jueves, 10 de septiembre de 2015

LOS DULCES EN LA ARGENTINA





                                               Por Hebe Luz Ávila*

     “...poder oculto de las mujeres, poder que aguarda tras la cuchara de cada “sacerdotisa doméstica”, esperando su oportunidad a la orilla mágica del fuego” Lojo, María Rosa [1]

Ya señalamos el papel fundamental que desempeñan los dulces en la definición de la identidad de un pueblo. La dimensión social y cultural que posee la gastronomía – y con ella su dulcería, con toda su extensión simbólica-  determinó que se la haya incorporado como parte del patrimonio cultural de un país. Recordemos que se entiende por patrimonio a los bienes que dan cuenta de una identidad arraigada en el pasado y  con memoria en el presente. Así, en nuestra cocina dulce confluyen prácticas reinterpretadas por las sucesivas generaciones, saberes cotidianos, fórmulas familiares, entramados sociales e influencias recíprocas debidas a convivencias diarias. Y en esa confluencia se determina su singularidad.
  La Argentina se caracteriza, como otros países del mundo, por tener una gastronomía propia y a la vez diversa, puesto que en su grande y desigual  extensión, cada una de sus regiones brinda platos típicos que conjugan historia, cultura, tradición, creencias y valores en una diversidad de aromas, colores y sabores únicos.
Hasta la llegada del significativo aporte inmigratorio que ocurre desde fines del siglo XIX hasta aproximadamente 1935, nuestra cocina tiene una fuerte tradición hispano-criolla, con cierta raigambre indígena en algunas zonas y muy similar a la del resto de Latinoamérica, como lo demuestra Cocina ecléctica, escrito por Juana Manuela Gorriti en 1890, posiblemente el primer libro de cocina de nuestro país, o al menos el primero en trascender.
El mestizaje característico de nuestra cultura se patentiza en sus dulces. Recordemos que en  el amplio territorio de lo que hoy es nuestro país, la mayoría de los pueblos originarios eran nómades, recolectores, que no practicaban la agricultura salvo en el NOA por influencia de la cultura incaica y en el NEA por acción de los jesuitas en las reducciones. Reiteremos que los pueblos originarios no conocían el azúcar, por lo que recurrían a la miel y a la pulpa de algunas frutas para obtener este sabor.
Señalemos que al tratar de abarcar el tema de la miel en este trabajo, se nos abrió un amplio campo semántico, muy rico  en vocablos y variedades regionales, correspondiente a la miel silvestre. En efecto, ésta está fabricada  por abejas sin aguijón, o avispas,  llamadas meliponas en  su ámbito de estudio, en oposición a la miel de Castilla,[2] fabricada por abejas
 traídas del continente europeo. Las primeras elaboran productos de sus colmenas en los huecos de los árboles o entre los matorrales, y otras debajo de la tierra en receptáculos en forma de ánforas. Los nombres en uso que registramos de estas especies de miel silvestre son numerosos y derivados principalmente del quechua y del guaraní.
Por otra parte,  si bien no faltan los postres dentro del repertorio de las comidas aborígenes, ya que algunas por su calidad de dulces cumplen con esa función, muchas veces, debido a la escasa variedad de recursos, estos dulces se convierten en la única comida del día. Así, la mazamorra,  el pororó o ancua, el api, el anchi, el  gualuncho, la empanadilla, la batata asada, etc. Es el caso también del ñaco, harina de maíz tostado azucaradaque es  llamado cocho, chilcán, gofio, ulpo, en diferentes regiones. En efecto, su uso como única ración durante la jornada de trabajo de los mineros en Río Negro se registra en la historia de esa provincia, cuando en 1897 se origina la  huelga del ñaco, al ser retaceada su provisión por parte de la patronal. Hoy se considera una golosina..
Estas comidas autóctonas se mantienen con pocas variantes hasta nuestros días, especialmente en las zonas donde se produce su materia prima, generalmente maíz, algarroba, batata, mandioca.
Pero será con la irrupción del colonizador español cuando nuestra cocina “adquiera jerarquía gastronómica”, determina Orestes Di Lullo (1950: 30) y define: En lo que se refiere a nosotros ello sucede durante el Coloniaje  y la Independencia, verdadero siglo de oro de la comida.
La gastronomía española se arraiga luego en estas tierras y muchas veces se acomodan sus recetas a los ingredientes propios del nuevo mundo. Ocurre un intercambio enriquecedor, como lo establece Di Lullo (1950: 34): Más que el español al indio, éste convirtió a aquél. Le ofreció su conocimiento de la selva (...). Le ofreció su arte y su ciencia. Le ofreció su alimento.
Y de las manos, españoles e indios, aumentaron el acervo de sus conocimientos recíprocos formando una sola conciencia, una sola inteligencia americana.  Pero el maíz fue el principio de esta fraternidad que terminó venciendo a las armas de la conquista.
Con el tiempo, la repostería criolla adquiere gran importancia y se establece en las principales ciudades y pueblos, de tal forma que en cada región van surgiendo modalidades propias que forman parte de su identidad: tradición de tradiciones que ya está argentinizada, es decir reconocida  y valorada por su sello peculiar.
Este mestizaje dará como resultado evidente la repostería criolla, descripta por Di Lullo (1950: 31): maravilla en las manos de nuestras abuelas, con sus complicados aliños de pastas y dulces, con sus merengues dorados, con las vainillas perfumadas y las finas escarchas de azúcar, con el espolvoreo de la canela.... El magistral investigador indica  también el proceso en que se da esta aparición de una gastronomía dulce propia: Se solemnizan de ritos los afanes culinarios. El yantar ya no es hartazgo sino gusto. La comida es un placer y las familias se enorgullecen de dulces, de pastas, de arropes, de fórmulas delicadas, y se esmeran en prolijos métodos, en tiempos de cocción, realizando las más interesantes conquistas culinarias.
Una valiosa muestra de esta repostería mestiza que podríamos llamar colonial por el estilo de sus recetas y de la compleja preparación de sus platos aparece en el libro Cocina Ecléctica, escrito por Juana Manuela Gorriti en 1890. En él se recogen recetas enviadas al efecto por damas importantes, en las que se mezclan comentarios, anécdotas  que aportan toda una pintura de la época  y hasta ocurrencias como la de cargar un caballo con dos tachos de leche para que luego de trotar una legua se forme espuma (“Helado de espuma”: 341).
La herencia vernácula aparece principalmente en los ingredientes: batata,  maíz y jora, a pesar de que los vocablos son aún muy castizos. Así, en lugar de duraznos se emplea albaricoques (aunque se trata de “Buñuelos a la porteña”), natas (por crema), mondaduras en lugar de cáscaras. Otras veces se nombra el americanismo, pero con su par castizo al lado: “ananá o piña . Nuestro idioma nacional se iba conformando seguramente del mismo modo que la gastronomía propia, como lo prueba la presencia tímida de maslos y seguidamente el comentario “(vulgo corontas)” o el nombrar decidido de las nuevas voces: mazamorra, chicha, mate, pava, yerba.
Luego del aluvión inmigratorio, y a partir de la segunda mitad del siglo pasado, va a ser una mujer venida de Santiago del Estero, la primera ciudad fundada en territorio argentino, la que con su libro de recetas acrisole las tradiciones. En efecto, el libro de Doña Petrona Carrizo. de Gandulfo es una de las herramientas más contundentes que contribuyera a definir la formación de la identidad argentina
Esta mujer tuvo el primer programa de TV en Latinoamérica y una influencia de casi 80 años en la gastronomía cotidiana de los hogares argentinos. En 1934 recopiló sus recetas aparecidas en la revista El Hogar, y publicó El libro de Doña Petrona, que llegó a tener unas 800 páginas, más de 3000 recetas y unas cien ediciones. En una entrevista reciente, en la que su nieta explica  que es el más vendido de la historia argentina, se acota:  Y habría que agregar: también fue el libro más robado de la Biblioteca Nacional, por eso ahora se guarda en la Sala del Tesoro. [3]
 En otra nota de la Revista de La Nación, se define: Doña Petrona C. de Gandulfo es a la cocina argentina lo que a sus respectivos géneros son Quinquela Martín, El Chúcaro, Canaro y Chuenga.[4]
En la expresión de doña Petrona, el idioma nacional ya está conformado y en cuanto a su estilo, opta por una manera clara, directa, sencilla, fácil. Así recurre a medidas más prácticas que rigurosas: cucharadita, tacita, unas gotitas, ramita, “golpe de horno”, bastante, un poquito.
Una gran contribución al resguardo y trasmisión de la memoria, a la práctica y perfeccionamiento de la dulcería tradicional y especialmente a la formación de las niñas que luego serían  esas “sacerdotisas domésticas” significaron en nuestro país, como en muchos otros, las órdenes religiosas. En efecto, un libro básico para nuestro trabajo fue El arte de cocinar , recopilado por la  Congregación de Hijas de María y de Santa Filomena de Tucumán y editado en 1974 por la Universidad Nacional de Tucumán.
