Índice del Archivo del Departamento General de Policía. |
Por Julio Castellanos*
Con Rosas está ocurriendo lo que con
muchas ciudades desaparecidas, que al excavar sus ruinas los arqueólogos se
encuentran con que hay que modificar el concepto que se tenía de ellas,
calificadas de ciudades bárbaras, puesto que la piqueta viene a poner al
descubierto, hoy una estatua artísticamente modelada, mañana una copa de oro
cincelada de una manera maravillosa y al otro una columna perfecta, obras que
por su estilo y por la materia empleada en ellas, ponen de manifiesto que esas
ciudades habían adquirido una cultura superior, y por lo tanto, hay que
modificar el juicio que de ellas se tenía.
El hecho no debe sorprender –veinte
años de gobierno dejan muchos resentidos -, y cuando éstos triunfan es humano,
políticamente, modificarlo todo.
Al estilo Luis XIV sucedieron los Luises
XV y XVI, el Directorio, el Napoleónico, el Luis Felipe, etc., y como es
lógico, cuando un estilo deja de ser porque la moda hizo ley imponiendo otro,
el anterior pasa a los desvanes o a los cuchitriles de los chamarileros. Tal
suelen hacer los políticos triunfadores o muchos historiadores que disfrutan de
sus prebendas.
Todo cuanto se escribió
contra Rosas, no ya por los políticos contrarios, sino lo que fue invención de
mentes calenturientas que fabricaban novelas por entregas para solaz de sus
lectores, y de acuerdo con el último grito del romanticismo, pasa por cierto.
El folletinero ha hecho mucho daño
a la historia porque desempeñó un papel muy semejante al del falsificador de
moneda, que pretende pasar lo malo por bueno.
Pero las mentiras, por muchas que
sean, y a veces estén refrendadas por algún pseudo historiador, tienen que
dejar paso a la verdad. Y el documento que pone en circulación una orden, el
decreto oficial, y hasta la misiva íntima al correligionario, así como el
tratado internacional que se archiva en una cancillería extranjera, suele hacer
extemporáneamente su aparición y deja en descubierto al falsificador.
No es que creamos “tabú” a los
documentos oficiales, pues de sobra sabemos que hay mensajes que dicen lo
contrario de lo que el gobernante hizo.
Volviendo al caso de Rosas, es
mucho lo que hay que desbrozar todavía para que, a su persona y a sus hechos,
se les dé en la historia el lugar que en justicia le corresponde, pero ya
existen trabajos que han realizado parte de la tarea, algunos abonados por
historiadores de prestigio, y otros, por escritores que han hambre y sed de
justicia histórica, porque han llegado a descubrir que la figura de Don Juan
Manuel merece de los verdaderos patriotas, que no están embanderados en ningún
partido, que se la rehabilite.
Podrá ser hoy o mañana, pero ello
llegará; hay muchos Plutarcos que en su afán de hacer paralelismo ven que no desmerece
la personalidad de Rosas al lado de muchos próceres, y más se afirman en ello,
cuando ven que la Ilustrísima Personalidad de San Martín, con mayúscula, con
sus escritos y con su acto de donarle el glorioso sable, está de parte de
ellos.
Época es ésta de
revisión, y al hacerla, surge que la Unidad Nacional se logró por el tesón y el
patriotismo del Ilustre Restaurador de las Leyes, y que si mucho se le ha
vilipendiado en el pasado, hoy son muchos los que creen que la autoridad que él
impuso como mandatario, sus actos de gobierno, tanto en lo nacional como en lo
internacional, deben imitarse porque estaban inspirados en la justicia, en el
desinterés y en el más puro amor a la patria.
De los crímenes que se le achacan
no están libres, ni los gobernantes que le antecedieron, ni los que le
sucedieron, y es de notar que todos los gobernantes de los países americanos
fueron tildados de lo mismo. Era la época. El sectarismo no reflexiona, y
atribuye, a los que se encuentran en el poder, las fantasías que suelen ser
parto de su imaginación.
