sábado, 22 de mayo de 2010

LA REVOLUCIÓN DE MAYO EN LA HISTORIOGRAFÍA ARGENTINA DESDE MEDIADOS DEL SIGLO XIX. DISTINTAS VISIONES

Bartolomé Mitre.


Tulio Halperín Donghi.








Julio V. González.






Por Sandro Olaza Pallero






1. Introducción


Próximo a celebrarse el Bicentenario de la Revolución de Mayo, es tiempo oportuno para la reflexión de este suceso observar las distintas visiones de los historiadores que la han estudiado. Sobre la Revolución de Mayo se han publicado infinidad de trabajos que han tratado los aspectos más variados. Sería imposible abarcar en una monografía de esta extensión las aportaciones de todos los historiadores que se han dedicado al tema.
El presente trabajo trata de ser una contribución en los estudios historiográficos sobre Mayo desde mediados del siglo XIX al Sesquicentenario y se han seleccionado las miradas dispares de Bartolomé Mitre, Julio V. González, Tulio Halperín Donghi y la revista Historia dirigida por Raúl Alejandro Molina.
Se parte del análisis de un historiador clásico como Mitre y se llega cien años después a otros horizontes interpretativos, lo que indica una evolución en la historiografía de este importante acontecimiento. Esto nos dará también un parámetro en la diversidad y pluralidad para la comprensión de los procesos históricos argentinos.




