sábado, 26 de noviembre de 2016

LA OTRA VUELTA DE OBLIGADO

Lucio Norberto Mansilla.


Por David Rock*



El prestigioso historiador británico David Rock, profesor de la Universidad de California, quiso intervenir en la polémica que en esta misma página sostuvieron Pacho O'Donnell y Luis Alberto Romero sobre la Vuelta de Obligado y la visión oficial del nacionalismo argentino.

Como inglés nativo, no veo la década que siguió a 1840, al decir de Churchill, como nuestra hora más gloriosa o " finest hour". En el colegio, a esa década la llamábamos "los años cuarenta hambrientos", no sólo por la catastrófica hambruna irlandesa, sino por la prolongada recesión económica que perjudicó seriamente las vidas de los obreros británicos. Las presiones económicas internas provocaron varias aventuras imperialistas en el exterior, entre otras, las guerras infames del opio contra el imperio chino y la intervención de 1845 en el Río de la Plata. Sólo cerca de 25 miembros de las tropas francesas e inglesas murieron en el conflicto de la Vuelta de Obligado, un acontecimiento casi olvidado en Francia y Gran Bretaña. Las pérdidas argentinas fueron mucho mayores: posiblemente hubo hasta mil muertos. La "batalla" recuerda los episodios imperialistas típicos en la India o en África, en los cuales por cada muerto europeo perecieron cincuenta nativos. Pacho O'Donnell define el incidente como "una de las mayores epopeyas militares de nuestra historia". Si eso fuera verdad, la República Argentina habría tenido una existencia casi idílica. Ojalá la historia británica hubiera sido la misma. En Gran Bretaña, el lenguaje de O'Donnell se aplicaría a acontecimientos como el primer día de la Batalla del Somme, el 1° de julio de 1916, cuando sesenta mil soldados ingleses cayeron en los primeros treinta minutos del enfrentamiento, ante las ametralladoras alemanas. A pesar de su lenguaje exagerado, el artículo de O'Donnell tiene un cierto contenido analítico. Enfatiza, correctamente, la importancia de los barcos de vapor en el conflicto de 1845. Lord Palmerston veía al río Paraná como un sitio ideal para probar los barcos de vapor como máquinas bélicas. Los constructores de este tipo de buques en Inglaterra querían aumentar su producción si aparecían los mercados compradores. Algunos comerciantes de Liverpool soñaron con convertir al gran río (que creían conectado directamente al río Amazonas, a través de las junglas brasileñas) en un segundo Mississippi. Como señala O'Donnell, algunos comerciantes británicos concibieron el plan de redefinir el mapa político de la región del Plata, reduciendo el territorio de la Confederación Argentina y aumentando el de la República del Uruguay. La batalla de la Vuelta de Obligado resultó una derrota para Rosas, aunque posteriormente él pudo reclamar una victoria estratégica, cuando los británicos abandonaron su acción bélica y volvieron a la diplomacia. Estos evitaron cualquier medida violenta en la construcción de su imperio de negocios en la Argentina. Aunque no discrepo totalmente con O'Donnell, comparto la crítica de Romero de su versión de romanticismo histórico. Nadie debe olvidarse del papel de la demagogia revisionista en la tragedia argentina de los años 70 del siglo pasado. Romero resume bien las opiniones de muchos historiadores distinguidos y confiables. Sin embargo, tanto él como O'Donnell no mencionan varios aspectos de la intervención de 1845 que son cruciales para su mejor comprensión. Bien conocido, por ejemplo, es el largo esfuerzo de Rosas por controlar la Banda Oriental; estos conflictos marcaron la continuación de la competencia entre Buenos Aires y Montevideo para dominar el comercio del Río de la Plata, que había empezado en el período colonial. El conflicto tipificó esta época de la historia latinoamericana después de la independencia. Los caudillos y los Estados-ciudades luchaban por la hegemonía de una manera más parecida a las guerras de la Grecia Antigua o la Italia del Renacimiento que a las luchas nacionales-populares europeas durante las revoluciones de 1848. Ni O'Donnell ni Romero enfrentan los antecedentes de la participación de Francia y Gran Bretaña en el conflicto de 1845. Los franceses estaban concentrados en Montevideo; se opusieron a Rosas porque él les aplicó políticas discriminatorias; pasaron todo el período de Luis Felipe (1830-1848) tratando de derrocarlo. Bien distinto de la invasión de México durante el régimen siguiente de Napoleón III, los orleanistas trabajaron contra Rosas a través de bloqueos y socios locales como el general Juan Galo Lavalle. Los franceses nunca quisieron lanzar una invasión en tierra con tropas europeas, pues temieron que esto resultara un desastre costoso. A diferencia de los franceses, los británicos habían establecido una presencia en ambas bandas del Río de la Plata. Buenos Aires atrajo a los británicos porque ofrecía acceso a mayores mercados y a productos vacunos de exportación. Por su parte, Montevideo tenía un puerto más caudaloso que Buenos Aires, y más cerca del Atlántico; además, sus autoridades solían demostrar más voluntad de cooperar con los comerciantes