jueves, 11 de febrero de 2016

SALAVINA, UNA ANTIGUA POBLACIÓN SANTIAGUEÑA (SIGLOS XVII-XIX)

























Por Sandro Olaza Pallero*

Introducción

          Salavina es uno de las poblaciones más antiguas de Santiago del Estero y también de los curatos de esta provincia y de Argentina, siempre nombrada en el canto popular santiagueño. Ya existía antes de la llegada de los españoles y figura como curato en 1717, 1799, 1826 y 1835 (1). Los sanavirones poblaban el norte de la provincia de Córdoba y la parte sur de Santiago del Estero donde se hallaba Salavina. El jesuita Alonso Barzana señaló que el idioma de los sanavirones era uno de los principales del Tucumán y que además hablaban quechua. Todos los indios de Santiago del Estero, Tucumán, Córdoba “por medio de esta lengua [quechua], que aprendimos, casi todos,  antes de venir a esta tierra, se ha hecho todo el fruto en bautismos, confesiones, sermones de doctrina cristiana que se ha hecho y hace”. (2) Sobre la religión de los sanavirones se conoce una causa judicial de 1620 donde se afirmaba que rendían culto a Supay. (3)
         En 1543 comenzó la conquista y colonización de las tierras del Tucumán. Con la primera entrada llegaron sacerdotes que fueron con el capitán Diego de Rojas y sus soldados, para asistirlos religiosamente en esa etapa exploratoria. La primera misa que se celebró fue en territorio santiagueño y entre otros oficios, se efectuó el sepelio del jefe expedicionario asesinado por los naturales. Capellanes de la expedición fueron Francisco Galán, de la Orden de los Comendadores de San Juan y Juan Cedrón. (4) Dos ríos tuvieron una importancia decisiva con su cauce amplio y exuberancia de peces: el Dulce y el Salado. Francisco de Aguirre, fundador de Santiago del Estero, comenzó su primer gobierno con expediciones militares al Salado, tierras de los sanavirones, Córdoba y el Paraná al sur y el cauce del Bermejo a su regreso. Una vez emplazada definitivamente la ciudad de Santiago del Estero, desde allí se expandió la empresa fundacional que finalizó con el establecimiento de todas las ciudades mediterráneas del territorio argentino. A su vez esta primigenia etapa misional tuvo su corolario con la erección del obispado del Tucumán, dispuesta por Pío V en 1570 con la Bula Super Specula Militantes Ecclesiae, el primero del Río de la Plata, solicitado por Felipe II. Por la misma establecía a Santiago del Estero como sede episcopal y su catedral fue la primera del país hasta 1699 cuando se mudó a Córdoba. (5)
Siglos XVII y XVIII
          Para algunos historiadores en 1623 se creó el curato de Salavina, establecido en la antigua villa del mismo nombre. Orestes Di Lullo afirmó que en 1622 la doctrina de Salavina, junto con las de Mopa y Sicha daba pingües beneficios. Amalia Gramajo de Martínez Moreno señaló que el curato de Salavina provino de una doctrina, de acuerdo a un documento eclesiástico de 1622 y que posteriormente se llamó curato de Lindongasta. (6) Los curatos eran las antiguas parroquias y su fundación se debía a la necesidad espiritual de los pobladores. (7) Varias disposiciones reales establecieron la reducción de los indios rebeldes en los distintos distritos, como la real cédula dirigida al obispo de Tucumán para que coordinara acciones con los obispos y gobernadores del Río de la Plata. (8)
         El gobernador Gutierre de Acosta y Padilla otorgó en 1649 a Jacinto de Maldonado y Saavedra -yerno de Pedro Villarroel y Cabrera quien falleció ese año- la merced de la encomienda de Salavina y Siquinano. En el mismo año dejó el pueblo y repartimiento de Maquixata. La confirmación de la encomienda se resolvió el 23 de abril de 1654 y se le ordenó dar buen tratamiento a los aborígenes, adoctrinarlos y establecer vecindad en Santiago del Estero. La encomienda tuvo 36 indios tributarios que pagaban 5 pesos de tasa, de los cuales 1 peso era para el cura doctrinero. En 1677 Francisco de Maldonado y Saavedra recibió del gobernador José de Garro las encomiendas de Salavina y Siquinano que eran de su padre. (9) Por el año 1672, el licenciado Cosme del Campo Ibáñez era cura y vicario de Salavina y sus anexos e informó de las desviaciones del río Dulce a la altura de Lindongasta. (10) Las Ordenanzas de Alfaro -protectoras de los naturales- fueron en varias ocasiones letra muerta y un ejemplo de ello fue el proceso iniciado en Sabagasta por el alcalde Juan de Trejo en 1676 contra el indígena Juan Balumba. Balumba era paje de Francisco de Solórzano y fue acusado por haberse “vestido en traje de español con medias, zapatos, capa ungarina y espada, queriéndose introducir a mestizo”. Fue castigado con veinte azotes y además se dispuso “sea desnudado de dicho traje y vestido en el que tenía de antes de indio…y corte el cabello a la barba como le usan los indios”. Según Hebe Luz Ávila, el reo era un indígena bautizado: “…puesto que, así como a las indias se les ponía el nombre de María, a ellos se los nombraba José o Juan. El balumba (con minúscula), vendría a ser un apodo (“por mal nombre balumba”) y, si atendemos al significado del término –de reminiscencias negroides en su sonoridad-, podría tratarse de un personaje alborotador”. (11) La pobreza de los feligreses y la falta de apoyo en general, hizo difícil el cometido de los curatos pero esto no obstaculizó su influencia en las poblaciones santiagueñas en el período hispánico, incluso mucho más importante que en la administración civil de los partidos. (12)
Existieron procesos criminales por hechicería en el Tucumán, donde también se incluía a Salavina. Los acusados admitieron su participación en las salamancas. Ya existía una leyenda española de la salamanca en la literatura barroca y evocaba a un tiempo magia, aprendizaje y pacto diabólico. Destaca Judith Farberman que la ciudad de Salamanca dio el nombre a estas prácticas ocultistas: “la ciudad universitaria, su mística cueva y sus estudiantes habían atravesado el océano para llegar a una  remota aldea indígena de las fronteras del imperio español”. Entre los personajes locales que intervenían en estos procesos se destacaban los “médicos del monte”, especialistas terapéuticos, que también eran llamados adivinos, yerbateros, “doctores”, “callahuayas de las yungas” y “médicos de encantos”. Los médicos del monte, como los chamanes andinos y chaqueños de época más remotas, poseían un poder de curar a las presuntas víctimas, ya sea por negativa o fracaso del hechicero. (13) Farberman no resulta extraño que las mujeres resultaran casi siempre identificadas como hechiceras más que los hombres. (14)
Clemente Jerez y Calderón era cura de Guañagasta y Salavina en 1733 y en 1754 se desempeñó como cura y vicario de la reducción de vilelas denominada Vuela en la doctrina de Salavina. Jerez y Calderón contribuyó a difundir la advocación de la Virgen del Carmen en todo el territorio santiagueño, motivo por el cual las autoridades del Cabildo de Santiago del Estero la proclamaron “nuestra Abogada y Patrona” en asamblea pública del 11 de abril de 1760. La imagen de la Virgen del Carmen fue donada por Jerez y Calderón a la Catedral de Santiago del Estero, pero fue destruida en el terremoto de 1817. Nuestra Señora del Carmen también fue entronizada como patrona de las villas de Salavina y de La Punta y sus imágenes que datan de esa época todavía se veneran en estas localidades. (15) El padre Jerez observaba que los vilelas no progresaban ni en lo espiritual, ni en lo material, pues mantenían supersticiones y se entregaban a la bebida. Aquejado por numerosos problemas, entre ellos desazones y vejez, renunció el 14 de julio de 1757 y aconsejó que se entregara la reducción a la Compañía de Jesús. Los jesuitas encargaron su dirección al religioso santiagueño Martín Bravo, acompañado del padre Pedro Ruiz, quienes entendieron la necesidad de unificar las reducciones de Santiago del Estero con las del Chaco. (16)
Entre 1757 a 1810 –año en que murió-, José Gaspar Benavidez fue cura vicario de la parroquia de Salavina y de Matará. Se hallaba postrado en 1757 por una parálisis crónica y se enteró de los milagros del Señor de Mailín adonde viajó y recobró la salud. Agradecido mandó construir una capilla en Mailín y para el cumplimiento de la promesa le acompañó el cura Mariano Ibarra. (17) María Antonia de Paz y Figueroa en su peregrinación por el norte argentino en 1774, siguió el camino de Silípica, Loreto, Atamisqui, Salavina y en la Cañada de San Ramón, dejó en casa del cura José Ramón Alcorta la imagen del Divino Pastor. (18)
La creación del virreinato del Río de la Plata también trajo el reordenamiento jurisdiccional santiagueño a cargo de jueces pedáneos en los partidos de la Sierra, Sumampa, Oratorio, Salavina, Soconcho, Tuama, Matará, Guañagasta, Remate, Maquijata y el Salado. En 1783 el coronel del Regimiento de Salavina, Antonio del Castillo, fue facultado para reunir la población costera al Salado para trabajar en este río a objeto de encauzarlo. (19) A fines del siglo XVIII la población de Salavina se trasladó a la margen izquierda del río Dulce. La antigua Salavina estaba ubicada en la margen derecha del río Dulce, en un paraje anegadizo expuesto a inundaciones que causaban desastres irreparables, esto motivó su cambio de ubicación. Varias familias, entre ellas dos que vinieron del Perú con abundantes recursos económicos, emigraron a Córdoba escapando de lo que llamaban el río “novelero”, por sus constantes desviaciones y sus crecidas en las lluvias de verano. Sin embargo, quedó una buena cantidad de vecinos con el que se formó la nueva villa que prosperó por sus riquezas en ganado y terrenos de labranza. (20)