Y un hecho indiscutible debemos
hacer notar: que si Rosas llegó al poder no se debió a la sorpresa de un
cuartelazo afortunado de un militar ambicioso, o con la ayuda de empresas
extranjeras, sino que fue llevado al gobierno por la libérrima voluntad de los
legítimos representantes del pueblo, y después de un plebiscito que dio una
mayoría abrumadora a su favor.
Y de que sus dotes de gobernante
algo debían significar, dicenlo el recibimiento oficial que se le hizo en
Inglaterra a su llegada, cuando pobre y
desterrado, nada podía dar, siendo el jefe del gobierno, Lord Palmerston, quien
más le honró, brindándole una amistad que duró hasta su muerte.
A pesar de todo cuanto se ha dicho
en su contra, nadie osó hasta hoy enrostrarle que fuera malversador de caudales
públicos; sus cuentas con el erario son bien claras y precisas, y aun cuando
tuvo que sostener guerras internacionales jamás recurrió a empréstitos.
En cuanto puso mano, se nota
enseguida su espíritu ordenado; era un trabajador infatigable al que no se le
escapaba detalle, exigiendo de todo
empleado público el cumplimiento de su deber, no perdonando a nadie la menor
falta, y, cuando de la tranquilidad del país se trataba, era inexorable hasta
con sus allegados.
El estaba en potencia
en todo, bien se tratase de Hacienda Pública, de la Organización del Ejército,
del régimen a que tenía que estar sometidos los hospitales y asilos, de la
Instrucción Pública, del servicio de chasques y de cuanto se refería a los servicios
públicos.
Y del rigor a que tenía sometida la
Policía, todo sabemos que cuanto pasaba en la ciudad pronto era sabido por él;
díganlo la rápida pesquisa del robo de dos millones de pesos a la Casa de
Moneda por medio de la falsificación de una orden firmada por Rosas, que había
hecho un titulado Murillo, que se hacía pasar por Vidal y después por Vera y
por último resultó llamarse Andrés Vallejo.
En veinticuatro horas se prendió al
delincuente, y Rosas al recibir la nota de su detención, se asombra de que su
letra y firma hayan podido ser falsificadas con tal perfección, lo que no obsta
para que al pie de ella, en uso de las facultades extraordinarias que le había
acordado la legislatura, pusiera el cúmplase a la pena a que se había hecho acreedor
el tal Vallejo.
Tal rapidez se explica, porque en
aquellos tiempos, aunque no existían las impresiones digitales, no faltaban los
prontuarios que se hacían escrupulosamente, y para muestra vamos a transcribir
dos, cuyos originales se encuentran en el Archivo del Instituto de
Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas (estos documentos juntamente
con su magnífica biblioteca fueron donados al Instituto por la familia del
ilustre historiador don Martín V. Lascano).
Departamento de Policía
“Viva la Confederación Argentina”
“Mueran los Salvajes Unitarios”
“Muera el loco traidor Salvaje unitario Urquiza”
Buenos Aires, Octubre 9 de 1851.
Año
42 de la Libertad, 36 de la
Independencia
y 22 de la Confede-
ración Argentina.
José Ma.
Bustillos, edad 32 años calza bota fuerte, es sano no es borracho. Patria
Buenos Ayres, no sabe domar, anda regularmente a caballo, se ocupa en el
Comercio de Frutos del País, domicilio Calle la Victoria n° 33 y ¾ sabe leer y
escribir presta sus servicios en el 3er. Batallón de Patricios en clase de
soldado es hijo de Don Manuel José Bustillos y de Doña Manuela Prudant. Estado
casado, color blanco, pelo rubio, es hombre de pueblo, bueno para infantería.
Viste
pantalón de casimir negro chaleco de raso punzó camisa de hijo corbata de seda,
levita de paño negro, sombrero redondo usa la divisa y cintillo federal. Es de
buena conducta y no sabe emborracharse.
Servicios
que ha prestado a la Santa Causa Nacional de la Federación.
