domingo, 20 de diciembre de 2015

SAN MARTÍN Y ROSAS (I)



Colorado del Monte (por Francisco Madero Marenco).




Por Ricardo Font Ezcurra

 

              PROLOGO-HOMENAJE A LA SEGUNDA EDICIÓN


            Cuando este libro vio la luz en el año 1943, fue recibido alborozadamente   por la juventud nacionalista. Pero esta juventud no tenía claras y bien determinadas sus funciones políticas: era revolucionaria en las ideas y antielectoral en la práctica; era antiliberal en doctrina y enemiga declarada de los políticos profesionales, amén de un aporte teórico europeizante muy de la época. Ese complejo ideológico confundía a las mentes vírgenes que se iniciaban a la vida activa y en muchos activísima.
            Esas combinaciones teórico-doctrinarias no habían aún aclarado un asunto neurológico, que si bien cronológica e históricamente lejano, era la clave cierta para dilucidar los orígenes de un pasado tergiversado: el de Rosas y su época.
            Los jóvenes herederos del 1930, espectadores de la modesta partida “revolucionaria” del 6 de septiembre, no fueron violentamente trastornados en lo político del diario vivir (radicales o conservadores por radicales), sólo sufrieron las vicisitudes del cambio como comprobatorio de sus tesis -antiliberal, antielectoral-, pero eso sí, permitió el desarrollo de inquietudes que venían antes del 30; ya de 1916 y 1918 se vivía el clima de angustia política que no terminaría el 6 de septiembre, más bien las acrecentaba e imponía una nueva tónica, esa angustia, no bien definida en expresión de lo nacional, se entrelazaba con el poderoso influjo del actual extranacional. Inglaterra, Francia y Estados Unidos de un lado, y Rusia, Alemania e Italia por el otro, inclinaban conjuntamente y en función perturbadora, los pequeños planes de radicales, conservadores y de algunos socialistas, pero...algo más interesante se  inquietaba  en la Argentina del 16 al 30.
            Se comprobó bien  pronto que en la Argentina se convivía en dos posiciones antagónicas, dos formas de vida y dos interpretaciones disímiles. La geo-política    revelaba la distorsión económica: el gobierno representaba a una minoría, los grandes trusts tenían las finanzas del país, y, caso notable, Buenos Aires, su riqueza con su puerto y el interior su miseria con su trabajo, daban la trágica realidad de un hecho comportable con sólo salir del perímetro capitalino. Todo certificaba el gran drama económico-social que venía de herencia histórica -Buenos Aires (política, economía y cultura) y el interior (sumisión, pobreza e ignorancia). El todo y la nada.
            Visto por muy pocos, entonces, la raíz explicativa estaba también en lo espiritual -Argentina soberana o Argentina colonial- y las razones, que eran varias y muy valederas, estaban en esos jóvenes avisados y en los viejos experimentados del 1910, en la trama histórica-política, y ellos al crear esa antítesis, crearon a sabiendas la historia verdadera con el drama intrínseco que venía de Caseros para acá, y por la profundización del temario histórico les fue posible aclarar todo el proceso de crisis total de la Argentina para ese 1930.
            A lo visto, oído y leído había que continuarlo con obras de divulgación precaria -Saldías y Quesada- clásicas en historia, pero conocidas en círculos privilegiados, desgraciadamente no desnudaron la crisis cíclicas de unitarios y federales; o de materiales documentales retaceados y adulterados -Mitre y López-; sólo dieron obras fraccionadas de los sucesos por ellos vividos apasionadamente; o literatura seudo nacional -Sarmiento y Mármol- creadoras de mitos históricos y novelados, desde luego impropios para conocer nuestro ser nacional; o de políticos carentes de directivas claras y creadoras -Avellaneda y Roca-, y muchas cosas más, eran los imposibles y los frenos de expansión de las generaciones del 1890, 1910 y 1930.
            Claro está que los espasmos para adelantar lo dicho por otros no faltaron. Nunca una nación en crecimiento deja de tenerlos.
            Alberdi, Hernández, Peña, Andrade, Zeballos, Ingenieros..., contradictorios como todo el país, con una política supeditada, y no ellos, comprometidos a los intereses antinacionales, fueron olímpicamente ignorados por falta de transmisión, puesto que liberales, masones y vulgares cipayos no permitían su divulgación, pero eso sí, trataron, y gran éxito, distorsionar a esos transmisores: un Alberdi “constitucionalista”, Hernández, Andrade y Guido Spano poetas y no políticos; Peña y Zeballos, literatos y no historiadores; Ingenieros, médico psiquiatra y no revolucionario social, etc., etc. Esto había que dilucidarlo para poder comprender el esfuerzo de una generación inquieta e inquietante, muerta sin prosélitos ni casi continuadores.
            La antipatria, encasillada en la gran prensa, en la alta política y los negocios  turbios, cerraba a cal y canto las creaciones nacionales; nada pasaba sin control, el filtro era firme y arbitrario y el pueblo huérfano políticamente, ignorante de su glorioso pasado y miserablemente expoliado y, para colmo de males, fraccionado en radicales, conservadores y agitantes sociales muy “amarillos”, no recibía nada o casi nada para tomar conciencia o al menos intuir la verdad. Lo poco comunicado en libritos muy modestos o por una prensa pequeña, era sistemáticamente aplastado con la poderosa “arma” del silencio; la llamada complicidad del silencio funcionaba bien.
            ¿Pero hasta cuándo podía prolongarse ese silencio? Modestos órganos de difusión -Crisol, Nuevo Orden, El Pampero, etc.-; libros inaccesibles –D´Amico, Ibarguren, Ugarte, etc., o agrupaciones políticas surgidas en 1930 -Liga Republicana, A.D.U.N.A., F.O.R.J.A., etc.-, tenían que esforzarse para romper el cerco de la oligarquía del Jockey Club; las embajadas muy metidas en la Casa Rosada; la maléfica C.A.D.E. pues todos en conjunto o particularmente compraban la “inteligencia” al mismo tiempo que el fichaje policial decretaba la marca de “rebelde” para quien resistía las directivas provenientes del extranjero.
            Sin embargo, la verdad reflotaba en cada crisis social, política y económica; las generaciones que habían mamado clandestinamente los aportes de los violadores de la “complicidad del silencio”, aportaron a su vez rompiendo las barreras y los cercos de control estatal, se revisaron los archivos que contenían polvo acumulado, en donde los papeles daban la realidad; se investigó, se compulsó y luego de serenos estudios esa ímproba tarea se publicó.
            Así nació el revisionismo histórico y así se inició la clarificación del ser nacional.
            De esos meritorios precursores cabe a Ricardo Font Ezcurra una parte sustancial, y para entender sus méritos nos fue imprescindible explicarlo, para así valorar equilibradamente el tremendo esfuerzo de sus creaciones, de su consiguiente influencia en los medios históricos y de la escuela iniciada en parte por él.
            Las revelaciones de sus “San Martín y Rosas” y “Unidad Nacional”, dieron la tónica necesaria para esclarecer, y ya para adelante, la mentalidad nacionalista de su período vivido con intensidad y dejar marcado a fuego la subsiguiente fisonomía de la juventud del 45 a la fecha de hoy.
            Y esto es así porque el “San Martín y Rosas” terminó la disyuntiva histórica de Rosas y su política, de San Martín y su concepción integral con la nacionalidad; de Rosas y su defensa de la soberanía; de San Martín activo y apasionado en su voluntario exilio; de Rosas y su Confederación; de San Martín y su sable como “prueba de satisfacción por la firmeza” en sostener el honor, y, en fin, de Rosas, el heredero legítimo de esa joya histórica.
            Estas definiciones se extraen de ese libro, y 20 años después fácil son de entender, pero en ese momento de 1943 fueron mojones para conocer y hacer comprender y abrir las mentes dopadas de más de 100 años de mentiras. Esta fue la obra de Font Ezcurra.
            Lo demás fue la prosecución de sus obras.
                                                                       Alberto A. Mondragón
Buenos Aires, febrero de 1965.
           