 Siglo XIX

La única calle de la villa era forzosamente el centro urbano y al mismo tiempo social y comercial de Salavina. Entre los comerciantes más conocidos se hallaban Manuel Gregorio Cavallero -quien arribó en 1805-, Baltasar Capdevila, Juan Regis Sosa, Cándido Montes, Rey Medina, Polinar Cejas, Pastor Luna, Carmen Montenegro, Juvenal Maguna, Robustiano Vieyra, José Zamudio, Pablo Lascano y el español Javier María Feijóo. En 1807 la recepción de las alcabalas en los curatos de Salavina, Mula Corral y Sumampa era realizada por Juan Pascual Sebeira. (21)
La diócesis de Salta del Tucumán fue creada el 25 de mayo de 1807 por bula del Papa Pío VII, siendo nombrado obispo Nicolás Videla del Pino. Carlos IV expidió el 17 de febrero de 1807 la real cédula que fijaba la extensión del nuevo obispado: Salta, Jujuy, San Miguel de Tucumán, Catamarca, Santiago del Estero, Tarija y San Ramón de la Nueva Orán. Videla del Pino visitó la diócesis comenzando por Sumampa el 7 de septiembre de 1808 y posteriormente por los curatos de Asingasta, Salavina, Río Salado o Matará, Guañagasta, Soconcho, Loreto y Silípica. (22) Por este tiempo el río Dulce cambió su recorrido y Salavina se quedó con escasa agua por lo que se pensó en abandonarla otra vez. Se rogó a Nuestra Señora del Carmen para que realizara un milagro y mientras tanto los habitantes se proveían de agua de Yacumuyu un vasto depósito natural formado por las lluvias situado al naciente. La laguna de Yacumuyu no se agotó ni siquiera en la sequía de 1847. (23)
Cuando se produjo la Revolución de Mayo el cura de Salavina era Basilio Ibarra, tío y educador de Juan Felipe Ibarra. El sacristán de la iglesia era Pascual Belisán quien se retiró en edad avanzada en 1819. José de San Martín –según Ricardo Rojas- habría pasado por Salavina en 1814, lo que es negado por Orestes Di Lullo quien dice “no existe ninguna base documental”. (24) En el acta capitular del 14 de marzo de 1816 se citó a los delegados de los siguientes curatos: 1) Rectoral; 2) Silípica; 3) Loreto; 4) Salavina; 5) Soconcho; 6) Matará; 7) Mula Corral, 8) Guañagasta y 9) Copo. Entre los vecinos principales de Salavina que firmaron el acta capitular de la elección de los presbíteros Pedro León Gallo y Pedro Francisco de Uriarte el 4 de abril, se encontraban Tomás Antonio Castillo, Ambrosio Contreras y Pedro Francisco Maldonado. (25)
Entre los personajes famosos de Salavina se destacaron Francisco Javier Lascano, nacido en Córdoba el 2 de diciembre de 1790, hijo de Hilario Andrés de Lascano y Usandivaras, capitán de milicias en Santiago del Estero, casado en 1777 con Andrea del Castillo y Hernández de León, hija del gobernador de armas, coronel Antonio del Castillo. Su hermano mayor fue Benito Lascano, nacido en Salavina, rector del Colegio de Montserrat y más tarde obispo de Córdoba. También Mercedes del Niño Jesús Guerra, fundadora del Instituto de Hermanas Terciarias Franciscanas de la Caridad, nació en Salavina en septiembre de 1817, hija del español Antonio Guerra y de Inés Contreras. Privada de sus padres en su infancia, quedó al cuidado de una hermana mayor y luego fue alumna del colegio de Huérfanas de Córdoba. Asimismo, Pedro S. Barraza que becado para estudiar en el Colegio Nacional, posteriormente llegó a ser gobernador de Santiago del Estero. (26)
Entre los vecinos de Salavina que juraron la Constitución el 13 de junio de 1819 con la presencia del ayudante mayor de la plaza de Santiago, Domingo Cainzo, se hallaban: Baltazar Acosta, Félix Acosta, Manuel Argañarás, Tomás Antonio Castillo, Juan Cejas, Domingo Costas, Francisco Hernández, Manuel Matías Galván, Ildefonso Gaya, Melchor Herrera, Hermenegildo Herrera, Marcos Jerez, Matías Jerez, Juan Pablo Montenegro, Ramón Montenegro, Pedro Nazarre, Climaco Palavecino, Ramón Antonio de la Rosa y Eusebio Suárez. (27)
Juan Felipe Ibarra en 1836 sostuvo y defendió sus facultades derivadas del Real Patronato para nombrar párroco de Salavina, en lugar del cura Francisco Flores que había sido designado por el obispo José Agustín Molina. Ibarra no estaba facultado para nombramientos eclesiásticos, pero eligió al dominico Manuel Cordón para el curato de Salavina, quien sucedió a fray Mariano Horcajo. Señaló Ricardo Levene que los decretos de 1837 y otros pusieron en evidencia el espíritu cada vez más regalista de Juan Manuel de Rosas en el ejercicio del Patronato, pero manteniendo los vínculos de “obediencia y respeto” al Papa. (28) En 1840 se produjo una sublevación unitaria contra el gobernador Ibarra, liderada por el juez Pedro Ignacio Unzaga, los Olaechea y Neitor, y los españoles José María Libarona y Domingo Rodríguez. En la madrugada del 24 al 25 de septiembre se pronunciaron contra Ibarra y asesinaron a su hermano Francisco A. Ibarra. Rodríguez fue electo gobernador y le tomó juramento el juez Unzaga, entre fervorosos aplausos y mueras al “tirano Ibarra”. Los sublevados fueron derrotados al poco tiempo e Ibarra emprendió su persecución y castigo. Santiago Herrera, asesino del hermano de Ibarra fue ajusticiado. Libarona y Unzaga fueron confinados en el fortín del Bracho, donde el primero murió loco y el segundo huyó. (29) Unzaga se presentó ante Ibarra en un estado lastimoso solicitando indulto sin conseguirlo, siendo remitido el 16 de agosto de 1844, al comandante de Salavina, Juan José Tévez, con la orden expresa de degollarlo. En la noche del 23 de agosto, Unzaga fue velado en vida en la puerta de la iglesia de Villa Salavina, recostado sobre un trapo negro entre cuatro velas, en medio del terror de los pobladores que no pudieron dormir en toda la noche. A la madrugada concluyó el velatorio y Unzaga fue conducido a la parte de atrás de la iglesia donde fue obligado a cavar su propia tumba y poco después fue degollado en medio de los clamores de los habitantes. (30)
El viajero inglés Tomás Hutchinson realizó una expedición por el valle del Salado desde el 25 de noviembre de 1862 hasta el 10 de marzo de 1863. Hutchinson dijo que desde San Roque a Santiago había dos caminos “uno por el Carmen a Carabajal, por el cual vamos, y el otro a la derecha por Abipones y pasando por el Fortín Esperanza, encontrándose ambos en Salavina, como a veinticinco leguas de donde estamos ahora”. Salavina fue descripta como una villa antigua con cuarenta o cincuenta casas y algunos cientos de habitantes: “Su raquítica iglesia parece que a cada minuto va a caerse, porque sus paredes están partidas, y ya no tienen sino unas pocas varas de techo”. Después destacó que no había municipalidad ni jefe político “siendo sus autoridades un comandante, un juez de paz y un comisario”. El comandante era Domingo Contreras que residía en Santa Lucía a una legua del pueblo donde pasó la noche. (31)
Por ley del 30 de junio de 1863, el gobernador Manuel Taboada mandó delimitar los 17 departamentos santiagueños y esto se cumplió el 9 de enero de 1864. El 25 de agosto de 1887, Salavina fue dividida en distritos: Salavina, Taruca Pampa, Carrillos, Verón, Anga, Navarro, Fuerte Esperanza, Guerra, Saladillo, Sabagasta, Bajada y Salinas. Respecto de la educación y cultura en Salavina se produjeron notables avances en la segunda mitad del siglo XIX. Se desempeñaba como maestro Mariano Silvetti, que a pesar de la falta de recursos para la enseñanza, aceptó los sacrificios y penurias con un sueldo de $ 20 por mes. Los Silvetti participaban política e institucionalmente de la red de familias partidarias del “taboadismo”. Domingo F. Sarmiento creó una biblioteca en Salavina entre 1868 y 1874, y su primer presidente fue Clodomiro Luque. Pero dejó de funcionar en 1883, y se cerró la casa donde se inauguró frente a la de Manuel del Castillo. (32)
La iglesia de Salavina en el transcurso del siglo XIX estuvo expuesta a los ataques de los aborígenes chaqueños. En 1871 su párroco era fray Ramón Fernández, quien estaba ordenando el archivo, pero lamentablemente varios papeles y libros desaparecieron. Otra capilla que pertenecía a la jurisdicción de Salavina era Taruca Pampa, donde se rendía culto al Señor de la Paciencia. Según la tradición su imagen se habría encontrado en las montañas catamarqueñas al naciente de su capital. En 1872 el curato de Nuestra Señora del Carmen de Salavina tenía una población de 7.500 personas, según un informe del párroco Fernández. (33) En 1893 el visitador padre Clodomiro Arce informó que el antiguo templo de Salavina estaba en regular estado, pero se conservaba a pesar de su pobreza y no había ornamentos para realizar la misa. También observó que la villa estaba destruida y su población escaseaba. Su cura seguía siendo Ramón Fernández pero podía ser atendida también por el cura de Atamisqui. El informe de Arce expresaba: “La iglesia parroquial es un edificio muy antiguo; sin embargo se conserva en regular estado; es sumamente pobre y nada tiene de alguna consideración”. Asimismo afirmaba: “Tiene esta iglesia una casa parroquial casi en destrucción. Este beneficio es el más pequeño de todos los curatos de la jurisdicción de Santiago”. (34)
Orestes Di Lullo ha recogido tradiciones locales sobre la vida religiosa de Salavina del siglo XIX desde la voz de antiguos pobladores como don Absalón, viejo sacristán de la iglesia: “Este pueblo es muy viejo…no estaba ubicado en este lugar. La Villa Vieja se encontraba cuatro o cinco leguas más al sud. Fue trasladada en 1838”. Luego se refirió a relatos sobre sacerdotes: “El cura D. Mariano Acosta predijo la desaparición del pueblo y también que se secaría el río Utis…”. Añadió: “Cuentan los viejos que a un cura Domínguez lo desnudaron y lo votaron para que se fuera. Quién sabe si su maldición no pesa sobre el pueblo porque desde entonces –sería el 75- empezó la decadencia”. Las fiestas religiosas en Salavina tuvieron una gran importancia en el siglo XIX, tal como dijo don Absalón: “El día de la Patrona, o sea de la Virgen del Carmen, se bailaba, después de la misa, se corrían carreras, siendo los mantenedores de estos festejos los síndicos que se elegían entre los encumbrados personajes”. Estas festividades, aparte de la novena, duraban ocho días. Del mismo modo, el 8 de diciembre, con motivo de la fiesta de la Purísima, “en que desde la madrugada comenzaba a celebrarse con el disfraz de los indios, los cuales salían para llegar hasta el altar corriendo desde 1 o 2 leguas, siendo recibidos a unos cuantos kilómetros por el cura y el pueblo que los acompañaba hasta la adoración”. (35)

