía en Ibatín como previsión a un posterior crecimiento demográfico. La traza urbana estaba medida y legislada punto por punto a partir del Acta de Fundación. La ciudad se construyó de la misma manera, con las mismas medidas y respetando las mismas posiciones que la vieja ciudad en Ibatín. Sólo las cuadras centrales estaban densamente pobladas, y la ciudad no alcanzó a ocupar toda esta dimensión hasta fines del siglo XVIII. Cada manzana se dividió en cuatro solares de prácticamente el mismo tamaño. Éstos se concedieron a los vecinos fundatorios y moradores en el mismo sitio que ocupaban en la traza anterior. Los restantes se reservó el Cabildo para repartirlos “a diferentes personas prefiriendo a los beneméritos” [8]
Se destinaron los mismos lugares para los edificios públicos, excepto el Cabildo que se situó al oeste en la nueva ciudad, mientras que estaba al este en la vieja [9]. Las Casas Capitulares, la Iglesia Matriz, pese al contenido simbólico que debieran de haber tenido, eran humildes edificios que no se terminaron de construir del todo hasta principios del siglo XIX.
Al Poniente de las calles de ronda estaban las tabladas, el lugar de las tropas y el ganado. El Norte y el Sur eran utilizados como lugar de cultivo, principalmente de hortalizas, cereales y citrus. Al Oriente estaba el río, y para mantener el agua limpia se ordenó que se quiten y demuelan los ranchos por aquellas partes.
En 1700, la ciudad era reducida en su población y humilde en su composición.
“...los vecinos, pobres, faltos de servicios, no pueden muchos hacer una casa en la ciudad, la cual por recién mudada... no es más que chozas de paja...” [10]
El Cabildo regulaba anualmente el comercio en la ciudad: determinaba los precios de los artículos y los “sujetos que deben correr con las diez pulperías de quenta de la ciudad”.
Al parecer, la ciudad física se mantuvo más o menos inalterada durante la primera mitad del siglo. El Cabildo prácticamente no otorgó mercedes de solares hasta 1745 y las condiciones de edificación no deben haberse modificado mucho por entonces. Las ventas registradas son muy escasas.
La ciudad en la segunda mitad del siglo XVIII. El crecimiento y el conflicto
Entre 1745 y 1767, las mercedes de solares se otorgaron más o menos libremente, sin restricciones, al menos formales, para cualquier solicitante, en “la misma parte que lo pide y dentro de los linderos que señala” en su pedimento, a condición de que haya de pagar el cargo para los propios, es decir, una cantidad que sería destinada por el Cabildo para la construcción de sus edificios públicos.
El cargo de los solares era de 12 pesos el solar entero, y 6 pesos el medio solar desde los primeros tiempos de merced. No eran costos onerosos para nada: por el precio de medio solar, podía conseguirse en una pulpería una fanega de trigo o tres botellas de aguardiente [11]. Recién en 1797 se revisó esta suma, solicitando una justa tasación y la necesidad de la asistencia de todos los cabildantes para justificar el precio del solar y el mérito y distinción del solicitante [12]
La posibilidad de entregar mercedes de esa manera y a tan bajo precio está en relación con la oferta de tierras vacas y despobladas dentro de los límites de la ciudad, y la necesidad de poblar en correspondencia ese espacio.
La merced real, junto con la apropiación, son las primeras formas de adquisición y de puesta en circulación de terrenos. Las mercedes eran sobre solares enteros, de 1/4 de manzana, que oscilaba entre 81 y 84 varas, o de medio solar, de 1/8, entre 41,5 y 48 varas. Las transferencias de solares tuvieron distintas formas: merced, compra entre particulares y a la Junta de Temporalidades, donación, locación, permuta, herencia.
Cada una de estas categorías jurídicas responde a una dinámica particular. La comercialización de los bienes de los jesuitas expatriados, por ejemplo, tiene una lógica propia, ya que, por un lado y para favorecer su venta, se dispuso un precio muy bajo y la exención del pago de alcabala [13], en tanto por otra parte, los alcaldes de la Junta de Temporalidades y de la Junta Municipal mostraron un comportamiento especial a la hora de entregar los bienes, favoreciendo abiertamente a un grupo social determinado. No fue fácil hacer un inventario de los bienes, ya que cada alcalde entrante denunciaba faltantes en el caudal de los bienes que fueron de los regulares expulsos [14]
A medida que avanzaba el siglo XVIII, se registró un número cada vez mayor de mercedes y de transferencias de bienes inmuebles, estrechamente relacionado no solamente con el crecimiento demográfico de la región, parte de su propio crecimiento vegetativo y la inmigración registrada en este período, sino también con el crecimiento de la importancia de la ciudad como centro económico y como centro de poder. Era cada vez más frecuente la instalación de talleres, de comercios y de tiendas de alquiler dentro de la traza urbana, y la elite terrateniente prefirió cada vez más la residencia en la ciudad. A la vez, muchedumbres de hombres y mujeres vinculadas con el comercio, a la producción artesanal o al sector de servicios se incorporaron a las ciudades. Bascary, a partir de una reinterpretación de los censos, presenta un crecimiento de un poco más del 40% de la población urbana entre 1778 y 1812 [15].
Están registrados otorgamientos a pardos libres, indios, jente natural, jente de servicio e incluso pobres de solemnidad, lo que generó un conflicto al poco tiempo: el espacio del centro de la ciudad, lugar de distinción reservado para la jente de mérito y distinción de la sociedad por derecho que nadie discutía, estaba siendo invadido por jente pleve. La sociedad no era ni armónica ni estable y la lucha de un grupo por el protagonismo, por el reconocimiento de su espacio, de su verdad y legitimidad, debe haberse canalizado por una práctica de diferenciación de los grupos subordinados a los que no deseaba parecerse; lo que significaba a la vez que en realidad estaba más cerca y en un mayor contacto y asimilación de lo le hubiese gustado.
En 1752, un pedimento de merced de solares argüía como razón
“... que en la dacta de solares y otras distribuciones devian ser atendidas las Personas más principales y nobles que así es en la Voluntad de Su Alteza y autos Buen Gobierno...” [16]
En 1754, el Cabildo debió resolver un litigio en el que una de las partes pedía
“... que se le quiten los solares a los pobres y se den a las personas de conveniencia” [17]
En 1755, Doña María Pérez pedía medio solar para ensanchar su propiedad, y “.. haviendolo visto y no ser de razón por ser el dicho 1/2 solar de otras pobres..." se le dan 20 varas del mismo. [18]
El ingreso a las ciudades de la región fue condicionado en 1760. Por despacho del Gobernador, toda persona que entre a la ciudad debía estar de antemano conchabada [19]. La gente ociosa y los reos que se encontraran en la ciudad, debían ser enviados a las minas del Aconquija y Uspallata [20].
Este conflicto llegó a 1767, momento en que se estableció legalmente la contemplación de la jerarquía social a la hora de conceder solares, no sólo por el hecho del derecho de propiedad, sino por el espacio mismo donde los grupos sociales debían asentarse.
