El Torito de los muchachos. |
Juan Manuel de Rosas. |
Presentación*
El periodismo político y su reedición en Argentina
Por Jorge C. Bohdziewicz
Como lo señaláramos en alguna oportunidad, corresponde a Antonio Zinny el mérito de haber iniciado la ímproba tarea de ofrecer algunas fuentes del periodismo político a la investigación histórica mediante resúmenes o extractos, tarea que inauguró al dar a conocer, en 1875, una síntesis de la Gaceta de Buenos Aires (1810-1821). Ese mismo año, al publicarle un apéndice, que incluía una lista de las publicaciones omitidas por Juan María Gutiérrez en su Bibliografía de la primera imprenta de Buenos Aires hasta 1810, anunció la aparición de un trabajo similar elaborado con La Gaceta Mercantil (1823-1852), cuya información despertaría, según auguraba, rectificaciones sobre muchos hechos narrados con pasión por los interesados. A pesar de la pronta aparición del primer volumen y del hecho de que para 1877 Zinny había completado la síntesis de sus 8.475 números, enriquecidos algunos de ellos con notas basadas en sus propias observaciones como testigo de los sucesos o con documentos, la obra completa se publicó recién en 1912, veintidós años después de su muerte. Entre sus papeles había dejado también los manuscritos del resumen de El Redactor del Congreso Nacional (1816-1820), publicado junto con otros escritos inéditos en 1921 por Narciso Binayán.
Aunque el valor de aquella obra pueda discutirse, pues siempre será lícito preguntarse cuál ha sido el criterio que orientó la selección y síntesis de la información y si lo desechado no es acaso más significativo que lo rescatado, al menos para las preocupaciones historiográficas contemporáneas, su condición de precursora aparece inamovible y fortalecida por la circunstancia de ser el gibraltarino autor, a la vez, de obras fundamentales sobre imprenta y periodismo rioplatenses, cuyo valor se advierte toda vez que se hace necesario iniciar el estudio de alguno de sus aspectos. Nos referimos especialmente a la Efemeridografía argireparquiótica o sea de las provincias argentinas (1868), Efemeridografía argirometropolitana hasta la caída del gobierno de Rosas (1869) e Historia de la prensa periódica de la República Oriental del Uruguay, 1807-1852 (1883), obras de labor paciente y pretensiones modestas, pero de alcances perdurables.
El camino abierto por Zinny en los albores de la ciencia histórica en Argentina volvería a transitarse, en lo que a fuentes periodísticas se refiere, treinta y cinco años después, cuando al celebrarse el centenario de la Revolución de Mayo, la Junta de Historia y Numismática Americana encaró la reedición facsímil de la Gaceta de Buenos Aires, al tiempo que el Museo Mitre hacía lo propio con Mártir o Libre (1812) y, reunidos bajo el título común de La Prensa de la Independencia del Perú, publicó El Censor de la Revolución (1820), Boletín del Ejército Unido, Libertador del Perú (1820-1821) y El Pacificador del Perú (1821).
A partir de entonces fue la sobredicha Junta y su sucesora, la Academia Nacional de la Historia, la institución que siguió reeditando periódicos con cierta regularidad. Al lado de su vasta labor, corresponde destacar los cinco voluminosos tomos de la Biblioteca de Mayo, publicados por el Senado de la Nación, consagrados a la reedición, en símil tipográfico, de doce periódicos.
Al engrosar la lista con la versión facsímil de El Torito de los Muchachos (1830), la ocasión parece propicia para dar noticia de todos los periódicos que merecieron ser reeditados, y que son éstos, ordenados por fecha de aparición del primer número:
Telégrafo Mercantil, Rural, Político e Historiográfico del Río de la Plata (1801-1802). Advertencia de José Antonio Pillado y Jorge A. Echayde. Buenos Aires, Junta de Historia y Numismática Americana, 1914-15. 2 v.
Semanario de Agricultura, Industria y Comercio. Advertencia de Carlos Correa Luna, Augusto S. Mallié y Rómulo Zabala. Buenos Aires, Junta de Historia y Numismática Americana, 1928-37. 5 v.
Correo de Comercio. (En: MUSEO MITRE, Buenos Aires. Documentos del Archivo de Belgrano. Buenos Aires, 1913-14, t. II y III).
Correo de Comercio. Introducción de Ernesto J. Fitte. Buenos Aires, Academia Nacional de la Historia, 1970. 20, [660] p.
Gaceta de Buenos Aires (1810-1821). Prefacio de Antonio Dellepiane, José Marcó del Pont, José Antonio Pillado. Buenos Aires, Junta de Historia y Numismática Americana, 1910-15. 6 v.
El Censor. (En: ARGENTINA. SENADO DE LA NACIÓN. Biblioteca de Mayo. Buenos Aires, 1960, t. VII, p. 5745-5853).
El Censor (1812). [Introducción] I: Guillermo Furlong, II: Enrique de Gandía. Buenos Aires, Academia Nacional de la Historia, 1961. 96 p.
Mártir o Libre. Marzo-Mayo 1812. Buenos Aires, Museo Mitre, 1910. 64 p.
Mártir o Libre. (En: ARGENTINA. SENADO DE LA NACIÓN. Biblioteca de Mayo. Buenos Aires, 1960, t. VII, p. 5855-5910).
El Grito del Sud (1812). Introducción I: Guillermo Furlong, II: Enrique de Gandía. Buenos Aires, Academia Nacional de la Historia, 1961. 272 p.
El Redactor de la Asamblea (1813-1815). Advertencia de José Marcó del Pont. Prólogo de José Luis Cantilo. Buenos Aires, Junta de Historia y Numismática Americana, 1913. XVI, 98 p.
El Redactor de la Asamblea de 1813. Buenos Aires, [La Nación], 1913. 98 p.
El Independiente (1815-1816 [sic]). Introducción I: Guillermo Furlong, II: Enrique de Gandía. Buenos Aires, Academia Nacional de la Historia, 1961. 224 p.
El Censor. (En: ARGENTINA. SENADO DE LA NACIÓN. Biblioteca de Mayo. Buenos Aires, 1960. t. VIII, p. 6479-7613).
La Prensa Argentina. (En: ARGENTINA. SENADO DE LA NACIÓN. Biblioteca de Mayo. Buenos Aires, 1960, t. VII, p. 5911-6279).
Los Amigos de la Patria y de la Juventud. Introducción I: Guillermo Furlong, II: Enrique de Gandía. Buenos Aires, Academia Nacional de la Historia, 1961. 132 p.
El Redactor del Congreso Nacional. 1816. Introducción de Diego Luis Molinari. Buenos Aires, Museo Mitre, 1916. XLVII, 276 p.
El Observador Americano. (En: ARGENTINA. SENADO DE LA NACIÓN. Biblioteca de Mayo. Buenos Aires, 1960, t. IX, p. 7649-7727).
La Crónica Argentina. (En: ARGENTINA. SENADO DE LA NACIÓN. Biblioteca de Mayo. Buenos Aires, 1960, t. VII, p. 6281-6478).
El Independiente. (En: ARGENTINA. SENADO DE LA NACIÓN. Biblioteca de Mayo. Buenos Aires, 1960, t. IX, 1.ª parte, p. 7729-7837).
Diario Militar del Exto. Auxiliador del Perú. Introducción de Raúl de Labougle. Buenos Aires, Academia Nacional de la Historia, 1970. 64 p.
La Estrella del Sud. (En: ARGENTINA. SENADO DE LA NACIÓN. Biblioteca de Mayo. Buenos Aires, 1960, t. IX, 1.ª parte, p. 7839-7917).
El Argos de Buenos Aires. Prólogo de Arturo Capdevila. Buenos Aires, Junta de Historia y Numismática Americana, 1931-42. 5 v.
Boletín de la Industria, 1821. Estudio Preliminar de José M. Mariluz Urquijo. Buenos Aires, Instituto de Estudios Historiográficos, 1974. XVII, 28 p.
El Patriota. Prólogo de Ricardo R. Caillet Bois. (En: Anuario de Historia Argentina, Buenos Aires, Sociedad de Historia Argentina, 1942, v. III (1941), p. 323-488).
La Abeja Argentina. (En: ARGENTINA. SENADO DE LA NACIÓN. Biblioteca de Mayo. Buenos Aires, 1960, t. VI, p. 5239-5716).
El Centinela. (En: ARGENTINA. SENADO DE LA NACIÓN. Biblioteca de Mayo. Buenos Aires, 1960, t. IX, 1.ª parte, p. 7919-8287; t. IX, 2.ª parte, p. 8289-9033).
El Correo de las Provincias. (En: ARGENTINA. SENADO DE LA NACIÓN. Biblioteca de Mayo. Buenos Aires, 1960, t. X, p. 9069-9279).
El Montonero. Presentación de Efraín U. Bischoff. Córdoba, Universidad Nacional, Facultad de Filosofía y Humanidades, 1968, IX, 52 p.
El Eco de los Andes. Advertencia de Julio César Raffo de la Reta. Estudio preliminar de Juan Draghi Lucero. Mendoza, Universidad de Cuyo, Instituto de Investigaciones Históricas, 1943. [256] p.
El Nacional. (En: ARGENTINA. SENADO DE LA NACIÓN. Biblioteca de Mayo. Buenos Aires, 1960, t. X, p. 9281-9916).
El Defensor de la Carta de Mayo. (En: La Carta de Mayo. 1825 -15 de julio- 1925. Buenos Aires, Jesús Menéndez, 1925).
La Moda. Gacetín semanal de Música, de Poesía, de Literatura. 1838. Prólogo y notas de José A. Oría. Buenos Aires, Academia Nacional de la Historia, 1938. 220 p.
El Zonda, de San Juan. 1839. Prólogo de Juan Pablo Echagüe. Buenos Aires, Academia Nacional de la Historia, 1939. [54] p.
Archivo Americano y Espíritu de la Prensa del Mundo. Estudio preliminar de Ignacio Weiss. Buenos Aires, Americana, 1946-47. 2 v.
Los Debates. Diario de Intereses Generarales. Política. Comercio. Literatura. Buenos Aires, Asociación Amigos del Museo Mitre, 1963. [260] p.
El Ranquelino. Presentación de Nora Dolores Riquelme de Lobos. Córdoba, Universidad Nacional, Facultad de Filosofía y Humanidades, 1969. 14, [13] h.
En la nómina precedente no hemos incluido selecciones y extractos, como, además de los de Zinny que hemos señalado, el Inventario de documentos publicados, que apareció entre 1922 y 1941 a manera de suplemento al Boletín del Instituto de Investigaciones Históricas de la Facultad de Filosofía y Letras, donde figuraban decretos, bandos, proclamas, etc., que vieron luz en los periódicos de la primera época independiente de nuestra historia; el publicado por Arturo Celery en los volúmenes I, II y IV del Anuario de Historia Argentina con noticias referentes a la historia marítima aparecidas en el British Packet, y el reciente del mismo periódico realizado por Graciela Lapido y Beatriz Spota.
No parece necesario insistir demasiado en la importancia que reviste la reedición de estos periódicos, sobre todo ante el panorama nada alentador que ofrecen los repositorios públicos. En algunos casos se trata de ejemplares únicos, pasibles de perderse definitivamente por deterioro o sustracción, como consta; en otros, de colecciones dispersas en varias hemerotecas, incompletas todas ellas. También se da el caso en que el único ejemplar completo conocido se halla en manos de un coleccionista particular, hecho que encierra, a la par que la dificultad de su consulta por parte del investigador, el peligro de la venta al exterior, de donde su repatriación es poco menos que imposible. La tarea de rescate es, pues, perentoria. Así lo comprendimos cuando, en 1974, al frente del Instituto de Estudios Historiográficos, propiciamos la publicación del Boletín de la Industria (1821), dentro de un amplio plan de reedición de fuentes periodísticas. Plan que retorna hoy el Instituto Bibliográfico «Antonio Zinny» al dar a estampa El Torito de los Muchachos. Pero la recuperación y salvaguarda de ese precioso patrimonio cultural, que decrece progresivamente, debería ser una empresa para la inteligencia nacional, financiada y dirigida por algún organismo oficial competente, y no el resultado de una institución privada con escasos medios y por lo tanto imposibilitada de abarcarla en su magnitud. Mientras aguardamos esperanzados que aquello ocurra, habremos de sumar nuestro esfuerzo al de las entidades que nos precedieron.
El Torito de los Muchachos se encuadra en uno de los casos que hemos enunciado más arriba y sólo recurriendo a una biblioteca privada se ha podido completar la colección para esta edición. En efecto, el Museo Mitre posee únicamente los ejemplares 1 al 5; la Biblioteca Nacional, los números 2, 3, 4, 13, 14, 15, 16, 17, 18, 19, 20; la Biblioteca Enrique Peña, que se guarda en el Museo Colonial e Histórico «Enrique Udaondo», los números 5, 8, 10, 13, 15, 16, 17, 18, aunque en su catálogo figure como colección completa.
De lo apuntado se deduce la rareza de El Torito de los Muchachos, y si sumamos a esto su condición de riquísima fuente para los estudios lingüísticos y filológicos, al margen de los específicamente historiográficos, se justifica sin mayor debate el esfuerzo editorial para ponerlo al alcance de los estudiosos, quienes podrán apreciar ahora cuán desajustado es el calificativo de «prensa salvaje» que le endilgara Ricardo Rojas, o la afirmación, formulada por un historiador de nota, de que su único objetivo era «entretener los bajos instintos del pueblo». Se trata ciertamente de apreciaciones formuladas desde una óptica singular, teñida de prejuicios partidistas, que valora el fenómeno aislado de las circunstancias en que se produjo, alejando por lo tanto la posibilidad de comprenderlo y aprovecharlo.
Estudio preliminar
Por Olga Fernández Latour de Botas
Sumario: 1. Ubicación. 2. El verso de propaganda política. 3. Un momento de la historia argentina: de agosto a octubre de 1830. 4. Periodismo, periódicos e imprentas de la época. 5. El Torito de los Muchachos: una rareza hemerográfica. 6. Luis Pérez y Juancho Barriales. El autor y sus máscaras. 7. Observaciones sobre los textos de El Torito de los Muchachos.
Ubicación
Sumario: 1. Ubicación. 2. El verso de propaganda política. 3. Un momento de la historia argentina: de agosto a octubre de 1830. 4. Periodismo, periódicos e imprentas de la época. 5. El Torito de los Muchachos: una rareza hemerográfica. 6. Luis Pérez y Juancho Barriales. El autor y sus máscaras. 7. Observaciones sobre los textos de El Torito de los Muchachos.
Ubicación
Si lo consideramos de acuerdo con su intención inicial -como producción periodística de un supuesto gaucho «metido a gacetero»- El Torito de los Muchachos constituye una muestra más de ese fenómeno característico de la expresión rioplatense que es el verso «gauchesco» de propaganda política. Por ello su presentación en nuestra época no puede eludir un estudio preliminar en el que se consideren en sus plurales dimensiones los dos términos de esa fórmula de tan vasta repercusión en la cultura de esta parte de América: por una parte lo relativo a su condición de «verso gauchesco» y por otra lo atinente a su función de «propaganda política».
Sin embargo, la revisión de la colección completa del periódico nos muestra que, con frecuencia cada vez mayor a medida que avanzamos en ella, aparecen también en El Torito de los Muchachos composiciones que se alejan completamente de las características de lo «gauchesco» e incluso de lo «popular», como que son generalmente sátiras donde se atribuyen a personas de extracción urbana -de conocida ilustración muchas de ellas- y, en otros casos, a extranjeros, cartas, remitidos, testamentos, etc. Por esta razón debemos distinguir, además, en el contenido de El Torito de los Muchachos, esas piezas no gauchescas que, funcionalmente, buscaban los mismos fines que las supuestamente escritas por gauchos: la exaltación de la causa federal «neta» y el descrédito de todo lo que le fuera contrario.
Esta pluralidad de voces y entonaciones que advertimos en las páginas de El Torito de los Muchachos nos obliga a reiterar aquí una aserción que hemos esbozado en otra parte [1] y a cuyo análisis pensamos destinar algunas páginas futuras: la génesis de la «poesía gauchesca» está mucho más cerca del teatro que del libro. Y otra cosa aún: en sus comienzos, los personajes «gauchos», reconocibles por su habla «campestre», diferenciada de la urbana, entablaban diálogos, dirigían o escuchaban «relaciones», enviaban cartas y postas, en resumen, compartían situaciones con otros personajes de también diferenciada expresión lingüística: portugueses (americanos o peninsulares), «gallegos» (es decir, españoles de cualquier región), «gringos» (o sea europeos en general, no ibéricos), «cajetillas» urbanos, clérigos con sus latines y negros con su jerga característica. Es que tanto era el teatro «espejo de la vida», según rezaba el lema de la Casa de Comedias, como, a la inversa, la vida misma de los habitantes del Río de la Plata era teatro colorido y permanente de una mezcla de razas y de culturas que no llegaría a ser combinación sino tras haber pasado por el fuego de muchas luchas no siempre incruentas, lamentablemente.
El carácter teatral del periodismo satírico fue admitido y confeso ya hacia 1822 por el padre Francisco de Paula Castañeda y bien lo advierte su biógrafo Arturo Capdevila cuando dice: «Así fue como levantó finalmente Castañeda, a la faz de Buenos Aires, el teatro de su periodismo en llamas; verdadero teatro, según él mismo acabó por entenderlo el día que sus periódicos llegaron a seis y lo dijo de este modo: 'Los seis periódicos componen un poema épico, por consiguiente son periódicos de otro orden. O más bien diré que son un poema de nueva invención, o una comedia en forma de periódicos'» [2] .
En la époc de El Torito de los Muchachos, el periodismo de combate, tanto federal como unitario, recogió íntegra la tradición «gauchi-zumbona» ya patente en El amor de la estanciera [3] y consagrada por Bartolomé Hidalgo en sus diálogos y relaciones, le agregó la vehemencia política del padre Castañeda y lo adornó con la colorida presencia de cuanto tipo humano y socio-cultural pisaba las márgenes del Plata. Así surgió esa producción desordenada e hiriente pero plena de fuerza testimonial, de la cual El Torito de los Muchachos es una buena muestra. Por otra parte, es oportuno recordar, como lo hace Raúl H. Castagnino [4], que en la época del Directorio de Pueyrredón se había fundado en Buenos Aires la Sociedad del Buen Gusto en el Teatro, entidad destinada oficialmente a fomentar la creación dramática bajo el lema: «El teatro es instrumento de gobierno».
Dicho ya que, a nuestro parecer, la «literatura gauchesca» nació como expresión caracterizadora de uno de los «tipos» que actuaban en esa especie de «comedia del arte» rioplatense (cuya escena era la calle y cuyos «papeles» eran distribuidos por el periodismo de la época), y dicho también que, en el caso de El Torito de los Muchachos, no importa tanto en cantidad y calidad lo estilísticamente gauchesco como el carácter funcional de elemento de propaganda política que ello tenía, no es ocioso acotar ahora una corta referencia a los antecedentes del verso de propaganda política en la literatura popular rioplatense anterior a 1830.
El verso de propaganda política
Sin embargo, la revisión de la colección completa del periódico nos muestra que, con frecuencia cada vez mayor a medida que avanzamos en ella, aparecen también en El Torito de los Muchachos composiciones que se alejan completamente de las características de lo «gauchesco» e incluso de lo «popular», como que son generalmente sátiras donde se atribuyen a personas de extracción urbana -de conocida ilustración muchas de ellas- y, en otros casos, a extranjeros, cartas, remitidos, testamentos, etc. Por esta razón debemos distinguir, además, en el contenido de El Torito de los Muchachos, esas piezas no gauchescas que, funcionalmente, buscaban los mismos fines que las supuestamente escritas por gauchos: la exaltación de la causa federal «neta» y el descrédito de todo lo que le fuera contrario.
Esta pluralidad de voces y entonaciones que advertimos en las páginas de El Torito de los Muchachos nos obliga a reiterar aquí una aserción que hemos esbozado en otra parte [1] y a cuyo análisis pensamos destinar algunas páginas futuras: la génesis de la «poesía gauchesca» está mucho más cerca del teatro que del libro. Y otra cosa aún: en sus comienzos, los personajes «gauchos», reconocibles por su habla «campestre», diferenciada de la urbana, entablaban diálogos, dirigían o escuchaban «relaciones», enviaban cartas y postas, en resumen, compartían situaciones con otros personajes de también diferenciada expresión lingüística: portugueses (americanos o peninsulares), «gallegos» (es decir, españoles de cualquier región), «gringos» (o sea europeos en general, no ibéricos), «cajetillas» urbanos, clérigos con sus latines y negros con su jerga característica. Es que tanto era el teatro «espejo de la vida», según rezaba el lema de la Casa de Comedias, como, a la inversa, la vida misma de los habitantes del Río de la Plata era teatro colorido y permanente de una mezcla de razas y de culturas que no llegaría a ser combinación sino tras haber pasado por el fuego de muchas luchas no siempre incruentas, lamentablemente.
El carácter teatral del periodismo satírico fue admitido y confeso ya hacia 1822 por el padre Francisco de Paula Castañeda y bien lo advierte su biógrafo Arturo Capdevila cuando dice: «Así fue como levantó finalmente Castañeda, a la faz de Buenos Aires, el teatro de su periodismo en llamas; verdadero teatro, según él mismo acabó por entenderlo el día que sus periódicos llegaron a seis y lo dijo de este modo: 'Los seis periódicos componen un poema épico, por consiguiente son periódicos de otro orden. O más bien diré que son un poema de nueva invención, o una comedia en forma de periódicos'» [2] .
En la époc de El Torito de los Muchachos, el periodismo de combate, tanto federal como unitario, recogió íntegra la tradición «gauchi-zumbona» ya patente en El amor de la estanciera [3] y consagrada por Bartolomé Hidalgo en sus diálogos y relaciones, le agregó la vehemencia política del padre Castañeda y lo adornó con la colorida presencia de cuanto tipo humano y socio-cultural pisaba las márgenes del Plata. Así surgió esa producción desordenada e hiriente pero plena de fuerza testimonial, de la cual El Torito de los Muchachos es una buena muestra. Por otra parte, es oportuno recordar, como lo hace Raúl H. Castagnino [4], que en la época del Directorio de Pueyrredón se había fundado en Buenos Aires la Sociedad del Buen Gusto en el Teatro, entidad destinada oficialmente a fomentar la creación dramática bajo el lema: «El teatro es instrumento de gobierno».
Dicho ya que, a nuestro parecer, la «literatura gauchesca» nació como expresión caracterizadora de uno de los «tipos» que actuaban en esa especie de «comedia del arte» rioplatense (cuya escena era la calle y cuyos «papeles» eran distribuidos por el periodismo de la época), y dicho también que, en el caso de El Torito de los Muchachos, no importa tanto en cantidad y calidad lo estilísticamente gauchesco como el carácter funcional de elemento de propaganda política que ello tenía, no es ocioso acotar ahora una corta referencia a los antecedentes del verso de propaganda política en la literatura popular rioplatense anterior a 1830.
El verso de propaganda política
El chispeante género satírico que heredamos de España encontró en las tierras de América campo propicio para un florecer nuevo, alentada su musa juguetona -y a veces terrible- por la rivalidad pronto perceptible entre los españoles peninsulares y los «mancebos de la tierra».