                         PROLOGO A LA PRIMERA EDICION


            Hace algunos años las nuevas generaciones iniciaron un proceso de revisión de la Historia oficial que ya ha triunfado, llegando a la sentencia definitiva. Ese proceso fue tanto más notable cuanto que teníamos radicalmente en contra el Régimen vigente. El silencio de los grandes diarios que cuidan sus muertos no sólo porque son de la familia, sino porque dan de comer;  el odio de ridículos Ministros de Instrucción Pública y no menos ridículos Ministros del Interior; el desahucio de maestros y profesores patriotas porque enseñaron desde sus cátedras que Rosas era una figura de prócer, a cuyo lado los enlevitados civilistas de la organización eran apenas unos pendolistas escribaniles; el complot de cierta oligarquía que dice pertenecer a una alta sociedad de discutibles pergaminos, que se oponía a la vindicación del “tirano” porque podía suceder que, hurgando en el pasado, los antecesores de esa plebe enriquecida hubieran sido caballerizos o lustrabotas del Dictador; la rabia de cierta clase de intelectual aburguesada, conservadora, anquilosada y sin ninguna inquietud crítica, a quienes esta revisión los obligaba a algo, cuando menos a contestar: el desbaratamiento de las literaturas argentinas oficiales, de cincuenta años de editoriales flatulentos, de rutina académica; todo eso y mucho más no pudo nada contra el empuje de la verdad y de la justicia.
            Rosas había sido arrojado al osario de los héroes ignorados, porque su recuerdo ofende el espíritu colonial, a ese tremendo servilismo colonial en que yacen los argentinos. No nos referimos a nada económico; la colonia económica puede ser un bien, puede ser una etapa necesaria de la independencia real. Lo terrible, lo tremendo es el colonialismo intelectual, psicológico y patético. Un colonialismo intelectual que desemboca en esta triste cosa: el agnosticismo político, mejor dicho, la atrofia del sentido nacional, con el que se percibe la política interna y externa. He aquí la cruel verdad.
            No tenemos política interna, ni externa; no podemos tenerla. Era sangriento lo que hacía una vez Maurras con un libro suyo, y era colocar como clave de ese libro (trataba de política internacional) una frase arrancada a M. Bergeret, el desengañado “alter ego” de Anatole France: “Usted sabe que no podemos tener política internacional...” Otra cosa quería decir el interlocutor de Bergeret, pero Maurras señalaba esa ausencia, esa mutilación de un órgano de la vida de relación francesa, como una calamidad que puede ocurrirle a un país.
            Y bien; nosotros los argentinos no tenemos, no podemos tener política interna, no exterior, porque estamos mutilados en el órgano o aparato sensorial donde residen las percepciones de esas realidades. Son ciento treinta y tres años, en los cuales las metrópolis pensaron, percibieron, reaccionaron, actuaron por nosotros; y el órgano se atrofió.
            En tal ausencia, Rosas es un remordimiento: el complejo colonial aflora humillador a la conciencia y nos hiere con su verdad espantosa. La estructura oficial se  ofende; las nuevas generaciones, aún asimismo humilladas y ofendidas, rompieron la censura y contra el anquilosamiento colonial e intelectual argentino impusieron a Rosas en todas partes donde tiene intereses y en ninguna donde la vida nacional no existe, ni se concreta con la inteligencia, como las Academias de Historia, en su mayor parte paniaguados y adulones de algunas familias que pesan todavía porque tienen algún poder. Dentro de diez años, cuando quieran rendir el homenaje máximo a la jornada luctuosa de Caseros, las nuevas generaciones serán las que dominen el país. Auguramos una nueva jornada fría, ridícula, con alguna digresión histórica pesada e indigesta, con repeticiones insulsas de los maestros de escuela. Todo lo que viva, todo lo que cuente algo en el país, no considerará el centenario de Caseros sino como una ceremonia oficial tan aburrida como las demás.
            En tal obra de vindicación justiciera, Don Ricardo Font Ezcurra tiene una significación sobresaliente. Hace algunos años logramos corporizar un pequeño instituto de estudios rosistas que ha llegado a ser la anti-Academia -el Instituto de Investigaciones Históricas “Juan Manuel de Rosas”-. En esa misma época el doctor Font Ezcurra hizo su aparición en el mundo intelectual con un sólido, fornido e inexpugnable tanque de verdades de a puño, contra aquellos famosos unitarios a los que Ricardo Rojas los describe con las tintas que se usan para evocar las figuras sacrosantas. Peregrinos de la libertad, soñadores de la patria, proscriptos enfebrecidos de santo odio contra los tiranos, así aparecen con sus frentes pálidas, enamorados de Elvira, ardiendo en sus ojos el fuego de una pasión inextinguible; así aparecen en una iconografía al uso, vestidos con toda la ropavejería de un romanticismo averidado y trasegado.  Pero ¿qué fueron? ¿Qué hicieron? ¿Qué ambicionaron en realidad? Lo que Don Ricardo Font Ezcurra mostró a las generaciones atónitas diciéndoles como es el gran mandato: “Tomad, leed.” ¿Qué fueron? ¿qué hicieron? Aventureros, intrigantes, espiones, soplones de embajada, anduvieron lamiendo las alfombras diplomáticas en Chile, en Brasil, en Londres, en Francia, para que las fuerzas armadas extrajeras invadieran el territorio argentina, recibiendo en cambio el pago traidor de enormes zonas de la República.
            Con ese testimonio fundado en documentos emanados de los mismos traidores, el publicista sagaz y pacienzudo que es Font Ezcurra construyó su libro “La Unidad Nacional”. Millares de ejemplares fueron vendidos, y sus ediciones agotadas revelan que Font Ezcurra había entrado por la puerta ancha, y no por la ventana, al recito de los verdaderos historiógrafos. Lo había hecho con pasión de justicia. Había hurgado documentos con pasión de patria, no como mero ratón de biblioteca que se preocupa en saber bajo qué gomero tomaba mate el General Lavalle. No era un prurito libresco. Era la necesidad de desenmascarar a los histriones que ni pasaron sed, ni pasaron hambre, ni anduvieron peregrinos por ningún lado, ni siquiera se molestaron en esperar a que los desterraran, sino que algunos se desterraron solos cuando vieron que se medraba mejor en otra parte. Ahí está el libro de Font Ezcurra. Ahí están los documentos. ¿Quién hizo la unidad nacional? ¿Sarmiento, que promovía la infiltración chilenista en Cuyo? ¿Mitre, que, como Sarmiento, quería ceder la Patagonia a Chile? ¿O Rosas, que hacía frente a dos flotas armadas en Obligado, en Quebracho, en Ramallo?.
            Nadie contestó el libro de Font Ezcurra. Los plumíferos a sueldo de las ediciones dominicales no se atrevieron a refutar nada. El libro está ahí, sin embargo. Los documentos también. Lo único que falta es, de parte de nuestros adversarios, verdadera dignidad intelectual para enfrentarse con ideas nuevas que pronto serán del siglo.