"... se presentó un pedimento por Nuestro Procurador General pidiendo se desalogen de los solares que se allan más adentro de la ciudad poblados por jente pleve para hacer merced de ellos a los nobles, y que pueden edificar, por no aver lugar donde darles á estos, pagándoles las mejoras que tubiesen, y dándoles otro sitio para fuera..." [21]
Esta disposición se complementó en 1777, cuando el Cabildo empezó formalmente a tener cuidado
“...en lo sucesibo de no hacer merced de los pocos solares que se encuentran vacos a la jente pleve y de servicio, sino solamente a los vecinos que por derecho le corresponden...” [22]
En 1771, una solicitud había situado el solar requerido “fuera de las cuatro cuadras donde se hallan otras mercedes” [23], las “cinco cuadras perfectas” a las que estaba reducida la ciudad según Concolorcorvo, “aunque no está poblada en correspondencia” [24]
El mercado de tierras
El cargo de los solares era de 12 pesos el solar entero, y 6 pesos el medio solar desde los primeros tiempos de merced. No eran costos onerosos para nada: por el precio de medio solar, podía conseguirse en una pulpería una fanega de trigo o tres botellas de aguardiente [11]. Recién en 1797 se revisó esta suma, solicitando una justa tasación y la necesidad de la asistencia de todos los cabildantes para justificar el precio del solar y el mérito y distinción del solicitante [12]
La posibilidad de entregar mercedes de esa manera y a tan bajo precio está en relación con la oferta de tierras vacas y despobladas dentro de los límites de la ciudad, y la necesidad de poblar en correspondencia ese espacio.
La merced real, junto con la apropiación, son las primeras formas de adquisición y de puesta en circulación de terrenos. Las mercedes eran sobre solares enteros, de 1/4 de manzana, que oscilaba entre 81 y 84 varas, o de medio solar, de 1/8, entre 41,5 y 48 varas. Las transferencias de solares tuvieron distintas formas: merced, compra entre particulares y a la Junta de Temporalidades, donación, locación, permuta, herencia.
Cada una de estas categorías jurídicas responde a una dinámica particular. La comercialización de los bienes de los jesuitas expatriados, por ejemplo, tiene una lógica propia, ya que, por un lado y para favorecer su venta, se dispuso un precio muy bajo y la exención del pago de alcabala [13], en tanto por otra parte, los alcaldes de la Junta de Temporalidades y de la Junta Municipal mostraron un comportamiento especial a la hora de entregar los bienes, favoreciendo abiertamente a un grupo social determinado. No fue fácil hacer un inventario de los bienes, ya que cada alcalde entrante denunciaba faltantes en el caudal de los bienes que fueron de los regulares expulsos [14]
A medida que avanzaba el siglo XVIII, se registró un número cada vez mayor de mercedes y de transferencias de bienes inmuebles, estrechamente relacionado no solamente con el crecimiento demográfico de la región, parte de su propio crecimiento vegetativo y la inmigración registrada en este período, sino también con el crecimiento de la importancia de la ciudad como centro económico y como centro de poder. Era cada vez más frecuente la instalación de talleres, de comercios y de tiendas de alquiler dentro de la traza urbana, y la elite terrateniente prefirió cada vez más la residencia en la ciudad. A la vez, muchedumbres de hombres y mujeres vinculadas con el comercio, a la producción artesanal o al sector de servicios se incorporaron a las ciudades. Bascary, a partir de una reinterpretación de los censos, presenta un crecimiento de un poco más del 40% de la población urbana entre 1778 y 1812 [15].
Están registrados otorgamientos a pardos libres, indios, jente natural, jente de servicio e incluso pobres de solemnidad, lo que generó un conflicto al poco tiempo: el espacio del centro de la ciudad, lugar de distinción reservado para la jente de mérito y distinción de la sociedad por derecho que nadie discutía, estaba siendo invadido por jente pleve. La sociedad no era ni armónica ni estable y la lucha de un grupo por el protagonismo, por el reconocimiento de su espacio, de su verdad y legitimidad, debe haberse canalizado por una práctica de diferenciación de los grupos subordinados a los que no deseaba parecerse; lo que significaba a la vez que en realidad estaba más cerca y en un mayor contacto y asimilación de lo le hubiese gustado.
En 1752, un pedimento de merced de solares argüía como razón
“... que en la dacta de solares y otras distribuciones devian ser atendidas las Personas más principales y nobles que así es en la Voluntad de Su Alteza y autos Buen Gobierno...” [16]
En 1754, el Cabildo debió resolver un litigio en el que una de las partes pedía
“... que se le quiten los solares a los pobres y se den a las personas de conveniencia” [17]
En 1755, Doña María Pérez pedía medio solar para ensanchar su propiedad, y “.. haviendolo visto y no ser de razón por ser el dicho 1/2 solar de otras pobres..." se le dan 20 varas del mismo. [18]
El ingreso a las ciudades de la región fue condicionado en 1760. Por despacho del Gobernador, toda persona que entre a la ciudad debía estar de antemano conchabada [19]. La gente ociosa y los reos que se encontraran en la ciudad, debían ser enviados a las minas del Aconquija y Uspallata [20].
Este conflicto llegó a 1767, momento en que se estableció legalmente la contemplación de la jerarquía social a la hora de conceder solares, no sólo por el hecho del derecho de propiedad, sino por el espacio mismo donde los grupos sociales debían asentarse.
"... se presentó un pedimento por Nuestro Procurador General pidiendo se desalogen de los solares que se allan más adentro de la ciudad poblados por jente pleve para hacer merced de ellos a los nobles, y que pueden edificar, por no aver lugar donde darles á estos, pagándoles las mejoras que tubiesen, y dándoles otro sitio para fuera..." [21]
Esta disposición se complementó en 1777, cuando el Cabildo empezó formalmente a tener cuidado
“...en lo sucesibo de no hacer merced de los pocos solares que se encuentran vacos a la jente pleve y de servicio, sino solamente a los vecinos que por derecho le corresponden...” [22]
En 1771, una solicitud había situado el solar requerido “fuera de las cuatro cuadras donde se hallan otras mercedes” [23], las “cinco cuadras perfectas” a las que estaba reducida la ciudad según Concolorcorvo, “aunque no está poblada en correspondencia” [24]
El mercado de tierras
El movimiento de transferencias de propiedades entre particulares mantiene un ritmo sostenido de aumento durante las tres últimas décadas del siglo, superando el volumen en un 1000% a las primeras décadas de la segunda mitad del siglo XVIII.