Las invasiones inglesas dieron pie, así, a la producción de composiciones en verso de factura no popular, pero de tanta mordacidad y gracia como las posteriores que asumieron la peculiar expresión que llamamos «gauchesca». Muestra de ellas son las Cuartillas al Marqués de Sobremonte por su fuga al interior durante las invasiones inglesas y el soneto cuyo primer verso reza «Señor Marqués ¿Qué dice vuecelencia?», glosado en octavas, que hemos publicado antes de ahora y cuyo manuscrito se conserva en el Archivo General de la Nación [5].
Producción sin duda numerosa aunque lamentablemente no rescatada sino en mínima parte, la de poesía satírica para el consumo popular inspirada por las guerras de la Independencia ha dejado muestras tan aisladas como significativas. Tal es la famosa glosa en décimas al tema: «Ahí te mando, primo, el sable / No va como yo quisiera / de Tucumán es la vaina / y de Salta la contera» [6], y otra glosa morfológicamente semejante a la antedicha, que hallamos entre los manuscritos de la Colección Gutiérrez [7], sin indicación de autor, cuyo tema se expresa en cuatro versos de corrección innegable: «De San Martín valeroso / el coraje en la pendencia / y de nuestro Director / la conocida prudencia», pero cuyas décimas glosadoras arden en humor criollo y oportunos, aunque irreverentes eufemismos contra el General Osorio, aquel que «[...] en la disparada / iba diciendo: -Oiga el diablo / y parecía retablo / con la casaca bordada».
Habituado el público de Buenos Aires y del interior a solazarse con este medio eficaz y cautivante de la propaganda rimada, fácil es comprender que, finalizadas las luchas por la emancipación nacional, los vaivenes políticos del país en trance de organización dieron motivo y ocasión para asegurar la continuidad del género. Y aquí es donde empieza a adquirir trascendencia la literatura que adopta la convención «gauchesca», es decir, la que hace hablar o cantar a gauchos en un lenguaje que intensifica las particularidades del de su conversación común. Ésta, por una parte daba fe de la condición americana del autor, por otra resguardaba su anonimato tras las arquetípicas figuras campesinas ya consagradas por un embrionario proceso de tradicionalización, y por otra contrarrestaba -con la libertad de uso de formas tanto arcaicas como nuevas, de léxico tanto rural como urbano, orillero o foráneo [8], de temas tanto vigentes como históricos a que la autorizaba, en función de arma política, el heterogéneo patrimonio cultural del habitante de las costas del Plata-, la mesurada y a veces francamente desabrida producción de las élites intelectuales urbanas.
Sin embargo, fue entre esas mismas élites que se encendieron las llamas de una literatura y especialmente de una poesía entregada de lleno al combate: tales las que emanaban de El Argos de Buenos Aires (1820-1822), El Centinela (1822-1823), El Espíritu de Buenos Aires (1822) y posteriormente El Duende de Buenos Aires (1826-1827) y en particular El Tiempo (1828-1829) y El Pampero (1829), los periódicos del grupo unitario compuesto por Juan Cruz, Jacobo, y Florencio Varela, y Manuel Bonifacio Gallardo y Planchón sobre todo.
Entre el 19 de agosto y el 24 de octubre de 1830, fecha de la publicación de El Torito de los Muchachos, la situación política interior y exterior daba buenos temas para el verso de propaganda política, sobre todo si tenemos en cuenta que, pese a haber desaparecido ya por entonces en Buenos Aires El Mártir o Libre, último periódico no incondicionalmente gubernamental, El Corazero, en Mendoza, El Serrano y La Aurora, en Córdoba y El Arriero Argentino, en Montevideo, todos de tendencia unitaria, no escatimaban burlas ni invectivas contra el partido gobernante en Buenos Aires y sus adeptos [9].
Un momento de la historia argentina: de agosto a octubre de 1830
Las invasiones inglesas dieron pie, así, a la producción de composiciones en verso de factura no popular, pero de tanta mordacidad y gracia como las posteriores que asumieron la peculiar expresión que llamamos «gauchesca». Muestra de ellas son las Cuartillas al Marqués de Sobremonte por su fuga al interior durante las invasiones inglesas y el soneto cuyo primer verso reza «Señor Marqués ¿Qué dice vuecelencia?», glosado en octavas, que hemos publicado antes de ahora y cuyo manuscrito se conserva en el Archivo General de la Nación [5].
Producción sin duda numerosa aunque lamentablemente no rescatada sino en mínima parte, la de poesía satírica para el consumo popular inspirada por las guerras de la Independencia ha dejado muestras tan aisladas como significativas. Tal es la famosa glosa en décimas al tema: «Ahí te mando, primo, el sable / No va como yo quisiera / de Tucumán es la vaina / y de Salta la contera» [6], y otra glosa morfológicamente semejante a la antedicha, que hallamos entre los manuscritos de la Colección Gutiérrez [7], sin indicación de autor, cuyo tema se expresa en cuatro versos de corrección innegable: «De San Martín valeroso / el coraje en la pendencia / y de nuestro Director / la conocida prudencia», pero cuyas décimas glosadoras arden en humor criollo y oportunos, aunque irreverentes eufemismos contra el General Osorio, aquel que «[...] en la disparada / iba diciendo: -Oiga el diablo / y parecía retablo / con la casaca bordada».
Habituado el público de Buenos Aires y del interior a solazarse con este medio eficaz y cautivante de la propaganda rimada, fácil es comprender que, finalizadas las luchas por la emancipación nacional, los vaivenes políticos del país en trance de organización dieron motivo y ocasión para asegurar la continuidad del género. Y aquí es donde empieza a adquirir trascendencia la literatura que adopta la convención «gauchesca», es decir, la que hace hablar o cantar a gauchos en un lenguaje que intensifica las particularidades del de su conversación común. Ésta, por una parte daba fe de la condición americana del autor, por otra resguardaba su anonimato tras las arquetípicas figuras campesinas ya consagradas por un embrionario proceso de tradicionalización, y por otra contrarrestaba -con la libertad de uso de formas tanto arcaicas como nuevas, de léxico tanto rural como urbano, orillero o foráneo [8], de temas tanto vigentes como históricos a que la autorizaba, en función de arma política, el heterogéneo patrimonio cultural del habitante de las costas del Plata-, la mesurada y a veces francamente desabrida producción de las élites intelectuales urbanas.
Sin embargo, fue entre esas mismas élites que se encendieron las llamas de una literatura y especialmente de una poesía entregada de lleno al combate: tales las que emanaban de El Argos de Buenos Aires (1820-1822), El Centinela (1822-1823), El Espíritu de Buenos Aires (1822) y posteriormente El Duende de Buenos Aires (1826-1827) y en particular El Tiempo (1828-1829) y El Pampero (1829), los periódicos del grupo unitario compuesto por Juan Cruz, Jacobo, y Florencio Varela, y Manuel Bonifacio Gallardo y Planchón sobre todo.
Entre el 19 de agosto y el 24 de octubre de 1830, fecha de la publicación de El Torito de los Muchachos, la situación política interior y exterior daba buenos temas para el verso de propaganda política, sobre todo si tenemos en cuenta que, pese a haber desaparecido ya por entonces en Buenos Aires El Mártir o Libre, último periódico no incondicionalmente gubernamental, El Corazero, en Mendoza, El Serrano y La Aurora, en Córdoba y El Arriero Argentino, en Montevideo, todos de tendencia unitaria, no escatimaban burlas ni invectivas contra el partido gobernante en Buenos Aires y sus adeptos [9].
Un momento de la historia argentina: de agosto a octubre de 1830
Es imposible ubicar un momento histórico sin hacer referencia a los hechos que, a veces desde mucho tiempo atrás han gravitado en la opinión de los hombres y de los pueblos hasta desencadenar procesos incontenibles, escisiones y luchas cuya violencia parece acumular todas las violencias sofocadas por años o por siglos.
El caso de este brevísimo lapso de la historia argentina que se centraliza en Buenos Aires entre los meses de agosto a octubre de 1830 no constituye una excepción a dicha regla y sería imprescindible tener cuenta detallada de todos los acontecimientos mediatos e inmediatos que presionaban entonces a la dividida y convulsa población porteña. Afortunadamente, una bibliografía historiográfica tan erudita como amplia se halla a disposición del lector que desee ahondar en las circunstancias, los hechos y los personajes que figuran en El Torito de los Muchachos.
Hemos dicho circunstancias, hechos y personajes porque en el periódico se reflejan claramente los distintos grados de incidencia que en todo momento tenía cada uno de estos elementos en el devenir de la sociedad donde gravitaban. Las circunstancias constituyen el marco más general.
Por la ley del 18 de agosto de 1827 había desaparecido el Poder Ejecutivo ejercido por un presidente y se había declarado disuelto el Congreso Nacional. La gestión de los intereses generales pasaba así al gobernador de la Provincia de Buenos Aires, restaurada en sus instituciones. El 12 del mismo mes la ya instalada Junta de Representantes había elegido gobernador a Manuel Dorrego, el más brillante tribuno del partido federal. «La época es terrible», dijo Dorrego al asumir el cargo. Efectivamente, las potencias extranjeras acosaban los territorios del Río de la Plata: Brasil, con sus pretensiones sobre la Banda Oriental; España, con sus intentos de reinstalar aquí su monarquía; Francia e Inglaterra, en expectante y no desinteresada actitud. En el interior, los caudillos provinciales exigían una política sumamente hábil para mantener la paz y en Buenos Aires el partido unitario que había apoyado la gestión de Rivadavia, no claudicaba en su intento de volver al poder. El regreso de las tropas tras el pacto celebrado con el Brasil, por el cual se declaraba independiente a la provincia cisplatina, fue un factor de descontento hacia el gobierno de Dorrego, pues aparentemente quedaban así malogrados sus esfuerzos. Aprovechando ese momento, el 1.º de diciembre de 1828 se llevó una revolución en la que los ex-colaboradores de Rivadavia comprometieron al general Juan Lavalle.
Lo trágico del momento fue el posterior fusilamiento del coronel Dorrego en Navarro, el 13 de diciembre, por orden de Lavalle, según sus conocidas palabras, pero por instigación del grupo rivadaviano, en especial de Juan Cruz Varela y de Salvador María del Carril.
La trascendencia de ese acto, triste desde el punto de vista humano y grave desde el institucional, fue tan grande que signó toda la acción posterior de Lavalle, quien, electo gobernador de Buenos Aires por sus partidarios, había asumido el cargo el mismo día de la revolución abriendo el camino para la implantación de los actos dictatoriales que a partir de ese momento se cometieron.
Ante las insuperables dificultades que debía vencer en el orden interno y externo, Lavalle decidió pactar con Rosas. Así se hizo en la Convención de Cañuelas y el Pacto de Barracas, el 16 de junio y el 24 de agosto de 1829, respectivamente. En este último se decidió nombrar gobernador provisorio al general Juan José Viamonte, quien debía reunir una nueva Junta de Representantes con diputados elegidos por Rosas y Lavalle.
Fue un momento de suma confusión y Lavalle, abandonado y hostilizado por sus propios partidarios, además de depositario del odio de los federales, debió emigrar a Montevideo.
Viamonte, por indicación de Rosas, resolvió restaurar la Junta de Representantes que había elegido gobernador a Dorrego. Y este cuerpo, bajo la presidencia de Felipe Arana, eligió gobernador de la provincia a Juan Manuel de Rosas, confiriéndole el grado de brigadier, el título de Restaurador de las Leyes y otorgándole las «facultades extraordinarias» que le daban libertad de acción para hacer frente a las circunstancias, ciertamente extraordinarias, en que se encontraba el país.
La asunción del mando por parte de Rosas fue apoteósica. Representaba al pueblo de la campaña, puesto que aun siendo un rico hacendado, se había «hecho gaucho», según sus palabras, y se había constituido en defensor de sus intereses. Para los habitantes de la ciudad no comprometidos ideológicamente con el unitarismo, era una esperanza de orden y lo aceptaron con alivio.
Sin embargo, en 1830 la situación no era todavía segura para Rosas. En el interior, José María Paz había derrotado a Quiroga en La Tablada (23 de junio de 1829) y Oncativo (25 de febrero de 1830) y logrado consolidar el movimiento unitario: las provincias de Córdoba, Catamarca, Santiago del Estero, Salta, Tucumán, La Rioja, Mendoza, San Luis y San Juan se unieron en una alianza defensiva y ofensiva denomina da Liga Unitaria o Liga del Interior, cuyos convenios fueron firmados en la ciudad de Córdoba el 31 de agosto de 1830.
Así las cosas, El Torito de los Muchachos no refleja en sus páginas tanto las circunstancias del momento, que eran aún inciertas, como las del pasado, para mantener latente en la memoria de sus lectores el recuerdo de los errores cometidos por los unitarios, los males procedentes de España y las virtudes de Rosas, en torno de quien incita de modo permanente a la unión.
El problema del interior era voluntariamente dejado de lado pues muy pocas veces se menciona a Paz que, en esos momentos, se hallaba planificando su estrategia futura. Así lo dice la cuarteta del n.º 10: «Mira que está Paz / En observación / Porque paz no tenga / La Federación». No ocurre lo mismo en otros periódicos y hojas sueltas de Luis Pérez, cuando ya Paz ha sido boleado y hecho prisionero, es decir, cuando se ve disminuido el peligro. A pesar de que Facundo Quiroga fue recibido con calidez en Buenos Aires por orden del gobernador, el 11 de marzo de 1830, el periódico no lo menciona ni elogia en especial. Parece evidente que la adhesión de Pérez estaba exclusivamente dedicada a Juan Manuel de Rosas, entre los vivos, y a Manuel Dorrego, entre los muertos.
¿Cuáles son los hechos a que se hace referencia en El Torito? En homenaje a la brevedad, podemos enumerar los más importantes: la revolución del 1.º de diciembre, los fusilamientos de Dorrego y del sargento mayor Mesa, los antecedentes del tiempo de Lavalle en cuanto a confinamiento de prisioneros en los buques de guerra, la intervención del cónsul francés en lo referente al batallón de los Amigos del Orden, lo cual guarda relación con la actitud del comandante de la Estación Naval Francesa en el Río de la Plata, vizconde de Venancourt, y su acción contra buques leales al gobierno de Lavalle, etc., entre los del pasado. Entre los hechos «del día» se encuentran los confinamientos de personajes unitarios en el pontón Cacique, el exilio de otros, las contiendas periodísticas con publicaciones unitarias del interior y exterior y con otras federales de Buenos Aires, la sátira permanente referida a la manera de vestir, peinarse, actuar, hablar y bailar de los unitarios, la cuestión de los moños y divisas, el episodio del secuestro de la goleta Sarandí por parte de Leonardo Rosales en la noche del 15 al 16 de setiembre de 1830, y otros.
Lo más complejo ha sido tal vez la individualización de los personajes a los cuales se refiere el periódico mediante apodos, ya que, lo que para el público de entonces sería cosa familiar, para nosotros constituye en muchos casos un verdadero enigma. Pese a ello y con el aporte de referencias de otros periódicos y documentos hemos podido identificar algunos [10].
Periodismo, periódicos e imprentas de la época
El caso de este brevísimo lapso de la historia argentina que se centraliza en Buenos Aires entre los meses de agosto a octubre de 1830 no constituye una excepción a dicha regla y sería imprescindible tener cuenta detallada de todos los acontecimientos mediatos e inmediatos que presionaban entonces a la dividida y convulsa población porteña. Afortunadamente, una bibliografía historiográfica tan erudita como amplia se halla a disposición del lector que desee ahondar en las circunstancias, los hechos y los personajes que figuran en El Torito de los Muchachos.
Hemos dicho circunstancias, hechos y personajes porque en el periódico se reflejan claramente los distintos grados de incidencia que en todo momento tenía cada uno de estos elementos en el devenir de la sociedad donde gravitaban. Las circunstancias constituyen el marco más general.
Por la ley del 18 de agosto de 1827 había desaparecido el Poder Ejecutivo ejercido por un presidente y se había declarado disuelto el Congreso Nacional. La gestión de los intereses generales pasaba así al gobernador de la Provincia de Buenos Aires, restaurada en sus instituciones. El 12 del mismo mes la ya instalada Junta de Representantes había elegido gobernador a Manuel Dorrego, el más brillante tribuno del partido federal. «La época es terrible», dijo Dorrego al asumir el cargo. Efectivamente, las potencias extranjeras acosaban los territorios del Río de la Plata: Brasil, con sus pretensiones sobre la Banda Oriental; España, con sus intentos de reinstalar aquí su monarquía; Francia e Inglaterra, en expectante y no desinteresada actitud. En el interior, los caudillos provinciales exigían una política sumamente hábil para mantener la paz y en Buenos Aires el partido unitario que había apoyado la gestión de Rivadavia, no claudicaba en su intento de volver al poder. El regreso de las tropas tras el pacto celebrado con el Brasil, por el cual se declaraba independiente a la provincia cisplatina, fue un factor de descontento hacia el gobierno de Dorrego, pues aparentemente quedaban así malogrados sus esfuerzos. Aprovechando ese momento, el 1.º de diciembre de 1828 se llevó una revolución en la que los ex-colaboradores de Rivadavia comprometieron al general Juan Lavalle.
Lo trágico del momento fue el posterior fusilamiento del coronel Dorrego en Navarro, el 13 de diciembre, por orden de Lavalle, según sus conocidas palabras, pero por instigación del grupo rivadaviano, en especial de Juan Cruz Varela y de Salvador María del Carril.
La trascendencia de ese acto, triste desde el punto de vista humano y grave desde el institucional, fue tan grande que signó toda la acción posterior de Lavalle, quien, electo gobernador de Buenos Aires por sus partidarios, había asumido el cargo el mismo día de la revolución abriendo el camino para la implantación de los actos dictatoriales que a partir de ese momento se cometieron.
Ante las insuperables dificultades que debía vencer en el orden interno y externo, Lavalle decidió pactar con Rosas. Así se hizo en la Convención de Cañuelas y el Pacto de Barracas, el 16 de junio y el 24 de agosto de 1829, respectivamente. En este último se decidió nombrar gobernador provisorio al general Juan José Viamonte, quien debía reunir una nueva Junta de Representantes con diputados elegidos por Rosas y Lavalle.
Fue un momento de suma confusión y Lavalle, abandonado y hostilizado por sus propios partidarios, además de depositario del odio de los federales, debió emigrar a Montevideo.
Viamonte, por indicación de Rosas, resolvió restaurar la Junta de Representantes que había elegido gobernador a Dorrego. Y este cuerpo, bajo la presidencia de Felipe Arana, eligió gobernador de la provincia a Juan Manuel de Rosas, confiriéndole el grado de brigadier, el título de Restaurador de las Leyes y otorgándole las «facultades extraordinarias» que le daban libertad de acción para hacer frente a las circunstancias, ciertamente extraordinarias, en que se encontraba el país.
La asunción del mando por parte de Rosas fue apoteósica. Representaba al pueblo de la campaña, puesto que aun siendo un rico hacendado, se había «hecho gaucho», según sus palabras, y se había constituido en defensor de sus intereses. Para los habitantes de la ciudad no comprometidos ideológicamente con el unitarismo, era una esperanza de orden y lo aceptaron con alivio.
Sin embargo, en 1830 la situación no era todavía segura para Rosas. En el interior, José María Paz había derrotado a Quiroga en La Tablada (23 de junio de 1829) y Oncativo (25 de febrero de 1830) y logrado consolidar el movimiento unitario: las provincias de Córdoba, Catamarca, Santiago del Estero, Salta, Tucumán, La Rioja, Mendoza, San Luis y San Juan se unieron en una alianza defensiva y ofensiva denomina da Liga Unitaria o Liga del Interior, cuyos convenios fueron firmados en la ciudad de Córdoba el 31 de agosto de 1830.
Así las cosas, El Torito de los Muchachos no refleja en sus páginas tanto las circunstancias del momento, que eran aún inciertas, como las del pasado, para mantener latente en la memoria de sus lectores el recuerdo de los errores cometidos por los unitarios, los males procedentes de España y las virtudes de Rosas, en torno de quien incita de modo permanente a la unión.
El problema del interior era voluntariamente dejado de lado pues muy pocas veces se menciona a Paz que, en esos momentos, se hallaba planificando su estrategia futura. Así lo dice la cuarteta del n.º 10: «Mira que está Paz / En observación / Porque paz no tenga / La Federación». No ocurre lo mismo en otros periódicos y hojas sueltas de Luis Pérez, cuando ya Paz ha sido boleado y hecho prisionero, es decir, cuando se ve disminuido el peligro. A pesar de que Facundo Quiroga fue recibido con calidez en Buenos Aires por orden del gobernador, el 11 de marzo de 1830, el periódico no lo menciona ni elogia en especial. Parece evidente que la adhesión de Pérez estaba exclusivamente dedicada a Juan Manuel de Rosas, entre los vivos, y a Manuel Dorrego, entre los muertos.
¿Cuáles son los hechos a que se hace referencia en El Torito? En homenaje a la brevedad, podemos enumerar los más importantes: la revolución del 1.º de diciembre, los fusilamientos de Dorrego y del sargento mayor Mesa, los antecedentes del tiempo de Lavalle en cuanto a confinamiento de prisioneros en los buques de guerra, la intervención del cónsul francés en lo referente al batallón de los Amigos del Orden, lo cual guarda relación con la actitud del comandante de la Estación Naval Francesa en el Río de la Plata, vizconde de Venancourt, y su acción contra buques leales al gobierno de Lavalle, etc., entre los del pasado. Entre los hechos «del día» se encuentran los confinamientos de personajes unitarios en el pontón Cacique, el exilio de otros, las contiendas periodísticas con publicaciones unitarias del interior y exterior y con otras federales de Buenos Aires, la sátira permanente referida a la manera de vestir, peinarse, actuar, hablar y bailar de los unitarios, la cuestión de los moños y divisas, el episodio del secuestro de la goleta Sarandí por parte de Leonardo Rosales en la noche del 15 al 16 de setiembre de 1830, y otros.
Lo más complejo ha sido tal vez la individualización de los personajes a los cuales se refiere el periódico mediante apodos, ya que, lo que para el público de entonces sería cosa familiar, para nosotros constituye en muchos casos un verdadero enigma. Pese a ello y con el aporte de referencias de otros periódicos y documentos hemos podido identificar algunos [10].
Periodismo, periódicos e imprentas de la época
Como ya se ha dicho, el periodismo constituía una de las armas más poderosas con que los jefes de partidos contaban en la lucha ideológica que signa este momento de la historia argentina.
Sus características básicas, desde el punto de vista legal, están estipuladas en el viejo Reglamento propuesto por el deán Gregorio Funes el 22 de abril de 1811 y aprobado por la Junta. Allí se defendía la libertad de prensa, se abolían los juzgados de imprenta y la censura de las obras políticas (artículo 2), mientras que sólo persistía la censura eclesiástica (artículo 6). La anonimia característica de la mayor parte de estos escritos estaba avalada por el cumplimiento parcial del párrafo que indica que «los autores no están obligados a poner sus nombres en los escritos que publiquen, aunque no por eso dejan de estar sujetos a la misma responsabilidad. Por tanto deberá constar el impresor, quién sea el autor o editor de la obra, pues de lo contrario sufrirá la pena que se impondría al autor o editor si fuesen conocidos» (artículo 7). Asimismo se determinaba que debía constar en todo impreso el lugar y el nombre de la imprenta. Muchas veces se consignaba también la dirección de la misma.
