Por Hebe Luz Ávila
Arma, virumque cano... HOMERO.
La Iliada.
No es un héroe de una sola
pieza: no se trata de un Hércules, un Julio César o un San Martín. Pero su
incesante y destacado accionar cubre más de cuarenta años en los duros
comienzos de lo que será nuestro país. Un esforzado protagonista en su eficaz
tarea de construir los cimientos de la Argentina.
Aparece en la historia, en
narraciones de testigos, en documentos valiosos, pero siempre al lado de los
jefes, aunque siempre como brazo ejecutor de importantes y decisivos episodios.
En efecto, Hernán Mejía de Miraval, con sus múltiples facetas, con su constante
protagonismo en empresas cruciales, resulta un partícipe irremplazable en las exploraciones iniciales y en la
fundación de una decena de ciudades.
Para
presentar a nuestro héroe, nos ubicamos en el NOA, donde históricamente se
establecen los comienzos del país: la primera ciudad fundada que perdure será
Santiago del Estero, en un proceso que va desde 1550 a 1553. Luego, esta
Madre de ciudades fundará -entre otras muchas- Tucumán (1565) y Córdoba (1573),
y aportará hombres e importantes bastimentos para erigir Buenos Aires en 1580,
cuando ya en su territorio había germinado el primer grano de trigo en 1556, y
se contaba con Obispado y Catedral desde 1570.
Un hidalgo español educado
para la guerra. El contexto
Hernán
Mejía de Miraval había nacido en Sevilla, en 1531.
Era hidalgo -es decir noble- lo que en el medioevo significaba tener por oficio
hereditario la guerra. Recordemos que al momento de su nacimiento hacía apenas 40
años que terminara la reconquista, en la que durante más de siete siglos los reinos cristianos de la península ibérica lucharon en pos del control peninsular
en poder del dominio musulmán.
También hacía apenas 40 años
que Colón descubriera América, la que ahora se presentaba como el mejor
escenario para que estos hidalgos educados para la lid intentaran adquirir
fortuna y gloria. Es así como, niño aún, Hernán acompaña a su padre y hermano,
enrolados en las tropas de La
Gasca rumbo al Perú. Efectivamente, Pedro de la Gasca , sacerdote, político, diplomático y militar,
había sido nombrado presidente de la Real Audiencia de Lima con la misión de terminar con la rebelión de Gonzalo Pizarro . Luego La Gasca pasaría a la historia
como el Pacificador, y hasta
llevaría a cabo un ordenamiento general del Virreinato del Perú. Y nuestro protagonista será una pieza importante en
esta misión.
La conquista del
Nuevo Mundo resulta casi vertiginosa durante el reinado de Carlos V (1516 -1556): en
México, Hernán Cortés sojuzgó a
los aztecas y así surgió el Virreinato de Nueva España; Pedro de Alvarado conquistó a los pueblos mayas y formó el Reino de Guatemala; en la
actual Colombia, Gonzalo Jiménez
de Quesada venció a los chibchas
y fundó el Nuevo Reino de
Granada; Francisco Pizarro se impuso
sobre los incas e instauró el Virreinato del Perú.
Carlos V ya tenía claro su proyecto geopolítico para lo que hoy es nuestro país: era necesario construir un
fuerte en el Río de la Plata
que uniera el Atlántico con el Pacífico y vincular este nuevo territorio con el
de Perú. Propósito inicial, que –con variaciones lógicas – hoy perdura en
nuestro aún inconcluso Corredor Bioceánico.
Y es esta meta la que lleva en 1536 a Pedro de Mendoza a instalar el malhadado
puerto de Santa
María de los Buenos Ayres. La idea era, en un primer momento, venir desde el
sur, por lo que unos meses después se funda la ciudad de Asunción.