Así, son famosos los productos elaborados por los monjes y monjas benedictinos: dulces, mermeladas, jaleas, licores y otros derivados, ya que al tener la fruta preparada para el dulce, se aprovechaba para otras creaciones, como ocurre en muchas familias del interior del país.
Resulta interesante recordar algunos hitos en la historia de los dulces en nuestro país. Es el caso de la Perichona, una precursora, creadora e innovadora de nuestra repostería dulce.Andrés A Salas (2005: 23-24), documenta la existencia del paraje Perichón en las afueras de la ciudad de Corrientes,   donde aún se conserva la casa principal de este señor de origen francés: Su mujer – casada en segundas nupcias con el Dr. O´Gorman – será conocida como la Perichona, amante luego de Santiago de Linniers. (...) seducía a las principales figuras de la política de entonces a través de la mesa...
Será ella quien deje las primeras improntas documentadas en la cocina correntina. (...) Practicó sus artes tanto en Corrientes como en Buenos Aires y son recordados algunos platos realizados combinando el escaso repertorio disponible.
Señala Salas postres de su exclusiva  especialidad, como los picarones y los alfeñiques. Los primeros eran una masa de harina repleta de almíbar, y los segundos barritas de azúcar cubiertas de melcocho....
Este autor y numerosos otros consultados le atribuyen ser precursora del dulce de leche, que habría venido desde Chile, pasando por Cuyo y Tucumán.
El dulce de leche. La polémica de su origen ha ocupado numerosas páginas. La más simpática de las historias al respecto quizás sea la que lo explica como fruto de un olvido de una criada de Rosas, que dejó en el fuego la “lechada” (leche con azúcar que se utilizaba para el mate), la que se convirtió en el dorado y exquisito dulce que, junto con el tango y el mate, hoy identifica a la Argentina en el mundo entero.
Para no irnos muy lejos en el tiempo, no nos explayaremos sobre el dulce de leche que los árabes transportaban por el desierto, por la misma razón por la cual Napoleón habría mandado a hervir leche con azúcar hasta reducirla para poder disponer de ella en sus campañas.
 Sabemos que existía en Chile, con el nombre de “manjar blanco” (aunque se diferenciaba en el agregado de fécula para espesar y en el color, que se mantenía blanco), dulce que como señalamos servía la Perichona en sus convites. También lo saboreaban en Cuba, con el nombre de “fanguito”, en Méjico como “dulce de cajeta”, en Colombia como “arequipe” y mucho antes, en la cultura incaica, aunque su dulce de leche no fuera hecho con leche de vaca.
La problemática de su origen quedó de lado con la opinión de doña Petrona C. de Gandulfo: Sin pecar de irrespetuosa, a veces se me ocurre pensar que el dulce de leche debería formar parte de nuestros símbolos nacionales. Porque sean ciertas o no las leyendas más increíbles acerca de su origen, así como lo fabricamos no existe otro dulce en el mundo...
Y es tan aceptada su pertenencia como emblema de lo argentino, que, luego de la realización en 2003 del Congreso Gastronómico en Buenos Aires, la Secretaría de Cultura declaró Patrimonio Cultural, Alimentario y Gastronómico a las empanadas, el asado, el vino Malbec y al dulce de leche
Como pronta reacción a este intento,  Uruguay presentó un pedido ante la UNESCO para que, debido a su origen incierto, lo considere como integrante del patrimonio gastronómico del Río de la Plata. Puesto que el organismo aún no se ha expedido sobre el tema, a la fecha ningún país posee la denominación de origen.
Indudablemente, el dulce de leche se come en otros países desde tiempo indefinido, pero solo en el nuestro constituye toda una institución.
Postre vigilante.  Se trata de la simple combinación de queso y dulce. En el suplemento Ollas y sartenes  del Diario Clarín del 01-07-04, bajo el título de “Versión del queso y dulce”, nos identificamos con este texto:
Todos los bodegones del país comparten este postre: el queso y dulce. En el Norte lo sirven con brevas o cuaresmillos; en Cuyo, con alcayota o membrillo; en el Sur, con frutos del bosque, y en el litoral, con naranjitas. Los porteños tienen el suyo, lo llaman postre del vigilante y se cree que nació cuando cada esquina tenía un servidor que formaba parte del barrio. Los chicos le gritaban: "vigilante, barriga picante" y, cuando al hombre le atacaba el hambre, para no interrumpir su guardia, comía una porción de queso fresco con dulce de batata.
El postre se popularizó rápidamente y hasta fue el preferido de Jorge Luis Borges. En la actualidad, es un reconocido ejemplar de la cocina típica argentina.
En cuanto a las golosinas, por estar más íntimamente ligada a la niñez y servir “más para el gusto que para el sustento”, como la define el DRAE, es decir solo para el disfrute, relacionada a lo festivo, al premio, al mimo, su valoración subjetiva podría ser más fuerte aún que la de los postres o dulces. Por ello hemos comprobado en nuestras entrevistas (algunas por e-mail, que es casi una forma de oralidad) la fuerte identificación personal que hay con algunas de ellas. Parece ser que siempre existe una golosina que equivale a la llave de la memoria, la que puede acercar un pedacito de infancia o de terruño, de mayor fuerza en la añoranza cuando más lejos se está de ellos.  Y de entre ellas, rescatamos tres con sus historias singulares y ampliamente reconocidas en su ámbito (tanto local como temporal):
Pasta de orozuz: Resulta una de las golosinas más antiguas, un caramelo negro, de textura similar a la goma y gusto anisado agridulce,  que se vendía en las farmacias. Su nombre, pasta de orozuz o de regaliz, proviene de una planta herbácea vivaz de la familia de las de las Papilionáceas. Con el jugo del rizoma de esta planta se elabora la pasta que se consume como golosina en pastillas o barritas. Actualmente, golosinas como los conocidos caramelos “media hora” se elaboran a partir de regaliz.
Lo más interesante para nosotros es que el nombre del famoso personaje de historieta, Patoruzú, tuvo origen en el de esta golosina.
Chuenga: Nombre de una golosina casera y posteriormente de su creador, que en Buenos Aires  recorría las tribunas en los espectáculos deportivos, entre las décadas del 30 al 60, y la ofrecía con un pregón muy particular y pegadizo. Como se trataba de un caramelo masticable (aunque hay coincidencia en recordar que se pegaba en los dientes) el término proviene del inglés chewing-gum, de chew, `mascar´y gum, `goma´. José Luis Faletty en una Comunicación de la Academia Porteña del Lunfardo, recuerda: ...cargando una bolsa con unos caramelitos masticables que vendía por la conocida y nada reglamentada unidad de volumen llamada 'puñado'. La golosina estaba envuelta en un papel que dejaba mucho envoltorio sobrante de cada lado que se cerraba refrunciéndolo y dejando dos grandes orejas. [5]
Tiro; También una  golosina casera similar, que en Santiago del Estero, entre las décadas del 20 al 50, aproximadamente, vendían por las calles, estadios deportivos y en las cercanías de las escuelas, unos inmigrantes italianos.  Se trataba de una gran masa similar al alfeñique, algo más porosa y coloreada de blanco y rosado, de la que, con un pequeño martillo se cortaban trozos desparejos.
Ávila, Elvio A. (1992: 326) explica que el origen del nombre proviene de que quienes lo vendían llevaban en su puesto móvil una rueda giratoria con números, una especie de blanco al cual se tiraba con un rifle “cargado” con un clavito o una flechita, una vez que se hacía girar la rueda...
De acuerdo con el número en el que se clavara (el 1 estaba pintado con caracteres más grandes), era el premio, que a medida que se ascendía agregaba al tiro “chupaganso, turrón o coco”.
Mientras recolectábamos material para este léxico fuimos invitados a disertar sobre cultura regional en Venezuela y Colombia y nos asombramos de la gran variedad de dulces que encontrábamos a nuestro paso y la diversidad de ellos, en cada región. Resulta ilustrativo al respecto el excelente artículo  “Geografía dulce de Colombia”, de Julián Estrada[6], donde confirmamos nuestra opinión de que un léxico de los dulces de estos países sería mucho más voluminoso que el nuestro. Lo curioso es que muchos de los que descubríamos en las coloridas canastas de las vendedoras ambulantes los encontramos también en páginas que evocan épocas idas en nuestro país, y sobre todo en el recuerdo de personas de mayor edad  y hasta en alguna receta familiar. Así, polvorosas, picarones, alegrías, cubanitos, suspiros, manjarillo y cuántos otros nombres vernáculos de manjares genéricos.
  En la cocina argentina hallamos una gran variedad de productos dulces típicos que en su amplia gama están integrados por dulces, mermeladas, arropes y jaleas, como el ya tan famoso dulce de leche y otros hechos con frutas y hortalizas. Además, están los postres a base de leche y huevo y los integrados por harina y otros derivados, como los alfajores, empanadillas y pastelitos rellenos con dulces,  los buñuelos, etc. Y también asociados a esta producción casera, las golosinas, frutas desecadas  y bebidas dulces, que podemos encontrar en cualquier muestra de productos típicos regionales.
