domingo, 28 de junio de 2009

EL DERROCAMIENTO DE JOSÉ SANTOS ZELAYA

Trabajadores bananeros.
Augusto César Sandino.




José Santos Zelaya.



Por Sandro Olaza Pallero




José Santos Zelaya López nació en Managua (Nicaragua) el 1° de noviembre de 1853. Integrante del Partido Liberal, se sublevaba en León el día 11 de julio de 1893, apoyado por Anastasio Ortiz.
Se desconoce la junta de gobierno de Joaquín Zavala Solís y se forma otra integrada por el general José Santos Zelaya López, Francisco Baca, Anastasio Ortiz y Pedro Balladares. El gobierno revolucionario entró a Managua y derrotó al ejército conservador el 25 de julio en la Cuesta del Plomo -al oeste de la ciudad- y desfiló por la calle del Triunfo aún existente.
La nueva Constitución de 1893, de corte liberal, proscribía los bienes de “manos muertas”, y la disposición se aplicó a los de la Iglesia católica. Sin embargo, no constituyó una transformación decisiva de las estructuras agrarias del país, donde tanto el crecimiento agroexportador como la propia reforma liberal fueron no sólo tardías sino, finalmente, truncadas por acontecimientos posteriores.
Con Zelaya, el consolidado grupo cafetalero de las sierras de Pacífico y de la Meseta Central, aliado ya a los sectores comerciales del país, buscaba imponer definitivamente su proyecto político como “proyecto nacional”. En 1894, Zelaya tomó por la fuerza la Costa de los Mosquitos, una disputada región bajo protectorado británico.
La lejanía del territorio permitió que Gran Bretaña, no queriendo embarcarse en un problema tan lejano y de escaso valor, reconociera la soberanía nicaragüense. De ahí la audacia política del gobierno zelayista, que culminó con la expulsión del cónsul británico y la toma de Bluefields. Desde la Mosquitia se controlaba la vía del río San Juan y la zona minera (oro y plata), maderera y bananera, que caía bajo control de los financieros estadounidenses. La influencia de Gran Bretaña en Centroamérica dejaba el lugar a Estados Unidos, victorioso militarmente en la guerra hispano-norteamericana de 1898.
Fue partidario de la creación de unos Estados Unidos de América Central, lo que le llevó a apoyar a otros partidos liberales de distintos países centroamericanos que pudieran defender el mismo proyecto, y a promover diversas conferencias unionistas centroamericanos, especialmente las cumbres presidenciales celebradas en Corinto. En Managua, el 27 de agosto de 1898, se reunió un Congreso que aprobó la Constitución de los Estados Unidos de Centroamérica.
De acuerdo con ella, Nicaragua, Honduras y El Salvador pasaron a ser los estados de la nueva federación. Sin embargo, el golpe de Estado llevado a cabo en este último país por el general Tomás Regalado echó por tierra el proyecto unificador.
En 1902, Zelaya fue reelegido presidente. La factibilidad de construir un canal a través del istmo de Centroamérica era una cuestión controvertida desde tiempo atrás.
Cuando Estados Unidos decidió hacerlo en territorio panameño, el presidente Zelaya intentó llegar a un acuerdo con Alemania y Japón para que instrumentaran el proyecto en Nicaragua. Su gobierno trajo desarrollo en su país, pues modernizó al Estado con una amplia reforma legislativa: creación de nuevas instituciones, promulgación de códigos, reglamentos, introducción del hábeas corpus, etc.
Zelaya convirtió a Nicaragua en la más progresista y rica nación de Centroamérica. Instauró la educación laica, gratuita y obligatoria, construyó escuelas, correos, barcos, ferrocarriles, telégrafos, carreteras, etc.
Asimismo se tomaron medidas tendentes a lograr la privatización de tierras comunales indígenas. La ley de extinción de las comunidades indígenas, promulgada en 1906, obligaba a distribuir una mitad de sus tierras a las familias de cada comunidad, y la otra mitad debía ponerse en venta para que pudiese ser adquirida por ladinos.
Los aborígenes eran reclutados mediante coacción y deudas pagaderas en trabajo, sistema común en Nicaragua, donde fue impulsado por Zelaya y persistió tras su abolición formal en 1913. El denominado enganche, se basaba en anticipos monetarios o en especie, a menudo por el equivalente a dos meses de salario, hechos sobre todo a indígenas por agentes enganchadores al servicio de los hacendados.
En un principio los adelantos eran, incluso, impuestos contra la voluntad de los aborígenes, de modo similar a los repartimientos de mercancías coloniales. Zelaya mantuvo tensas relaciones y desacuerdos con Estados Unidos, lo que selló su suerte, pues esta potencia brindó ayuda a los opositores conservadores nicaragüenses.
En 1907, una flota de guerra estadounidense ocupaba diversos puertos de Nicaragua. La situación llego al punto de existir un conflicto interno entre los liberales nicaragüenses por un lado, y los conservadores y Estados Unidos por otro -que los subsidiaba-.
En 1909 algunos mercenarios norteamericanos fueron capturados y ajusticiados por el gobierno de Zelaya, lo que sirvió de motivo para que Estados Unidos considerase la acción como una provocación para la guerra. A principios de diciembre, infantes de marina estadounidenses ocuparon diversos puntos de la costa caribeña nicaragüense.
El 17 de diciembre de 1909, Zelaya obligado a dimitir, se exiliaba en México para terminar en Nueva York, donde murió el 17 de mayo de 1919. Se estableció un gobierno democrático pronorteamericano bajo la presidencia de José Madriz Rodríguez.
Mientras tanto, los militares estadounidenses permanecieron ilegalmente y represivamente en el país hasta 1933, fecha en la cual crearon la Guardia Nacional, bajo el mando de Anastasio Somoza. Según el general Augusto Sandino “los banqueros de Wall Street prestaron $ 800.000 –ochocientos mil dollars- a Adolfo Díaz, para derrocar al gobierno del general José Santos Zelaya, presidente constitucional de Nicaragua en aquella época, siendo inadmisible tal préstamo, por haber sido el referido Díaz, en aquel entonces, un simple tenedor de libros, con $ 2, 65 –dos pesos sesenta y cinco centavos- de sueldo diario, en la minas de explotación norteamericanas de La Luz y Los Ángeles, Pis-Pis, Costa Atlántica de Nicaragua, y que no es posible que aquella cantidad le hubiera sido prestada por sencillez de la compañía minera, o por cariño que ellos le tuvieran al renegado vende-patria Adolfo Díaz”.



Bibliografía:


SANDINO, Augusto César, Pensamiento político, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1988.
TORRES-RIVAS, Edelberto (Coord.), Historia general de Centroamérica, Madrid, Sociedad Estatal Quinto Centenario, 1993.

martes, 9 de junio de 2009

ESTEBAN ECHEVERRÍA

Esteban Echeverría.