Esta cuestión de la anonimia de los papeles públicos (periódicos, folletos, hojas sueltas, etc.) no sólo trajo el inconveniente de convertirlos en enigmas para estudiosos, sino también el de suscitar sonadas querellas entre los interesados y quienes se sintieran tocados por sus escritos [11].
El Reglamento de 1811 tuvo larga vigencia. Constituyó la base del decreto sobre «libertad de imprenta» dado por los triunviros Paso, Sarratea y Chiclana el 26 de octubre de ese mismo año, fue mantenido por la Asamblea de 1813, por los Estatutos Provisionales y por los Congresos de 1816 y 1819, y fue sostenido por Rivadavia en sus principios fundamentales aun cuando durante su ministerio, con motivo de un artículo de El Argos, considerado ofensivo contra su persona por el gobernador de Córdoba, Juan Bautista Bustos, se acordó, por primera vez, que el ministro mandaría en proyecto de ley a la Honorable Junta de Representantes la formación de un código completo de imprenta «que no sólo fuese un ensayo protectorio como el que por el momento rige, sino que también fuese extensivo a las leyes penales que se echan de menos en él». Efectivamente, el 25 de setiembre de 1822 la Junta de Representantes dio un decreto en el cual se fijaron normas para deducir acción contra cualquier abuso cometido por la prensa.
¿Qué había pasado entonces para que se intentara poner coto a esa desenfrenada libertad de expresión que parecían sostener las palabras de Manuel Belgrano cuando expresó que sólo temían a la prensa libre «los déspotas, los tontos o los tímidos»?
Es que por esos años se había desatado una verdadera «guerra de papeles», con más de veinte periódicos a favor del gobierno y otros tantos en contra, entre ellos las terribles producciones del padre Castañeda.
La buscada «prensa libre», defensora de los ideales americanos de la emancipación que quisieron los primeros gobiernos patrios, vio crecer a su lado, en pocos años, un retoño punzante, de fuerte sabor regional, lo que podemos llamar la «prensa de barricada», una prensa satírica que fue utilizada por unitarios y federales como poderoso elemento de propaganda. Lo patriótico afloraba en ella toda vez que la Nación se veía amenazada por enemigos extranjeros, como en el caso de la guerra con el Brasil, pero su campo de acción más permanente se situaba en las luchas internas entre unitarios y federales, los dos grandes partidos dominantes en la época.
El coronel Dorrego, editor de El Tribuno, uno de los periódicos «serios» más violentamente opositores a la gestión del presidente Rivadavia, admitía claramente la positiva acción debilitadora de la opinión pública que tales formas de periodismo podían ejercer. Y por ello, electo gobernador de Buenos Aires, al ver arreciar contra su gobierno la guerra periodística -que sistemáticamente encabezaban El Tiempo, de Juan Cruz Varela, Florencio Varela y Manuel Bonifacio Gallardo, y la nutrida familia de El Diablo Rosado, todos del francés Luis Laserre-, en el deseo de «mantener el orden», según expresa, dicta el 8 de mayo de 1828 la ley sobre libertad de imprenta, donde reglamenta la de octubre de 1822. Allí, entre otros conceptos, se declara que «son abusivos de la libertad de imprenta los impresos que exciten a sedición o a transformar el orden público, a desobedecer las leyes o las autoridades del país, los que aparezcan obcenos, extraños a la moral u ofensivos del decoro y de la decencia pública, los que ofendan con sátiras e invectivas el honor y reputación de algún individuo o ridiculicen su persona o publiquen defectos de su vida privada, designándole por su nombre y apellido o por señales que induzcan a determinarlo, aun cuando el editor ofrezca probar dichos defectos» (artículo 1). El artículo 2 establecía que no estaban comprendidos en el artículo anterior los impresos que sólo se dirigieran «a denunciar o censurar actos u omisiones de los funcionarios públicos en el desempeño de sus funciones».
Las penas aplicables a los infractores a dicha ley iban desde quinientos a dos mil pesos de multa, prohibición de escribir durante cuatro meses y confinamiento desde cuatro meses a un año en un lugar de la campaña.
Semejante severidad no sólo debería silenciar los excesos de los periodistas unitarios sino también de los federales que con Causa célebre de Buenos Aires, de Ramón Anchoris, La Espada Argentina, de José María Márquez, y otros periódicos, equilibraba en su osadía la balanza de esta fogosa contienda entre papeles.
Rosas se sirvió tempranamente de la prensa como factor de su acción propagandística. Tal vez la primera muestra de esto la tenemos en su carta a Estanislao López escrita en la estancia de Rodríguez el 19 de diciembre de 1828, tras el fusilamiento de Dorrego, en cuyo párrafo final dice: «Es conveniente que las prensas no se ocupen en el día de otra cosa que de este suceso, y que manden fuerza de ejemplares de lo que se trabaja para que corran en la campaña [...]. Esto no olvide usted, pues es una de las cosas que más conviene».
Ya en el poder, no ocultó su actitud acerca de la prensa opositora a Dorrego y el 24 de diciembre de 1829 la Junta de Representantes resolvió mandar hacer una demostración pública contra los periódicos dados a luz desde el 1.º de diciembre de 1828 hasta el 24 de junio de 1829. En su parte dispositiva se declaraban «libelos infamatorios y ofensivos de la moral y decencia pública todos los papeles dados a luz por las imprentas de esta ciudad, desde el 1.º de diciembre de 1828 hasta la convención del 25 de junio último, que contengan expresiones infamantes o en algún modo injuriosas a las personas del finado gobernador de la provincia, coronel don Juan Manuel Dorrego, del comandante general de la campaña, coronel don Juan Manuel de Rosas, de los gobernadores de las provincias, de los beneméritos patriotas que han servido a la causa del orden, a los ministros de las naciones amigas, residentes en ésta, o de cualquier otro ciudadano o habitante de la provincia».
Constituido el organismo clasificador, los papeles considerados culpables, entre los que se encontraban algunos ejemplares de La Gaceta Mercantil, fueron quemados públicamente, el 16 de abril, en el portal de la Cámara de Justicia.
Así las cosas, en la segunda mitad de 1830 no se publicaba en Buenos Aires ningún periódico opositor al gobierno, lo que halla su explicación en las circunstancias de excepción que vivía el país.
Fue entonces cuando, según lo recuerda Avelina Ibáñez [12], aparecieron, en los números 1650, 1653 y 1657 de La Gaceta Mercantil, tres Diálogos de los muertos, de Pedro de Angelis, donde se satirizaba a los periódicos que fueron surgiendo y muriendo en el turbulento período de 1826 a 1829.
Naturalmente tiene importancia, en relación con el periodismo de la época, el conocimiento de las imprentas y aun, en lo posible, del nombre de los impresores puesto que ellos debían incluso, como se ha visto, afrontar la responsabilidad de los «juicios de imprenta» en caso de no darse a conocer el nombre del autor o editor del impreso sancionado.
Ricardo Piccirilli apunta que «en 1833 había cinco imprentas en Buenos Aires: la del Estado, administrada por Pedro de Angelis, a cuyo cargo corría también la de la Independencia, la de La Gaceta Mercantil de los señores Hallet y Cía., la Argentina, a cargo de Pedro Ponce, la del Comercio de los señores Chapman y Cía., y la Litografía de Bacle a cargo de José Álvarez por haber tenido que salir del país su dueño. Al año siguiente se agregaron otras imprentas, como la Republicana, la de La Libertad y de Compilación, que era de D. José María Arzac, y la de los Dos Amigos. Además de la Litografía de Álvarez (Bacle) había otra, la Litografía Argentina. En 1833 y 1855 son múltiples las imprentas que aparecen y a poco desaparecen, aunque las mencionadas siguen subsistiendo, casi todas ellas. En el postrero de esos años había diez imprentas y dos litografías» [13]. Entre las primeras cita luego a la Republicana, de Saturnino Martínez.
Pese a esta referencia, es indudable que la existencia de la Imprenta Republicana en Buenos Aires no data de 1834 puesto que en ella se publican papeles anteriores a esa fecha como El Clasificador o el Nuevo Tribuno, El Torito de los Muchachos, La Argentina, etc.
En esa Imprenta Republicana, sita en la calle de Suipacha 19, se imprimía, pues, el periódico que nos ocupa: El Torito de los Muchachos.
Según datos de Óscar Beltrán, en 1830 circulaban en Buenos Aires diversos periódicos, trece de los cuales nacieron ese año. La lista, confeccionada con el aporte de los mayores historiadores del periodismo rioplatense [14], es la siguiente: La Aljaba (1830-1831), La Argentina [15] (1830-1831), The British Packet (1828-1849), El Clasificador o El Nuevo Tribuno (1830-1832), La Gaceta de los Enfermos, citado por Beltrán sin datos, La Gaceta Mercantil (1823-1852), El Gaucho (1830), El Lucero (1829-1833), El Mártir o Libre (1830), El Mercurio Bonaerense, citado por Beltrán sin datos, El Torito de los Muchachos (1830), La Aurora Nacional (1830), El Arriero Argentino (1830), El Corazero [16] (1830-1831), El Serrano (1830).
Además de estos periódicos, gran cantidad de hojas sueltas con los mismos temas y personajes que aquéllos, eran pasto espiritual del pueblo y, aunque en muchos casos mayor era el veneno que el alimento, es indudable que todas esas manifestaciones contribuyeron a afianzar expresiones lingüísticas sumamente dinámicas al llevar al papel el habla coloquial de grupos socio-culturales cuya forma habitual de comunicación era la oralidad.
El Torito de los Muchachos: una rareza hemerográfica
Sus características básicas, desde el punto de vista legal, están estipuladas en el viejo Reglamento propuesto por el deán Gregorio Funes el 22 de abril de 1811 y aprobado por la Junta. Allí se defendía la libertad de prensa, se abolían los juzgados de imprenta y la censura de las obras políticas (artículo 2), mientras que sólo persistía la censura eclesiástica (artículo 6). La anonimia característica de la mayor parte de estos escritos estaba avalada por el cumplimiento parcial del párrafo que indica que «los autores no están obligados a poner sus nombres en los escritos que publiquen, aunque no por eso dejan de estar sujetos a la misma responsabilidad. Por tanto deberá constar el impresor, quién sea el autor o editor de la obra, pues de lo contrario sufrirá la pena que se impondría al autor o editor si fuesen conocidos» (artículo 7). Asimismo se determinaba que debía constar en todo impreso el lugar y el nombre de la imprenta. Muchas veces se consignaba también la dirección de la misma.
Esta cuestión de la anonimia de los papeles públicos (periódicos, folletos, hojas sueltas, etc.) no sólo trajo el inconveniente de convertirlos en enigmas para estudiosos, sino también el de suscitar sonadas querellas entre los interesados y quienes se sintieran tocados por sus escritos [11].
El Reglamento de 1811 tuvo larga vigencia. Constituyó la base del decreto sobre «libertad de imprenta» dado por los triunviros Paso, Sarratea y Chiclana el 26 de octubre de ese mismo año, fue mantenido por la Asamblea de 1813, por los Estatutos Provisionales y por los Congresos de 1816 y 1819, y fue sostenido por Rivadavia en sus principios fundamentales aun cuando durante su ministerio, con motivo de un artículo de El Argos, considerado ofensivo contra su persona por el gobernador de Córdoba, Juan Bautista Bustos, se acordó, por primera vez, que el ministro mandaría en proyecto de ley a la Honorable Junta de Representantes la formación de un código completo de imprenta «que no sólo fuese un ensayo protectorio como el que por el momento rige, sino que también fuese extensivo a las leyes penales que se echan de menos en él». Efectivamente, el 25 de setiembre de 1822 la Junta de Representantes dio un decreto en el cual se fijaron normas para deducir acción contra cualquier abuso cometido por la prensa.
¿Qué había pasado entonces para que se intentara poner coto a esa desenfrenada libertad de expresión que parecían sostener las palabras de Manuel Belgrano cuando expresó que sólo temían a la prensa libre «los déspotas, los tontos o los tímidos»?
Es que por esos años se había desatado una verdadera «guerra de papeles», con más de veinte periódicos a favor del gobierno y otros tantos en contra, entre ellos las terribles producciones del padre Castañeda.
La buscada «prensa libre», defensora de los ideales americanos de la emancipación que quisieron los primeros gobiernos patrios, vio crecer a su lado, en pocos años, un retoño punzante, de fuerte sabor regional, lo que podemos llamar la «prensa de barricada», una prensa satírica que fue utilizada por unitarios y federales como poderoso elemento de propaganda. Lo patriótico afloraba en ella toda vez que la Nación se veía amenazada por enemigos extranjeros, como en el caso de la guerra con el Brasil, pero su campo de acción más permanente se situaba en las luchas internas entre unitarios y federales, los dos grandes partidos dominantes en la época.
El coronel Dorrego, editor de El Tribuno, uno de los periódicos «serios» más violentamente opositores a la gestión del presidente Rivadavia, admitía claramente la positiva acción debilitadora de la opinión pública que tales formas de periodismo podían ejercer. Y por ello, electo gobernador de Buenos Aires, al ver arreciar contra su gobierno la guerra periodística -que sistemáticamente encabezaban El Tiempo, de Juan Cruz Varela, Florencio Varela y Manuel Bonifacio Gallardo, y la nutrida familia de El Diablo Rosado, todos del francés Luis Laserre-, en el deseo de «mantener el orden», según expresa, dicta el 8 de mayo de 1828 la ley sobre libertad de imprenta, donde reglamenta la de octubre de 1822. Allí, entre otros conceptos, se declara que «son abusivos de la libertad de imprenta los impresos que exciten a sedición o a transformar el orden público, a desobedecer las leyes o las autoridades del país, los que aparezcan obcenos, extraños a la moral u ofensivos del decoro y de la decencia pública, los que ofendan con sátiras e invectivas el honor y reputación de algún individuo o ridiculicen su persona o publiquen defectos de su vida privada, designándole por su nombre y apellido o por señales que induzcan a determinarlo, aun cuando el editor ofrezca probar dichos defectos» (artículo 1). El artículo 2 establecía que no estaban comprendidos en el artículo anterior los impresos que sólo se dirigieran «a denunciar o censurar actos u omisiones de los funcionarios públicos en el desempeño de sus funciones».
Las penas aplicables a los infractores a dicha ley iban desde quinientos a dos mil pesos de multa, prohibición de escribir durante cuatro meses y confinamiento desde cuatro meses a un año en un lugar de la campaña.
Semejante severidad no sólo debería silenciar los excesos de los periodistas unitarios sino también de los federales que con Causa célebre de Buenos Aires, de Ramón Anchoris, La Espada Argentina, de José María Márquez, y otros periódicos, equilibraba en su osadía la balanza de esta fogosa contienda entre papeles.
Rosas se sirvió tempranamente de la prensa como factor de su acción propagandística. Tal vez la primera muestra de esto la tenemos en su carta a Estanislao López escrita en la estancia de Rodríguez el 19 de diciembre de 1828, tras el fusilamiento de Dorrego, en cuyo párrafo final dice: «Es conveniente que las prensas no se ocupen en el día de otra cosa que de este suceso, y que manden fuerza de ejemplares de lo que se trabaja para que corran en la campaña [...]. Esto no olvide usted, pues es una de las cosas que más conviene».
Ya en el poder, no ocultó su actitud acerca de la prensa opositora a Dorrego y el 24 de diciembre de 1829 la Junta de Representantes resolvió mandar hacer una demostración pública contra los periódicos dados a luz desde el 1.º de diciembre de 1828 hasta el 24 de junio de 1829. En su parte dispositiva se declaraban «libelos infamatorios y ofensivos de la moral y decencia pública todos los papeles dados a luz por las imprentas de esta ciudad, desde el 1.º de diciembre de 1828 hasta la convención del 25 de junio último, que contengan expresiones infamantes o en algún modo injuriosas a las personas del finado gobernador de la provincia, coronel don Juan Manuel Dorrego, del comandante general de la campaña, coronel don Juan Manuel de Rosas, de los gobernadores de las provincias, de los beneméritos patriotas que han servido a la causa del orden, a los ministros de las naciones amigas, residentes en ésta, o de cualquier otro ciudadano o habitante de la provincia».
Constituido el organismo clasificador, los papeles considerados culpables, entre los que se encontraban algunos ejemplares de La Gaceta Mercantil, fueron quemados públicamente, el 16 de abril, en el portal de la Cámara de Justicia.
Así las cosas, en la segunda mitad de 1830 no se publicaba en Buenos Aires ningún periódico opositor al gobierno, lo que halla su explicación en las circunstancias de excepción que vivía el país.
Fue entonces cuando, según lo recuerda Avelina Ibáñez [12], aparecieron, en los números 1650, 1653 y 1657 de La Gaceta Mercantil, tres Diálogos de los muertos, de Pedro de Angelis, donde se satirizaba a los periódicos que fueron surgiendo y muriendo en el turbulento período de 1826 a 1829.
Naturalmente tiene importancia, en relación con el periodismo de la época, el conocimiento de las imprentas y aun, en lo posible, del nombre de los impresores puesto que ellos debían incluso, como se ha visto, afrontar la responsabilidad de los «juicios de imprenta» en caso de no darse a conocer el nombre del autor o editor del impreso sancionado.
Ricardo Piccirilli apunta que «en 1833 había cinco imprentas en Buenos Aires: la del Estado, administrada por Pedro de Angelis, a cuyo cargo corría también la de la Independencia, la de La Gaceta Mercantil de los señores Hallet y Cía., la Argentina, a cargo de Pedro Ponce, la del Comercio de los señores Chapman y Cía., y la Litografía de Bacle a cargo de José Álvarez por haber tenido que salir del país su dueño. Al año siguiente se agregaron otras imprentas, como la Republicana, la de La Libertad y de Compilación, que era de D. José María Arzac, y la de los Dos Amigos. Además de la Litografía de Álvarez (Bacle) había otra, la Litografía Argentina. En 1833 y 1855 son múltiples las imprentas que aparecen y a poco desaparecen, aunque las mencionadas siguen subsistiendo, casi todas ellas. En el postrero de esos años había diez imprentas y dos litografías» [13]. Entre las primeras cita luego a la Republicana, de Saturnino Martínez.
Pese a esta referencia, es indudable que la existencia de la Imprenta Republicana en Buenos Aires no data de 1834 puesto que en ella se publican papeles anteriores a esa fecha como El Clasificador o el Nuevo Tribuno, El Torito de los Muchachos, La Argentina, etc.
En esa Imprenta Republicana, sita en la calle de Suipacha 19, se imprimía, pues, el periódico que nos ocupa: El Torito de los Muchachos.
Según datos de Óscar Beltrán, en 1830 circulaban en Buenos Aires diversos periódicos, trece de los cuales nacieron ese año. La lista, confeccionada con el aporte de los mayores historiadores del periodismo rioplatense [14], es la siguiente: La Aljaba (1830-1831), La Argentina [15] (1830-1831), The British Packet (1828-1849), El Clasificador o El Nuevo Tribuno (1830-1832), La Gaceta de los Enfermos, citado por Beltrán sin datos, La Gaceta Mercantil (1823-1852), El Gaucho (1830), El Lucero (1829-1833), El Mártir o Libre (1830), El Mercurio Bonaerense, citado por Beltrán sin datos, El Torito de los Muchachos (1830), La Aurora Nacional (1830), El Arriero Argentino (1830), El Corazero [16] (1830-1831), El Serrano (1830).
Además de estos periódicos, gran cantidad de hojas sueltas con los mismos temas y personajes que aquéllos, eran pasto espiritual del pueblo y, aunque en muchos casos mayor era el veneno que el alimento, es indudable que todas esas manifestaciones contribuyeron a afianzar expresiones lingüísticas sumamente dinámicas al llevar al papel el habla coloquial de grupos socio-culturales cuya forma habitual de comunicación era la oralidad.
El Torito de los Muchachos: una rareza hemerográfica
Cuando apareció El Torito de los Muchachos, en ese ambiente de Buenos Aires de 1830, su nacimiento fue anunciado, según costumbre de la época, por medio de un aviso publicado, en este caso, el 17 de agosto de dicho año en el número 19 de El Clasificador, el cual decía: «El Torito de los Muchachos, periódico nuevo escrito por un aparcero de Contreras, mozo amargo del pago de la Magdalena. El primer número saldrá el jueves próximo de la Imprenta Republicana, y continuará los jueves y domingos. En la misma imprenta y en el despacho de papel sellado se reciben suscripciones a dos pesos mensuales. En los mismos parajes se encontrará en venta».
El Torito de los Muchachos, publicado in folio, llevaba como epígrafe permanente la frase: «Para decir que viene el Toro no hay que dar esos empujones», de expresión más acorde con su estilo que la frase adoptada con los mismos fines por El Gaucho: «Cada uno para sí y Dios para todos», simple traducción del adagio francés: «Chacun pour soi et Dieu pour tous».
Los números del 1 al 5 tienen una viñeta que representa un laúd y una trompeta cruzados, en el centro un papel pentagramado con notas musicales escritas, todo ello orlado por una guirnalda de flores. Pero a partir del número 6, dicha viñeta convencional es sustituida por la figura de un toro en actitud de embestir.
La colección completa consta de veinte números aparecidos, según lo anunciado, los jueves y domingos a partir del jueves 19 de agosto y hasta el domingo 24 de octubre de 1830. Está escrito íntegramente en verso, con la sola excepción de los Avisos que, a semejanza de los acostumbrados en los periódicos formales de la época, pero con intención satírica, se insertan en algunos de sus números. Su precio de suscripción, como quedó señalado, era de dos pesos mensuales y el del número suelto de dos reales.
Tras la aparición de su vigésimo número, El Torito de los Muchachos dejó de existir. Por intermedio de El Lucero, el editor hizo saber que suspendía sus trabajos «dando gracias a los federales por la aceptación que le han dispensado, ofreciendo emplear su débil pluma en sostén de la justa causa que defienden cuando se le proporciona ocasión».
Aparentemente, luego de la desaparición de El Torito de los Muchachos alguien trató de usurpar su título, pues, según lo indica Peña [17], en el número 324 de El Lucero del 16 de noviembre de 1830 se inserta un Comunicado con el siguiente texto: «Señor Editor del Lucero. Ha llegado a mis noticias que un impostor pretende dar un periódico bajo el título de Torito de los Muchachos. Como yo he sido el autor del papel que aquí se ha publicado bajo el mismo nombre, protesto perseguir ante la ley a cualquiera que tuviese la osadía de apropiarse lo que exclusivamente me pertenece. Para este caso ofrezco poner de manifiesto comprobantes inequívocos de mi aserto; y descubrir los manejos rastreros de cierto individuo, que se ha apropiado de mi trabajo para titularse editor, cuando no era sino conductor de las piezas que publicaba el que ahora ofrece al público El Toro de Once».
El Toro de Once seguirá, por otra parte, esgrimiendo su condición de padre del desaparecido Torito y así en El Clasificador [18] pueden leerse diez estrofas donde se insiste en el parentesco entre éste y El Torito de los Muchachos. Son las que comienzan: «Mañana saldrá / del rodeo de Ponce / un nuevo campeón / que es el Toro de Once. / Téngase entendido / que este animalito / es un Toro viejo / padre del Torito».