Siendo
empleado en el Correo fue preso en el año de 1840 por salvaje unitario y
conducido a la cárcel de Cabildo, de donde salió poniendo personero, y fugó en
ese mismo año a Montevideo y el Gobierno intruso de Montevideo le dio el grado
de Teniente Coronel de infantería a las órdenes del salvaje asqueroso unitario
Manco Paz hasta que este salió de Montevideo. Luego emigró al Brasil y acogiéndose
al indulto que S.E. tuvo a bien acordar regresó a su país.
Juan
Moreno
Se trata en este caso de una
persona conocida, a la que solían llamar el paquete Bustillo por su elegancia y
el esmero que acostumbraba a poner en su persona.
Como se deduce de la lectura de ese
prontuario, a pesar de sus andanzas contra el régimen implantado por Rosas, se
acogió al indulto que acordó el gobierno a los que regresaban al país, siéndole
concedido, lo cual prueba que Rosas no era tan duro de corazón como lo hacen
figurar, y que los unitarios sabían que nada tenían que temer cuando el
Restaurador tenía empeñada su palabra.
En cuanto al otro prontuario se trata
nada menos que del hijo de don Bernardino Rivadavia, el que, como es natural,
no podía ser más unitario. Leámosle:
Departamento de Policía
“Viva la confederación Argentina”
“Mueran los
Salvajes Unitarios”
“Muera el loco
traidor Salvaje unitario Urquiza”
Buenos
Aires, Octubre 17 de 1851.
Año
42 de la Libertad, 36 de la
Independencia
y 22 de la Confede-
ración Argentina.
Joaquín Rivadavia: edad 37 años –
calza bota fuerte – es sano – no es borracho – natural de Buenos Aires – no
sabe domar – sabe andar bien a caballo -
se ocupa en un escritorio de Agencia – Su domicilio Calle del Parque
num. 51. Sabe leer y escribir y en prueba de ello firma la presente
clasificación – se halla enrolado actualmente en el Juzgado de Paz de la
Catedral al Norte – hijo legitimo de D. Bernardino Rivadavia y de Da. Juana del
Pino – de estado casado – color blanco – pelo castaño algo cano – es hombre de
pueblo – es bueno para caballería.
Viste: levita de paño – chaleco
punzó – pantalón de paño – camisa blanca corbata de seda – bota fuerte –
sombrero de pelo negro – usa la divisa y sintillo federal.
Es de buena conducta y no es
borracho.
Servicios a la Santa causa de la
Federación Nacional. No ha prestado ninguno – Dice que habiendo llegado de
Francia el año de 1828, cuando el motín militar del Salvaje asqueroso unitario
Lavalle, lo hicieron Alférez de Caballería, y que sirvió con los amotinados
hasta la convención, después de lo cual emigró al Estado Oriental del Uruguay
hasta el año de 1833 que volvió a esta Ciudad, y que en el mismo año pasó con
licencia a Mercedes en la Banda Oriental á hacerse cargo de una estancia de su
Padre – Que el año de 1837 entró al servicio con los salvajes asquerosos
unitarios en el Ejército del salvaje asqueroso unitario Lavalle, quien lo hizo
Capitán en la campaña contra el Sr. Presidente legal del Estado Oriental: que
se halló en toda la guerra que hizo el pardejón salvaje asqueroso unitario
Rivera contra el Gobierno legal de aquel Estado. Que cuando el salvaje
asqueroso unitario Lavalle invadió esta Provincia sirvió con él en toda la
campaña habiéndole dado el título de Sargento Mayor de Caballería hallándose en
todas las acciones de guerra que tuvieron lugar hasta la Rioja, en donde se
separó y pasó a Bolivia, y desde allí por Matogrosso se vino al Rio Janeiro se
embarcó y se vino a Montevideo. Que allí fue llamado al servicio por el
titulado Ministro salvaje unitario Pacheco y Obes y le fue dado el mando de un
escuadrón de Caballería con el que salió a campaña hasta que los emigrados
argentinos se separaron y marcharon a Corrientes donde sirvió a las órdenes del
salvaje asqueroso unitario manco Paz – Que cuando el ejército Paraguayo llegó a
Corrientes, fue pedido por su titulado general y al presentarse a servicio le
dieron el grado de Teniente coronel continuado en aquel hasta la disolución,
que pidió su pasaporte para el Brasil donde se retiró. Que de allí paso
embarcado a Montevideo y a los pocos días se trasladó a esta Ciudad el año
1848. Que luego que se hizo pública la traición del salvaje, loco, traidor,
unitario Urquiza, ofreció sus servicios al Supremo Gobierno, dirigiéndose á
S.E. por conducto del Capitán escribiente D. Pedro Rodríguez, lo mismo que lo
ha hecho personalmente recordando su oferta a la Señorita Da. Manuelita Rosas y
Ezcurra, la cual la reitera hoy al hacerle la presente clasificación.
