Por Roberto Azaretto*
Son muchas los aspectos para referirse a la vida del
Brigadier Tomás de Iriarte, pues, como muchos de los hombres que consideramos
los padres fundadores de nuestra nación, fue una personalidad polifacética. Hay
un Iriarte militar, un historiador, un escritor, un político, un diplomático.
En esta sesión académica nos referiremos a parte de su
actuación militar, desde su formación como oficial de artillería.
El Brigadier General Tomás de Iriarte nació en Buenos
Aires, en una familia de militares. Lo eran su padre, sus abuelos paterno y
materno y sus tíos. En marzo de 1794 y teniendo un año, conoció la vida del
cuartel, pues su padre, fue designado jefe de la Fortaleza de Santa Teresa,
cercana a la frontera con el virreinato del Brasil, pues se había declarado una
nueva guerra entre España y Portugal.
Finalizado el conflicto, el nuevo destino del coronel
Iriarte, fue Montevideo, base de la flota española en el Atlántico sur.
A los 10 años
fue enviado a España para educarse y seguir la carrera militar, dos años
antes, había partido hacia la península su hermano mayor, con igual propósito.
Tomás de Iriarte partió en la flota de cuatro fragatas, que transportaba
caudales de plata, acuñada en Potosí, con destino a España En ella viajaba don
Diego de Alvear y su familia.
El niño Iriarte, confiado a la tutela del capitán de
Fragata Don Diego Alesson, comandante de la fragata Clara, tuvo, acercándose a
las costas europeas su primera experiencia de combate, cuando fueron atacados
por una escuadrilla naval británico. Los pasajeros de los buques de guerra
tenían que colaborar en la defensa de las
embarcaciones y Tomás de Iriarte, con 10
años de edad, tuvo la tarea de llevar
munición de la Santa Bárbara a las piezas de artillería En esa fragata, viajaba, Don Diego de Alvear
y su hijo Carlos, que se había trasladado de la embarcación donde compartía el
viaje con su madre y hermanos; esto salvó la vida del futuro jefe del ejército
vendedor en Ituzaingó, porque sólo la Clara no fue hundida. Luego de una feroz resistencia y estando
rodeada por los barcos ingleses, que contaban con más velocidad, capacidad de
maniobra y superior artillería el capitán Alesson se rindió.
Junto al resto de los oficiales y pasajeros, Tomás de
Iriarte fue embarcado para Inglaterra donde permaneció, con el resto de los
apresaos varios meses.
En esta exposición nos referiremos a parte de la
carrera militar de Iriarte, por eso, dejaremos de lado los hechos ocurridos
hasta su ingreso en el Real Colegio de Artillería, sito, en el Alcázar de
Segovia. Aprobado el examen de ingreso, pagado los aranceles correspondientes a
los 12 años ingresa un 17 de marzo de1806, el adolescente Iriarte al Colegio
fundado el 17 de mayo de 1764 por Carlos III a instancias de Gazzala, que fue
su primer Director.
Cuenta Iriarte que el Colegio estaba muy bien servido
y que imperaba un orden que participaba por
la clausura y repartimiento de horas del establecido en un Monasterio de
una orden rígida, y del sistema militar,, como que en estas dos profesiones,
tan opuestas en su medios y objetos, prosigue Iriarte, hay sin embargo algunos puntos de contacto,
la disciplina, la ciega obediencia.
Los cadetes de primer año debían soportar las bromas
pesadas y ritos de iniciación que le infligían los mayores, la presencia de su
hermano mayor, le facilitó esos primeros
pasos en la vida militar.
La compañía de cadetes estaba a cargo del Mariscal de
Campo don Cevallos y el segundo era el Coronel
Don Ignacio Vázquez y Somosa.