El dulce como producto culinario constituye un importante caracterizador en la gastronomía regional, ya que en su preparación se atiende a detalles sutiles, muchas veces insólitos y hasta  esotéricos, transmitidos como una tradición familiar de generación en generación. Es que su transparencia, sabor, textura y punto están en relación directa con la selección de la materia prima, la cocción, el combustible, el material de los utensilios y hasta el clima y los aromas de la región donde se elabora.
Recordemos que las técnicas de la preparación de estos dulces regionales  suelen ser ancestrales, transmitidas de generación en generación,  y casi todas incluyen la cocción a leña y en pailas  u ollas de cobre.
No podemos dejar de destacar el papel preponderante de la mujer en su elaboración, innovación de técnicas y transmisión. Orestes Di Lullo (1950: 26) lo deja bien en claro: Mientras el hombre aún vivió holgándose en su pereza prolífica de bosques y ríos  colmados, la mujer empezó su técnica coquinaria. Nacen las primeras mixturas complicadas, los primeros manjares, los hervores de las fruta pelada en su almíbar de jugos naturales, empieza la confección de sus motes abundantes, de sus guisados y arropes y aparecen, al lado del mortero la parrilla de alambre y los” huirquis” , vasijas y “puñus” de barro. Y un poco más adelante  (41) enumera exponentes típicos de la dulcería regional: Al lado de los sancochos espesos y bastos, de  las viandas rebosantes, se encuentran los dulces delicados y suaves, los arropes rubios, las frutas enternecidas de almíbar, los merengues albos, el azúcar quemada, las gollerías y manjares de leche, los rosquetes, empanadillas y morones
Así, la gastronomía regional dulce de nuestro país, representada ante el mundo por el dulce de leche como su exponente máximo, está compuesta  por la herencia aborigen, los clásicos postres de la época de la colonia, las recetas heredadas de inmigraciones, dulces artesanales que fueron pasando de familia en familia y los postres derivados de fusiones y de modificaciones de otros postres.
            Afortunadamente, en estos últimos años se han dado una serie de causas que se conjugan para que los dulces caseros se revaloricen y vuelvan a imponerse. En efecto: por un lado, el auge del turismo, cuyo ingente valor económico fue recientemente descubierto en nuestros ámbitos regionales. Y con el turismo, la demanda de lo que es considerado “lo exótico” para los viajeros, es decir, nuestros productos típicos. Por otra parte, el crecimiento de la pobreza y desocupación contribuyó asimismo a desarrollar la creatividad y llevó al surgimiento de cientos de microemprendimientos familiares [7], escolares, cooperativos. Y el éxito de estos últimos promueve la imitación y aparición de otros nuevos.
            Una breve referencia a la dulcería de la inmigración debería señalar que es mucho mayor la influencia de la comida salada de las distintas corrientes inmigratorias. Así, las pastas de los italianos, el pesto, la pizza y el aporte de la pastafrola o “carabottino” como la llamaban porque con sus tiras de masa cruzada hacía recordar a las tarimas de los barcos; de los nuevos españoles, cochinos asados, lentejas con panceta, chorizos colorados y patitas y sus dulces conventuales; la francesa con sus 'omelette', salsas como la “bechamel” y condimentos propios, más el aporte dulce de la  “mousse” (literalmente `espuma´); los alemanes con las salchichas,  el “chucrut” ,  la cerveza tirada y el más conocido y apreciado de sus postres, el “strudel”; los ingleses con los escones y el budín inglés.
 Recordemos que muchos inmigrantes de las regiones árabes, como turcos, sirios y libaneses eligieron tierras y climas en el norte argentino, parecidos al de su lugar de origen y es relevante su aporte gastronómico en todo el país. Éstos, como gran parte de la inmigración judía (evoquemos a los “gauchos judíos” del litoral) se adaptaron a nuestras costumbres. Sin embargo, en el seno de numerosas familias inmigrantes y en sus reducidos círculos, es costumbre preparar y atesorar los platos -y entre ellos dulces, postres, golosinas-  propios de su lugar de origen.
En el NOA y NEA las influencias fueron más débiles, porque tenían más arraigo y peso las tradiciones en la cocina, que se remontaban a la prehispánica y colonial y a la cultura indígena como la inca y la guaraní.
De nuestra extensa (en el tiempo y en el espacio) investigación, y casi al finalizar el presente Léxico, queremos aportar una conclusión que podría resultar novedosa: En el amplio y variado repertorio de dulces, postres y golosinas en la Argentina, encontramos solo tres regiones  bien diferenciadas, si recurrimos a una generalización necesaria para determinar notas compartidas, distintivas de cada región:
- NOA con fuerte influencia aborigen y términos quechuas, castizos y arcaicos. Con escasos ingredientes propios de las regiones, entre ellos la multipresente algarroba, el maíz, y frutos típicos como la tuna, el chañar, mistol, piquillín y sin embargo numerosas creaciones propias, como el bolanchao, el patay, el arrope, etc. Una dulcería de fuerte impronta mestiza, casi sin influencia inmigratoria. CUYO comparte estas características en  la gastronomía dulce, con la diferencia de que la uva será el ingrediente principal de muchos de sus productos.
-  NEA, con similares características de fondo, pero con voces guaraníes en lugar de quechuas y con  ingredientes más variados, pues se agrega la mandioca e infinidad de frutas que se desconocen en el resto del país: aguaí, andaí,  mamón, mango, guayaba, maracuyá, ñangapirí, guapurú, butiá. Sin embargo, sus preparados dulces casi no difieren de los del NOA: dulces en almíbar, conservas y mermeladas, especialmente. Se nota una impronta más indígena y española colonial.
-patagonia: Con fuerte influencia de la inmigración alemana, suiza y centroeuropea en general, con postres y dulces en gran medida basados en frutas rojas y frutas agrias (de cereza, manzana, frambuesa, arándano, rosa mosqueta, zarzaparrilla, saúco, quetri,  etc.) o las confituras y postres como los famosos chocolates, de Bariloche. En la zona central, los galeses dejaron sus tortas negras, abundantes en chocolate. Los pueblos prehispánicos legaron sus peculiares aportes, como el muday (chicha), el ñaco, los dulces de llao llao y calafate, el cranfuntu (torta de piñones).
En cuanto al CENTRO del país, estamos en condiciones de decir que, con pequeñas variantes, comparte especialmente las características del NOA en su dulcería criolla de raíz colonial. La nota distintiva es que su gran producción ganadera determina la presencia del dulce de leche en la mayoría de sus productos dulces.
A su vez, también podríamos enumerar dulcería exclusiva de cada provincia, como el moroncito en Santiago del Estero, y aún otras propias solo de una localidad, como los rosquetes de Loreto, los chocolates de Bariloche o  el postre Balcarce en la ciudad de la que adquiere el nombre. Y en realidad, no es que sea el único lugar donde se elaboran, sino que allí adquieren características distintivas y una significación especial.
Prueba de esta localización de algunos productos de la gastronomía dulce en ciertos pueblitos casi perdidos para el resto del país - y que llegan a trascender justamente por esta especialidad que los distingue en su región-  son la gran cantidad de Festivales tradicionalistas  en los que el centro de atención es algún dulce o postre típicos. Así: El Festival de la Pasa de Higo, en Valle Viejo, el de Dulce casero en Miraflores, del Dulce de Membrillo en Chaquiago, del Arrope de Tuna en Infanzón, todos ellos en Catamarca, entre los meses de enero y febrero. También el Festival del Rosquete, en febrero, en Santiago del Estero,  el Festival Nacional del Dulce de Leche, en octubre,  en Cañuelas, lugar donde la leyenda cuenta que nació el dulce por el olvido de la criada de Rosas; la Fiesta del Dulce de Leche artesanal de las Sierras Bonaerenses, en agosto, en Balcarce, donde se produce el singular Postre Balcarce; la Fiesta del Helado, en San Gregorio, Santa Fe; el Festival del Dulce Artesanal, en febrero, en el Pichao, Tucumán y la más abarcativa de la dulcería regional: la Fiesta Nacional de la dulzura, en agosto, en Merlo, San Luis.
Nos queda en el tintero una gran cantidad de nombres creativos, sugerentes, que registramos en algunos casos solo dentro de una comunidad pequeña y hasta en memorias familiares, como suspiros, raspaditas, borrachitos, ricura, moños, alegrías, balas, bigotes, chancletas, boquitas, delicias, manjar, sorpresa,  yupa misky,  caspi-cuchi  y muchos más, junto a recuerdos y anécdotas que nos deleitaron tanto como si los hubiéramos degustado.