En cuanto a las entradas por tierra, desde el Perú,
Diego de Rojas y luego sus compañeros exploraron el Tucma en 1543, recorrieron
el actual territorio desde Jujuy hasta Córdoba y, luego de la muerte de Rojas,
una parte de los exploradores siguieron a Chile y otra hasta el río Paraná,
para regresar luego al Perú. La información de esta expedición, que durara
cuatro años, resultó fundamental para las posteriores fundaciones, al recoger
datos acerca del territorio, habitantes, caminos y distancias desde el Perú
hasta al Río de la Plata.
Así, cuando La Gasca
pone fin a los virulentos enfrentamientos entre Pizarros y Almagros llega el
momento de la conquista y poblamiento del territorio. Por tal motivo, otorgó
permiso a Pedro de Valdivia para dirigirse a Chile (1540) y a Juan Núñez de
Prado a fundar una ciudad en el Tucma.
Destaquemos que casi todas las expediciones eran empresas privadas, a
costa de los bienes personales de los conquistadores, pues no se trataba de
soldados pagados por un ejército nacional. Se basaban en Capitulaciones, en las
que los capitanes aportaban a la empresa los medios económicos y el capital
humano, y el rey la autorización. Las huestes que acompañaban, a su vez, se
alistaban voluntariamente y contribuían con sus armas y cabalgaduras. Una
empresa privada, con vistas a un futuro botín (tierras, encomiendas, cargos),
en el que podrían tener su parte.
Primeras ciudades
Cuando La Gasca
encomienda a Núñez de Prado recorrer el
Tucma y fundar allí un pueblo, va también Hernán Mejía de Miraval. Apenas
dieciocho años, y ya había recibido su bautismo de fuego en los
enfrentamientos con los insurrectos del Perú.
El trayecto fue arduo entre rutas escarpadas, siguiendo el camino del
Inca, por la desolada Puna, cruzando salinas barridas por vientos helados, sin
pasto para los animales, sin troncos para el fuego, escasos de agua, apunados
y, más de una vez, extraviados, en busca de una región sin límites precisos.
A la vanguardia, entre los hombres de a
caballo, marchaba nuestro joven héroe. Iban guiados por los veteranos de la
entrada de Rojas, y les seguían arcabuceros, el grueso de soldados de a pie, un
nutrido aglomerado de indios yanaconas y atrás las cargas de pertrechos
necesarios para su misión de conquista y
población, así como ovejas, gallinas, semillas de maíz y zapallo.
Andaban con rumbo sureste, salvando estoicamente los ríspidos declives de la cordillera, y estorbados continuamente por escaramuzas con grupos aborígenes, entre ellos los feroces indios omaguacas.
Andaban con rumbo sureste, salvando estoicamente los ríspidos declives de la cordillera, y estorbados continuamente por escaramuzas con grupos aborígenes, entre ellos los feroces indios omaguacas.
Desde la ladera de las últimas sierras,
divisaron al fin llanuras fértiles, pequeños ríos y tupidos bosques; era la
región de los lules, hábiles flecheros.
El 29 de junio de 1550, Nuñez de Prado funda, a orillas del río
Ibatín, la ciudad de Barco (en honor de La Gasca , nacido en Barco de Ávila). Lo hace con
solemne ceremonial, juramento y colocación de rollo de justicia y cepo,
delimitación del sitio de la plaza pública, y elección del Cabildo.
El medio hostil, la falta de alimentos, las
violentas interferencias de los inescrupulosos capitanes de Valdivia que
alegaban que el Barco estaba en tierras de su jurisdicción, llevaron a Núñez de
Prado a trasladar la primitiva ciudad y
fundar Barco II (mayo o junio de 1551,
en la actual Salta) y Barco III (junio de 1552, junto al río Dulce). Distintas
probanzas dan fe de que "el Capitán
Hernán Mexía la ayudó a sustentar, conquistar con mucho travajo, a pié y a
cavallo, con grandes necesidades de hambre, sed y cansancio (…), en muchas
refriegas que tuvieron con los naturales,
(…) vestido de cueros de leones y de tigres y descalzo".