Dogma Socialista de la Asociación de Mayo




Por Sandro Olaza Pallero




Esteban Echeverría nació en Buenos Aires el 2 de septiembre de 1805. Fue uno de los más destacados escritores argentinos, romántico y autor de obras clásicas como La cautiva y El matadero.
Era hijo de la porteña María Espinosa y del vizcaíno José Domingo Echeverría. El apellido “Echeverría” o “Echeberría” (casa nueva en vasco) es de linaje antiguo y probó su nobleza en las órdenes de Santiago (1688, 1697, 1699, 1710 y 1778) y Carlos III (1799).
Este apellido es de la ante iglesia de Berritua (Vizcaya). Su escudo de armas es sinople, un castillo de oro de cinco torreones aclarados de gules, con dos lebreles de plata manchados de sable, atados a las aldabas de su puerta y afrontados. Bordura de plata plena.
Muy joven perdió a su padre y fue instruido en las primeras letras por su madre. Comenzó la escuela primaria en San Telmo, pero al poco tiempo quedó también huérfano de su madre, quien falleció en 1822.
Desamparado, comenzó una azarosa vida adolescente, que agravó ciertos problemas cardíacos que lo aquejaban y, con el tiempo lo obligaron a cambiar de vida y asentarse. Ingresó en el recientemente creado Departamento de Estudios Preparatorios de la Universidad de Buenos Aires y en la Escuela de Dibujo de la misma, a la vez que, en 1823, comenzó a trabajar como dependiente en el comercio de otra familia de origen vasco, los Lezica, que ya por entonces tenía representación en países de Europa y América.
A los veinte años, resolvió completar su educación en el viejo continente. Parte desde Buenos Aires el 17 de octubre de 1825, a bordo de La Joven Matilde y, tras un viaje accidentado, recala en el puerto de El Havre, Francia. Años más tarde, en El ángel caído, un poema épico con fuertes influencias de lord Byron y José de Espronceda, Echeverría deja testimonio de esa travesía.
La ausencia de la patria (1825-1830) le fue provechosa. En el comienzo de su viaje, en el trayecto entre el Río de la Plata y Brasil, escribe Peregrinaje de Gualpo.
Instalado en París, en el barrio de Saint-Jacques, desde el 6 de marzo de 1827, estudió ciencias en el Ateneo, dibujo en una academia y economía política y Derecho en La Sorbona. Allí mismo se interesó por las tendencias literarias de la época, y estudió profundamente, logrando una sólida cultura.
Destaca Abel Cháneton -quien lo llamó el caudillo de una generación- que Echeverría ha sido más hermético que ordinario en lo que se refiere a su estada en Francia. “No le gustaba hablar de ello”, dijo su amigo Juan María Gutiérrez. Y lo atribuye a que pasó sus años “tan absorbido por el estudio, que poca razón habría podido dar de las cosas que en la capital de Francia llaman de preferencia la atención de los viajeros”.
La explicación fue trivial, porque las anécdotas y los recuerdos más interesantes para los interlocutores de Echeverría tenían que ser, precisamente, los relacionados con sus estudios. Lo cierto es que de aquellos años de vida europea no nos quedan más que los cuatro renglones de la carta a Félix Frías y “los cuadernos escritos de su puño y letra”, de que habla Gutiérrez en sus noticias biográficas.
Es poca cosa para reconstruir la vida del estudiante argentino en París; pero tal vez alcancen para una etopeya. Echeverría se encontró en París con una minúscula colonia de jóvenes argentinos, becados por el gobierno de Buenos Aires para seguir en Francia sus estudios médicos: Ireneo Portela, Miguel Rivera, José María Fonseca y algún otro.
Con el último de los nombrados anudo nuestro héroe buena relación íntima y cordial, que sobrevivió a los años. En junio de 1830, regresó a Buenos Aires, e introdujo en la zona del Río de la Plata el romanticismo literario.
En 1831, publicó sus primeros versos sueltos en el periódico La Gaceta Mercantil y también los versos de La Profecía del Plata en el periódico El Diario de la Tarde. En 1832, editó en forma de folleto, Elvira o La novia del Plata, considerada la primera obra romántica en lengua castellana. Su primer libro de versos de la literatura argentina fue Los Consuelos (1834). Por estos años, sus reiterados problemas de salud, lo llevaron a pasar un tiempo en la ciudad de Mercedes, actual capital del departamento de Soriano, República Oriental del Uruguay.
Cuando el país se debatía en una lucha ideológica por su organización, un conjunto de jóvenes con nuevas ideas aparecía en el escenario nacional. Jóvenes sin experiencia ni gravitación, su influencia en la Argentina de 1837 debía ser, y efectivamente fue, escasa.
El valor de esta generación fue el de constituir un fermento ideológico destinado a superar la situación política mediante la fusión de las tendencias existentes y la promoción de nuevos principios. Sólo asumieron el papel de generación actuante después de la caída de Juan Manuel de Rosas, por razones de edad y oportunidad, y sus ideas de quince años atrás quedaron plasmadas en la organización constitucional.
Esta generación se formó en un ambiente, mediocre en el aspecto universitario pero en cambio, rico en influencia libresca representativa del movimiento intelectual europeo, cuyas obras empezaron a difundirse ampliamente en Buenos Aires a partir de 1830. Las más variadas expresiones y corrientes ideológicas trataban de ser asimiladas y adaptadas a la realidad nacional. Ejercieron gravitación en aquella juventud
De vuelta en Buenos Aires, participó activamente en el Salón Literario que funcionaba en la trastienda de la librería de Marcos Sastre –en la calle Defensa Entre Moreno y Belgrano-, inaugurado en junio de 1837. La inauguración del Salón de Lectura como se llamó al principio, o Salón Literario como fue finalmente bautizado, tuvo lugar el viernes 23 de agosto a las siete de la tarde.
El programa anticipado prometía discursos del fundador –Sastre- y de dos conspicuos miembros: Gutiérrez y Juan Bautista Alberdi. Ese mismo año se estima que escribió el cuadro de costumbres Apología del Matambre y publicó Rimas, que incluyó su obra poética más reconocida: La Cautiva. En 1838, Rosas ordenó la clausura del Salón Literario, y Echeverría fundó y presidió la "Asociación de la Joven Generación Argentina", luego "Asociación de Mayo", inspirada en las agrupaciones carbonarias italianas, como La Joven Italia de Giuseppe Mazzini.
Fue en esta asociación donde expuso su ideal de recuperar el espíritu de la Revolución de Mayo, redactó y leyó el Credo de esta Asociación, compuesto por quince Palabras Simbólicas, y que servirán de base para la redacción posterior de El Dogma Socialista de 1846. El programa, redactado de prisa, pero madurado en años, de una originalidad cabal en nuestro país, abarcaba entre otras, las siguientes cuestiones capitales: la de prensa; la soberanía del pueblo, el sufragio y la democracia representativa; asiento y distribución del impuesto; banco y papel moneda; crédito público; industria pastoril y agrícola; inmigración; municipalidades y organización de la campaña; policía; ejército de línea y milicia nacional; espíritu de la prensa periodística revolucionaria; bosquejo de nuestra historia militar y parlamentaria; examen crítico y comparativo de todas las constituciones y estatutos, tanto provinciales como nacionales.
Todo ello partiendo siempre de nuestras costumbres y nuestro estado social; determinar primero lo que somos, y, aplicando los principios, buscar lo que debemos ser. “No salir del terreno práctico, no perderse en abstracciones; tener siempre clavado el ojo de la inteligencia en las entrañas de nuestra sociedad”.Presumiblemente, entre 1838 y 1840, mientras residía en la estancia "Los Talas", cerca de Luján, Provincia de Buenos Aires, escribió El matadero, que se publicará póstumamente. Cuando todos celebraban sus versos y querían conocer al autor, “se aísla en el campo, al lado de su hermano...Todo era entregado a la meditación paso momentos deliciosos en estas soledades…Al romper el día hago ensillar mi bruto fogoso, monto y salgo con algunos peones a recorrer el campo”.
En 1839, Echeverría, a pesar de estar de acuerdo con la toma del poder por métodos no violentos, adhiere al fracasado Levantamiento de Dolores contra el gobierno rosista, por el cual se dicta la "Ley del 9 de noviembre de 1839" que, entre otras cosas, identifica a los unitarios como autores de la intentona. A finales de 1840, se autoexilia en la República Oriental del Uruguay.
Primero vivió en Colonia del Sacramento y en 1841 se instaló en Montevideo, donde vivió dedicado a la literatura. Durante ese periodo oriental, escribió A la juventud argentina, un poema revolucionario y redacta, además, Avellaneda, El ángel caído y La guitarra.
Echeverría falleció el 19 de enero de 1851, víctima de una dolencia pulmonar. Fue el más importante poeta del primer período romántico en el Río de la Plata e introductor de este movimiento.
Impuso la temática del indio y del desierto en la manifestación poética y es considerado por muchos teóricos como el autor del primer cuento argentino El matadero, aunque, por carecer de una única unidad temática, una parte de la crítica señala que este escrito, como cuento, no puede considerarse dentro de los cánones tradicionales. Muerto Echeverría, su amigo, el escritor Gutiérrez, recopila y edita todos sus escritos en cinco tomos, aparecidos entre 1870 y 1874, bajo el título Obras Completas.
Entre los unitarios no faltó quien atribuyera el oportunismo político de la Joven Generación a bajos cálculos. Según el doctor Cháneton: “La petulante jactancia del unitario engreído hasta en sus fracasos, no perdonaba a a aquellos muchachos de veinticinco años que, sin perjuicio de mantener su respeto por los que habían creado las escuelas en que se educaron, imputaban a sus desaciertos buena parte de las desgracias del país”.