británicos. En 1845, los comerciantes británicos de Montevideo convencieron a sus socios en Liverpool de montar una campaña bélica contra Rosas. Argumentaron que Montevideo pronto podría convertirse en la base de un nuevo comercio muy apreciable hacia el interior sudamericano, a través del Paraná. Para cumplir este plan, era necesario eliminar la oposición de Rosas. Los propagandistas siempre escondieron su verdadera razón: una acción contra Rosas por un bloqueo a Buenos Aires les daría el monopolio sobre el comercio existente en el Río de la Plata. El conflicto de 1845 significó una lucha entre grupos de políticos y comerciantes en competencia por la hegemonía comercial. Marcó una nueva etapa en la larga pelea entre Buenos Aires y Montevideo por la supremacía en el Río de la Plata. Samuel Lafone merece una mención destacada en los anales del imperialismo victoriano. El lanzó la visión del comercio a vapor entre Montevideo y el alto Paraná; concibió el plan de redefinir las fronteras entre la Argentina y Uruguay a beneficio del segundo; en los años 50, gestó el desarrollo de las islas Malvinas, desde Montevideo. En 1845, Lafone convenció a William Ouseley, el enviado diplomático de Aberdeen, de enviar la expedición naval, junto con los franceses, por el Paraná y emprender el ataque a las tropas rosistas en la Vuelta de Obligado. A pesar de su triunfo militar, los británicos sacaron escaso provecho de su agresiva aventura, porque las oportunidades comerciales de la región del Paraná y del Paraguay fueron casi nulas. Aberdeen había ordenado a su enviado utilizar la fuerza como último resorte y pronto condenó la entrada forzada al Paraná. Rápidamente, la opinión pública inglesa se dio cuenta de que la intervención contra Rosas producía grandes ganancias para los comerciantes de Montevideo, pero provocaba el descenso del comercio británico. La oposición creció a tal punto que a principios de 1846 los británicos abandonaban toda su anterior estrategia. Como ocurrió repetidas veces en el siglo XIX, el imperialismo británico se formó menos como resultado de una política gestada en Londres que por las acciones de los agentes comerciales locales o " men on the spot ", en este caso, Lafone y Ouseley. "No somos ni Argelia ni la India", declaró gallardamente Rosas, cuando las fuerzas británicas se habían retirado. A pesar de su oposición a la intervención, el gobernador aceptó plenamente la idea de una asociación comercial con los europeos. En 1847, el diario pro rosista escrito en inglés en Buenos Aires, The British Packet , publicó un manifiesto sosteniendo que una relación con Gran Bretaña que hoy llamaríamos "imperialismo informal" sería provechosa para ambas partes. El diario llamó a los británicos a enviar obreros y granjeros a Buenos Aires, que se dedicarían al comercio y al sector rural. De haber venido, los británicos hubieran gozado, según el diario, de "todos los beneficios de una colonia sin costo ni responsabilidad". Los rosistas también proponían el tipo de relación con Gran Bretaña que de hecho se materializó hacia fines del siglo XIX. Lo que hoy los revisionistas condenan como "la oligarquía antinacional o entreguista" asociada con los británicos? ¡incluiría a Rosas mismo! Obviamente, lo propuesto por Rosas tuvo el apoyo de los británicos establecidos en Buenos Aires. Ellos peticionaron al Foreign Office que se abandonara la intervención militar y rehusaron el consejo de Ouseley de salir de Buenos Aires. Todos se mantuvieron leales a Rosas y defensores de la soberanía provincial. Conozco a un solo entusiasta de una hipotética conquista militar británica de Buenos Aires. Irónicamente, un irlandés. En 1845-1847, Antonio Fahy, un cura empobrecido y recién llegado, pidió un subsidio del gobierno británico anunciando su voluntad de actuar como un líder colonial, sobre la base de su prestigio dentro de la comunidad irlandesa de Buenos Aires. Una narrativa acertada de los sucesos de 1840 en el Río de la Plata subraya lo anacrónico de la terminología empleada por O'Donnell: "democracia popular", "soberanía nacional" y "nacionalismo", por ejemplo. La batalla de la Vuelta de Obligado fue una masacre de "nativos" típica de su tiempo. Más que un arquetipo del nacionalismo popular, Rosas era un dictador de un Estado-ciudad que, a la vez que supo defender su propio territorio, también deseó siempre una relación cercana y provechosa con los países imperialistas. Como nota Romero, aquellos años pertenecieron a la época prenacional y prenacionalista de la Argentina. Los intelectuales liberales preclaros, como Alberdi y Sarmiento, soñaban con una república consolidada que emulara la pujanza democrática y republicana de Estados Unidos. Pero en aquella época sus proyectos todavía se hallaban muy lejos del imaginario de la masa popular.
*El autor, historiador británico, es especialista en historia política argentina.
Fuente:
La Nación, Buenos Aires, Lunes 06/12/2010
http://www.lanacion.com.ar/1331065-la-otra-vuelta-de-obligado   

domingo, 6 de noviembre de 2016

CONGRESO INTERNACIONAL DE ABOGACÍA PÚBLICA: "HACIA LA RECUPERACIÓN DE LA CALIDAD INSTITUCIONAL"