En El Lucero [19] se publicó además la siguiente noticia: «Ayer se distribuyó el n.º 1 de un nuevo periódico titulado El Toro de Once. Según vemos en el prospecto, es el padre del finado Torito de los Muchachos y será por esta razón que corneará con más vigor y destreza». Y decía de Angelis en el final con aguda visión premonitoria: «Dios nos libre de ser embestidos por animales tan bravos».
Si El Torito quiso reanudar sus embestidas a través de El Toro de Once, los Muchachos también desearon adquirir vida propia, pues salieron a la palestra periodística el 25 de junio de 1833 en un nuevo periódico que llevaba ese título, Los Muchachos, el cual según El Látigo Republicano, era redactado en forma conjunta por el autor del viejo El Torito de los Muchachos y por el napolitano Pedro de Angelis, presuntamente.
Tal vez en memoria de los desaparecidos «Toritos» de los años 30, apareció aún en Buenos Aires, el 3 de mayo de 1852 El Torito Colorado [20], que dejó de publicarse el 23 de junio del mismo año. Recuérdese que en el n.º 5 de El Torito de los Muchachos, cuando se presenta por primera vez la figura de un toro, que aún no reemplaza a la viñeta, se comienza con la siguiente estrofa: «¿No querían conocer / El Torito Colorado? / Pues vele hay en el prospecto / ya lo tienen imprentao».
Independientemente de su connotación política, la figura del Torito ha seguido siendo uno de los símbolos de la bravura orillera de Buenos Aires y acaso por eso Bartolomé Mitre, ya octogenario, escribió la letra de un tango así titulado, El Torito [21].
El Torito de los Muchachos constituye hoy una rareza hemerográfica. Se encuentran referencias a él en todas las obras históricas sobre periodismo argentino ya citadas y en otras donde se ha considerado especialmente la obra y la personalidad del autor a quien unánimemente se atribuye.
Luis Pérez y Juancho Barriales. El autor y sus máscaras
El Torito de los Muchachos, publicado in folio, llevaba como epígrafe permanente la frase: «Para decir que viene el Toro no hay que dar esos empujones», de expresión más acorde con su estilo que la frase adoptada con los mismos fines por El Gaucho: «Cada uno para sí y Dios para todos», simple traducción del adagio francés: «Chacun pour soi et Dieu pour tous».
Los números del 1 al 5 tienen una viñeta que representa un laúd y una trompeta cruzados, en el centro un papel pentagramado con notas musicales escritas, todo ello orlado por una guirnalda de flores. Pero a partir del número 6, dicha viñeta convencional es sustituida por la figura de un toro en actitud de embestir.
La colección completa consta de veinte números aparecidos, según lo anunciado, los jueves y domingos a partir del jueves 19 de agosto y hasta el domingo 24 de octubre de 1830. Está escrito íntegramente en verso, con la sola excepción de los Avisos que, a semejanza de los acostumbrados en los periódicos formales de la época, pero con intención satírica, se insertan en algunos de sus números. Su precio de suscripción, como quedó señalado, era de dos pesos mensuales y el del número suelto de dos reales.
Tras la aparición de su vigésimo número, El Torito de los Muchachos dejó de existir. Por intermedio de El Lucero, el editor hizo saber que suspendía sus trabajos «dando gracias a los federales por la aceptación que le han dispensado, ofreciendo emplear su débil pluma en sostén de la justa causa que defienden cuando se le proporciona ocasión».
Aparentemente, luego de la desaparición de El Torito de los Muchachos alguien trató de usurpar su título, pues, según lo indica Peña [17], en el número 324 de El Lucero del 16 de noviembre de 1830 se inserta un Comunicado con el siguiente texto: «Señor Editor del Lucero. Ha llegado a mis noticias que un impostor pretende dar un periódico bajo el título de Torito de los Muchachos. Como yo he sido el autor del papel que aquí se ha publicado bajo el mismo nombre, protesto perseguir ante la ley a cualquiera que tuviese la osadía de apropiarse lo que exclusivamente me pertenece. Para este caso ofrezco poner de manifiesto comprobantes inequívocos de mi aserto; y descubrir los manejos rastreros de cierto individuo, que se ha apropiado de mi trabajo para titularse editor, cuando no era sino conductor de las piezas que publicaba el que ahora ofrece al público El Toro de Once».
El Toro de Once seguirá, por otra parte, esgrimiendo su condición de padre del desaparecido Torito y así en El Clasificador [18] pueden leerse diez estrofas donde se insiste en el parentesco entre éste y El Torito de los Muchachos. Son las que comienzan: «Mañana saldrá / del rodeo de Ponce / un nuevo campeón / que es el Toro de Once. / Téngase entendido / que este animalito / es un Toro viejo / padre del Torito».
En El Lucero [19] se publicó además la siguiente noticia: «Ayer se distribuyó el n.º 1 de un nuevo periódico titulado El Toro de Once. Según vemos en el prospecto, es el padre del finado Torito de los Muchachos y será por esta razón que corneará con más vigor y destreza». Y decía de Angelis en el final con aguda visión premonitoria: «Dios nos libre de ser embestidos por animales tan bravos».
Si El Torito quiso reanudar sus embestidas a través de El Toro de Once, los Muchachos también desearon adquirir vida propia, pues salieron a la palestra periodística el 25 de junio de 1833 en un nuevo periódico que llevaba ese título, Los Muchachos, el cual según El Látigo Republicano, era redactado en forma conjunta por el autor del viejo El Torito de los Muchachos y por el napolitano Pedro de Angelis, presuntamente.
Tal vez en memoria de los desaparecidos «Toritos» de los años 30, apareció aún en Buenos Aires, el 3 de mayo de 1852 El Torito Colorado [20], que dejó de publicarse el 23 de junio del mismo año. Recuérdese que en el n.º 5 de El Torito de los Muchachos, cuando se presenta por primera vez la figura de un toro, que aún no reemplaza a la viñeta, se comienza con la siguiente estrofa: «¿No querían conocer / El Torito Colorado? / Pues vele hay en el prospecto / ya lo tienen imprentao».
Independientemente de su connotación política, la figura del Torito ha seguido siendo uno de los símbolos de la bravura orillera de Buenos Aires y acaso por eso Bartolomé Mitre, ya octogenario, escribió la letra de un tango así titulado, El Torito [21].
El Torito de los Muchachos constituye hoy una rareza hemerográfica. Se encuentran referencias a él en todas las obras históricas sobre periodismo argentino ya citadas y en otras donde se ha considerado especialmente la obra y la personalidad del autor a quien unánimemente se atribuye.
Luis Pérez y Juancho Barriales. El autor y sus máscaras
¿Quién fue el autor de El Torito de los Muchachos? Si nos atenemos a las referencias de sus textos diremos que fue Juancho Barriales, mozo amargo del pago de la Magdalena y aparcero de Contreras, es decir, de Pancho Lugares Contreras, El Gaucho, autor y protagonista del periódico homónimo a quien se debe la curiosa biografía de Rosas escrita en versos aptos para cantar.
Si hemos de atender a las evidencias surgidas de las dispersas declaraciones y cartas, ofensivas y defensivas, aparecidas en los periódicos porteños desde 1830 hasta 1844 por lo menos, y a las referencias dadas por todos los estudiosos del periodismo local, su autor real es Luis Pérez. Luis Pérez, así, a secas, sin otro nombre o apellido para facilitar su filiación.
Pese a que se hallan referencias a Pérez en numerosas obras sobre hemerografía y literatura, su biografía detallada no fue dada a conocer hasta que Ricardo Rodríguez Molas primero y Luis Soler Cañas después la enfocaron abiertamente en sus respectivos trabajos [22]. No cabe reproducir aquí sus extensos estudios donde abundan las transcripciones de periódicos de la época y sabrosas pesquisas acerca de las actividades de Luis Pérez tras haberse eclipsado su musa periodística, pero tampoco puede eludirse la referencia biográfica con algunos datos básicos para su ubicación.
No existen testimonios sobre la fecha de nacimiento de Luis Pérez. Antonio Zinny [23] y también José María Ramos Mejía, siguiéndolo, dicen que era natural de Buenos Aires, pero Rodríguez Molas sostiene que «vio la luz en Tucumán». Se basa en una manifestación realizada por el propio Pérez publicada en El Clasificador el 10 de enero de 1831, donde, a raíz de haber sido acusado de «español» por dos individuos -O. Apolinario y el Juez de Paz de San Nicolás, I. Pablo Hernández- se defiende diciendo: «No dudo que dirán quién soy, y cuál es mi país, particularmente el primero que fue condiscípulo mío en Tucumán». La frase es realmente algo vaga y sólo asevera que Pérez estudió en aquella provincia y que Apolinario podía conocerlo de allí, pero creemos muy posible que con ella haya querido establecer también el lugar de su nacimiento.
Los datos que poseemos acerca de su vida proceden en general de sus propias declaraciones y defensas y se hallan casi todos en las páginas de El Gaucho Restaurador, el último de sus periódicos cíclicos, nacido y desaparecido en el año 1833.
Según ellos fue uno de los patriotas que ocuparon la plaza de la Victoria el 25 de mayo de 1810. Cooperó en la formación de la primera compañía de cívicos de honor que se presentó el 1.º de febrero de 1811, compañía a la cual perteneció desde su creación, uniformado a su costa, como todos los de su clase. Anteriormente había tomado parte, al parecer, en la defensa de Buenos Aires durante las invasiones inglesas y después de la revolución emancipadora fue subteniente del batallón n.º 2 del Ejército del Perú.
Abrazó ardientemente la causa de la Federación y a partir de 1830 comenzó a publicar sus periódicos satírico-políticos. Es posible, sin embargo, que antes de esa fecha haya incursionado en el verso «gauchesco» y nos atrevemos a decir que no sería arriesgado señalarlo como uno de los probables autores de la Graciosa y divertida conversación que tuvo Chano con señor Ramón Contreras con respecto a las fiestas mayas de 1823 [24] y de la Graciosa y divertida conversación que tuvo Chano con señor Ramón Contreras en la que el primero detalla las batallas de Lima y Alto Perú, como asimismo las de la Banda Oriental, habiendo estado cerca de ambos gobiernos en el carácter de comisionado y ahora acaba de llegar de chasque del Sarandí [25], publicados por la Imprenta de Expósitos y del Estado, respectivamente.
En apariencia, su actividad no se concretaba a escribir, editar y vender sus periódicos, sino que también frecuentaba los ambientes de las orillas y allí, posiblemente, sus cielitos se hicieron canto en las guitarras y sus diálogos se enriquecieron con el decir de los hombres del pueblo.
Según Zinny [26], «la casa de Pérez fue en 1833 el punto de reunión donde se preparó la revolución de los Restauradores, el 11 de octubre. Tenía pagados cuatro correos que circulaban por la campaña sus periódicos, los que contribuyeron no poco en los progresos de la causa, especialmente en San Nicolás de los Arroyos, por medio del coronel don Agustín Rabelo y teniente coronel don Facundo Borda».
Su existencia fue azarosa. Luchó a brazo partido contra los unitarios y contra los federales. Su única sujeción fue la que tributaba a Juan Manuel de Rosas. Pese a ello, durante el gobierno del Restaurador de las Leyes fue encarcelado dos veces: una en 1831 a raíz de un artículo publicado en El Toro de Once, situación en que fue socorrido con dinero por medio de una suscripción en la que figuraron las personalidades más notables del periodismo de la época y del Partido Federal y de la que fue liberado gracias a la intervención personal de Rosas; y otra en 1834, en que sostuvo una violenta polémica con Pedro de Angelis, entonces editor de El Monitor, y se presentó luego ante la justicia para acusar al ministro Manuel José García de haberlo agraviado. En este último caso se trata de lo ocurrido en la sesión de la Sala de Representantes del 17 de marzo de 1834, en que el ministro García «descendió a manifestar» que acababa de aparecer un periódico sedicioso que el gobierno temía, no por lo que era, sino por las consecuencias que traía necesariamente aparejadas. Se refería a El Gaucho Restaurador de Luis Pérez, y en la misma sesión de la Junta presentó un proyecto de «artículos adicionales a la ley del 8 de mayo de 1828 que rige provisionalmente la libertad de imprenta, hasta la sanción de la ley permanente». Allí se impedía utilizar la sátira referida a los ciudadanos y autoridades por considerarla «chabacana», es decir, se silenciaba la manera espontánea de expresión de este singular periodista que era Luis Pérez.
Los artículos aparecidos en La Gaceta Mercantil acerca de esta querella, durante varios días a partir del 19 de marzo, son interesantísimos. Pérez -no cabe duda de que de él se trata- firma dos de ellos Un gaucho y anuncia que va «a escribir una Petipieza (porque también los gauchos entendemos de Petipiezas) titulada No la hagas y no la temas, y el que no tiene cola de paja no teme que se le queme» [27]. Hay también una carta al editor de La Gaceta firmada por Agustín Garrigós, quien, tras señalar que no tiene nada que ver con El Gaucho Restaurador, defiende la libertad de expresión y el libre uso de la sátira: «El que tenga la habilidad para hacer uso de la sátira hará bien en emplearla, siempre que respete la decencia y la ley del país».
Con todo Pérez debió abandonar su sátira y su último periódico. El n.º 7 de El Gaucho Restaurador es sólo una hoja titulada Despedida del Editor del Gaucho Restaurador, Buenos Aires, jueves 3 de abril de 1834 [28].
Según datos aportados por Rodríguez Molas, el 21 de abril Luis Pérez había vuelto a visitar las celdas de la prisión de Buenos Aires. A partir de esa fecha, los datos que poseemos sobre Pérez fueron hallados por Soler Cañas en periódicos de 1843 a 1844. Según ellos un Luis Pérez -que cree el mismo objeto de su estudio- se había establecido en 1843 con un negocio cuya naturaleza exacta no resulta clara, aunque por el texto de los avisos que toma El Diario de la Tarde, parece ser que por lo menos se dedicaba a la venta de impresos. Posiblemente fue también autor de un folleto titulado Clamor Argentino [...] firmado por Un Federal.
Tiempo después, Luis Pérez aparece al frente de un denominado Escritorio Mercantil, cuyas mudanzas registran los avisos hasta que por fin se instala en «un local cómodo y aparente; tal es la casa n.º 41 calle de la Catedral, altos del Sr. Escalada, situada en la misma cuadra de la casa de Moneda última escalera antes de llegar a la esquina que hace frente al café de la Armonía, conocido por el de Catalanes. Allí se lo encontrará a toda hora del día hasta las 9 de la noche y en su defecto una persona encargada de recibir órdenes».
Luis Pérez fue, en general, muy maltratado por sus contemporáneos, no tanto por sus opositores políticos, en quienes no hemos hallado hasta ahora referencias directas a él, como, lo que es curioso, por sus mismos correligionarios. Cavia, de Angelis, el comisario Larrea, el ministro García, no tienen reparos en expresarse respecto de él con desconsideración o con franco desprecio. «Este infeliz hombre», lo llama Larrea, y motiva esta notable respuesta de Pérez: «la infelicidad que sólo proviene de disfavor de la fortuna nunca fue un crimen» [29]. Orador de taberna, hombre perverso, hombre malvado, hombre nacido para la ruina y perdición del país, hombre miserable, vulgar y coplero, le llamó el ministro Manuel J. García, según Antonio Zinny, quien acota: «Parece que Pérez fue incitado por Rosas a dirigir sus ataques al ministro García, a quien siempre odió éste, hasta el punto de vejarle haciéndole cargar un fusil a una muy avanzada edad, cuya circunstancia abrevió sus días»[30].
Pese a todo ello, es indudable que Pérez no era ni iletrado ni necio. Era, sí, incisivo y peligroso para todo aquel que no fuera Rosas mismo. Respecto de este último fue, -en cambio, consecuente. Posesionado de las intenciones del Restaurador, parecía ver por sus ojos, oír por sus oídos, decir por su boca; por ello en sus versos se prefiguran muchas veces resoluciones que sólo tiempo después fueron hechas públicas por el gobierno.
No nos parece, sin embargo, que Pérez buscara primordialmente, con su actitud, recompensa económica. Así, por ejemplo, cuando el 22 de febrero de 1834 el general Mansilla, a la sazón Jefe de Policía, lo nombró veedor de calles y caminos, con un sueldo de 150 pesos mensuales, con miras a que hiciera cumplir luego en ese aspecto el Reglamento de Policía que se publicaría en marzo del mismo año, y Pérez no lo acepta porque lo consideraba poco «por los servicios prestados a la causa federal», no parece haber tras esa negativa tanto de interés pecuniario como de resentimiento afectivo.
La posteridad le brinda ahora, con juicio que el tiempo ha serenado, un homenaje que él no esperaba ni deseaba, seguramente, pues, aplacada la circunstancial contienda política, queda Luis Pérez junto a sus opositores, Juan Gualberto Godoy e Hilario Ascasubi, como un autor insoslayable en los estudios de la expresión literaria rioplatense de la primera mitad del siglo XIX.
Si el padre Castañeda fue capaz de crear innumerables fantasmas que hablaran por él, Luis Pérez, como más tarde Ascasubi, no se quedó a la zaga en ese aspecto. Pancho Lugares Contreras (llamado a veces Contreras solamente), Juana Contreras, Pedro Lugares, Chano, Panta el nutriero, Chanonga, Sor. Chuta Gestos, Antuco Gramajo, Ticucha, Don Cunino, Don Alifonso, Jacinto Lugares, Chingolo, Juancho Barriales, Lucho Olivares, entre los blancos, Catalina, el tío Juan, Franchico, Juana y Pedro José, Juana Peña, entre los negros, son algunas de las máscaras usadas por Pérez en su teatro periodístico [31].
La mención de Juancho Barriales, el supuesto autor de El Torito de los Muchachos, domador «metido a escribinista», presenta un interés especial por haber terminado su trayectoria literaria en este periódico y haber vuelto a surgir, años después, en versos que han motivado ya páginas a importantes investigadores de la poesía gauchesca.
Efectivamente, el Juan Barriales que firmaba en 1859 Un cielito ateruterado dirigido a Aniceto el Gallipavo y El cielito de la luz dedicado al Ejército que va a invadir Güenos Aires, ambas composiciones publicadas en el diario El Uruguay, de Concepción del Uruguay, ha dado pie a diversas hipótesis en cuanto a qué persona se escondía bajo esa máscara dejada por Luis Pérez casi treinta años atrás. El primer cielito era una réplica al Cielito del terutero de Aniceto el Gallo, publicado por Hilario Ascasubi el 11 de abril de ese año en El Nacional, que comenzaba: «Con que el tremendo Don Justo / ha dao término a la tregua / y por fin montao en yegua / viene a matarnos de un susto?». Con referencia a esta composición, y después de otras consideraciones, expresa Aniceto: «Después, a la cuenta mis versos llegaron a Gualeguaychú aonde se agravió por ellos cierto Cantimpla llamao Virotica, quien, de tapao bajo el poncho de un imaginao Barriales, me trucó a desvergüenzas; pero luego supe que allá en Entre Ríos no había tal chimango coplero llamao Barriales, sino el mesmo Virotica, secretario y tiernísimo yerno del Diretudo, a quien no se le despega bailándole de pelao, o el pelao, que es idéntico a la gezuza». Sigue después su Retruco a Virotica [32].
Así pues, el Juan Barriales del Cielito ateruterado ha sido identificado por Ascasubi como Benjamín Victorica, yerno de Urquiza, pues estaba casado con su hija Ana, y colaborador en diversos periódicos entrerrianos de la época. En cuanto al Juan Barriales de El cielito de la luz, bien podría ser el mismo Victorica, aunque sin otras pruebas nunca es posible descartar de plano que su máscara no haya sido adoptada por algún otro cultor del verso gauchipolítico [33].
De todas maneras importa destacar, aunque el punto quede para desarrollarse en otra ocasión, la condición receptiva y expansiva de personajes generadores de ciclos que tuvo la obra de Luis Pérez. Receptiva porque supo aprovechar los viejos apellidos elegidos por Hidalgo para ubicarlos, a veces con nombres distintos, en diversos papeles de su mutante escena, y lo mismo hizo con doña María Retazos, la heroína del padre Castañeda. Expansiva porque dio lugar a otros prototipos, como Chanonga y especialmente Juancho Barriales, que perduraron durante décadas en el recuerdo de las generaciones argentinas.
Es posible que no todo lo publicado por Luis Pérez en El Torito de los Muchachos haya surgido de su pluma; sin embargo no queda constancia que permita identificar a sus colaboradores.
Respecto de esto constituye una curiosidad la hipótesis formulada por Carlos Correa Luna en su artículo titulado Versos de Rosas [34], donde atribuye al mismo don Juan Manuel unos versos cuyo estribillo es: «Viva el señor Lavalle / en la boca de un cañón».
Si bien no es aún probable que Rosas haya aportado material poético al periódico, sí es evidente la muy estrecha relación existente entre el Restaurador y su familia, en especial su esposa y su madre, con el editor de El Torito, lo que se deduce de las muchas composiciones dedicadas al uso de divisas entre las mujeres y también de la inquina contra personajes de importancia secundaria históricamente, pero que habían afectado en forma directa a su familia, como es el caso del comisario Piedracueva.
Observaciones sobre los textos El Torito de los Muchachos
Si hemos de atender a las evidencias surgidas de las dispersas declaraciones y cartas, ofensivas y defensivas, aparecidas en los periódicos porteños desde 1830 hasta 1844 por lo menos, y a las referencias dadas por todos los estudiosos del periodismo local, su autor real es Luis Pérez. Luis Pérez, así, a secas, sin otro nombre o apellido para facilitar su filiación.
Pese a que se hallan referencias a Pérez en numerosas obras sobre hemerografía y literatura, su biografía detallada no fue dada a conocer hasta que Ricardo Rodríguez Molas primero y Luis Soler Cañas después la enfocaron abiertamente en sus respectivos trabajos [22]. No cabe reproducir aquí sus extensos estudios donde abundan las transcripciones de periódicos de la época y sabrosas pesquisas acerca de las actividades de Luis Pérez tras haberse eclipsado su musa periodística, pero tampoco puede eludirse la referencia biográfica con algunos datos básicos para su ubicación.
No existen testimonios sobre la fecha de nacimiento de Luis Pérez. Antonio Zinny [23] y también José María Ramos Mejía, siguiéndolo, dicen que era natural de Buenos Aires, pero Rodríguez Molas sostiene que «vio la luz en Tucumán». Se basa en una manifestación realizada por el propio Pérez publicada en El Clasificador el 10 de enero de 1831, donde, a raíz de haber sido acusado de «español» por dos individuos -O. Apolinario y el Juez de Paz de San Nicolás, I. Pablo Hernández- se defiende diciendo: «No dudo que dirán quién soy, y cuál es mi país, particularmente el primero que fue condiscípulo mío en Tucumán». La frase es realmente algo vaga y sólo asevera que Pérez estudió en aquella provincia y que Apolinario podía conocerlo de allí, pero creemos muy posible que con ella haya querido establecer también el lugar de su nacimiento.
Los datos que poseemos acerca de su vida proceden en general de sus propias declaraciones y defensas y se hallan casi todos en las páginas de El Gaucho Restaurador, el último de sus periódicos cíclicos, nacido y desaparecido en el año 1833.