El precio
La formación del precio para la compraventa es un proceso complejo. Cuando una familia decide desprenderse de un terreno, lo que López de Albornoz llama inestabilidad intergeneracional en su análisis para las propiedades rurales [25], y principalmente cuando se realiza un movimiento de compraventa, puede deberse a una crisis dentro del ciclo de la familia, como la enfermedad, la muerte o el traslado; a necesidades básicas de sustento del grupo familiar; o bien a una estrategia económica que convierte el terreno en una mercancía, en un momento en que la demanda de habitación en la ciudad es cada vez mayor y el solar urbano se valoriza. Es importante también la participación de las ideas como actores en el mercado. [26]
El valor de la vara cuadrada en la ciudad era sumamente variable, aunque siempre muy bajo
vara cuadrada
Precio min. precio max.
1744-1766 $0,0051 $0,0904
1767-1779 $0,0073 $0,1255
1780-1789 $0,0036 $1,0000
1790-1794 $0,0058 $0,5000
*calculado en pesos de a ocho reales.
Un medio solar de 41,5 varas de lado aprox. llega a valer $12, 4 reales, en tanto otro sitio de 30 por 50 varas se paga $1500. En un caso excepcional, se paga $2 por un solar entero [27], que es el precio de una botella de aguardiente. Si el solar tiene árboles frutales, es más valioso: se paga un promedio de $0,05, lo que en un solar entero representa aprox. $344 [28].
De todas maneras, el acto protocolizado ante escribano no es un mecanismo de fijación del precio, sino la operación que comprueba la propiedad, y que, además, tasa un gravamen para el cobro de impuestos, en este caso la alcabala. Por ello es que tal vez el precio real no sea efectivamente el que figura en los papeles.
Sobre el total de las ventas, un 6.4% de los terrenos habían sido recibidos en merced real, un 22% en herencia y un 10% en donación. Además, no todas las ventas fueron de propiedades enteras, aproximadamente un 10% fueron fracciones de terrenos más grandes o incluso habitaciones en la casa edificada.
Para establecer una tendencia sería necesario hacer un estudio de cada caso, porque no todos los vendedores tienen los mismos móviles: Por ejemplo, en la venta de mercedes así como se vende una merced recibida tiempo atrás para pagar un entierro [29] o se venden por fracciones [30], se reciben mercedes que son vendidas inmediatamente [31], cobrando hasta seis veces más su cargo original.
En el caso de las herencias, más de la cuarta parte de las ventas son realizadas por dos o más de los herederos. A veces son hermanos que acuerdan vender el terreno heredado o un grupo familiar que decide sobre la herencia de menores de edad. A la muerte del jefe de familia, una mujer y su hijo venden el retazo de terreno correspondiente a la herencia del hijo [32], y es muy posible que haya sido un recurso extremo, presionado por necesidades de sustento, más que una estrategia para maximizar la posición económica.
Las donaciones, en la mayoría de los casos son realizadas entre parientes cercanos: hermanos/as, sobrinas, primos, hijos/as. Tienen las características de una herencia intervivos, y probablemente muchas hayan sido materializaciones del afecto, tanto como la necesidad de un lugar donde vivir. Es llamativo que algunas donaciones entre padres e hijos hayan sido protocolizadas con su correspondiente gasto de escribano, siendo de un matrimonio a un/a hijo/a, o de un hijo a su madre mientras viva. Seguramente no todas las transferencias de este tipo hayan quedado registradas de esta manera, pero era importante en la medida la propiedad era uno de los elementos que convertían al habitante de la ciudad en vecino, aunque no significaba que todos los propietarios lo sean. Además, en las transacciones se exigía la justificación de la procedencia del terreno, especialmente a partir de 1760. Están protocolizados también los casos en que los tíos donan terrenos a las sobrinas, normalmente como dote.
La dote es una forma particular de transferencia. Que una mujer lleve inmuebles como dote al matrimonio es signo de algún prestigio, además de ser un respaldo importante para su mantenimiento en caso de enviudar. Las ventas de una dote deben ser realizadas conjuntas personas o con el permiso del marido o el poder de la esposa. El precio de estos terrenos figura entre los más caros.
Una mujer que llevó una casa como dote, y que fue rematada por deudas de su marido, tuvo derecho a reclamar a los nuevos dueños la devolución de un par de habitaciones en la casa, y ellos se vieron obligados a aceptar [33].
El grupo familiar que decidía fraccionar un terreno de su morada para su venta tenía también móviles diferentes. Hay casos en que se aclara que la venta se realiza para el sustento, como es más o menos frecuente la parcelación y venta de los grandes solares en propiedad pero no habitados, o retazos vacíos innecesarios de los solares de residencia.
El pago se realiza en efectivo la mayor parte de las veces, aunque se registran casos, excluyendo las veces que el solar mismo se entrega como parte de pago, en que se reciben géneros, cabezas de ganado u otro solar en un sitio de menor valía. Al cura rector de la Iglesia Matriz se le permite el pago con un bien extra: paga su terreno con algo de dinero y un novenario de misas rezadas [34].
El pago en cuotas no es una forma frecuente, y cuando se da es principalmente entre integrantes de la élite local. Probablemente haya sido una forma de solidaridad entablada entre ellos para favorecer el asentamiento de la gente de mérito, aunque esté venida a menos económicamente, mediante la compraventa y para preservar el espacio físico. Es importante también tener en cuenta que muchas veces los vínculos y las redes sociales se establecen con relación a una cercanía física en el espacio.
Las mujeres participaban del mercado de tierras en una importante proporción, pero generalmente eran más las que estaban encargadas de vender que de comprar. Hay casos en que la misma acta notarial registra que la compra la había hecho el marido en venta pública, pero que se anotaba a nombre de la mujer [35].
Las mercedes de solares realizadas a mujeres también son realizadas en una importante proporción, aunque disminuye estrepitosamente la proporción hacia finales de siglo. Entre 1790 y 1800 se otorgaron solares en merced a solamente dos mujeres.
La ampliación del espacio habitado en la ciudad a finales del siglo
El valor de la vara cuadrada en la ciudad era sumamente variable, aunque siempre muy bajo
vara cuadrada
Precio min. precio max.
1744-1766 $0,0051 $0,0904
1767-1779 $0,0073 $0,1255
1780-1789 $0,0036 $1,0000
1790-1794 $0,0058 $0,5000
*calculado en pesos de a ocho reales.
Un medio solar de 41,5 varas de lado aprox. llega a valer $12, 4 reales, en tanto otro sitio de 30 por 50 varas se paga $1500. En un caso excepcional, se paga $2 por un solar entero [27], que es el precio de una botella de aguardiente. Si el solar tiene árboles frutales, es más valioso: se paga un promedio de $0,05, lo que en un solar entero representa aprox. $344 [28].
De todas maneras, el acto protocolizado ante escribano no es un mecanismo de fijación del precio, sino la operación que comprueba la propiedad, y que, además, tasa un gravamen para el cobro de impuestos, en este caso la alcabala. Por ello es que tal vez el precio real no sea efectivamente el que figura en los papeles.
Sobre el total de las ventas, un 6.4% de los terrenos habían sido recibidos en merced real, un 22% en herencia y un 10% en donación. Además, no todas las ventas fueron de propiedades enteras, aproximadamente un 10% fueron fracciones de terrenos más grandes o incluso habitaciones en la casa edificada.