Bibliografía:


Juan Bautista Alberdi.




CHÁNETON, Abel, Retorno de Echeverría (Obra póstuma), Edit. Ayacucho, Buenos Aires, 1944.
TAU ANZOÁTEGUI, Víctor-MARTIRÉ, Eduardo, Manual de Historia de las Instituciones Argentinas, Emilio J. Perrot, Buenos Aires, 2005.
VILAR Y PASCUAL, Luis, Diccionario histórico, genealógico y heráldico de las familias ilustres de la monarquía española, Imprenta de D. F. Sánchez, Madrid, 1859.

domingo, 7 de junio de 2009

LA SOCIEDAD RURAL ARGENTINA





Hipólito Yrigoyen visita la Sociedad Rural Argentina junto a José S. de Anchorena.

Ricardo B. Newton.




Por Sandro Olaza Pallero




En la mayoría de las regiones que han sido estudiadas de la América española colonial, los hacendados han sido descriptos como los adinerados y poderosos miembros de la elite. La visión tradicional de las relaciones sociales en la pampa colonial, sostenida hasta hace poco por la mayoría de los historiadores, también proclamaba la existencia de una clase estanciera poderosa y rica en la Buenos Aires prerrevolucionaria.
Tulio Halperín Donghi fue el primer historiador de nota que desafió al pasar, la versión dominante. Advirtió, así, que el status del hacendado a fines del siglo XVIII no era tan importante como lo sería en los años anteriores a la Independencia; la era de oro de los hacendados vino sólo después de 1820 con la expansión de la frontera del ganado.
Hubo un comportamiento endogámico, pues casándose dentro del mismo grupo, los estancieros trataron de esquivar los efectos pulverizantes de sus propias prácticas hereditarias. Ninguno de ellos estableció mayorazgos, y entonces con cada nueva generación sus tierras tendían a volverse más fragmentadas.
La endogamia también ampliaba el círculo de familiares y familiares políticos influyentes. Esto no significa que el grupo estanciero se mantuvo completamente cerrado.
Victoria Antonia Pessoa la hija de Fermín Pessoa, y María Nieves Estela, se casaron con comerciantes. Agustina López de Osornio casó con León Ortiz de Rozas, un militar oficial. La mayor parte de los caudillos federales fueron terratenientes, incluso unitarios como Martín Rodriguez.
La Sociedad Rural Argentina integra la historia económica y política de la nación. Fue fundada el 10 de julio de 1866 con el objetivo de fomentar la cría de ganado y la agricultura.
Si bien habían existido otras sociedades rurales en el pasado, ninguna perduró lo suficiente como para causar algún impacto hasta que se fundó en el año mencionado esta sociedad sobre las bases que habían establecido en años pasados Gervasio A. de Posadas, Domingo F. Sarmiento y Eduardo Olivera. Olivera había trazado los planes de organización y redactado los estatutos que fueron aceptados por un grupo de estancieros progresistas encabezados por José y Benjamín Martínez de Hoz, Francisco Madero, Jorge Temperley, Ricardo Newton –el primero en utilizar alambres de púas-, Mariano Casares y Luis Amadeo. José Martínez de Hoz fue el primer presidente y en 1867, apareció el primer número de Anales de la Sociedad Rural Argentina con Olivera como su director.
El conflictivo contexto político de la época –guerra civil y guerra contra la República del Paraguay- no había sido un obstáculo para el empuje de algunos pioneros. El único propósito de la Sociedad era fomentar todo lo que pudiera mejorar la industria ganadera y la agricultura en un país lleno de recursos naturales y oponerse a todo lo que pudiera perjudicarlas.
Se hacía hincapié en la producción de carne fuera aceptable en el mercado de Europa, en particular en el británico. Fomentó la mejora de razas con la importación de toros y carneros de pedigree, con una alimentación más adecuada –por ejemplo a base alfalfa- y con el control del ganado por medio del alambrado de campos.
Muy pronto adoptó la refrigeración para el transporte. En 1875 la Sociedad Rural organizó la primera exposición ganadera como una muestra de lo que podía hacerse. Al año siguiente se trasladó la exposición en forma permanente a Palermo, donde la sociedad instaló su sede en el antiguo establecimiento de Juan Manuel de Rosas.
Para la época en que el general Julio Argentino Roca asumió la presidencia en 1898, el país pasaba por una etapa de gran prosperidad debido en buena parte a la Sociedad Rural. Había una estrecha relación entre sus miembros y el gobierno que se mantuvo hasta que la industrialización surgida durante las dos guerras mundiales trajo aparejada la diversificación de la economía y la pérdida de prestigio y de poder político de la Sociedad Rural Argentina.
En la actualidad, la Sociedad Rural Argentina sigue siendo fiel a sus ideas rectoras: Art. 1°: “La Sociedad Rural Argentina, fundada en 1866, es una Asociación Civil que tiene los siguientes fines: velar por el patrimonio agropecuario del país y fomentar su desarrollo tanto en sus riquezas naturales, como en las incorporadas por el esfuerzo de sus pobladores; promover el arraigo y la estabilidad del hombre en el campo y el mejoramiento de la vida rural en todos sus aspectos; coadyuvar al perfeccionamiento de las técnicas, los métodos y los procedimientos aplicables a las tareas rurales y al desarrollo y adelanto de las industrias complementarias y derivadas, y asumir la más eficaz defensa de los intereses agropecuarios". Las políticas públicas han estado históricamente vinculadas al desarrollo agrario argentino desde los orígenes de la Nación y, especialmente, desde la conformación del Estado y el mercado nacional en los años de 1880. Cuando la Argentina se preparaba para celebrar su primer siglo de vida, los grandes estancieros de la pampa constituían el grupo social más poderoso e influyente del país.
La instrumentación de la democracia representativa en los albores del Centenario y su inmediata consecuencia: el ascenso del radicalismo al gobierno nacional no concitan cambios en el modelo de desarrollo económico, a pesar del fin de la expansión horizontal agraria que se produce casi al mismo tiempo que el estallido de la Primera Guerra Mundial y promueve el primer llamado de atención al interior del modelo agroexportador. Los efectos de la crisis de 1930 que conllevan al fin del crecimiento hacia fuera y la industrialización por sustitución de importaciones, se conjugan con los perfiles políticos derivados de la ruptura del orden institucional, y dan paso a la consolidación de un Estado intervencionista en la economía que se esfuerza por auxiliar a la Argentina agroexportadora, otorgando un lugar complementario a la industria.
Las Juntas Reguladoras de la Producción -de Granos, de Carnes, de la Yerba Mate, de Vinos, del Azúcar y del Algodón-, suman su acción de contralor y subsidiaria en favor del agro, a los efectos de algunas medidas financieras que procuran poner orden en el sistema monetario y financiero argentino, tales como el Control de Cambios -creado en 1931 y reformado en 1933-, el Banco Central de la República Argentina fundado en 1935 con capitales mixtos para regular la oferta monetaria, dinamizar las finanzas nacionales e independizarlas de los vaivenes externos, y el Instituto Movilizador de Inversiones Bancarias que pone en movimiento los activos fijos. Son éstas acciones concretas arbitradas desde el Estado Nacional para adecuar las políticas públicas a los nuevos tiempos, en los cuales el agro sigue jugando un papel significativo para reorganizar la economía del país.
En el discurso pronunciado por el ministro de Agricultura, Miguel Ángel Cárcano, en la inauguración de la 48º Exposición Nacional de Ganadería, el 9 de agosto de 1936, señalaba las necesarias políticas proteccionistas del Estado: "La Sociedad Rural Argentina en la Exposición de Palermo ha ofrecido siempre al país intensas satisfacciones colectivas y legítimos fundamentos para crear confianza en su propia riqueza...La política nacionalista de los países consumidores y la tendencia monopolista de las grandes empresas, hechos evidentes de la nueva evolución, alteran la gravitación natural de los factores económicos y los esfuerzos individuales. Los elementos más sanos y genuinos que movían las diversas zonas productoras y el comercio internacional, han sido perturbados por la alquimia de nuevas doctrinas y la presión de irresistibles incidencias políticas y sociales. Resulta imposible el éxito del esfuerzo individual sin la colaboración y apoyo del Estado".
Para fines de la década de 1930, casi todos los observadores del área rural señalaban que era necesario poner en marcha un programa de reformas que, rápido o lentamente, favoreciera la democratización del acceso al suelo. Este programa no encontró entre las fuerzas que dominaban la vida política en la llamada Década Infame.
En más de una ocasión, el gobierno de la Concordancia volcó su influjo a favor de los grandes propietarios, como cuando negoció el tratado de comercio con Gran Bretaña conocido como Pacto Roca-Runciman. El llamado Plan Pinedo de 1940, formulado por el socialista independiente y Ministro de Hacienda Federico Pinedo, para ser presentado ante el Senado Nacional, es el punto culminante de esas propuestas del Gobierno intervencionista de los años 30, al punto de convertirse en el primer documento de Estado que intenta conciliar industrialización y economía abierta, reorientando la relación diplomática y comercial argentina con los Estados Unidos, colocando en un lugar relevante al mercado interno a través del fomento de la industrialización por sustitución de importaciones, pero sin abandonar la singular labor del Estado en beneficio de la compra de los saldos agrarios invendibles, que una vez más resultan directamente subsidiados por el gobierno nacional a través de las instituciones específicas.
El propio Pinedo recuerda que es la actividad agropecuaria la que hace girar “la gran rueda de la economía”, en tanto la industria nacional se convertía para la planificación de referencia en una sucesión de engranajes secundarios que comienzan a operar cuando esa “gran rueda” ve deteriorado su funcionamiento. Razones políticas motivan el fracaso del plan, que no resulta aprobado por el Congreso Nacional, en medio de la férrea oposición de los legisladores radicales alentados por Marcelo T. de Alvear, quien preside por entonces la Unión Cívica Radical.
De todos modos, el mercado-internismo en la Argentina de los 40 no tiene retorno. Es en la etapa preliminar al ascenso del general Juan D. Perón al gobierno nacional, cuando se refuerza el papel estratégico del agro en la economía del país y al cual no resultan ajenas las políticas públicas; en un clima de migraciones internas del campo a la ciudad, de consolidación de la industrialización sustitutiva de importaciones, de un mercado interno que se amplía y consolida, de los efectos derivados de la Segunda Guerra Mundial -cuando el keynesianismo se afirma como ideología económica dominante y como teoría organizadora de la política económica- y de una reorganización económico política que se asienta en un entramado nacionalista, popular, dirigista y planificador, para operar como componentes básicos del llamado Estado Benefactor.
Un Estado que inaugura un nuevo sistema de alianzas -obreros y pequeño-mediana burguesía industrial- para la Nueva Argentina, sin romper totalmente los lazos con las bases de sustento de la “Argentina oligárquica”. En este caso en relación con el agro, para discernir sus continuidades y también sus cambios, con el objeto de despejar algunos interrogantes que la historiografía argentina ha dejado pendientes, algunos historiadores analizan el papel estratégico que el campo juega en la Nueva Argentina liderada por Juan Perón.
Esta caracterización procura distinguir los objetivos de las medidas legislativas adoptadas entre los años de 1940 y 1955, la inserción de las mismas en el discurso oficial, las confrontaciones públicas entre el Estado y los diversos sectores agrarios, pero también la conciliación de esas leyes y resoluciones que regulan el comportamiento de los actores del medio rural y sus corporaciones representativas, con las prácticas económicas para el sector, que -sin lugar a dudas- conserva a mediados de los años 50, su significación tradicional, a pesar de la descapitalización que denuncian los sectores del campo y que ellos mismos atribuyen a las políticas públicas que se implementan. Decían que el gobierno omitía considerar el auxilio financiero que el propio Estado benefactor mantiene, primero, e impulsa, después, desde la instrumentación del crédito -por ejemplo- que la banca y el sistema financiero nacionalizados en 1946, alientan sin apartarse de la norma imperante, más allá de un discurso estatal que suele sonar amenazante para los sectores del campo argentino.
Según Félix Luna el “paro agropecuario del último mes de marzo [2008] reveló a al país la importancia y la fuerza del campo en la vida argentina. Pues en las últimas décadas, el campo ha vivido una transformación particular: nuevas técnicas tanto en ganadería como en agricultura, nuevos modos de siembras, descubrimientos de productos de la tierra a los que no se les encontraba utilidad y que ahora arrojan fabulosos rindes y aportan copiosas ganancias a quienes lo explotan, exportaciones multiplicadas, componen un cuadro que desvanece el mito del estanciero ocioso y rutinario, dinámico, innovador y competitivo. Este prejuicio es tan anacrónico como la absurda antinomia campo-ciudad”.