            Las relaciones entre San Martín y Rosas han sido cuidadosamente soslayadas por nuestros liberales. Conviene decir que es necesario, de una vez por todas, hacer algún día la revisión histórica de la bibliografía sanmartiniana. Un escritor y publicista español, residente entre nosotros. Don Augusto Barcia Trelles, está reajustando con rigor lógico todas esas fallas, lagunas o descuidos deliberados de nuestros Mitre, Rojas y Otero. Y aún siendo dicho escritor Barcia Trelles liberal definido, tiene mucha más honradez que los nuestros. Debemos decirlo porque somos amigos, antes que de nuestros mismos amigos, de la verdad, según el proverbio socorrido.
            Tanto a San Martín como a Bolívar se los presenta como especie de demo-liberales antecesores de toda la guacamayería hispano-americana, que han hecho de estas naciones una loca zarabanda de oradores y demagogos. Mentira, solemne mentira. Bolívar es partidario de gobiernos estables, toma del Abate Sieyes sus modales constitucionales con presidente  vitalicio y senados hereditarios; condena en el Congreso de Angostura el desenfreno de las masas y abomina del demagogo Páez como del oligarca Santander. Muere declarando que estos países serán víctimas de las siete cabezas de la hidra jacobina. San Martín no tiene acaso la misma vocación política, pero la entiende, como que su genio no es el de un especialista en batallas. Ocurre, al promediar su vida, un hecho muy grave, que en San Martín deja huella profunda. Presencia San Martín, allá por el año 1808, en Sevilla, la muerte inicua del General Solano, por las turbas enloquecidas y maniobradas por agentes provocadores. Esa inmolación, a  todas luces injusta, causó a San Martín tan hondísima impresión -dice Barcia Trelles, liberal, y por lo tanto insospechable en este caso- que en lo sucesivo desconfió siempre de los movimientos demagógicos y de los procedimientos basados en el desempeño de las multitudes.
            Nuestros liberales se encargaron de subestimar la impresión que en San Martín produjo la inmolación del General Solano, víctima de la brutalidad y de la incomprensión popular, acicateado el pueblo por los demagogos. San Martín admiraba y quería entrañablemente al General Solano, hombre culto, afrancesado tal vez, pero no traidor como lo creyó el pueblo sevillano.
            Estas son también las mismas razones por las cuales apenas se han hecho conocer las relaciones entre San Martín y Rosas. Don Ricardo Font Ezcurra nos presenta agotada esa correspondencia, donde se transparenta el respeto y la consideración que el Libertador le guardó al Restaurador. Cuando San Martín tiene conocimiento de que la Argentina está bloqueada por la flota francesa de Le Blanc, ofrece sus servicios. El General Rosas los agradece, acaso por una razón diplomática; no conviene por el momento abultar ante el mismo gobierno de Luis Felipe la significación de la guerra, mientras los franceses mismos no se encarguen de magnificarla con hechos. Luego San Martín, designado embajador en Lima, declina el honroso ofrecimiento y en todo momento el Encargado de las Relaciones Exteriores de la Confederación guarda al Héroe el máximo de consideraciones y éste le retribuye con el mismo respeto y admiración.
            San Martín rebosa amargura contra aquella gente “cuya infernal conducta” ya había anatematizado, es decir: los rivadavianos, los hombres civiles que -según una de las cartas que el lector conocerá- llevaban la bajeza de sus procedimientos a sobornarle a San Martín sus sirvientes para que hicieran de soplones. ¡He aquí calificados los funestos señores de las logias, contra quienes Rosas debió luchar toda su vida!
            Aquí tienen las palabras documentadas del Gran Capitán; aquí tienen todas las pruebas y la definitiva, la que un hombre provee cuando se halla cerca de la sepultura, es decir: el testamento, en el que le lega su sable a Juan Manuel de Rosas, en atención al patriotismo y la energía que ha desplegado el Ilustre Restaurador de las Leyes.
            Don Ricardo Font Ezcurra comenta con gran oportunidad esta correspondencia de uno y otro lado intercambiadas. Refuta juicios interesados respecto a ciertas actitudes de Rosas e infamias extendidas sobre la pretendida declinación de San Martín cuando redactara el legado del sable que lo acompañara en su gloriosa existencia.
            Nuevamente acredita aquí el Dr. Font Ezcurra sus condiciones de publicista documentado y parsimonioso en el ajuste de datos y en la comprobación inobjetable de los hechos. Al mismo tiempo, la investigación sirve a un concepto central, como debe servir siempre la historia que no es mero pasatiempo papelero.
                                                                                                            Ramón Doll
Buenos Aires, 15 de mayo de 1943.