Para establecer una tendencia sería necesario hacer un estudio de cada caso, porque no todos los vendedores tienen los mismos móviles: Por ejemplo, en la venta de mercedes así como se vende una merced recibida tiempo atrás para pagar un entierro [29] o se venden por fracciones [30], se reciben mercedes que son vendidas inmediatamente [31], cobrando hasta seis veces más su cargo original.
En el caso de las herencias, más de la cuarta parte de las ventas son realizadas por dos o más de los herederos. A veces son hermanos que acuerdan vender el terreno heredado o un grupo familiar que decide sobre la herencia de menores de edad. A la muerte del jefe de familia, una mujer y su hijo venden el retazo de terreno correspondiente a la herencia del hijo [32], y es muy posible que haya sido un recurso extremo, presionado por necesidades de sustento, más que una estrategia para maximizar la posición económica.
Las donaciones, en la mayoría de los casos son realizadas entre parientes cercanos: hermanos/as, sobrinas, primos, hijos/as. Tienen las características de una herencia intervivos, y probablemente muchas hayan sido materializaciones del afecto, tanto como la necesidad de un lugar donde vivir. Es llamativo que algunas donaciones entre padres e hijos hayan sido protocolizadas con su correspondiente gasto de escribano, siendo de un matrimonio a un/a hijo/a, o de un hijo a su madre mientras viva. Seguramente no todas las transferencias de este tipo hayan quedado registradas de esta manera, pero era importante en la medida la propiedad era uno de los elementos que convertían al habitante de la ciudad en vecino, aunque no significaba que todos los propietarios lo sean. Además, en las transacciones se exigía la justificación de la procedencia del terreno, especialmente a partir de 1760. Están protocolizados también los casos en que los tíos donan terrenos a las sobrinas, normalmente como dote.
La dote es una forma particular de transferencia. Que una mujer lleve inmuebles como dote al matrimonio es signo de algún prestigio, además de ser un respaldo importante para su mantenimiento en caso de enviudar. Las ventas de una dote deben ser realizadas conjuntas personas o con el permiso del marido o el poder de la esposa. El precio de estos terrenos figura entre los más caros.
Una mujer que llevó una casa como dote, y que fue rematada por deudas de su marido, tuvo derecho a reclamar a los nuevos dueños la devolución de un par de habitaciones en la casa, y ellos se vieron obligados a aceptar [33].
El grupo familiar que decidía fraccionar un terreno de su morada para su venta tenía también móviles diferentes. Hay casos en que se aclara que la venta se realiza para el sustento, como es más o menos frecuente la parcelación y venta de los grandes solares en propiedad pero no habitados, o retazos vacíos innecesarios de los solares de residencia.
El pago se realiza en efectivo la mayor parte de las veces, aunque se registran casos, excluyendo las veces que el solar mismo se entrega como parte de pago, en que se reciben géneros, cabezas de ganado u otro solar en un sitio de menor valía. Al cura rector de la Iglesia Matriz se le permite el pago con un bien extra: paga su terreno con algo de dinero y un novenario de misas rezadas [34].
El pago en cuotas no es una forma frecuente, y cuando se da es principalmente entre integrantes de la élite local. Probablemente haya sido una forma de solidaridad entablada entre ellos para favorecer el asentamiento de la gente de mérito, aunque esté venida a menos económicamente, mediante la compraventa y para preservar el espacio físico. Es importante también tener en cuenta que muchas veces los vínculos y las redes sociales se establecen con relación a una cercanía física en el espacio.
Las mujeres participaban del mercado de tierras en una importante proporción, pero generalmente eran más las que estaban encargadas de vender que de comprar. Hay casos en que la misma acta notarial registra que la compra la había hecho el marido en venta pública, pero que se anotaba a nombre de la mujer [35].
Las mercedes de solares realizadas a mujeres también son realizadas en una importante proporción, aunque disminuye estrepitosamente la proporción hacia finales de siglo. Entre 1790 y 1800 se otorgaron solares en merced a solamente dos mujeres.
La ampliación del espacio habitado en la ciudad a finales del siglo
El último cuarto del siglo en la ciudad de San Miguel de Tucumán, con su frontera chaqueña pacificada [36] y su movimiento económico progresivamente ampliado, confirió un nuevo ritmo a la ciudad de San Miguel de Tucumán en el universo mercantil de la ruta legal entre el Alto Perú y el Río de la Plata.
Esta orientación atlántica de la economía de Sudamérica a partir de la fundación borbónica del Virreinato del Río de la Plata no tuvo las mismas consecuencias para todas las provincias y gobernaciones del interior [37]. San Miguel de Tucumán obtuvo nueva vida a partir del comercio, gracias a su posición intermedia entre los grandes centros potosino y rioplatense, como abastecedores de insumos y, principalmente, en torno a la producción de carretas y la conducción de tropas.
El conjunto de las transformaciones que tuvieron lugar a finales del siglo XVIII, desembocó en quiebres en todos los ámbitos. Significó una apertura a la sociedad en cuanto la ofensiva mercantilista produjo una ola de movilidad social, tanto de un lugar a otro [38] como de situaciones jerárquicas de reconocimiento. Mientras las familias principales ampliaban su propiedad y consolidaban su espacio, la ciudad debía dar cabida a un afluente de gente que requería un lugar en la misma. La compra de solares y casas por parte de los recién llegados sin aspiraciones nobiliarias, probablemente estaba más relacionada con la oferta de tierras que con otro tipo de variables, y esto hacía que las identidades sociales en la geografía de la ciudad sean más laxas e intangibles, por lo menos hasta finales del siglo XVIII. La jerarquización social que formalmente era organizada a partir de prerrogativas notabiliarias, realmente encontró conflicto en la práctica con los sujetos económicamente encumbrados pero de origen no noble, que dejaba marca en el color no blanco de su piel; y, en el otro extremo, europeos recién llegados, inmigrantes de origen humilde atraídos por las posibilidades económicas que podía ofrecerles el Nuevo Mundo, con la piel tan blanca como vacíos sus bolsillos [39]. Si bien el reconocimiento y la legitimación de una posición social se construye verdaderamente en los usos y costumbres, fue necesario establecer una nueva distinción formal entre los grupos sociales, y personas más o menos distinguidas comenzaron a utilizar el título de don a partir de las dos últimas décadas del siglo.
En el período comprendido entre 1767 y 1800, las mercedes de solares aumentaron los requisitos legales para su otorgamiento [40], que se realizaba “sin perjuicio de terceros que mejor derecho tenga”, vg., personas de mayor mérito y distinción; en presencia de un escribano y con plazo para la edificación.