SOCIOS FUNDADORES DE LA SOCIEDAD RURAL ARGENTINA:


José Martínez de Hoz; Eduardo Olivera; Lorenzo F. Agüero; Ramón Viton; Francisco B. Madero; Jorge Temperley; Ricardo B. Newton; Leonardo Pereyra; Mariano Casares; Jorge R. Stegman; Luis Amadeo; Claudio F. Stegman y Juan N. Fernández




PRESIDENTES DE LA SOCIEDAD RURAL ARGENTINA:


1866-1870: Sr. José F. Martínez de Hoz
1870-1874: Ing. Eduardo Olivera
1874-1876: Sr. José María Jurado
1876-1878: Sr. Emilio Duportal
1878-1880: Sr. José María Jurado
1880-1882: Sr. Enrique Sundbland
1882-1884: Sr. Leonardo Pereyra
1884-1886: Sr. Enrique Sundbland
1886-1888: Sr. José María Jurado
1888-1891: Dr. Estanislao S. Zeballos
1891-1892: Sr. José María Jurado
1892-1894: Dr. Estanislao S. Zeballos
1894-1896: Sr. José Francisco Acosta Oromí
1896-1897: Dr. Julio Pueyrredón
1897-1898: Dr. Ramón Santamarina
1898-1900: Ing. Julián Frers
1900-1904: Sr. Ezequiel Ramos Mejía
1904-1906: Sr. Carlos M. Casares
1906-1908: Sr. Manuel José Güiraldes Guerrico
1908-1910: Dr. Emilio Frers
1910-1912: Dr. José M. Malbrán
1912-1916: Dr. Abel Bengolea
1916-1922: Dr. José S. de Anchorena
1922-1926: Ing. Agr. Pedro T. Pagés
1926-1928: Ing. Luis Duhau
1928-1931: Sr. Federico Lorenzo Martínez de Hoz
1931-1934: Dr. Horacio N. Bruzone
1934-1938: Dr. Cosme Massini Ezcurra
1938-1942: Dr. Adolfo Bioy
1942-1946: Ing. José María Bustillo
1946-1950: José A. Martínez de Hoz
1950-1954: Dr. Enrique G. Frers
1954-1955: Escrib. Juan María Mathet
1955- 1956: Sr. Juan José Silvestre Blaquier
1956-1960: Escrib Juan María Mathet
1960-1966: Sr Faustino Alberto Fano
1966-1967: Dr. José María Lartirigoyen
1967-1972: Dr. Luis J. Firpo Miró
1972-1978: Sr. Celedonio V. Pereda
1978-1980: Dr. Juan Antonio Pirán
1980-1984: Ing. Horacio F. Gutiérrez
1984-1990: Dr. Guillermo Alchourrón
1990-1994: Dr. Eduardo A. C. de Zavalía
1994-2002: Dr. Enrique C. Crotto
2002-2008: Dr. Luciano Miguens
2008-2009: Dr. Hugo Luís Biolcati




