Colorado del Monte (por Francisco Madero Marenco). |
Por Ricardo Font Ezcurra
PROLOGO-HOMENAJE A LA SEGUNDA
EDICIÓN
Cuando este libro vio la luz en el año 1943,
fue recibido alborozadamente por la
juventud nacionalista. Pero esta juventud no tenía claras y bien determinadas
sus funciones políticas: era revolucionaria en las ideas y antielectoral en la
práctica; era antiliberal en doctrina y enemiga declarada de los políticos
profesionales, amén de un aporte teórico europeizante muy de la época. Ese
complejo ideológico confundía a las mentes vírgenes que se iniciaban a la vida
activa y en muchos activísima.
Esas
combinaciones teórico-doctrinarias no habían aún aclarado un asunto
neurológico, que si bien cronológica e históricamente lejano, era la clave
cierta para dilucidar los orígenes de un pasado tergiversado: el de Rosas y su
época.
Los
jóvenes herederos del 1930, espectadores de la modesta partida “revolucionaria”
del 6 de septiembre, no fueron violentamente trastornados en lo político del
diario vivir (radicales o conservadores por radicales), sólo sufrieron las
vicisitudes del cambio como comprobatorio de sus tesis -antiliberal,
antielectoral-, pero eso sí, permitió el desarrollo de inquietudes que venían
antes del 30; ya de 1916 y 1918 se vivía el clima de angustia política que no
terminaría el 6 de septiembre, más bien las acrecentaba e imponía una nueva
tónica, esa angustia, no bien definida en expresión de lo nacional, se
entrelazaba con el poderoso influjo del actual extranacional. Inglaterra,
Francia y Estados Unidos de un lado, y Rusia, Alemania e Italia por el otro,
inclinaban conjuntamente y en función perturbadora, los pequeños planes de
radicales, conservadores y de algunos socialistas, pero...algo más interesante
se inquietaba en la Argentina del 16 al 30.
Se
comprobó bien pronto que en la Argentina
se convivía en dos posiciones antagónicas, dos formas de vida y dos
interpretaciones disímiles. La geo-política
revelaba la distorsión económica: el gobierno representaba a una
minoría, los grandes trusts tenían las finanzas del país, y, caso notable,
Buenos Aires, su riqueza con su puerto y el interior su miseria con su trabajo,
daban la trágica realidad de un hecho comportable con sólo salir del perímetro
capitalino. Todo certificaba el gran drama económico-social que venía de
herencia histórica -Buenos Aires (política, economía y cultura) y el interior
(sumisión, pobreza e ignorancia). El todo y la nada.
Visto
por muy pocos, entonces, la raíz explicativa estaba también en lo espiritual
-Argentina soberana o Argentina colonial- y las razones, que eran varias y muy
valederas, estaban en esos jóvenes avisados y en los viejos experimentados del
1910, en la trama histórica-política, y ellos al crear esa antítesis, crearon a
sabiendas la historia verdadera con el drama intrínseco que venía de Caseros
para acá, y por la profundización del temario histórico les fue posible aclarar
todo el proceso de crisis total de la Argentina para ese 1930.
A
lo visto, oído y leído había que continuarlo con obras de divulgación precaria
-Saldías y Quesada- clásicas en historia, pero conocidas en círculos
privilegiados, desgraciadamente no desnudaron la crisis cíclicas de unitarios y
federales; o de materiales documentales retaceados y adulterados -Mitre y
López-; sólo dieron obras fraccionadas de los sucesos por ellos vividos
apasionadamente; o literatura seudo nacional -Sarmiento y Mármol- creadoras de
mitos históricos y novelados, desde luego impropios para conocer nuestro ser
nacional; o de políticos carentes de directivas claras y creadoras -Avellaneda
y Roca-, y muchas cosas más, eran los imposibles y los frenos de expansión de
las generaciones del 1890, 1910 y 1930.
Claro
está que los espasmos para adelantar lo dicho por otros no faltaron. Nunca una
nación en crecimiento deja de tenerlos.
Alberdi,
Hernández, Peña, Andrade, Zeballos, Ingenieros..., contradictorios como todo el
país, con una política supeditada, y no ellos, comprometidos a los intereses
antinacionales, fueron olímpicamente ignorados por falta de transmisión, puesto
que liberales, masones y vulgares cipayos no permitían su divulgación, pero eso
sí, trataron, y gran éxito, distorsionar a esos transmisores: un Alberdi
“constitucionalista”, Hernández, Andrade y Guido Spano poetas y no políticos;
Peña y Zeballos, literatos y no historiadores; Ingenieros, médico psiquiatra y
no revolucionario social, etc., etc. Esto había que dilucidarlo para poder
comprender el esfuerzo de una generación inquieta e inquietante, muerta sin
prosélitos ni casi continuadores.
La
antipatria, encasillada en la gran prensa, en la alta política y los
negocios turbios, cerraba a cal y canto
las creaciones nacionales; nada pasaba sin control, el filtro era firme y
arbitrario y el pueblo huérfano políticamente, ignorante de su glorioso pasado
y miserablemente expoliado y, para colmo de males, fraccionado en radicales,
conservadores y agitantes sociales muy “amarillos”, no recibía nada o casi nada
para tomar conciencia o al menos intuir la verdad. Lo poco comunicado en
libritos muy modestos o por una prensa pequeña, era sistemáticamente aplastado
con la poderosa “arma” del silencio; la llamada complicidad del silencio
funcionaba bien.
¿Pero
hasta cuándo podía prolongarse ese silencio? Modestos órganos de difusión
-Crisol, Nuevo Orden, El Pampero, etc.-; libros inaccesibles –D´Amico,
Ibarguren, Ugarte, etc., o agrupaciones políticas surgidas en 1930 -Liga
Republicana, A.D.U.N.A., F.O.R.J.A., etc.-, tenían que esforzarse para romper
el cerco de la oligarquía del Jockey Club; las embajadas muy metidas en la Casa
Rosada; la maléfica C.A.D.E. pues todos en conjunto o particularmente compraban
la “inteligencia” al mismo tiempo que el fichaje policial decretaba la marca de
“rebelde” para quien resistía las directivas provenientes del extranjero.