CONGRESO INTERNACIONAL DE ABOGACÍA PÚBLICA – PROGRAMA TENTATIVO


FECHA: MIÉRCOLES 23 Y JUEVES 24, DE NOVIEMBRE DE 2016.
LUGAR: HOTEL PANAMERICANO.

TÍTULO:

HACIA LA RECUPERACIÓN
DE LA CALIDAD INSTITUCIONAL
Bicentenario de la Declaración de la Independencia

PROGRAMA:


MIÉRCOLES 23/11/16

08.30 – 10.00 hs.: ACREDITACIONES – PRIMER COFFEE

10.00 – 11.00 hs.: APERTURA

11.00 – 12.00 PRIMER PANEL: MODERNIZACIÓN Y EFICACIA EN LA GESTIÓN ESTATAL
-          Justicia2020
-          Modernización en la gestión administrativa
-          Capacitación técnico-profesional

12.00 hs. – 13.00 hs. SEGUNDO PANEL: FUNCIONES DEL ESTADO EN EL PANORAMA INTERNACIONAL

13.00 a 14.30 hs. ALMUERZO

14.30: REINICIO

14.30 hs. a 16.30 hs. TERCER PANEL: PARTICIPACIÓN CIUDADANA Y ÉTICA PÚBLICA
-          Acceso a la Información y otras técnicas de participación.
-          Transparencia en el sector público. Recupero de activos.

16.30 – 17.00 hs.: SEGUNDO COFFEE

17.00 – 18.00 hs.: “LIVING”: “Los abogados en la construcción del Estado” Dres.  María Sáenz Quesada, Luis Alberto Romero y Sandro Olaza Pallero.

20.30 hs. – CENA

JUEVES 24/11/16

8.30 – 9.30 hs.: TERCER COFFEE

9.30 – 11.00 hs.: CUARTO PANEL: DESARROLLO ECONÓMICO Y SEGURIDAD JURÍDICA
-          Asociación público-privada. El nuevo der. adm como mixtura de derecho público y privado.
-          Tratados bilaterales de inversión extranjera.

11.00 – 13.00 hs.: QUINTO PANEL: NUEVOS ROLES EN LA ABOGACÍA PÚBLICA
-          La abogacía estatal.
-          La Procuración del Tesoro de la Nación y el Cuerpo de Abogados del Estado.

13.00 – 14.30 hs.: ALMUERZO

14.30 – 16.30 hs.: SEXTO PANEL: NUEVOS DESAFÍOS NORMATIVOS
-          Desarrollos en el derecho público local (Provincia de Buenos Aires y CABA)
-          Perspectivas sobre el Derecho Administrativo

16.30 – 17.00 hs.: CUARTO COFFEE

17.00 – 18.00 hs.: SÉPTIMO PANEL: PERIODISMO Y CALIDAD INSTITUCIONAL
-          “Living”: Periodistas-abogados sobre la calidad institucional.

18.00 hs.: CIERRE
-          Discurso de cierre


18.15 – 19.00 hs.: ENTREGA DE CERTIFICADOS

miércoles, 21 de septiembre de 2016

PERONISMO, LA EMULACIÓN DEL FASCISMO


Juan Domingo Perón y Carlos Ibáñez del Campo en el desfile del 9 de julio de 1949.


Benito Mussolini.