Notas:

* Sandro Olaza Pallero, abogado y doctorando (Universidad de Buenos Aires). Docente de Historia del Derecho (Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires y Facultad de Ciencias Jurídicas de la Universidad del Salvador). Miembro correspondiente por la Provincia de Buenos Aires del Centro de Estudios Genealógicos y Heráldicos de Santiago del Estero.
(1) MARIO ÁNGEL BASUALDO, Rasgos fundamentales de los departamentos de Santiago del Estero. Un documento para su historia, Santiago del Estero, Municipalidad de Santiago del Estero, 1981, vol. II, pp. 186-187. JUDITH FARBERMAN, “Migrantes y soldados. Los pueblos de indios de Santiago del Estero en 1786 y 1813”, en Cuadernos del Instituto Ravignani, núm. 4, Buenos Aires, Febrero de 1992, p. 8.
(2) CAYETANO BRUNO, Historia de la Iglesia en la Argentina, Buenos Aires, Editorial Don Bosco, 1966, vol. I, pp. 69-70. GUILLERMO FURLONG, Alonso Barzana S. J. y su Carta a Juan Sebastián (1594), Buenos Aires, Ediciones Theoría, 1968, p. 83. 
(3) BRUNO, Historia de la Iglesia…, vol. I, p. 70. FURLONG, Alonso Barzana…, p. 83.
(4) AMALIA GRAMAJO DE MARTÍNEZ MORENO y HUGO N. MARTÍNEZ MORENO, Cruces catequísticas de Santiago del Estero, Santiago del Estero, Ediciones V Centenario, 2008, p. 7. BRUNO, Historia de la Iglesia…, vol. I, pp. 325-326. ORESTES DI LULLO, Antecedentes biográficos santiagueños, Santiago del Estero, Provincia de Santiago del Estero, 1948, p. 109.         
(5) LUIS C. ALÉN LASCANO, Los orígenes de Santiago del Estero. Ensayos históricos, Santiago del Estero, Marcos Vizoso Ediciones, 2006, pp. 49-51.
(6) MARÍA MERCEDES TENTI, “Iglesia y sociedad en Santiago del Estero a principios del siglo XX”, en Archivum XXVI, Buenos Aires, 2007, p. 207. ORESTES DI LULLO, Caminos y derroteros históricos en Santiago del Estero, Santiago del Estero, Fundación Cultural, 2010, p. 94. BASUALDO, Rasgos fundamentales…, p. 188. GRAMAJO DE MARTÍNEZ MORENO, “Los curatos en la organización eclesiástica de Santiago del Estero. II Parte”, en Archivum XXVI, Buenos Aires, 2007, p. 248.
(7) AMALIA GRAMAJO DE MARTÍNEZ MORENO, “Los curatos en la organización eclesiástica de Santiago del Estero”, en Archivum XXIV, Buenos Aires, 2005, p. 44.
(8) Real cédula al obispo de Tucumán, Madrid, 22-5-1675, en VÍCTOR TAU ANZOÁTEGUI, Libros registros-cedularios del Río de la Plata (1534-1717). Catálogo, Buenos Aires, Instituto de Investigaciones de Historia del Derecho, 1987, vol. II, p. 161.
(9) Jacinto Maldonado de Saavedra fue capitán y se casó en Santiago del Estero con Catalina Villarroel y Ugarte, nieta de Juan Ramírez de Velazco y biznieta de Gerónimo Luis de Cabrera e hija del sargento mayor Pedro Villarroel y Cabrera. Fueron padres de Josefa y Francisco. Francisco de Maldonado era sargento mayor e hijo de Jacinto Maldonado de Saavedra y de Catalina de Villarroel. Se casó con Andrea Ibáñez del Castrillo, siendo padres de Catalina y Pedro. DI LULLO, Antecedentes biográficos…, pp. 181 y 292. ALICIA I. SOSA DE ALIPPI, Registro de encomiendas en territorio argentino siglo XVIII existentes en el Archivo General de Indias, Córdoba, Centro de Estudios Genealógicos y Heráldicos de Córdoba, 2007, pp. 95-97.
(10) Cosme del Campo Ibáñez nació a comienzos del siglo XVII en Santiago del Estero, hijo de Cosme del Campo y de María Ibáñez. Estudió en la Universidad de Córdoba, obteniendo el curato de Lindongasta y posteriormente de Salavina. Dirigió el Colegio del Seminario de Santiago del Estero desde el 21 de julio de 1689 hasta el 29 junio de 1699, fecha en que el juez eclesiástico ordenó su clausura para abrirlo en Córdoba el 7 de octubre de 1700. DI LULLO, Antecedentes biográficos…, p. 62.
(11) ALÉN LASCANO, Luis C., Historia de Santiago del Estero, Buenos Aires, Plus Ultra, 1992, pp. 112-113.  TAU ANZOÁTEGUI, Libros registros-cedularios…, vol. III, pp. 13 y 62. HEBE LUZ ÁVILA, “Un desagravio para Juan Balumba”, en  La Fundación Cultural, núm. 48, Santiago del Estero, Septiembre de 2011, p. 34.
(12) GRAMAJO DE MARTÍNEZ MORENO, “Los curatos en la organización eclesiástica de Santiago del Estero. II Parte”, p. 246.
(13) JUDITH FARBERMAN, Las salamancas de Lorenza. Magia, hechicería y curanderismo en el Tucumán colonial, Buenos Aires, Siglo Veintiuno, 2005, pp. [145], 212, 213 y 237.
(14) Todavía en los tiempos de Juan Felipe Ibarra y Manuel Taboada se perseguía a las brujas, castigándolas cruelmente en el tradicional lugar denominado Culo Saca. JUDITH FARBERMAN, Magia, brujería y cultura popular. De la Colonia al siglo XX, Buenos Aires, Sudamericana, 2010, pp. 21-23 y 122.
(15) DI LULLO, Antecedentes biográficos…, p. 154. SILVIA PICCOLI DE BARRÓN, “Santos patronos santiagueños”, en La Fundación Cultural núm. 10, Santiago del Estero, Julio 2001, pp. 21-22. ALÉN LASCANO, Historia de Santiago del Estero, p. 153.
(16) SARA DÍAZ DE RAED, “Las reducciones: Vilelas, Petacas y Abipones”, en La Fundación Cultural, núm. 34, Santiago del Estero, Marzo 2008, pp. 34-35. ALÉN LASCANO, Historia de Santiago del Estero, p. 138.
(17) DI LULLO, Antecedentes biográficos…, p. 47.
(18) Ídem,  p. 218.
(19) ALÉN LASCANO, Historia de Santiago del Estero, p. 160. DI LULLO, Antecedentes biográficos…, p. 74.
(20) PABLO LASCANO, “Juallo”, en Discursos y Artículos, Santiago del Estero, Edición del autor, 1927, pp. 177-178.
(21) DI LULLO, Antecedentes biográficos…, p. 75. ORESTES DI LULLO, La agonía de los pueblos. Viejos pueblos, Santiago del Estero, Fundación Cultural, 2010, pp. 80-81. DI LULLO, Antecedentes biográficos…, p. 260.
(22) BRUNO, Historia de la Iglesia…, vol. VII, p. [171]. ALÉN LASCANO, Historia de Santiago del Estero, pp. 197-200.
(23) LASCANO, “Juallo”, pp. 179-180. Yacumuyu o agua redonda en quichua está a 1 km de la villa y ahí asentó su cuartel militar en 1879 el coronel Octaviano Olascoaga con el regimiento 3 de línea para defenderse contra los ataques de los indígenas chaqueños. DI LULLO, La agonía de los pueblos…, p. 82.  En Yacumuyu habita desde tiempos lejanos la familia Castillo y uno de sus miembros, Andrés Castillo –hijo de Casimiro Castillo-, ha encontrado restos de la fortificación realizada por Olascoaga.
(24) Basilio Ibarra era hijo de Simón de Ibarra y María del Carmen Grillo Dora, siendo sus hermanos: Felipe, Matías, Marcos, Dionisio, Agustina, Cayetano, Manuel Antonio y Juana María. En la elección para diputado al Congreso de 1816, donde fue consagrado Pedro León Gallo, Ibarra obtuvo dos votos. Pascual Belisán nació en 1739 y estaba casado con Ignacia Jijena, fueron padres de Justa y Manuela. DI LULLO, Antecedentes biográficos…, pp. 46 y 137. Ricardo Rojas afirmó: “Pasó por Loreto, Atamisqui, Salavina, Oio de Agua, y entró por Río Seco en la frontera de Córdoba”. RICARDO ROJAS, El Santo de la Espada, Buenos Aires, Editorial G. Kraft, 1961, p. 97. DI LULLO, Caminos y derroteros…, p. 126.
(25) GRAMAJO DE MARTÍNEZ MORENO, “Los curatos en la organización eclesiástica de Santiago del Estero. II Parte”, p. 246. Tomás Antonio Castillo fue elegido alcalde del partido de Salavina el 4 de octubre de 1816. Ambrosio Contreras nació en Santiago del Estero en 1763 y estaba casado con Pabla Rillo y fueron padres de: Encarnación, Domingo, Regalado, Pascuala Bailón, Ramón y José. Diputado por Salavina en 1816, fue comandante de este partido en 1819 y suscribió el acta de juramento de la Constitución en presencia de Domingo Cainzo enviado desde Santiago del Estero. Pedro Francisco Maldonado, nacido en Santiago del Estero en 1776, estaba casado con Francisca Acosta y fueron padres de Basilio, Hilario y Consolación. DI LULLO, Antecedentes biográficos…, pp. 75, 78 y 183.
(26) BRUNO, Historia de la Iglesia…, vol. VIII, pp. [297]-306 y vol. XI, p. [532]. JULIO CÉSAR CASTIGLIONE y ELSA CASTILLO DE GIMÉNEZ, Retrato de un siglo. Una visión integral de Santiago del Estero desde 1898 en el centenario del diario El Liberal, Santiago del Estero, Editorial El Liberal, 1998, p. 181. DI LULLO, La agonía de los pueblos…, p. 87. La Escuela n° 406 de Villa Salavina lleva el nombre “Sor Mercedes Guerra”.
(27)  DI LULLO, Antecedentes biográficos…, pp. 15, 27, 75, 84, 110, 115, 130, 133, 136, 154, 197, 198, 202 y 265.
(28) ALÉN LASCANO, Historia de Santiago del Estero, p. 315. Rosas en carta a Ibarra del 31 de mayo de 1837 le expresó “no ha obrado usted con acierto” al disponer “por sí solo” el envío del padre Cordón a Salavina. BRUNO, Historia de la Iglesia…, vol. IX, pp. 406-410. RICARDO LEVENE, Historia del Derecho Argentino, Buenos Aires, Guillermo Kraft, 1956, t. IX, p. 239.
(29) Pedro Ignacio Unzaga Argañarás era hijo de Lorenzo Unzaga y de Jacinta Argañarás Gramajo. Fue designado por el gobernador Ibarra, juez de primera instancia en lo civil, en reemplazo de de Baltazar Olaechea el 25 de julio de 1837. DI LULLO, Antecedentes biográficos…, p. 281. ALÉN LASCANO, Historia de Santiago del Estero, pp. 325-327.
(30) ALFREDO GARGARO, Ibarra y la Coalición del Norte, Santiago del Estero, Edición del autor, 1940, p. 125. DI LULLO, Antecedentes biográficos…, p. 274. ALÉN LASCANO, Historia de Santiago del Estero, p. 327.
(31) Luis Varela traductor de este libro de Hutchinson aclaró que la iglesia de Salavina fue refaccionada en 1865 durante el gobierno de Absalón Ibarra. THOMAS J. HUTCHINSON, Buenos Aires y otras provincias argentinas, Buenos Aires, Huarpes, 1945, pp. 23, y 209-215.
(32) BASUALDO, Rasgos fundamentales…, p. 186. DOMINGO MAIDANA, “Maestros laicos en la escuela primaria. Escuelas de primeras letras y maestros laicos desde 1810”, en Revista de la Junta de Estudios Históricos de Santiago del Estero, núm. 2, Santiago del Estero, 1943, pp. 184-186. ROSSI, Espacios y relaciones de poder..., p. 78. DI LULLO, La agonía de los pueblos…, p. 87.
(33) GRAMAJO DE MARTÍNEZ MORENO, “Los curatos en la organización eclesiástica de Santiago del Estero. II Parte”, p. 248. BRUNO, Historia de la Iglesia…, vol. XI, p. 233.
(34) Ídem.
(35) DI LULLO, La agonía de los pueblos…, pp. 86-88.