Los tres tenientes eran los capitanes Don Pedro
Ferrau, Don Mariano Osorio y Fernando Saravia. También había dos subtenientes y
brigadieres y subrigadieres, que eran cadetes del último año. En total los
cadetes eran cien y compartían dormitorios a razón de quince cadetes por
habitación. El Colegio contaba con un personal de servicio para atender las
necesidades de alimentación, limpieza, vestuario, etc.
Además había un cuerpo de profesores que eran también
oficiales del ejército. Dos cirujanos, dos capellanes, un maestro de
equitación, otro de esgrima y otro de baile.
El plan de estudios se desarrollaba en cuatro años y
se egresaba como subteniente de artillería. En el primer año se enseñaba
aritmética y álgebra, en el segundo geometría, rectilínea, superficial, sólida
y práctica con operaciones sobre el terreno, secciones cónicas, trigonometría
plana y aplicación del álgebra a la geometría; en el tercera año cálculo
diferencial e integral, física experimental, estática, hidrostática, dinámica, hidrodinámica,
fortificación y dibujo militar y en el
cuarto año artillería con el tratado de Marlo, fortificación y dibujo militar.
Los exámenes se celebraban en junio y diciembre.
Las clases accesorias eran en primer año de religión y
baile; en segundo de historia, geografía, baile y francés, En tercero esgrima y
Francés. En cuarto esgrima y equitación.
Los exámenes finales eran presenciados por miembros de
la Corte, incluso por el príncipe de la Paz. Afirma Iriarte “la vida en el
colegio era dura, exigente, pero sin duda apta para formar hombres para la
guerra”. A las pocas semanas de ingresar
recibió, con su hermano la noticia de la muerte, en Montevideo de su padre. Su
madre de 42 años quedaba viuda a cargo de ocho hijos.
Un par de años después, en 1808 la vida de Iriarte
como militar se acelera, se produce la invasión francesa y Segovia es ocupada.
Los oficiales abandonan el Colegio y, algunos cadetes, huyen, para sumarse a la
resistencia. El joven porteño con algunos compañeros,
lo intentan pero no tienen éxito y afrontando algunos incidentes, regresan al
Colegio. El Director resuelve quedarse
con los cadetes, por eso, cuando estalla la sublevación popular lo toman como
traidor y lo mandan detenido a Valladolid junto con los oficiales. Son tiempos
tormentosos, y las turbas confunden a las personas más notorias con los
afrancesados. Así fue como algunos de los altos oficiales de la Escuela de
Artillería, soportaron situaciones enojosas; recordemos que experiencias
similares, sufrió de las turbas el entonces teniente coronel José de San
Martín.
Iriarte con 14 años está sólo, su familia vive en
Montevideo, un tío está en Génova, su hermano se ha incorporado al
ejército de Castilla.
Luego de Bailén los franceses dejan Segovia, pero la
llegada de Napoleón da un vuelco a la guerra y lleva al coronel Francisco
Datoli, que permaneció en el Colegio, a
iniciar una sacrificada marcha con los cadetes
para sumarse al ejército que creía, estaría defendiendo Madrid.
La marcha fue a pie, sin armas ni animales, por
caminos intransitables por las lluvias y las nevadas, sin comida ni descanso,
soportando nevadas y teniendo por cama el suelo. Llegaron a la unidad del
general San Juan y por fin comieron el rancho que le sirvieron. Así conocieron la
vida en campaña, de una unidad que está en guerra.
Enterados que los franceses se aproximaban a Madrid,
desviaron el camino y se internaron en Portugal, para, por fin llegar a
Andalucía
Iriarte como los otros cadetes a los estudios
teóricos, que se siguen cursando, unen, con estos acontecimientos imprevistos,
la experiencia de participar en las operaciones militares. Ya no se trata de
entrenamientos ni simulacros de combate, ahora participan de una guerra. En
Sevilla en 1809 recibirá los despachos de subteniente de artillería, luego de
obtener notas sobresalientes.