Sin
embargo, la verdad reflotaba en cada crisis social, política y económica; las
generaciones que habían mamado clandestinamente los aportes de los violadores
de la “complicidad del silencio”, aportaron a su vez rompiendo las barreras y
los cercos de control estatal, se revisaron los archivos que contenían polvo
acumulado, en donde los papeles daban la realidad; se investigó, se compulsó y
luego de serenos estudios esa ímproba tarea se publicó.
Así
nació el revisionismo histórico y así se inició la clarificación del ser nacional.
De
esos meritorios precursores cabe a Ricardo Font Ezcurra una parte sustancial, y
para entender sus méritos nos fue imprescindible explicarlo, para así valorar
equilibradamente el tremendo esfuerzo de sus creaciones, de su consiguiente
influencia en los medios históricos y de la escuela iniciada en parte por él.
Las
revelaciones de sus “San Martín y Rosas” y “Unidad Nacional”, dieron la tónica
necesaria para esclarecer, y ya para adelante, la mentalidad nacionalista de su
período vivido con intensidad y dejar marcado a fuego la subsiguiente fisonomía
de la juventud del 45 a la fecha de hoy.
Y
esto es así porque el “San Martín y Rosas” terminó la disyuntiva histórica de
Rosas y su política, de San Martín y su concepción integral con la
nacionalidad; de Rosas y su defensa de la soberanía; de San Martín activo y
apasionado en su voluntario exilio; de Rosas y su Confederación; de San Martín
y su sable como “prueba de satisfacción por la firmeza” en sostener el honor,
y, en fin, de Rosas, el heredero legítimo de esa joya histórica.
Estas
definiciones se extraen de ese libro, y 20 años después fácil son de entender,
pero en ese momento de 1943 fueron mojones para conocer y hacer comprender y
abrir las mentes dopadas de más de 100 años de mentiras. Esta fue la obra de
Font Ezcurra.
Lo
demás fue la prosecución de sus obras.
Alberto
A. Mondragón
Buenos Aires, febrero de 1965.
PROLOGO A LA PRIMERA EDICION
Hace
algunos años las nuevas generaciones iniciaron un proceso de revisión de la
Historia oficial que ya ha triunfado, llegando a la sentencia definitiva. Ese
proceso fue tanto más notable cuanto que teníamos radicalmente en contra el
Régimen vigente. El silencio de los grandes diarios que cuidan sus muertos no sólo
porque son de la familia, sino porque dan de comer; el odio de ridículos Ministros de Instrucción
Pública y no menos ridículos Ministros del Interior; el desahucio de maestros y
profesores patriotas porque enseñaron desde sus cátedras que Rosas era una figura
de prócer, a cuyo lado los enlevitados civilistas de la organización eran
apenas unos pendolistas escribaniles; el complot de cierta oligarquía que dice
pertenecer a una alta sociedad de discutibles pergaminos, que se oponía a la
vindicación del “tirano” porque podía suceder que, hurgando en el pasado, los
antecesores de esa plebe enriquecida hubieran sido caballerizos o lustrabotas
del Dictador; la rabia de cierta clase de intelectual aburguesada,
conservadora, anquilosada y sin ninguna inquietud crítica, a quienes esta
revisión los obligaba a algo, cuando menos a contestar: el desbaratamiento de
las literaturas argentinas oficiales, de cincuenta años de editoriales
flatulentos, de rutina académica; todo eso y mucho más no pudo nada contra el
empuje de la verdad y de la justicia.
Rosas
había sido arrojado al osario de los héroes ignorados, porque su recuerdo
ofende el espíritu colonial, a ese tremendo servilismo colonial en que yacen
los argentinos. No nos referimos a nada económico; la colonia económica puede
ser un bien, puede ser una etapa necesaria de la independencia real. Lo
terrible, lo tremendo es el colonialismo intelectual, psicológico y patético.
Un colonialismo intelectual que desemboca en esta triste cosa: el agnosticismo
político, mejor dicho, la atrofia del sentido nacional, con el que se percibe
la política interna y externa. He aquí la cruel verdad.
No
tenemos política interna, ni externa; no podemos tenerla. Era sangriento lo que
hacía una vez Maurras con un libro suyo, y era colocar como clave de ese libro
(trataba de política internacional) una frase arrancada a M. Bergeret, el desengañado
“alter ego” de Anatole France: “Usted sabe que no podemos tener política
internacional...” Otra cosa quería decir el interlocutor de Bergeret, pero
Maurras señalaba esa ausencia, esa mutilación de un órgano de la vida de
relación francesa, como una calamidad que puede ocurrirle a un país.
Y
bien; nosotros los argentinos no tenemos, no podemos tener política interna, no
exterior, porque estamos mutilados en el órgano o aparato sensorial donde
residen las percepciones de esas realidades. Son ciento treinta y tres años, en
los cuales las metrópolis pensaron, percibieron, reaccionaron, actuaron por
nosotros; y el órgano se atrofió.
En
tal ausencia, Rosas es un remordimiento: el complejo colonial aflora humillador
a la conciencia y nos hiere con su verdad espantosa. La estructura oficial
se ofende; las nuevas generaciones, aún
asimismo humilladas y ofendidas, rompieron la censura y contra el anquilosamiento
colonial e intelectual argentino impusieron a Rosas en todas partes donde tiene
intereses y en ninguna donde la vida nacional no existe, ni se concreta con la
inteligencia, como las Academias de Historia, en su mayor parte paniaguados y
adulones de algunas familias que pesan todavía porque tienen algún poder.
Dentro de diez años, cuando quieran rendir el homenaje máximo a la jornada
luctuosa de Caseros, las nuevas generaciones serán las que dominen el país.
Auguramos una nueva jornada fría, ridícula, con alguna digresión histórica
pesada e indigesta, con repeticiones insulsas de los maestros de escuela. Todo
lo que viva, todo lo que cuente algo en el país, no considerará el centenario
de Caseros sino como una ceremonia oficial tan aburrida como las demás.