Nada hay tan dulce como la patria y los padres propios, aunque uno tenga en tierra extraña y lejana la mansión más opulenta (Homero).




[1]  Lojo, María Rosa: “Exorcismos culinarios para un alma triste”. Edición y Prólogo de Cocina Ecléctica, de Juana Manuela Gorriti (Buenos Aires: Aguilar, 1999).

[2]  Río, Manuel E. y Achával Luis (1905): Geografía de la provincia de Córdoba, págs. 274 y 275, Link en Google: http://books.google.com.ar/books?as_brr=0&id=7G8CAAAAMAAJ&dq=Geograf%C3%ADa+de+la+provincia+de+C%C3%B3rdoba&q=abejas&pgis=1#search

[3]  ”Doña Petrona y Gato Dumas. Homenaje a dos grandes” , en Suplemento Ollas & Sartenes del diario Clarín, el 18.08.2005
[4] “Petrona, la cocinera majestuosa”, en Revista de La Nación, 28.02.1999.

LINK: http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=21187

[6] en el Boletín Cultural y Bibliográfico, Número 11. Volumen XXIV – 1987 de la Biblioteca Luis Ángel Arango. LINK:  (http://www.lablaa.org/blaavirtual/publicacionesbanrep/boletin/boleti3/bol11/geografia.htm)
[7] “Microemprendimientos, salida laboral”. Los Albarracín son especialistas del tiro, el turrón, el pochoclo, el praliné, la tableta, el pinito, entre otras dulzuras, en El Liberal del 01.07.08.  LINK:




Hebe Luz Ávila, Léxico de los dulces caseros en la Argentina, Buenos Aires, Academia Argentina de Letras, 2011. 

jueves, 3 de septiembre de 2015

UNA VISITA A ROSAS EN SOUTHAMPTON (FEBRERO DE 1873)

Ernesto y Vicente G. Quesada.



Por Ernesto Quesada*


He recordado, en la edición de jubileo, que había presenciado una entrevista con Rosas a principios de 1873, y de la cual conservaba el apunte juvenil. Por haber desembarcado en Southampton, le fue sugerida a mi padre la idea de hacer una visita a Rosas, quien vivía solitario en su chacra de las afueras a un par de millas de la ciudad, se le insinuó que aquél veía con agrado cuando un compatriota lo visitaba, y el cónsul -que era quien había hecho la indicación- nos acompañó hasta la chacra, pues mi padre resolvió llevarme consigo.
            Debo hacer presente que, a los 20 años del final del gobierno de Rosas, la figura de éste no podía tener sino un simple interés histórico para mi padre, quien jamás fue partidario suyo, si bien no emigró, pues en 1852 tenía apenas 21 años. Mucho después, en una discusión política en el congreso nacional, mi padre, a la sazón diputado por Buenos Aires, tuvo oportunidad –en la sesión de junio 10 de 1878 – de decir: Estamos hoy con la cabeza blanca los que, siendo niños en la época de Rosas, nos reuníamos bajo la hospitalidad de una casa inglesa, en los día del aniversario de la patria, para mantener viva la fe en la esperanza de la caída del tirano…”.  Quizá por ello no gustaba mucho recordar aquella visita, pues alguna vez me dijo que se arrepentía de haber cedido a una especie de curiosidad enfermiza, que se le antojaba casi una falta de respeto para el hombre caído; convenía en que lo visitasen los que habían sido sus amigos o aún sus mismos adversarios, siempre que respetaran su desgracia: pero sostenía que los indiferentes no tenían derecho de ir a molestarlo, como se va a un jardín zoológico a ver las fieras enjauladas! Sea de ello lo que fuere, el hecho mismo de la visita no podía borrarse, pero ni padre ni hijo quisieron después acordarse de él. Para demostrar la consecuencia de mi padre en sus opiniones adversas a Rosas y su época bastará recordar el terrible decreto de abril 23 de 1877 como ministro de gobierno de Buenos Aires, prohibiendo toda demostración a favor de la memoria de aquél, cuyo texto dice así:  “Considerando; que Juan Manuel de Rosas está declarado por la ley reo de lesa patria por la tiranía sangrienta que ejerció sobre el pueblo durante todo el período de su dictadura, violando hasta las leyes de la naturaleza, y por haber hecho traición en muchos casos a la independencia de su patria, sacrificando a su ambición su libertad y sus glorias; que por esos crímenes atroces fue declarado fuera de la ley común, confiscados sus bienes y condenando a la pena ordinaria de muerte, en calidad de aleve; que toda demostración pública a favor de Juan Manuel de rosas y su memoria no puede menos que provocar justos actos de indignación contra tan inaudito tirano y su sistema, que perturbarían el orden público; que hay conveniencias de alta moral política en evitar que la fuerza pública, sostenida para defender las libertades del hombre y de la sociedad, sea puesta al servicio de esas provocaciones, lo que vendría a suceder si llegase la oportunidad de reprimir conflictos por ellas producidos; y, considerando, por último, que es deber de los gobiernos velar porque se mantengan incólumes y puros los sentimientos de amor a la libertad y odios a los tiranos, El Poder Ejecutivo acuerda y decreta: Art. 1°. Queda prohibida toda demostración pública a favor de la memoria del tirano Juan M. de Rosas, cualquiera que sea su forma; Art. 2°. Prohíbense, en consecuencia, como demostración pública, los funerales a que se ha invitado para el día martes en el templo de San Ignacio; Art. 3°. Comuníquese a quienes corresponde, y publíquese en el Registro Oficial. C. Casares, Vicente G. Quesada, R. Varela”. Y al día siguiente, abril 24, todavía dictó otro decreto sobre honras fúnebres a la memoria de la víctimas de tiranía, siendo su texto el siguiente: ”Considerando: que una respetable y numerosa reunión de ciudadanos, de todas las opiniones, ha promovido una demostración pública en honra de la víctimas de la bárbara tiranía de Juan Manuel de Rosas; que es digno de pueblos viriles honrar la memoria de los que cayeron en la lucha contra los tiranos y por la libertad; y que es deber de los gobiernos estimular esas manifestaciones populares que retemplan el espíritu cívico con el recuerdo y la veneración de los patriotas; el Poder Ejecutivo acuerda y decreta: 1°. Asociarse a las honras fúnebres consagradas a los mártires de la libertad, que se celebran en la iglesia metropolitana el día de mañana: 2° Ordenar que en todos los establecimientos públicos de la provincia se mantengan a media asta la bandera nacional; 3°. Ordenar que el batallón provincial se ponga a las órdenes de la inspección general de armas, para formar en la columna que haga los honores fúnebres; 4°. Autorizar a todos los empleados de la administración para que puedan concurrir a esa solemne ceremonia; 5°.  Comuníquese, publíquese e insértese en el Registro Oficial. C. Casares, Vicente G. Quesada, R. Varela”. Año después todavía -en las Memorias de un viejo (B.A. 1888, 3 vols.) con el seudónimo de Víctor Gálvez- describía con lujo de detalles, la vida durante la época de Rosas, especializándose en una escena en la cual el bisabuelo de quién esto escribe, don Joaquín de la Iglesia, fue perseguido por la Mazorca. Y, en sus “Memorias históricas”, obra inédita aún, se ocupa largamente de aquella época, siempre con análogo espíritu… Ahora bien; entre mi padre y yo el vínculo ha sido no sólo de sangre sino de la más absoluta comunidad espiritual; en su testamento dice aquel: “deposito en mi hijo mi más plena confianza, habiéndonos siempre entendido en vida, teniendo comunidad de gustos, ideas y aspiraciones, por lo cual le bendigo especialmente, manifestando mi última voluntad, pues ha sido la gran satisfacción de toda mi vida este ardiente cariño que he tenido y tengo por él, y que él ha tenido y tiene por mí”. De esta manera que, por tradición de familia y por comunicación espiritual con aquél, el autor estaba inclinado a juzgar la época de Rosas con el criterio diametralmente opuesto al del presente libro: sí, a pesar de todo los pesares, su leal convicción histórica lo ha hecho sostener el criterio expuesto, no necesita entonces insistir en que debe ser muy honda dicha convicción para haberse podido sobreponer al atavismo de familia y a la influencia paterna, casi todopoderosa…
            Rosas residía todo el año en su chacra, que tenía un puñado de cuadras y en la que cuidaba animales, viviendo del producto de la modesta explotación granjera; su casa se componía de unos ranchos criollos grandes, con su alero típico; y el aspecto de todo era el de una pequeña estanzuela argentina. La única criada inglesa que le atendía nos introdujo en una pieza, donde tenía estantes atiborrados de papeles y una mesa grande; allí acostumbraba trabajar después de recorrer la chacra a caballo. Era entonces aquel octogenario un hombre todavía hermoso y de aspecto imponente: cultísimo en sus maneras, el ambiente más que modesto de la casa en nada amenguaba su aire de gran señor, heredero de sus mayores. La conversación fue animada e interesantísima,  y, como era de esperar, concluyó por referirse a su largo gobierno. No transcribiré todo el apunte que, a indicación de mi padre, redacté al regresar al hotel en Southampton, pero sí reproduciré una de las manifestaciones más singulares que hizo Rosas y que, entonces y en razón de mi edad, no pude valorar como correspondía, pero que, a medida que aumentan mis años y ahora que me encuentro en la zona ecuánime de la vejez, con la larga y doble experiencia de la vida y del estudio, comienzo a comprender en el profundo significado de aquella especie de confesión, formulada en una época tan avanzada de la vida del famoso dictador, 4 años antes de morir! He aquí el apunte que prefiero no modificar:

            - Señor, le dijo de repente mi padre, celebro muy especialmente esta visita y no desearía retirarme sin pedirle que satisfaga una natural curiosidad respecto de algo que nunca pude explicarme con acierto. Mi pregunta es ésta: desde que Vd. en su largo gobierno, dominó el país por completo, ¿por qué no lo constituyó Vd. cuando eso le hubiera sido tan fácil  y, sea dentro o fuera del territorio, habría podido entonces contemplar satisfecho su obra, con el aplauso de amigos y adversarios…?
- Ah, replicó Rosas, poniéndose súbitamente grave y dejando de sonreír: lo he explicado ya en mi carta a Quiroga… Esa fue mi ambición, pero gasté mi vida y mi energía sin poderla realizar. Subí al gobierno encontrándose el país anarquizado, dividido en  cacicazgos hoscos y hostiles entre sí, desmembrado ya en parte y en otra en vías de desmembrarse, sin política estable en lo internacional, sin organización interna nacional, sin tesoro ni finanzas organizadas, sin hábitos de gobierno, convertido en un verdadero caos, con la subversión más completa en ideas y propósitos, odiándose furiosamente los partidos políticos; un infierno en miniatura. Me di cuenta de que si ello no se lograba modificar de raíz, nuestros gran país se diluiría definitivamente en un serie de republiquetas sin importancia y malográbamos así para siempre, el porvenir; pues demasiado se había ya fraccionado el virreinato colonial! La provincia de Buenos Aires tenía, con todo un sedimento serio de personal de gobierno y de hábitos ordenados; me propuse reorganizar la administración, consolidar la situación económica y, poco a poco, ver que las demás provincias hicieran lo mismo. Si el partido unitario me hubiera dejado respirar no dudo de que, en poco tiempo, habría llegado al país hasta su completa normalización; pero no fue ello posible, porque la conspiración era permanente y en los países limítrofes los emigrados organizaban constantemente invasiones. Fue así como todo mi gobierno se pasó en defenderse de esas conspiraciones, de esas invasiones y de las intervenciones navales extranjeras; eso insumió los recursos y me impidió reducir los caudillos del interior a un papel más normal y tranquilo. Además, los hábitos de anarquía, desarrollado en 20 años de verdadero desquicio gubernamental, no podían modificarse en un día. Era preciso primero gobernar con mano fuerte para garantizar la seguridad de la vida y del trabajo, en la ciudad y en la campaña, estableciendo un régimen de orden y tranquilidad que pudiera permitir la práctica real de la vida republicana. Todas las constituciones que se habían dictado habían obedecido al partido unitario, empeñado – en hacer la felicidad del país a palos; jamás se pudieron poner en práctica. Vivimos sin organización constitucional y el gobierno se ejercía por revoluciones y decretos, o leyes dictadas por las legislaturas; mas todo era, en el fondo, una apariencia, pero no una realidad; quizá una verdadera mentira, pues las elecciones eran nominales, los diputados electos eran designados de antemano, los gobernadores eran los que lograban mostrarse más diestros que los otros e inspiraban mayor confianza a sus partidarios. Era, en el fondo, una arbitrariedad completa. Pronto comprendí, sin embargo, que había emprendido una tarea superior a las fuerzas de un solo hombre; tomé la resolución de dedicar mi vida entera a tal propósito y me convertí en el primer servidor del país, dedicado día y noche a atender el despacho del gobierno, teniendo que estudiar todo personalmente y que resolver todo tan sólo yo, renunciando a las satisfacciones más elementales de la vida, como si fuera un verdadero galeote. He vivido así cerca de 30 años, cargando sólo con la responsabilidad de los actos de gobierno y sin descuidar el menor detalle: vivos están todavía los empleados de mi secretaría,  que se repartían por turnos las 24 horas del día, listos al menor llamado mío, y yo, sin respetar hora ni día, apenas daba a la comida y el sueño el tiempo indispensable, consagrando toda mi existencia al ejercicio del gobierno. Los que me han motejado de tirano y han supuesto que gozaba únicamente de las sensualidades del poder, son unos malvados, pues he vivido a la vista de todos, como en casa de vidrio, y renuncié a todo lo que no fuera el trabajo constante del despacho sempiterno. La honradez más escrupulosa en el manejo de los dineros públicos, la dedicación absoluta al servicio del estado, la energía sin límites para resolver en el acto y asumir la plena responsabilidad de las resoluciones, hizo que el pueblo tuviera confianza en mí, por lo cual pude gobernar tan largo tiempo. Con mi fortuna particular y la de mi esposa, habría podido vivir privadamente con todos los halagos que el dinero puede proporcionar y sin la menor preocupación, preferí renunciar a ello y, deliberadamente, convertirme en el esclavo de mi deber, consagrado al servicio absoluto y desinteresado del país. Si he cometido errores – y no hay hombre que nos lo cometa – sólo yo soy responsable. Pero el reproche de no haber dado al país una constitución me pareció siempre fútil, porque no basta dictar un “cuadernito”, cual decía Quiroga, para que se aplique y resuelva todas las dificultades: es preciso antes preparar al pueblo para ello, creando hábitos de orden y de gobierno, porque una constitución no debe ser el producto de un iluso soñador sino el reflejo exacto de la situación de un país. Siempre repugné a la farsa de las leyes pomposas en el papel y que no podían llevarse a la práctica. La base de un régimen constitucional es el ejercicio del sufragio, y esto requiere no sólo un pueblo consciente y que sepa leer y escribir, sino que tenga la seguridad de que el voto es un derecho y, a la vez, un deber, de modo que cada elector conozca a quien debe elegir: en los mismos Estados Unidos dejó todo ello mucho que desear hasta que yo abandoné el gobierno, como me lo comunicaba mi ministro el general Alvear. De lo contrario, las elecciones de las legislaturas y de los gobiernos son farsas inicuas  y de las que se sirven las camarillas  de entretelones, con escarnio de los demás y de sí mismos, fomentando la corrupción y la villanía, quebrando el carácter y manoseando todo. No se puede poner la carreta delante de los bueyes: es preciso antes amansar a éstos, habituarlos a la coyunda y la picana, para que puedan arrastrar la carreta después. Era preciso, pues, antes que dictar una constitución, arraigar en el pueblo hábitos de gobierno y de vida democrática, lo cual era tarea larga y penosa: cuando me retiré, con motivo de Caseros -porque había con anterioridad preparado todo para ausentarme, encajonando papeles y poniéndome de acuerdo con el ministro inglés- el país se encontraba quizá ya parcialmente preparado para un ensayo constitucional. Y Ud. sabe que, a pesar de ello, todavía se pasó una buena docena de años en la lucha de aspiraciones entre porteños y provincianos, con la segregación de Buenos Aires respecto de la Confederación…
-Entonces, interrumpió mi padre; Ud. estaba fatigado del ejercicio de tan largo gobierno…
 -Ciertamente. No hay hombre que resista a tarea semejante mucho tiempo. Es un honor ser el primer servidor del país, pero es un sacrificio formidable, que no cosecha sino ingratitudes en los contemporáneos y en los que inmediatamente les suceden. Pero tengo la conciencia tranquila de que la posteridad hará justicia a mi esfuerzo, porque sin ese continuado sacrificio mío, aún duraría el estado de anarquía, como todavía se puede hoy observar en otras secciones de América. Por lo demás, siempre he creído que las formas de gobierno son un asunto relativo, pues monarquía o república pueden ser igualmente excelentes o perniciosas, según el estado del país respectivo; ese es exclusivamente el nudo de la cuestión: preparar a un pueblo para que pueda tener determinada forma de gobierno; y, para ello, lo que se requiere son hombres que sean verdaderos servidores de la nación, estadistas de verdad  y no meros oficinistas ramplones, pues,  bajo cualquier constitución si hay tales hombres, el problema está resuelto, mientras que si no los hay cualquier constitución es inútil o peligrosa. Nunca pude comprender ese fetichismo por el texto escrito de una constitución, que no se quiere buscar en la vida práctica  sino en el gabinete de los doctrinarios: si tal constitución no responde a la vida real de un pueblo, será siempre inútil lo que sancione cualquier asamblea o decrete cualquier gobierno. El grito de constitución, prescindiendo del estado del país, es una palabra hueca. Y a trueque de escandalizarlo a Ud., le diré que, para mí, el ideal de gobierno feliz sería el autócrata paternal, inteligente, desinteresado e infatigable, enérgico y resuelto a hacer la felicidad de su pueblo, sin favoritos ni favoritas. Por esto jamás tuve ni unos ni otras: busqué realizar yo sólo el ideal del gobierno paternal, en la época de transición que me tocó gobernar. Pero quien tal responsabilidad asume no tiene siquiera el derecho,  sobre todo si la salud física  como en los acontecimientos le quitan esa responsabilidad, el que era galeote como gobernante respira y vive a sus anchas por vez primera… Es lo que me ha pasado a mí, y me considero ahora feliz en esta chacra y viviendo con la modestia que Ud. ve, ganando a duras penas el sustento con mi propio sudor, ya que mis adversarios me han confiscado mi fortuna hecha antes de entrar en política y la heredada de mi mujer, pretendiendo así reducirme a la miseria y queriendo quizá que repitiera el ejemplo del Belisario romano, que pedía el óbolo a los caminantes! Son mentecatos los que suponen que el ejercicio del poder, considerado así como yo lo practiqué, importa vulgares goces y sensualismos, cuando en realidad no se compone sino de sacrificios y amarguras. He despreciado siempre a los tiranuelos inferiores y a los caudillejos de barrio, escondidos en la sombra: he admirado siempre a los dictadores autócratas que han sido los primeros servidores de sus pueblos. Ese es mi gran título: he querido siempre servir al país, y si he acertado o errado, la posteridad lo  dirá, pero ese fue mi propósito y mía, en absoluto, la responsabilidad por los medios empleados para realizarlo. Otorgar una constitución era asunto secundario: lo principal era preparar al país para ello - ¡y esto es lo que creo haber hecho!
He guardado las  hojas de ese apunte, en sobre cerrado  y durante muchos años, porque tales manifestaciones me produjeron entonces la impresión de ser una singular y cínica confesión de despotismo y, en mi imaginación juvenil, tomaba aquella un tinte desvergonzado, odioso y antipático. Pero confieso que reflexioné sobre ello no poco, cuando, estudiante en la universidad de Berlín, oí al elocuente historiador Treitschke ponderar la figura de Federico el Grande con rasgos parecidos a los empleados por el dictador argentino, en cuanto hacía resaltar su condición de primer servidor de su país y su condición absoluta al manejo del gobierno, a lo que todo sacrificó.  Y eso que pensaba en aquella época, ya remota hoy para mí, se repitió hace relativamente poco cuando, un viaje para Washington como presidente de la delegación argentina al segundo congreso científico panamericano, en Panamá, el ministro estadounidense, Mr. Price, tuvo la deferencia de presentarme al general Goethals, gobernador de la zona norteamericana del canal, y éste, después de mostrarme todas las obras, me explicó cómo administraba la zona a raíz del sucesivo fracaso de todas las formas de gobierno adoptadas por el presidente de EE.UU. o el Congreso: hizo que le acompañara a las horas en que despachaba y me mostró cómo resolvía personalmente todos los asuntos, escuchando en persona a todos, sin traba de leyes, reglamentos, legislaturas o municipalidades, llegando a emplear casi las mismas palabras de Rosas sobre el concepto de ser el primer servidor de sus administrados y de sacrificar al bienestar de éstos todos los halagos de la existencia… Me hizo ello reflexionar bastante, porque el caso Goethals era el de un ciudadano ilustrado y amante de las instituciones constitucionales de su patria, si bien pensaba que la situación social de los 70.000 heterogéneos habitantes de la zona del canal no permitía ensayar ahí las mismas prácticas republicanas de gobierno que en Estados Unidos, siendo menester prepararlos para ellos durante un cierto período, de transición: así como en el caso de Federico de Prusia – porque el amigo de Voltaire fue quizá el príncipe más liberal de su época – creyó éste que sus súbditos aún no estaban suficientemente preparados para otro régimen que el del gobierno personalísimo del rey; y así -justo es reconocerlo- pensó Rosas de los argentinos de su tiempo. Sin duda, hay diferencia grande en los procedimientos empleados por Rosas y los de Federico o Goethals: en los medios, entonces, ha estado el error del gobernante argentino, y esa es la gran responsabilidad que le incumbe y que altivamente reivindicó siempre para sí. Pero ¿pudo acaso emplear medios diferentes? ¿lo permitía quizá el estado del país? ¿no fue, por ventura, obligado a ello por la acción ciega del partido unitario? He aquí los grandes interrogantes que el historiador debe contestar.             