Escribirá Iriarte, que en Sevilla estudia la artillería
con mayor ventaja que en Segovia porque tuvo lecciones prácticas como las
visitas a las
fundiciones de cañones y la maestranza, a la fábrica
de salitre o a prácticas de construcción de baterías. Como Director General del
cuerpo estaba el Mariscal de Campo Don
José María Maturana que había creado en Buenos Aires, la artillería a caballo para contener los ataques de los
indios Pampa, innovación que, también, hizo la fama de Federico II de Prusia,
pues con esa novedad, derrotó a los austríacos en la batalla de Rostock Como
subteniente, Iriarte se incorpora al regimiento 3 de artillería, acuartelado en
Sevilla y inicia una carrera que lo llevará al grado de teniente coronel a los
22 años por su desempeño en numerosas batallas en la guerra contra Napoleón.
Será en el sitio de Sevilla donde al mando de catorce baterías con 100 piezas
tiene su bautismo de fuego.
Ituzaingó.
Hay dos batallas en las guerras exteriores de nuestro
país en que la artillería tuvo un rol
decisivo, una fue en la guerra de la independencia, Maipú, la otra Ituzaingó en la guerra con el Brasil.
Iriarte no tenía en gran estima las condiciones de
Alvear, para comandar el ejército en la guerra con el Imperio del Brasil. Su
actuación en España no había sido significativa y la toma de Montevideo era el
resultado del bloqueo de Brown de esa ciudad. Pero también, sostiene, que no
había otro disponible y le reconoció que convocó a jefes aptos para mandar los
regimientos. En el caso de su ascenso a coronel y la oferta de formar y
comandar el regimiento de artillería ligera le sorprendió, porque la relación
con el general Alvear, se había deteriorado cuando actuó como secretario de la
misión a Londres y Washington que encabezara aquél.
“ Usted es el mejor oficial de artillería, por eso le
hago este ofrecimiento” le dijo Alvear a Iriarte.
El ejército estaba bien abastecido, de eso se había
ocupado Alvear como ministro de guerra
de Rivadavia , presumiendo que comandaría esa fuerza. Según cuenta Iriarte en
sus memorias, tanto su designación como
ministro, como luego, como jefe del, llamado, ejército republicano, fueron resistidos, por varios allegados al
presidente. Rivadavia, también dudaba, porque
sospechaba de las relaciones que había establecido con Bolívar en su misión en
el Alto Perú y su plan de establecer presidencias vitalicias. Muchos,
sospechaban, que Alvear buscaba el
comando, como, una manera de alcanzar el poder, si salía triunfante, en la
guerra.
Una parte de las fuerzas estaba en Entre Ríos, habían pertenecido al llamado ejército de
observación. En la Banda Oriental unos dos mil seiscientos hombres formaban la
fuerza de caballería de Lavalleja con sus dos jefes de regimiento, Manuel e
Ignacio Oribe. Habían vencido en Sarandí a milicias brasileñas, eran efectivos
valientes pero sin la disciplina y eficacia de un ejército.
El fue llamado ejército republicano alcanzó los 5.150
hombres, de ellos 3.116 eran de
caballería, los infantes alcanzaban a 1500 efectivos y la artillería del
regimiento comandado por Iriarte a 500 plazas y contaba con 16 piezas.
Iriarte tuvo que formar su regimiento casi desde cero
con reclutas a los que había que disciplinar y evitar el mal de los ejércitos
de ese tiempo que era la deserción. Sus segundos eran el comandante de escuadrón
Luis Argerich y el Sargento mayor Don Arturo Vázquez. Para cuidar el parque, contó, con el Teniente
Coronel Luis Beltrán, el fraile que estuvo a cargo del arsenal del ejército de
los Andes.
Iriarte entrenó primero a sus hombres en maniobras de
caballería, había resuelto destinar una parte de sus efectivos a servir las
piezas y la otra a proteger a sus artilleros.