Poco tiempo después de
emplazada Barco III, supieron que, en un pueblo cercano, más de 4.000 naturales
se preparaban a destruirla, por lo que fueron enviados 30 hombres, y entre
ellos el intrépido Miraval, "a
cavallo con todas sus armas", y entró “en el fuerte de los yndios a desbaratallos”, lo que permitió que
los demás soldados frustraran el ataque.
En cada fundación se repite
igual ceremonial y se nombra a los integrantes del Cabildo. Inmediatamente se
explora el territorio, se toma posesión del mismo y se somete a los pueblos
originarios. En esta misión se destaca siempre Miraval, que no solo se enfrenta
valientemente y vence a los atacantes, sino que también sabe conquistarlos y ganarlos
como amigos.
Los lugares elegidos para la
fundación de los tres Barco no fueron los adecuados y, cuando se pensaba en un
nuevo traslado, apareció Francisco de Aguirre, desde Chile, enviado por
Valdivia a desalojar a Núñez de Prado y
poner al Tucumán bajo el dominio chileno.
Aguirre traslada la tercera
ciudad a una legua más al norte, y la nombra Santiago del Estero, el 25 de
julio de 1553, toma prisionero a Núñez de Prado y lo envía a Chile junto con
los sacerdotes que llegaron con él.
Otra vez el transporte de
enseres, la marcha agobiante, volver a armar la ciudad, y al poco tiempo, ante
la muerte de Valdivia, debe regresar Aguirre a Chile, y se lleva consigo
caballos, españoles e indios amigos.
Dos años pasan en la
situación más crítica: pobreza (vestían cueros y camisas que confeccionaban con
cabuya), hambre (debían comer hasta sabandijas
silvestres) y desamparo. Y allí estará Miraval, junto con los principales
vecinos, defendiendo el fuerte con sus vidas ante el ataque de los terribles
lules.
Esforzadas hazañas
Todo lo soportaban aquellos aguerridos conquistadores, menos la falta
de consuelo espiritual, por lo que cinco de ellos partieron para Chile en busca
de recursos y un sacerdote. Y allí fue nuestro héroe, a enfrentar unos Andes “fragosos y tempestuosos”, hambrientos, acosados por nativos belicosos.
Logran cruzar la cordillera, y regresar trayendo al sacerdote Juan
Cedrón y armas, vacunos, ovejas, vides, higueras, olivos, naranjos,
durazneros y, sobre todo, semillas de algodón, trigo y cebada.
En 1558 llega como gobernador Pérez de Zurita, quien vuelve a explorar
el territorio con la idea de fundar
nuevas ciudades para defensa del mismo. Señalemos que estas expediciones se
realizaban generalmente dispersas, sin conexión entre unas y otras, y dentro de
un área de cerca de 1.500.000 kilómetros cuadrados. “Gajes de hombres de acción”- diría
Miraval.
Así, nuestro protagonista recorre los
vericuetos del valle y con su valentía suscita respeto en numerosos grupos
diaguitas. Su éxito es decisivo, pues logra apresar al cacique Chumbicha,
hermano del temible señor de la comarca, Juan Calchaquí, que finalmente pasa a
ser un aliado, y así se detiene la agresividad de las tribus circundantes.
Nuevas fundaciones se suceden: Londres (1558),
en territorio catamarqueño y Córdoba del Calchaquí (1559), en el salteño.
Al regresar el gobernador Zurita a Santiago del Estero, se enteró del
alzamiento de unos 6.000 aborígenes en las costas del río Salado y se dirigió hacia
allí con unos 50 hombres. Miraval peleó bravamente en la vanguardia, y fue
herido con flechas envenenadas.
En agosto de 1560, Pérez de Zurita funda
Cañete, emplazada en el lugar de Barco I.
De Santiago del Estero salen los recursos para estos emplazamientos:
caballos, armas, alimentos, soldados, y nuestro
héroe es reconocido por la generosidad con que contribuye con parte de su
hacienda. Igualmente participará en las fundaciones de Nieva (1561) en el valle
de Jujuy, San Miguel de Tucumán (1565), Nuestra Señora de Talavera (1567) en Esteco y,
muy especialmente, en la de Córdoba (1573), donde será la mano derecha de
Jerónimo Luis de Cabrera, su fundador.