2. Bartolomé Mitre y su Historia de Belgrano


Después de la independencia, comienza a adquirir identidad propia la historiografía argentina en una época de grandes conflictos sociales y económicos. Hay una vinculación estrecha entre la política del momento y el interés por la problemática histórica. La historia es un arma política y esto se aprecia con claridad en la obra de Bartolomé Mitre.
Mitre en el prefacio de la segunda edición de su Historia de Belgrano (1859) afirmaba que la revolución del 25 de mayo de 1810, el hecho más importante de la historia argentina, “no ha sido narrado hasta el presente, a excepción de la media página que le ha consagrado la pluma artificial del deán Funes, y de una “Crónica” en forma dramática, escrita por el doctor Juan B. Alberdi”.
La historia es un instrumento para interpretar el pasado, pero que sirve para construir el futuro según las necesidades de la clase dirigente. Por lo general, surgen en Buenos Aires y responden mayoritariamente a los intereses que dirigen el proceso de “Construcción nacional” y Mitre es el arquetipo. El problema de la construcción nacional está en la base del pensamiento de Mitre. El político e historiador ha sido quien reunificó a la nación bajo la hegemonía porteña.
Hacia 1860, los textos escolares tomaron como fuente estas dos obras de nuestra historia general: el Ensayo de la historia civil del Paraguay, Buenos Aires y Tucumán, del deán Gregorio Funes (1817 y reeditada en 1856) cuyo contenido llegaba hasta la apertura del Congreso Nacional el 25 de marzo de 1816; y la segunda edición en dos tomos de la Historia de Belgrano (1858 y 1859), de Mitre, que también abarcaba hasta la declaración de la independencia el 9 de julio de 1816.
Juan Bautista Alberdi comentó la edición de 1859 y a raíz de ello escribió su libro Grandes y pequeños hombres del Plata, donde polemizó con Mitre. No se sabe, aún en la actualidad, si Alberdi escribió esta obra para disminuir a Mitre o mostrar aspectos de las ideas políticas de Belgrano, que en esos tiempos no se profundizaban mucho. El tucumano encontraba otro motivo de crítica en la afirmación de Mitre de que un aspecto de la llamada revolución había sido la independencia y otra la lucha interna. “Esto es –afirmaba Alberdi- explicar la revolución argentina con las explicaciones que se han dado de las revoluciones de Francia y de Inglaterra”.
En la Historia de Belgrano, Mitre dedicaba cuatro capítulos a la Revolución de Mayo: “Síntomas revolucionarios 1809-1810” (Cap. VIII); “La revolución. – El cabildo abierto 1810” (Cap. IX); “La revolución – el 25 de Mayo 1810” (Cap. X) y “Propaganda revolucionaria 1810” (Cap. XI).
Domingo F. Sarmiento advirtió en el “Corolario” de la primera edición (1858) que el general Mitre, literato, bibliófilo, militar, publicista y hombre de Estado, “ha revelado el hecho de que podemos, merced a la riqueza de nuestros archivos públicos, poner de pie la historia auténtica y documentada de los acontecimientos, palpitante de verdad y de vida”. Ahí estaban “desde los escogidos que dirigieron con tan asombrosa prudencia la Revolución de Mayo de 1810, y la parte inteligente de las ciudades argentinas, difundiéndolos por las armas en las otras secciones americanas, hasta hacerlos descender a las masas populares”.
Mitre en el primer capítulo decía que este libro era la vida de un hombre y la historia de una época: “Su argumento es el desarrollo gradual de la idea de la “Independencia del Pueblo Argentino”, desde sus orígenes a fines del siglo XVIII y durante su revolución, hasta la descomposición del régimen colonial en 1820, en que se inaugura una democracia genial”.
Señala Tulio Halperín Donghi que Mitre no mencionaba sus influencias donde había madurado su visión histórica, sí en cambio en la reconstrucción de los hechos del pasado gustaba de invocar a las autoridades en que se apoyaba, pero prescindiendo de nombrarlas. Pero Mitre había descubierto a Georg Gottfried Gervinus, con quien compartía una versión esperanzada acerca del porvenir de la América del Sur: la integración de las revoluciones hispanoamericanas en la corriente más amplia de las que transformaron el mundo atlántico.
Mitre y Gervinus estaban unidos y separados por una fe liberal, que en cada uno de ellos se refractaba en el prisma de experiencias históricas tan distintas como pueden serlo la de esa nacionalidad naciente que era la Argentina y la de que, abrumada por la compleja herencia de la milenaria historia del Sacro Imperio Romano Germánico, hallaba difícil encuadrarse en el reciente unificado Estado alemán. Con Mitre la historiografía argentina dejaba atrás una rústica prehistoria gracias a la adopción de un rigor metodológico que por primera vez dignificaba a la ciencia histórica. “Es esa convicción la que invita a reconocer e Mitre al “representante” de una bourgeosie conquérante que creía, por su parte, tener una apuesta permanentemente ganadora con el destino”.
Mitre tomó de la Historia del siglo XIX de Gervinus, temas que trató en su Historia de Belgrano, especialmente los tomos VI y IX. No se sabe cuando Mitre adquirió la obra de Gervinus, publicada entre 1865 y 1866, pero todo sugiere que su lectura se produjo en el momento que concluía su Historia de Belgrano. Esta última era la de la maduración histórica de la sociedad argentina, que en el crisol de revolución y guerra adquiere la conciencia de sí que hace de ella la sede de una nacionalidad.
Para Enrique de Gandía, Mitre fue un revisionista de los estudios de historia argentina, y un exponente de ideas y hechos que escandalizaron a un tradicionalista como Vicente Fidel López. La creencia de que los criollos habían preparado la revolución por odio a los españoles, era fuerte e indestructible. Sin embargo, Mitre fue el primero en darse cuenta que el problema no era totalmente racial, sino principalmente político.
La independencia en América había surgido del establecimiento de Juntas populares de gobierno, al igual que las creadas en la madre patria ante el avance de Napoleón. López se indignó con esta teoría, a pesar de que la primera junta rioplatense, la de Montevideo, fue presidida por el español Francisco Javier de Elío. Las diferencias entre la junta de Montevideo y la porteña de 1810 eran evidentes, la primera tenía por fin levantarse contra Liniers, por ser francés. En cambio, la segunda tuvo otros propósitos, empezando por el convocar a un congreso con representantes de todas las ciudades del virreinato. El duelo entre López y Mitre, en lo que se refiere a la génesis de Mayo, se concentró en la importancia que cada uno daba a un hecho distinto.
Rómulo D. Carbia clasifica a Mitre dentro del grupo de los historiadores positivistas, donde también está incluido Paul Groussac. Destaca que la Historia de Belgrano tuvo una especie de continua ascensión que se puede apreciar en la edición definitiva de 1887. Pues, “antes que nadie, entre nosotros, comienza a elaborar su erudición en silencio, con tesón, benedictinamente, y cuando se lanza a la empresa del libro no se considera, como tantos, llegado al culmen. Por eso es un corrector y un perfeccionador de sí mismo”.
Utiliza un vasto conocimiento bibliográfico junto a una crítica de las fuentes, pues sus predecesores habían aceptado habitualmente como dogmas verdaderos todo el contenido de los viejos cronistas e incorporado a sus trabajos las informaciones de ellos. Mitre en cambio, sometió a verificación sus aserciones, “llegando al convencimiento de que incurriría siempre en los más groseros errores quien tomase por guía a los cronistas y no fuera a investigar la verdad en los documentos originales que se hallan inéditos casi en su totalidad”.