El peronismo tuvo, como se sabe, orígenes fascistas. Fascista fue la revolución militar de 1943 de la que emergió a la política nacional. La concepción de Benito Mussolini de que es un movimiento y no un partido lo que está en la esencia del fascismo penetró en las bases teóricas y prácticas sobre las que se asentó el primer gobierno del general Juan Perón. Si no se quisiera menear la política del cachiporrazo, a la que fueron tan adictos los elementos de choque del nacionalismo peronista de los días iniciales, podría invocarse en su defecto el calco existente entre la legislación argentina de entidades gremiales, de 1945, y la famosa Carta del Lavoro (1927), que la precedió en Italia. Los primeros fueron los tiempos del fascismo de derecha, el que se cultivó aquí en medio de la ambigüedad que la prudencia recomendaba frente a los malos augurios bélicos que perseguían como sombra al eje formado entre Berlín y Roma. La subversión y el terrorismo que despuntaron a fines de los años 60 a sangre y fuego con los asesinatos de dirigentes sindicales como Augusto Vandor y José Alonso y del ex presidente militar Pedro E. Aramburu abrieron en la Argentina el turno de un peronismo de nueva generación, travestido en fascismo de izquierda. Uno de sus más enconados enemigos fue el otro fascismo, el de derecha, atrincherado en filas parapoliciales con el nombre de la Triple A. Ninguna de esas expresiones de criminalidad política fue mejor, ni podía serlo, que el respectivo reverso. Los iguales no son distintos: la nota dominante de ambos fascismos locales estuvo en la apelación a la fuerza, no a las ideas o al debate, para doblegar contrincantes o para imponer supremacías. El fascismo nació al cabo de la Primera Guerra Mundial como una extraña facturación de nacionalismo tribal y socialismo antimarxista. Así lo definieron, en la década del 30, intelectuales como Gentile, Primo de Rivera, Mosley, Degüelle y La Rochelle. Mussolini había militado en el Partido Socialista italiano hasta 1914. Rompió por diferencias insalvables entre un partido de tibios y él, que se consideraba "el más tenaz creyente en la guerra". Con ese precedente nació el fascismo. Respuesta siniestra de una Italia decepcionada por haber estado entre los países victoriosos en la guerra de 1914-1918 y haber perdido, sin embargo, en la mesa de negociaciones diplomáticas lo que pedía para estabilizar las fronteras entre los Alpes y el Adriático y consumar la anexión, entre otros territorios, de la Dalmacia que sería parte de la nueva Yugoslavia. Nadie podría decir que la política exterior del peronismo, ni antes ni ahora, ha sido más clara y precisa que aquella de Mussolini. Tampoco ha sido diferente en orden a algunas cuestiones de política interna, como esa comunión de métodos para resolver con intemperancia, y hasta con manipulación desenfadada, las controversias naturales en la marcha de un gobierno. Se puede trazar, en ese sentido, una larga lista de temas de viva actualidad, imputables al ala gobernante del peronismo, en la que nidifican sus más persistentes complejos y arrogancias. Las manifestaciones de prepotencia reiterada del secretario de Comercio, sin que la Presidenta lo ponga en quicio. La falsificación abierta de cifras y estadísticas oficiales. Los ataques constantes a la prensa ajena a los dictados oficialistas. La regulación de los contenidos de los medios de comunicación, cuya genealogía se remonta al decreto 23.408 de la dictadura de 1943 y, de allí, al código mussoliniano sobre radiodifusión, de 1924. Los enfrentamientos con el agro y el dictado de medidas para perjudicarlo. La sobreactuación institucional de los gremios afines a la Casa Rosada. El exagerado culto de la personalidad y la sumisión de legisladores y gobernadores a lo que dispone el poder central. El abuso del poder de policía administrativo. El tendido de redes clientelares a través de favores prebendarios. La persecución de figuras independientes u opositoras a través del aparato de inteligencia del Estado. La exaltación de las corporaciones en detrimento de los partidos políticos. El avasallamiento de poderes independientes, sobre todo el Judicial. El alineamiento con regímenes autoritarios como el de Hugo Chávez. El fascismo luchó, es cierto, contra el marxismo, pero con aun mayor convicción y aptitudes naturales lo hizo contra el liberalismo. Por haber sido profundamente intervencionista y corporativista, postuló que las libertades individuales se deben ejercer sólo dentro de las pautas determinadas por el Estado omnipotente, encarnado en un liderazgo infalible. En el campo de esa interpretación de fenómenos sociales y políticos, no hay lugar para una genuina libertad de prensa, sino para un periodismo genuflexo y complaciente. Por lo que se observa de éste, su funcionamiento deficitario cuesta ingentes sumas al erario. Pero qué importa, si pagan los contribuyentes.
Fuente:
“Editorial”, en La Nación, Buenos Aires, 13 de febrero de 2011.