Esas primeras ciudades eran puntos fortificados, dispuestos
estratégicamente como cinturón defensivo contra los naturales, y a la vez
jalones en las posibles rutas de unión con Chile y con el Perú.
La lucha con los indígenas fue sin cuartel. Así, en
1559, y por mal trato del nuevo gobernador Castañeda, se sublevaron los
naturales de Londres, Córdoba y Cañete y las quemaron. Miraval, que estaba en
Córdoba del Calchaquí donde se desempeñaba como Regidor del Cabildo, encabezó
la defensa y lucharon a brazo partido, aunque solo se salvaron seis cristianos,
que ensangrentados entre la multitud de atacantes se abrieron paso audazmente.
Debieron cruzar de noche sorteando grandes peligros y nuevos ataques, y “llegaron a
la nueva ciudad de Nieva tan espantosamente desfigurados, que ninguno los
conoció".
Sabiéndose responsable de la pérdida de estas ciudades, el gobernador regresó a Chile, y Miraval “fue uno de los que quedaron en guarda y amparo de la dicha ciudad, ayudando siempre, como buen soldado, a la conquista y sustento de ella".
Sabiéndose responsable de la pérdida de estas ciudades, el gobernador regresó a Chile, y Miraval “fue uno de los que quedaron en guarda y amparo de la dicha ciudad, ayudando siempre, como buen soldado, a la conquista y sustento de ella".
Los trabajos y los días
Como Homero, no solo cantamos a las armas o episodios
bélicos, sino también a otros significativos aspectos del trascendente accionar
de Hernán Mejía de Miraval.
Si bien los que trascienden históricamente son los
gobernadores, nuestro héroe resulta ser un facilitador, muchas veces consejero
y guía, cumplidor fiel de sus encargos, esforzado explorador de territorios en
las fundaciones y pacificador de aborígenes.
No solo se lo reconocerá como”
el brazo armado de la conquista”, sino también el que lleva a cabo acciones significativas que transforman la
realidad. Así, el cruce a Chile, del que trae semillas, permitirá que en
Santiago del Estero germine el primer grano de trigo del territorio de nuestro
país, y que comience una nueva producción agrícola con su consecuente
industria, como será el caso del algodón, pronto la principal producción del
Tucumán, donde la vara de lienzo oficiaba de moneda: “la plata de esta tierra”. Igualmente, de las yeguas, vacas y ovejas que trajera nuestro
héroe, nacerá en poco tiempo una fuerte actividad ganadera y un activo
intercambio con Perú y Chile.
A la par, en esa tarea de transformador de realidades,
adquiere gran importancia la exploración que realiza en los territorios del
actual Chaco, en donde, a pesar del feroz
ataque de sus aborígenes, logra encontrar un meteorito
y extraer hierro que desde entonces servirá –entre otras cosas - para la
fabricación de herraduras, arados y gran parte
de las armas revolucionarias que
llevaron a la independencia.
Lo consideramos héroe también por sus virtudes, que aparte de su
probada valentía (se lo reconoce como “el Bravo”), se destaca por su constante generosidad.
Así, en la reseña de servicios, se lee que en la fundación de Córdoba “gastó mucha suma de pesos oro, en
armas, cavallos e otros pertrechos de guerra, llevando a su mesa muchos
soldados, dándoles de comer”.
Prudente y hábil componedor, son numerosas las
oportunidades en que pacifica los ánimos y cierra acuerdos amistosos, como en el conflicto entre el gobernador Abreu y Juan de Garay, al
interceder entre los dos altivos personajes y lograr el arreglo. Groussac lo
califica de "aplacador profesional, cuya blanda facundia y don de gentes parece que
producían realmente, sobre aquellas almas bravías de conquistadores, el efecto
del aceite sobre las olas".