3. Julio V. González y la filiación histórica de Mayo


Si tuviéramos que señalar los temas que más interés han suscitado en la historiografía de la Revolución de Mayo, sin duda su filiación histórica sería uno de ellos, La Revolución como piedra fundacional de la emancipación ha sido estudiada desde múltiples perspectivas y metodologías.
La obra del doctor Julio V. González, Filiación histórica del gobierno representativo argentino (1937), centra su interés en los antecedentes de Mayo. Este autor, doctor en Ciencias Jurídicas y Sociales, docente en la Universidad Nacional de La Plata, creada por su padre el multifacético Joaquín V. González, destacaba que esta obra era una limitada contribución al pasado argentino y que la importancia de los trabajos en el último cuarto de siglo, “hace innecesario destacar hasta que punto marcha a la zaga de la labor cumplida por el brillante elenco de investigadores, que vienen haciendo de la historia argentina una verdadera disciplina científica”.
González había sido uno de los ideólogos de la Reforma Universitaria de 1918 donde señaló que “acusa el aparecer de una nueva generación que llega desvinculada de la anterior, que trae sensibilidad distinta e ideales propios y una misión diversa por cumplir”. Distinguía tres ciclos que se sucedieron en la evolución argentina y daba así un fundamento que definía como “sociológico” a la teoría de las generaciones.
Durante el siglo XIX, González destaca un ciclo “gestativo” entre 1810 y 1853, y un ciclo “organizativo” u “orgánico”, que se desarrolla desde la promulgación de la Constitución a los años veinte. Un tercer ciclo reconstructivo comienza entonces, que aparece por el choque entre una nueva conciencia colectiva y las instituciones establecidas, aquí se inscribe la obra de la “Nueva generación”. Se debía reanudar la marcha, pues la generación del Ochenta había cortado el hilo conductor de la historia, lo que significaba un nuevo hito.
Se trataba de hacer un “movimiento emancipador de la inteligencia americana”. Como afirmaba en la revista Sagitario, fundada en La Plata junto a su amigo Carlos Sánchez Viamonte en 1926. Tras un breve paso por la Juventud del Partido demócrata Progresista, en 1932 ingresa al Partido Socialista en el momento que también lo hace un grupo estudiantil y Alejandro Korn.
En la búsqueda de los orígenes de la Revolución se había llegado hasta las más remotas fuentes –incluso las más dudosas, señalaba González-, pero era necesario “producir un hiato histórico que sólo podía salvarse con el conocimiento de los antecedentes inmediatos del sistema de gobierno implantado por la Revolución”.
El punto de partida sería la Revolución en España, producida con motivo de la invasión francesa a la Península. “Estimo que la vinculación de causa a efecto que liga al movimiento argentino con el español, fue algo más estrecha y decisiva de lo que hasta hoy se ha reconocido”. Para la historia general uno sería la causa del otro, pero para la historia constitucional reviste las características de una causa determinante y este estudio lo demostraría.
González señala que al poco tiempo de iniciarse en el estudio de la materia, tropezó con una incógnita que no le respondían los tratados consultados: “¡Cuál es el origen próximo, el antecedente inmediato de la forma de gobierno adoptada por la Revolución de Mayo para la nación cuyas bases echaba el movimiento emancipador?”.
Era innegable que se postulaba una democracia participativa, con sus principios tomados de la Revolución Francesa, pero ¿cuál era la auténtica filiación histórica de las instituciones adoptadas para poner en práctica y hacer efectivos los fundamentos teóricos de la sociedad política a organizar? González remarcaba que el 25 de mayo de 1810 se había convocado a los pueblos del interior para que enviaran sus diputados elegidos por sus respectivos cabildos abiertos.