En realidad existió siempre un tiempo limitado para la construcción en el solar otorgado a riesgo de perder el terreno, pero en este período se recalcó con mayor insistencia, a la vez que los plazos se volvían más flexibles: entre seis meses y tres años,
Los suplicantes debían demostrar calidad y mérito para su solicitud, además de que se habían establecido diferencias en las mercedes para gente natural [41] y para gente de servicio [42]. La necesidad del Cabildo de legislar al respecto demuestra que la ciudad debía resguardar legalmente y a partir del Estado municipal, el poder más cercano, el espacio colonial de legitimidad social, donde la normativa indiana ya no alcanzaba y menos la costumbre respecto a “lo socialmente legítimo” o aceptado, forjada sobre una realidad sustancialmente diferente.
La calidad y mérito se demostraba mediante la exhibición del título de don o de la calidad de vecino. Progresivamente, todos los solicitantes fueron vecinos, dones y hombres, mientras que en el primer período eran frecuentes los pedimentos por parte de mujeres. También era al parecer relevante la condición de “natural de esta ciudad” y la profesión o el oficio.
El hecho que se reservasen los solares a los vecinos, implicaba que el solicitante debía ser ya vecino, por tanto, poseer un solar en la ciudad, o ser hijo/a o cónyuge de un propietario. Los nombres de los propietarios se repiten cada vez con mayor frecuencia en los pedimentos de las Actas Capitulares, muchas veces solicitando terrenos adyacentes a sus propiedades.
En 1798 el Cabildo se quejaba de su conducta al respecto:
“ ...por este Cabildo se hayan estado dando los solares de la ciudad sin que para este acto concurran todos los capitulares según está prebenido por ley, y que tiene noticia de que en este proximo año pasado no sólo sean dado algunos en la trasa y dentro del marco de dicha ciudad, sino también en las tabladas, lo que es contra derecho.” [43]
Durante la última década del siglo, hubo una doble política respecto a la merced de solares: por un lado, en 1794 se redujo la dimensión del solar que había de otorgarse en gracia y merced
“... en los sucesibo no se conseden venta de solares, ni medios solares, sino de quartos solares, para que así se consiga la mejor población de esta ciudad, y el acomodo de más vecinos... ” [44].
En 1797 también se revisó el precio de los solares por considerarlo muy bajo, y puede que haya alcanzado los treinta pesos hacia 1810 [45].
Paralelamente, los cabildantes se dispensaban terrenos a sí mismos y a gente influyente sin mayor control (hay agraciados con dos y hasta cuatro solares de una sola vez) hasta 1798, momento en que se dejaron prácticamente de otorgar mercedes.
Esta orientación atlántica de la economía de Sudamérica a partir de la fundación borbónica del Virreinato del Río de la Plata no tuvo las mismas consecuencias para todas las provincias y gobernaciones del interior [37]. San Miguel de Tucumán obtuvo nueva vida a partir del comercio, gracias a su posición intermedia entre los grandes centros potosino y rioplatense, como abastecedores de insumos y, principalmente, en torno a la producción de carretas y la conducción de tropas.
El conjunto de las transformaciones que tuvieron lugar a finales del siglo XVIII, desembocó en quiebres en todos los ámbitos. Significó una apertura a la sociedad en cuanto la ofensiva mercantilista produjo una ola de movilidad social, tanto de un lugar a otro [38] como de situaciones jerárquicas de reconocimiento. Mientras las familias principales ampliaban su propiedad y consolidaban su espacio, la ciudad debía dar cabida a un afluente de gente que requería un lugar en la misma. La compra de solares y casas por parte de los recién llegados sin aspiraciones nobiliarias, probablemente estaba más relacionada con la oferta de tierras que con otro tipo de variables, y esto hacía que las identidades sociales en la geografía de la ciudad sean más laxas e intangibles, por lo menos hasta finales del siglo XVIII. La jerarquización social que formalmente era organizada a partir de prerrogativas notabiliarias, realmente encontró conflicto en la práctica con los sujetos económicamente encumbrados pero de origen no noble, que dejaba marca en el color no blanco de su piel; y, en el otro extremo, europeos recién llegados, inmigrantes de origen humilde atraídos por las posibilidades económicas que podía ofrecerles el Nuevo Mundo, con la piel tan blanca como vacíos sus bolsillos [39]. Si bien el reconocimiento y la legitimación de una posición social se construye verdaderamente en los usos y costumbres, fue necesario establecer una nueva distinción formal entre los grupos sociales, y personas más o menos distinguidas comenzaron a utilizar el título de don a partir de las dos últimas décadas del siglo.
En el período comprendido entre 1767 y 1800, las mercedes de solares aumentaron los requisitos legales para su otorgamiento [40], que se realizaba “sin perjuicio de terceros que mejor derecho tenga”, vg., personas de mayor mérito y distinción; en presencia de un escribano y con plazo para la edificación.
En realidad existió siempre un tiempo limitado para la construcción en el solar otorgado a riesgo de perder el terreno, pero en este período se recalcó con mayor insistencia, a la vez que los plazos se volvían más flexibles: entre seis meses y tres años,
Los suplicantes debían demostrar calidad y mérito para su solicitud, además de que se habían establecido diferencias en las mercedes para gente natural [41] y para gente de servicio [42]. La necesidad del Cabildo de legislar al respecto demuestra que la ciudad debía resguardar legalmente y a partir del Estado municipal, el poder más cercano, el espacio colonial de legitimidad social, donde la normativa indiana ya no alcanzaba y menos la costumbre respecto a “lo socialmente legítimo” o aceptado, forjada sobre una realidad sustancialmente diferente.
La calidad y mérito se demostraba mediante la exhibición del título de don o de la calidad de vecino. Progresivamente, todos los solicitantes fueron vecinos, dones y hombres, mientras que en el primer período eran frecuentes los pedimentos por parte de mujeres. También era al parecer relevante la condición de “natural de esta ciudad” y la profesión o el oficio.
El hecho que se reservasen los solares a los vecinos, implicaba que el solicitante debía ser ya vecino, por tanto, poseer un solar en la ciudad, o ser hijo/a o cónyuge de un propietario. Los nombres de los propietarios se repiten cada vez con mayor frecuencia en los pedimentos de las Actas Capitulares, muchas veces solicitando terrenos adyacentes a sus propiedades.
En 1798 el Cabildo se quejaba de su conducta al respecto:
“ ...por este Cabildo se hayan estado dando los solares de la ciudad sin que para este acto concurran todos los capitulares según está prebenido por ley, y que tiene noticia de que en este proximo año pasado no sólo sean dado algunos en la trasa y dentro del marco de dicha ciudad, sino también en las tabladas, lo que es contra derecho.” [43]
Durante la última década del siglo, hubo una doble política respecto a la merced de solares: por un lado, en 1794 se redujo la dimensión del solar que había de otorgarse en gracia y merced
“... en los sucesibo no se conseden venta de solares, ni medios solares, sino de quartos solares, para que así se consiga la mejor población de esta ciudad, y el acomodo de más vecinos... ” [44].
En 1797 también se revisó el precio de los solares por considerarlo muy bajo, y puede que haya alcanzado los treinta pesos hacia 1810 [45].