Numerosos oficiales que represaban de la campaña por
la independencia se incorporaron al ejército. Los jefes de la caballería fueron
el Coronel
Federico Brandsen, el coronel José María Paz,, el
teniente Coronel Angel Pacheco, el teniente coronel Juan Zufriategui, el coronel Juan Lavalle, el coronel José
Olavarría, el Coronel Nicolás Videla y el comandante Anacleto Medina. Los
zapadores tenían de jefe a al teniente
coronel Eduardo Frolé.
En cuanto a la infantería sus jefes eran el comandante
Manuel Correa, el coronel Alegre, el coronel Eugenio Garzón y el coronel Félix Olazábal.
Relata Iriarte que sin la colaboración del teniente Coronel
Luis Beltrán, sus problemas hubieran sido muy graves; ya que el mando e instrucción del regimiento
le llevaba todo el tiempo. El tren venido de Buenos Aires era viejo y en el
viaje a La Calera, primer asiento del regimiento en el Uruguay, lo había
deteriorado casi hasta la destrucción. Beltrán lo refaccionó sólidamente y lo
puso en muy buen estado de servicio. Afirma Iriarte “su actividad en el
servicio del parque y maestranza nada me dejaba que desear: en muy pocos días,
los talleres que estableció, atendían ampliamente a todas las necesidades del
ejército”.
En sus memorias
cuenta la relación entre los jefes, la antipatía de Alvear hacia los
veteranos del ejército de Los Andes. Asunto del que San Martín tuvo noticias y
que lo llevó a escribir, en carta al general Guido, que la antipatía la
provocaba que los oficiales del ejército
de los Andes, percibían, la escasa
formación de su comandante. Opinión compartida por Iriarte que estaba en el
terreno.
El ejército penetró en territorio de Río Grande y avanzó en el mismo. Hubo
combates con las milicias de Bentos
Manuel. Al tomarse conocimiento de la cercanía del ejército del
marqués de Barbacena y que este, buscaba, juntarse con el cuerpo del general
Brown se buscó evitar ese encuentro. Alvear decidió un repliegue hasta que los
jefes de los regimientos reclamaron librar la batalla, además el río Santa
María estaba crecido y cruzarlo podía facilitar un ataque de Barbacena.
El Marqués de Barbacena contaba con más efectivos;
había equilibrio en caballería y artillería pero su infantería tenía mucho
entrenamiento y era superior en números, unos cuatro mil soldados de esa arma
frente a los mil quinientos de Alvear.
Escribe Iriarte:”Recibí órdenes de Alvear, trasmitidas
por su jefe de estado mayor, el general Soler, de poner a pie la artillería y
que evitara avances. Me di cuenta que Alvear no conocía nada de artillería
ligera o volante.
Soler quedó a cargo de la infantería; el coronel
Deheza era como segundo jefe de estado mayor, quien trasmitía las ordenes de
Alvear. Nuestro jefe había leído y admiraba mucho a Napoleón, por eso ordenaba
cargas de caballería contra los cuadros de la infantería brasileña. La
caballería nuestra dispersó rápidamente a la caballería brasileña, pero tuvieron
pérdidas considerables contra la infantería”. En Waterloo se había demostrado
que una infantería bien entrenada, combinada, con la artillería, era difícil de
derrotar por las cargas de caballería. El que más sufrió esta orden de Alvear
fue el regimiento del coronel Paz, su segundo jefe, Besares fue muerto junto a
numeroso oficiales y soldados”.
“La infantería brasileña avanzó contra nuestra línea y
tuve que repeler con el fuego de mis cañones. Uno de los inconvenientes
afrontados fue que un grupo de soldados de Lavalleja que huían luego de una
carga fracasada se interpusieron entre mis piezas y las líneas brasileñas. Me
vi obligado a un disparo para que se dispersaran y facilitar mis fuegos”. “El
fuego de mi regimiento contuvo el avance brasileño, era el momento de adelantar
mis piezas y solicité el acompañamiento de nuestra infantería para proteger
nuestra operación, pero Soler no se movió y Alvear que estaba cerca tampoco dio
orden para que los infantes avanzaran”.