ADVERTENCIA

            La correspondencia privada de las personas de actuación dirigente en la vida de los pueblos, además de su interés en muchos aspectos, ejerce sugestión incomparable del documento histórico.  Cartas no siempre escritas exclusivamente para el destinatario revelan en su íntima espontaneidad la relación directa o el antecedente concreto, o efectos y matices que constituyen un poderoso factor concurrente para alcanzar la recta elucidación de hechos y acontecimientos ignorados del pasado.
            Su difusión, realizada con este único designio, no afecta la debida discreción, ni vulnera el respeto emergente de su carácter privado; por el contrario, ella previene de las múltiples tergiversaciones que otorgaría su silenciamiento. De ahí el interés primordial que adquieren día a día las colecciones de cartas, los epistolarios y papeles privados.
            La correspondencia privada compilada que publicamos, cambiada entre el general San Martín y Rosas, documenta la actuación del primero durante la época del segundo, y ha de ser leída con interés, pues sorprenderá al lector desprevenido que estos prohombres hayan mantenido y cultivado una amistad inalterable, un mutuo respeto y una recíproca consideración, contradictorias en absoluto de las afirmaciones corrientes de la literatura historiográfica argentina.
            Ambos próceres encarnan en ésta los extremos de la difundida antinomia oficial: civilización y barbarie... Observamos, sin que esto deba sorprendernos en demasía, que aquí también se cumple aquello de que los extremos se tocan. Y este insospechado contacto rectifica algunos viejos conceptos, perpetuados en nombre de esa deliberada ocultación en que se han mantenido diversos aspectos de nuestro pasado.
                                                                                  Ricardo Font Ezcurra

                                                           I


                           EL LIBERTADOR Y EL RESTAURADOR



Algunas de las cartas que integran este epistolario forman parte de la publicación realizada, sin método ni coordinación alguna, por el Museo Histórico Nacional, y otras han sido reproducidas tendenciosamente en Documentos del Archivo de San Martín.  Sin embargo, son casi desconocidas no obstante poner en relieve el desinteresado patriotismo de San Martín, quien a pesar de las persecuciones de que fue objeto por el grupo unitario y rivadaviano, nunca fue indiferente, ni permaneció ajeno a la evolución y desarrollo de nuestra nacionalidad, ni a los problemas fundamentales que afectaban a la Argentina futura. (Ver Apéndice doc. Nros. 1 al 5)
El 6 de enero de 1827 escribía, desde Bruselas, al general Tomás Guido: “Dígame usted, con franqueza, cuál es la situación de nuestro país.  Creerá usted que a pesar de haberme tratado como a un Hecce-Homo, y saludado con los honorables dictados de ambicioso, tirano y ladrón, lo amo y me intereso por su felicidad?” (San Martín. Su correspondencia. Publicación del Museo Histórico Nacional. Buenos Aires, 1911. Pág. 168).  
            Por ello, cuando en el exilio, fruto de esa persecución, (Ver Apéndice doc. Nros. 6,  7 y 8)   tuvo noticias, por los periódicos franceses, de la insólita conducta de Francia  en el Río de la Plata, y de que sus pretensiones imperialistas, análogas a las demostradas en Argel y en México, involucraban un serio peligro para nuestra independencia, se dirigió a don Juan Manuel de Rosas, entonces gobernador de la provincia (pág. 22) de Buenos Aires y Jefe de la Confederación Argentina, ofreciéndole sus servicios:

                                                                            Gran Bourg, cerca de París 
                                                                                       5 de agosto de 1838.
Exmo. Sr. Capitán  General  D. Juan Manuel de Rosas.
Muy señor mío y respetable general:
           Separado voluntariamente de todo mando público, el año 23, y retirado a mi chacra de Mendoza, siguiendo por inclinación  una vida retirada, creía que este sistema, y más que todo, mi vida pública, en el espacio de diez años, me pondría a cubierto con mis compatriotas, de toda idea de ambición a ninguna especie de mando; me equivoqué  de cálculo -a los dos meses de mi llegada a Mendoza, el gobierno que, en aquella época, mandaba en Buenos Aires, (En el momento a que alude la carta era gobernador de Buenos Aires el general Martín Rodríguez y Bernardino Rivadavia si “ministro omnipotente” N. del A.) (Ver Apéndice doc. Nros. 9 y 10)  no solo me formó un bloqueo de espías, entre ellos uno de mis sirvientes, sino que me hizo una guerra poco noble en los papeles públicos de su devoción, tratando al mismo tiempo de hacerme sospechosos a los demás gobiernos de las provincias; por otra parte, los de la oposición, hombres a quienes en general no conocía ni aún de vista, hacían circular la absurda idea que mi regreso del Perú no tenía otro objeto que el de derribar la administración de Buenos Aires, y para corroborar esa idea mostraban (con una imprudencia poco común) cartas que ellos suponían les escribía-.  Lo que dejo expuesto me hizo suponer que mi posición era falsa y que, por desgracia mía, yo había figurado demasiado en la guerra de la independencia, para esperar gozar en mi patria, por entonces, la tranquilidad que tanto apetecía.  En estas circunstancias, resolví venir a Europa, esperando que mi país ofreciese garantías de orden para regresar a él; la época la creí oportuna  el funesto año 29; a mi llegada a Buenos Aires me encontré con la guerra Civil; (Ver Apéndice doc. Nros. 11 al 16) preferí un nuevo ostracismo a tomar ninguna parte (pág. 23) en sus disensiones, pero siempre con la esperanza de morir en su seno. (Efectivamente, el 6 de febrero de 1829 llegó San Martín a Buenos Aires en el Chichester. Era entonces gobernador de Buenos Aires el general Juan Lavalle, quien ejercía una dictadura militar implantada a raíz del motín del 1° de diciembre de 1828, que dió por resultado la destitución y asesinato de Dorrego. Los unitarios, que no perdían oportunidad de denigrar a San Martín, lo recibieron con el siguiente “cartel de escarnio” profusamente distribuido en la ciudad: “Ambigüedades. El general San Martín ha vuelto a su país a los cinco años de ausencia; pero después de haber sabido que se han hecho las paces con el Emperador del Brasil”. - Bartolomé Mitre, Historia de San Martín.)
         Desde aquella época, seis años de males no interrumpidos han deteriorado mi constitución, pero no mi moral ni los deseos de ser útil a nuestra patria; me explicaré: (Ver Apéndice doc. Nros. 17 al 25)
           He visto por los papeles públicos de esta, el bloqueo que el gobierno francés ha establecido contra nuestro país; ignoro los resultados de esta medida; si son los de la guerra, yo sé lo que mi deber me impone como americano; pero en mis circunstancias y la de que no se fuese a creer que me supongo un hombre necesario, hacen, por un exceso de delicadeza que Ud. sabrá valorar, si usted me cree de alguna utilidad, que espera sus órdenes; tres días después de haberlas recibido me pondré en marcha para servir a mi patria en la guerra contra la Francia o en cualquier clase que se me destine. Concluida la guerra, me retiraré a un rincón -esto si mi país me ofrece seguridad y orden; de lo contrario, regresaré á Europa con el sentimiento de no poder dejar mis huesos en la patria que me vio nacer.
           He aquí, general, el objeto de esta carta.  En cualquiera de los dos casos - es decir, que mis servicios, sean o no aceptados, yo tendré siempre una completa satisfacción en que usted me crea sinceramente su apasionado servidor y compatriota, que besa su mano.
                                                                                                 José de San Martín.
San Martín. Su correspondencia. Pág. 146 y fotocopia en “Genio político de San Martín”, de Ricardo Levene, pág. 354.
           
Con esta carta quedaba iniciada su correspondencia con Rosas, la que se prolongaría por espacio de doce años, desde 1838 a 1850. El Restaurador no estuvo remiso en contestar a tan extraordinario ofrecimiento:

                                                                 Buenos Aires, Enero 24 de 1839.

Señor brigadier general  D. José de San Martín.
Apreciable general y distinguido compatriota:

Al leer su muy estimable, fecha 5 de agosto último, he tenido el mayor placer, considerando por todo su contexto los nobles y generosos  sentimientos de que se halla usted animado  por la libertad y gloria de nuestra patria.  Mi satisfacción habría sido completa, si me hubiese sido posible excusar el recuerdo de los funestos sucesos que lo obligaron  a retirarse de este país, y que nos han privado, por tanto tiempo, de sus importantes servicios; pero ¡quién sabe si esto mismo, desmintiendo la maledicencia de sus enemigos, ha mejorado su posición, para que sean más estimables los que haga a esta república en lo sucesivo!
Con efecto; el tiempo y los acontecimientos, considerados en su origen, relaciones y consecuencias, suelen ser la mejor antorcha contra las falsas ilusiones que producen la ignorancia, la preocupación y las pasiones.  Felicito a usted por el acierto conque ha sabido conocer la injusticia de sus perseguidores, y le doy lleno de contento las mas expresivas gracias por la noble y generosa oferta que se sirve hacerme de sus servicios a nuestra patria en la guerra contra los franceses; pero aceptándola con el mayor gusto, como desde luego la acepto, para el caso de que sean necesarios, debo manifestarle, que por ahora no tengo recelo de que se suceda tal guerra, según lo espero por la mediación de la Inglaterra, y notorios perjuicios a las demás potencias neutrales; y, por lo mismo, al paso que me sería grato que usted se restituyese a su patria, por tener el gusto de concluir en ella los últimos días de su vida, me sería muy sensible que se molestase en hacerlo, sufriendo las incomodidades y peligros de la navegación, por solo el motivo de una guerra que, probablemente, no se verificará; y mucho mas cuando concibo que permaneciendo usted en Europa, podrá prestar en lo sucesivo a esta República sus buenos servicios en Inglaterra o Francia.      
Al hacer á usted esta franca manifestación, solo me propongo darle una prueba del alto aprecio que me merece la importancia de su persona, recordando lo mucho que debe a  sus afanes y desvelos la independencia de esta República,  como también las de Chile y Perú; mas no exigir a usted ninguna clase de sacrificio que le sea penoso, ni menos que se prive del placer que podrá tener en volver cuanto antes a ésta patria, en donde su presencia nos sería muy grata a todos los patriotas federales.
Los adjuntos cuadernos impresos darán a usted una idea de los sucesos de este país en 1838.
Que dios conceda a usted la mejor salud y ventura, es el voto constante de su muy atento servidor y compatriota.
                                                Juan Manuel de Rosas  Obra citada, pág. 125