Fuente:


Revista La Fundación Cultural n° 58, Santiago del Estero, Marzo de 2014, pp. 52-59.

domingo, 20 de diciembre de 2015

SAN MARTÍN Y ROSAS (I)



Colorado del Monte (por Francisco Madero Marenco).




Por Ricardo Font Ezcurra

 

              PROLOGO-HOMENAJE A LA SEGUNDA EDICIÓN


            Cuando este libro vio la luz en el año 1943, fue recibido alborozadamente   por la juventud nacionalista. Pero esta juventud no tenía claras y bien determinadas sus funciones políticas: era revolucionaria en las ideas y antielectoral en la práctica; era antiliberal en doctrina y enemiga declarada de los políticos profesionales, amén de un aporte teórico europeizante muy de la época. Ese complejo ideológico confundía a las mentes vírgenes que se iniciaban a la vida activa y en muchos activísima.
            Esas combinaciones teórico-doctrinarias no habían aún aclarado un asunto neurológico, que si bien cronológica e históricamente lejano, era la clave cierta para dilucidar los orígenes de un pasado tergiversado: el de Rosas y su época.
            Los jóvenes herederos del 1930, espectadores de la modesta partida “revolucionaria” del 6 de septiembre, no fueron violentamente trastornados en lo político del diario vivir (radicales o conservadores por radicales), sólo sufrieron las vicisitudes del cambio como comprobatorio de sus tesis -antiliberal, antielectoral-, pero eso sí, permitió el desarrollo de inquietudes que venían antes del 30; ya de 1916 y 1918 se vivía el clima de angustia política que no terminaría el 6 de septiembre, más bien las acrecentaba e imponía una nueva tónica, esa angustia, no bien definida en expresión de lo nacional, se entrelazaba con el poderoso influjo del actual extranacional. Inglaterra, Francia y Estados Unidos de un lado, y Rusia, Alemania e Italia por el otro, inclinaban conjuntamente y en función perturbadora, los pequeños planes de radicales, conservadores y de algunos socialistas, pero...algo más interesante se  inquietaba  en la Argentina del 16 al 30.
            Se comprobó bien  pronto que en la Argentina se convivía en dos posiciones antagónicas, dos formas de vida y dos interpretaciones disímiles. La geo-política    revelaba la distorsión económica: el gobierno representaba a una minoría, los grandes trusts tenían las finanzas del país, y, caso notable, Buenos Aires, su riqueza con su puerto y el interior su miseria con su trabajo, daban la trágica realidad de un hecho comportable con sólo salir del perímetro capitalino. Todo certificaba el gran drama económico-social que venía de herencia histórica -Buenos Aires (política, economía y cultura) y el interior (sumisión, pobreza e ignorancia). El todo y la nada.
            Visto por muy pocos, entonces, la raíz explicativa estaba también en lo espiritual -Argentina soberana o Argentina colonial- y las razones, que eran varias y muy valederas, estaban en esos jóvenes avisados y en los viejos experimentados del 1910, en la trama histórica-política, y ellos al crear esa antítesis, crearon a sabiendas la historia verdadera con el drama intrínseco que venía de Caseros para acá, y por la profundización del temario histórico les fue posible aclarar todo el proceso de crisis total de la Argentina para ese 1930.
            A lo visto, oído y leído había que continuarlo con obras de divulgación precaria -Saldías y Quesada- clásicas en historia, pero conocidas en círculos privilegiados, desgraciadamente no desnudaron la crisis cíclicas de unitarios y federales; o de materiales documentales retaceados y adulterados -Mitre y López-; sólo dieron obras fraccionadas de los sucesos por ellos vividos apasionadamente; o literatura seudo nacional -Sarmiento y Mármol- creadoras de mitos históricos y novelados, desde luego impropios para conocer nuestro ser nacional; o de políticos carentes de directivas claras y creadoras -Avellaneda y Roca-, y muchas cosas más, eran los imposibles y los frenos de expansión de las generaciones del 1890, 1910 y 1930.
            Claro está que los espasmos para adelantar lo dicho por otros no faltaron. Nunca una nación en crecimiento deja de tenerlos.
            Alberdi, Hernández, Peña, Andrade, Zeballos, Ingenieros..., contradictorios como todo el país, con una política supeditada, y no ellos, comprometidos a los intereses antinacionales, fueron olímpicamente ignorados por falta de transmisión, puesto que liberales, masones y vulgares cipayos no permitían su divulgación, pero eso sí, trataron, y gran éxito, distorsionar a esos transmisores: un Alberdi “constitucionalista”, Hernández, Andrade y Guido Spano poetas y no políticos; Peña y Zeballos, literatos y no historiadores; Ingenieros, médico psiquiatra y no revolucionario social, etc., etc. Esto había que dilucidarlo para poder comprender el esfuerzo de una generación inquieta e inquietante, muerta sin prosélitos ni casi continuadores.
            La antipatria, encasillada en la gran prensa, en la alta política y los negocios  turbios, cerraba a cal y canto las creaciones nacionales; nada pasaba sin control, el filtro era firme y arbitrario y el pueblo huérfano políticamente, ignorante de su glorioso pasado y miserablemente expoliado y, para colmo de males, fraccionado en radicales, conservadores y agitantes sociales muy “amarillos”, no recibía nada o casi nada para tomar conciencia o al menos intuir la verdad. Lo poco comunicado en libritos muy modestos o por una prensa pequeña, era sistemáticamente aplastado con la poderosa “arma” del silencio; la llamada complicidad del silencio funcionaba bien.
            ¿Pero hasta cuándo podía prolongarse ese silencio? Modestos órganos de difusión -Crisol, Nuevo Orden, El Pampero, etc.-; libros inaccesibles –D´Amico, Ibarguren, Ugarte, etc., o agrupaciones políticas surgidas en 1930 -Liga Republicana, A.D.U.N.A., F.O.R.J.A., etc.-, tenían que esforzarse para romper el cerco de la oligarquía del Jockey Club; las embajadas muy metidas en la Casa Rosada; la maléfica C.A.D.E. pues todos en conjunto o particularmente compraban la “inteligencia” al mismo tiempo que el fichaje policial decretaba la marca de “rebelde” para quien resistía las directivas provenientes del extranjero.
            Sin embargo, la verdad reflotaba en cada crisis social, política y económica; las generaciones que habían mamado clandestinamente los aportes de los violadores de la “complicidad del silencio”, aportaron a su vez rompiendo las barreras y los cercos de control estatal, se revisaron los archivos que contenían polvo acumulado, en donde los papeles daban la realidad; se investigó, se compulsó y luego de serenos estudios esa ímproba tarea se publicó.
            Así nació el revisionismo histórico y así se inició la clarificación del ser nacional.
            De esos meritorios precursores cabe a Ricardo Font Ezcurra una parte sustancial, y para entender sus méritos nos fue imprescindible explicarlo, para así valorar equilibradamente el tremendo esfuerzo de sus creaciones, de su consiguiente influencia en los medios históricos y de la escuela iniciada en parte por él.
            Las revelaciones de sus “San Martín y Rosas” y “Unidad Nacional”, dieron la tónica necesaria para esclarecer, y ya para adelante, la mentalidad nacionalista de su período vivido con intensidad y dejar marcado a fuego la subsiguiente fisonomía de la juventud del 45 a la fecha de hoy.
            Y esto es así porque el “San Martín y Rosas” terminó la disyuntiva histórica de Rosas y su política, de San Martín y su concepción integral con la nacionalidad; de Rosas y su defensa de la soberanía; de San Martín activo y apasionado en su voluntario exilio; de Rosas y su Confederación; de San Martín y su sable como “prueba de satisfacción por la firmeza” en sostener el honor, y, en fin, de Rosas, el heredero legítimo de esa joya histórica.
            Estas definiciones se extraen de ese libro, y 20 años después fácil son de entender, pero en ese momento de 1943 fueron mojones para conocer y hacer comprender y abrir las mentes dopadas de más de 100 años de mentiras. Esta fue la obra de Font Ezcurra.
            Lo demás fue la prosecución de sus obras.
                                                                       Alberto A. Mondragón
Buenos Aires, febrero de 1965.
           