En
tal obra de vindicación justiciera, Don Ricardo Font Ezcurra tiene una
significación sobresaliente. Hace algunos años logramos corporizar un pequeño
instituto de estudios rosistas que ha llegado a ser la anti-Academia -el
Instituto de Investigaciones Históricas “Juan Manuel de Rosas”-. En esa misma
época el doctor Font Ezcurra hizo su aparición en el mundo intelectual con un
sólido, fornido e inexpugnable tanque de verdades de a puño, contra aquellos
famosos unitarios a los que Ricardo Rojas los describe con las tintas que se
usan para evocar las figuras sacrosantas. Peregrinos de la libertad, soñadores
de la patria, proscriptos enfebrecidos de santo odio contra los tiranos, así
aparecen con sus frentes pálidas, enamorados de Elvira, ardiendo en sus ojos el
fuego de una pasión inextinguible; así aparecen en una iconografía al uso,
vestidos con toda la ropavejería de un romanticismo averidado y trasegado. Pero ¿qué fueron? ¿Qué hicieron? ¿Qué
ambicionaron en realidad? Lo que Don Ricardo Font Ezcurra mostró a las
generaciones atónitas diciéndoles como es el gran mandato: “Tomad, leed.” ¿Qué
fueron? ¿qué hicieron? Aventureros, intrigantes, espiones, soplones de
embajada, anduvieron lamiendo las alfombras diplomáticas en Chile, en Brasil,
en Londres, en Francia, para que las fuerzas armadas extrajeras invadieran el
territorio argentina, recibiendo en cambio el pago traidor de enormes zonas de
la República.
Con
ese testimonio fundado en documentos emanados de los mismos traidores, el
publicista sagaz y pacienzudo que es Font Ezcurra construyó su libro “La Unidad
Nacional”. Millares de ejemplares fueron vendidos, y sus ediciones agotadas
revelan que Font Ezcurra había entrado por la puerta ancha, y no por la
ventana, al recito de los verdaderos historiógrafos. Lo había hecho con pasión
de justicia. Había hurgado documentos con pasión de patria, no como mero ratón
de biblioteca que se preocupa en saber bajo qué gomero tomaba mate el General
Lavalle. No era un prurito libresco. Era la necesidad de desenmascarar a los
histriones que ni pasaron sed, ni pasaron hambre, ni anduvieron peregrinos por
ningún lado, ni siquiera se molestaron en esperar a que los desterraran, sino
que algunos se desterraron solos cuando vieron que se medraba mejor en otra
parte. Ahí está el libro de Font Ezcurra. Ahí están los documentos. ¿Quién hizo
la unidad nacional? ¿Sarmiento, que promovía la infiltración chilenista en
Cuyo? ¿Mitre, que, como Sarmiento, quería ceder la Patagonia a Chile? ¿O Rosas,
que hacía frente a dos flotas armadas en Obligado, en Quebracho, en Ramallo?.
Nadie
contestó el libro de Font Ezcurra. Los plumíferos a sueldo de las ediciones
dominicales no se atrevieron a refutar nada. El libro está ahí, sin embargo.
Los documentos también. Lo único que falta es, de parte de nuestros
adversarios, verdadera dignidad intelectual para enfrentarse con ideas nuevas
que pronto serán del siglo.
Las
relaciones entre San Martín y Rosas han sido cuidadosamente soslayadas por
nuestros liberales. Conviene decir que es necesario, de una vez por todas,
hacer algún día la revisión histórica de la bibliografía sanmartiniana. Un
escritor y publicista español, residente entre nosotros. Don Augusto Barcia
Trelles, está reajustando con rigor lógico todas esas fallas, lagunas o
descuidos deliberados de nuestros Mitre, Rojas y Otero. Y aún siendo dicho
escritor Barcia Trelles liberal definido, tiene mucha más honradez que los
nuestros. Debemos decirlo porque somos amigos, antes que de nuestros mismos
amigos, de la verdad, según el proverbio socorrido.
Tanto
a San Martín como a Bolívar se los presenta como especie de demo-liberales
antecesores de toda la guacamayería hispano-americana, que han hecho de estas
naciones una loca zarabanda de oradores y demagogos. Mentira, solemne mentira.
Bolívar es partidario de gobiernos estables, toma del Abate Sieyes sus modales
constitucionales con presidente
vitalicio y senados hereditarios; condena en el Congreso de Angostura el
desenfreno de las masas y abomina del demagogo Páez como del oligarca Santander.
Muere declarando que estos países serán víctimas de las siete cabezas de la
hidra jacobina. San Martín no tiene acaso la misma vocación política, pero la
entiende, como que su genio no es el de un especialista en batallas. Ocurre, al
promediar su vida, un hecho muy grave, que en San Martín deja huella profunda.
Presencia San Martín, allá por el año 1808, en Sevilla, la muerte inicua del
General Solano, por las turbas enloquecidas y maniobradas por agentes
provocadores. Esa inmolación, a todas
luces injusta, causó a San Martín tan hondísima impresión -dice Barcia Trelles, liberal, y por lo tanto
insospechable en este caso- que en lo sucesivo desconfió siempre de los
movimientos demagógicos y de los procedimientos basados en el desempeño de las
multitudes.
Nuestros
liberales se encargaron de subestimar la impresión que en San Martín produjo la
inmolación del General Solano, víctima de la brutalidad y de la incomprensión
popular, acicateado el pueblo por los demagogos. San Martín admiraba y quería
entrañablemente al General Solano, hombre culto, afrancesado tal vez, pero no
traidor como lo creyó el pueblo sevillano.
Estas
son también las mismas razones por las cuales apenas se han hecho conocer las
relaciones entre San Martín y Rosas. Don Ricardo Font Ezcurra nos presenta
agotada esa correspondencia, donde se transparenta el respeto y la
consideración que el Libertador le guardó al Restaurador. Cuando San Martín
tiene conocimiento de que la Argentina está bloqueada por la flota francesa de
Le Blanc, ofrece sus servicios. El General Rosas los agradece, acaso por una
razón diplomática; no conviene por el momento abultar ante el mismo gobierno de
Luis Felipe la significación de la guerra, mientras los franceses mismos no se
encarguen de magnificarla con hechos. Luego San Martín, designado embajador en
Lima, declina el honroso ofrecimiento y en todo momento el Encargado de las
Relaciones Exteriores de la Confederación guarda al Héroe el máximo de
consideraciones y éste le retribuye con el mismo respeto y admiración.