San Martín acusa recibo de esta carta y escribe a Rosas el 10 de junio de 1839, formulando su lapidario juicio contra los unitarios (Ver Apéndice Doc. Nros. 26 y 27)  que se aliaron a Francia, en esos momentos en guerra contra la Confederación Argentina:
                                               Gran Bourg, 7 leguas de París
                                                                                      10 de junio de 1839
Exmo. Sr. capitán general D. Juan Manuel de Rosas
Respetable general y señor:
            Es con verdadera satisfacción que he recibido su apreciable del 24 de enero del corriente año; ella me hace más honor de lo que mis servicios merecen; de todos modos, la aprobación de estos por los hombres de bien es la recompensa más satisfactoria que uno puede recibir.
            Los impresos que usted ha tenido la bondad de remitirme, me han puesto al corriente de las causas que han dado margen a nuestra desavenencia con el gobierno francés; confieso a usted, apreciable general, que es menester no tener el menor sentimientos de justicia, para mirar con indiferencia un tal abuso de poder; por otra parte, la conducta de los agentes de este gobierno, tanto en este país como en la Banda Oriental, no puede calificarse sino dándosele el nombre de verdaderos revolucionarios; ella no pertenece a un gobierno fuerte y civilizado; pero es que ni en la Cámara de los Pares, ni en la de los Representantes no ha habido un solo individuo que haya exigido del ministerio la correspondencia que ha mediado con nuestro gobierno, para proceder de un modo tan violento como injusto: esta conducta puede atribuirse a un orgullo nacional, cuando puede ejercerse impunemente contra un estado débil o a la falta de experiencia en el gobierno representativo y a la ligereza proverbial de esta nación; pero lo que no puedo concebir es el que haya americanos que por un indigno espíritu de partido se unan al extranjero para humillar su patria y reducirla a una condición peor que la que sufríamos en tiempo de la dominación española; una tal felonía ni el sepulcro la puede hacer desaparecer. (Este subrayado es nuestro, así como todos los de las cartas transcriptas en las páginas siguientes - N. del A.)
Me dice en su apreciable, que mis servicios pueden ser de utilidad á nuestra patria en Europa; yo estoy pronto a rendírselos con la mayor satisfacción; pero, y faltaria a la confianza con que usted me honra, si no le manifestase, que destinado a las armas desde mis primeros años, ni mi educación, ilustración ni talentos no son propios para desempeñar una comisión de cuyo éxito puede depender la felicidad de nuestro país; si un sincero deseo del acierto y una buena voluntad fuesen suficiente para corresponder a la tal confianza, usted puede contar con ambas con toda seguridad, pero estos deseos son nulos si no los acompañan otras cualidades.
            Deseo a usted acierto en todo y una salud cumplida, igualmente el que me crea sinceramente su afecto servidor y compatriota.
                                                            José de San Martín Obra citada, pág. 127

(En el deseo de incorporar el prestigio de San Martín a la causa americana, Rosas promulga un decreto designándolo Ministro Plenipotenciario de la Confederación Argentina en el Perú:
                               ¡Viva la Federación!
            Buenos Aires, julio 17 de 1839, año 30 de la Libertad,
                                     24 de la Independencia y 10 de la Confederación Argentina.
Art. 1°.-Queda nombrado ministro plenipotenciario de la Confederación Argentina cerca del Exmo. Gobierno de la República del Perú, el brigadier general Don José de San Martín, con la asignación que determine el presupuesto del presente año, aprobado por la Honorable Junta de Representantes.
Art. 2°.- Expídanse las credenciales correspondientes, comuníquese, publíquese é insértese en el Registro Oficial.
                                                                                                                      Rosas
                                                                                                                 Felipe Arana
(Registro Nacional, año 1839, N° 2759. Esta designación desvirtúa rotundamente la conjetura de que a Rosas “Europa le inspiraba menos temor que la vuelta de San Martín”, formulada por Carlos Alberto Leumann en La Prensa del 30 de enero de 1838.)
Este decreto le fue comunicado a San Martín por el Ministro de Relaciones Exteriores de la Confederación Argentina, doctor Felipe Arana, en los siguientes términos:
¡Viva la Federación!
El ministro de relaciones exteriores de Buenos Aires encargado de las que corresponden a la Confederación Argentina.
Buenos Aires, 18 de julio de 1839, año 30 de la Libertad,
      24 de la independencia y 10 de la Confederación Argentina.
Al señor brigadier general don José de San Martín.

El infrascripto tiene la satisfacción de incluir a V.S. de orden superior, copia del decreto expedido el 17 del corriente por el excelentísimo encargado de las relaciones exteriores de la Confederación Argentina nombrando a V.S. ministro plenipotenciario cerca del gobierno de la república del Perú.
            S.E. al dispensar a V.S. este honor y señalada confianza, ha tenido presente, que no obstante haberse ausentado de la América, después de haber hecho por su libertad y especialmente por la de su patria, los más eminentes servicios, ha conservado inalterablemente el más vivo interés por los sacrosantos derechos que ayudó a conquistar, mostrando en los conflictos de su país los sentimientos dignos de un americano argentino.
            A esta consideración poderosa se ha unido también la convicción de S.E. de que la legación a que se le destina se concilia quizá con el estado de salud, dando asimismo al Perú con esta elección, que no puede dejar de serle grata, no solamente una prueba inequívoca de los deseos de la  Confederación de estrechar con él relaciones de confraternidad y amistad sincera en el sentido de los intereses generales del nuevo mundo, sino que al mismo tiempo hace la noble ostentación de elegir a tal alto objeto a un veterano de la independencia, cuyos títulos sabrán valorar los pueblos peruanos y su ilustrada administración.
            S.E. espera que V.S. no excusará a su patria este nuevo servicio sobre los muy importantes que le tiene rendidos. Y si V.S. admite el nombramiento en virtud del cual se ha extendido el adjunto diploma, espera S.E. se ponga V.S. en marcha a esta ciudad avisándolo a este ministerio, y librando a su cargo el importe de su transporte para satisfacerlo, y a fin de que se extiendan las instrucciones necesarias, y se den las órdenes relativas, al abono de los sueldos designados a los ministros plenipotenciarios.
Dios guarde a V.S. muchos años.
                                                                                                                                        Felipe Arana
Documentos del Archivo del General San Martín. Tomo X, página 114.