                         PROLOGO A LA PRIMERA EDICION


            Hace algunos años las nuevas generaciones iniciaron un proceso de revisión de la Historia oficial que ya ha triunfado, llegando a la sentencia definitiva. Ese proceso fue tanto más notable cuanto que teníamos radicalmente en contra el Régimen vigente. El silencio de los grandes diarios que cuidan sus muertos no sólo porque son de la familia, sino porque dan de comer;  el odio de ridículos Ministros de Instrucción Pública y no menos ridículos Ministros del Interior; el desahucio de maestros y profesores patriotas porque enseñaron desde sus cátedras que Rosas era una figura de prócer, a cuyo lado los enlevitados civilistas de la organización eran apenas unos pendolistas escribaniles; el complot de cierta oligarquía que dice pertenecer a una alta sociedad de discutibles pergaminos, que se oponía a la vindicación del “tirano” porque podía suceder que, hurgando en el pasado, los antecesores de esa plebe enriquecida hubieran sido caballerizos o lustrabotas del Dictador; la rabia de cierta clase de intelectual aburguesada, conservadora, anquilosada y sin ninguna inquietud crítica, a quienes esta revisión los obligaba a algo, cuando menos a contestar: el desbaratamiento de las literaturas argentinas oficiales, de cincuenta años de editoriales flatulentos, de rutina académica; todo eso y mucho más no pudo nada contra el empuje de la verdad y de la justicia.
            Rosas había sido arrojado al osario de los héroes ignorados, porque su recuerdo ofende el espíritu colonial, a ese tremendo servilismo colonial en que yacen los argentinos. No nos referimos a nada económico; la colonia económica puede ser un bien, puede ser una etapa necesaria de la independencia real. Lo terrible, lo tremendo es el colonialismo intelectual, psicológico y patético. Un colonialismo intelectual que desemboca en esta triste cosa: el agnosticismo político, mejor dicho, la atrofia del sentido nacional, con el que se percibe la política interna y externa. He aquí la cruel verdad.
            No tenemos política interna, ni externa; no podemos tenerla. Era sangriento lo que hacía una vez Maurras con un libro suyo, y era colocar como clave de ese libro (trataba de política internacional) una frase arrancada a M. Bergeret, el desengañado “alter ego” de Anatole France: “Usted sabe que no podemos tener política internacional...” Otra cosa quería decir el interlocutor de Bergeret, pero Maurras señalaba esa ausencia, esa mutilación de un órgano de la vida de relación francesa, como una calamidad que puede ocurrirle a un país.
            Y bien; nosotros los argentinos no tenemos, no podemos tener política interna, no exterior, porque estamos mutilados en el órgano o aparato sensorial donde residen las percepciones de esas realidades. Son ciento treinta y tres años, en los cuales las metrópolis pensaron, percibieron, reaccionaron, actuaron por nosotros; y el órgano se atrofió.
            En tal ausencia, Rosas es un remordimiento: el complejo colonial aflora humillador a la conciencia y nos hiere con su verdad espantosa. La estructura oficial se  ofende; las nuevas generaciones, aún asimismo humilladas y ofendidas, rompieron la censura y contra el anquilosamiento colonial e intelectual argentino impusieron a Rosas en todas partes donde tiene intereses y en ninguna donde la vida nacional no existe, ni se concreta con la inteligencia, como las Academias de Historia, en su mayor parte paniaguados y adulones de algunas familias que pesan todavía porque tienen algún poder. Dentro de diez años, cuando quieran rendir el homenaje máximo a la jornada luctuosa de Caseros, las nuevas generaciones serán las que dominen el país. Auguramos una nueva jornada fría, ridícula, con alguna digresión histórica pesada e indigesta, con repeticiones insulsas de los maestros de escuela. Todo lo que viva, todo lo que cuente algo en el país, no considerará el centenario de Caseros sino como una ceremonia oficial tan aburrida como las demás.
            En tal obra de vindicación justiciera, Don Ricardo Font Ezcurra tiene una significación sobresaliente. Hace algunos años logramos corporizar un pequeño instituto de estudios rosistas que ha llegado a ser la anti-Academia -el Instituto de Investigaciones Históricas “Juan Manuel de Rosas”-. En esa misma época el doctor Font Ezcurra hizo su aparición en el mundo intelectual con un sólido, fornido e inexpugnable tanque de verdades de a puño, contra aquellos famosos unitarios a los que Ricardo Rojas los describe con las tintas que se usan para evocar las figuras sacrosantas. Peregrinos de la libertad, soñadores de la patria, proscriptos enfebrecidos de santo odio contra los tiranos, así aparecen con sus frentes pálidas, enamorados de Elvira, ardiendo en sus ojos el fuego de una pasión inextinguible; así aparecen en una iconografía al uso, vestidos con toda la ropavejería de un romanticismo averidado y trasegado.  Pero ¿qué fueron? ¿Qué hicieron? ¿Qué ambicionaron en realidad? Lo que Don Ricardo Font Ezcurra mostró a las generaciones atónitas diciéndoles como es el gran mandato: “Tomad, leed.” ¿Qué fueron? ¿qué hicieron? Aventureros, intrigantes, espiones, soplones de embajada, anduvieron lamiendo las alfombras diplomáticas en Chile, en Brasil, en Londres, en Francia, para que las fuerzas armadas extrajeras invadieran el territorio argentina, recibiendo en cambio el pago traidor de enormes zonas de la República.
            Con ese testimonio fundado en documentos emanados de los mismos traidores, el publicista sagaz y pacienzudo que es Font Ezcurra construyó su libro “La Unidad Nacional”. Millares de ejemplares fueron vendidos, y sus ediciones agotadas revelan que Font Ezcurra había entrado por la puerta ancha, y no por la ventana, al recito de los verdaderos historiógrafos. Lo había hecho con pasión de justicia. Había hurgado documentos con pasión de patria, no como mero ratón de biblioteca que se preocupa en saber bajo qué gomero tomaba mate el General Lavalle. No era un prurito libresco. Era la necesidad de desenmascarar a los histriones que ni pasaron sed, ni pasaron hambre, ni anduvieron peregrinos por ningún lado, ni siquiera se molestaron en esperar a que los desterraran, sino que algunos se desterraron solos cuando vieron que se medraba mejor en otra parte. Ahí está el libro de Font Ezcurra. Ahí están los documentos. ¿Quién hizo la unidad nacional? ¿Sarmiento, que promovía la infiltración chilenista en Cuyo? ¿Mitre, que, como Sarmiento, quería ceder la Patagonia a Chile? ¿O Rosas, que hacía frente a dos flotas armadas en Obligado, en Quebracho, en Ramallo?.
            Nadie contestó el libro de Font Ezcurra. Los plumíferos a sueldo de las ediciones dominicales no se atrevieron a refutar nada. El libro está ahí, sin embargo. Los documentos también. Lo único que falta es, de parte de nuestros adversarios, verdadera dignidad intelectual para enfrentarse con ideas nuevas que pronto serán del siglo.