San
Martín rebosa amargura contra aquella gente “cuya infernal conducta” ya había
anatematizado, es decir: los rivadavianos, los hombres civiles que -según una
de las cartas que el lector conocerá- llevaban la bajeza de sus procedimientos
a sobornarle a San Martín sus sirvientes para que hicieran de soplones. ¡He
aquí calificados los funestos señores de las logias, contra quienes Rosas debió
luchar toda su vida!
Aquí
tienen las palabras documentadas del Gran Capitán; aquí tienen todas las pruebas
y la definitiva, la que un hombre provee cuando se halla cerca de la sepultura,
es decir: el testamento, en el que le lega su sable a Juan Manuel de Rosas, en
atención al patriotismo y la energía que ha desplegado el Ilustre Restaurador
de las Leyes.
Don
Ricardo Font Ezcurra comenta con gran oportunidad esta correspondencia de uno y
otro lado intercambiadas. Refuta juicios interesados respecto a ciertas
actitudes de Rosas e infamias extendidas sobre la pretendida declinación de San
Martín cuando redactara el legado del sable que lo acompañara en su gloriosa
existencia.
Nuevamente
acredita aquí el Dr. Font Ezcurra sus condiciones de publicista documentado y
parsimonioso en el ajuste de datos y en la comprobación inobjetable de los
hechos. Al mismo tiempo, la investigación sirve a un concepto central, como
debe servir siempre la historia que no es mero pasatiempo papelero.
Ramón Doll
Buenos Aires, 15 de mayo de 1943.
ADVERTENCIA
La
correspondencia privada de las personas de actuación dirigente en la vida de
los pueblos, además de su interés en muchos aspectos, ejerce sugestión
incomparable del documento histórico.
Cartas no siempre escritas exclusivamente para el destinatario revelan
en su íntima espontaneidad la relación directa o el antecedente concreto, o
efectos y matices que constituyen un poderoso factor concurrente para alcanzar
la recta elucidación de hechos y acontecimientos ignorados del pasado.
Su difusión, realizada con este único designio, no afecta la debida
discreción, ni vulnera el respeto emergente de su carácter privado; por el
contrario, ella previene de las múltiples tergiversaciones que otorgaría su
silenciamiento. De ahí el interés primordial que adquieren día a día las
colecciones de cartas, los epistolarios y papeles privados.
La
correspondencia privada compilada que publicamos, cambiada entre el general San
Martín y Rosas, documenta la actuación del primero durante la época del
segundo, y ha de ser leída con interés, pues sorprenderá al lector desprevenido
que estos prohombres hayan mantenido y cultivado una amistad inalterable, un
mutuo respeto y una recíproca consideración, contradictorias en absoluto de las
afirmaciones corrientes de la literatura historiográfica argentina.
Ambos
próceres encarnan en ésta los extremos de la difundida antinomia oficial: civilización
y barbarie... Observamos, sin que esto deba sorprendernos en demasía, que
aquí también se cumple aquello de que los extremos se tocan. Y este
insospechado contacto rectifica algunos viejos conceptos, perpetuados en nombre
de esa deliberada ocultación en que se han mantenido diversos aspectos de
nuestro pasado.
Ricardo Font Ezcurra
I
EL LIBERTADOR Y EL RESTAURADOR
Algunas de las cartas que integran
este epistolario forman parte de la publicación realizada, sin método ni
coordinación alguna, por el Museo Histórico Nacional, y otras han sido
reproducidas tendenciosamente en Documentos del Archivo de San Martín. Sin embargo, son casi desconocidas no
obstante poner en relieve el desinteresado patriotismo de San Martín, quien a
pesar de las persecuciones de que fue objeto por el grupo unitario y
rivadaviano, nunca fue indiferente, ni permaneció ajeno a la evolución y
desarrollo de nuestra nacionalidad, ni a los problemas fundamentales que
afectaban a la Argentina futura. (Ver Apéndice doc. Nros. 1 al 5)
El 6 de enero de 1827 escribía,
desde Bruselas, al general Tomás Guido: “Dígame usted, con franqueza, cuál es
la situación de nuestro país. Creerá
usted que a pesar de haberme tratado como a un Hecce-Homo, y saludado
con los honorables dictados de ambicioso, tirano y ladrón, lo amo y me intereso
por su felicidad?” (San Martín. Su
correspondencia. Publicación del Museo
Histórico Nacional. Buenos Aires, 1911. Pág. 168).
Por ello, cuando en el exilio, fruto
de esa persecución, (Ver Apéndice doc. Nros. 6,
7 y 8) tuvo noticias, por los periódicos franceses,
de la insólita conducta de Francia en el
Río de la Plata, y de que sus pretensiones imperialistas, análogas a las
demostradas en Argel y en México, involucraban un serio peligro para nuestra
independencia, se dirigió a don Juan Manuel de Rosas, entonces gobernador de la
provincia (pág. 22) de Buenos Aires y Jefe de la Confederación Argentina,
ofreciéndole sus servicios:
Gran
Bourg, cerca de París
5 de
agosto de 1838.
Exmo. Sr.
Capitán General D. Juan Manuel de Rosas.