Remarca que no se tenían antecedentes de estas asambleas vecinales, que habían existido entre 1806 y 1810, pero sin el carácter de electorales que revistieron después de Mayo. Se preguntaba: “¿De dónde provenían, siendo que nunca se había practicado en el Plata la democracia representativa, ni se eligieron jamás en tres siglos diputados a congreso alguno?”.
La clave estaba en la circular a las provincias, donde se dictaban normas electorales sobre la elegibilidad de los diputados. Esto estaba concatenado con la real orden del 6 de octubre de 1809, documento que buscó González en actuaciones de la Real Audiencia de Buenos Aires y luego en documentos conservados en el Archivo General de la Nación. La revelación que le trajo aquella real orden y la documentación que le estaba relacionada, “resultaron tan importantes que, al término de la investigación, me encontré con el primer tomo de esta obra”, afirma el autor.
Los frutos de esta labor irían mucho más allá del descubrimiento del origen de la regla electoral del 18 de julio, porque relevaría la existencia de un hecho nuevo para la historia constitucional argentina. El punto en cuestión era que la Revolución de España había provocado en el Río de la Plata un período de iniciación democrática anterior a la Revolución de Mayo, con motivo de la elección de un diputado vocal a la Junta Central de Sevilla.
Filiación histórica del gobierno representativo argentino contiene lo siguiente: El libro I trata: “La Revolución de España” (Cap. I); “El estatuto representativo de la Península” (Cap. II); “El estatuto representativo de América” (Cap. III); “Naturaleza institucional de la representación de los diputados americanos a la Junta Central de España e Indias” (Cap. IV); “La iniciación democrática de los pueblos del Plata. – Elección del diputado-vocal a la Junta Central de España e Indias” (Cap. V); y “La gestión oficial” (Cap. VI). El libro II incluye: Parte primera: “El nacimiento de la soberanía popular” (Cap. I); “Genealogía del congreso general” (Cap. II); y “Formación de la norma representativa” (Cap. III). Parte segunda: “La elección del diputado por Santa Fe” (Cap. I); “La elección del diputado por Corrientes” (Cap. II); “La elección del diputado por Salta” (Cap. III); “La elección del diputado por Jujuy” (Cap. IV); “La elección del diputado por Tucumán” (Cap. V); “La elección del diputado por Tarija” (Cap. VI); “La elección del diputado por Santiago del Estero” (Cap. VII); “La elección del diputado por Catamarca” (Cap. VIII); “La elección del diputado por Córdoba” (Cap. IX); “La elección del diputado por Mendoza” (Cap. X); “La elección del diputado por San Juan” (Cap. XI); “La elección del diputado por San Luis” (Cap. XII); “La elección del diputado por La Rioja” (cap. XIII); “La elección del diputado por Buenos Aires” (Cap. XIV); “Las elecciones del Alto Perú” (Cap. XV). Parte tercera: “La libertad de prensa” (Cap. I); “Las leyes constitucionales de la Asamblea del Año XIII” (Cap. II); “Las declaraciones fundamentales de la Asamblea del Año XIII” (Cap. III).
La obra está ampliamente documentada e incluye facsímiles manuscritos e impresos provenientes del Archivo General de la Nación y del archivo particular del doctor Carlos Sánchez Viamonte, notable jurista y docente universitario descendiente del general Juan José Viamonte. Entre las fuentes bibliográficas utilizadas por González se encuentran: AGUSTÍN DE ARGÜELLES, Examen histórico de la reforma constitucional que hicieron las Cortes generales y extraordinarias desde que se instalaron en la isla de León el día 24 de septiembre de 1810, Londres, 1835; A. FLORES ESTRADA, Examen imparcial de las disensiones de la América con España, de los medios de su reconciliación, y de la prosperidad de todas las naciones, Cádiz, 1812; ANDRÉ FUGIER, La Junte Supérieure de Asturies et l’invasion Franchise. 1810-1811, París, 1930; y ENRIQUE DEL VALLE IBERLUCEA, Los diputados de Buenos Aires en las Cortes de Cádiz, Buenos Aires, 1912.