            Las relaciones entre San Martín y Rosas han sido cuidadosamente soslayadas por nuestros liberales. Conviene decir que es necesario, de una vez por todas, hacer algún día la revisión histórica de la bibliografía sanmartiniana. Un escritor y publicista español, residente entre nosotros. Don Augusto Barcia Trelles, está reajustando con rigor lógico todas esas fallas, lagunas o descuidos deliberados de nuestros Mitre, Rojas y Otero. Y aún siendo dicho escritor Barcia Trelles liberal definido, tiene mucha más honradez que los nuestros. Debemos decirlo porque somos amigos, antes que de nuestros mismos amigos, de la verdad, según el proverbio socorrido.
            Tanto a San Martín como a Bolívar se los presenta como especie de demo-liberales antecesores de toda la guacamayería hispano-americana, que han hecho de estas naciones una loca zarabanda de oradores y demagogos. Mentira, solemne mentira. Bolívar es partidario de gobiernos estables, toma del Abate Sieyes sus modales constitucionales con presidente  vitalicio y senados hereditarios; condena en el Congreso de Angostura el desenfreno de las masas y abomina del demagogo Páez como del oligarca Santander. Muere declarando que estos países serán víctimas de las siete cabezas de la hidra jacobina. San Martín no tiene acaso la misma vocación política, pero la entiende, como que su genio no es el de un especialista en batallas. Ocurre, al promediar su vida, un hecho muy grave, que en San Martín deja huella profunda. Presencia San Martín, allá por el año 1808, en Sevilla, la muerte inicua del General Solano, por las turbas enloquecidas y maniobradas por agentes provocadores. Esa inmolación, a  todas luces injusta, causó a San Martín tan hondísima impresión -dice Barcia Trelles, liberal, y por lo tanto insospechable en este caso- que en lo sucesivo desconfió siempre de los movimientos demagógicos y de los procedimientos basados en el desempeño de las multitudes.
            Nuestros liberales se encargaron de subestimar la impresión que en San Martín produjo la inmolación del General Solano, víctima de la brutalidad y de la incomprensión popular, acicateado el pueblo por los demagogos. San Martín admiraba y quería entrañablemente al General Solano, hombre culto, afrancesado tal vez, pero no traidor como lo creyó el pueblo sevillano.
            Estas son también las mismas razones por las cuales apenas se han hecho conocer las relaciones entre San Martín y Rosas. Don Ricardo Font Ezcurra nos presenta agotada esa correspondencia, donde se transparenta el respeto y la consideración que el Libertador le guardó al Restaurador. Cuando San Martín tiene conocimiento de que la Argentina está bloqueada por la flota francesa de Le Blanc, ofrece sus servicios. El General Rosas los agradece, acaso por una razón diplomática; no conviene por el momento abultar ante el mismo gobierno de Luis Felipe la significación de la guerra, mientras los franceses mismos no se encarguen de magnificarla con hechos. Luego San Martín, designado embajador en Lima, declina el honroso ofrecimiento y en todo momento el Encargado de las Relaciones Exteriores de la Confederación guarda al Héroe el máximo de consideraciones y éste le retribuye con el mismo respeto y admiración.
            San Martín rebosa amargura contra aquella gente “cuya infernal conducta” ya había anatematizado, es decir: los rivadavianos, los hombres civiles que -según una de las cartas que el lector conocerá- llevaban la bajeza de sus procedimientos a sobornarle a San Martín sus sirvientes para que hicieran de soplones. ¡He aquí calificados los funestos señores de las logias, contra quienes Rosas debió luchar toda su vida!
            Aquí tienen las palabras documentadas del Gran Capitán; aquí tienen todas las pruebas y la definitiva, la que un hombre provee cuando se halla cerca de la sepultura, es decir: el testamento, en el que le lega su sable a Juan Manuel de Rosas, en atención al patriotismo y la energía que ha desplegado el Ilustre Restaurador de las Leyes.
            Don Ricardo Font Ezcurra comenta con gran oportunidad esta correspondencia de uno y otro lado intercambiadas. Refuta juicios interesados respecto a ciertas actitudes de Rosas e infamias extendidas sobre la pretendida declinación de San Martín cuando redactara el legado del sable que lo acompañara en su gloriosa existencia.
            Nuevamente acredita aquí el Dr. Font Ezcurra sus condiciones de publicista documentado y parsimonioso en el ajuste de datos y en la comprobación inobjetable de los hechos. Al mismo tiempo, la investigación sirve a un concepto central, como debe servir siempre la historia que no es mero pasatiempo papelero.
                                                                                                            Ramón Doll
Buenos Aires, 15 de mayo de 1943.



ADVERTENCIA

            La correspondencia privada de las personas de actuación dirigente en la vida de los pueblos, además de su interés en muchos aspectos, ejerce sugestión incomparable del documento histórico.  Cartas no siempre escritas exclusivamente para el destinatario revelan en su íntima espontaneidad la relación directa o el antecedente concreto, o efectos y matices que constituyen un poderoso factor concurrente para alcanzar la recta elucidación de hechos y acontecimientos ignorados del pasado.
            Su difusión, realizada con este único designio, no afecta la debida discreción, ni vulnera el respeto emergente de su carácter privado; por el contrario, ella previene de las múltiples tergiversaciones que otorgaría su silenciamiento. De ahí el interés primordial que adquieren día a día las colecciones de cartas, los epistolarios y papeles privados.
            La correspondencia privada compilada que publicamos, cambiada entre el general San Martín y Rosas, documenta la actuación del primero durante la época del segundo, y ha de ser leída con interés, pues sorprenderá al lector desprevenido que estos prohombres hayan mantenido y cultivado una amistad inalterable, un mutuo respeto y una recíproca consideración, contradictorias en absoluto de las afirmaciones corrientes de la literatura historiográfica argentina.
            Ambos próceres encarnan en ésta los extremos de la difundida antinomia oficial: civilización y barbarie... Observamos, sin que esto deba sorprendernos en demasía, que aquí también se cumple aquello de que los extremos se tocan. Y este insospechado contacto rectifica algunos viejos conceptos, perpetuados en nombre de esa deliberada ocultación en que se han mantenido diversos aspectos de nuestro pasado.
                                                                                  Ricardo Font Ezcurra

                                                           I


                           EL LIBERTADOR Y EL RESTAURADOR



Algunas de las cartas que integran este epistolario forman parte de la publicación realizada, sin método ni coordinación alguna, por el Museo Histórico Nacional, y otras han sido reproducidas tendenciosamente en Documentos del Archivo de San Martín.  Sin embargo, son casi desconocidas no obstante poner en relieve el desinteresado patriotismo de San Martín, quien a pesar de las persecuciones de que fue objeto por el grupo unitario y rivadaviano, nunca fue indiferente, ni permaneció ajeno a la evolución y desarrollo de nuestra nacionalidad, ni a los problemas fundamentales que afectaban a la Argentina futura. (Ver Apéndice doc. Nros. 1 al 5)
El 6 de enero de 1827 escribía, desde Bruselas, al general Tomás Guido: “Dígame usted, con franqueza, cuál es la situación de nuestro país.  Creerá usted que a pesar de haberme tratado como a un Hecce-Homo, y saludado con los honorables dictados de ambicioso, tirano y ladrón, lo amo y me intereso por su felicidad?” (San Martín. Su correspondencia. Publicación del Museo Histórico Nacional. Buenos Aires, 1911. Pág. 168).  
            Por ello, cuando en el exilio, fruto de esa persecución, (Ver Apéndice doc. Nros. 6,  7 y 8)   tuvo noticias, por los periódicos franceses, de la insólita conducta de Francia  en el Río de la Plata, y de que sus pretensiones imperialistas, análogas a las demostradas en Argel y en México, involucraban un serio peligro para nuestra independencia, se dirigió a don Juan Manuel de Rosas, entonces gobernador de la provincia (pág. 22) de Buenos Aires y Jefe de la Confederación Argentina, ofreciéndole sus servicios:

                                                                            Gran Bourg, cerca de París 
                                                                                       5 de agosto de 1838.
Exmo. Sr. Capitán  General  D. Juan Manuel de Rosas.
Muy señor mío y respetable general:
           Separado voluntariamente de todo mando público, el año 23, y retirado a mi chacra de Mendoza, siguiendo por inclinación  una vida retirada, creía que este sistema, y más que todo, mi vida pública, en el espacio de diez años, me pondría a cubierto con mis compatriotas, de toda idea de ambición a ninguna especie de mando; me equivoqué  de cálculo -a los dos meses de mi llegada a Mendoza, el gobierno que, en aquella época, mandaba en Buenos Aires, (En el momento a que alude la carta era gobernador de Buenos Aires el general Martín Rodríguez y Bernardino Rivadavia si “ministro omnipotente” N. del A.) (Ver Apéndice doc. Nros. 9 y 10)  no solo me formó un bloqueo de espías, entre ellos uno de mis sirvientes, sino que me hizo una guerra poco noble en los papeles públicos de su devoción, tratando al mismo tiempo de hacerme sospechosos a los demás gobiernos de las provincias; por otra parte, los de la oposición, hombres a quienes en general no conocía ni aún de vista, hacían circular la absurda idea que mi regreso del Perú no tenía otro objeto que el de derribar la administración de Buenos Aires, y para corroborar esa idea mostraban (con una imprudencia poco común) cartas que ellos suponían les escribía-.  Lo que dejo expuesto me hizo suponer que mi posición era falsa y que, por desgracia mía, yo había figurado demasiado en la guerra de la independencia, para esperar gozar en mi patria, por entonces, la tranquilidad que tanto apetecía.  En estas circunstancias, resolví venir a Europa, esperando que mi país ofreciese garantías de orden para regresar a él; la época la creí oportuna  el funesto año 29; a mi llegada a Buenos Aires me encontré con la guerra Civil; (Ver Apéndice doc. Nros. 11 al 16) preferí un nuevo ostracismo a tomar ninguna parte (pág. 23) en sus disensiones, pero siempre con la esperanza de morir en su seno. (Efectivamente, el 6 de febrero de 1829 llegó San Martín a Buenos Aires en el Chichester. Era entonces gobernador de Buenos Aires el general Juan Lavalle, quien ejercía una dictadura militar implantada a raíz del motín del 1° de diciembre de 1828, que dió por resultado la destitución y asesinato de Dorrego. Los unitarios, que no perdían oportunidad de denigrar a San Martín, lo recibieron con el siguiente “cartel de escarnio” profusamente distribuido en la ciudad: “Ambigüedades. El general San Martín ha vuelto a su país a los cinco años de ausencia; pero después de haber sabido que se han hecho las paces con el Emperador del Brasil”. - Bartolomé Mitre, Historia de San Martín.)
         Desde aquella época, seis años de males no interrumpidos han deteriorado mi constitución, pero no mi moral ni los deseos de ser útil a nuestra patria; me explicaré: (Ver Apéndice doc. Nros. 17 al 25)
           He visto por los papeles públicos de esta, el bloqueo que el gobierno francés ha establecido contra nuestro país; ignoro los resultados de esta medida; si son los de la guerra, yo sé lo que mi deber me impone como americano; pero en mis circunstancias y la de que no se fuese a creer que me supongo un hombre necesario, hacen, por un exceso de delicadeza que Ud. sabrá valorar, si usted me cree de alguna utilidad, que espera sus órdenes; tres días después de haberlas recibido me pondré en marcha para servir a mi patria en la guerra contra la Francia o en cualquier clase que se me destine. Concluida la guerra, me retiraré a un rincón -esto si mi país me ofrece seguridad y orden; de lo contrario, regresaré á Europa con el sentimiento de no poder dejar mis huesos en la patria que me vio nacer.
           He aquí, general, el objeto de esta carta.  En cualquiera de los dos casos - es decir, que mis servicios, sean o no aceptados, yo tendré siempre una completa satisfacción en que usted me crea sinceramente su apasionado servidor y compatriota, que besa su mano.
                                                                                                 José de San Martín.
San Martín. Su correspondencia. Pág. 146 y fotocopia en “Genio político de San Martín”, de Ricardo Levene, pág. 354.
           
