sábado, 1 de agosto de 2009

BARTOLOMÉ MITRE EN LA ESTANCIA DE GERVASIO ORTIZ DE ROZAS

Bartolomé Mitre.


Por Sandro Olaza Pallero




“El caballerito no sirve para nada, porque en cuanto ve una sombrita se baja del caballo y se pone a leer”. Así decía la carta que Gervasio Ortiz de Rozas envió a Ambrosio Mitre.
El “caballerito” se llamaba Bartolomé Mitre, tenía 10 años de edad y había sido confiado por su padre, Ambrosio, a Gervasio para que le enseñara a trabajar en las faenas del campo, allá, en la inmensa estancia del “Rincón de López” donde terminaba la civilización y empezaba la pampa. Aquel niño delgaducho, de ojos glaucos y precozmente melancólico, no había nacido para vivir entre gauchos rústicos, casi primitivos, incapaces de comprender para qué se lee.
José M. Niño dijo que el padre de Mitre, deseaba que su hijo siguiera: “la mejor carrera que en esa época podía presentarse a un joven, augurando desde el primer momento, si era persistente en el empeño, un porvenir lucrativo; me refiero a la carrera de estanciero…Esto sucedía allá por el año de mil ochocientos treinta y uno, que aunque ya no eran tiempos coloniales habían quedado casi intactas las costumbres andaluzas semiárabes, y el orgullo ibérico transplantado en las familias de origen español. El joven Mitre era un adolescente de carácter grave y enérgico, resuelto y tenaz en sus propósitos, y desde muy temprano demostró siempre una tendencia inmoderada a ilustrar su espíritu: su afición a las letras le hacía olvidar toda cualquier otra obligación, vislumbrándose en esta aspiración constante en el apuesto doncel, el esbozo de un hombre que sería superior en inteligencia, a ese centro de semibárbaros donde iba a actuar como un ser inferior, digno de lástima, casi despreciable”.
El establecimiento de Gervasio Ortiz de Rozas se hallaba en la Loma de Gongara o Góngora –según Bernardo Gonzalez Arrilli- “y allí, bajo la protección ruda de este rígido patrón, que al mismo tiempo era un hombre de alguna instrucción que cultivaba en su pequeña biblioteca, es que fue sometido nuestro protagonista al duro y cruel adiestramiento de las labores campestres de esa época; y aunque es verdad, que para estimular con el agrado su situación, don Gervasio le prestaba libros, en cambio le hacía sentirse todo ese peso de esa vida campestre, sometiéndolo a los trabajos más rudos con el propósito de reconstruir su físico, en un enrejado de músculos de acero. Así, no hubo ejercicio, forzado o violento, al que no fuese condenado el neófito, ya levantando corrales con palos de ñandubay, zanjando quintas, plantando árboles, y otras faenas de a pie y de a caballo que eran extremadas para un niño de esa edad, que había salido del lado de sus padres con todos los mimos materiales del hijo predilecto”.Afirma González Arrilli que Gervasio le decía a Mitre: “-Pero muchacho, ¿qué estás leyendo aura?... ¡Andá a descansar!... –ordenaba don Gervasio. Lo reprende diez veces, y sus sermones y rezongos no valen de nada”.Adolfo Mitre -bisnieto del general e integrante destacado de la redacción de La Nación-, señaló que su bisabuelo “conoció también su pubertad el rigor implacable de las estancias de los Rosas, y el propio Juan Manuel lo condujo a través del Salado embravecido, como si la historia quisiera salvar a la grupa del tirano al que sería uno de los libertadores”.