Según ellos fue uno de los patriotas que ocuparon la plaza de la Victoria el 25 de mayo de 1810. Cooperó en la formación de la primera compañía de cívicos de honor que se presentó el 1.º de febrero de 1811, compañía a la cual perteneció desde su creación, uniformado a su costa, como todos los de su clase. Anteriormente había tomado parte, al parecer, en la defensa de Buenos Aires durante las invasiones inglesas y después de la revolución emancipadora fue subteniente del batallón n.º 2 del Ejército del Perú.
Abrazó ardientemente la causa de la Federación y a partir de 1830 comenzó a publicar sus periódicos satírico-políticos. Es posible, sin embargo, que antes de esa fecha haya incursionado en el verso «gauchesco» y nos atrevemos a decir que no sería arriesgado señalarlo como uno de los probables autores de la Graciosa y divertida conversación que tuvo Chano con señor Ramón Contreras con respecto a las fiestas mayas de 1823 [24] y de la Graciosa y divertida conversación que tuvo Chano con señor Ramón Contreras en la que el primero detalla las batallas de Lima y Alto Perú, como asimismo las de la Banda Oriental, habiendo estado cerca de ambos gobiernos en el carácter de comisionado y ahora acaba de llegar de chasque del Sarandí [25], publicados por la Imprenta de Expósitos y del Estado, respectivamente.
En apariencia, su actividad no se concretaba a escribir, editar y vender sus periódicos, sino que también frecuentaba los ambientes de las orillas y allí, posiblemente, sus cielitos se hicieron canto en las guitarras y sus diálogos se enriquecieron con el decir de los hombres del pueblo.
Según Zinny [26], «la casa de Pérez fue en 1833 el punto de reunión donde se preparó la revolución de los Restauradores, el 11 de octubre. Tenía pagados cuatro correos que circulaban por la campaña sus periódicos, los que contribuyeron no poco en los progresos de la causa, especialmente en San Nicolás de los Arroyos, por medio del coronel don Agustín Rabelo y teniente coronel don Facundo Borda».
Su existencia fue azarosa. Luchó a brazo partido contra los unitarios y contra los federales. Su única sujeción fue la que tributaba a Juan Manuel de Rosas. Pese a ello, durante el gobierno del Restaurador de las Leyes fue encarcelado dos veces: una en 1831 a raíz de un artículo publicado en El Toro de Once, situación en que fue socorrido con dinero por medio de una suscripción en la que figuraron las personalidades más notables del periodismo de la época y del Partido Federal y de la que fue liberado gracias a la intervención personal de Rosas; y otra en 1834, en que sostuvo una violenta polémica con Pedro de Angelis, entonces editor de El Monitor, y se presentó luego ante la justicia para acusar al ministro Manuel José García de haberlo agraviado. En este último caso se trata de lo ocurrido en la sesión de la Sala de Representantes del 17 de marzo de 1834, en que el ministro García «descendió a manifestar» que acababa de aparecer un periódico sedicioso que el gobierno temía, no por lo que era, sino por las consecuencias que traía necesariamente aparejadas. Se refería a El Gaucho Restaurador de Luis Pérez, y en la misma sesión de la Junta presentó un proyecto de «artículos adicionales a la ley del 8 de mayo de 1828 que rige provisionalmente la libertad de imprenta, hasta la sanción de la ley permanente». Allí se impedía utilizar la sátira referida a los ciudadanos y autoridades por considerarla «chabacana», es decir, se silenciaba la manera espontánea de expresión de este singular periodista que era Luis Pérez.
Los artículos aparecidos en La Gaceta Mercantil acerca de esta querella, durante varios días a partir del 19 de marzo, son interesantísimos. Pérez -no cabe duda de que de él se trata- firma dos de ellos Un gaucho y anuncia que va «a escribir una Petipieza (porque también los gauchos entendemos de Petipiezas) titulada No la hagas y no la temas, y el que no tiene cola de paja no teme que se le queme» [27]. Hay también una carta al editor de La Gaceta firmada por Agustín Garrigós, quien, tras señalar que no tiene nada que ver con El Gaucho Restaurador, defiende la libertad de expresión y el libre uso de la sátira: «El que tenga la habilidad para hacer uso de la sátira hará bien en emplearla, siempre que respete la decencia y la ley del país».
Con todo Pérez debió abandonar su sátira y su último periódico. El n.º 7 de El Gaucho Restaurador es sólo una hoja titulada Despedida del Editor del Gaucho Restaurador, Buenos Aires, jueves 3 de abril de 1834 [28].
Según datos aportados por Rodríguez Molas, el 21 de abril Luis Pérez había vuelto a visitar las celdas de la prisión de Buenos Aires. A partir de esa fecha, los datos que poseemos sobre Pérez fueron hallados por Soler Cañas en periódicos de 1843 a 1844. Según ellos un Luis Pérez -que cree el mismo objeto de su estudio- se había establecido en 1843 con un negocio cuya naturaleza exacta no resulta clara, aunque por el texto de los avisos que toma El Diario de la Tarde, parece ser que por lo menos se dedicaba a la venta de impresos. Posiblemente fue también autor de un folleto titulado Clamor Argentino [...] firmado por Un Federal.
Tiempo después, Luis Pérez aparece al frente de un denominado Escritorio Mercantil, cuyas mudanzas registran los avisos hasta que por fin se instala en «un local cómodo y aparente; tal es la casa n.º 41 calle de la Catedral, altos del Sr. Escalada, situada en la misma cuadra de la casa de Moneda última escalera antes de llegar a la esquina que hace frente al café de la Armonía, conocido por el de Catalanes. Allí se lo encontrará a toda hora del día hasta las 9 de la noche y en su defecto una persona encargada de recibir órdenes».
Luis Pérez fue, en general, muy maltratado por sus contemporáneos, no tanto por sus opositores políticos, en quienes no hemos hallado hasta ahora referencias directas a él, como, lo que es curioso, por sus mismos correligionarios. Cavia, de Angelis, el comisario Larrea, el ministro García, no tienen reparos en expresarse respecto de él con desconsideración o con franco desprecio. «Este infeliz hombre», lo llama Larrea, y motiva esta notable respuesta de Pérez: «la infelicidad que sólo proviene de disfavor de la fortuna nunca fue un crimen» [29]. Orador de taberna, hombre perverso, hombre malvado, hombre nacido para la ruina y perdición del país, hombre miserable, vulgar y coplero, le llamó el ministro Manuel J. García, según Antonio Zinny, quien acota: «Parece que Pérez fue incitado por Rosas a dirigir sus ataques al ministro García, a quien siempre odió éste, hasta el punto de vejarle haciéndole cargar un fusil a una muy avanzada edad, cuya circunstancia abrevió sus días»[30].
Pese a todo ello, es indudable que Pérez no era ni iletrado ni necio. Era, sí, incisivo y peligroso para todo aquel que no fuera Rosas mismo. Respecto de este último fue, -en cambio, consecuente. Posesionado de las intenciones del Restaurador, parecía ver por sus ojos, oír por sus oídos, decir por su boca; por ello en sus versos se prefiguran muchas veces resoluciones que sólo tiempo después fueron hechas públicas por el gobierno.
No nos parece, sin embargo, que Pérez buscara primordialmente, con su actitud, recompensa económica. Así, por ejemplo, cuando el 22 de febrero de 1834 el general Mansilla, a la sazón Jefe de Policía, lo nombró veedor de calles y caminos, con un sueldo de 150 pesos mensuales, con miras a que hiciera cumplir luego en ese aspecto el Reglamento de Policía que se publicaría en marzo del mismo año, y Pérez no lo acepta porque lo consideraba poco «por los servicios prestados a la causa federal», no parece haber tras esa negativa tanto de interés pecuniario como de resentimiento afectivo.
La posteridad le brinda ahora, con juicio que el tiempo ha serenado, un homenaje que él no esperaba ni deseaba, seguramente, pues, aplacada la circunstancial contienda política, queda Luis Pérez junto a sus opositores, Juan Gualberto Godoy e Hilario Ascasubi, como un autor insoslayable en los estudios de la expresión literaria rioplatense de la primera mitad del siglo XIX.
Si el padre Castañeda fue capaz de crear innumerables fantasmas que hablaran por él, Luis Pérez, como más tarde Ascasubi, no se quedó a la zaga en ese aspecto. Pancho Lugares Contreras (llamado a veces Contreras solamente), Juana Contreras, Pedro Lugares, Chano, Panta el nutriero, Chanonga, Sor. Chuta Gestos, Antuco Gramajo, Ticucha, Don Cunino, Don Alifonso, Jacinto Lugares, Chingolo, Juancho Barriales, Lucho Olivares, entre los blancos, Catalina, el tío Juan, Franchico, Juana y Pedro José, Juana Peña, entre los negros, son algunas de las máscaras usadas por Pérez en su teatro periodístico [31].
La mención de Juancho Barriales, el supuesto autor de El Torito de los Muchachos, domador «metido a escribinista», presenta un interés especial por haber terminado su trayectoria literaria en este periódico y haber vuelto a surgir, años después, en versos que han motivado ya páginas a importantes investigadores de la poesía gauchesca.
Efectivamente, el Juan Barriales que firmaba en 1859 Un cielito ateruterado dirigido a Aniceto el Gallipavo y El cielito de la luz dedicado al Ejército que va a invadir Güenos Aires, ambas composiciones publicadas en el diario El Uruguay, de Concepción del Uruguay, ha dado pie a diversas hipótesis en cuanto a qué persona se escondía bajo esa máscara dejada por Luis Pérez casi treinta años atrás. El primer cielito era una réplica al Cielito del terutero de Aniceto el Gallo, publicado por Hilario Ascasubi el 11 de abril de ese año en El Nacional, que comenzaba: «Con que el tremendo Don Justo / ha dao término a la tregua / y por fin montao en yegua / viene a matarnos de un susto?». Con referencia a esta composición, y después de otras consideraciones, expresa Aniceto: «Después, a la cuenta mis versos llegaron a Gualeguaychú aonde se agravió por ellos cierto Cantimpla llamao Virotica, quien, de tapao bajo el poncho de un imaginao Barriales, me trucó a desvergüenzas; pero luego supe que allá en Entre Ríos no había tal chimango coplero llamao Barriales, sino el mesmo Virotica, secretario y tiernísimo yerno del Diretudo, a quien no se le despega bailándole de pelao, o el pelao, que es idéntico a la gezuza». Sigue después su Retruco a Virotica [32].
Así pues, el Juan Barriales del Cielito ateruterado ha sido identificado por Ascasubi como Benjamín Victorica, yerno de Urquiza, pues estaba casado con su hija Ana, y colaborador en diversos periódicos entrerrianos de la época. En cuanto al Juan Barriales de El cielito de la luz, bien podría ser el mismo Victorica, aunque sin otras pruebas nunca es posible descartar de plano que su máscara no haya sido adoptada por algún otro cultor del verso gauchipolítico [33].
De todas maneras importa destacar, aunque el punto quede para desarrollarse en otra ocasión, la condición receptiva y expansiva de personajes generadores de ciclos que tuvo la obra de Luis Pérez. Receptiva porque supo aprovechar los viejos apellidos elegidos por Hidalgo para ubicarlos, a veces con nombres distintos, en diversos papeles de su mutante escena, y lo mismo hizo con doña María Retazos, la heroína del padre Castañeda. Expansiva porque dio lugar a otros prototipos, como Chanonga y especialmente Juancho Barriales, que perduraron durante décadas en el recuerdo de las generaciones argentinas.
Es posible que no todo lo publicado por Luis Pérez en El Torito de los Muchachos haya surgido de su pluma; sin embargo no queda constancia que permita identificar a sus colaboradores.
Respecto de esto constituye una curiosidad la hipótesis formulada por Carlos Correa Luna en su artículo titulado Versos de Rosas [34], donde atribuye al mismo don Juan Manuel unos versos cuyo estribillo es: «Viva el señor Lavalle / en la boca de un cañón».
Si bien no es aún probable que Rosas haya aportado material poético al periódico, sí es evidente la muy estrecha relación existente entre el Restaurador y su familia, en especial su esposa y su madre, con el editor de El Torito, lo que se deduce de las muchas composiciones dedicadas al uso de divisas entre las mujeres y también de la inquina contra personajes de importancia secundaria históricamente, pero que habían afectado en forma directa a su familia, como es el caso del comisario Piedracueva.
Observaciones sobre los textos El Torito de los Muchachos
Desde el punto de vista histórico, tanto como desde el filológico, El Torito de los Muchachos constituye un testimonio pleno de interés.
En el primer aspecto se hace necesario enfocar su estudio en todos los planos en que se establece una relación entre el periódico y la sociedad. Esta relación plurifacética exige y merece un tratamiento más detallado que el que corresponde a una noticia preliminar, pero al menos, a través de un rápido comentario sobre cada uno de sus números, podemos tratar de facilitar al lector la ubicación en algunas de las circunstancias y algunos de los hechos a que se refiere el periódico o en los que aparecen sus personajes.
Número 1. Barriales hace su presentación de El Torito de los Muchachos relacionándolo con El Gaucho, de Contreras, que debía coexistir con él y superarlo en dos meses de vida, pues finalizó en diciembre de 1830. Recibe los plácemes y consejos de su aparcero Lucho Olivares (otro criollo) y se apresura a contestarle. En todas estas piezas se exponen los motivos que inducen a Barriales a sacar El Torito: servir a la Patria y a la Federación, «sin perjuicio, ya se sabe / de que me larguen los reales», según sus propias palabras. Las circunstancias en que aparece se muestran difíciles -«que es ver cómo está la Patria / que me quiebra el corazón»-, pero Barriales confía en el gobierno y en que «ha de triunfar la opinión». El motivo de la muerte del coronel Dorrego aparece ya en este primer número y también las amenazas de castigo para «los del 1.º», sus opositores unitarios que, con Lavalle a la cabeza, lo hicieron fusilar.
Entre los avisos, uno recuerda la distinción ideológica por corte de pelo (barba y patillas en forma de U de los unitarios) y finalmente en el teatro, entre las obras que se anuncian, se encuentra El Boticario Fanfarrón, donde figura este personaje del boticario que parece referido a un tal Piedracueva [35]. Por esos años solían representarse sainetes con títulos semejantes. Uno de ellos era El Brasileño Fanfarrón, imitación de otro celebrado sainete, El Soldado Fanfarrón, a su vez imitación de El Valiente y la Fantasma [36].
Número 2. Continúa la carta de Barriales a Olivares. Se refiere a que, antes de la ascensión de Rosas al poder, en época de Lavalle y los unitarios, ya se estableció mandar a los presos políticos a los pontones o buques de guerra. Como ya se ha dicho, el mismo Luis Pérez fue huésped de uno de ellos en 1831, como consecuencia de una publicación. Se menciona a continuación el canto del «Trágala perro», pues, según El Clasificador del 13 de junio de 1830, «en el reinado de los parricidas cantaron los españoles el Trágala en la plaza de Monserrat con grande aplauso de los unitarios [...]», y a esto mismo se refiere El Torito. Lo que ocurre es que la canción del «trágala» era utilizada por los liberales españoles precisamente para zaherir a los realistas diciendo: «Trágala, trágala / tú servilón / tú que no quieres / Constitución». Es posible que con estos versos estuvieran de acuerdo los unitarios que, en cambio, censuraban otros de los realistas, que rezaban: «Vivan las cadenas / Viva la opresión, / Viva el rei Fernando / Muera la nación» [37]. El antagonismo con los españoles se manifiesta en El Torito con toda su fuerza. Lo mismo ocurría en la Sala de Representantes como lo atestiguan los alegatos de Santiago Figueredo, que recuerda los privilegios de que gozan, mayores aún que los de los patricios, y hace un llamado para «salvar a la Patria» {38]. Ya un mes antes se había seguido causa criminal al ciudadano Hugo Bulow por sospecha de ser espía del gobierno de España [39], y el 28 de julio se alborota la ciudad por «haberse fijado en las puertas de calle de varias casas respetables entre ellas en la del Gobernador, y en la del presidente de la Sala de Representantes, el retrato del rey de España, estampado sobre género de seda, teniendo en la circunferencia la siguiente inscripción: Fernando VII Rey de España y de las Indias, y al pie del retrato, manuscrito, nuestro amo» [40].
También se prefigura en este número la identificación ideológica por el atuendo, que debía tomar tanto incremento en los años posteriores del gobierno de Rosas. Se oponen chaqueta y fraque y aparece la palabra compadrito como denominación despectiva del habitante de las orillas. La réplica a ella parecía ser pintor y cajetilla, aplicables a los de fraque, naturalmente. Sobre ese tema versa también el Cielito del Torito, donde aparece una cuarteta sumamente clara respecto de algo que indignaba al hombre de la campaña de Buenos Aires, la que expresa: «Cielito cielo que sí / Cielito; y es evidente / El hacendado es de plebe / y un tiendero hombre decente».
Número 3. El tema central es avivar el rencor y el desprecio hacia los decembristas (los «diez y seis hembristas», como los llama), sin nombrarlos, pero con señas que si en la mayor parte de los casos son reveladoras aun para nosotros, serían alusiones clarísimas para el público de la época. Vuelve luego, en otra composición, al tema de las patillas, que era una de las preocupaciones del momento [41]. La mención de Jardón, en la composición titulada Correspondencia, coincide con publicaciones hechas en La Gaceta Mercantil por un escribano de ese apellido que había sido puesto preso en virtud de las facultades extraordinarias de que estaba investido por entonces el gobernador Juan Manuel de Rosas, pero que en julio de 1830, habiendo cesado dichas facultades, continuaba preso y no sabía por qué [42]. Efectivamente, Rosas había sido investido de facultades extraordinarias por la Sala de Representantes, y en su mensaje de 3 de mayo de 1830, manifestaba a la misma que ese día terminaba el ejercicio de aquel «odioso poder». Después de largos debates, el 2 de agosto del mismo año se sancionó acordarle nuevas facultades extraordinarias sin término fijo.
Número 4. Comienza en este número el largo Testamento, atribuido en la ficción a Bernardino Rivadavia, donde se menciona gran cantidad de personas comprometidas con el gobierno unitario de la época en que este fuera ministro primero y presidente después, y especialmente los que apoyaron a Lavalle después de la revolución del 1.º de diciembre de 1828. Una carta de Olivares a Barriales lo alienta a seguir en su senda; recuerda cómo los «trajinaron» a los federales en El Tiempo y El Pampero y confía en El Torito para que los persiga. Hay una clara intención de unificar opiniones en favor de Rosas en la cuarteta: «Que obedezcan al que manda / pues tenemos lo mejor / y no hay más que apetecer / en nuestro Gobernador». Por fin mantiene jocosamente la incógnita sobre la identidad de Barriales, ante quienes quieren saber quién es el editor de El Torito.
Número 5. Aparece impresa la figura del torito pero en posición pacífica. No se ha reemplazado aún la viñeta convencional de los números anteriores. Se nombra aquí al torito como El Torito Colorado y sus primeras embestidas son contra los portugueses. Sigue el Testamento «que quedó pendiente en el número anterior», con nuevas alusiones identificables. En el Aviso. Se necesita, se hace referencia al batallón de los Amigos del Orden que había sido formado con comerciantes extranjeros, de los que se excluía a los ingleses. El cónsul de Francia presentó oportunamente reclamos por las diferencias que se realizaban entre los súbditos de Inglaterra y Francia, pero debía tenerse en cuenta que la primera ya había reconocido, en el momento de la formación del citado cuerpo -a comienzos de 1829- la independencia de nuestro país.
Número 6. Al tiempo de la aparición de este número ya parecen haber surgido quejas contra El Torito, puesto que él se ha puesto a la defensiva, desde la primera composición. Continúa luego el Testamento iniciado en el n.º 4, con alusiones a nuevas personalidades opositoras al gobierno federal.
Número 7. Comienza con un llamado a la unión de los federales, ya que al parecer ha sido atacado de palabra y por escrito el mismo editor de El Torito. Sigue una relación de Olivares, con más de gauchesco que de político. Lo más notable de este número es la composición en décimas al «Ilustre Cónsul Francés». Se trataba de Mendeville, personaje grato a Rosas por razones políticas y personales, como que estaba casado con Mariquita Sánchez, hermana de leche del Restaurador.
Número 8. Concluye el Testamento que quedó pendiente en el n.º 6 y en él sigue la nómina de personajes anatematizados. Como contrahechura [43] del molde poético de los Gozos a la Santísima Trinidad aparecen los Gozos al Glorioso San Tristeza, Abogado de los Mártires del Cacique, que desarrolla los mismos temas y en torno de los mismos personajes que los precedentes. Comienza aquí la querella de los moños con sendos avisos, a las federales y a las unitarias.
Número 9. El Torito reacciona ante la aparición de El Arriero Cordobés, publicado en Montevideo por Hilario Ascasubi pero atribuido por Pérez al francés Luis Laserre, ex-director de El Diablo Rosado, que había ya emigrado a esa ciudad. Refuta los ataques de El Arriero Cordobés sobre los temas que ya hemos visto tratados en otros números: el uso del pontón como prisión, y la estratificación social por la ropa, en este caso por haber sido llamados «santos culotes» (sans culottes) en recuerdo de la Revolución Francesa. Continúa luego la carta de Olivares comenzada en el número 6, menos política que costumbrista y de muy buena factura «gauchesca». Hacia el final de este número se incluye una curiosa glosa en décimas en la que habla el coronel Dorrego. Lo más relevante de ella es la incredulidad del autor acerca de que puedan conciliarse unitarios y federales, lo cual, puesto en boca de Dorrego, como mensaje de ultratumba, estaba llamado a impresionar profundamente al público a que iba dirigido.
Número 10. Aquí comienzan ya abiertamente las disputas de El Torito de los Muchachos con sus colegas periodistas. La piedra de escándalo es, en este caso, la disidencia de opinión entre El Torito y La Gaceta Mercantil [44] respecto de si las damas debían llevar o no vestidos y moños negros y encarnados, obligatoriamente. El Torito era en eso intransigente y calificaba con gran dureza a su oponente en esta ocasión. La mayor parte del número está dedicada a este tema, en composiciones tanto serias como satíricas. Se agrega a ello, entre otras, una contrahechura de «La Pola», canción procedente de Venezuela, que honraba a una patriota granadina, Policarpa Salavarrieta, que «encerrada en prisiones por su espíritu libertario», fue condenada a muerte por abrir la cárcel a los patriotas conversando al guardián 45]. También hay un Aviso referente a El Arriero Cordobés.
Número 11. Continúan las referencias al Comunicado de La Gaceta Mercantil. Ahora es la carta de un lechero la que apoya a Barriales en su actitud. Hay en esta composición una interesante referencia histórica, ya esbozada en la Contestación del número anterior, novena estrofa. Aquí se amplía la idea y se dice concretamente que «cuando la Patria empezó», las damas fueron las primeras que dijeron sus pareceres, pues se peinaban con el pelo a la izquierda si eran «patriotas» y a la derecha si eran «sarracenas». ¿Por qué no incitarlas, pues, a usar el moño punzó? Continúa luego con la «carta que quedó pendiente en el n.º 9» que aun tras el n.º 10 seguirá inconclusa. Hay una referencia al secuestro de la goleta Sarandí en el Aviso referente a Tutilimundi.