4. El Sesquicentenario y la revista Historia


Desde su inicio en agosto de 1955, la revista Historia se constituyó en una publicación trimestral científica sobre la historia argentina e hispanoamericana. “Para ello –decía la editorial- proyectaría el haz luminoso de las investigaciones científicas realizadas con método y ecuanimidad a todas las épocas, ya con directa referencia a la que comprende la gran revolución americana de 1810, como también las del descubrimiento, la conquista cristiana, y luego, la de la Pacificación, como la llamó Felipe II”.
La revista fue dirigida por Raúl Alejandro Molina y entre otros colaboradores se encontraban Armando Braun Menéndez, Miguel Ángel Cárcano, Hugo Fernández Burzaco, Roberto Etchepareborda, Ernesto J. Fitte, Guillermo Furlong, Guillermo Gallardo, Enrique de Gandía, César A. García Belsunce, Carlos María Gelly y Obes, Leonor Gorostiaga Saldías, Pedro Grenon, Ricardo Levene, Roberto Levillier, Roberto H. Marfany, José María Mariluz Urquijo, Pedro Santos Martínez, Eduardo Martiré, Andrés Millé, Cristina Minutolo, José Luis Molinari, José Luis Muñoz Azpiri, Margarita Hualde de Pérez Guilhou, Carlos Alberto Pueyrredón, Daisy Rípodas Ardanaz, Augusto G. Rodríguez, Ricardo Rodríguez Molas, José María Rosa, Isidoro Ruiz Moreno, Héctor Sáenz Quesada, Héctor José Tanzi, Mario D. Tesler, José Torre Revello, Enrique Williams Álzaga y Ricardo Zorraquín Becú, éste último subdirector.
El primer número salió poco después de la Revolución Libertadora y comprendía el trimestre agosto-octubre de 1955. Precisamente el número siguiente destacaba los hechos recientes y las causas de la caída de Juan Domingo Perón, al haber “negación de las ciencias, de las artes y de toda labor intelectual…incendio de bibliotecas, incendio de archivos históricos”. El domicilio de la publicación era el de su director, ubicado en Lavalle 1226, segundo piso, en la ciudad de de Buenos Aires.
Manifestaba la editorial el déficit cultural como uno de los males que aquejaban al país. “Fomentar la verdadera cultura nacional; apoyar las instituciones que la sirven, sean ellas universitarias, institutos de investigación, academias, bibliotecas, museos, centros intelectuales, y, en lo posible, propiciar la creación de otras nuevas”.
Molina en la nota de actualidad “El incendio y destrucción del Archivo Arzobispal de Buenos Aires”, se lamentaba de la pérdida de uno de los más importantes repositorios documentales de Argentina, donde se guardaba la historia de la familia porteña, “desde los remotos días de Juan de Garay, para tener aproximadamente una sensación superficial de su antigüedad, pues este archivo contenía una riqueza de valores excepcionales”.
En total se publicaron 50 números hasta 1968, y en la última editorial se destacaban las colaboraciones sobre fundadores desconocidos, viajeros, educación y cultura, y la colección especial llamada Colección de Mayo.
“Cincuenta tomos cierra esta colección, con el índice general y total de la misma, con que terminamos la primera serie de esta publicación. No sabemos cómo vamos a encarar el futuro, dado el elevado costo de las impresiones y el moderno gusto de los lectores”. Asimismo recordaba a los colaboradores fallecidos como Ricardo Levene y José Torre Revello “que nos acompañaron desde el comienzo, asimismo para el Dr. Carlos Alberto Pueyrredón, que nos alentó siempre con su entusiasmo”.
Rául A. Molina fue abogado, funcionario, docente y miembro de varias instituciones argentinas y extranjeras: Academia Nacional de la Historia, Academia Argentina de Geografía, Instituto Argentino de Ciencias Genealógicas, Junta de Historia Eclesiástica Argentina, Real Academia de la Historia, Instituto “Gonzalo Fernández de Oviedo”, etc.
En mayo de 1960, durante la presidencia del doctor Arturo Frondizi, se celebraba el Sesquicentenario de la Revolución de 1810. A nivel oficial se organizan festejos y publicaciones referentes a este acontecimiento, como por ejemplo, la Biblioteca de Mayo, colección de veinte volúmenes que recopila documentos, diarios, memorias y otras fuentes relacionadas a la emancipación y que edita el Senado de la Nación.
La participación de Molina en el Sesquicentenario es activa. Se crea una Comisión Honoraria ordenada por el Ministerio de Relaciones Exteriores y Cultos, de la cual fue nombrado asesor y se encargó de la edición entre 1961 y 1963 de la Diplomacia de la Revolución. Molina, director de la Revista de Ciencias Genealógicas del Instituto del mismo nombre, dedica un tomo a la Revolución con el título de Hombres de Mayo, que incluye doscientas sesenta y tres biografías de los asistentes al Cabildo Abierto del 22 de mayo de 1810. También fue secretario de la Comisión Organizadora del Tercer Congreso Internacional de Historia de América, en Homenaje al 150° aniversario de la Revolución de Mayo, realizado en octubre de 1960 con concurrentes de América, España y Francia, fue patrocinado por la Academia Nacional de la Historia.