El ministro de relaciones exteriores  de Buenos Aires encargado de las que corresponden a la  Confederación Argentina. 
            Por cuanto, deseando dar al excelentísimo gobierno del Perú, libre hoy de la tiranía, y onimosa influencia del tirano usurpador Santa Cruz, una prueba inequívoca de los ardientes votos que animan a la Confederación Argentina de estrechar relaciones de confraternidad y amistad sincera en el sentido de los intereses generales del nuevo mundo , y bajo bases de honrosa y justa reciprocidad.
Por tanto, y teniendo plena confianza en la prudencia, lealtad y sabiduría del brigadier general Don José de San Martín, veterano de la independencia, cuyos títulos sabrán valorar los pueblos peruanos y su ilustrada administración, ha venido en autorizarlo, nombrarlo y constituirlo, como por el presente lo nombra, lo autoriza y constituye por su ministro plenipotenciario cerca del excelentísimo gobierno de la república del Perú con las calidades que prescribe el superior  decreto del 17 del corriente; y a cuyo efecto se le expide el presente diploma firmado y sellado según corresponde.
           Dado en Buenos Aires, a los 19 de julio del año del Señor de 1839; año 30 de la libertad, 24 de la independencia y 10 de la Confederación Argentina.
                                                                                  Juan Manuel de Rosas.
                                                                                                    Felipe Arana
Documentos del Archivo del General San Martín. Tomo X, página 115. (José Pacifico Otero, en su Historia del Libertador Don José de San Martín, aludiendo a esta designación de San Martín, dice: “El decreto en cuestión no se encuentra acompañado de considerando alguno explicativo de la razón de ese nombramiento”, (tomo IV, pág. 413). Como se ve por el documento transcripto, esos considerandos existían, y son bien explícitos.)
El nombramiento y el decreto que anteceden fueron remitidos a San Martín por intermedio de don Manuel Moreno, ministro plenipotenciario de la Confederación Argentina en Inglaterra:
                                                                                    Londres, 15 de Octubre de 1839.
Señor general Don José de San Martín.
Señor general:
           Tengo el honor de transmitir a V.E. por conducto de la embajada de S. M. B. en París y de mi amigo el señor Staines, un pliego del gobierno de la república recibido con mi correspondencia por el paquete que llegó ayer, que se me encarga pasar con seguridad a sus manos, y contiene el nombramiento de V.E. como ministro plenipotenciario cerca del gobierno del Perú;  igualmente una carta del señor general Rosas y otra del señor Sarratea desde Janeiro.
           Sírvase V.E. acusarme el recibo del expresado pliego y si V.E. gusta valerse del conducto de esta legación para su respuesta, él está muy a su disposición.
            Tengo el honor de ser de V.E. muy obediente servidor que B.S.M.
                                                                                                                                        Manuel Moreno
Idem. Tomo X, pág. 118