Muy señor mío
y respetable general:
Separado voluntariamente de todo
mando público, el año 23, y retirado a mi chacra de Mendoza, siguiendo por
inclinación una vida retirada, creía que
este sistema, y más que todo, mi vida pública, en el espacio de diez años, me
pondría a cubierto con mis compatriotas, de toda idea de ambición a ninguna
especie de mando; me equivoqué de
cálculo -a los dos meses de mi llegada a Mendoza, el gobierno que, en aquella
época, mandaba en Buenos Aires, (En el momento a que alude la carta era gobernador de Buenos Aires el
general Martín Rodríguez y Bernardino Rivadavia si “ministro omnipotente” N.
del A.) (Ver Apéndice doc. Nros. 9 y 10)
no solo me formó un bloqueo de
espías, entre ellos uno de mis sirvientes, sino que me hizo una guerra poco
noble en los papeles públicos de su devoción, tratando al mismo tiempo de
hacerme sospechosos a los demás gobiernos de las provincias; por otra parte,
los de la oposición, hombres a quienes en general no conocía ni aún de vista,
hacían circular la absurda idea que mi regreso del Perú no tenía otro objeto
que el de derribar la administración de Buenos Aires, y para corroborar esa
idea mostraban (con una imprudencia poco común) cartas que ellos suponían les
escribía-. Lo que dejo expuesto me hizo
suponer que mi posición era falsa y que, por desgracia mía, yo había figurado
demasiado en la guerra de la independencia, para esperar gozar en mi patria,
por entonces, la tranquilidad que tanto apetecía. En estas circunstancias, resolví venir a
Europa, esperando que mi país ofreciese garantías de orden para regresar a él;
la época la creí oportuna el funesto año
29; a mi llegada a Buenos Aires me encontré con la guerra Civil; (Ver
Apéndice doc. Nros. 11 al 16) preferí
un nuevo ostracismo a tomar ninguna parte (pág. 23) en sus disensiones, pero
siempre con la esperanza de morir en su seno. (Efectivamente, el
6 de febrero de 1829 llegó San Martín a Buenos Aires en el Chichester.
Era entonces gobernador de Buenos Aires el general Juan Lavalle, quien ejercía
una dictadura militar implantada a raíz del motín del 1° de diciembre de 1828,
que dió por resultado la destitución y asesinato de Dorrego. Los unitarios, que
no perdían oportunidad de denigrar a San Martín, lo recibieron con el siguiente
“cartel de escarnio” profusamente distribuido en la ciudad: “Ambigüedades.
El general San Martín ha vuelto a su país a los cinco años de ausencia; pero
después de haber sabido que se han hecho las paces con el Emperador del
Brasil”. - Bartolomé Mitre, Historia de San Martín.)
Desde aquella época, seis años de males no
interrumpidos han deteriorado mi constitución, pero no mi moral ni los deseos
de ser útil a nuestra patria; me explicaré: (Ver Apéndice doc. Nros. 17
al 25)
He visto por los papeles
públicos de esta, el bloqueo que el gobierno francés ha establecido contra
nuestro país; ignoro los resultados de esta medida; si son los de la guerra, yo
sé lo que mi deber me impone como americano; pero en mis circunstancias y la de
que no se fuese a creer que me supongo un hombre necesario, hacen, por un
exceso de delicadeza que Ud. sabrá valorar, si usted me cree de alguna
utilidad, que espera sus órdenes; tres días después de haberlas recibido me
pondré en marcha para servir a mi patria en la guerra contra la Francia o en
cualquier clase que se me destine. Concluida la guerra, me retiraré a un rincón
-esto si mi país me ofrece seguridad y orden; de lo contrario, regresaré á
Europa con el sentimiento de no poder dejar mis huesos en la patria que me vio
nacer.
He aquí, general, el objeto de esta
carta. En cualquiera de los dos casos -
es decir, que mis servicios, sean o no aceptados, yo tendré siempre una
completa satisfacción en que usted me crea sinceramente su apasionado servidor
y compatriota, que besa su mano.
José de San Martín.
San Martín. Su correspondencia. Pág. 146 y
fotocopia en “Genio político de San Martín”, de Ricardo Levene, pág. 354.
Con esta carta quedaba iniciada su
correspondencia con Rosas, la que se prolongaría por espacio de doce años,
desde 1838 a 1850. El Restaurador no estuvo remiso en contestar a tan
extraordinario ofrecimiento:
Buenos Aires, Enero 24 de 1839.
Señor brigadier general D. José de San Martín.
Apreciable
general y distinguido compatriota:
Al leer su muy estimable, fecha 5 de agosto último, he tenido el mayor placer, considerando por todo su contexto los nobles y generosos sentimientos de que se halla usted animado por la libertad y gloria de nuestra patria. Mi satisfacción habría sido completa, si me hubiese sido posible excusar el recuerdo de los funestos sucesos que lo obligaron a retirarse de este país, y que nos han privado, por tanto tiempo, de sus importantes servicios; pero ¡quién sabe si esto mismo, desmintiendo la maledicencia de sus enemigos, ha mejorado su posición, para que sean más estimables los que haga a esta república en lo sucesivo!
Con
efecto; el tiempo y los acontecimientos, considerados en su origen, relaciones
y consecuencias, suelen ser la mejor antorcha contra las falsas ilusiones que
producen la ignorancia, la preocupación y las pasiones. Felicito a usted por el acierto conque ha
sabido conocer la injusticia de sus perseguidores, y le doy lleno de contento
las mas expresivas gracias por la noble y generosa oferta que se sirve hacerme
de sus servicios a nuestra patria en la guerra contra los franceses; pero
aceptándola con el mayor gusto, como desde luego la acepto, para el caso de que
sean necesarios, debo manifestarle, que por ahora no tengo recelo de que se
suceda tal guerra, según lo espero por la mediación de la Inglaterra, y notorios
perjuicios a las demás potencias neutrales; y, por lo mismo, al paso que me
sería grato que usted se restituyese a su patria, por tener el gusto de
concluir en ella los últimos días de su vida, me sería muy sensible que se
molestase en hacerlo, sufriendo las incomodidades y peligros de la navegación,
por solo el motivo de una guerra que, probablemente, no se verificará; y mucho
mas cuando concibo que permaneciendo usted en Europa, podrá prestar en lo
sucesivo a esta República sus buenos servicios en Inglaterra o Francia.
Al hacer á usted esta franca manifestación, solo me
propongo darle una prueba del alto aprecio que me merece la importancia de su
persona, recordando lo mucho que debe a
sus afanes y desvelos la independencia de esta República, como también las de Chile y Perú; mas no
exigir a usted ninguna clase de sacrificio que le sea penoso, ni menos que se
prive del placer que podrá tener en volver cuanto antes a ésta patria, en donde
su presencia nos sería muy grata a todos los patriotas federales.