sábado, 13 de agosto de 2016

A 200 AÑOS DE LA INDEPENDENCIA DE UNA NACIÓN FORJADA DESDE SANTIAGO DEL ESTERO





                                                                                   Por Hebe Luz Ávila


        En mis reflexiones sobre el Bicentenario de 1810, decía en el Suplemento de los 112 años de El Liberal: “Pasó el Bicentenario y no alcanzó nuestra prédica para hacer saber al país que aquí, en Santiago del Estero, nació la patria. Que ésta no surgió de pronto en el cabildo de Buenos Aires, un 25 de mayo de 1810, por decisión de un puñado de criollos y españoles que no sólo no estaban decididos a independizarse de España sino que formaron una Junta provisional Gubernativa “a nombre del Señor Don Fernando VII”. La nación que en este 2010 celebró su Bicentenario no se sintió – porque no se supo- hija y deudora de esta bien llamada Madre de ciudades, primera sede episcopal, donde germinara el primer grano de trigo, y desde donde salieron hombres y bastimentos para la fundación definitiva de aquella otra ciudad, centro de los festejos sobre su Avenida 9 de Julio”.
Sin embargo, ante este otro festejo de un Bicentenario que me parece más trascendente, insisto en ubicarme en este lugar de nacimiento de lo que hoy es nuestro país. Y por eso voy a recordar algunas de las acciones que conforman los cimientos de la futura Nación desde nuestro Santiago del Estero.[1]
Las primeras entradas de los conquistadores españoles – como la de Diego de Rojas en 1543-  van prefigurando el inminente nacimiento, hasta la creación de la primera ciudad que perdure. De allí saldrán luego los fundadores y los recursos para  la creación de otros pueblos y se establecerán las instituciones fundamentales para constituir lo que luego devendrá en  una nueva nación. Y será la Ciudad de Barco la primera de lo que es hoy la República Argentina, fundada el 29 de junio de 1550 por el Capitán Juan Núñez de Prado y asentada definitivamente el 25 de julio de 1553, cuando Francisco de Aguirre la traslade con el nombre de Santiago del Estero.


            Queremos aclarar al respecto que mucho antes, en el año 1536, don Pedro de Mendoza fundó el Real de Buenos Aires, pero se trataba solamente de un real, es decir un fuerte, un reducto, pues no tenía facultades para instaurar una ciudad. Por tal motivo, en 1541 Martínez de Irala mandó a asentar el campamento de Buenos Aires y lo trasladó al Fuerte de la Asunción, instalado por Salazar de Espinoza en 1537 y, en uso de sus facultades,  fundó sobre ese fuerte la ciudad de Nuestra Señora de la Asunción, en territorio que hoy corresponde al vecino país de Paraguay.
Esta primera ciudad de Santiago del Estero es parte muy importante de un plan que el Licenciado La Gasca, gobernante del Perú, le encomendara a Núñez de Prado, pues debía explorar la región del Tucma o Tucumán y “en la parte y sitio que os pareciere más conveniente para poblar, pobléis un pueblo y desde él procuraréis de traer en paz (...) a todos los caciques principales e indios de las dichas provincias y sus comarcas.”2
Para reforzar nuestros argumentos de ciudad origen del país, destaquemos que esta fundación de 1550 contó con todas las prescripciones de la juridicidad hispánica, por lo que inmediatamente quedó constituido el cabildo, se establecieron los habitantes y comenzaron a labrar las primeras huertas.
Considerada con justicia “Madre de ciudades”,  con su epopeya fundadora llevó a cabo el poblamiento y colonización de gran parte del extenso territorio nacional, no solo cubriendo lo que se consideraban espacios vacíos,  sino cumpliendo cabalmente con la misión civilizadora y evangelizadora. Tucumán (1565), Córdoba (1573), Salta (1582), La Rioja (1591), Jujuy (1593), Catamarca (1683) – menos de la mitad de las ciudades fundadas a costas de los primeros santiagueños- son las que hoy permanecen y conforman el fundamento inicial de la patria.
Recordemos brevemente que esta primera ciudad, muy pronto capital de la gobernación del Tucumán,  no solo antecede en varios años a las que hoy subsisten, sino que resulta “la primera entidad política, institucional, religiosa y cultural que tuvo la Argentina actual”3. En Santiago del Estero se fundaron las primeras instituciones que fueron conformando la nación en ciernes:
-      La primera evangelización: Desde la primera entrada de Diego de Rojas en 1543, los dos sacerdotes que componían la expedición  celebran numerosos oficios religiosos. Cuando diez años después se funda  la ciudad definitiva, se establecen   las  primeras órdenes religiosas, con su consiguiente labor misional y educativa. Francisco Solano, el primer santo de América, hizo allí sus milagros, como complemento de su tarea de prédica y de apaciguar los espíritus de nativos y españoles.
-    Una economía que abarca desde la agricultura (el primer grano de trigo que se sembró con éxito en nuestro país fue en esta madre de ciudades en 1556), propiciada por la Acequia Real – a su vez la primera obra hidráulica en territorio patrio4, construida inmediatamente después de la fundación de la ciudad-, hasta la industria y el comercio exterior.5
-     En 1586 se erige la primera escuela del país  a cargo de la Compañía de Jesús, para que pudieran “ser criados los mancebos en ciencia, virtud y letras”  y en 1611 el Colegio Seminario de Ciencias Morales, primera institución de estudios superiores, base de la posterior Universidad de Córdoba.
-      La primera institución política, la Gobernación del Tucumán, Juríes y Diaguitas,  se crea por Cédula Real en 1563, cuya capital es Santiago del Estero (Cuando treinta años después, en 1593, se constituya la Gobernación del Río de la Plata y Paraguay, se completará la geografía política de lo que en el siglo XVI  se perfilaba como la Argentina).
-           El primer Obispado (1570), con su Catedral en esta ciudad, y el primer prelado del país, Francisco de Victoria, que cumpliera una labor clave en el ámbito eclesiástico, educativo y hasta en el político y comercial,  con sus dotes de estadista
-            El primer monumento jurídico, y el más avanzado antecedente de justicia social en nuestro territorio,  con las Ordenanzas del Visitador Francisco de Alfaro, dictadas en Santiago del Estero, en 1612.
-             La primera visión geopolítica, establecida desde este inicial centro político  puede sintetizarse en el poblamiento como expansión y defensa, la conformación de un corredor con centro en el interior (Gobernación del Tucumán), el afianzamiento de la producción y el comercio, y respaldado en estas concreciones, la creación del puerto en Buenos Aires, “el mirador del Tucumán sobre el Atlántico”6.  De esta manera se configura la organización inicial en cuanto a la economía y lo social del territorio a poblar, con centro en las proximidades del actual río Dulce, entonces llamado río del Estero.
Pero al instituirse en 1776 el Virreinato del Río de la Plata con capital en Buenos Aires, se cambia la geopolítica, al poner la centralidad en el puerto junto al Atlántico. Se inicia así el proceso hacia la constitución de un país agro-exportador que fue minando las economías provinciales.
Después vendría el enfrentamiento de unitarios y federales que culminaría en Caseros con el triunfo de porteños contra las provincias, a las que consideraban “los trece ranchos”, desconociendo – hasta nuestros días- todo aquel comienzo de esforzadas concreciones.