            San Martín recibió, sorprendido y halagado, esa designación, que no pudo aceptar. Su negativa, equívocamente interpretada, se funda en las claras razones que expresa en su carta de fecha 30 de octubre de 1839, dirigida al ministro Arana y que encierran una admirable lección de moral política:
                                                     Grand Bourg, cerca de París,                                                                                                          30 de octubre de 1839.
Señor Ministro:
Por la honorable nota del 18 de julio del presente año se sirve V.S. comunicarme el decreto del excelentísimo señor capital general de la provincia de Buenos Aires encargado de las relaciones exteriores de la Confederación Argentina, de mi nombramiento como ministro plenipotenciario cerca del gobierno de la república del Perú; esta prueba de alta confianza con que me honra V.E. ha excitado mi más vivo reconocimiento y no correspondería a ella sino manifestase a V.S. las razones que me impiden aceptar tan honrosa misión.
Si solo mirase mi interés personal nada podría lisonjearme tanto como el honroso cargo a que se me destina: un clima que no dudo es el que más puede convenir al estado de mi salud; la satisfacción de volver a un país de cuyos habitantes he recibido pruebas inequívocas de desinteresado afecto, mi presencia en él pudiendo facilitar en mucha parte el cobro de los crecidos atrasos que se me adeudan por la pensión que me señaló el primer congreso del Perú y que sólo las conmociones políticas y cuasi no interrumpidas de aquél país no ha permitido realizar; he aquí, señor ministro, las ventajas efectivas que me resultarían aceptando la misión con que se me honra; pero faltaría a mi deber si no manifestase igualmente que enrolado en la carrera militar desde la edad de 12 años, ni mi educación ni instrucción las creo propias para desempeñar con acierto un encargo de cuyo buen éxito puede depender la paz de nuestro suelo.  Si una buena voluntad, un vivo deseo del acierto y una lealtad la más pura fuesen sólo necesarias para el desempeño de tan honrosa misión, he aquí todo lo que yo podría ofrecer para servir a la república, pero S.E. el señor gobernador como yo, que estos buenos deseos no son suficientes.  Hay más, y este es el punto principal en que con sentimiento fundo mi renuncia. S.E. al confiarme tan alta misión tal vez ignoraba o no tuvo presente que después de mi regreso de Lima el primer congreso del Perú me nombró generalísimo de sus ejércitos señalándome al mismo tiempo una pensión vitalicia de 9.000 pesos anuales.  Esta circunstancia no puede menos que resentir mi delicadeza al pensar que tenía que representar los intereses de nuestra república ante un Estado a que soy deudor de favores tan generosos, y que no todos me supondrían con la moralidad necesaria a desempeñarla con lealtad y honor. Hay que añadir que no hubo un solo empleo en todo el territorio del Perú que ocupó el ejército libertador en el tiempo de mi mando, que no fuese quitado a los pocos afectos y reemplazados por hijos del país; esta circunstancia debe haberme hecho una masa de hombres reconocidos, lo que comprueba que a pesar de mi conocida oposición á todo mando no ha habido crisis en aquel Estado sin que muchos hombres influyentes de todos los partidos me hayan escrito exigiendo mi consentimiento para ponerse a la cabeza de aquélla república. Con estos antecedentes  ¿cuál y que crítica no debería ser mi posición el Lima? ¿cuántos no tardarían de hacerme un instrumento ajeno a mi misión y en oposición a mis principios? En vano yo opondría á este proceder una conducta firme é irreprochable; me sucedería lo que a mi llegada a Mendoza en el año 23, que los enemigos de la administración de Buenos Aires en aquélla época me representaban como el principal agente de la oposición a pesar de la distancia que me separaba de la capital, y de la conducta la más imparcial. He aquí, señor ministro, las fundadas razones en que por primera vez y con sentimiento mío me veo obligado a no prestar mis servicios a la república y que espero se servirá V.S. elevarlas al conocimiento de S.E. el señor gobernador protestándole al mismo tiempo mi más vivo y sincero reconocimiento á la alta confianza que ha dispensado.
Dios guarde a V.S. muchos años.
                                                                                                                               José de San Martín
Obra citada, pág. 129.
El ministro Arana contesta a San Martín en nombre del gobernador de la Confederación Argentina y al respetar su decisión lamenta su renuncia, la que es aceptada por Rosas a mérito de las razones que la informan:
¡Viva la Federación!
El ministro de R.E. del gobierno de Buenos Aires y encargado de las que corresponden a la Confederación Argentina.
                                                      Buenos Aires, enero 16 de 1840 año 31 de la Libertad,
                                                          25 de la Independencia y 11 de la Confederación Argentina.
Al Brigadier General de la Confederación Argentina don José de San Martín
El infrascripto ha elevado al Exmo. Sr. Gobernador y Capitán General de la Provincia, la apreciable nota de V.E. de fecha 30 de octubre último, en que manifestando el vivo reconocimiento que ha excitado en V.S. la prueba de alta confianza con que lo ha honrado S.E. nombrándolo ministro plenipotenciario de la República cerca del Gobierno del Perú, y las consideraciones de ventajas personales que le resultarían de entrar al desempeño de aquella misión, encuentra otras que le impiden aceptarla, significando, que si una buena voluntad, un vivo deseo de acierto y una lealtad, la más pura, fuesen necesarias para aquel desempeño, sería cuanto podía ofrecer V.S. en servicio de esta República.
            S.E. el señor Gobernador, por cuya orden contesta el infrascripto, ha valorado debidamente los fundamentos de la renuncia de V.S. causados por circunstancias especiales que tan honorablemente formaron en el Perú los distinguidos y relevantes servicios que V.E. prestó a la libertad e independencia de aquella República, y con gran pesar se ve en el deber de admitir la renuncia que V.S. hace del alto cargo que S.E. encomendó a su elevado saber y acreditado patriotismo teniendo en vista los importantísimos bienes que de tan acertada elección resultaban a ambas repúblicas y á las demás del continente americano.
            Últimamente ha ordenado S.E. al infrascripto, manifieste á V.S. que al paso que siente intensamente que no se hayan conseguido los vitales objetivos que se propuso en el nombramiento de V.S. para su ministro plenipotenciario de la  República del Perú, se ha complacido en observar y aceptar con la más grata complacencia la buena voluntad, el vivo deseo de acierto y la lealtad más pura con que V.S. se ofrece en servicio de la Confederación Argentina, que con orgullo lo cuenta entre sus hijos predilectos.
            Dios guarde a V.S.
                                                                                              Felipe Arana
Obra citada, pág. 131

Por su parte, Rosas le escribe a San Martín, confidencialmente, la siguiente carta:
                                                                                 Buenos Aires, febrero 24 de 1840
Mi apreciado general.
            Sin embargo de la fuerza de las observaciones de usted, oficialmente para no admitir la misión acerca del gobierno del Perú, fuerza que no he podido menos que reconocer, hubiera deseado que no existiera inconveniente alguno, porque estoy seguro de que usted habría llenado su destino con harto provecho para su patria y para su nombre.
            A la verdad, sorprende como dice en su estimada de fecha 10 de junio del año próximo anterior, el que no se haya levantado una sola voz en las Cámaras de Francia, para pedir razón a su gobierno del escandaloso abuso de poder contra la República naciente. Nuestro buen derecho ha tenido defensores ardientes tanto en América como en Europa, pero no es creíble que, si las Cámaras hubieran conocido por la correspondencia oficial que antecedió al bloqueo, las verdaderas causas que han producido el rompimiento, hubieran dejado de confesar que la inmaturidad del agente francés en Buenos Aires y la influencia maligna ejercida sobre él por los enemigos de mi administración han llevado las cosas al estado en que se hallan. Por lo demás yo he creído mi primer deber de evitar la humillación de mi país y he tenido la fortuna de dejar un antecedente que no será estéril para la conservación de la independencia y dignidad de la República.
            Acepto con placer la buena y noble voluntad de usted en favor de nuestra patria y no desconfío de que todavía pueda recibir de usted servicios importantes. Mientras tanto se le ofrece sinceramente.
            Su afectuoso compatriota.
                                                                                    Juan Manuel de Rosas  
Antonio Zinny,  La Gaceta Mercantil de Buenos Aires. Tomo II, pág. 377























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