Paralelamente, los cabildantes se dispensaban terrenos a sí mismos y a gente influyente sin mayor control (hay agraciados con dos y hasta cuatro solares de una sola vez) hasta 1798, momento en que se dejaron prácticamente de otorgar mercedes.
Las capellanías y la circulación de bienes inmuebles
Imponer un inmueble en capellanía significaba entregarlo como pago a la Iglesia a cambio del mantenimiento de un hijo o un sobrino que vaya a ordenarse, o a cambio de misas rezadas y otras ceremonias para la salvación de su alma, de sus seres queridos y todas las almas del purgatorio [46]. La imposición en capellanía está más relacionada al símbolo de prestigio y a la circulación de dinero que a la religiosidad, y son muy escasas a mediados de siglo, con un promedio de una registrada cada diez años, haciéndose más frecuentes en las últimas tres décadas. En la década de 1780, el promedio se eleva a una por año. Al mismo tiempo, se aclara la terminología utilizada, separándose la imposición de patrimonio laical, considerado como un adelanto de la herencia, de las capellanías propiamente dichas, como la "hipoteca espiritual y eterna, que el ama continua disfrutando en la otra vida de los intereses espiritualizados en forma de misas, conque ellos desean satisfacer la cuenta de sus deudas ante Dios" [47].
En el caso de los inmuebles urbanos, la capellanía no lo inmoviliza como parte del patrimonio de la familia, porque al entregarlo a la Iglesia la familia pierde control sobre ellos, y son los clérigos presbíteros o los síndicos los encargados de venderlos y ponerlos en circulación [48].
Solamente está registrado que una familia venda un terreno destinado por vía testamentaria a una capellanía, que hace las veces de patrimonio laical, en caso que el chico no quiera ordenarse [49].
En el caso de los inmuebles urbanos, la capellanía no lo inmoviliza como parte del patrimonio de la familia, porque al entregarlo a la Iglesia la familia pierde control sobre ellos, y son los clérigos presbíteros o los síndicos los encargados de venderlos y ponerlos en circulación [48].
Solamente está registrado que una familia venda un terreno destinado por vía testamentaria a una capellanía, que hace las veces de patrimonio laical, en caso que el chico no quiera ordenarse [49].
La complejidad de las identidades urbanas
En la segunda mitad del siglo XVIII, San Miguel de Tucumán estaba compuesta por “cinco mil vecinos en el plantel urbano de humildes casas, con una plaza en el medio, un cabildo, cuatro conventos en el ejido, alguna escuela de frailes, un comercio precario y como atmósfera moral, los chismes, los bártulos, los cuentos de veinte blancos que saben leer y escribir, entre quinientos que no lo saben, pero que son de algún modo los amos de los indios” [50]
Si bien la ciudad era considerada el lugar de residencia por excelencia de la élite blanca, un alto porcentaje de los habitantes de la San Miguel de Tucumán tardocolonial pertenecía a grupos étnicos que no eran parte de la elite. Si consideramos que la elite tiene blanca la piel y los sectores populares varían desde blancos no pertenecientes a la elite a mestizos, indios, mulatos, zambos o negros; es sustancial que “casi el 68% de los habitantes de la ciudad en 1778 y el 43.4 en 1812 aparecen censados como indios, mestizos, zambos, mulatos o negros, a los que debe agregarse otro 17.2% registrados en esa fecha sin especificación étnica y que probablemente no fueran españoles, al menos reconocidos, ascendiendo, por tanto, los sectores populares en 1812 casi el 60% de los habitantes de la ciudad” [51].
El espacio no siempre se ordena según los parámetros de identidad de los vecinos. Normalmente el centro de la ciudad corresponde a la residencia de la élite y la periferia a los estratos inferiores, pero San Miguel de Tucumán, y hasta 1820 aproximadamente, tenía pocas cuadras: de la plaza, cuatro manzanas a todos los vientos. En este paisaje tan pequeño, la idea de centro-periferia se entrecruza en muy pocas cuadras.
Los espacios de sociabilidad, los lugares donde la gente se relaciona, tiene una estrecha relación con las posibilidades. Los espacios tradicionales de encuentro, como la plaza o la Iglesia, en San Miguel de Tucumán eran lugares peculiares, con características propias. La plaza funcionaba normalmente como mercado, era un lugar de relación e intercambio, principalmente relacionado con el abastecimiento primario de la población. El ella se realizaba la venta de productos "de la tierra", artesanías, carnes y animales. Recién en 1773 comenzó a hacerse una colecta para la construcción de un galpón que sirva de recova para la faena y el expendio de carnes [52]. Hasta entonces, muchos de los animales se mataban en la plaza.
De cualquier manera, la plaza era el centro de la ciudad. A la vuelta estaban los comercios, los cuartos de alquiles, las Iglesias principales y las moradas de los principales vecinos.
Las iglesias ocupaban un lugar importante en la sociabilidad de la colonia. "La vida cotidiana de muchos integrantes de la élite, en particular de las mujeres, estaba marcada por la asistencia a las misas... no había ajuar femenino en el que no existieran alfombritas de iglesia y trajes de misa, puesto que la asistencia a las iglesias constituía una de las actividades sociales individuales y colectivas más importantes para las familias principales" [53]. El Cabildo había prohibido a las mulatas y mestizas, bajo pena de azotes, el llevar a la misa su alfombra [54]. Pero en San Miguel de Tucumán, estos espacios mostraban una serie de peculiaridades:
De los cinco conventos que había en la ciudad a fines de siglo, Nuestro Señor de la Paciencia estaba frente a la calle de ronda y después funcionó como el cementerio de los pobres. Tras la expulsión de los jesuitas, San Francisco se trasladó a lo que había sido el colegio de los regulares expulsos, en la esquina de la plaza, y en su lugar anterior se instaló Santo Domingo. El colegio de los jesuitas era el único edificio que tenía paredes de material, lo que hizo que trasladaran allí a los presos después de que incendiaran la cárcel. Los religiosos enviaron a Buenos Aires el pedido del traslado de los reclusos, que molestaban sus horas de oración con sus improperios y sus gritos durante las rondas de tortura [55].
La Iglesia Matriz, el espacio religioso y social por excelencia, estaba en un estado tan ruinoso que debe haber sido un peligro para la integridad de los fieles, con las paredes rajadas de tal forma que en la grieta juega libremente un cuchillo, los ladrillos desquiciados y quebrados los arcos del techo [56].
Detrás de los conventos funcionaban los cementerios. Como cada muerto significaba un ingreso para la iglesia, eran causa de permanentes disputas entre los presbíteros y los síndicos. Pero a veces los cementerios estaban dañados, como el de La Merced, lo que los convertía en espacios con emanaciones desagradables [57]. Hacia finales de siglo, son cada vez más los testamentos que indican, algunos agregando una cláusula testamentaria para que al cuerpo del finado se lo entierre en la iglesia de Santo Domingo [58].