Bibliografía:


CÁRCANO, Miguel Ángel, Realidad de una política, Buenos Aires, 1938.
GIRBAL-BLACHA, Noemí M., “Políticas públicas para el agro se ofrecen. Llamar al estado peronista (1943-1955)”, en Mundo Agrario n° 5, La Plata, vol. III, Julio-Diciembre 2002.
HORA, Roy, “Dinastías de estancieros”, en Todo es Historia n° 490, Buenos Aires, Mayo 2008.


Estanislao S. Zeballos.


MAYO, Carlos, Estancia y sociedad en la pampa 1740-1820, Prólogo de Tulio Halperín Donghi, Buenos Aires, 1995.
SOCIEDAD RURAL ARGENTINA (http://www.ruralarg.org.ar/).
WRIGHT, Ione S.-NEKHOM, Lisa M., Diccionario Histórico Argentino, Buenos Aires, 1990.


sábado, 23 de mayo de 2009

GUILLERMO PALOMBO: HISTORIADOR DE LAS INVASIONES INGLESAS

La Organización militar en el Plata Indiano. La Guarnición de Buenos Aires 1680-1810.






Invasiones Inglesas (1806-1807).



Por Andrés Pont




Guillermo Palombo es un historiador conocido en los ámbitos académicos y universitarios. El público lo conoce a través de sus colaboraciones en la prensa periódica.
Miembro de número del Instituto de Historia Militar Argentina y correspondiente, en la provincia de Buenos Aires, del Instituto Nacional Belgraniano, participa en las reuniones de estudio que mensualmente realiza el Grupo de Estudios a Investigaciones de Procesos Políticos (GEIPP) del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires. En una separata especial de la “Revista Militar” nº 703, del año 1981, aparece como recopilador del “Diario del coronel Richard Bourke, Cuartel Maestre de Whitelocke, 1807”, cuyo texto exhumó de la colección de copias obtenidas en Londres por Carlos Roberts en 1928, y tradujo María Susana Ricci.
Al año siguiente, apenas concluida la Guerra de Malvinas, en el local que la Editorial Kapelusz tenía en Av. Corrientes y Carlos Pellegrini, pronunció una conferencia sobre “Rendición de las tropas británicas en la casa de la virreina viuda, 5 de julio de 1807”. Disertación destinada a presentar una maqueta que reconstruía el hecho, cuya edificación, soldados de plomo, luciendo los uniformes originales de Patricios y del Batallón Ligero inglés, y banderas, fueron obra de Joaquín Miralles, maestro miniaturista militar.
Maqueta que actualmente se exhibe en el Museo del Regimiento de Infantería Nº 1 “Patricios”, en su cuartel de Palermo. Con motivo de otra conferencia, pronunciada el 14 de abril de 1989 sobre la actuación del Tercio de Gallegos en la Defensa de Buenos Aires (1807), auspiciada por el Instituto Argentino de Cultura Gallega, en 1990 fue publicado su trabajo “Cuerpo de Gallegos 1806-1807” en la revista “Galicia” nº 653, editada por el Centro Gallego de Buenos Aires.
Texto pionero en el tema, que con otro de Carlos Sixirei Paredes y la antigua recopilación documental realizada por Manuel de Castro López en la primera década del siglo XX, fue reeditado en el volumen intitulado “El Cuerpo de Voluntarios Gallegos en la Defensa de Buenos Aires, 1807”, publicado en 1996 en Santiago de Compostela, por la Xunta de Galicia. Otro trabajo de Palombo, más extenso y con el título “El Cuerpo de Voluntarios de Galicia en Buenos Aires, 1806-1809” puede leerse en el nº 3, correspondiente a 1988, de la “Revista da Comision Galega do Quinto Centenario” (págs. 97-113) publicada en La Coruña.
Ambos estudios precursores actualizaron el interés por los milicianos gallegos, retomado poco después por un joven cadete de la Escuela Nacional de Náutica, que navegaría tras su estela. Sobre otros cuerpos militares que actuaron en las invasiones inglesas, no podemos omitir los datos aportados en “La organización militar en el Plata Indiano”, un volumen de 296 págs. que, con el subtítulo “La Guarnición militar de Buenos Aires 1680-1810” publicó en 2005 el Instituto de Historia Militar Argentina, y fue presentado en el aula magna de la Escuela Superior de Guerra.
Si bien Palombo aparece compartiendo la autoría con otra persona, es dable advertir que, aunque no se haya dejado constancia, se trata, en gran parte, de una recopilación de trabajos suyos muy anteriores. Por ello, como es obvio, la redacción del texto responde íntegramente a su personal estilo. Puede constatarse, en tal sentido, que los capítulos I, II, III y IV de la Primera Parte (págs.15-31) y I y II de la Segunda Parte (págs. 35-52) son reproducción, con tal o cual añadido o supresión, de su estudio sobre “Los Regimientos Fijos de Infantería y Dragones de Buenos Aires”, aparecido en el vol. VI de las “Publicaciones del Instituto de Estudios Iberoamericanos” (págs. 119-146), de 1989.
El capítulo III de la Segunda Pate es el mismo texto de su estudio sobre “El Real Cuerpo de Artillería en el Río de la Plata”, de 1995, que circuló en mímeo entre los especialistas en historia militar. En el capítulo I de la Cuarta Parte, sobre las armas portátiles (págs. 115-129) reproduce textos de su investigación sobre “Caballeros y arneses en el Plata Indiano”, aparecido en el Boletín Nº 31 del Instituto Genealógico-Heráldico de Rosario, publicado en 1997 (págs. 44 a 58). Y el capítulo II de la Cuarta Parte, sobre artillería (págs. 131-134) contiene materiales ya dados a conocer en su reseña bibliográfica de la “Historia de la Artillería Argentina” de Pedro Martí Garro, publicada en “Historiografía Rioplatense” nº 3 (págs. 221-229) del año 1985. Finalmente, de las cien piezas que se reproducen en el Apéndice Documental de págs. 135 a 277, las números 1 a 6, 8 a 12, 14 a 17, 24 a 26 y 32 fueron dadas a conocer en su fuente y citadas en “Los Regimientos Fijos…”.
Las números 28 a 30, 34, 36 a 45, 47 a 49, 52, 59, 60 a 66, 73, 76,78, 79, 80, 84-85 y 92 fueron reproducidas en el mímeo citado. Las números 54 a 56, 77, 81-82, y 92 a 94 fueron íntegramente publicadas en “Documentos para la historia de la Bandera Argentina” (Buenos Aires, Dunken, 2001) y la nº 53 en “Historia de la Bandera Argentina con una relación cronológica de disposiciones legales y reglamentarias” (Bs. As., Dunken, 1999, pág. 28, nota 39); sendos libros cuya autoría Palombo compartió con Valentín Espinosa.