En la revista Historia n° 17 de Julio-Septiembre de 1959, el director anunciaba a los lectores que, con motivo de la celebración del Sesquicentenario de la Revolución de Mayo, se iban a editar cuatro números extraordinarios –en realidad fueron cinco- y que aparecerían en mayo, junio, septiembre y diciembre de 1960. Al mismo tiempo se otorgaba un premio en dinero, a los dos mejores trabajos publicados en esos números. Los temas serían: artículos, crónica, diplomacia, pensamiento, periodismo, comercio y cultura relacionados con la revolución emancipadora en América y, especialmente, la de Mayo.
Se advertía que para la valoración del trabajo se tendría en cuenta: “a) La documentación inédita que se adjunte; b) La interpretación política, social o económica, que deberá ser original y auténtica; c) La honradez y erudición en la bibliografía”. La dirección se reservaba el derecho de exclusividad de la publicación, y el jurado lo constituiría la Academia Nacional de la Historia. La invitación se extendió a historiadores argentinos, americanos y europeos.
El número 18 fue dedicado a Cornelio Saavedra y contenía 319 páginas. Entre los artículos sobresalían: “Cornelio Saavedra” (Ricardo Zorraquín Becú); “Iconografía y Genearquía de Saavedra” (Raúl Alejandro Molina); “Dignificación de Mayo y el encono de un comodoro inglés” (Ernesto Fitte); “El ostracismo de Saavedra” (Carlos María Gelly y Obes); “Instrucciones de don Cornelio de Saavedra a su apoderado en el juicio de residencia, del 3 de agosto de 1814” (Roberto Etchepareborda); “La primera biografía de Saavedra del doctor don Ramón Olabarrieta” (Hugo Fernández Burzaco) y “La caída de Rosas y la traición de Coe el relato de un testigo” (Guillermo Gallardo), extrañamente este último trabajo no tenía nada que ver con el tema central de la publicación.
En la Crónica se señalaban los homenajes en el bicentenario del nacimiento de Saavedra, por decreto n° 10836 de septiembre de 1960, el Poder Ejecutivo Nacional había dispuesto la creación de la Comisión nacional de Homenaje al Brigadier General Cornelio de Saavedra. En los considerandos se calificaba la actuación del prócer de “decisiva en la faz inicial del proceso de nuestra emancipación”. Esta Comisión estaba presidida por Enrique Ruiz Guiñazú e integrada por Carlos Alberto Pueyrredón, Ángel M. Zuloaga, Humberto F. Burzio, Augusto G. Rodríguez y Carlos María Gelly y Obes.
El número 19 fue consagrado al secretario de la Primera Junta, Mariano Moreno, y tenía 320 páginas. Los artículos más destacados eran: “”Moreno” (Miguel Ángel Cárcano); “Genearquía de la familia de Moreno” (Miguel Ángel Martínez Gálvez); “La “Memoria sobre la invasión de Buenos Aires por las armas inglesas” de Mariano Moreno” (Julio César González y Raúl Alejandro Molina); “Moreno y la Diplomacia de Mayo” (de los autores precedentemente mencionados); “Vísperas de Mayo” (Roberto H. Marfany). Este último artículo fue publicado el mismo año como libro por su autor.
El número 20 fue destinado a honrar a Manuel Belgrano e incluía 334 páginas. Los trabajos más sobresalientes fueron: “Belgrano” (Guillermo Furlong); “Iconografía de Belgrano, anotada por José Luis Lanuza” (Alejo González Garaño); “”Genearquía y genealogía de Belgrano” (Raúl Alejandro Molina); “El General Belgrano y la Orden Dominica” (Rubén González); “Belgrano y la cultura” (Juan Carlos Zuretti); “Belgrano y sus enfermedades, sus médicos y su muerte” (José Luis Molinari).
El número 21 fue dedicado a Juan José Castelli y contenía 319 páginas. Los artículos más destacados eran: “Castelli” (Julio César Chávez); “El orador del Cabildo Abierto” (del mismo autor); “Genealogía y genearquía de Castelli” (Raúl Alejandro Molina); “Castelli y Monteagudo. Derrotero de la primera expedición al Alto Perú” (Ernesto J. Fitte); “Un agente secreto de Castelli” (Julio Arturo Benencia); “Algunas noticias documentales existentes en los archivos de Córdoba, sobre la actuación de Castelli” (Pedro Grenon).
El último número, el 22, fue titulado “Fin de la Revolución de Mayo. La muerte de Moreno. La caída de Saavedra”, y tenía un número menor de 160 páginas, comparado con las otras publicaciones precedentes. Los trabajos más sobresalientes fueron: “Fin de la Revolución de Mayo. La muerte de Moreno y la caída de Saavedra” (Raúl Alejandro Molina); “Martín de Álzaga y el 25 de mayo de 1810” (Enrique Williams Álzaga) y “Los grupos sociales en la Revolución de Mayo” (Ricardo Zorraquín Becú). Este último trabajo fue presentado en el Tercer Congreso Internacional de Historia de América y fue incluido en el libro del mismo autor: Estudios de Historia del Derecho, Buenos Aires, Instituto de Historia del Derecho, t. III, 1992.