Los
adjuntos cuadernos impresos darán a usted una idea de los sucesos de este país
en 1838.
Que dios
conceda a usted la mejor salud y ventura, es el voto constante de su muy atento
servidor y compatriota.
Juan Manuel de Rosas Obra
citada, pág. 125
San Martín acusa recibo de esta
carta y escribe a Rosas el 10 de junio de 1839, formulando su lapidario juicio
contra los unitarios (Ver Apéndice Doc. Nros. 26 y 27) que se aliaron a Francia, en esos momentos en
guerra contra la Confederación Argentina:
Gran Bourg, 7 leguas de París
10 de junio de 1839
Exmo. Sr. capitán general D. Juan Manuel de Rosas
Respetable
general y señor:
Es con verdadera satisfacción que he
recibido su apreciable del 24 de enero del corriente año; ella me hace más
honor de lo que mis servicios merecen; de todos modos, la aprobación de estos
por los hombres de bien es la recompensa más satisfactoria que uno puede
recibir.
Los impresos que usted ha tenido la
bondad de remitirme, me han puesto al corriente de las causas que han dado
margen a nuestra desavenencia con el gobierno francés; confieso a
usted, apreciable general, que es menester no tener el menor sentimientos de
justicia, para mirar con indiferencia un tal abuso de poder; por otra parte, la
conducta de los agentes de este gobierno, tanto en este país como en la Banda
Oriental, no puede calificarse sino dándosele el nombre de verdaderos
revolucionarios; ella no pertenece a un gobierno fuerte y civilizado; pero es
que ni en la Cámara de los Pares, ni en la de los Representantes no ha habido
un solo individuo que haya exigido del ministerio la correspondencia que
ha mediado con nuestro gobierno, para proceder de un modo tan violento como
injusto: esta conducta puede atribuirse a un orgullo nacional, cuando puede
ejercerse impunemente contra un estado débil o a la falta de experiencia en el
gobierno representativo y a la ligereza proverbial de esta nación; pero lo
que no puedo concebir es el que haya americanos que por un indigno espíritu de
partido se unan al extranjero para humillar su patria y reducirla a una
condición peor que la que sufríamos en tiempo de la dominación española; una
tal felonía ni el sepulcro la puede hacer desaparecer. (Este
subrayado es nuestro, así como todos los de las cartas transcriptas en las
páginas siguientes - N. del A.)
Me dice
en su apreciable, que mis servicios pueden ser de utilidad á nuestra patria en
Europa; yo estoy pronto a rendírselos con la mayor satisfacción; pero, y
faltaria a la confianza con que usted me honra, si no le manifestase, que
destinado a las armas desde mis primeros años, ni mi educación, ilustración ni talentos
no son propios para desempeñar una comisión de cuyo éxito puede depender la
felicidad de nuestro país; si un sincero deseo del acierto y una buena voluntad
fuesen suficiente para corresponder a la tal confianza, usted puede contar con
ambas con toda seguridad, pero estos deseos son nulos si no los acompañan otras
cualidades.
Deseo a usted acierto en todo y una
salud cumplida, igualmente el que me crea sinceramente su afecto servidor y
compatriota.
José
de San Martín Obra citada, pág. 127
(En el deseo de incorporar el
prestigio de San Martín a la causa americana, Rosas promulga un decreto
designándolo Ministro Plenipotenciario de la Confederación Argentina en el
Perú:
¡Viva
la Federación!
Buenos Aires, julio 17 de 1839, año
30 de la Libertad,
24 de la Independencia y 10 de la
Confederación Argentina.
Art.
1°.-Queda nombrado ministro plenipotenciario de la Confederación Argentina
cerca del Exmo. Gobierno de la República del Perú, el brigadier general Don
José de San Martín, con la asignación que determine el presupuesto del presente
año, aprobado por la Honorable Junta de Representantes.
Art. 2°.-
Expídanse las credenciales correspondientes, comuníquese, publíquese é
insértese en el Registro Oficial.
Rosas
Felipe Arana
(Registro Nacional, año 1839, N° 2759. Esta
designación desvirtúa rotundamente la conjetura de que a Rosas “Europa le
inspiraba menos temor que la vuelta de San Martín”, formulada por Carlos
Alberto Leumann en La Prensa del 30 de enero de 1838.)
Este decreto le fue comunicado a
San Martín por el Ministro de Relaciones Exteriores de la Confederación
Argentina, doctor Felipe Arana, en los siguientes términos:
¡Viva la Federación!
El
ministro de relaciones exteriores de Buenos Aires encargado de las que
corresponden a la Confederación Argentina.
Buenos Aires, 18 de
julio de 1839, año 30 de la Libertad,
24 de la independencia y 10 de la Confederación Argentina.
Al señor brigadier general don José de San Martín.
El
infrascripto tiene la satisfacción de incluir a V.S. de orden superior, copia
del decreto expedido el 17 del corriente por el excelentísimo encargado de las
relaciones exteriores de la Confederación Argentina nombrando a V.S. ministro
plenipotenciario cerca del gobierno de la república del Perú.
S.E. al dispensar a V.S. este
honor y señalada confianza, ha tenido presente, que no obstante haberse
ausentado de la América, después de haber hecho por su libertad y especialmente
por la de su patria, los más eminentes servicios, ha conservado
inalterablemente el más vivo interés por los sacrosantos derechos que ayudó a
conquistar, mostrando en los conflictos de su país los sentimientos dignos de
un americano argentino.
A esta consideración poderosa se ha
unido también la convicción de S.E. de que la legación a que se le destina se
concilia quizá con el estado de salud, dando asimismo al Perú con esta
elección, que no puede dejar de serle grata, no solamente una prueba inequívoca
de los deseos de la Confederación de
estrechar con él relaciones de confraternidad y amistad sincera en el sentido
de los intereses generales del nuevo mundo, sino que al mismo tiempo
hace la noble ostentación de elegir a tal alto objeto a un veterano de
la independencia, cuyos títulos sabrán valorar los pueblos peruanos y su
ilustrada administración.