Con esta carta quedaba iniciada su correspondencia con Rosas, la que se prolongaría por espacio de doce años, desde 1838 a 1850. El Restaurador no estuvo remiso en contestar a tan extraordinario ofrecimiento:

                                                                 Buenos Aires, Enero 24 de 1839.

Señor brigadier general  D. José de San Martín.
Apreciable general y distinguido compatriota:

Al leer su muy estimable, fecha 5 de agosto último, he tenido el mayor placer, considerando por todo su contexto los nobles y generosos  sentimientos de que se halla usted animado  por la libertad y gloria de nuestra patria.  Mi satisfacción habría sido completa, si me hubiese sido posible excusar el recuerdo de los funestos sucesos que lo obligaron  a retirarse de este país, y que nos han privado, por tanto tiempo, de sus importantes servicios; pero ¡quién sabe si esto mismo, desmintiendo la maledicencia de sus enemigos, ha mejorado su posición, para que sean más estimables los que haga a esta república en lo sucesivo!
Con efecto; el tiempo y los acontecimientos, considerados en su origen, relaciones y consecuencias, suelen ser la mejor antorcha contra las falsas ilusiones que producen la ignorancia, la preocupación y las pasiones.  Felicito a usted por el acierto conque ha sabido conocer la injusticia de sus perseguidores, y le doy lleno de contento las mas expresivas gracias por la noble y generosa oferta que se sirve hacerme de sus servicios a nuestra patria en la guerra contra los franceses; pero aceptándola con el mayor gusto, como desde luego la acepto, para el caso de que sean necesarios, debo manifestarle, que por ahora no tengo recelo de que se suceda tal guerra, según lo espero por la mediación de la Inglaterra, y notorios perjuicios a las demás potencias neutrales; y, por lo mismo, al paso que me sería grato que usted se restituyese a su patria, por tener el gusto de concluir en ella los últimos días de su vida, me sería muy sensible que se molestase en hacerlo, sufriendo las incomodidades y peligros de la navegación, por solo el motivo de una guerra que, probablemente, no se verificará; y mucho mas cuando concibo que permaneciendo usted en Europa, podrá prestar en lo sucesivo a esta República sus buenos servicios en Inglaterra o Francia.      
Al hacer á usted esta franca manifestación, solo me propongo darle una prueba del alto aprecio que me merece la importancia de su persona, recordando lo mucho que debe a  sus afanes y desvelos la independencia de esta República,  como también las de Chile y Perú; mas no exigir a usted ninguna clase de sacrificio que le sea penoso, ni menos que se prive del placer que podrá tener en volver cuanto antes a ésta patria, en donde su presencia nos sería muy grata a todos los patriotas federales.
Los adjuntos cuadernos impresos darán a usted una idea de los sucesos de este país en 1838.
Que dios conceda a usted la mejor salud y ventura, es el voto constante de su muy atento servidor y compatriota.
                                                Juan Manuel de Rosas  Obra citada, pág. 125

San Martín acusa recibo de esta carta y escribe a Rosas el 10 de junio de 1839, formulando su lapidario juicio contra los unitarios (Ver Apéndice Doc. Nros. 26 y 27)  que se aliaron a Francia, en esos momentos en guerra contra la Confederación Argentina:
                                               Gran Bourg, 7 leguas de París
                                                                                      10 de junio de 1839
Exmo. Sr. capitán general D. Juan Manuel de Rosas
Respetable general y señor:
            Es con verdadera satisfacción que he recibido su apreciable del 24 de enero del corriente año; ella me hace más honor de lo que mis servicios merecen; de todos modos, la aprobación de estos por los hombres de bien es la recompensa más satisfactoria que uno puede recibir.
            Los impresos que usted ha tenido la bondad de remitirme, me han puesto al corriente de las causas que han dado margen a nuestra desavenencia con el gobierno francés; confieso a usted, apreciable general, que es menester no tener el menor sentimientos de justicia, para mirar con indiferencia un tal abuso de poder; por otra parte, la conducta de los agentes de este gobierno, tanto en este país como en la Banda Oriental, no puede calificarse sino dándosele el nombre de verdaderos revolucionarios; ella no pertenece a un gobierno fuerte y civilizado; pero es que ni en la Cámara de los Pares, ni en la de los Representantes no ha habido un solo individuo que haya exigido del ministerio la correspondencia que ha mediado con nuestro gobierno, para proceder de un modo tan violento como injusto: esta conducta puede atribuirse a un orgullo nacional, cuando puede ejercerse impunemente contra un estado débil o a la falta de experiencia en el gobierno representativo y a la ligereza proverbial de esta nación; pero lo que no puedo concebir es el que haya americanos que por un indigno espíritu de partido se unan al extranjero para humillar su patria y reducirla a una condición peor que la que sufríamos en tiempo de la dominación española; una tal felonía ni el sepulcro la puede hacer desaparecer. (Este subrayado es nuestro, así como todos los de las cartas transcriptas en las páginas siguientes - N. del A.)
Me dice en su apreciable, que mis servicios pueden ser de utilidad á nuestra patria en Europa; yo estoy pronto a rendírselos con la mayor satisfacción; pero, y faltaria a la confianza con que usted me honra, si no le manifestase, que destinado a las armas desde mis primeros años, ni mi educación, ilustración ni talentos no son propios para desempeñar una comisión de cuyo éxito puede depender la felicidad de nuestro país; si un sincero deseo del acierto y una buena voluntad fuesen suficiente para corresponder a la tal confianza, usted puede contar con ambas con toda seguridad, pero estos deseos son nulos si no los acompañan otras cualidades.
            Deseo a usted acierto en todo y una salud cumplida, igualmente el que me crea sinceramente su afecto servidor y compatriota.
                                                            José de San Martín Obra citada, pág. 127

(En el deseo de incorporar el prestigio de San Martín a la causa americana, Rosas promulga un decreto designándolo Ministro Plenipotenciario de la Confederación Argentina en el Perú:
                               ¡Viva la Federación!
            Buenos Aires, julio 17 de 1839, año 30 de la Libertad,
                                     24 de la Independencia y 10 de la Confederación Argentina.
Art. 1°.-Queda nombrado ministro plenipotenciario de la Confederación Argentina cerca del Exmo. Gobierno de la República del Perú, el brigadier general Don José de San Martín, con la asignación que determine el presupuesto del presente año, aprobado por la Honorable Junta de Representantes.
Art. 2°.- Expídanse las credenciales correspondientes, comuníquese, publíquese é insértese en el Registro Oficial.
                                                                                                                      Rosas
                                                                                                                 Felipe Arana
(Registro Nacional, año 1839, N° 2759. Esta designación desvirtúa rotundamente la conjetura de que a Rosas “Europa le inspiraba menos temor que la vuelta de San Martín”, formulada por Carlos Alberto Leumann en La Prensa del 30 de enero de 1838.)
Este decreto le fue comunicado a San Martín por el Ministro de Relaciones Exteriores de la Confederación Argentina, doctor Felipe Arana, en los siguientes términos:
¡Viva la Federación!
El ministro de relaciones exteriores de Buenos Aires encargado de las que corresponden a la Confederación Argentina.
Buenos Aires, 18 de julio de 1839, año 30 de la Libertad,
      24 de la independencia y 10 de la Confederación Argentina.
Al señor brigadier general don José de San Martín.

El infrascripto tiene la satisfacción de incluir a V.S. de orden superior, copia del decreto expedido el 17 del corriente por el excelentísimo encargado de las relaciones exteriores de la Confederación Argentina nombrando a V.S. ministro plenipotenciario cerca del gobierno de la república del Perú.
            S.E. al dispensar a V.S. este honor y señalada confianza, ha tenido presente, que no obstante haberse ausentado de la América, después de haber hecho por su libertad y especialmente por la de su patria, los más eminentes servicios, ha conservado inalterablemente el más vivo interés por los sacrosantos derechos que ayudó a conquistar, mostrando en los conflictos de su país los sentimientos dignos de un americano argentino.
            A esta consideración poderosa se ha unido también la convicción de S.E. de que la legación a que se le destina se concilia quizá con el estado de salud, dando asimismo al Perú con esta elección, que no puede dejar de serle grata, no solamente una prueba inequívoca de los deseos de la  Confederación de estrechar con él relaciones de confraternidad y amistad sincera en el sentido de los intereses generales del nuevo mundo, sino que al mismo tiempo hace la noble ostentación de elegir a tal alto objeto a un veterano de la independencia, cuyos títulos sabrán valorar los pueblos peruanos y su ilustrada administración.
            S.E. espera que V.S. no excusará a su patria este nuevo servicio sobre los muy importantes que le tiene rendidos. Y si V.S. admite el nombramiento en virtud del cual se ha extendido el adjunto diploma, espera S.E. se ponga V.S. en marcha a esta ciudad avisándolo a este ministerio, y librando a su cargo el importe de su transporte para satisfacerlo, y a fin de que se extiendan las instrucciones necesarias, y se den las órdenes relativas, al abono de los sueldos designados a los ministros plenipotenciarios.
Dios guarde a V.S. muchos años.
                                                                                                                                        Felipe Arana
Documentos del Archivo del General San Martín. Tomo X, página 114.