En febrero de 2007, impreso por Dunken, apareció el volumen “Las Invasiones Inglesas (1806-1807). Estudio Documentado”. En apenas 230 págs., con láminas de Luis de Beaufort en su tapa y contratapa, el texto, tan nutrido como abigarrado, y con muchos subtítulos orientativos para el lector, resume mucha información documental inédita, consultada en el Archivo General de la Nación y referenciada en los ocho centenares de notas al pie de página o en las 261 fichas que incluye la bibliografía.
En el Apéndice Documental transcribió el índice del contenido de 232 actas de las sesiones celebradas por la Junta de Guerra, organismo que dispuso, entre el 28 de octubre de 1806 y el 11 de junio de 1808, las erogaciones para levantar nuevos cuerpos militares, pagar sus sueldos o gratificaciones, vestirlos, alimentarlos, equiparlos, armarlos y velar por su salud. Simultáneamente, el autor dio a conocer fuentes testimoniales poco conocidas o inéditas: el “Diario anónimo de la toma de Buenos Aires por los ingleses” (en “El Tradicional”, a. X, nº 70, sep. 2006), y el “Diario de la Defensa de Buenos Aires desde el 21 de junio de 1807 hasta el 15 de julio del mismo por un testigo presencial” (“El Tradicional”, a. X, nº 73 a 76, dic. 2006 a mar. 2007).
Mención especial merecen los trabajos de su completa serie sobre Iconografía de los Uniformes Militares, publicada en “El Tradicional”. Comenzó con las 16 láminas de un álbum existente en el Museo Mitre (a. X, nº 69, ago. 2006), que ya había utilizado en sus trabajos de 1988-1990, y prosiguió con los estudios dedicados a los cuatro escuadrones de Húsares (nº 79, jul. 2007); Labradores, Migueletes y Carabineros de Carlos IV (nº 80, ago. 2007); Granaderos de Infantería, Vizcaínos o Cántabros de la Amistad, Patricios, Andaluces, Gallegos, Arribeños y Cántabros Montañeses (nº 81, sep. 2007); Naturales, Pardos, Catalanes, Cazadores Correntinos, Morenos, Patriotas de la Unión, Artilleros Provinciales y Maestranza (nº 82, oct. 2007); Regimientos Fijos de Infantería y Dragones de Buenos Aires (nº 83, nov. 2007), Milicias Urbanas de Montevideo (nº 84, ene. 2008 y nº 85, abr. 2008) e Infantería Ligera de Montevideo y Voluntarios del Río de la Plata (nº 87, sep. 2008).
Palombo restableció el verdadero uniforme de esos cuerpos, combinando las fuentes iconográficas coetáneas con datos que tomó de cuentas o presupuestos existentes en legajos de las salas IX y XIII del Archivo General de la Nación, y disposiciones reglamentarias. La serie, ilustrada con acuarelas de Luis de Beaufort, por su técnica reconstructiva y fuentes empleadas ha venido a reemplazar con ventaja las precursoras anotaciones de Enrique Williams Alzaga al álbum publicado por Emecé en 1967.
Por eso considero que Palombo tiene bien ganado el título de académico de número, si existiera una academia de uniformología, junto con Enrique Udaondo, Luis de Beaufort, José Luis Salinas, Alfredo Villegas, Jorge Fernández Rivas y José Balaguer. Otros estudios, sintéticos, dedicó en “El Tradicional” a los cuerpos de caballería: Labradores, Migueletes y Blandengues, y a las montura de silla y de recado por ellos usadas (nº 66, may. 2006).
A los de infantería se refirió en sus conferencias sobre “Juan Bautista Bustos y el Cuerpo de Arribeños” y en sus trabajos “El Tercio de Cántabros Montañeses” (con un cuadro clasificatorio de las ocupaciones civiles de sus integrantes) y en “Un desconocido héroe de los Cántabros Montañeses: el cadete Manuel Pernía”, publicados en la página web de la asociación recreacionista “Granaderos del Tercio de Montañeses” (www.granaderos.com.ar), A Manuela Pedraza dedicó su artículo “La Tucumanesa, heroína de la Defensa”, en el suplemento literario de “La Gaceta” de Tucumán (23 sep. 2007), y a Manuel de Guzmán, esclavo del Convento de Santo Domingo, su documentado estudio “El Cuerpo de Esclavos en la Defensa de Buenos Aires”, aparecido en la revista “Historias de la Ciudad”, dirigida por Arnaldo Cunietti Ferrando (a. VIII, nº 46, oct. 2007).
Los aficionados a la vexilología, encontrarán material de su interés en sendos artículos ilustrados aparecidos en “El Tradicional”, sobre las banderas británicas tomadas en Buenos Aires el 12 de agosto de 1806 (nº 77, abr. 2007) y el 5 de julio del año siguiente (nº 78, may. 2007), trabajo éste último reproducido, con el agregado de citas documentales, en la revista “Historia de la Ciudad”, nº 41 (jun.2007). Tuvo singular relevancia la nota que, si bien con advertibles erratas, dedicó a “La vera imagen de la Virgen en el estandarte real de la Villa de Luján” (nº 64, feb. 2006), redactada con motivo de una consulta formulada por el Círculo Criollo “El Rodeo” respecto de un estandarte que poseía en su Museo. Sobre esa base, y estudios ampliatorios posteriores, el autor redactó un informe que fue considerado por el Ejército Argentino para conceder el uso de aquel estandarte como bandera histórica al Regimiento de Caballería de Tanques 10 “Húsares de Pueyrredon”, con asiento en Azul, Provincia de Buenos Aires.
En oportunidad de la entrega de la bandera histórica a esa unidad militar, en la guarnición Azul, el 8 de diciembre de 2007 (día de Nuestra Señora), Palombo fue distinguido como “húsar honorario” del Regimiento. La remisión a la Corte por Liniers de tres dibujos para su impresión, dieron base a su artículo “Una desconocida iconografía sobre las Invasiones Inglesas”, en la citada revista “Historias de la ciudad” nº 46 (jun. 2008).
En julio de 2008 apareció en Buenos Aires, nuevamente la clásica obra del coronel Juan Beverina sobre “Las Invasiones Inglesas al Río de la Plata (1806-1807), cuya primera y única edición, en dos volúmenes data de 1939. Esta reedición, en tres vols., con un total de 1127 páginas, por la Biblioteca del Oficial (vols. 796, 797 y 798) del Círculo Militar, tiene estudio preliminar y notas de Guillermo Palombo. El estudio preliminar y notas del vol. 1 ocupan las págs. 9-17 y [373]-410, las notas del vol. 2 las págs. [335]-369 y las del vol. 3 las págs. [323]-335. La obra fue objeto de un despacho de la Comisión de Cultura de la Cámara de Diputados de la Nación (Orden del Día n° 1419 del 9 dic. 2008) declarándola de interés legislativo, con mención de la destacada labor de su prologuista y anotador.




domingo, 3 de mayo de 2009

LA MUERTE DEL GENERAL JUAN LAVALLE

Juan Galo de Lavalle.


Mausoleo que guarda los restos de Juan Lavalle (Cementerio de La Recoleta).