*    Epílogo de La época de Rosas, Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras, 1923. 

martes, 18 de agosto de 2015

EL BICENTENARIO DE LA INDEPENDENCIA DE LAS PROVINCIAS UNIDAS DE SUDAMÉRICA: FEDERALISMO







MIÉRCOLES 02/09 – 18 a 21 HS.

TEMARIO Y EXPOSITORES:


1. Las sociedades secretas y la Independencia: Dr. Sandro Olaza Pallero
II. El proyecto monárquico incaico de Manuel Belgrano: Dr. Rubén Darío Salas
III. José Artigas y el Congreso de Oriente de 1815: Dr. Alberto Gelly Cantilo

MODERADORES:
Dres. M. Luz Amadora Rodríguez y Facundo A. Biagosch

LUGAR: Sala ‘Dr. Norberto T. Canale’ / Corrientes 1455, piso 4°

INSCRIPCIÓN: PREVIA a partir del 19/08

ORGANIZAN: COORDINACION DE ACTIVIDADES ACADÉMICAS – Coordinador: Dr. Leandro R. Romero
INSTITUTO DE HISTORIA DEL DERECHO

Inscripciones: Personal: Actividades Académicas (Corrientes 1455, 1er. piso) de 9:30 a 17:30 hs.
Informes4379-8700 int. 453/454

domingo, 26 de julio de 2015

“EL BICENTENARIO DE LA INDEPENDENCIA DE LAS PROVINCIAS UNIDAS DE SUDAMÉRICA-MONARQUISMO”






Miércoles 5 de agosto de 2015 – 18 a 21 hs.        – Jornada-

TEMARIO Y EXPOSITORES




I. Del pedido de protectorado británico al Estatuto Provisional (1815):
Dr. Sandro Olaza Pallero

II.  Proyecto de Constitución monárquica de 1815:
Dr. Rubén Darío Salas

III. El monarquismo en el Río de la Plata en las investigaciones de Arturo Sampay y Alberto González Arzac:
Dr. Jorge F. Cholvis

Moderadores:
Dres. M. Luz Amadora Rodríguez y Alberto Gelly Cantilo

Lugar:
Sala “Dr. Norberto T. Canale”/

Corrientes 1455, piso 4°

martes, 14 de julio de 2015

EL 9 DE JULIO SEGÚN JUAN MANUEL DE ROSAS


Juan Manuel de Rosas y Facundo Quiroga.




Por Sandro Olaza Pallero



1.  Introducción

En el presente trabajo se ofrece una aproximación a lo que significó el 9 de julio de 1816 para Juan Manuel de Rosas, no sólo como festividad sino como una reafirmación en los hechos de la Independencia argentina.
Uno de los fundadores de la historiografía argentina e hijo de uno de los protagonistas del movimiento emancipador, Vicente Fidel López afirmó con respecto al Congreso de Tucumán que “fue la única de nuestras primeras asambleas que alcanzó a ver resuelto el arduo problema de los tiempos en que había sido convocada la consolidación de la Independencia por la ley y por las armas” y que sancionó la “Constitución Patricia y Conservadora de 1819, que no pudo vivir, pero que es la más sensata y la mejor adaptada a nuestras libertades políticas de cuantas se han ensayado antes y después entre nosotros”. López decía que el fracaso del Congreso se debió entre otros factores al “alzamiento tumultuario de las masas incultas y menesterosas en el litoral” que “amenazaba envolverlo todo en el desafuero de la barbarie”.[1]
Desde la historiografía uruguaya, Alberto Demicheli, señaló la instalación en Argentina de dos congresos diferentes “uno republicano y federalista –el de Oriente-, en Concepción del Uruguay, bajo la presidencia de Artigas […] otro unitario y monárquico –en Tucumán-, integrado por Buenos Aires y algunas provincias”. Ambos declararon la Independencia, “pero, mientras el primero desaparece pronto, absorbido por graves acontecimientos militares; el otro funciona durante cuatro años, y sanciona en Buenos Aires la Constitución de 1819, de corte netamente unitario”.[2]
Vicente D. Sierra destacó el fortalecimiento de los sentimientos patrióticos durante el segundo gobierno rosista: “Rosas declara el 9 de julio día festivo, o sea día de fiesta; Rivadavia lo declara feriado, o sea  día de feria, día de trabajos, para que el comercio y la industria no se perjudiquen. La actual costumbre de llamar feriado a los días festivos determina que muchos autores, poco duchos en filología y en historia informen que Rivadavia declaró día de fiesta al 9 de julio. Lo hizo Rosas, quien, además, días antes de dicho decreto encomendó al ingeniero D. C. H. Pellegrini dos cuadros: uno con el Acta de la Independencia y otro con el Tratado Preliminar de paz con el Brasil, por lo que se pagaron 538 pesos fuertes metálicos, encomendándose a F. Foucard que los encuadrara en marcos revestidos de plata labrada soldada”.[3]
Sin embargo, cabe preguntarse si hubo antes del segundo gobierno de Rosas festejos por el aniversario de la Independencia. La respuesta puede surgir de una importante fuente directa como lo fue The British Packet, periódico de la comunidad británica, publicado semanalmente entre 1826 y 1858.
El 9 de julio de 1832 la plaza de la Victoria estuvo adornada con plantas y la pirámide lucía inscripciones alusivas y banderas del país “junto con la británica, americana, francesa y brasileña, colocadas en la verja”. Además, el frente del cabildo y de varias casas adyacentes estuvieron decoradas con telas de seda y “varios rompecabezas y tíos vivos habían sido colocados en la plaza, para diversión de los muchachos por la noche”. Las condiciones desfavorables del tiempo hicieron que se postergara la celebración de Corpus Christi, por lo que esta festividad y el aniversario de la independencia “fueron honrados conjuntamente en este día, y uno o dos espléndidos altares habían sido erigidos en la plaza, cerca del Cabildo”. Una procesión donde estaba el gobernador Rosas, el obispo y otros funcionarios civiles, militares y eclesiásticos, pasaron por la catedral y luego marcharon a paso lento alrededor de la plaza, deteniéndose frente a los altares. Sigue diciendo The British Packet: “Por la noche se repitieron las iluminaciones, y las luces colocadas en la pirámide de la plaza presentaban un aspecto agradable […] El teatro estuvo lleno, iluminado fuera de lo común y se cantó el Himno Nacional, mientras el auditorio permanecía de pie”.[4]