Nota
Agrega este individuo que el año de
1848 se enroló en la Pasiva del Juzgado de Paz de Catedral Norte, donde presta
sus servicios como ciudadano de la 2da. Compañía
Joaquín
Rivadavia
Juan
Moreno (Este documento rectifica lo
afirmado por don Jacinto Yaben en la pág. 91 del Tomo IV de su obra “Biografías
Argentinas y Sudamericanas”, en la que afirma que Joaquín Rivadavia volvió al
país después de Caseros.
Se encuentra en Buenos Aires desde
mucho antes de este hecho,
Es curioso y frecuente el afán de
hacer pasar como volviendo al país después de Caseros a muchas personas que
residían tranquilamente en él. El ambiente de la dictadura no era tan
irrespirable como se pretende y muchos de los presuntos proscriptos hicieron su
fortuna en el país durante esa época.
Lo mismo puede decirse de José
María Bustillos, a quien también el señor Yaben, hace volver a Buenos Aires
después del 3 de febrero de 1852.
Como se habrá notado, no se trata
en este caso de un cualquiera, sino de un hombre que había actuado en cuantas
pellejerías se lanzó el partido unitario
para derrocar a Rosas, que sabía leer y escribir, y que, dado el medio en que
había figurado, es de suponer que debía conocer a sus correligionarios para no
tomar en cuenta lo que decían de las barbaridades de Rosas, puesto que el año
1848 viene a Buenos Aires y se enrola en la pasiva del Juzgado de Paz de
Catedral al Norte, donde presta servicios con la 2ª. Compañía. Más tarde al hacerse pública la traición de
Urquiza se ofrece para prestar servicios en el Ejército rosista, dándose el
caso de que un unitario peleara en defensa del gobierno de Rosas, y ello
solicitado personalmente a doña Manuelita, y también por conducto del Capitán
Pedro Rodríguez.
Indudablemente se vivía en una
época de sorpresas y la que debe causarnos el hecho de que el hijo de don
Bernardino adoptase resolución tan patriótica, se explica, porque no se trataba
como en las contiendas anteriores de una guerra civil, sino de una guerra
internacional contra el Brasil, al que se había aliado Urquiza. Así lo
entendieron muchos otros, entre ellos, los coroneles Díaz y Chilavert, quienes
combatieron al lado de Rosas en Caseros.
Para terminar vamos a transcribir
unos párrafos del notable ensayo del señor E. M. S. Danero, titulado “Lucio
Vicente López”: “Y – como dice Ernesto Quesada- mientras el primero (don
Vicente López y Planes), siguiendo sus inclinaciones y obedeciendo a su
idiosincrasia, continuó viviendo en Buenos Aires sin que personalmente nadie le
achacara nada ni le hiciera el menor reproche, el hijo (don Vicente Fidel
López), batallador y altivo, tuvo que emigrar de nuevo a Montevideo..." Y más adelante
refiere, tratándose de don Lucio Vicente López: “Con el propósito de que
iniciara sus estudios universitarios, su padre le envió a Buenos Aires”, y eso
¡en plena tiranía! Lo cual prueba dos
cosas: que eran muchos los que se autoperseguían, y en que en lo referente a
estudios superiores, los de aquí eran mejores que en Montevideo, puesto que
allí no existían.
Mucho debía representar Rosas para
los argentinos que lo estimaban cuando para vencerlo, por primera vez, tuvieron
que coaligarse todos los descontentos y buscar la ayuda de fuerzas extranjeras.
*Revista
del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas n° 6,
Buenos Aires, Diciembre de 1940
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