Por sus frutos los conoceréis
En este territorio hostil y
salvaje, entre hombres rudos, muchas veces inescrupulosos, nuestro héroe, a lo
largo de su vida, se puede calificar de varón bueno y prudente.
En los primeros años de la
conquista no vinieron españolas, por lo que los conquistadores se apareaban con
indias, de donde devino el mestizaje que nos caracteriza como continente.
De ahí la opinión de Aguirre:
"Se hace
más servicio a Dios en hacer mestizos que en el pecado que con ello se
hace". A la vez, se dice que Irala, en
Paraguay, que tuvo unas 60 concubinas nativas.
Por el contrario, Miraval, en sus primeros años en
Santiago del Estero, formó pareja con la hija del cacique del Mancho, bautizada
María, con la que vivió unos 15 años y tuvo cuatro hijos, formalmente
reconocidos y de cuya educación se hizo cargo con mucha dedicación (primera
generación de criollos en nuestro territorio). Dos hijas de esta unión se
casaron con nobles que participaron en la fundación de Córdoba, y entre su
descendencia figuran destacadas familias de esa ciudad, como los Tejeda y los
Cámara. Su nieta, doña Leonor de Tejeda y Miraval, al crear en Córdoba un
monasterio para hijas y nietas de conquistadores, declara: “… yo hice renunciación de toda mi herencia y
patrimonio paterno y materno al tiempo que profesé para fundar un monasterio de
monjas en esta dicha ciudad por la obligación que le tengo por ser como es mi patria y deseando su aumento y que se
fuese ilustrando y ennobleciendo en semejantes obras de piedad”
También, el primer poeta argentino será su bisnieto
mestizo Luis de Tejeda (1604-1680), y después figurará entre sus ilustres
descendientes el Deán Gregorio Funes.
Más adelante, nuestro héroe se casa con una dama
española, Isabel de Salazar, con la que tiene cinco hijos. Una de ellos,
Bernardina, se casará con Francisco
de Argañaraz y Murguía, será cofundadora de la ciudad de Jujuy y colaborará
activamente en su sustento. De este matrimonio descenderá, varias generaciones
después, Martín Miguel de Güemes, héroe de la independencia y gobernador de
Salta.
Otro hijo de Miraval e Isabel, el Padre dominico
Fernando Mejía, será quien refunde en Santiago del Estero, en 1604, “el primer convento establecido en
territorio argentino.”
Más adelante, en su descendencia se encuentran
personajes importantes como el General Dehesa y Evaristo Carriego.
Más de 40 años
de esforzados servicios
Miraval recorrió incansablemente el territorio, desde
Panamá hasta el sur de Córdoba, y desde la Serena hasta el Paraná, donde ayudó a que Juan de
Garay fundara Santa Fe. No se trata de un aventurero más, pues su probanza de
méritos y servicios es admirable, ya que en su profuso accionar debió cumplir importantes cargos. Así, fue Teniente
de Gobernador en todas las ciudades que ayudó a fundar, y actuó otras veces
como Primer Alcalde, Regidor, Procurador General, Teniente General, Maese de
Campo y Capitán general.
Permaneció en estas tierras hasta 1591, cuando viajó a
España con el mandato de solicitar la unificación
judicial del Tucumán, Chile, Río de la
Plata y Patagonia
(Las tierras al sur del paralelo 35º S, o “Trapalanda”). Toda una original y
audaz visión geopolítica.
La fecha incierta de su muerte
(¿1596 en España?) da visos legendarios a este héroe de carne y hueso, que
participó activamente en la cimentación de la que
eligió como su patria. Y consecuentemente, no solo se preocupó pensando – y
actuando con decisión - en qué patria le dejaba a su descendencia, sino también
– y probadamente –en qué hijos dejaba a su patria.
"Un brazo apenas del eterno español", se dijo de Hernán Mejía de Miraval. Heroico antepasado y de muchos otros argentinos.
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