“Después de muchas horas de combate el ejército
brasileño cedió el campo, los jefes de regimiento queríamos perseguirlos pero
la orden de Alvear fue ocupar el campo de batalla, esto posibilitó que el
enemigo perdiera solo una pieza de artillería en el campo”.
Las Guerras Civiles
Iriarte estará
vinculado a los federales constitucionalistas. Fue jefe de la artillería del
gobernador Dorrego y tuvo que exiliarse cuando este gobernador fue derrocado.
Al estallar las hostilidades entre las provincias
signatarias del Pacto Federal, con la Liga Unitaria del general Paz, el jefe
del ejército de Buenos Aires el general Juan Ramón Balcarce, lo designó jefe de
su artillería.
Luego del derrocamiento de Balcarce, del cargo de
gobernador de Buenos Aires, volvió a emigrar y participó de los planes para derrocar
al gobierno de Juan Manuel de Rosas. Es así como se incorpora a las fuerzas que
manda Lavalle. No tiene una posición determinada en ese ejército. Prepara un
plan de operaciones que no es tenido en cuenta por Lavalle. Iriarte consideraba
que había que atacar por el sur, apoyando la revolución de los libres del sur y
otra columna debía operar por el norte de la provincia. Se demoró una decisión
y cuando fue autorizado a desembarcar en el Tuyú, ya era tarde, la rebelión de
los Hacendados había sido derrotada y sólo, pudo, limitarse a evacuar a los
fugitivos.
Reincorporado al ejército de Lavalle participa de la
batalla de Sauce Grande, contra el general Pascual Echague y del cruce a Buenos
Aires.
Lavalle, formado como oficial de ejército de línea por
San Martín, había sido granadero a caballo, y se destacó en las campañas de
Chile, Perú y Ecuador. Luego de su
derrota por Estanislao López, se había convencido, que tenía que adoptar modos
similares a los caudillos de provincia, esto se vio tanto en su vestimenta como en la
poca disciplina imperante, algo insoportable para un oficial como Iriarte con
su formación en una academia militar prestigiosa y amplia experiencia de
combate en la guerra contra Napoleón. Por el contrario, Rosas enviará, para
combatir a Lavalle y a la Coalición del Norte del general Aráoz de Lamadrid ejércitos
disciplinados.
Una de las principales discrepancias con Lavalle, fue,
su retirada de Buenos Aires y sobre todo, la falta de un plan operacional. Iriarte creía que había que librar batalla y
si eso se evitaba, o se producía un contraste, había que replegarse al sur,
pero permanecer en la provincia y después sitiar a Rosas en la ciudad, como se
había hecho contra el propio Lavalle, una década antes.
No estuvo de acuerdo con el repliegue a Santa Fe,
creía que era preferible internarse en Córdoba. En Santa Fe le fue encomendada
la toma de la ciudad, operación en la que derrota a Eugenio Garzón, camarada en
Ituzaingó y al que le respeta la vida.
Acompaña a Lavalle en Quebracho Herrada y a su retirada
por Catamarca y la Rioja. En esta
provincia decide retirarse de los restos del ejército de Lavalle, ya que ve la
inutilidad de seguir esa lucha. Cruza a Chile para intentar volver a
Montevideo, lo que superando muchas dificultades concreta.
Llega, a la capital uruguaya, cuando se acercan las
fuerzas de Oribe a iniciar el sitio que
durará hasta 1851 y colabora con el general Paz, en la fortificación de la
ciudad. Paz le confía la artillería y meses después, ante un ataque al
perímetro defensivo por parte de Oribe, hace una salida mandando tres mil
hombres que a la bayoneta calada, rechazan a los atacantes y los desalojan,
incluso, de sus propias avanzadas.