Según Mario César Gras, Mitre fue salvado por Juan Manuel de Rosas, basándose en un relato que escuchó a Juan Manuel Ortiz de Rozas, quien a su vez oyó esta versión de Juan Ángel Fariní, médico de Emilio Mitre: "En cierta ocasión en que Fariní había concurrido a la casa de la calle San Martín para visitar como médico al ingeniero Emilio Mitre que se encontraba delicado, encontró al general [Mitre], como era frecuente, al lado del lecho del hijo enfermo...En cierto momento, el huésped advirtió una preciosa miniatura con el retrato de Rosas, colocado sobre un mueble en sitio preferente y muy cerca de la mesa de trabajo del general (la miniatura se encuentra actualmente en el mismo sitio). -¿Y esta miniatura? -exclamó Fariní, sorprendido, acercándose a ella. -¡Don Juan Manuel! -explicó Mitre que se había detenido y agregó sonriendo, halagado por la curiosidad del visitante-: ¿Le extraña? -No es para menos. ¡Un retrato de Rosas en su casa! -replicó Fariní, sin salir de su estupor. -¿No sabe V. que yo debo la vida a don Juan Manuel? -añadió entonces Mitre, con amable ironía. -¡Cómo así? -preguntó Fariní, cada vez más perplejo. -Le explicaré -agregó el dueño de casa-. Cuando yo era niño y viví en la estancia de Gervasio, a cuyo lado me crié, éste me envió, cierta vez, por alguna diligencia a una estancia vecina ubicada en la margen opuesta del Salado. Había llovido bastante y el río estaba algo crecido. Yo no era baqueano en los pasos y buscaba el más aparente para vadearlo y ya iba a intentarlo por donde mejor me pareció, cuando surgió de improviso un jinete muy apuesto y muy bien aperado que me gritó: -Chiquilín, ¿qué vas a hacer? -Voy a pasar el río, señor... -Por ahí no, criatura; te vas a ahogar -y agregó imperativo, dando espuelas a su caballo- : ¡Sígueme! -Yo le obedecí y anduvimos silenciosamente varias cuadras, costeando el río hasta que, deteniéndose en determinado paraje, me dijo: -Este es el vado más seguro. Agárrate bien de las crines de tu caballo y andá tranquilo, pero fíjate bien para no errarle en el regreso. -Gracias, señor -le respondí. -¿Y cómo te llamás? -me preguntó entonces el providencial personaje. -Bartolomé Mitre, señor -repliqué. -¿De dónde eres?-De lo de don Gervasio Rozas, señor. -Ajá. Decile a Gervasio que dice su hermano Juan Manuel que no sea bárbaro, que no se envía a una criatura como vos a cruzar el Salado crecido sin mandarlo a la muerte. ¡Y dale recuerdos míos! -Con este antecedente, imagínese, mi querido Fariní -terminó Mitre-, que tengo razón para tener la efigie de Rosas en mi escritorio, debiendo advertirle que esa ha sido la única vez que he visto personalmente al terrible don Juan Manuel, contra quien debí escribir tanto después".




Bibliografía:


CORREAS, Edmundo, “Personalidad moral e intelectual de Mitre”, en Investigaciones y Ensayos n° 11, Academia Nacional de la Historia, Buenos Aires, Julio-Diciembre 1971.
GONZÁLEZ ARRILLI, Bernardo, Historia de la Argentina según la biografía de sus hombres y mujeres, Nobis, Buenos Aires, 1966.
GRAS, Mario César, Rosas y Urquiza. Sus relaciones después de Caseros, Edición del autor, Buenos Aires, 1948.
MITRE, Adolfo, Mitre en estampas, Emecé, Buenos Aires, 1944.
NIÑO, José M., Mitre su vida íntima, histórica, hechos, reminiscencias, episodios y anécdotas militares y civiles, Imprenta y Casa Editora de Ad. Grau, Buenos Aires, 1906.




Gervasio Ortiz de Rozas.
Bartolomé Mitre.

2 comentarios:

  1. Quisiera saber dónde estaba ubicada físicamente la estancia de Gervasio Ortiz de Rozas
    Gracias

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  2. en el partido de castelli provincia de buenos aires sobre la ruta 11

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