El trabajo y el esfuerzo de los primeros “santiagueños” cimentarán la futura Nación

Algo más de tres décadas han pasado desde la fundación de la ciudad de Santiago del Estero, y aparte del descomunal esfuerzo de fundar nuevas ciudades, poblarlas y dotarlas de los recursos y estructuras básicas para su defensa y funcionamiento, la capital del Tucumán  ha ido tomando la envergadura de “un inmenso taller que utilizaba sus recursos materiales para alcanzar un armónico desarrollo agrario-artesanal autosuficiente. De sus bosques se extraían más de 14.000 arrobas de miel y cera para luminarias, y maderas fuertes con los que se construían carretas, muebles y viviendas. Debido a la bondad del clima, su territorio servía para “la invernada de equinos, mulares y ganado de toda clase[7]”, que se traían a sus campos antes de venderse en las ferias de Salta y el Alto Perú. El algodón, considerado “la plata desta tierra” se empleaba en la confección de la ropa destinada para la población virreinal. Sus beneficios superaban los 100.000 pesos plata que incluían las industrias del añil y del tejido.
Sin embargo, cuando llegaron los españoles, la tierra no estaba improductiva. La visión de los campos sembrados de maíz y los algodonales fue la razón por la que Francisco de Aguirre denominara a la ciudad fundada "Santiago del Estero, Tierra de Promisión".
Debido a que los suelos estaban fértiles y protegidos por los bosques, se pudo desarrollar una economía agraria, pero también ganadera y de producción de manufacturas. No era solamente de subsistencia, puesto que, mediante el sistema de encomienda, los españoles conseguían excedentes de producción de los aborígenes, lo que llevó a comerciar con Potosí y a la vez obtener productos importados. Esto permitió que la vida en ese poblado precario, tan `a lo indio´, fuera españolizándose, pues sus chozas de barro y madera de los bosques nativos se iban “vistiendo por dentro con alfombras, tapices, espejos, cuadros e imágenes religiosas, arcones, instrumentos musicales, muebles, platería”.[8]
A este bienestar material se agregan – consecuentemente- las inquietudes culturales, que van desde la instalación de las primeras bibliotecas a partir de 1578, a la presencia  en estas tierras de tres poetas de reconocido prestigio. En efecto, Mateo Rojas de Oquendo llega acompañando al gobernador Ramírez de Velasco, participa de la fundación de La Rioja, en 1591, y es encomendero de indios en Santiago del Estero, donde escribe un poema hoy perdido titulado “El Famatina”, con una “descripción, conquista y allanamiento” de la región.  El otro es Martín del Barco Centenera, que participó como protagonista en la fundación de Jujuy (1561) y vivió un tiempo en Santiago del Estero (1581), cuyo extenso poema Argentina y Conquista del Río de la Plata y Tucumán y otros sucesos del Perú" es el primer antecedente del nombre de nuestro país, que él llama “el argentino reino”. El tercero será Ruy Díaz de Guzmán, considerado el primer escritor, narrador y cronista criollo nacido en el Río de la Plata, que entre 1606 y 1607 fue Tesorero de la Real Hacienda en Santiago del Estero, luego de participar en la fundación de la ciudad de Salta, en 1582. Coincidentemente, su poema que comprende una crónica de la conquista del Paraguay y del Río de la Plata,  se titula también La Argentina.
Por  lo anteriormente dicho, no sería descabellado suponer que también Argentina, el nombre poético de nuestro país, surgiera desde Santiago del Estero, pues serán estos dos últimos libros los que lo determinen.
A partir de 1580, con la fundación de Buenos Aires, los asentamientos hispanos irán conformando un arco entre el Alto Perú y el Río de la Plata. En el primero, Potosí con la explotación de sus minas de plata dominaba la economía de la región; en el último, se comerciaba y se recaudaba de la aduana (y del contrabando, agregamos). Serán las ciudades que permanecen en el medio las que produzcan y desarrollen industrias, lo que hará decir a Mariquita Sánchez de Thompson: “En las provincias había industrias; en Buenos Aires, ninguna.”[9]