Las calles eran lugares de encuentro y esparcimiento, principalmente de los sectores populares. Pero también, y precisamente por eso, eran espacios donde el control social se hacía efectivo [59]. El Cabildo prohibió sucesivamente los disfraces por las calles, el juego de pelota y obligó a los hombres, sobre todo de trabajo, a usar pantalones y no pasearse en calzoncillos [60], sobre todo delante de mujeres decentes.
Probablemente casi todos los solares de la ciudad hayan tenido dueño hacia finales del siglo, lo que no significa que todos hayan estado edificados [61]. En 1800, en la lista de vecinos que pueden cercar sus propiedades, se distinguen los solares “que tienen en habitación”, lo que implica que poseían también solares despoblados [62]. Los sitios baldíos eran lugares de encuentro, deseados o no, donde se cometían delitos, amancebamientos y otras inmoralidades, de la misma manera que en los campos de poleares adyacentes y en el río. El Cabildo puso horario a las lavanderas para bajar al río, que debían hacer antes del anochecer [63].
Cuando los presos quemaron la cárcel quemaron también las Salas Capitulares, que estaban integradas en el mismo edificio [64]. Hasta que fue reconstruida, a principios del XIX, los cabildantes sesionaban en la casa de alguno de ellos o en habitaciones alquiladas en una casa para tal fin. Las reuniones políticas del orden público se hacían de esta manera en los espacios privados.
El espacio de los grupos sociales propietarios en algunos casos estaba bien definido: Una familia de la élite vende un solar de todos los que tiene a una parda liberta, al lado del solar de otro pardo liberto [65]; los artesanos, herreros, plateros y carpinteros, son vecinos de los mulatos y los pardos [66]. Hay manzanas muy refinadas, como aquella donde viven Aráoz, Bazán y Posse, y donde don Fermín de Paz y su señora doña Ventura de Figueroa venden el sitio más caro de los registros notariales [67].
Pero esto no significaba una separación sin puntos de encuentro de las jentes de distinta calidad: en el mismo espacio de la casa de una familia de la élite convivían, en el mejor de los casos, una multitud de esclavos y entenados, que a veces igualaban en número a la familia principal [68]. De la misma manera, están registrados como vecinos propietarios notables al lado de mulatas y pardas, que solamente se nombran con el nombre de pila, sin apellido. Al referirse a ellos, más importante que su filiación es su casta: Gabriela mestiza, mulata Juana. Está registrada una parda que ni siquiera tiene nombre: "la linda de San Francisco". Sólo se registra el apellido en caso que haya alcanzado una posición importante: Lorenzo Alderete, pardo liberto, por ejemplo, recibió merced del Cabildo [69].
Una familia podía dejar como herencia un retazo del solar de su morada a una esclava y criada [70], lo que la convertía en propietaria en la ciudad colonial, mas no necesariamente en vecina. También sucede, aunque no está registrado en los Protocolos, que un señor respetable done casi un cuarto de su solar en una zona refinada a una dama desconocida [71] a los grupos notables.
La realidad se mostraba mucho más rica en matices y contrastes que lo que llegaba a contemplar la legislación indiana en cuanto a la conformación social de las ciudades coloniales, en tanto los términos en que se planteaban las relaciones económicas y políticas transformaban aceleradamente las ciudades y la forma de interpretarla. El crecimiento físico y simbólico de una ciudad estaba vinculado directamente con el desarrollo económico y social.
Si bien la ciudad era considerada el lugar de residencia por excelencia de la élite blanca, un alto porcentaje de los habitantes de la San Miguel de Tucumán tardocolonial pertenecía a grupos étnicos que no eran parte de la elite. Si consideramos que la elite tiene blanca la piel y los sectores populares varían desde blancos no pertenecientes a la elite a mestizos, indios, mulatos, zambos o negros; es sustancial que “casi el 68% de los habitantes de la ciudad en 1778 y el 43.4 en 1812 aparecen censados como indios, mestizos, zambos, mulatos o negros, a los que debe agregarse otro 17.2% registrados en esa fecha sin especificación étnica y que probablemente no fueran españoles, al menos reconocidos, ascendiendo, por tanto, los sectores populares en 1812 casi el 60% de los habitantes de la ciudad” [51].
El espacio no siempre se ordena según los parámetros de identidad de los vecinos. Normalmente el centro de la ciudad corresponde a la residencia de la élite y la periferia a los estratos inferiores, pero San Miguel de Tucumán, y hasta 1820 aproximadamente, tenía pocas cuadras: de la plaza, cuatro manzanas a todos los vientos. En este paisaje tan pequeño, la idea de centro-periferia se entrecruza en muy pocas cuadras.
Los espacios de sociabilidad, los lugares donde la gente se relaciona, tiene una estrecha relación con las posibilidades. Los espacios tradicionales de encuentro, como la plaza o la Iglesia, en San Miguel de Tucumán eran lugares peculiares, con características propias. La plaza funcionaba normalmente como mercado, era un lugar de relación e intercambio, principalmente relacionado con el abastecimiento primario de la población. El ella se realizaba la venta de productos "de la tierra", artesanías, carnes y animales. Recién en 1773 comenzó a hacerse una colecta para la construcción de un galpón que sirva de recova para la faena y el expendio de carnes [52]. Hasta entonces, muchos de los animales se mataban en la plaza.
De cualquier manera, la plaza era el centro de la ciudad. A la vuelta estaban los comercios, los cuartos de alquiles, las Iglesias principales y las moradas de los principales vecinos.
Las iglesias ocupaban un lugar importante en la sociabilidad de la colonia. "La vida cotidiana de muchos integrantes de la élite, en particular de las mujeres, estaba marcada por la asistencia a las misas... no había ajuar femenino en el que no existieran alfombritas de iglesia y trajes de misa, puesto que la asistencia a las iglesias constituía una de las actividades sociales individuales y colectivas más importantes para las familias principales" [53]. El Cabildo había prohibido a las mulatas y mestizas, bajo pena de azotes, el llevar a la misa su alfombra [54]. Pero en San Miguel de Tucumán, estos espacios mostraban una serie de peculiaridades:
De los cinco conventos que había en la ciudad a fines de siglo, Nuestro Señor de la Paciencia estaba frente a la calle de ronda y después funcionó como el cementerio de los pobres. Tras la expulsión de los jesuitas, San Francisco se trasladó a lo que había sido el colegio de los regulares expulsos, en la esquina de la plaza, y en su lugar anterior se instaló Santo Domingo. El colegio de los jesuitas era el único edificio que tenía paredes de material, lo que hizo que trasladaran allí a los presos después de que incendiaran la cárcel. Los religiosos enviaron a Buenos Aires el pedido del traslado de los reclusos, que molestaban sus horas de oración con sus improperios y sus gritos durante las rondas de tortura [55].
La Iglesia Matriz, el espacio religioso y social por excelencia, estaba en un estado tan ruinoso que debe haber sido un peligro para la integridad de los fieles, con las paredes rajadas de tal forma que en la grieta juega libremente un cuchillo, los ladrillos desquiciados y quebrados los arcos del techo [56].