Número 12. La primera pieza es una Contestación del Torito al comunicado en semi-verso inserto en El Clasificador el jueves 23 del corriente. Se trata de hacer frente ahora a la nota titulada Fraterna al Torito de los Muchachos donde el periódico de Cavia llamaba una vez más a la reflexión (ya lo había hecho en otras oportunidades), al fogoso autor del papel que nos ocupa. La Contestación es más en serio que en broma. Escrita en décimas, no hace sino recordar sucesos del pasado inmediato, especialmente la muerte de Dorrego. Termina afirmando su adhesión a Rosas, «patriota el más leal» y, dirigiéndose a él, le advierte que toda precaución es poca para llevar a buen puerto la nave del Estado que corre un fuerte temporal. En versos hexasílabos y con genio más alegre está la verdadera respuesta «a la fraterna», donde no se escatiman punzantes dardos para su autor. Hay también una Carta dirigida al Torito por uno de los del Pontón del estilo habitual en el periódico. Por primera vez aparecen en este número observaciones astro nómicas y meteorológicas en broma.
Número 13. En esos días había arreciado la contienda periodística respecto del tema de la divisa punzó [46]. En La Gaceta Mercantil aparecieron diversas notas, con distintos títulos y firmantes, todos ellos escudados bajo pseudónimos como Un federal, Los federales, Los no amigos de cubileteros y enmascarados, Unos patriotas del año 10, El independiente, Un enmascarado, Un oficial del ejército restaurador, etc. Unos denunciaban que los empleados públicos no usaban la divisa punzó [47], otros sostenían que no debía imponerse por la fuerza, y uno se dirigía directamente al señor editor de El Torito para que «desista de la empresa temeraria que se ha propuesto, al anunciarnos que dará sus embestidas a las señoras que en su sentir sean unitarias. El honor de nuestro país así lo exige -continúa-. En el exterior nos creerían unos locos furiosos, si los argentinos fuesen el objeto del ridículo» {48]. Es bueno recordar que el gobernador delegado Balcarce -Rosas se encontraba por ese tiempo en el campamento de Pavón preparando la campaña contra Paz- había decretado que junto con el distintivo de que hicieran uso los defensores de las leyes contra los amotinados del 1.º de diciembre y a fin de que el entusiasmo que produce la memoria de un triunfo tan glorioso no haga olvidar el aprecio que todo argentino debe hacer de la escarapela nacional, también debía llevarse en el sombrero o gorra dicha escarapela [49]. Fatigada La Gaceta Mercantil de tanta imposición de distintivos, negros (por la muerte de Dorrego), colorados (por el triunfo de la Federación) y albicelestes, por aprecio al emblema de la patria, publica un gracioso artículo titulado: ¡Dale con las divisas!, en el cual opina que se deje como lo tiene el decreto del gobierno, al arbitrio de cada uno, el llevar divisa o no [50].
Pero no será El Torito el que se deje vencer en esa lid. En sus páginas aparecen nuevos cantos y versos puestos en boca de viejas y jóvenes que apoyan con argumentos diversos el uso del moño punzó. Décimas, una Demanda de un español unitario, un anuncio de una corrida de toros, una fábula y avisos, completan el número.
Número 14. Comienza con las observaciones astronómicas, que son graciosísimas si consideramos que constituyen una sátira de las ingenuas publicaciones «científicas» sobre esos temas que incluían los periódicos de la época. Se produce aquí una reconciliación de El Torito con el autor de La Fraterna quien, evidentemente, se ha arrepentido. Como segunda composición hay unos versos de seguidillas «para contarlos con el Tabapuí», de sabor muy popular. Sigue una contestación a la carta remitida por uno de los del pontón y otras piezas, en distintos metros, sobre los mismos temas: las penurias presentes de los personajes unitarios y los motivos que, según el autor, los condujeron a ellas y la propaganda dirigida a los propios federales. El tono del periódico parece ir creciendo en agresividad al llegar a este punto.
Número 15. Concluye aquí la carta de Lucho Olivares que quedó pendiente en el número 11. Tal como antes lo viéramos, es una pieza de poesía gauchesca de buena factura. Nos recuerda la Graciosa y divertida conversación [...], de 1823, aunque en esta última parte tiene más color político y menos costumbrismo que en la anterior. Como si el mismo autor se hubiera acordado también de los viejos personajes cíclicos consagrados por Hidalgo y retomados por el autor de las Graciosas y divertidas conversaciones de 1823 y 1825, la siguiente composición está firmada por Chano. También es de sabor gauchesco, y su intención es refutar las expresiones de La Aurora y El Serrano, los dos periódicos unitarios de la provincia de Córdoba. Se incluye también en este número un Aviso interesante en que se anuncia haber llegado a manos de El Torito versos dedicados a las unitarias, «que se sabe circulan entre los tenderitos», las cuales promete que en el próximo número «saldrán a la vergüenza [...] con su correspondiente surribanda cual merecen». Pleno de humor el surtido de objetos propios para los unitarios que, según se anuncia, se ha puesto a Remate.
Número 16. De acuerdo con lo prometido se transcribe una larga composición en cuartetas hexasilábicas, que llega a hacernos dudar de si realmente fue compuesta por un unitario o por el incansable Luis Pérez, para tener la oportunidad de retrucar cada una de sus estrofas con otras adecuadas a su interés. Una pieza más y un aviso completan el número.
Número 17. Es éste el único número en que se menciona directamente a Paz en dos composiciones. En la primera hay también una alusión al Pindo -macizo montañoso de Grecia, en el Olimpo, una de cuyas cimas estaba consagrada a Apolo y otra a las Musas- que nos recuerda el título de la recopilación de poesías de Manuel de Araucho Un paso en el Pindo (Montevideo, 1835). Sería muy interesante establecer claramente qué grado de relación hubo entre Pérez y Araucho y el grado de colaboración que existió entre sus periódicos. Araucho es también un muy importante poeta de su tiempo que dominaba la expresión «gauchesca».
Es evidente por los nuevos ataques que se asestan al autor de los versos unitarios transcriptos en el número 16, que se trata realmente de un contrincante de Pérez. Sigue un Cielito Federal de corte tradicional, una Despedida del Gallego cambado, en la que se hace mención del episodio de la goleta Sarandí, que había ocurrido un mes atrás.
Número 18. La primera composición se refiere Al de los versos consabidos, es decir, al autor de los transcriptos en el número 16, según entendemos. Aunque se proporcionan allí muchos indicios para la identificación de ese autor, no hemos tenido la fortuna de interpretarlos. Comienza aquí la Carta de un pulpero Andaluz. Hay en ella cantidad de referencias a costumbres y a pormenores del momento. Una de las cuartetas recuerda la tradicional receta para preparar una buena ensalada que, dice, necesita de un justo para la sal, un pródigo para el aceite, un avaro para el vinagre y un loco para revolverla. Aquí se han cambiado los papeles a gusto del autor, como siempre, en esta permanente broma en que se empeña Pérez, con ritmo mental a veces difícil de seguir. Luego aparecen otros versos referentes a los del número 16, que quedan inconclusos.
Número 19. Comienza con una especie de fábula, con intervención de un ser humano a quien se nombra como «un soldado de Lavalle» o «un coracero». Continúa luego una composición hexasilábica ya comenzada en el número anterior, dirigida a las unitarias y halagándolas para que varíen de opinión y luego otra, en el mismo metro, especie de glosa irregular del tema: «¿Qué haremos paisanos / con tanto holgazán? / Tocarles la marcha / Del pa-ran, tampran». La última composición en cuatro décimas está referida a la convocatoria hecha por el rey de España a sus súbditos a fin de impedir que se extienda «el mal ejemplo francés». No hay en ella rastros del gaucho, del negro ni del compadrito. Está escrita sin duda por un hombre de ilustración.
Número 20. La primera composición de este número se refiere al mismo tema de las niñas que guardan versos unitarios en sus costureros, ya abordado en el número 15 y siguientes. Siguen unos versos en honor a los franceses y la eficacia de su acción sobre España. En la composición posterior, continuación de la carta de un pulpero andaluz, dos versos de la última estrofa nos hablan claramente del porqué de la agresividad de El Torito y de las medidas represivas gubernamentales: «Y si al fin consigue Rosas / afianzarse como espero». Eso era lo que realmente deseaba Luis Pérez, y a eso iba dirigida toda su prédica. Por fin, la última composición es un Comunicado de un muchacho de escuela, titulado Dones del Espíritu Santo, dedicados a los unitarios, que firma Periquillo, tal vez para que no dejemos de ver en todo esto un reflejo americano de la picaresca.
En cuanto a los aspectos filológicos, su análisis profundo excede los propósitos de este trabajo. Sin embargo, señalaremos algunas características formales de sus textos y esbozaremos algunos comentarios en cuanto a su léxico. De una manera general, estamos convencidos de que El Torito de los Muchachos y, en su conjunto, todos los periódicos que han sido atribuidos a Luis Pérez encierran una riqueza excepcional en materia de voces y expresiones cuyo estudio no puede ser emprendido superficialmente sino de manera sistemática y comparativa. En los aspectos poéticos puede decirse, es verdad, que lo suyo más que poesía es versificación. En cuanto a léxico y expresiones, en cambio, se halla no solamente una capacidad manifiesta de recoger voces y expresiones características de su tiempo tanto en el interior de la República como en la campaña de Buenos Aires y en las orillas de la ciudad, cuando no en la urbe misma, sino también el empleo de una manera de expresión propia y original que le asigna un lugar indiscutible dentro de la literatura argentina.
Desde el punto de vista formal, todas las composiciones son de arte menor, con excepción de cuatro: el soneto del número 4, la contrahechura de La Pola, del número 11, la Fábula del número 13 y el Encomio al autor, del número 16.
En El Torito de los Muchachos se utilizan diversas formas métricas y estróficas con artificios y sin ellos. Entre las primeras hay glosas, llamadas décimas [51], como se ha hecho popularmente en nuestro país, con el tema dado en una estrofa, o bien glosas a series predeterminadas de conceptos, como los Dones del Espíritu Santo del número 20, por ejemplo. También hay glosas de pie constante y letrillas con estribillos de uno o dos versos. Entre las piezas sin artificios formales se encuentran romances en cuartetas, décimas sueltas (espinelas y otras), letrillas sin estribillo, cuartetas de distintos metros y seguidillas con su correspondiente tríada.
Son frecuentes las contrahechuras de textos, es decir, el volcar en un molde poético conocido y manteniendo incluso muchos de sus versos, un nuevo texto adecuado a las circunstancias del momento. Esto se da en composiciones religiosas (los Gozos) o profanas (La Pola). La composición que comienza «Fortuna ingrata, hasta cuándo [...]», referida a las relaciones con la República Oriental del Uruguay, recuerda en ese verso las Amorosas quejas que da la Banda Occidental a la Oriental, que circularon en 1816.
Hay, pues, una mezcla de formas populares y cultas en los versos de El Torito, mezcla que se acentúa al considerar no ya las formas sino el léxico y la expresión. Como ya se ha dicho, parece que en El Torito hablaran distintos personajes de una comedia. Tanto lo hace el hombre ilustrado como el orillero de Buenos Aires, tanto el aldeano español como el paisano rioplatense, y a éste se le agregan expresiones de uso frecuente en otros lugares del país. Voces como alfajor, aparcero, badana, bagual, bolas, cajetilla, cangalla, carancharse, cielito, cimarrón, currutaco, chacuaco, chafalote, chapetón, chuspa, desgraciao, ensilgada, fajar, gambetas, gamonal, garlito, guaca, guacho, lagaña, mancarrón, mazamorra, morao, morrongo, morrudo, mulita, musgar, onchar, pestañear, pintor, rajar, roncador, semitilla, sincha (cincha), sortún, tabapuí, terne, y otras, como las acepciones que presentan en sus respectivos contextos, permiten identificar, como bien lo ha dicho Soler Cañas, una estratificación cultural por el habla, donde se distingue lo orillero y lo campesino.
Capítulo aparte merecería la grafía adoptada por Pérez para representar el habla gauchesca, a veces, y la extranjera, otras, En el primer caso, de mayor interés a título comparativo, tenemos múltiples ejemplos de ortografía imitativa del habla del paisano rioplatense, como junción (por función), juere (por fuere), pros-peto (por prospecto), hei (por he de), carauter (por carácter), güena (por buena), vela hai (por vela ahí, en lugar de la contracción, más usada por los gauchescos, velay, semejante al voilà francés), relos (por reloj), tenío (por tenido) y muchas otras. No faltan las metátesis como peludrios (por preludios), inutarios (por unitarios), ni los arcaísmos como truje (por traje, del verbo traer), o agora (por ahora).
Si son muchas las voces con interés lexicográfico, no son menos las expresiones coloridas usadas por el periódico. Algunas ya han sido reconocidas y explicadas en estudios de otros textos o autores de la literatura gauchesca, pero otras pertenecen a la particular manera de escribir de Luis Pérez quien, sin inventarlas, naturalmente, ha sido el único que las ha llevado al papel. Larga sería la lista de frases hechas, refranes y expresiones usadas en el periódico. Algunas de ellas son: mozo amargo, como bolas sin manija, bota juerte, sumir la boya, cara antigua (hace referencia a las «clasificaciones» políticas), cáscara de novillo, los del cuellito parado, hacerse el chancho, perder la chaveta, me atraca un chirlo, ver el desengaño, echar el resto, perder los estribos, al hecho pecho, sosegate mancarrón, como matraca en Viernes Santo, negras minas, aunque sea al ñudo o botón, ojo al Cristo (que es de plata, termina la expresión tradicional), que les engaña la orina (referida al conocido sistema folklórico de diagnóstico), ande jué el padre Padilla (Padillas, otra vez) mozo payo, plan del bajo, dejar en el tintero, las Tres Marías, a la virlonga, etc.
Entre las expresiones que no hemos visto reproducidas por la literatura gauchesca posterior están la muy repetida por Pérez donde jué el padre Padilla, que evoca un lugar indeterminado no muy agradable seguramente, y la curiosa a la virlonga, por al descuido, que aunque figura en el Diccionario de la Lengua Castellana de la Real Academia Española («a la birlonga») no hemos visto impresa en otra ocasión. Quien esto escribe, sin embargo, las ha oído muchas veces en boca de su abuela materna, Ángela García Santillán de De Focatiis, de antigua familia tucumana, por lo que es posible que procedieran del período en que Pérez estudió en aquella provincia.
Otras expresiones usadas por Pérez adquirieron resonancias ilustres como plan de un bajo, utilizada por José Hernández en una de las más bellas estrofas del canto primero de su Martín Fierro: «Me siento en el plan de un bajo / A cantar un argumento; / Como si soplara un viento / Hago tiritar los pastos / Con oros, copas y bastos / Juega allí mi pensamiento».
El Torito de los Muchachos no inicia ni clausura una etapa en la producción de su autor ni en el estilo de su tiempo. No es obra precursora ni decadente. Es una expresión plena del periodismo satírico de propaganda política tal como se dio en el Buenos Aires de 1830.
Notas:
[1] Olga Fernández Latour de Botas, Cauces y lagunas de una investigación literaria. La graciosa y divertida conversación que tuvo Chano con señor Ramón Contreras con respecto a las fiestas mayas de 1823, en Logos (en prensa).
[2] Arturo Capdevila, El padre Castañeda. Aquel de la Santa Furia, Buenos Aires, 1948, p. 199-200.
[3] Sainete de autor anónimo, representado entre 1792 y 1793.
[4] Raúl H. Castagnino, La época de Mayo, en Capítulo. La Historia de la Literatura Argentina, Buenos Aires, 1967, n. 6, p. 128-129.
[5] Archivo General de la Nación, Sala IX, Gobierno de Buenos Aires, 1753-1809, legajo 21-15.
[6] Estanislao Zeballos, Cancionero popular, en Revista de Derecho, Historia y Letras, Buenos Aires, 1905, t. I, p. 154. Véase, en relación con los versos de Pérez, la nota referida a esta composición de Olga Fernández Latour, Cantares históricos de la tradición argentina, Buenos Aires, 1961, p. 12-13.
[7] Biblioteca del Senado de la Nación, Colección Gutiérrez, Manuscritos sin indicación de autor, 15-50-23.
[8] Recuérdese, como lo hace Augusto R. Cortázar, Poesía gauchesca argentina, Buenos Aires, 1969, p. 28, que en el Cielito oriental dedicado a los portugueses invasores, Bartolomé Hidalgo incluye 84 palabras de su idioma. Lo mismo ocurre frecuentemente en la poesía gauchesca posterior.
[9] De allí algunos de los pseudónirnos dados a los más relevantes personajes federales. Ejemplos de ellos son: Nicolás Plata Blanca (Nicolás de Anchorena), Macuquino (Tomás Manuel de Anchorena), Don Fodieris (Tomás Guido), Don Gazmoña (Manuel José García), el Capataz (Juan Manuel de Rosas), Felipe Benicio Araña (Felipe Arana), Don Magnífico Emplastos (Pedro Feliciano Sáenz de Cavia), Don Sumaca (Pedro D. Cabral). Éstos y otros han sido anotados por Félix Weinberg, Juan Gualberto Godoy. Literatura y política. Poesía popular y poesía gauchesca, Buenos Aires, 1970. Una extensa nómina puede hallarse también en Jorge B. Rivera, La primitiva literatura gauchesca, Buenos Aires, 1968, p. 138.
[10] El Blanco y Rubio (Juan Manuel de Rosas); El Boticario Asesino, El Boticario Fanfarrón (Piedracueva); El Célebre Comilón (José Miguel Díaz Vélez); El Diablo Rosado (Luis Laserre); Don Julián (Julián Segundo de Agüero); Escuerzo del Diluvio (Bernardino Rivadavia); La Gran Bestia (Martín Rodríguez); Coronel cuyo nombre es consonante de «facha» (Mariano Acha); Padre del Coronel cuyo nombre es consonante de «facha» (Nicolás Antonio de Acha); Un poeta y sus hermanos (Juan Cruz, Jacobo y Florencio Varela); Zadi-Turpin (Antonio Díaz); El Libertador, El más famoso asesino (Juan Lavalle); Escribano, pero no de oficio (Bernardino Escribano); Que se llevó la moneda / y que nos dejó el papel (Salvador María del Carril).
[11] Algunos ejemplos de ellos los tenemos en El autor del diálogo entre Jacinto Chano y Ramón Contreras contesta a los cargos que le hacen por la Comentadora, cuando, atacado por el padre Castañeda, Bartolomé Hidalgo acepta la autoría del Diálogo patriótico interesante [...] y rechaza en cambio su pretendida colaboración en el periódico Las cuatro cosas [...] de Cavia, en 1822; en el famoso proceso a Antón Peluca, atribuido a Juan Cruz Varela, en 1824; en la denuncia de Luis Pérez acerca de que un impostor pretende sacar un periódico con el título El Torito de los Muchachos, en 1830, etc.
[12] Avelina Ibáñez, Unitarios y federales en la literatura argentina, Buenos Aires, 1933, p. 278.
[13] Ricardo Piccirilli; Francisco L. Romay; Leoncio Gianello, Diccionario histórico argentino, Buenos Aires, 1953, t. III, p. 454.
[14] Óscar R. Beltrán, Historia del periodismo argentino, Buenos Aires, 1943. Véase también: C. Galván Moreno, El periodismo argentino, Buenos Aires, 1944; Enrique A. Peña, Estudio de los periódicos y revistas existentes en la Biblioteca «Enrique Peña», Buenos Aires, 1935; Antonio Zinny, Efemeridografía argirometropolitana, Buenos Aires, 1869.
[15] Se advirtió que iba a ser redactado por mujeres. En el número inicial expresa que en ese momento se publicaban en Buenos Aires cinco periódicos: «El Lucero es considerado ministerial. La Gaceta es un recipiente universal. El Tribuno es muy patriota y muy valiente. El Gaucho y el Torito, siempre en broma, suelen dar algunos malos tratos, pero divierten». Enrique A. Peña, op. cit., p. 46.
[16] Muy importante, a título comparativo, para la comprensión de hechos y circunstancias que, desde otro ángulo político, se mencionan en El Torito de los Muchachos, es el estudio realizado sobre El Corazero por Félix Weinberg, op. cit., p. 119-134.
[17] Enrique A. Peña, op. cit., p. 497.
[18] El Clasificador, Buenos Aires, 6-XI-1830.
[19] El Lucero, Buenos Aires, 8-XI-1830.
[20] Su redactor era el español Manuel Toro y Parejas, pero figuraba como editor responsable Pánfilo Babilonia (seudónimo). El lema del periódico era «¡Viva la Confederación Argentina!».
[21] Según José María Taggino, Un ilustre letrista de tango, en La Prensa, Buenos Aires, 6-I-1978, El Torito llevaba música de Pedro J. Rius y fue grabado en Alemania a comienzos de este siglo por el sello Chantecler por la orquesta de Manuel García. La letra comienza así: «Aquí tienen el Torito / el criollo más compadrito / que ha pisao la población / donde quiera me hago ver / cuando llega la ocasión. / Pa la danza soy ladino / y en cualquier baile argentino / donde yo me he presentao, / al mozo más bailarín / he dejado abochornado. / Cuando hago una sentadita / de aquellas que yo sé hacer / es el disloque, señores / pues me tengo mucha fe». Podemos agregar a lo dicho que en la biblioteca criolla que perteneciera a Roberto Lehmann-Nitsche, que se conserva en el Instituto Iberoamericano de Berlín, figura un folleto de Luis Galván, impreso por la casa editora de Andrés Pérez, titulado Nuevas y variadas décimas versadas para cantar con guitarra. Con el popular tango El Torito, Buenos Aires, 1915. Véase: Olga Fernández Latour de Botas, Poesía popular impresa de la colección Lehmann Nitsche, III, en Cuadernos del Instituto Nacional de Antropología, Buenos Aires, 1968-71, n. 7, p. 296-297.
[22] Ricardo Rodríguez Molas, Luis Pérez y la biografía de Rosas escrita en verso en 1830, en Historia, Buenos Aires, 1956, n. 6, p. 99-137. Luis Soler Cañas, Negros, gauchos y compadres en el cancionero de la federación, Buenos Aires, 1958.
[23] Antonio Zinny, op. cit., p. 306.
[24] Olga Fernández Latour de Botas, Una pieza olvidada de la primitiva poesía gauchesca, en La Nación, Buenos Aires, 2-VI-1968.
[25] Félix Weinberg, Un primitivo poeta gauchesco, en La Nación, Buenos Aires, 21-VII-1968.
[26] Antonio Zinny, op. cit., p. 306.
[27] La Gaceta Mercantil, Buenos Aires, 20 y 22-III-1830.