El ministro de relaciones exteriores  de Buenos Aires encargado de las que corresponden a la  Confederación Argentina. 
            Por cuanto, deseando dar al excelentísimo gobierno del Perú, libre hoy de la tiranía, y onimosa influencia del tirano usurpador Santa Cruz, una prueba inequívoca de los ardientes votos que animan a la Confederación Argentina de estrechar relaciones de confraternidad y amistad sincera en el sentido de los intereses generales del nuevo mundo , y bajo bases de honrosa y justa reciprocidad.
Por tanto, y teniendo plena confianza en la prudencia, lealtad y sabiduría del brigadier general Don José de San Martín, veterano de la independencia, cuyos títulos sabrán valorar los pueblos peruanos y su ilustrada administración, ha venido en autorizarlo, nombrarlo y constituirlo, como por el presente lo nombra, lo autoriza y constituye por su ministro plenipotenciario cerca del excelentísimo gobierno de la república del Perú con las calidades que prescribe el superior  decreto del 17 del corriente; y a cuyo efecto se le expide el presente diploma firmado y sellado según corresponde.
           Dado en Buenos Aires, a los 19 de julio del año del Señor de 1839; año 30 de la libertad, 24 de la independencia y 10 de la Confederación Argentina.
                                                                                  Juan Manuel de Rosas.
                                                                                                    Felipe Arana
Documentos del Archivo del General San Martín. Tomo X, página 115. (José Pacifico Otero, en su Historia del Libertador Don José de San Martín, aludiendo a esta designación de San Martín, dice: “El decreto en cuestión no se encuentra acompañado de considerando alguno explicativo de la razón de ese nombramiento”, (tomo IV, pág. 413). Como se ve por el documento transcripto, esos considerandos existían, y son bien explícitos.)
El nombramiento y el decreto que anteceden fueron remitidos a San Martín por intermedio de don Manuel Moreno, ministro plenipotenciario de la Confederación Argentina en Inglaterra:
                                                                                    Londres, 15 de Octubre de 1839.
Señor general Don José de San Martín.
Señor general:
           Tengo el honor de transmitir a V.E. por conducto de la embajada de S. M. B. en París y de mi amigo el señor Staines, un pliego del gobierno de la república recibido con mi correspondencia por el paquete que llegó ayer, que se me encarga pasar con seguridad a sus manos, y contiene el nombramiento de V.E. como ministro plenipotenciario cerca del gobierno del Perú;  igualmente una carta del señor general Rosas y otra del señor Sarratea desde Janeiro.
           Sírvase V.E. acusarme el recibo del expresado pliego y si V.E. gusta valerse del conducto de esta legación para su respuesta, él está muy a su disposición.
            Tengo el honor de ser de V.E. muy obediente servidor que B.S.M.
                                                                                                                                        Manuel Moreno
Idem. Tomo X, pág. 118

            San Martín recibió, sorprendido y halagado, esa designación, que no pudo aceptar. Su negativa, equívocamente interpretada, se funda en las claras razones que expresa en su carta de fecha 30 de octubre de 1839, dirigida al ministro Arana y que encierran una admirable lección de moral política:
                                                     Grand Bourg, cerca de París,                                                                                                          30 de octubre de 1839.
Señor Ministro:
Por la honorable nota del 18 de julio del presente año se sirve V.S. comunicarme el decreto del excelentísimo señor capital general de la provincia de Buenos Aires encargado de las relaciones exteriores de la Confederación Argentina, de mi nombramiento como ministro plenipotenciario cerca del gobierno de la república del Perú; esta prueba de alta confianza con que me honra V.E. ha excitado mi más vivo reconocimiento y no correspondería a ella sino manifestase a V.S. las razones que me impiden aceptar tan honrosa misión.
Si solo mirase mi interés personal nada podría lisonjearme tanto como el honroso cargo a que se me destina: un clima que no dudo es el que más puede convenir al estado de mi salud; la satisfacción de volver a un país de cuyos habitantes he recibido pruebas inequívocas de desinteresado afecto, mi presencia en él pudiendo facilitar en mucha parte el cobro de los crecidos atrasos que se me adeudan por la pensión que me señaló el primer congreso del Perú y que sólo las conmociones políticas y cuasi no interrumpidas de aquél país no ha permitido realizar; he aquí, señor ministro, las ventajas efectivas que me resultarían aceptando la misión con que se me honra; pero faltaría a mi deber si no manifestase igualmente que enrolado en la carrera militar desde la edad de 12 años, ni mi educación ni instrucción las creo propias para desempeñar con acierto un encargo de cuyo buen éxito puede depender la paz de nuestro suelo.  Si una buena voluntad, un vivo deseo del acierto y una lealtad la más pura fuesen sólo necesarias para el desempeño de tan honrosa misión, he aquí todo lo que yo podría ofrecer para servir a la república, pero S.E. el señor gobernador como yo, que estos buenos deseos no son suficientes.  Hay más, y este es el punto principal en que con sentimiento fundo mi renuncia. S.E. al confiarme tan alta misión tal vez ignoraba o no tuvo presente que después de mi regreso de Lima el primer congreso del Perú me nombró generalísimo de sus ejércitos señalándome al mismo tiempo una pensión vitalicia de 9.000 pesos anuales.  Esta circunstancia no puede menos que resentir mi delicadeza al pensar que tenía que representar los intereses de nuestra república ante un Estado a que soy deudor de favores tan generosos, y que no todos me supondrían con la moralidad necesaria a desempeñarla con lealtad y honor. Hay que añadir que no hubo un solo empleo en todo el territorio del Perú que ocupó el ejército libertador en el tiempo de mi mando, que no fuese quitado a los pocos afectos y reemplazados por hijos del país; esta circunstancia debe haberme hecho una masa de hombres reconocidos, lo que comprueba que a pesar de mi conocida oposición á todo mando no ha habido crisis en aquel Estado sin que muchos hombres influyentes de todos los partidos me hayan escrito exigiendo mi consentimiento para ponerse a la cabeza de aquélla república. Con estos antecedentes  ¿cuál y que crítica no debería ser mi posición el Lima? ¿cuántos no tardarían de hacerme un instrumento ajeno a mi misión y en oposición a mis principios? En vano yo opondría á este proceder una conducta firme é irreprochable; me sucedería lo que a mi llegada a Mendoza en el año 23, que los enemigos de la administración de Buenos Aires en aquélla época me representaban como el principal agente de la oposición a pesar de la distancia que me separaba de la capital, y de la conducta la más imparcial. He aquí, señor ministro, las fundadas razones en que por primera vez y con sentimiento mío me veo obligado a no prestar mis servicios a la república y que espero se servirá V.S. elevarlas al conocimiento de S.E. el señor gobernador protestándole al mismo tiempo mi más vivo y sincero reconocimiento á la alta confianza que ha dispensado.
Dios guarde a V.S. muchos años.
                                                                                                                               José de San Martín
Obra citada, pág. 129.
El ministro Arana contesta a San Martín en nombre del gobernador de la Confederación Argentina y al respetar su decisión lamenta su renuncia, la que es aceptada por Rosas a mérito de las razones que la informan:
¡Viva la Federación!
El ministro de R.E. del gobierno de Buenos Aires y encargado de las que corresponden a la Confederación Argentina.
                                                      Buenos Aires, enero 16 de 1840 año 31 de la Libertad,
                                                          25 de la Independencia y 11 de la Confederación Argentina.
Al Brigadier General de la Confederación Argentina don José de San Martín
El infrascripto ha elevado al Exmo. Sr. Gobernador y Capitán General de la Provincia, la apreciable nota de V.E. de fecha 30 de octubre último, en que manifestando el vivo reconocimiento que ha excitado en V.S. la prueba de alta confianza con que lo ha honrado S.E. nombrándolo ministro plenipotenciario de la República cerca del Gobierno del Perú, y las consideraciones de ventajas personales que le resultarían de entrar al desempeño de aquella misión, encuentra otras que le impiden aceptarla, significando, que si una buena voluntad, un vivo deseo de acierto y una lealtad, la más pura, fuesen necesarias para aquel desempeño, sería cuanto podía ofrecer V.S. en servicio de esta República.
            S.E. el señor Gobernador, por cuya orden contesta el infrascripto, ha valorado debidamente los fundamentos de la renuncia de V.S. causados por circunstancias especiales que tan honorablemente formaron en el Perú los distinguidos y relevantes servicios que V.E. prestó a la libertad e independencia de aquella República, y con gran pesar se ve en el deber de admitir la renuncia que V.S. hace del alto cargo que S.E. encomendó a su elevado saber y acreditado patriotismo teniendo en vista los importantísimos bienes que de tan acertada elección resultaban a ambas repúblicas y á las demás del continente americano.
            Últimamente ha ordenado S.E. al infrascripto, manifieste á V.S. que al paso que siente intensamente que no se hayan conseguido los vitales objetivos que se propuso en el nombramiento de V.S. para su ministro plenipotenciario de la  República del Perú, se ha complacido en observar y aceptar con la más grata complacencia la buena voluntad, el vivo deseo de acierto y la lealtad más pura con que V.S. se ofrece en servicio de la Confederación Argentina, que con orgullo lo cuenta entre sus hijos predilectos.
            Dios guarde a V.S.
                                                                                              Felipe Arana
Obra citada, pág. 131

Por su parte, Rosas le escribe a San Martín, confidencialmente, la siguiente carta:
                                                                                 Buenos Aires, febrero 24 de 1840
Mi apreciado general.
            Sin embargo de la fuerza de las observaciones de usted, oficialmente para no admitir la misión acerca del gobierno del Perú, fuerza que no he podido menos que reconocer, hubiera deseado que no existiera inconveniente alguno, porque estoy seguro de que usted habría llenado su destino con harto provecho para su patria y para su nombre.
            A la verdad, sorprende como dice en su estimada de fecha 10 de junio del año próximo anterior, el que no se haya levantado una sola voz en las Cámaras de Francia, para pedir razón a su gobierno del escandaloso abuso de poder contra la República naciente. Nuestro buen derecho ha tenido defensores ardientes tanto en América como en Europa, pero no es creíble que, si las Cámaras hubieran conocido por la correspondencia oficial que antecedió al bloqueo, las verdaderas causas que han producido el rompimiento, hubieran dejado de confesar que la inmaturidad del agente francés en Buenos Aires y la influencia maligna ejercida sobre él por los enemigos de mi administración han llevado las cosas al estado en que se hallan. Por lo demás yo he creído mi primer deber de evitar la humillación de mi país y he tenido la fortuna de dejar un antecedente que no será estéril para la conservación de la independencia y dignidad de la República.
            Acepto con placer la buena y noble voluntad de usted en favor de nuestra patria y no desconfío de que todavía pueda recibir de usted servicios importantes. Mientras tanto se le ofrece sinceramente.
            Su afectuoso compatriota.
                                                                                    Juan Manuel de Rosas  
Antonio Zinny,  La Gaceta Mercantil de Buenos Aires. Tomo II, pág. 377























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