2.  Rosas y el 9 de Julio: Reafirmación de la Independencia argentina

El 11 de junio de 1835, el gobernador Juan Manuel de Rosas dispuso en un decreto que el 9 de julio fuese una fiesta nacional: “Considerando el gobierno que el día 9 de Julio de 1816, debe ser no menos célebre que el 25 de Mayo de 1810;  porque si en éste el pueblo argentino hizo valer el grito de la libertad, en aquél se cimentó de un modo solemne nuestra independencia, constituyéndose la República Argentina en nación libre e independiente del dominio de los reyes de España, y de toda otra dominación extranjera”. Por lo que “siendo justo tributar al Ser Supremo las debidas gracias en el aniversario del 25 de Mayo, lo es del mismo modo y con motivos igualmente poderosos, manifestarle también nuestro reconocimiento en el aniversario del 9 de Julio, pues que con el auxilio de la Divina Providencia, se halla la república en el goce de esa libertad e independencia que ha conquistado a esfuerzos de grandes e inmensurables sacrificios”. En primer lugar “el día 9 de Julio será reputado como festivo de ambos preceptos, del mismo modo que el 25 de Mayo; y se celebrará en aquel misa solemne con Te Deum en acción de gracias al Ser Supremo por los favores que nos ha dispensado en el sostén y defensa de nuestra independencia política: en la que pontificará, siempre que fuese posible, el muy Reverendo Obispo Diocesano; pronunciándose también un sermón análogo a este memorable día”.  En segundo lugar, en “la víspera y el mismo día 9 de Julio, se iluminará la ciudad, la Casa del Gobierno y demás edificios públicos; haciéndose tres salvas en la Fortaleza y busques del Estado, según costumbre”.  Por último, quedaba “sin ningún valor ni efecto el decreto de 6 de julio de 1826, en la parte que estuviese en oposición con el presente”.[5]
A principios de 1834, había llegado a Buenos Aires un informe remitido por Manuel Moreno desde Londres y que estaba fechado el 24 de octubre de 1834. Se reproducía una versión que demostraba que un representante de Fernando VII se había contactado con Bernardino Rivadavia en Europa, con el objetivo de reunir representantes hispanoamericanos y delegados reales. Así, se acordaría el reconocimiento de la Independencia por España y la coronación de príncipes españoles, entre ellos los infantes don Carlos y don Francisco de Paula. Según Moreno los unitarios de Montevideo estaban implicados en este plan, de acuerdo con informes “muy auténticos e indudables” recibidos por él. Consistía en provocar una guerra entre Buenos Aires y Uruguay a causa de la isla Martín García, por la actividad del general Lavalleja o por cualquier otro motivo. Los unitarios confiaban en que Buenos Aires armaría un ejército para resistir a los orientales y lo pondría bajo las órdenes de Carlos María de Alvear, quien se levantaría con él y se declararía por la revolución. Expresaba Moreno que “es parte principal y preparatoria de este plan que el Sr. [Estanislao López] rompa con el señor Rosas y Quiroga, halagándolo con pérfidas sugestiones, pero con la mira de sacrificarlo luego, a su vez, y se jactan de que tienen mucho ya adelantado”. Agregaba: “Este plan, todo de sangre y de escándalo lo ha ajustado y convenido D. Julián Agüero en Montevideo con Rivera, Obes y los españoles y unitarios de uno y otro lado”.[6]
José María Mariluz Urquijo ha estudiado los planes de invasión española al Río de la Plata entre 1820 y 1833. Entre los personajes que idearon planes de reconquista llamó su atención el Vizconde de Venancourt, quien participó en la restauración de Fernando VII en la España liberal de 1823. Se lo recuerda por apoderarse sorpresivamente de la escuadra argentina en la noche del 21 de mayo de 1829. En su estadía en el Plata realizó una inspección ocular de los buques y el lugar, haciendo un informe sobre el estado defensivo de la población y de sus alrededores. Vuelto a Francia utilizó esa información para ponerlas en manos del gobierno español en julio de 1830. Mariluz Urquijo destaca sobre este episodio: “Venancourt pensaba que podría convencerse al rey de Francia para que ayudase a reconquistar Buenos Aires y Chile si se otorgaban a Francia algunas concesiones comerciales y se le cedía el territorio de la Patagonia. El momento era propicio para atacar a Buenos Aires, pues las guerras civiles habían disminuido las fortunas y el número de los defensores, y la ciudad sólo estaba guarnecida por un fuerte dotado de escasa artillería”. También se tomaría el Uruguay que atravesaba momentos igualmente críticos y los portugueses se habían llevado los cañones al evacuar Montevideo, bastarían ocho mil hombres para tomar Maldonado, Montevideo, Colonia, Buenos Aires y Santa Fe. Especulando con la muerte del doctor Gaspar Rodríguez de Francia, de edad avanzada, se podría recuperar el Paraguay o quizá antes, por medio de negociaciones hábiles.[7]
Un contemporáneo de Rosas, el doctor Adeodato de Gondra, ministro de Juan Felipe Ibarra, escribió en 1844 una oración al 9 de julio y que según Julio Irazusta, fue una “indisputable cumbre de la oratoria política argentina” donde “desarrolló admirablemente la singularidad excepcional de la emancipación argentina, entre todas las empresas del mismo tipo, como la única que se cumplió sin ayuda extranjera”.[8] En esta pieza oratoria Gondra destacaba que herederos de la gloria de José de San Martín y Manuel Belgrano “hemos aumentado su brillo con los laureles de nuevas victorias que han consolidado la grande obra de aquellos ilustres americanos”. Elogiaba a Rosas, quien con su firme conducción reafirmaba la independencia de la Confederación Argentina: “Al expresar estas verdades, un sentimiento de justicia y un vivo entusiasmo por las glorias de mi patria me impelen a alzar la voz para proclamar las heroicas virtudes del hombre extraordinario que la Divina Providencia nos ha dado por guía en el camino que conduce a la verdadera felicidad de los pueblos; él es el que durante una larga carrera pública no ha dado un solo paso que no sea un servicio hecho a sus compatriotas, y un ejemplo digno de ser imitado por todos los hombres libres; él es el que ha demostrado a la Europa que la independencia de los americanos merece el mismo respeto que la de todas las naciones de la Tierra”.[9]
Desde las páginas del Archivo Americano, la pluma de Pedro de Angelis contestaba a un artículo de la Revista de los dos Mundos, injuriante para la Confederación Argentina. Respondía el Archivo Americano: “Cuando la guerra por nuestra independencia termine de un modo feliz; cuando los hombres de las provincias lleguen sin tumulto ni efusión de sangre a formar la constitución especial de cada una de ellas; cuando la calma y la moderación reflexiva hayan borrado los vestigios que en hondos surcos han dejado los excesos crueles y alevosía de los salvajes unitarios; cuando sazonen los frutos de una experiencia sabia, adquirida por sacrificios inmensos, lucirá el suspirado día de nuestra sólida y duradera constitución nacional. Las habitudes, las pasiones, las rivalidades locales, todo se refundirá en una masa compacta; un solo pensamiento la animará; y el código constitucional representará entonces, no una creación sobre el papel que pueda al menor soplo ser consumido en el fuego de la discordia, sino un hecho consumado e inconmovible”. Todo esto se lograría con la noble defensa de la Independencia y “fijando preliminares indispensables, reposa con seguridad y confianza plena en el testimonio de sus actos, en la prudencia, lealtad y sabiduría del Gobierno Encargado de sus Relaciones Exteriores”.[10]
El historiador norteamericano John F. Cady ha planteado que el fracaso de la intromisión política británica en el Río de la Plata no favorecía sus intereses comerciales. Pero también se ocupó de Francia, nación que “sentía que tenía una humillación que reparar, y un prestigio disminuido que recuperar; un grupo influyente de este país seguía aún enamorado de la idea de restablecer su influencia política, si no territorial, en el nuevo mundo”. El fracaso sufrido en el Plata entre 1848 y 1851 “tuvo indudablemente, una década después, influencia decisiva sobre la política de Napoleón en Méjico, donde el triunfo había sido tan fácil en 1838 y donde no habría de luchar con el porfiado gaucho”.[11]
Para el político y publicista unitario Florencio Varela la intromisión militar extranjera en el Río de la Plata tenía un fundamento en el derecho de gentes, con el objetivo de restaurar la paz: “Por eso intervino Europa en la guerra de Turquía contra Grecia; por eso procuró contener las atrocidades de una guerra igual a la que Rosas sostiene. El derecho de gentes ha consagrado algunas normas para proteger a la humanidad aún en el caso de guerra: la ley común de las naciones impone deberes a toda la familia humana, y a toda ella da derechos recíprocos. El que atropella esa ley común, el que hace de ella un escándalo, ofende a todas las naciones y a todas autoriza a castigarlo”.[12]
El festejo más espectacular del 9 de julio se dio en 1851, en circunstancias muy especiales causadas por el pronunciamiento de Justo José de Urquiza y la segunda guerra con Brasil. Adolfo Saldías quien trabajó con documentos y testimonios de la época lo ha relatado: “Ni en 1835, ni en 1845, recibió Rosas demostraciones más grandes que las que le prodigaron en 1851, cuando mayores eran los peligros que favorecían a los que no quisiesen tomar parte en ellas. Una de las que llamó justamente la atención, fue la que tuvo lugar el 9 de julio con motivo de la tradicional solemnización del aniversario de la Independencia. Contra su costumbre desde que subió al gobierno, Rosas resolvió mandar en jefe ese día la parada militar de las fuerzas de línea y milicias de la capital. A las once de la mañana, y bajo una lluvia torrencial, estaban formados en el cuadro de la plaza de la Victoria y prolongación de la calleFederación (hoy Rivadavia) en dirección al Paseo de Julio, los batallones de patricios con las armas que los ciudadanos guardaban en sus casas, los batallones de línea, fuertes todos de 8,000 hombres, más el regimiento 1° de artillería ligera al mando del coronel Chilavert y las baterías correspondientes a aquellos batallones, componiendo 43 piezas. Poco después apareció Rosas por el Paseo de Julio. Al frente de la división Palermo. El pueblo nacional y extranjero corrió a su encuentro. Una enorme masa humana cubrió el ancho espacio, y lanzó esos ecos que conmueven el suelo con la fuerza de un cataclismo, y vibran en los aires entre ondas que sustenta el entusiasmo”. Ante esa masa que lo aclamaba, el Restaurador exclamó: “¡A la tierra argentina, salud! ¡Gloria perdurable a los patriotas ilustres que acordaron virtuosos el juramento santo de nuestra independencia de los reyes de España y de toda otra dominación extranjera”. Recordaba Saldías que el pueblo aclamó este recuerdo patrio con verdadero entusiasmo “y las manifestaciones se sucedieron en todo ese día recorriendo las calles o dirigiéndose a Palermo y a los teatros”.[13]