Recordemos que los obrajes textiles establecidos por el Obispo Victoria lograron en  muy poco tiempo que su producción fuera una de las principales actividades económicas, tan cuantiosa que el primer cargamento que partió para su exportación al Brasil ocupaba treinta carretas. Llamados también obrajes de paños, pasaron a ser después de la conquista la forma productiva del territorio ocupado, como una variante del sistema de encomiendas, a manera de recompensa que se le otorgaba al conquistador, quien se comprometía a convertir al cristianismo a los aborígenes a su cargo. Allí, "en lugares sombríos, techados de ramas, cercados de muros de adobe, (...) fueron encerrados los indios e indias” dedicados al tejido, hilado y teñido de los paños de algodón. Verdaderas fábricas, que alrededor de 1585 abastecían a la colonia de ropa, calcetas, frazadas, sobrecamas, sombreros, cinchas,  aparejos y hasta trigo y maíz.


La tierra como soporte

            En todo proceso de construcción social de identidad, el territorio constituye una categoría central, en cuanto soporte material y a la vez entorno ambiental. Este marco y a la vez piso de sostén, es asociado a la madre tierra – la Pachamama- en las culturas originarias, al concebirse como un segundo seno que nutre, madre común de sus moradores. A la vez, el paisaje configura, de alguna forma, aspectos básicos de la cultura – recordemos su sentido etimológico de cultivar – local.
Desde un comienzo, los conquistadores debieron adaptarse a las características del territorio y aprender a valerse de la novedad que contenía. Así, muy pronto aprendieron a confeccionarse “zapatos de la tierra”, a valerse de las “ovejas de la tierra”, como llamaban a la llama,  a comercializar en la “moneda de la tierra”, que eran los textiles, confeccionados con el algodón, la “plata desta tierra” y a acostumbrase a convivir con los hijos mestizos que habían engendrado: los “mestizos de la tierra”, o más significativamente los “hijos de la tierra”. Y, literalmente, hicieron sus viviendas de tierra, al adoptar el adobe de los aborígenes, es decir el ladrillo de barro.
La tierra y todo lo que ella implica irá configurando una nueva identidad común, y aunque los primeros españoles sentían la falta de los elementos que conformaban el modo hispánico de vida, muy pronto las generaciones siguientes de mestizos y criollos –  consideraron que naturalmente formaban parte de ella. De esta manera, los nuevos santiagueños, mendocinos, sanjuaninos, tucumanos, cordobeses, santafesinos, bonaerenses,  salteños, correntinos,  riojanos, jujeños, puntanos, - por hacer referencia solo a las ciudades fundadas en los primeros cincuenta años-  sintieron su arraigo definitivo, empezaron a amar su terruño y a tratar de engrandecerlo.
Así lo demuestra la presentación que hiciera ante el cabildo de Córdoba la madre Clara de la Encarnación Tejeda, nieta de aquel infatigable Hernán Mejía Miraval que tratáramos en una nota anterior, y de la india María del Mancho:
“…la madre Clara de la Encarnación monja profesa del convento de monjas de Santa Catalina de Siena de esta ciudad de Córdoba, hija legítima del capitán Tristán de Tejeda, descubridor, conquistador y poblador de esta dicha ciudad, [ …,] parezco ante V. Sa. y digo que para mayor gloria, honra y servicio de Dios Nuestro Señor y de Su Santísima Encarnación y aumento de esta dicha ciudad de donde soy natural y criolla, nacida y criada en ella yo hice renunciación de toda mi herencia y patrimonio paterno y materno al tiempo que profesé para fundar un monasterio de monjas en esta dicha ciudad por la obligación que le tengo por ser como es mi patria y deseando su aumento y que se fuese ilustrando y ennobleciendo en semejantes obras de piedad y religión con que la Divina Magestad fuese más servida y alabada , [ …] y aunque he sido importunada del señor obispo de la provincia del Paraguay y del gobernador de ella y de los cabildos eclesiástico y civil de la ciudad de La Asunción de la dicha provincia para que en ella hiciese la dicha fundación, y me han ofrecido muy grande ayuda de sitio y estancias y ganados y otras comodidades, no he venido en ella por la afición que tengo a esta dicha ciudad por las razones dichas…”[10]