5. Tulio Halperín Donghi, el pensamiento político tradicional español y la ideología revolucionaria de Mayo
En los años sesenta del siglo XX, no sólo se reafirmaba la importancia historiográfica sobre la Revolución de Mayo a nivel oficial (festejos, publicaciones, etc.), sino también se abrieron algunas líneas de investigación sobre esta temática por parte de destacados historiadores como Tulio Halperín Donghi. Halperín Donghi en su Tradición política española e ideología revolucionaria de Mayo (1961), trazó una interpretación sobre la relación entre el pensamiento revolucionario de Mayo y las ideologías políticas con vigencia tradicional en la monarquía hispánica antes de 1810.
Halperín Donghi nació en Buenos Aires en 1925, se graduó de abogado en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, y de profesor y doctor en Historia en la Facultad de Filosofía y Letras de la misma alta casa de estudios. Posteriormente se especializó en la Universidad de Turín, en l´École Pratique de Hautes Études de París y realizó investigaciones en Londres.
Ocupa un lugar destacado en la historiografía argentina e hispanoamericana. En palabras de Ezequiel Gallo, “no es habitual que una persona combine una labor tan vasta, diversa y profunda en el campo de la investigación, al mismo tiempo que exhiba una trayectoria nacional e internacional tan destacada en la docencia universitaria”.
Su tesis fue que la revolución que había de terminar en la independencia y fragmentación de Hispanoamérica fue un aspecto de la crisis en la que no únicamente las ideologías sino también las realidades políticas de la España moderna revelaban su agotamiento esencial. Desde esta forma en el Prólogo, Halperín Donghi señala que los primeros argentinos que se sintieron alejados cronológicamente de la Revolución de Mayo, los de la generación de 1837, la caracterizaron como un cambio absoluto; pero al destacar lo que en ese cambio había de incompleto “no creyeron contradecir la imagen que de la Revolución habían elaborado, sino señalar lo que en la Revolución quedaba aún vivo como tarea irrealizada, urgente en el presente argentino”.
La observación sobre la generación de 1837 era evidente, pues habían renunciado a ver la revolución de 1810 como un hecho ubicable en un momento del pasado, “comenzada en el oscuro instante en que la idea revolucionaria se encarnaba, proseguía aún en el presente”. Para Halperín Donghi la continuidad entre pasado prerrevolucionario y revolución “puede –y acaso debe- ignorarla quien hace la revolución; no puede escapar a quien la estudia históricamente, como un momento entre otros del pasado”.
Los hombres de la generación de 1837 no vieron en la revolución una continuidad histórica de la tradición política española, sino que vieron su origen “en cualquier mandato extrahistórico de la estirpe o de la tierra, en la vocación de libertad traída en la sangre o bebida en el horizonte ilimitado de la llanura”. Esa imagen de la Revolución de Mayo, como revelación y consecuencia de una realidad esencial previa a toda historia, era la misma con que el romanticismo quiso explicar la evolución del derecho, de la literatura nacional, de la nacionalidad. Halperín Donghi, por lo tanto afirma que para poder prevalecer “semejante imagen requería que los hechos por ella agrupados no fuesen examinados demasiado cerca”.
Para Halperín Donghi buscar la continuidad entre revolución y el pasado prerrevolucionario significa dejar de lado por un breve lapso el problema de la ideología revolucionaria, investigar el papel que en la historia de la comunidad cumplió el movimiento revolucionario mismo, es decir si de la política objeto y fin de la revolución no hay antecedentes en el pasado. El verdadero objeto de Halperín Donghi y su interpretación era efectuar un aporte dejado de lado por la historiografía tradicional, es decir destacar la afinidad entre el mundo de las ideas revolucionarias y el vigente antes de la Revolución. “Esta dificultad puede salvarse con alguna cautela y sentido de la perspectiva; no nace por otra parte de un enriquecimiento sino de una limitación del panorama de la Revolución”.
Estudia el trabajo de dos historiadores escogidos por su valor: Ricardo Levene y Manuel Giménez Fernández. Del primero menciona su Orígenes de la democracia argentina, donde domina una imagen mítica de la Revolución y Ensayo sobre la Revolución de Mayo y Mariano Moreno, que descubre una tradición jurídica rica en elementos humanísticos, pero -según Halperín- “no acompaña un marco histórico igualmente rico y nítido”.
Giménez Fernández es mucho más preciso en su artículo “Las ideas populistas en la independencia de Hispanoamérica”, publicado en el Anuario de Estudios Americanos de Sevilla en 1946. Este autor sostiene que la revolución hispanoamericana fue ante todo una resurrección de las concepciones políticas vigentes en la Castilla medieval, aquietadas tras una lucha con la monarquía a partir de Fernando el Católico.
Halperín comienza con la obra de Francisco de Vitoria el examen de la trayectoria del pensamiento político español y su relación con el movimiento ideológico de la Revolución de Mayo. “La obra entera de Vitoria se desenvuelve en este aspecto en la forma muy libre de una serie de pareceres que el teólogo, respondiendo como tal a consultas de carácter a la vez moral y jurídico, pronuncia sobre problemas que le son planteados”.
Luego prosigue con Francisco Suárez, autor de una grandiosa construcción jurídica más sistemática que la realizada por Vitoria.”Hecho revelador del sentido en que se produce, a través de Vitoria y Suárez, la modernización del pensamiento político español: a través de un siglo lleno de peripecias ambos nos conducen del orden medieval al orden barroco”.
Sostiene Halperín Donghi que “la noción de revolución está entonces en el punto de partida de toda la historia de la Argentina como nación”. Concluye advirtiendo a los que quieren explicar nuestro surgimiento como nación, sólo seria acaso oportuno recordarles un hecho demasiado evidente para que parezca necesario mencionarlo, “un hecho que, por ocupar el primer plano del panorama, es sin embargo fácil dejar de lado: que lo que están estudiando es, en efecto, una revolución”.