S.E. espera que V.S. no excusará a
su patria este nuevo servicio sobre los muy importantes que le tiene rendidos.
Y si V.S. admite el nombramiento en virtud del cual se ha extendido el adjunto
diploma, espera S.E. se ponga V.S. en marcha a esta ciudad avisándolo a este
ministerio, y librando a su cargo el importe de su transporte
para satisfacerlo, y a fin de que se extiendan las instrucciones necesarias, y
se den las órdenes relativas, al abono de los sueldos designados a los
ministros plenipotenciarios.
Dios
guarde a V.S. muchos años.
Felipe Arana
Documentos del Archivo del General San Martín. Tomo X, página 114.
El
ministro de relaciones exteriores de Buenos
Aires encargado de las que corresponden a la
Confederación Argentina.
Por
cuanto, deseando dar al excelentísimo gobierno del Perú, libre hoy de la
tiranía, y onimosa influencia del tirano usurpador Santa Cruz, una prueba
inequívoca de los ardientes votos que animan a la Confederación Argentina de
estrechar relaciones de confraternidad y amistad sincera en el sentido de los
intereses generales del nuevo mundo , y bajo bases de honrosa y justa
reciprocidad.
Por
tanto, y teniendo plena confianza en la prudencia, lealtad y sabiduría del
brigadier general Don José de San Martín, veterano de la independencia, cuyos
títulos sabrán valorar los pueblos peruanos y su ilustrada administración, ha
venido en autorizarlo, nombrarlo y constituirlo, como por el presente lo
nombra, lo autoriza y constituye por su ministro plenipotenciario cerca del
excelentísimo gobierno de la república del Perú con las calidades que prescribe
el superior decreto del 17 del
corriente; y a cuyo efecto se le expide el presente diploma firmado y sellado
según corresponde.
Dado en Buenos Aires, a los 19 de julio del año del Señor de 1839; año
30 de la libertad, 24 de la independencia y 10 de la Confederación Argentina.
Juan
Manuel de Rosas.
Felipe Arana
Documentos del Archivo del General San Martín. Tomo X, página 115. (José
Pacifico Otero, en su Historia del Libertador Don José de San Martín,
aludiendo a esta designación de San Martín, dice: “El decreto en cuestión no se
encuentra acompañado de considerando alguno explicativo de la razón de ese
nombramiento”, (tomo IV, pág. 413). Como se ve por el documento transcripto,
esos considerandos existían, y son bien explícitos.)
El nombramiento y el decreto que
anteceden fueron remitidos a San Martín por intermedio de don Manuel Moreno,
ministro plenipotenciario de la Confederación Argentina en Inglaterra:
Londres, 15 de Octubre de 1839.
Señor general Don José de San Martín.
Señor
general:
Tengo el honor de transmitir a V.E.
por conducto de la embajada de S. M. B. en París y de mi amigo el señor
Staines, un pliego del gobierno de la república recibido con mi correspondencia
por el paquete que llegó ayer, que se me encarga pasar con seguridad a sus
manos, y contiene el nombramiento de V.E. como ministro plenipotenciario cerca
del gobierno del Perú; igualmente una
carta del señor general Rosas y otra del señor Sarratea desde Janeiro.
Sírvase V.E. acusarme el recibo del
expresado pliego y si V.E. gusta valerse del conducto de esta legación para su
respuesta, él está muy a su disposición.
Tengo el honor de ser de V.E. muy
obediente servidor que B.S.M.
Manuel
Moreno
Idem. Tomo X, pág. 118
San
Martín recibió, sorprendido y halagado, esa designación, que no pudo aceptar.
Su negativa, equívocamente interpretada, se funda en las claras razones que
expresa en su carta de fecha 30 de octubre de 1839, dirigida al ministro Arana
y que encierran una admirable lección de moral política:
Grand Bourg, cerca de París, 30 de octubre de 1839.
Señor
Ministro:
Por la
honorable nota del 18 de julio del presente año se sirve V.S. comunicarme el
decreto del excelentísimo señor capital general de la provincia de Buenos Aires
encargado de las relaciones exteriores de la Confederación Argentina, de mi
nombramiento como ministro plenipotenciario cerca del gobierno de la república
del Perú; esta prueba de alta confianza con que me honra V.E. ha excitado mi más
vivo reconocimiento y no correspondería a ella sino manifestase a V.S. las
razones que me impiden aceptar tan honrosa misión.
Si solo
mirase mi interés personal nada podría lisonjearme tanto como el honroso cargo
a que se me destina: un clima que no dudo es el que más puede convenir al
estado de mi salud; la satisfacción de volver a un país de cuyos habitantes he
recibido pruebas inequívocas de desinteresado afecto, mi presencia en él
pudiendo facilitar en mucha parte el cobro de los crecidos atrasos que se me
adeudan por la pensión que me señaló el primer congreso del Perú y que sólo las
conmociones políticas y cuasi no interrumpidas de aquél país no ha permitido
realizar; he aquí, señor ministro, las ventajas efectivas que me resultarían
aceptando la misión con que se me honra; pero faltaría a mi deber si no
manifestase igualmente que enrolado en la carrera militar desde la edad de 12
años, ni mi educación ni instrucción las creo propias para desempeñar con
acierto un encargo de cuyo buen éxito puede depender la paz de nuestro
suelo. Si una buena voluntad, un vivo
deseo del acierto y una lealtad la más pura fuesen sólo necesarias para el
desempeño de tan honrosa misión, he aquí todo lo que yo podría ofrecer para
servir a la república, pero S.E. el señor gobernador como yo, que estos buenos
deseos no son suficientes. Hay más, y
este es el punto principal en que con sentimiento fundo mi renuncia. S.E.