[28] La hoja, de 343 x 255 mm., comienza expresando: «El Editor del Gaucho Restaurador se ve precisado a suspender sus tareas como escritor público; tiene que ausentarse de esta ciudad a la Guardia del Monte a diligencias propias por el período de un mes, y esta circunstancia le impide el seguir la serie de sus trabajos. Sin embargo, en el corto tiempo que ha escrito tiene la satisfacción de no haber cedido sino a las impresiones de la verdad y a los estímulos de la justicia: su marcha ha sido franca y justa. Le han atacado con virulencia; y se ha defendido con calor porque así debía hacerlo para poner en claro su honradez y patriotismo, independientemente de las razones que ha aducido en favor de la noble causa que ha sostenido». Continúa luego en primera persona expresando: «Me habrán clasificado de exaltado o anarquista o demasiado entusiasta por fantasmas de un día». Y recuerda épocas pasadas en las que, expresa, «expuse mi vida y comprometí la tranquilidad de mi familia y de mis amigos en defensa de la causa más justa; sin que el olvido de mis servicios haya importado para mí más que un acto indigno aun de mi más profundo desprecio...». Por fin amenaza a sus enemigos con la aparición «como por encanto» de El Hermano del Gaucho Restaurador, El Restaurador de la Guardia del Monte y El Restaurador Neto, lo que probaría hasta la evidencia que la causa que sostiene tiene poderosos defensores y que está formada una «opinión indomable, poderosa, irresistible». Finalmente exclama: «¡Desgraciados una y mil veces los que quieran arrostrarla!... ¡Se perderán para siempre!... ¡Caerán para no levantarse!».
[29] Óscar R. Beltrán, op. cit., p. 191.
[30] Antonio Zinny, op. cit., p. 306-307.
[31] Por razones obvias no nos hemos referido en este estudio preliminar a las particularidades de la producción de Luis Pérez anterior, contemporánea o posterior a él, donde, como bien lo advierte Soler Cañas, poseen importancia relevante la presencia del compadre y del negro con sus modalidades expresivas características. Una buena lista de impresos, periódicos y hojas sueltas atribuidos a Pérez puede confeccionarse sobre la base de los datos aportados por los investigadores antes citados, especialmente Zinny, Peña, Rodríguez Molas, Rivera y Soler Cañas, además de los catálogos y ficheros de instituciones donde existen colecciones hemerográficas de época.
[32] Hilario Ascasubi, Aniceto el Gallo. Gacetero prosista y gauchi-poeta argentino. Extracto del periódico de este título publicado en Buenos Aires, 2.ª edición, Buenos Aires, 1900, p. 201-203. Las composiciones de referencia aparecen en el número 14.
[33] Los estudiosos Ángel H. Azeves y Fermín Chávez han creído ver en estos cielitos firmados por Juan Barriales en la década del 50, obra de José Hernández. Chávez, sin embargo, en su último trabajo titulado Un nuevo diálogo gauchesco sobre Rosas. El poeta Bernardo Echevarría. Vida y obra, Buenos Aires, 1977, p. 70, n. 252, cita ya a Victorica como posible autor de ambas composiciones.
[34] Carlos Correa Luna, Versos de Rosas, en La Prensa, Buenos Aires, 1.º-I-1924.
[35] Manuel Gálvez, Vida de don Juan Manuel de Rosas, Buenos Aires, p. 86-87, nos ilustra acerca de este personaje secundario históricamente pero que tanto fuera atacado por Luis Pérez en sus periódicos. Dice que en el año 1829, durante la «dictadura de Lavalle», al presentarse en casa de la madre de Rosas «el jefe de Policía, un tal Piedracueva que había sido boticario, doña Agustina le dice: Sólo en días tan aciagos para mi patria podías haberte atrevido a dar órdenes en una casa donde en otros tiempos te hubieras considerado muy honrado de ser llamado a poner ventosas».
[36] Comunicación del investigador Jacobo A. de Diego a la autora (1977).
[37] Variedades. Trozo de una carta de Madrid, en El Tiempo, Buenos Aires, 20-VI-1829.
[38] La Gaceta Mercantil, Buenos Aires, 2-VII-1830.
[39] Ibidem, 6-VI-1830.
[40] Ibidem, 6-VI-1830.
[41] Ibidem, 29-VII-1830. En este número se transcribía una nota firmada por «Casiana, la modista», quien recomendaba a los caballeros cortarse las patillas «que después de desfigurar sus interesantes facciones, parecen escaleras de campanario, moda a la verdad que los presenta en mal punto de vista para nosotras, las damas».
[42] Ibidem, 14 y 15-VII-1830.
[43] Bruce Wardropper, en su erudita Historia de la poesía lírica a lo divino en la cristiandad occidental, Madrid, 1958, propone el uso general del término contrafacta para las divinizaciones de textos, es decir, para las composiciones de tema «humano» contrahechas «a lo divino». En nuestro trabajo Un poeta glosador que vivió en Jachal (San Juan) en el siglo XIX: don Víctor José Capdevila, publicado en los Cuadernos del Instituto Nacional de Antropología, Buenos Aires, 1963, n. 4, p. 187 n., hemos adoptado la expresión castellanizándola y extendiendo su uso a casos no considerados por Wardropper en su trabajo limitado a la poesía «a lo divino». En los cantares histórico-políticos es muy frecuente este fenómeno de cambio de intención o función de un texto consabido. Varios de ellos se muestran en El Torito de los Muchachos.
[44] La Gaceta Mercantil, Buenos Aires, 10-IX-1830. Comunicado.
[45] Isabel Aretz, Tucumán. Historia y Folklore, Buenos Aires, 1945, p. 348-349.
[46] El decreto oficial que ordenaba el uso de la divisa punzó es de febrero de 1832.
[47] La Gaceta Mercantil, Buenos Aires, 27-IX-1830.
[48] Ibidem, 16-IX-1830.
[49] Ibidem, 23-IX-1830.
[50] Ibidem, 30-IX-1830.
[51] La denominación de décima se dio en todo el territorio de nuestro país donde existió una cultura tradicional con influencia hispánica a las composiciones que desarrollaran una idea expresada en una estrofa temática, en tantas estrofas glosadoras como versos tuviera la primera. Las típicas tenían el tema expresado en una cuarteta y las estrofas glosadoras eran realmente décimas espinelas. Pero también se llamó décimas a las que tenían como estrofa glosadora la cuarteta o la quintilla. Es decir, que la voz décima independientemente de su significado como estrofa de diez versos, significó lo que la voz glosa, reemplazando a ésta. Juan Alfonso Carrizo ha estudiado sus antecedentes en el «zegel» arábigo español y recogido una gran cantidad de piezas del folklore de nuestro noroeste. La décima, por otra parte, daba lugar a artificios diversos dentro de su estructura de por sí voluntariamente rígida. Luis Pérez, en caso de ser el autor real de todas las composiciones de El Torito de los Muchachos, demuestra conocer a la perfección las técnicas tradicionales en este sentido.
En el primer aspecto se hace necesario enfocar su estudio en todos los planos en que se establece una relación entre el periódico y la sociedad. Esta relación plurifacética exige y merece un tratamiento más detallado que el que corresponde a una noticia preliminar, pero al menos, a través de un rápido comentario sobre cada uno de sus números, podemos tratar de facilitar al lector la ubicación en algunas de las circunstancias y algunos de los hechos a que se refiere el periódico o en los que aparecen sus personajes.
Número 1. Barriales hace su presentación de El Torito de los Muchachos relacionándolo con El Gaucho, de Contreras, que debía coexistir con él y superarlo en dos meses de vida, pues finalizó en diciembre de 1830. Recibe los plácemes y consejos de su aparcero Lucho Olivares (otro criollo) y se apresura a contestarle. En todas estas piezas se exponen los motivos que inducen a Barriales a sacar El Torito: servir a la Patria y a la Federación, «sin perjuicio, ya se sabe / de que me larguen los reales», según sus propias palabras. Las circunstancias en que aparece se muestran difíciles -«que es ver cómo está la Patria / que me quiebra el corazón»-, pero Barriales confía en el gobierno y en que «ha de triunfar la opinión». El motivo de la muerte del coronel Dorrego aparece ya en este primer número y también las amenazas de castigo para «los del 1.º», sus opositores unitarios que, con Lavalle a la cabeza, lo hicieron fusilar.
Entre los avisos, uno recuerda la distinción ideológica por corte de pelo (barba y patillas en forma de U de los unitarios) y finalmente en el teatro, entre las obras que se anuncian, se encuentra El Boticario Fanfarrón, donde figura este personaje del boticario que parece referido a un tal Piedracueva [35]. Por esos años solían representarse sainetes con títulos semejantes. Uno de ellos era El Brasileño Fanfarrón, imitación de otro celebrado sainete, El Soldado Fanfarrón, a su vez imitación de El Valiente y la Fantasma [36].
Número 2. Continúa la carta de Barriales a Olivares. Se refiere a que, antes de la ascensión de Rosas al poder, en época de Lavalle y los unitarios, ya se estableció mandar a los presos políticos a los pontones o buques de guerra. Como ya se ha dicho, el mismo Luis Pérez fue huésped de uno de ellos en 1831, como consecuencia de una publicación. Se menciona a continuación el canto del «Trágala perro», pues, según El Clasificador del 13 de junio de 1830, «en el reinado de los parricidas cantaron los españoles el Trágala en la plaza de Monserrat con grande aplauso de los unitarios [...]», y a esto mismo se refiere El Torito. Lo que ocurre es que la canción del «trágala» era utilizada por los liberales españoles precisamente para zaherir a los realistas diciendo: «Trágala, trágala / tú servilón / tú que no quieres / Constitución». Es posible que con estos versos estuvieran de acuerdo los unitarios que, en cambio, censuraban otros de los realistas, que rezaban: «Vivan las cadenas / Viva la opresión, / Viva el rei Fernando / Muera la nación» [37]. El antagonismo con los españoles se manifiesta en El Torito con toda su fuerza. Lo mismo ocurría en la Sala de Representantes como lo atestiguan los alegatos de Santiago Figueredo, que recuerda los privilegios de que gozan, mayores aún que los de los patricios, y hace un llamado para «salvar a la Patria» {38]. Ya un mes antes se había seguido causa criminal al ciudadano Hugo Bulow por sospecha de ser espía del gobierno de España [39], y el 28 de julio se alborota la ciudad por «haberse fijado en las puertas de calle de varias casas respetables entre ellas en la del Gobernador, y en la del presidente de la Sala de Representantes, el retrato del rey de España, estampado sobre género de seda, teniendo en la circunferencia la siguiente inscripción: Fernando VII Rey de España y de las Indias, y al pie del retrato, manuscrito, nuestro amo» [40].
También se prefigura en este número la identificación ideológica por el atuendo, que debía tomar tanto incremento en los años posteriores del gobierno de Rosas. Se oponen chaqueta y fraque y aparece la palabra compadrito como denominación despectiva del habitante de las orillas. La réplica a ella parecía ser pintor y cajetilla, aplicables a los de fraque, naturalmente. Sobre ese tema versa también el Cielito del Torito, donde aparece una cuarteta sumamente clara respecto de algo que indignaba al hombre de la campaña de Buenos Aires, la que expresa: «Cielito cielo que sí / Cielito; y es evidente / El hacendado es de plebe / y un tiendero hombre decente».
Número 3. El tema central es avivar el rencor y el desprecio hacia los decembristas (los «diez y seis hembristas», como los llama), sin nombrarlos, pero con señas que si en la mayor parte de los casos son reveladoras aun para nosotros, serían alusiones clarísimas para el público de la época. Vuelve luego, en otra composición, al tema de las patillas, que era una de las preocupaciones del momento [41]. La mención de Jardón, en la composición titulada Correspondencia, coincide con publicaciones hechas en La Gaceta Mercantil por un escribano de ese apellido que había sido puesto preso en virtud de las facultades extraordinarias de que estaba investido por entonces el gobernador Juan Manuel de Rosas, pero que en julio de 1830, habiendo cesado dichas facultades, continuaba preso y no sabía por qué [42]. Efectivamente, Rosas había sido investido de facultades extraordinarias por la Sala de Representantes, y en su mensaje de 3 de mayo de 1830, manifestaba a la misma que ese día terminaba el ejercicio de aquel «odioso poder». Después de largos debates, el 2 de agosto del mismo año se sancionó acordarle nuevas facultades extraordinarias sin término fijo.
Número 4. Comienza en este número el largo Testamento, atribuido en la ficción a Bernardino Rivadavia, donde se menciona gran cantidad de personas comprometidas con el gobierno unitario de la época en que este fuera ministro primero y presidente después, y especialmente los que apoyaron a Lavalle después de la revolución del 1.º de diciembre de 1828. Una carta de Olivares a Barriales lo alienta a seguir en su senda; recuerda cómo los «trajinaron» a los federales en El Tiempo y El Pampero y confía en El Torito para que los persiga. Hay una clara intención de unificar opiniones en favor de Rosas en la cuarteta: «Que obedezcan al que manda / pues tenemos lo mejor / y no hay más que apetecer / en nuestro Gobernador». Por fin mantiene jocosamente la incógnita sobre la identidad de Barriales, ante quienes quieren saber quién es el editor de El Torito.
Número 5. Aparece impresa la figura del torito pero en posición pacífica. No se ha reemplazado aún la viñeta convencional de los números anteriores. Se nombra aquí al torito como El Torito Colorado y sus primeras embestidas son contra los portugueses. Sigue el Testamento «que quedó pendiente en el número anterior», con nuevas alusiones identificables. En el Aviso. Se necesita, se hace referencia al batallón de los Amigos del Orden que había sido formado con comerciantes extranjeros, de los que se excluía a los ingleses. El cónsul de Francia presentó oportunamente reclamos por las diferencias que se realizaban entre los súbditos de Inglaterra y Francia, pero debía tenerse en cuenta que la primera ya había reconocido, en el momento de la formación del citado cuerpo -a comienzos de 1829- la independencia de nuestro país.
Número 6. Al tiempo de la aparición de este número ya parecen haber surgido quejas contra El Torito, puesto que él se ha puesto a la defensiva, desde la primera composición. Continúa luego el Testamento iniciado en el n.º 4, con alusiones a nuevas personalidades opositoras al gobierno federal.
Número 7. Comienza con un llamado a la unión de los federales, ya que al parecer ha sido atacado de palabra y por escrito el mismo editor de El Torito. Sigue una relación de Olivares, con más de gauchesco que de político. Lo más notable de este número es la composición en décimas al «Ilustre Cónsul Francés». Se trataba de Mendeville, personaje grato a Rosas por razones políticas y personales, como que estaba casado con Mariquita Sánchez, hermana de leche del Restaurador.
Número 8. Concluye el Testamento que quedó pendiente en el n.º 6 y en él sigue la nómina de personajes anatematizados. Como contrahechura [43] del molde poético de los Gozos a la Santísima Trinidad aparecen los Gozos al Glorioso San Tristeza, Abogado de los Mártires del Cacique, que desarrolla los mismos temas y en torno de los mismos personajes que los precedentes. Comienza aquí la querella de los moños con sendos avisos, a las federales y a las unitarias.
Número 9. El Torito reacciona ante la aparición de El Arriero Cordobés, publicado en Montevideo por Hilario Ascasubi pero atribuido por Pérez al francés Luis Laserre, ex-director de El Diablo Rosado, que había ya emigrado a esa ciudad. Refuta los ataques de El Arriero Cordobés sobre los temas que ya hemos visto tratados en otros números: el uso del pontón como prisión, y la estratificación social por la ropa, en este caso por haber sido llamados «santos culotes» (sans culottes) en recuerdo de la Revolución Francesa. Continúa luego la carta de Olivares comenzada en el número 6, menos política que costumbrista y de muy buena factura «gauchesca». Hacia el final de este número se incluye una curiosa glosa en décimas en la que habla el coronel Dorrego. Lo más relevante de ella es la incredulidad del autor acerca de que puedan conciliarse unitarios y federales, lo cual, puesto en boca de Dorrego, como mensaje de ultratumba, estaba llamado a impresionar profundamente al público a que iba dirigido.
Número 10. Aquí comienzan ya abiertamente las disputas de El Torito de los Muchachos con sus colegas periodistas. La piedra de escándalo es, en este caso, la disidencia de opinión entre El Torito y La Gaceta Mercantil [44] respecto de si las damas debían llevar o no vestidos y moños negros y encarnados, obligatoriamente. El Torito era en eso intransigente y calificaba con gran dureza a su oponente en esta ocasión. La mayor parte del número está dedicada a este tema, en composiciones tanto serias como satíricas. Se agrega a ello, entre otras, una contrahechura de «La Pola», canción procedente de Venezuela, que honraba a una patriota granadina, Policarpa Salavarrieta, que «encerrada en prisiones por su espíritu libertario», fue condenada a muerte por abrir la cárcel a los patriotas conversando al guardián 45]. También hay un Aviso referente a El Arriero Cordobés.
Número 11. Continúan las referencias al Comunicado de La Gaceta Mercantil. Ahora es la carta de un lechero la que apoya a Barriales en su actitud. Hay en esta composición una interesante referencia histórica, ya esbozada en la Contestación del número anterior, novena estrofa. Aquí se amplía la idea y se dice concretamente que «cuando la Patria empezó», las damas fueron las primeras que dijeron sus pareceres, pues se peinaban con el pelo a la izquierda si eran «patriotas» y a la derecha si eran «sarracenas». ¿Por qué no incitarlas, pues, a usar el moño punzó? Continúa luego con la «carta que quedó pendiente en el n.º 9» que aun tras el n.º 10 seguirá inconclusa. Hay una referencia al secuestro de la goleta Sarandí en el Aviso referente a Tutilimundi.
Número 12. La primera pieza es una Contestación del Torito al comunicado en semi-verso inserto en El Clasificador el jueves 23 del corriente. Se trata de hacer frente ahora a la nota titulada Fraterna al Torito de los Muchachos donde el periódico de Cavia llamaba una vez más a la reflexión (ya lo había hecho en otras oportunidades), al fogoso autor del papel que nos ocupa. La Contestación es más en serio que en broma. Escrita en décimas, no hace sino recordar sucesos del pasado inmediato, especialmente la muerte de Dorrego. Termina afirmando su adhesión a Rosas, «patriota el más leal» y, dirigiéndose a él, le advierte que toda precaución es poca para llevar a buen puerto la nave del Estado que corre un fuerte temporal. En versos hexasílabos y con genio más alegre está la verdadera respuesta «a la fraterna», donde no se escatiman punzantes dardos para su autor. Hay también una Carta dirigida al Torito por uno de los del Pontón del estilo habitual en el periódico. Por primera vez aparecen en este número observaciones astro nómicas y meteorológicas en broma.
Número 13. En esos días había arreciado la contienda periodística respecto del tema de la divisa punzó [46]. En La Gaceta Mercantil aparecieron diversas notas, con distintos títulos y firmantes, todos ellos escudados bajo pseudónimos como Un federal, Los federales, Los no amigos de cubileteros y enmascarados, Unos patriotas del año 10, El independiente, Un enmascarado, Un oficial del ejército restaurador, etc. Unos denunciaban que los empleados públicos no usaban la divisa punzó [47], otros sostenían que no debía imponerse por la fuerza, y uno se dirigía directamente al señor editor de El Torito para que «desista de la empresa temeraria que se ha propuesto, al anunciarnos que dará sus embestidas a las señoras que en su sentir sean unitarias. El honor de nuestro país así lo exige -continúa-. En el exterior nos creerían unos locos furiosos, si los argentinos fuesen el objeto del ridículo» {48]. Es bueno recordar que el gobernador delegado Balcarce -Rosas se encontraba por ese tiempo en el campamento de Pavón preparando la campaña contra Paz- había decretado que junto con el distintivo de que hicieran uso los defensores de las leyes contra los amotinados del 1.º de diciembre y a fin de que el entusiasmo que produce la memoria de un triunfo tan glorioso no haga olvidar el aprecio que todo argentino debe hacer de la escarapela nacional, también debía llevarse en el sombrero o gorra dicha escarapela [49]. Fatigada La Gaceta Mercantil de tanta imposición de distintivos, negros (por la muerte de Dorrego), colorados (por el triunfo de la Federación) y albicelestes, por aprecio al emblema de la patria, publica un gracioso artículo titulado: ¡Dale con las divisas!, en el cual opina que se deje como lo tiene el decreto del gobierno, al arbitrio de cada uno, el llevar divisa o no [50].
Pero no será El Torito el que se deje vencer en esa lid. En sus páginas aparecen nuevos cantos y versos puestos en boca de viejas y jóvenes que apoyan con argumentos diversos el uso del moño punzó. Décimas, una Demanda de un español unitario, un anuncio de una corrida de toros, una fábula y avisos, completan el número.
Número 14. Comienza con las observaciones astronómicas, que son graciosísimas si consideramos que constituyen una sátira de las ingenuas publicaciones «científicas» sobre esos temas que incluían los periódicos de la época. Se produce aquí una reconciliación de El Torito con el autor de La Fraterna quien, evidentemente, se ha arrepentido. Como segunda composición hay unos versos de seguidillas «para contarlos con el Tabapuí», de sabor muy popular. Sigue una contestación a la carta remitida por uno de los del pontón y otras piezas, en distintos metros, sobre los mismos temas: las penurias presentes de los personajes unitarios y los motivos que, según el autor, los condujeron a ellas y la propaganda dirigida a los propios federales. El tono del periódico parece ir creciendo en agresividad al llegar a este punto.
Número 15. Concluye aquí la carta de Lucho Olivares que quedó pendiente en el número 11. Tal como antes lo viéramos, es una pieza de poesía gauchesca de buena factura. Nos recuerda la Graciosa y divertida conversación [...], de 1823, aunque en esta última parte tiene más color político y menos costumbrismo que en la anterior. Como si el mismo autor se hubiera acordado también de los viejos personajes cíclicos consagrados por Hidalgo y retomados por el autor de las Graciosas y divertidas conversaciones de 1823 y 1825, la siguiente composición está firmada por Chano. También es de sabor gauchesco, y su intención es refutar las expresiones de La Aurora y El Serrano, los dos periódicos unitarios de la provincia de Córdoba. Se incluye también en este número un Aviso interesante en que se anuncia haber llegado a manos de El Torito versos dedicados a las unitarias, «que se sabe circulan entre los tenderitos», las cuales promete que en el próximo número «saldrán a la vergüenza [...] con su correspondiente surribanda cual merecen». Pleno de humor el surtido de objetos propios para los unitarios que, según se anuncia, se ha puesto a Remate.
Número 16. De acuerdo con lo prometido se transcribe una larga composición en cuartetas hexasilábicas, que llega a hacernos dudar de si realmente fue compuesta por un unitario o por el incansable Luis Pérez, para tener la oportunidad de retrucar cada una de sus estrofas con otras adecuadas a su interés. Una pieza más y un aviso completan el número.
Número 17. Es éste el único número en que se menciona directamente a Paz en dos composiciones. En la primera hay también una alusión al Pindo -macizo montañoso de Grecia, en el Olimpo, una de cuyas cimas estaba consagrada a Apolo y otra a las Musas- que nos recuerda el título de la recopilación de poesías de Manuel de Araucho Un paso en el Pindo (Montevideo, 1835). Sería muy interesante establecer claramente qué grado de relación hubo entre Pérez y Araucho y el grado de colaboración que existió entre sus periódicos. Araucho es también un muy importante poeta de su tiempo que dominaba la expresión «gauchesca».
Es evidente por los nuevos ataques que se asestan al autor de los versos unitarios transcriptos en el número 16, que se trata realmente de un contrincante de Pérez. Sigue un Cielito Federal de corte tradicional, una Despedida del Gallego cambado, en la que se hace mención del episodio de la goleta Sarandí, que había ocurrido un mes atrás.