                                                                                  Por Sandro Olaza Pallero




        El Dr. Ricardo Quirno Lavalle, descendiente del general Juan Galo de Lavalle, pronunció una conferencia sobre la muerte del prócer en el Instituto Popular de Conferencias, en el Salón del diario La Prensa, el 9 de octubre de 1981. En esa ocasión se opuso a la tesis del suicidio de su antepasado esgrimiendo varias razones, entre ellas que no había fuentes documentales o testimoniales que expresaran el suicidio del general:
          “Durante 126 años se tuvo por verdad inconcusa, con arreglo a los documentos históricos disponibles, que el Gral. Lavalle había sido muerto por una bala federal, la cual habría atravesado por el ojo de la cerradura o perforado la puerta, cuando, súbitamente, en el año 1967, aparece un opúsculo titulado: “El cóndor ciego”, donde su autor, el Sr. José Maria Rosa, sostiene que el Gral. Lavalle se suicidó. Textualmente dice allí “que Lavalle se eliminó a sí mismo para cumplir su juramento de vencer o morir en la demanda, y no caer vivo en poder del enemigo”. 
           “La leyenda de su muerte accidental –sigue sosteniéndose en la obra precitada- la crearon sus amigos que se juramentaron en los Tapiales de Castañeda para guardar el secreto de la verdad de su muerte, y todos guardaron celosamente el juramento, y la apoyó con firmeza Juan Manuel de Rosas, amigo de su familia”. Como queda dicho se efectúa, por consiguiente, en “El cóndor ciego”, una triple aseveración: 1°) La de que Lavalle se suicidó; 2°) La de que sus amigos se juramentaron para ocultar la verdad del suicidio; 3°) La de que Juan Manuel de Rosas apoyó la versión de la muerte accidental, y encubrió la del suicidio, por amistad con la familia de Lavalle. No hay más, pues sino que analizar la triple sobredicha aseveración; y proyectamos verificarla a la luz de los preceptos pertenecientes a ciertas y determinadas ciencias que, a buen seguro, nos allanarán la ruta para esclarecer el enigma planteado. Para entrar en materia, conviene dejar registrados algunos hechos incluidos en la psicología que gravitan sustancialmente en este problema. Y a primera vista, el carácter peculiar del Gral. Lavalle, luchador, impulsivo, intrépido, temerario y romántico, rasgos que lo hacían sobremanera poco proclive a confesarse vencido, y a eludir, consecuentemente, la lucha eliminándose por propia mano. De esta suerte, viene a resultar asaz inconcebible la presunción del suicidio, cuando Lavalle era considerado, al unísono, hombre de morir peleando, como lo probó en múltiples batallas, pero señaladamente, en Famaillá, donde conduciendo personalmente a la caballería correntina al combate, expuso su vida una y mil veces. Súmese a esto otro detalle singularmente importante: el hondo sentimiento católico de Lavalle, su acendrada fe, que le vedaba concluyentemente, tomar en sí y por sí, la tremenda determinación, anatomizada por la Iglesia, de quitarse el preciado don de la vida dado por Dios, y que, para un católico, solo Dios puede quitar…¡En esto no hay excepción! Añádase que a la inversa es, igualmente cierta ya que no se conoce ningún escrito, ni unitario ni federal, contemporáneo o algo posterior al suceso, que afirme la realidad del suicidio”. 
         El doctor Quirno Lavalle agrega a su fundamento una fuente científica: la Medicina Legal, donde diferencia el suicidio del homicidio de fuego. "Pero hete aquí que ha llegado hasta nosotros un testimonio más preciso, más fidedigno, y por eso, más valioso: el del doctor Gabriel Cuñado, médico español que había combatido con los ejércitos realistas durante nuestra independencia, y que se había radicado, luego, en Jujuy. Este facultativo entró en la casa por la puerta delantera, y contempló el cadáver tendido en el zaguán. Dejó asentado, antre otros pormenores, "que luego de pisar el umbral de la puerta de calle, notó cerca de ésta tres gotas de sangre y un gran charco de la misma al llegar al arco del zaguán, donde estaba el cadáver en decúbito dorsal, con una herida, al parecer de bala, en la base del esternón. Este testimonio cobra insuitado valor, porque el doctor Cuñado no intervino en las guerra civiles, y por eso, no revistaba ni como unitario ni como federal. Además era médico, y tampoco pudo participar en el supuesto juramento formulado por los amigos de Lavalle, ya que ni conocía a éste ni a sus compañeros. Por esa causa, su referencia -localizando el orificio de entrada del proyectil- posee singular valía, puesto que de ella una inferencia capital puede ser extraída...Procurando suministrar sustento científico a cuanto antecede requerimos la opinión del profesor titular a cargo de la cátedra de Medicina Legal de la Universidad de Buenos Aires médico forense de la Justicia Nacional doctor Víctor Luis Poggi, quien, accediendo con gentileza a nuestro requerimiento, nos informó que nunca hasta hoy en su ya dilatada experiencia, le ha tocado ver un suicida con orificio de entrada del proyectil adosado a la horquilla esternal. En resolución, la situación del orificio de entrada del proyectil que dio muerte a Lavalle se revela incompatible con la presunción del suicidio. Adiciónese a esto otro detalle, igualmente señalado por el profesor Poggi: la particularidad de que todo disparo perpetrado a muy corta distancia -como lo habría sido en este caso, si hubiera ocurrido, efectivamente, suicidio- y aún más con las pólvoras negras, ricas en carbón, azufre y salitre que en esa época se usaban, habría originado, indefectiblemente, un extenso chamuscamiento y tatuaje de la piel circunvecina, contingencia que si hubiera existido, el doctor Cuñado, por ser médico, y por lo llamativo, no hubiera omitido seguramente señalar...Tercera contradicción de El cóndor ciego".
          El acta médica de los restos de Lavalle firmada por Juan José Montes de Oca, Francisco Javier Muñiz y Alejandro Araujo en Buenos Aires el 25 de enero de 1861, -cuando retornaron de Potosí- certificó que “el esqueleto contenido era de adulto, y los huesos, deficientes en número, por su longitud, solidez y buena proporción, así como por las asperezas que dieron implantación a los músculos y tendones de ciertas regiones, denotan haber pertenecido a un hombre de alta talla y de fuerte constitución. El cráneo elevado y el ángulo facial de 80 grados; traducen la majestad y la belleza antigua, que tuvo en su cabeza y cara el general Lavalle”.
       Según el historiador Julio A. Benencia, el general Lavalle en plena retirada, el 8 de octubre de 1841, acampaba sobre la ciudad de Jujuy llevando unos escasos doscientos hombres, último resto de la Legión Libertadora con la cual había iniciado la campaña de 1840. Enfermo, acompañado de su secretario Félix Frías, el teniente Celedonio Álvarez y ocho hombres de su escolta, se aposentó en una casa de la ciudad que antes había ocupado Elías Bedoya. Poco después se le unía el comandante Lacasa, descansando allí todos hasta las primeras horas de la madrugada del día 9 de octubre. La voz del centinela hizo salir al comandante quien al observar una partida detenida frente al alojamiento, a unas veinte varas, dio orden para el apresto de los suyos. “Lavalle se asomó en ese instante y al entrever el peligro apresuró el de las cabalgaduras, dispuesto a abrirse paso a viva fuerza. Varios tiros partieron del grupo enemigo y el guerrero, respetado por la muerte en cien combates, cayó atravesada la garganta de un balazo”.
       El ayudante Pedro Lacasa, dijo que una bala atravesó la garganta de Lavalle poco después que éste ordenara ensillar para abrirse paso frente a las partidas federales: “el tiro de un cobarde al través de una puerta vino a robar a la patria una de sus más bellas esperanzas; no podía ser de otro modo”. Este relato coincide con lo afirmado por el historiador Benencia. La versión oficial de la muerte de Lavalle menciona que fue ultimado después de haber sido intimado a rendirse por las tropas federales: “Corrió este salvaje unitario para adentro de la casa, y en el acto salió el traidor salvaje unitario Lavalle, abrochándose la cartera de la camiseta, y habiéndole gritado el señor comandante Blanco“Date a preso salvaje unitario y ríndete” cerró dicho salvaje unitario de golpe la puerta, y en el acto mandó el enunciado señor comandante que echasen la puerta, lo que efectuaron los cuatro tiradores a balazos, errando fuego una tercerola de uno de ellos, pero que él tuvo la sin igual gloria de haber dirigido su tiro por la cerradura de la puerta con cuya bala hirió mortalmente al salvaje pegándole por debajo de la barba en el pescuezo” (Clasificación del soldado José Bracho, Santos Lugares de Rosas, 14/XI/1842).




José María Rosa.