6. Conclusiones


Las visiones presentadas poseen una característica común, este no es más que la importancia, la significación, y las paradojas sobre la Revolución de Mayo en la historiografía argentina.
Mitre con su Historia de Belgrano, marco que servirá de base cultural para la construcción del Estado-nación y del cual dijera Manuel Gálvez: “Mitre creador de nuestra literatura histórica, historiador serio y veraz y cuyas construcciones monumentales asombran si se piensa en los tiempos en que fueron realizadas”.
Julio V. González, con su importante aporte Filiación histórica del gobierno representativo argentino, que tendría una importante significación y singularidad en los estudios históricos constitucionales y que es mencionado en la bibliografía de manuales de enseñanza de Historia del Derecho argentino.
La revista Historia, dirigida por Raúl Alejandro Molina y su contribución a comprender el proceso de Mayo en sus distintos aspectos, con destacados trabajos, algunos de ellos publicados luego en forma de libros en el Sesquicentenario.
Y por último la visión de Tulio Halperín Donghi con Tradición política española e ideología revolucionaria de Mayo, también en el Sesquicentenario, trabajo exhaustivo desde una perspectiva del estudio de la ideología tradicional hispánica y su continuidad en la revolucionaria.

1 comentario:

  1. Evidentemente se ha exagerado la importancia de la mal llamada "revolucion" de mayo de 1810. Si bien hubo intentos de creacion de una nacion, el principal impulsor fue el Foreign Office britanico, en consonancia con los comerciantes ingleses y tambien la incipiente mercantilidad porteña, representada por el grupo en que participaban los Rodriguez Peña, Vieytes y Castelli. Si bien Moreno no integraba originalmente dicho grupo, luego fue el ejecutor de sus intereses.

    De esa manera Buenos Aires intento impulsar a sangre y fuego lo que en realidad eran intereses de una minoria con poder economico.

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