3. Visiones revisionistas sobre la declaración de la Independencia

El revisionismo argentino tuvo una particular visión de la Independencia. Así, Ricardo Font Ezcurra, destacó que la nacionalidad fue el producto de un largo proceso histórico, con un basamento fundamental en el acta capitular del 25 de mayo de 1810, Pero la independencia definitiva, “la unidad territorial y política y la soberanía conquistadas más tarde, lo fueron al pie del cañón”. Font Ezcurra dividió los primeros cincuenta años de vida independiente argentina en tres ciclos. En el primero que abarca desde el 25 de mayo de 1810 al 8 de diciembre de 1829, lo titula La Independencia, período “anárquico o de disociación; dispersión de las provincias que formaron el antiguo Virreinato del Río de la Plata; diversas formas de gobierno y cambio frecuente de gobernantes. Campaña de la independencia; guerra civil permanente; declaración de la independencia por el Congreso de Tucumán; fracaso de las tentativas constitucionales; omnipotencia de los caudillos; ausencia del instrumento necesario para dar cohesión a los elementos dispersos”.[14]
José María Rosa al mencionar el término “Santa Causa” empleado por los federales, resaltaba la expresión del Restaurador: “La causa de la Federación es tan nacional como la de la Independencia dijo Rosas en su circular a los gobernadores del 20 de abril, y repitió en muchas cartas a [Estanislao] López y los gobernantes del interior: la Santa Causa se presentaba como un complemento de la libertad política iniciada en 1810 y exteriorizada en 1816. Había que enseñar a todos a vivir y morir por la soberanía popular y no bastaba con las divisas llevadas por el pueblo por entusiasmo partidario o por los empleados por deber burocrático. Toda nota o pedido formulado a las autoridades debería encabezarse con la aspiración ¡Viva la Federación! Los documentos fecharse con el año de la Libertad, de la Independencia y de la Confederación”.[15]
Un estudioso de la historia de las relaciones exteriores, José Luis Muñoz Azpiri, al evocar en 1963 el centenario del tratado de paz entre Argentina y España, resaltó la gestión del gobierno de Rosas para reanudar relaciones con la madre patria en 1831: “Hasta ahora Rosas, el dictador argentino, solía ser presentado como un vengador del 25 de Mayo, como un argentino que había abjurado de la independencia nacional y la libertad. Los poetas románticos censuraron su pasión por la amada España. Como Restaurador de las Leyes, título en que se complajo, restauró, esto es cierto, las leyes españolas […] Lo cierto es que la reanudación de las relaciones entre las provincias del Río de la Plata y España preocupó a Rosas en la misma forma que a los gobernantes que le sucedieron”.[16]
Para Antonio Caponnetto el festejo del Día de la Independencia no fue una ocurrencia de Rosas, sino de los gobiernos contemporáneos y posteriores a ese suceso. “Pero ocurrió –dice Caponnetto- que Rivadavia, por decreto del 6 de julio de 1826, ordenó conmemorar juntas las celebraciones mayas y julias pues consideraba que la repetición de estas fiestas irroga perjuicios de consideración al comercio e industria. Tosco criterio materialista en todo concorde con la mentalidad de Don Bernardino, quien en aras del progreso o del ahorro podía llegar a declarar una sola festividad la de Corpus y la de la Natividad del Señor […] No sólo como días de festejo, sino conceptualmente hablando, no eran lo mismo para Rosas el 25 de mayo que el 9 de julio”.[17]
En efecto, el famoso discurso de Rosas del 25 de mayo de 1836, fue analizado por Luis C. Alén Lascano, quien señaló la influencia ideológica de Tomás Manuel de Anchorena –uno de los congresales de Tucumán- en esa arenga: “Rosas exaltó este día consagrado por la nación para festejar el primer acto de soberanía popular que ejerció este gran pueblo. Pero los patriotas lo cumplieron no para sublevarnos contra las autoridades legítimamente constituidas, sino para suplir la falta de las que, acéfala la Nación, habían caducado de hecho y de derecho. No para rebelarnos contra nuestro soberano, sino para conservarle la posesión de su autoridad, de la que había sido despojado por un acto de perfidia […] Ahora –dice Alén Lascano- esa independencia peligraba, y quienes se aliaban al extranjero para vulnerarla eran precisamente los que habían inventado un Mayo afrancesado y un mito librecambista motivador del hecho, encarnado en Moreno y suRepresentación de los Hacendados”.[18]




[1] Vicente F. López, Historia de la República Argentina. Su origen, su revolución y su desarrollo político, Buenos Aires, G. Kraft, 1913, t. V, pp. 348 y 351.
[2] Alberto Demicheli, Origen federal argentino: Sus bases iniciales definitivas, Buenos Aires, Depalma, 1962, pp. 20-22.
[3] Vicente D. Sierra, Historia de la Argentina, Buenos Aires, Editorial Científica Argentina, 1984, t. VIII, p. 377.
[4] The British Packet n° 308, Buenos Aires 14 de julio de 1832, enThe British Packet. De Rivadavia a Rosas 1826-1832, estudio preliminar de Graciela Lápido y Beatriz Spota de Lapieza Elli, Buenos Aires, Solar-Hachette, 1976, pp. 409-410.
[5] Registro Oficial del gobierno de Buenos Aires, Buenos Aires, Imprenta del Estado, 1835, p. 145.
[6] Antonio J. Pérez Amuchástegui, Crónica Argentina Histórica, Buenos Aires, Codex, 1979, t.III, pp. 139-140.
[7] José M. Mariluz Urquijo, Los proyectos españoles para reconquistar el Río de la Plata (1820-1833), Buenos Aires, Perrot, 1958, pp. 179-180.
[8] Julio Irazusta, Vida política de Juan Manuel de Rosas a través de su correspondencia, Buenos Aires, Jorge E. Llopis, 1975, t. II, pp. 160-161.
[9] “Alocución del Sr. Ministro General D. Adeodato de Gondra, al pueblo Tucumano, en el día 9 de Julio de 1844, vigésimo nono aniversario de la Independencia”, Archivo Americano n° 16, Diciembre 11 de 1844, en Archivo Americano y espíritu de la prensa del mundo. Primera reimpresión del texto español conforme a la edición original 1843-1851, Buenos Aires, Editorial Americana, 1947, t. II. pp. 13-14.
[10] “Contestación a un artículo inserto en la Revista de los dos Mundos”, Archivo Americano n° 16, Diciembre 11 de 1844, enArchivo Americano y espíritu de la prensa del mundo. Primera reimpresión del texto español conforme a la edición original 1843-1851, Buenos Aires, Editorial Americana, 1947, t. II. pp. 238-239.
[11] John F. Cady, La intervención extranjera en el Río de la Plata 1838-1850, Buenos Aires, Losada, 1943, p. 282.
[12] El Comercio del Plata n° 30, Montevideo, 4 de noviembre de 1845, p. 2, cit. por Alicia R. Bóo, “La realidad argentina a través de Varela y Sarmiento”, en Félix Weinberg (coord.), Florencio Varela y el Comercio del Plata, Bahía Blanca, Instituto de Humanidades-Universidad Nacional del Sur, 1970, pp. 98-99.
[13] Adolfo Saldías, Historia de la Confederación Argentina, Buenos Aires, La Facultad, 1911, t. V, pp. 230-231.
[14] Ricardo Font Ezcurra, La Unidad Nacional, Buenos Aires, La Mazorca, 1941, pp. 153-154.
[15] José María Rosa, Historia Argentina, Buenos Aires, Oriente, 1976, t. IV, pp. 232-233.
[16] José Luis Muñoz Azpiri, “El centenario del tratado de paz entre la Argentina y España”, en Historia n° 35, Buenos Aires, 1964, p. 80.
[17] Antonio Caponnetto, Notas sobre Juan Manuel de Rosas, Buenos Aires, Katejon, 2013, p. 77.
[18] Luis C. Alén Lascano, Rosas, Buenos Aires, Crisis, 1975, pp. 48-49.
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