Su abuela había nacido en el territorio que luego fuera Santiago del Estero, su madre era primera generación mestiza y santiagueña por nacimiento. Ella, la madre Clara de la Encarnación pertenecía a la primera generación de cordobeses, ¡Y ya tenía sentimiento de patria, más de dos siglos antes de los Bicentenarios que festejamos!
Esfuerzos por la causa de la Patria
Proverbial fue siempre la prodigalidad de Santiago del Estero y sus habitantes, al punto que el Deán Gregorio Funes, en el mismo año de nuestra independencia, reconocía: “Podría esperarse siempre de la generosidad de sus habitantes, que aunque empobrecidos por las circunstancias calamitosas que atravesaron, podríase en cualquier momento contar con los
santiagueños, porque cuando se trataba de una causa de la Patria solían hacer esfuerzos superiores a su capacidad"[11]
Ya desde las primeras fundaciones llevadas a cabo por la Madre de Ciudades, ésta actuó con generosidad, pues entregó a la construcción de la Nación gran parte de sus habitantes –vidas y esfuerzos-, su producción agrícola y ganadera, alimentos para la caballería, maderas, armas, arados. Este es el caso - entre tantos otros- de la fundación de Córdoba, llevada a cabo por el gobernador de Santiago del Estero don Jerónimo Luis de Cabrera, en 1573, quien acarreó “cuarenta carretas cargadas de basamentos”.
Su ayuda fue constante y no solo se dirigió a las ciudades que fundara  como Madre de ciudades, sino que envió protección a Santa Fe y el fuerte de Sancti Spiritu, y hasta acudió en auxilio al puerto de Buenos ante el ataque de corsarios ingleses.
Durante toda la guerra de la Independencia, Santiago del Estero  fue un gran cuartel a cielo abierto. Si bien no se llevó a cabo ninguna batalla importante en su territorio, los ejércitos de San Martín y Belgrano y todos los que cruzaban por su territorio se abastecían de soldados y encontraban descanso y alimento en las postas, como las de Ambargasta, Ayuncha, Simbolar, Silípica, Manogasta, Jiménez, Vinará y hasta en la misma ciudad de Santiago del Estero. María Mercedes Tenti[12] nos señala que  “Generalmente estas postas estaban instaladas en estancias de propiedad de hacendados acaudalados, que contaban con lugares para alojar a los viajeros, albergar a los animales, y numeroso personal que atendía las tareas del servicio.”
Y por si no bastaran estos antecedentes de su inestimable aporte en la formación de lo que hoy es nuestra Nación, en nuestro ensayo “La identidad nacional comienza a tejerse en Santiago del Estero”, publicado en la RFCSE Nº 60 (pág. 20 a 27), demostramos que las primeras familias instaladas en la ciudad de Santiago del Estero, desde los años iniciales de su fundación, son las que darán origen decisivo a la población y los rasgos definitorios de  la identidad de este país que en estos días está celebrando el Bicentenario de su Independencia.





[1]  Gran parte de este texto está sacado del Ensayo inédito TEJER LA IDENTIDAD: LOS HILOS QUE CONFORMAN LA TRAMA, de Hebe Luz Ávila.
2 Piossek Prebisch, Teresa (2004). POBLAR UN PUEBLO: COMIENZO DEL POBLAMIENTO DE ARGENTINA EN 1550, Tucumán.
3 ALEN LASCANO, LUIS C. (2006). LOS ORÍGENES DE SANTIAGO DEL ESTERO. Santiago del Estero: Marcos Vizoso Ediciones, 7.
4 DÍAZ DE RAED, SARA.La Acequia Real”. En Revista de la Fundación Cultural Santiago del Estero, consultado en http://www.fundacioncultural.org/revista/nota4_08.html  el 10-10-09.
5 El 2 de septiembre se instituye como Día de la Industria en la Argentina, pues ese día, en  1587, parte el primer embarque con productos manufacturados desde Santiago del Estero, enviado por el Obispo Victoria hacia Brasil. El puerto de Buenos Aires fue consecuencia de este hecho significativo.
6 Levillier, Roberto. Citado por Alén Lascano, Luis (2006), 32.
[7] ALÉN LASCANO, Luis C. (2006), 13.
[8] ALÉN LASCANO, Luis C. (2006), 60.
[9] O´DONNELL, Pacho. La historia que no nos contaron EL REY BLANCO, consultado el 18-10-09 en  http://www.odonnell-historia.com.ar/anecdotario/EL%20REY%20BLANCO%20parte%20VIII.htm
[10] Archivo Histórico de Córdoba. Actas capitulares, Libro 6, 31 de marzo de 1622.
[11] Funes, Gregorio: "Ensayo de la Historia Civil del Paraguay, Buenos Aires y Tucumán", Tomo II, Buenos Aires, 1816.
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