Bibliografía:


Academia Nacional de la Historia, Partes de batalla de las guerras civiles 1840-1852, Buenos Aires, 1977, t. III.
BENENCIA, Julio A., “Los restos del general D. Juan Galo de Lavalle”, en Historia n° 39, Buenos Aires, 1965.
QUIRNO LAVALLE, Ricardo, “La muerte del general Lavalle”, en Publicaciones del Instituto de Estudios Iberoamericanos, Buenos Aires, 1981, vol. II.
QUIRNO LAVALLE, Ricardo, “La muerte del general Lavalle”, en Investigaciones y Ensayos n° 31, Academia Nacional de la Historia, Buenos Aires, Julio-Diciembre 1981.

UNA HISTÓRICA FAMILIA SANTIAGUEÑA: LOS TABOADA



Escudo de armas de la familia Taboada.
Manuel Taboada.


Antonino Taboada.

Por Sandro Olaza Pallero


           Según los genealogistas el apellido Taboada es antiguo y su origen es de Lugo (Galicia), donde existe un municipio llamado Taboada, casa solariega desde tiempos de Alfonso VII de Castilla. Posteriormente el apellido se extendió por otras regiones de la Península. Derivado de táboa ("tabla"; lat. tabula), equivalente al castellano tablada (cada uno de los espacios en que se divide una huerta para su riego). Las armas principales del escudo de armas de este noble apellido son: en campo de gules, cuatro tablas de oro, puestas en palo y bordura de plata con ocho calderas de sable.
El título de condesa de Taboada fue otorgado por Carlos II el 20 de septiembre de 1683, a María Teresa de Taboada y Castro. Felipe Antonio Gil Taboada (1668-1722), prelado español nacido en Lugo, se distinguió por sus virtudes y fidelidad a Felipe V, quien lo nombró gobernador del Consejo Supremo de Castilla. Francisca Luisa de Paz y Figueroa, hija del general Juan José de Paz y Figueroa, contrajo nupcias con Ramón Antonio Gil de Taboada en 1775. Fue este el primer Taboada que arribó al Tucumán a fines de 1768, desde su villa de Vivero (Galicia). Los tres hijos varones nacidos de este matrimonio, forjarán la primera etapa del predominio familiar, en las primeras décadas del siglo XIX.
Una de las hijas, en cambio, alcanzará si no la fama, con seguridad la gloria. Fue la reverenda madre Ana María del Niño Jesús Taboada de Paz y Figueroa (1788-1852), ilustre mujer santiagueña que se distinguió por ayudar a los pobres e indígenas. Fundó el convento de Belén el 25 de diciembre de 1821 en homenaje al Niño Jesús que tanto amaba.
Su hermana, Sebastiana de Taboada Paz y Figueroa, se casó en Santiago del Estero con José Antonio de Gorostiaga y Urrejola. Su hijo fue el doctor Luciano de Gorostiaga Taboada Paz y Figueroa, aquél que por sus relevantes méritos mereció del general Bartolomé Mitre el siguiente elogio: “Su memoria debe ser honrada por los argentinos”. Fue comandante general del Resguardo, diputado a la legislatura varias veces, secretario, miembro de la comisión de redactores de la primera Constitución de Santiago del Estero y gobernador delegado.
Por su parte los Paz y Figueroa descendían del rey San Fernando de Castilla. La familia Taboada-Paz y Figueroa constituyó parte importante del patriciado de la provincia norteña de esa época. Su fuerza fue política y social: fueron propietarios de ingentes leguas de tierras. 
Desde poco antes de Caseros y hasta bien entrada la administración del presidente Nicolás Avellaneda, Santiago del Estero fue sometida a un régimen político personalizado por la familia Taboada, clan que durante casi un cuarto de siglo ejerció una gran influencia sobre todo el Norte y Noroeste argentino. Sobrinos del general Juan Felipe de Ibarra Paz y Figueroa, fundador de la autonomía santiagueña en el año 1820 y el más fiel intérprete del sentimiento federal de sus paisanos.
 Eran hijos de Leandro Taboada, quien formó parte del batallón Patricios Santiagueños reclutado por Juan Francisco Borges en 1810, al paso del ejército libertador por la ciudad norteña. Sin embargo la vida militar no le sedujo, y sin participar en la guerra emancipadora, volvió a su lugar de origen para formar su hogar en Matará. Hacendado y custodio de las fronteras en Matará, fue esposo de Agueda Ibarra, hermana menor del caudillo Juan Felipe Ibarra. Hasta su estancia recurrió el coronel Borges, su antiguo jefe, al huir derrotado por Gregorio Aráoz de Lamadrid en el combate de Pitambalá, en diciembre de 1816. Taboada, en lugar de ocultar al prófugo, lo entregó a sus perseguidores y de allí fue traído Borges para ser fusilado sin proceso, en la chacra de Santo Domingo el 1° de enero de 1817.
Militares, gobernantes, empresarios, los Taboada ejercieron el poder con energía y exclusivismo, pero también con un innegable amor a su tierra. Fueron auténticos caudillos del liberalismo, voceros del progreso –tal como lo entendían ellos-.
El general Antonino Taboada (1814-1883) derrotó al tucumano Celedonio Gutiérrez en Tacanitas, Laureles y Ceibal. Acabó con las fuerzas de Ángel Vicente Peñaloza en Mal Paso y con las montoneras de Felipe Varela en Pozo de Vargas. Los Taboada en la batalla de Pozo de Vargas mandaban sus escuadrones “Río Hondo”, “Salavina”, “Libertad”, “Choya”, “Laureles”, batallones de Tucumán y Catamarca, y la caballería al mando del mayor Pablo Irrazábal –asesino del Chacho-, cuyas sugestiones tácticas dieron el triunfo a las fuerzas nacionales. Inicialmente los riojanos desbordaron a los santiagueños, sobre todo en el flanco izquierdo y en el frente del batallón chileno, obligando a los hombres de Taboada a replegarse y al mismo convoy de mando a retroceder y ubicarse sobre la derecha, para evitar que lo atacaran por detrás. Sin embargo los bravos santiagueños se recuperaron a medida que las armas de fuego iban aumentando las bajas entre la caballería riojana, que llegó a efectuar diez cargas, en tanto que el terreno y las trincheras limitaban la peligrosidad de los jinetes y sus lanzas.
Uno de los versos recopilados de la "Zamba de Vargas" utiliza con acierto la expresión "lanzas contra fusiles" para definir la característica esencial que adoptó la batalla. El propio Varela salvó su vida, luego de que su caballo cayera muerto y fuera rescatado por la montonera Dolores Díaz, apodada la “la Tigra”. Al anochecer dio orden de retirada con sólo 180 hombres de los 4.000 con que había llegado. En el campo quedaron muertos 1200 montoneros y 200 nacionales. Antonino fue el brazo armado del régimen.
Su hermano Manuel Taboada (1817-1872) fue gobernador de 1851 a 1871 y fue llamado por Domingo F. Sarmiento “el presidente del Norte”. El 10 de octubre de 1851, Manuel Taboada comunicó a Juan Manuel de Rosas su ascensión al mando, repudiando el “funesto grito del loco traidor, salvaje unitario Urquiza”. 
Recibió las noticias del triunfo del general Urquiza en Caseros y el mismo día sancionó la ley de reasunción “del poder conferido al opresor Juan Manuel de Rosas”, y reconoció “al Libertador de la República en la persona del general en jefe del Ejército Aliado brigadier don Justo José de Urquiza”. 
Otro hermano, Gaspar Taboada, financista, fue dueño de comercios, estancias y barracas y sostuvo económicamente las luchas de sus hermanos y la administración provincial.


Bibliografía:

ALÉN LASCANO Luis C., “Los Taboada”, en Todo es Historia n° 47, Buenos Aires, marzo 1971.
CASTRO PAZ, Aldo Marcos de, “La sangre real y santa de las fundadoras religiosas argentinas”, en Publicaciones del Instituto de Estudios Iberoamericanos, Buenos Aires, 1981, vol. II.
GONZÁLEZ DORIA, Fernando, Diccionario heráldico y nobiliario de los reinos de España, Editorial Bitácora, Madrid, 1987.
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