Detrás de los conventos funcionaban los cementerios. Como cada muerto significaba un ingreso para la iglesia, eran causa de permanentes disputas entre los presbíteros y los síndicos. Pero a veces los cementerios estaban dañados, como el de La Merced, lo que los convertía en espacios con emanaciones desagradables [57]. Hacia finales de siglo, son cada vez más los testamentos que indican, algunos agregando una cláusula testamentaria para que al cuerpo del finado se lo entierre en la iglesia de Santo Domingo [58].
Las calles eran lugares de encuentro y esparcimiento, principalmente de los sectores populares. Pero también, y precisamente por eso, eran espacios donde el control social se hacía efectivo [59]. El Cabildo prohibió sucesivamente los disfraces por las calles, el juego de pelota y obligó a los hombres, sobre todo de trabajo, a usar pantalones y no pasearse en calzoncillos [60], sobre todo delante de mujeres decentes.
Probablemente casi todos los solares de la ciudad hayan tenido dueño hacia finales del siglo, lo que no significa que todos hayan estado edificados [61]. En 1800, en la lista de vecinos que pueden cercar sus propiedades, se distinguen los solares “que tienen en habitación”, lo que implica que poseían también solares despoblados [62]. Los sitios baldíos eran lugares de encuentro, deseados o no, donde se cometían delitos, amancebamientos y otras inmoralidades, de la misma manera que en los campos de poleares adyacentes y en el río. El Cabildo puso horario a las lavanderas para bajar al río, que debían hacer antes del anochecer [63].
Cuando los presos quemaron la cárcel quemaron también las Salas Capitulares, que estaban integradas en el mismo edificio [64]. Hasta que fue reconstruida, a principios del XIX, los cabildantes sesionaban en la casa de alguno de ellos o en habitaciones alquiladas en una casa para tal fin. Las reuniones políticas del orden público se hacían de esta manera en los espacios privados.
El espacio de los grupos sociales propietarios en algunos casos estaba bien definido: Una familia de la élite vende un solar de todos los que tiene a una parda liberta, al lado del solar de otro pardo liberto [65]; los artesanos, herreros, plateros y carpinteros, son vecinos de los mulatos y los pardos [66]. Hay manzanas muy refinadas, como aquella donde viven Aráoz, Bazán y Posse, y donde don Fermín de Paz y su señora doña Ventura de Figueroa venden el sitio más caro de los registros notariales [67].
Pero esto no significaba una separación sin puntos de encuentro de las jentes de distinta calidad: en el mismo espacio de la casa de una familia de la élite convivían, en el mejor de los casos, una multitud de esclavos y entenados, que a veces igualaban en número a la familia principal [68]. De la misma manera, están registrados como vecinos propietarios notables al lado de mulatas y pardas, que solamente se nombran con el nombre de pila, sin apellido. Al referirse a ellos, más importante que su filiación es su casta: Gabriela mestiza, mulata Juana. Está registrada una parda que ni siquiera tiene nombre: "la linda de San Francisco". Sólo se registra el apellido en caso que haya alcanzado una posición importante: Lorenzo Alderete, pardo liberto, por ejemplo, recibió merced del Cabildo [69].
Una familia podía dejar como herencia un retazo del solar de su morada a una esclava y criada [70], lo que la convertía en propietaria en la ciudad colonial, mas no necesariamente en vecina. También sucede, aunque no está registrado en los Protocolos, que un señor respetable done casi un cuarto de su solar en una zona refinada a una dama desconocida [71] a los grupos notables.
La realidad se mostraba mucho más rica en matices y contrastes que lo que llegaba a contemplar la legislación indiana en cuanto a la conformación social de las ciudades coloniales, en tanto los términos en que se planteaban las relaciones económicas y políticas transformaban aceleradamente las ciudades y la forma de interpretarla. El crecimiento físico y simbólico de una ciudad estaba vinculado directamente con el desarrollo económico y social.
Conclusión
Es posible integrar el crecimiento de la ciudad de San Miguel de Tucumán a fines del siglo XVIII dentro de la tendencia general en América Hispana, respetando sus características particulares, que la diferencian de los grandes centros urbanos capitalinos de la colonia.
La ciudad como espacio vital de los sujetos y de las relaciones, es a la vez imagen y reflejo de las tensiones sociales. La nueva realidad económica y política del mundo colonial en el interior del Río de la Plata camina sin red sobre la cuerda tensada de la legitimidad social, donde los nuevos y los viejos actores se disputan el espacio de reconocimiento filosófico e institucional de su poder.
Las formas de propiedad son representativas de un universo social. El otorgamiento de mercedes por parte del Cabildo era una forma de control social sobre la construcción del espacio físico y simbólico, en la medida en que el dominio espacial es significante simbólico del dominio social. La compraventa de terrenos, convertidos en cierta medida en mercancías, dinamiza la ocupación del espacio y hace visible algunos mecanismos de relaciones muy complejos a la hora de enfrentarse al nuevo afluente de hombres y mujeres que se incorporan al universo urbano, convertido progresivamente en el centro de la red de las relaciones humanas tardocoloniales.
La ciudad como espacio vital de los sujetos y de las relaciones, es a la vez imagen y reflejo de las tensiones sociales. La nueva realidad económica y política del mundo colonial en el interior del Río de la Plata camina sin red sobre la cuerda tensada de la legitimidad social, donde los nuevos y los viejos actores se disputan el espacio de reconocimiento filosófico e institucional de su poder.
Las formas de propiedad son representativas de un universo social. El otorgamiento de mercedes por parte del Cabildo era una forma de control social sobre la construcción del espacio físico y simbólico, en la medida en que el dominio espacial es significante simbólico del dominio social. La compraventa de terrenos, convertidos en cierta medida en mercancías, dinamiza la ocupación del espacio y hace visible algunos mecanismos de relaciones muy complejos a la hora de enfrentarse al nuevo afluente de hombres y mujeres que se incorporan al universo urbano, convertido progresivamente en el centro de la red de las relaciones humanas tardocoloniales.
FUENTES
Archivo Histórico de Tucumán (AHT)
AHT. Actas Capitulares
AHT. Protocolos Notariales
AHT. Sección Administrativa
Archivo General de la Nación (AGN) Sala IX
(AGN) Sala IX. Sección Interior
(AGN) Sala IX. Sección Tribunales
(AGN) Sala IX. Sección Justicia
(AGN) Sala IX. Sección Hacienda
AHT. Actas Capitulares
AHT. Protocolos Notariales
AHT. Sección Administrativa
Archivo General de la Nación (AGN) Sala IX
(AGN) Sala IX. Sección Interior
(AGN) Sala IX. Sección Tribunales
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(AGN) Sala IX. Sección Hacienda
BIBLIOGRAFÍA
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• Urry, J.: Localities, regions and social class
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Fuente:
http://clio.rediris.es/articulos/tucuman/tucuman.htm
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Fuente:
http://clio.rediris.es/articulos/tucuman/tucuman.htm
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