Número 18. La primera composición se refiere Al de los versos consabidos, es decir, al autor de los transcriptos en el número 16, según entendemos. Aunque se proporcionan allí muchos indicios para la identificación de ese autor, no hemos tenido la fortuna de interpretarlos. Comienza aquí la Carta de un pulpero Andaluz. Hay en ella cantidad de referencias a costumbres y a pormenores del momento. Una de las cuartetas recuerda la tradicional receta para preparar una buena ensalada que, dice, necesita de un justo para la sal, un pródigo para el aceite, un avaro para el vinagre y un loco para revolverla. Aquí se han cambiado los papeles a gusto del autor, como siempre, en esta permanente broma en que se empeña Pérez, con ritmo mental a veces difícil de seguir. Luego aparecen otros versos referentes a los del número 16, que quedan inconclusos.
Número 19. Comienza con una especie de fábula, con intervención de un ser humano a quien se nombra como «un soldado de Lavalle» o «un coracero». Continúa luego una composición hexasilábica ya comenzada en el número anterior, dirigida a las unitarias y halagándolas para que varíen de opinión y luego otra, en el mismo metro, especie de glosa irregular del tema: «¿Qué haremos paisanos / con tanto holgazán? / Tocarles la marcha / Del pa-ran, tampran». La última composición en cuatro décimas está referida a la convocatoria hecha por el rey de España a sus súbditos a fin de impedir que se extienda «el mal ejemplo francés». No hay en ella rastros del gaucho, del negro ni del compadrito. Está escrita sin duda por un hombre de ilustración.
Número 20. La primera composición de este número se refiere al mismo tema de las niñas que guardan versos unitarios en sus costureros, ya abordado en el número 15 y siguientes. Siguen unos versos en honor a los franceses y la eficacia de su acción sobre España. En la composición posterior, continuación de la carta de un pulpero andaluz, dos versos de la última estrofa nos hablan claramente del porqué de la agresividad de El Torito y de las medidas represivas gubernamentales: «Y si al fin consigue Rosas / afianzarse como espero». Eso era lo que realmente deseaba Luis Pérez, y a eso iba dirigida toda su prédica. Por fin, la última composición es un Comunicado de un muchacho de escuela, titulado Dones del Espíritu Santo, dedicados a los unitarios, que firma Periquillo, tal vez para que no dejemos de ver en todo esto un reflejo americano de la picaresca.
En cuanto a los aspectos filológicos, su análisis profundo excede los propósitos de este trabajo. Sin embargo, señalaremos algunas características formales de sus textos y esbozaremos algunos comentarios en cuanto a su léxico. De una manera general, estamos convencidos de que El Torito de los Muchachos y, en su conjunto, todos los periódicos que han sido atribuidos a Luis Pérez encierran una riqueza excepcional en materia de voces y expresiones cuyo estudio no puede ser emprendido superficialmente sino de manera sistemática y comparativa. En los aspectos poéticos puede decirse, es verdad, que lo suyo más que poesía es versificación. En cuanto a léxico y expresiones, en cambio, se halla no solamente una capacidad manifiesta de recoger voces y expresiones características de su tiempo tanto en el interior de la República como en la campaña de Buenos Aires y en las orillas de la ciudad, cuando no en la urbe misma, sino también el empleo de una manera de expresión propia y original que le asigna un lugar indiscutible dentro de la literatura argentina.
Desde el punto de vista formal, todas las composiciones son de arte menor, con excepción de cuatro: el soneto del número 4, la contrahechura de La Pola, del número 11, la Fábula del número 13 y el Encomio al autor, del número 16.
En El Torito de los Muchachos se utilizan diversas formas métricas y estróficas con artificios y sin ellos. Entre las primeras hay glosas, llamadas décimas [51], como se ha hecho popularmente en nuestro país, con el tema dado en una estrofa, o bien glosas a series predeterminadas de conceptos, como los Dones del Espíritu Santo del número 20, por ejemplo. También hay glosas de pie constante y letrillas con estribillos de uno o dos versos. Entre las piezas sin artificios formales se encuentran romances en cuartetas, décimas sueltas (espinelas y otras), letrillas sin estribillo, cuartetas de distintos metros y seguidillas con su correspondiente tríada.
Son frecuentes las contrahechuras de textos, es decir, el volcar en un molde poético conocido y manteniendo incluso muchos de sus versos, un nuevo texto adecuado a las circunstancias del momento. Esto se da en composiciones religiosas (los Gozos) o profanas (La Pola). La composición que comienza «Fortuna ingrata, hasta cuándo [...]», referida a las relaciones con la República Oriental del Uruguay, recuerda en ese verso las Amorosas quejas que da la Banda Occidental a la Oriental, que circularon en 1816.
Hay, pues, una mezcla de formas populares y cultas en los versos de El Torito, mezcla que se acentúa al considerar no ya las formas sino el léxico y la expresión. Como ya se ha dicho, parece que en El Torito hablaran distintos personajes de una comedia. Tanto lo hace el hombre ilustrado como el orillero de Buenos Aires, tanto el aldeano español como el paisano rioplatense, y a éste se le agregan expresiones de uso frecuente en otros lugares del país. Voces como alfajor, aparcero, badana, bagual, bolas, cajetilla, cangalla, carancharse, cielito, cimarrón, currutaco, chacuaco, chafalote, chapetón, chuspa, desgraciao, ensilgada, fajar, gambetas, gamonal, garlito, guaca, guacho, lagaña, mancarrón, mazamorra, morao, morrongo, morrudo, mulita, musgar, onchar, pestañear, pintor, rajar, roncador, semitilla, sincha (cincha), sortún, tabapuí, terne, y otras, como las acepciones que presentan en sus respectivos contextos, permiten identificar, como bien lo ha dicho Soler Cañas, una estratificación cultural por el habla, donde se distingue lo orillero y lo campesino.
Capítulo aparte merecería la grafía adoptada por Pérez para representar el habla gauchesca, a veces, y la extranjera, otras, En el primer caso, de mayor interés a título comparativo, tenemos múltiples ejemplos de ortografía imitativa del habla del paisano rioplatense, como junción (por función), juere (por fuere), pros-peto (por prospecto), hei (por he de), carauter (por carácter), güena (por buena), vela hai (por vela ahí, en lugar de la contracción, más usada por los gauchescos, velay, semejante al voilà francés), relos (por reloj), tenío (por tenido) y muchas otras. No faltan las metátesis como peludrios (por preludios), inutarios (por unitarios), ni los arcaísmos como truje (por traje, del verbo traer), o agora (por ahora).
Si son muchas las voces con interés lexicográfico, no son menos las expresiones coloridas usadas por el periódico. Algunas ya han sido reconocidas y explicadas en estudios de otros textos o autores de la literatura gauchesca, pero otras pertenecen a la particular manera de escribir de Luis Pérez quien, sin inventarlas, naturalmente, ha sido el único que las ha llevado al papel. Larga sería la lista de frases hechas, refranes y expresiones usadas en el periódico. Algunas de ellas son: mozo amargo, como bolas sin manija, bota juerte, sumir la boya, cara antigua (hace referencia a las «clasificaciones» políticas), cáscara de novillo, los del cuellito parado, hacerse el chancho, perder la chaveta, me atraca un chirlo, ver el desengaño, echar el resto, perder los estribos, al hecho pecho, sosegate mancarrón, como matraca en Viernes Santo, negras minas, aunque sea al ñudo o botón, ojo al Cristo (que es de plata, termina la expresión tradicional), que les engaña la orina (referida al conocido sistema folklórico de diagnóstico), ande jué el padre Padilla (Padillas, otra vez) mozo payo, plan del bajo, dejar en el tintero, las Tres Marías, a la virlonga, etc.
Entre las expresiones que no hemos visto reproducidas por la literatura gauchesca posterior están la muy repetida por Pérez donde jué el padre Padilla, que evoca un lugar indeterminado no muy agradable seguramente, y la curiosa a la virlonga, por al descuido, que aunque figura en el Diccionario de la Lengua Castellana de la Real Academia Española («a la birlonga») no hemos visto impresa en otra ocasión. Quien esto escribe, sin embargo, las ha oído muchas veces en boca de su abuela materna, Ángela García Santillán de De Focatiis, de antigua familia tucumana, por lo que es posible que procedieran del período en que Pérez estudió en aquella provincia.
Otras expresiones usadas por Pérez adquirieron resonancias ilustres como plan de un bajo, utilizada por José Hernández en una de las más bellas estrofas del canto primero de su Martín Fierro: «Me siento en el plan de un bajo / A cantar un argumento; / Como si soplara un viento / Hago tiritar los pastos / Con oros, copas y bastos / Juega allí mi pensamiento».
El Torito de los Muchachos no inicia ni clausura una etapa en la producción de su autor ni en el estilo de su tiempo. No es obra precursora ni decadente. Es una expresión plena del periodismo satírico de propaganda política tal como se dio en el Buenos Aires de 1830.
Notas:
[1] Olga Fernández Latour de Botas, Cauces y lagunas de una investigación literaria. La graciosa y divertida conversación que tuvo Chano con señor Ramón Contreras con respecto a las fiestas mayas de 1823, en Logos (en prensa).
[2] Arturo Capdevila, El padre Castañeda. Aquel de la Santa Furia, Buenos Aires, 1948, p. 199-200.
[3] Sainete de autor anónimo, representado entre 1792 y 1793.
[4] Raúl H. Castagnino, La época de Mayo, en Capítulo. La Historia de la Literatura Argentina, Buenos Aires, 1967, n. 6, p. 128-129.
[5] Archivo General de la Nación, Sala IX, Gobierno de Buenos Aires, 1753-1809, legajo 21-15.
[6] Estanislao Zeballos, Cancionero popular, en Revista de Derecho, Historia y Letras, Buenos Aires, 1905, t. I, p. 154. Véase, en relación con los versos de Pérez, la nota referida a esta composición de Olga Fernández Latour, Cantares históricos de la tradición argentina, Buenos Aires, 1961, p. 12-13.
[7] Biblioteca del Senado de la Nación, Colección Gutiérrez, Manuscritos sin indicación de autor, 15-50-23.
[8] Recuérdese, como lo hace Augusto R. Cortázar, Poesía gauchesca argentina, Buenos Aires, 1969, p. 28, que en el Cielito oriental dedicado a los portugueses invasores, Bartolomé Hidalgo incluye 84 palabras de su idioma. Lo mismo ocurre frecuentemente en la poesía gauchesca posterior.
[9] De allí algunos de los pseudónirnos dados a los más relevantes personajes federales. Ejemplos de ellos son: Nicolás Plata Blanca (Nicolás de Anchorena), Macuquino (Tomás Manuel de Anchorena), Don Fodieris (Tomás Guido), Don Gazmoña (Manuel José García), el Capataz (Juan Manuel de Rosas), Felipe Benicio Araña (Felipe Arana), Don Magnífico Emplastos (Pedro Feliciano Sáenz de Cavia), Don Sumaca (Pedro D. Cabral). Éstos y otros han sido anotados por Félix Weinberg, Juan Gualberto Godoy. Literatura y política. Poesía popular y poesía gauchesca, Buenos Aires, 1970. Una extensa nómina puede hallarse también en Jorge B. Rivera, La primitiva literatura gauchesca, Buenos Aires, 1968, p. 138.
[10] El Blanco y Rubio (Juan Manuel de Rosas); El Boticario Asesino, El Boticario Fanfarrón (Piedracueva); El Célebre Comilón (José Miguel Díaz Vélez); El Diablo Rosado (Luis Laserre); Don Julián (Julián Segundo de Agüero); Escuerzo del Diluvio (Bernardino Rivadavia); La Gran Bestia (Martín Rodríguez); Coronel cuyo nombre es consonante de «facha» (Mariano Acha); Padre del Coronel cuyo nombre es consonante de «facha» (Nicolás Antonio de Acha); Un poeta y sus hermanos (Juan Cruz, Jacobo y Florencio Varela); Zadi-Turpin (Antonio Díaz); El Libertador, El más famoso asesino (Juan Lavalle); Escribano, pero no de oficio (Bernardino Escribano); Que se llevó la moneda / y que nos dejó el papel (Salvador María del Carril).
[11] Algunos ejemplos de ellos los tenemos en El autor del diálogo entre Jacinto Chano y Ramón Contreras contesta a los cargos que le hacen por la Comentadora, cuando, atacado por el padre Castañeda, Bartolomé Hidalgo acepta la autoría del Diálogo patriótico interesante [...] y rechaza en cambio su pretendida colaboración en el periódico Las cuatro cosas [...] de Cavia, en 1822; en el famoso proceso a Antón Peluca, atribuido a Juan Cruz Varela, en 1824; en la denuncia de Luis Pérez acerca de que un impostor pretende sacar un periódico con el título El Torito de los Muchachos, en 1830, etc.
[12] Avelina Ibáñez, Unitarios y federales en la literatura argentina, Buenos Aires, 1933, p. 278.
[13] Ricardo Piccirilli; Francisco L. Romay; Leoncio Gianello, Diccionario histórico argentino, Buenos Aires, 1953, t. III, p. 454.
[14] Óscar R. Beltrán, Historia del periodismo argentino, Buenos Aires, 1943. Véase también: C. Galván Moreno, El periodismo argentino, Buenos Aires, 1944; Enrique A. Peña, Estudio de los periódicos y revistas existentes en la Biblioteca «Enrique Peña», Buenos Aires, 1935; Antonio Zinny, Efemeridografía argirometropolitana, Buenos Aires, 1869.
[15] Se advirtió que iba a ser redactado por mujeres. En el número inicial expresa que en ese momento se publicaban en Buenos Aires cinco periódicos: «El Lucero es considerado ministerial. La Gaceta es un recipiente universal. El Tribuno es muy patriota y muy valiente. El Gaucho y el Torito, siempre en broma, suelen dar algunos malos tratos, pero divierten». Enrique A. Peña, op. cit., p. 46.
[16] Muy importante, a título comparativo, para la comprensión de hechos y circunstancias que, desde otro ángulo político, se mencionan en El Torito de los Muchachos, es el estudio realizado sobre El Corazero por Félix Weinberg, op. cit., p. 119-134.
[17] Enrique A. Peña, op. cit., p. 497.
[18] El Clasificador, Buenos Aires, 6-XI-1830.
[19] El Lucero, Buenos Aires, 8-XI-1830.
[20] Su redactor era el español Manuel Toro y Parejas, pero figuraba como editor responsable Pánfilo Babilonia (seudónimo). El lema del periódico era «¡Viva la Confederación Argentina!».
[21] Según José María Taggino, Un ilustre letrista de tango, en La Prensa, Buenos Aires, 6-I-1978, El Torito llevaba música de Pedro J. Rius y fue grabado en Alemania a comienzos de este siglo por el sello Chantecler por la orquesta de Manuel García. La letra comienza así: «Aquí tienen el Torito / el criollo más compadrito / que ha pisao la población / donde quiera me hago ver / cuando llega la ocasión. / Pa la danza soy ladino / y en cualquier baile argentino / donde yo me he presentao, / al mozo más bailarín / he dejado abochornado. / Cuando hago una sentadita / de aquellas que yo sé hacer / es el disloque, señores / pues me tengo mucha fe». Podemos agregar a lo dicho que en la biblioteca criolla que perteneciera a Roberto Lehmann-Nitsche, que se conserva en el Instituto Iberoamericano de Berlín, figura un folleto de Luis Galván, impreso por la casa editora de Andrés Pérez, titulado Nuevas y variadas décimas versadas para cantar con guitarra. Con el popular tango El Torito, Buenos Aires, 1915. Véase: Olga Fernández Latour de Botas, Poesía popular impresa de la colección Lehmann Nitsche, III, en Cuadernos del Instituto Nacional de Antropología, Buenos Aires, 1968-71, n. 7, p. 296-297.
[22] Ricardo Rodríguez Molas, Luis Pérez y la biografía de Rosas escrita en verso en 1830, en Historia, Buenos Aires, 1956, n. 6, p. 99-137. Luis Soler Cañas, Negros, gauchos y compadres en el cancionero de la federación, Buenos Aires, 1958.
[23] Antonio Zinny, op. cit., p. 306.
[24] Olga Fernández Latour de Botas, Una pieza olvidada de la primitiva poesía gauchesca, en La Nación, Buenos Aires, 2-VI-1968.
[25] Félix Weinberg, Un primitivo poeta gauchesco, en La Nación, Buenos Aires, 21-VII-1968.
[26] Antonio Zinny, op. cit., p. 306.
[27] La Gaceta Mercantil, Buenos Aires, 20 y 22-III-1830.
[28] La hoja, de 343 x 255 mm., comienza expresando: «El Editor del Gaucho Restaurador se ve precisado a suspender sus tareas como escritor público; tiene que ausentarse de esta ciudad a la Guardia del Monte a diligencias propias por el período de un mes, y esta circunstancia le impide el seguir la serie de sus trabajos. Sin embargo, en el corto tiempo que ha escrito tiene la satisfacción de no haber cedido sino a las impresiones de la verdad y a los estímulos de la justicia: su marcha ha sido franca y justa. Le han atacado con virulencia; y se ha defendido con calor porque así debía hacerlo para poner en claro su honradez y patriotismo, independientemente de las razones que ha aducido en favor de la noble causa que ha sostenido». Continúa luego en primera persona expresando: «Me habrán clasificado de exaltado o anarquista o demasiado entusiasta por fantasmas de un día». Y recuerda épocas pasadas en las que, expresa, «expuse mi vida y comprometí la tranquilidad de mi familia y de mis amigos en defensa de la causa más justa; sin que el olvido de mis servicios haya importado para mí más que un acto indigno aun de mi más profundo desprecio...». Por fin amenaza a sus enemigos con la aparición «como por encanto» de El Hermano del Gaucho Restaurador, El Restaurador de la Guardia del Monte y El Restaurador Neto, lo que probaría hasta la evidencia que la causa que sostiene tiene poderosos defensores y que está formada una «opinión indomable, poderosa, irresistible». Finalmente exclama: «¡Desgraciados una y mil veces los que quieran arrostrarla!... ¡Se perderán para siempre!... ¡Caerán para no levantarse!».
[29] Óscar R. Beltrán, op. cit., p. 191.
[30] Antonio Zinny, op. cit., p. 306-307.
[31] Por razones obvias no nos hemos referido en este estudio preliminar a las particularidades de la producción de Luis Pérez anterior, contemporánea o posterior a él, donde, como bien lo advierte Soler Cañas, poseen importancia relevante la presencia del compadre y del negro con sus modalidades expresivas características. Una buena lista de impresos, periódicos y hojas sueltas atribuidos a Pérez puede confeccionarse sobre la base de los datos aportados por los investigadores antes citados, especialmente Zinny, Peña, Rodríguez Molas, Rivera y Soler Cañas, además de los catálogos y ficheros de instituciones donde existen colecciones hemerográficas de época.
[32] Hilario Ascasubi, Aniceto el Gallo. Gacetero prosista y gauchi-poeta argentino. Extracto del periódico de este título publicado en Buenos Aires, 2.ª edición, Buenos Aires, 1900, p. 201-203. Las composiciones de referencia aparecen en el número 14.
[33] Los estudiosos Ángel H. Azeves y Fermín Chávez han creído ver en estos cielitos firmados por Juan Barriales en la década del 50, obra de José Hernández. Chávez, sin embargo, en su último trabajo titulado Un nuevo diálogo gauchesco sobre Rosas. El poeta Bernardo Echevarría. Vida y obra, Buenos Aires, 1977, p. 70, n. 252, cita ya a Victorica como posible autor de ambas composiciones.
[34] Carlos Correa Luna, Versos de Rosas, en La Prensa, Buenos Aires, 1.º-I-1924.
[35] Manuel Gálvez, Vida de don Juan Manuel de Rosas, Buenos Aires, p. 86-87, nos ilustra acerca de este personaje secundario históricamente pero que tanto fuera atacado por Luis Pérez en sus periódicos. Dice que en el año 1829, durante la «dictadura de Lavalle», al presentarse en casa de la madre de Rosas «el jefe de Policía, un tal Piedracueva que había sido boticario, doña Agustina le dice: Sólo en días tan aciagos para mi patria podías haberte atrevido a dar órdenes en una casa donde en otros tiempos te hubieras considerado muy honrado de ser llamado a poner ventosas».
[36] Comunicación del investigador Jacobo A. de Diego a la autora (1977).
[37] Variedades. Trozo de una carta de Madrid, en El Tiempo, Buenos Aires, 20-VI-1829.
[38] La Gaceta Mercantil, Buenos Aires, 2-VII-1830.
[39] Ibidem, 6-VI-1830.
[40] Ibidem, 6-VI-1830.
[41] Ibidem, 29-VII-1830. En este número se transcribía una nota firmada por «Casiana, la modista», quien recomendaba a los caballeros cortarse las patillas «que después de desfigurar sus interesantes facciones, parecen escaleras de campanario, moda a la verdad que los presenta en mal punto de vista para nosotras, las damas».
[42] Ibidem, 14 y 15-VII-1830.
[43] Bruce Wardropper, en su erudita Historia de la poesía lírica a lo divino en la cristiandad occidental, Madrid, 1958, propone el uso general del término contrafacta para las divinizaciones de textos, es decir, para las composiciones de tema «humano» contrahechas «a lo divino». En nuestro trabajo Un poeta glosador que vivió en Jachal (San Juan) en el siglo XIX: don Víctor José Capdevila, publicado en los Cuadernos del Instituto Nacional de Antropología, Buenos Aires, 1963, n. 4, p. 187 n., hemos adoptado la expresión castellanizándola y extendiendo su uso a casos no considerados por Wardropper en su trabajo limitado a la poesía «a lo divino». En los cantares histórico-políticos es muy frecuente este fenómeno de cambio de intención o función de un texto consabido. Varios de ellos se muestran en El Torito de los Muchachos.
[44] La Gaceta Mercantil, Buenos Aires, 10-IX-1830. Comunicado.
[45] Isabel Aretz, Tucumán. Historia y Folklore, Buenos Aires, 1945, p. 348-349.
[46] El decreto oficial que ordenaba el uso de la divisa punzó es de febrero de 1832.
[47] La Gaceta Mercantil, Buenos Aires, 27-IX-1830.
[48] Ibidem, 16-IX-1830.
[49] Ibidem, 23-IX-1830.
[50] Ibidem, 30-IX-1830.
[51] La denominación de décima se dio en todo el territorio de nuestro país donde existió una cultura tradicional con influencia hispánica a las composiciones que desarrollaran una idea expresada en una estrofa temática, en tantas estrofas glosadoras como versos tuviera la primera. Las típicas tenían el tema expresado en una cuarteta y las estrofas glosadoras eran realmente décimas espinelas. Pero también se llamó décimas a las que tenían como estrofa glosadora la cuarteta o la quintilla. Es decir, que la voz décima independientemente de su significado como estrofa de diez versos, significó lo que la voz glosa, reemplazando a ésta. Juan Alfonso Carrizo ha estudiado sus antecedentes en el «zegel» arábigo español y recogido una gran cantidad de piezas del folklore de nuestro noroeste. La décima, por otra parte, daba lugar a artificios diversos dentro de su estructura de por sí voluntariamente rígida. Luis Pérez, en caso de ser el autor real de todas las composiciones de El Torito de los Muchachos, demuestra conocer a la perfección las técnicas tradicionales en este sentido.
Antonio Zinny. |
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