al confiarme tan alta misión tal vez ignoraba o no tuvo presente que después de
mi regreso de Lima el primer congreso del Perú me nombró generalísimo de sus
ejércitos señalándome al mismo tiempo una pensión vitalicia de 9.000 pesos
anuales. Esta circunstancia no puede
menos que resentir mi delicadeza al pensar que tenía que representar los
intereses de nuestra república ante un Estado a que soy deudor de favores tan
generosos, y que no todos me supondrían con la moralidad necesaria a
desempeñarla con lealtad y honor. Hay que añadir que no hubo un solo empleo en
todo el territorio del Perú que ocupó el ejército libertador en el tiempo de mi
mando, que no fuese quitado a los pocos afectos y reemplazados por hijos del
país; esta circunstancia debe haberme hecho una masa de hombres reconocidos, lo
que comprueba que a pesar de mi conocida oposición á todo mando no ha habido
crisis en aquel Estado sin que muchos hombres influyentes de todos los partidos
me hayan escrito exigiendo mi consentimiento para ponerse a la cabeza de
aquélla república. Con estos antecedentes
¿cuál y que crítica no debería ser mi posición el Lima? ¿cuántos no
tardarían de hacerme un instrumento ajeno a mi misión y en oposición a mis
principios? En vano yo opondría á este proceder una conducta firme é
irreprochable; me sucedería lo que a mi llegada a Mendoza en el año 23, que los
enemigos de la administración de Buenos Aires en aquélla época me representaban
como el principal agente de la oposición a pesar de la distancia que me
separaba de la capital, y de la conducta la más imparcial. He aquí, señor ministro,
las fundadas razones en que por primera vez y con sentimiento mío me veo
obligado a no prestar mis servicios a la república y que espero se servirá V.S.
elevarlas al conocimiento de S.E. el señor gobernador protestándole al mismo
tiempo mi más vivo y sincero reconocimiento á la alta confianza que ha
dispensado.
Dios
guarde a V.S. muchos años.
José de
San Martín
Obra citada, pág. 129.
El ministro Arana contesta a San
Martín en nombre del gobernador de la Confederación Argentina y al respetar su
decisión lamenta su renuncia, la que es aceptada por Rosas a mérito de las
razones que la informan:
¡Viva la Federación!
El ministro de R.E. del gobierno de Buenos
Aires y encargado de las que corresponden a la Confederación Argentina.
Buenos Aires, enero 16 de 1840
año 31 de la Libertad,
25 de la Independencia y 11 de la Confederación Argentina.
Al Brigadier General de la Confederación Argentina don José de San
Martín
El
infrascripto ha elevado al Exmo. Sr. Gobernador y Capitán General de la
Provincia, la apreciable nota de V.E. de fecha 30 de octubre último, en que
manifestando el vivo reconocimiento que ha excitado en V.S. la prueba de alta confianza
con que lo ha honrado S.E. nombrándolo ministro plenipotenciario de la
República cerca del Gobierno del Perú, y las consideraciones de ventajas
personales que le resultarían de entrar al desempeño de aquella misión,
encuentra otras que le impiden aceptarla, significando, que si una buena
voluntad, un vivo deseo de acierto y una lealtad, la más pura, fuesen
necesarias para aquel desempeño, sería cuanto podía ofrecer V.S. en servicio de
esta República.
S.E. el señor Gobernador, por cuya
orden contesta el infrascripto, ha valorado debidamente los fundamentos de la
renuncia de V.S. causados por circunstancias especiales que tan honorablemente
formaron en el Perú los distinguidos y relevantes servicios que V.E. prestó a
la libertad e independencia de aquella República, y con gran pesar se ve en el
deber de admitir la renuncia que V.S. hace del alto cargo que S.E. encomendó a
su elevado saber y acreditado patriotismo teniendo en vista los importantísimos
bienes que de tan acertada elección resultaban a ambas repúblicas y á las demás
del continente americano.
Últimamente ha ordenado S.E. al
infrascripto, manifieste á V.S. que al paso que siente intensamente que no se
hayan conseguido los vitales objetivos que se propuso en el nombramiento de
V.S. para su ministro plenipotenciario de la
República del Perú, se ha complacido en observar y aceptar con la más
grata complacencia la buena voluntad, el vivo deseo de acierto y la lealtad más
pura con que V.S. se ofrece en servicio de la Confederación Argentina, que con
orgullo lo cuenta entre sus hijos predilectos.
Dios guarde a V.S.
Felipe Arana
Obra citada, pág. 131
Por su parte, Rosas le escribe a
San Martín, confidencialmente, la siguiente carta:
Buenos
Aires, febrero 24 de 1840
Mi
apreciado general.
Sin embargo de la fuerza de las
observaciones de usted, oficialmente para no admitir la misión acerca del
gobierno del Perú, fuerza que no he podido menos que reconocer, hubiera deseado
que no existiera inconveniente alguno, porque estoy seguro de que usted habría
llenado su destino con harto provecho para su patria y para su nombre.
A la verdad, sorprende como dice en
su estimada de fecha 10 de junio del año próximo anterior, el que no se haya
levantado una sola voz en las Cámaras de Francia, para pedir razón a su
gobierno del escandaloso abuso de poder contra la República naciente. Nuestro
buen derecho ha tenido defensores ardientes tanto en América como en Europa,
pero no es creíble que, si las Cámaras hubieran conocido por la correspondencia
oficial que antecedió al bloqueo, las verdaderas causas que han producido el
rompimiento, hubieran dejado de confesar que la inmaturidad del agente francés
en Buenos Aires y la influencia maligna ejercida sobre él por los enemigos de
mi administración han llevado las cosas al estado en que se hallan. Por lo
demás yo he creído mi primer deber de evitar la humillación de mi país y he
tenido la fortuna de dejar un antecedente que no será estéril para la
conservación de la independencia y dignidad de la República.
Acepto con placer la buena y noble voluntad de
usted en favor de nuestra patria y no desconfío de que todavía pueda recibir de
usted servicios importantes. Mientras tanto se le ofrece sinceramente.
Su afectuoso compatriota.
Juan
Manuel de Rosas
Antonio Zinny, La Gaceta Mercantil de Buenos Aires. Tomo II, pág. 377
Antonio Zinny, La Gaceta Mercantil de Buenos Aires. Tomo II, pág. 377
No hay comentarios:
Publicar un comentario