Su último combate será junto a otro camarada de
Ituzaingó, el general Ángel Pacheco, también será la última batalla de este
oficial de San Martín. Es la batalla de San José de Flores, en la que derrotan,
al coronel Hilario Lagos que está sitiando a Buenos Aires. Iriarte seguirá
prestando servicios al ejército argentino, en distintos asuntos, de la
organización que se requería, para convertirlo, en una fuerza actualizada y
propia de un estado que se estaba construyendo.
Iriarte y el Ejército de la Segunda Mitad del Siglo
XIX
El brigadier General Iriarte había traducido del
francés, para formar a los oficiales del regimiento que comandará, unas “Maniobras
de las Baterías de Campaña”, sus
oficiales ya habían sido artilleros pero no tenían instrucción académica. En
1832 propone al brigadier general Enrique Martínez, Inspector general de armas
su trabajo ”Instrucción para el manejo y
servicio de la Artillería Ligera”.
En 1852 escribe una Memoria sobre la Línea de
Fronteras, sobre los problemas con los indios y el Proyecto de reglamento
provisorio para el Campo de Inválidos de
la Confederación Argentina, para cuidar de los heridos y desamparados que han
servido a la patria en el ejército.
En 1863 redacta el Reglamento de la Sociedad de
Socorros Mutuos y entre 1856 y 1859 junto a Bartolomé Mitre, otro artillero, el
Código de Justicia Militar y en 1860
concluye su proyecto de Reglamento para la organización de una Academia
Militar.
Su última actuación es como presidente del Consejo de
Guerra que juzga a los sublevados en 1874 contra el gobierno constitucional.
Uno de ellos es el general Mitre, que ha colaborado con Iriarte en la redacción
del Código de Justicia Militar. Iriarte se lo recuerda y le dice “usted sabe
bien general la pena que le corresponde”, “la de muerte” le contesta Mitre y el
tribunal, presidido, por Iriarte lo condena a muerte, pero, el presidente
Avellaneda, lo indulta. En 1876 el viejo guerrero fallece en la ciudad en la
que naciera, 82 años antes. Así culminó una vida consagrada a su patria, en la
que sobraron los sacrificios, la pobreza, el pan del exilio, la soledad, el
alejamiento de la familia.
El ejército nacional que se organiza con la
unificación del país, el de la segunda mitad del siglo XIX, es el resultado del trabajo de Iriarte y Mitre
ambos artilleros, así como otro artillero, el general Richieri, el ministro de guerra
en la segunda presidencia del general Roca, será el artífice del ejército del
siglo XX. A ellos se suma Sarmiento con la creación del Colegio Militar en 1869
y que toma en su reglamento muchas de las propuestas de Iriarte y Roca en 1881
cuando termina con las milicias provinciales.
Sabemos que las operaciones militares de estos días no
son comparables con las guerras actuales, y para la preparación de los
oficiales de esta época poco aportan en lo técnico. Pero el conocimiento de la
actuación de estos jefes y oficiales de los tiempos fundadores de la patria
dejan lecciones, porque hay valores permanentes que son inherentes a un
ejército, como la disciplina, el coraje, el sacrificio, la austeridad, el amor
y compromiso por el suelo patrio.
Un ejército es el instrumento armado del estado para
su defensa y de ser necesario para el ataque, y lo que lo distingue de una
banda armada, de un conjunto de condotieris, son las tradiciones, el respeto a
las leyes, la disciplina, la historia de la hazañas del pasado y el culto de
sus héroes. Esa es su riqueza y su espíritu y esos ejemplos deben a su vez ser
trasmitidos a los que vendrán porque esos valores y tradiciones es lo que
vincula al ejército con la sociedad a la que está comprometido a defender.
* Disertación pronunciada en la sesión académica del
Instituto Brigadier General Tomás de Iriarte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario