lunes, 27 de julio de 2009

ANTONIO LUIS BERUTI, LUCHADOR DE LA LIBERTAD

Antonio Luis Beruti.






Por Sandro Olaza Pallero






Antonio Luis Beruti González de Alderete nació en Buenos Aires el 2 de septiembre de 1772. Sus padres fueron Pablo Manuel Beruti, nacido en Cádiz en 1727 y María González de Alderete, nobles españoles avecindados en Buenos Aires desde 1754 y que gozaban de gran consideración social.
Sus abuelos paternos eran Juan Bautista Beruti, nacido en Final (Liguria), el 17 de diciembre de 1693, -hijo de Santo Beruti y de María Magdalena Rinaldi- y María Teresa Oda, ambos casados en 1717. La partida de bautismo del abuelo paterno del prócer, fue traducida al idioma castellano por Pedro Juan Burón el 16 denero de 1760, en la ciudad de Cádiz.
Durante la administración del virrey Avilés, el joven Antonio Luis desempeñó con empeño y sin compensación alguna, varios cargos delicados que evidenciaron su honorabilidad y laboriosidad. Tras concluir sus estudios en España, regresó a su país e intervino en la organización del movimiento emancipador. Fue un miembro activo del grupo carlotista, que pretendía conseguir la independencia a través de la coronación de la hermana del rey cautivo, Fernando VII. Participó en la Revolución de Mayo, que dio comienzo a la guerra de la independencia argentina. Junto a Domingo French lideró el grupo revolucionario conocido como los "chisperos", que tuvo una destacada participación en la Semana de Mayo.
Durante esos días repartieron las famosas cintillas -de color incierto-, para diferenciar a los patriotas de los realistas. En el cabildo abierto del 22 de mayo votó por la destitución del virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros y la presión provocada por los chisperos resultó fundamental.
Cuando se formó una junta integrada por algunos criollos pero presidida por Cisneros, Beruti se opuso terminantemente y, ante el rechazo generalizado, la junta se disolvió. Beruti añadió: "una Junta presidida por Cisneros es lo mismo que Cisneros virrey".Esto motivó el movimiento popular en el seno del Comité Secreto y Beruti se apostó el día 25 en la plaza de la Victoria, frente a un selecto concurso de patriotas reunidos por él con el objetivo de hacer respetar la voluntad del pueblo expresada en el cabildo abierto del día 22. Como las sesiones demoraban demasiado, Beruti irrumpió en la sala y dijo: "Señores del Cabildo: esto ya pasa de juguete; no estamos en circunstancias de que ustedes se burlen de nosotros con sandeces. Si hasta ahora hemos procedido con prudencia, ha sido para evitar desastres y efusión de sangre. El pueblo, en cuyo nombre hablamos, está armado en los cuarteles y una gran parte del vecindario espera en otras partes la voz para venir aquí. ¿Quieren ustedes verlo? Toquen la campana y si no nosotros tocaremos generala y verán ustedes la cara de ese pueblo, cuya presencia echan de menos. ¡Sí o no! Pronto, señores, decirlo ahora mismo, porque no estamos dispuestos a sufrir demoras y engaños; pero, si volvemos con las armas en la mano, no responderemos de nada".
Tras manipular la lista de invitados al cabildo y de expulsar a aquellos con posturas realistas, las ideas patriotas triunfaron, y el 25 de mayo de 1810 se constituyó la Primera Junta Gubernativa a nombre de Fernando VII. Los historiadores clásicos han divulgado la noticia del reparto de cintas celestes y blancas en los días que precedieron al 25, para distinguir a los partidarios de la Revolución.
El general Bartolomé Mitre atribuyó a French y Beruti la adopción de estos colores: “Entró en una de las tiendas de la Recova y tomó varias piezas de cintas blancas y celestes…Apostando en seguida piquetes en las avenidas de la Plaza los armó de tijeras y de cintas blancas y celestes, con orden de no dejar penetrar sino a los patriotas, y de hacerles poner el distintivo. Beruti fue el primero que enarboló en su sombrero los colores triunfantes”.
En las Memorias curiosas de Juan Manuel Beruti -hermano del patriota de Mayo- se lee que para reconocerse, los partidarios de la Revolución se habían puesto en un ojal de la casaca una cinta blanca: “señal de la unión que reinaba, y en el sombrero una escarapela encarnada, y un ramo de olivo por penacho”.El 27 de junio, Beruti fue nombrado teniente coronel del regimiento América, creado por la Junta. Después de estos períodos iniciales de la independencia argentina, Beruti ya no brilló en la escena pública, hasta el momento en que empezaron a manifestarse las divisiones entre los miembros de la Junta poco después.
Junto a otros morenistas, ingresó a las reuniones del Café de Marcos, donde se hacía cada vez más fuerte la oposición al núcleo saavedrista. En el sumario mandado instruir por el gobierno en decreto del 11 de junio de 1811, el ayudante mayor Martín Rivero, quien pertenecía al regimiento de infantería de América, afirmó que varios oficiales se reunían para conspirar: “Que también formaron junta en el café de Marcos, French y Beruti con la mayor parte de los oficiales y algunos paisanos según le han informado y que habiendo salido del café se regresaron al cuartel habiendo salido al día siguiente las escarapelas fondo celeste y que el gobierno llamó al que declara y al teniente coronel Medrano entre otros oficiales para que declarasen como efectivamente lo hicieron”.
Después de la pueblada del 5 y 6 de abril, el morenismo fue desplazado. Junto a otros morenistas -Azcuénaga, Vieytes, Rodríguez Peña, entre otros- fue expulsado de Buenos Aires y exiliado. Tras el regreso de hombres e ideas morenistas, Beruti volvió del exilio en 1812. Fue nombrado teniente de gobernador interino de Santa Fe y luego de Tucumán entre 1814 y 1816, cargo que abandonó para regresar a Buenos Aires, donde ocupó sucesivos destinos como comandante de la Guardia Nacional, ministro de Guerra y subinspector del Ejército de los Andes.
El 15 de febrero de 1816 fue nombrado secretario de Estado en el Departamento de Guerra el coronel Francisco Fernández de la Cruz y hasta el arribo de éste del Ejército Auxiliar del Perú, se dispuso que lo reemplazara el coronel Beruti, que revistaba en el Estado Mayor General. El 17 de agosto recibió y tomó razón de un oficio del Congreso Nacional referente al decreto del 20 de julio sobre el uso de la bandera nacional “celeste y blanca de que se ha usado hasta el presente y se usará en lo sucesivo exclusivamente en los ejércitos, buques y fortalezas en clase de bandera”. El 24 de enero de 1817, Pueyrredón lo designó como segundo jefe del estado mayor del Ejército de los Andes y en tal carácter se distinguió en la batalla de Chacabuco, donde mereció una citación especial en el parte del general José de San Martín. Poco después, a fines de marzo del mismo año, pidió su retiro del Ejército de los Andes, pasando a Mendoza, donde pidió licencia al secretario del Departamento de Guerra para contraer matrimonio con Mercedes Tadea Ortiz, nacida en aquella ciudad el 11 de noviembre de 1793, lo que le fue concedido el 1° de mayo. Mercedes Ortiz era hija de Bernardo Ortiz y María del Carmen Correas, perteneciente a familias mendocinas de linaje y fue una de las damas que ofrendaron sus alhajas para proporcionar armas y demás elementos al Ejército de los Andes. Beruti viajó a Buenos Aires, por lo que el gobernador Toribio de Luzuriaga, el 17 de noviembre le expidió el pasaporte correspondiente.
Figuraba empleado en el despacho de guerra desde el 14 de agosto de 1820 y continuó revistando allí aún en enero de 1822. El 12 de febrero de 1823 obtuvo su reforma militar.
Posteriormente se trasladó a Mendoza donde fue vicepresidente de la Sala de Representantes en 1824. En 1825, fue secretario interino del gobernador Juan de Dios Correas.
Beruti se inclinó al partido unitario y cuando Lamadrid ocupó la ciudad de Mendoza, en septiembre de 1841, lo designó su ministro general, y en tal carácter asistió a la batalla de Rodeo del Medio el 24 de septiembre. Descubierto por Ángel Pacheco, general vencedor, éste le dispensó consideraciones especiales, no obstante lo cual Beruti no pudo dominar su abatimiento moral.
Le asaltó un delirio que alteró su razón y poco tiempo después falleció el 3 de octubre. Los restos de este luchador de la libertad fueron sepultados en el templo mendocino de San Francisco, pero sin señal recordatoria, razón por la cual fue imposible a sus familiares encontrarlos.
Su hermano Juan Manuel Beruti, fue quien desde 1789 continuó las Memorias curiosas o Diario, iniciado en 1717 por persona cuyo nombre se abstuvo de revelar. Otro hermano fue José Luis Beruti, oficial mayor del Tribunal Mayor de Cuentas del virreinato.
Este último también era oficial del regimiento de América y se encontraba entre los militares que conspiraron contra Saavedra en la declaración anteriormente mencionada de Martín Rivero. José Luis fue padre del teniente coronel José Tomás Beruti. Descienden de este prócer entre otras familias: Beruti Agrelo, Beruti Tobal, Beruti Beruti, Beruti Lagos y Beruti Gamboa.




Bibliografía:


Domingo French.




BERUTI, Juan Manuel, “Memorias curiosas”, en Biblioteca de Mayo, Senado de la Nación, Buenos Aires, 1960.
MITRE, Bartolomé, Historia de Belgrano y la Independencia Argentina, Suelo Argentino, Buenos Aires, 1945.
PALOMBO, Guillermo-ESPINOSA, Valentín, Documentos para la Historia de la Bandera Argentina, Instituto de Estudios Iberoamericanos, Buenos Aires, 2001.
SOAJE PINTO, Mario, “Beruti, Antonio Luis”, en Genealogía. Hombres de Mayo. Revista del Instituto Argentino de Ciencias Genealógicas, Buenos Aires, 1961.
YABEN, Jacinto R., Biografías argentinas y sudamericanas, Ediciones Históricas Argentinas, Buenos Aires, 1953, I.




Cabildo abierto del 22 de mayo de 1810.

sábado, 18 de julio de 2009

ANTONIO DELLEPIANE

Antonio Dellepiane.


                                                                    Por Sandro Olaza Pallero


Antonio Dellepiane nació en Buenos Aires el 29 de octubre de 1864 e inició sus estudios secundarios en el Colegio Nacional y se doctoró en Derecho en la Universidad de Buenos Aires en 1892. Su tesis Las causas del delito ganó el premio Florencio Varela y fue publicada debido a la aprobación y admiración que causó en las autoridades de la Facultad de Derecho.
Uno de sus profesores opinó sobre él: “Su espíritu metódico y claro domina las cuestiones que somete a su estudio…Laborioso como pocos, se ha hecho tiempo para adquirir, fuera de sus conocimientos jurídicos, una ilustración general que no es común en los estudiantes egresados de las facultades…Antonio Dellepiane es una esperanza para el foro nacional”. Se perfeccionó en la Universidad de París. 
Fue profesor secundario y de Filosofía del Derecho de 1898 a 1918, en la Universidad de Buenos Aires. Desempeñó funciones públicas como Director del Museo Histórico Nacional y colaboró en la revista Nosotros, según Manuel Gálvez la aparición de esta publicación fue el advenimiento de los hijos de italianos a las letras argentinas: “Sorprende el número de colaboradores de nombre italiano, entre viejos y jóvenes, ignorados y prestigiosos, que tuvo la revista: Capello, Magnasco, Albasio, Pandolfo, Dellepiane, Corti, Della Costa, Mazzoni, Robatto, Muzzilli…Era el caso de exclamar “¡L´Italia al Plata!”, como suele hacerse entre nosotros cuando en algún lugar o institución abundan los italianos o sus descendientes”.
En 1918, Dellepiane fue el primer profesor de la cátedra de Sociología de la Facultad de Derecho, durante un año. Personalidades de la cultura nacional e internacional lo elogiaron: Piñeiro, Latzina, Magnasco, Tarde y Lombroso.
En su obra Rosas afirmó sobre el dictador argentino que su rehabilitación y glorificación no era la única solución posible: “Merced a los acontecimientos europeos, el problema de las dictaduras es de candente actualidad. Su estudio reviste un interés y una utilidad evidentes…Los neodefensores de Rosas ignoran la grandísima imprudencia que cometen al agitar el asunto. La rehabilitación y glorificación no es la única solución histórica posible ni deseable, como lo piensan zurdamente los que se empeñan en descubrir algunos errores, faltas y hasta crímenes en el bando opuesto, creyendo con ello limpiarlo y exculparlo de los que él cometió por millares…La figura del tirano ha sido deformada por los historiadores panegiristas. Lo engrandecen, le prestan condiciones de estadista, lo presentan como un hombre de espíritu cultivado, político de vuelo, estudioso; llegan a acordarle hasta vena poética…Se han enamorado del sujeto, han sufrido la fascinación del asunto, lo han dramatizado, poetizado…Ramos Mejía nos ha dejado un estudio psicofisiológico de Rosas y su época que difícilmente será superado…El gran error de este autor y de los que intentan explicar al tirano presentándolo como un instintivo, es desconocer o ignorar que Rosas procedía de acuerdo con un ideario…Son varios los libros escritos con la intención, al parecer manifiesta, de levantar la personalidad de Rosas. Decimos al parecer, porque ello resulta de su lectura completa, no obstante la aparente imparcialidad que a ratos revelan sus autores. ¿De dónde deriva esta contradicción? Tal vez de estudio insuficiente, de falta de dominio del tema. También de ausencia de espíritu de crítico, de escasa preparación técnica…El juicio de revisión que se intenta terminará con una sentencia confirmatoria y no absolutoria de la tiranía”.
Esta obra de Dellepiane fue transcripta, ordenada y anotada por su hijo Antonio Dellepiane Avellaneda en la edición de 1950, quien anotó: “En la época en que el autor escribía estos ensayos, estaban en su apogeo las dictaduras de Hitler y Mussolini en el Viejo Mundo”.
El 7 de julio de 1934, en la sesión privada celebrada por la Junta de Historia y Numismática Americana, Dellepiane destacó el hallazgo de la carta auténtica de San Martín a Rosas: “La solidez y belleza de una obra arquitectónica, depende, ante todo, de la bondad de los materiales empleados en construirla; las de un trabajo histórico, de la excelencia de los elementos que se utilizan para componerlo. Si nos proponemos elevar el edificio de la historia argentina, nuestro primer empeño debe consistir en depurar las fuentes de que hemos de servirnos. Agregó que en su carta aclaratoria de un homenaje, publicada hace poco en “La Nación”, al decir que la nota en el que el general San Martín ofrecía en 1838 sus servicios militares a Rosas, no se había publicado aún, había dejado entonces de agregar “correctamente”, porque si bien tenía casi la certeza, aunque no la evidencia de que esa carta había sido adulterada, no quiso afirmarlo públicamente sin tener pruebas fehacientes. Esas pruebas, que abrigaba la esperanza de hacer aparecer, mediante mi publicación, las tengo ahora en mi poder…Poseo ya, no sólo la carta auténtica de San Martín a Rosas, sino el borrador original de la contestación a esa carta, escrito por un amanuense, corregido por el dictador y firmado con sus iniciales, como solía hacerlo en esos casos. Este episodio reclama un breve comentario, destinado a precaver a nuestros hombres de ciencia contra el grave peligro que los amenaza a de beber sus informaciones en una fuente que, no obstante su frecuente utilización, dista mucho de ser tan pura como parece y necesita serlo. Mi distinguido antecesor en el Museo Histórico Nacional y benemérito fundador del instituto, D. Adolfo P. Carranza, no era precisamente un historiador o un técnico en investigaciones históricas, sino un fervoroso patriota, digno, por ello, del más alto respeto…Creyendo, erróneamente, que las faltas de ortografía cometidas por los personajes históricos los hacía desmerecer en el concepto público, empezaba por corregir esos errores en forma, con frecuencia, harto caprichosa…Tal ocurre, por ejemplo, con la carta mencionada de San Martín a Rosas, en que Carranza ha suprimido caprichosa e indebidamente el calificativo “funesto”, aplicado por San Martín al año de 1829 en que, desatada la guerra civil por el fusilamiento de Dorrego, el partido unitario cae vencido y el país es entregado por el incauto y noble general Lavalle a las manos de Rosas, que se enseñorea de él, para sumirlo en el sangriento despotismo con que inició ese año su primer gobierno”.
Dellepiane también estudió a Rosas en su destierro y opinando sobre la relación de este último con Lord Palmerston, dijo: “Rendido y a la vez porfiado cortesano cuando le interesa y quiere serlo, Rosas intenta halagar el patriotismo de Palmerston entonando un himno en loor del suelo, el clima y el idioma de Gran Bretaña, los que, escribe, había tenido oportunidad de apreciar durante diez años de residencia. Recuerda que Palmerston le dijo una vez con intención que se barrunta: -“aquí hay libertad”. Sin darse por entendido de la indirecta, él contestó en el acto, asintiendo, -“sí, Señor, como en ningún otro país…”Y escamoteando enseguida ágilmente el tema agregó: -“y también buen clima y buena salud si se sabe conocer y se guarda la higiene correspondiente”. Cita con ese motivo su caso y el de su familia como el mejor ejemplo que a ese respecto pudiera darse”.
Señaló Gálvez la opinión favorable de Dellepiane sobre su biografía de Hipólito Yrigoyen: “Muchos casos prueban cómo el concepto público acerca de Yrigoyen cambió por obra de mi libro. He ahí al doctor Antonio Dellepiane, hombre serio y veraz. Casado con una Avellaneda, tenía vinculaciones con los conservadores, con el “régimen”, destruido por obra de Yrigoyen. Pues bien: un día, en Mar del Plata, se encuentra con un conocido mío, miembro de FORJA, grupo nacionalista que actuaba dentro del radicalismo, y le confiesa: -Yo era hasta ayer enemigo de Yrigoyen, pero desde que leí el libro de Gálvez opino de otra manera”.
Entre los principios teóricos y metodológicos que formuló, se debe destacar la importancia que asignaba a las fuentes como depositarias de los datos que manejaba el historiador y la curiosa tesis que enunciaba con relación a la función de éste frente a ellas. En su trabajo titulado Nuevos rumbos de la crítica histórica, que leyó en oportunidad de ser incorporado como miembro de número de la Junta de Historia y Numismática Americana, en la sesión del cuerpo del 6 de septiembre de 1908, se proponía demostrar que el problema planteado al historiador era análogo al que escriba la instrucción y fallo de un proceso criminal.
De esta manera la crítica histórica presentaba grandes similitudes con las teorías de las pruebas judiciales, siendo ambas “casos particulares de una teoría filosófica más amplia: la teoría general de la prueba”, para cuya constitución definitiva sería menester acudir no sólo a los principios y observaciones acumulados, sino también a los resultados adquiridos por la psicología experimental, que había comenzado ya a apoderarse de los hechos históricos para someterlos a contralor de la experimentación. La alusión a la intervención de la psicología en los procesos explicativos de la histeria, que era muy frecuente dentro de su producción, y la postura empírica que debía asumir el historiador colocan a Dellepiane, desde el punto de vista metodológico –según María Pompert de Valenzuela-, muy cerca de los postulados del positivismo.
La importancia que asignaba a las fuentes como “pruebas” de lo que se afirmaba se evidencia en las características de su producción. Dellepiane en el ejercicio de su profesión se especializó en temas de criminalística, falleció en Buenos Aires en 1939 y sus restos se encuentran en el cementerio de la Recoleta.
Se había casado el 25 de junio de 1903 con María Mercedes Avellaneda Nóbrega, hija del doctor Nicolás Avellaneda, presidente de la República Argentina y nieta del prócer Marcos Avellaneda. María Mercedes perteneciente a una familia de linaje establecida en el Río de la Plata desde la Conquista, nació el 23 de septiembre de 1873.
Ricardo Caillet-Bois caracterizó su personalidad y actuación calificándolo de “gran historiador y jurisconsulto distinguido…de carácter reposado, a quien su clara inteligencia, la mesura de sus juicios y su dedicación al estudio lo convirtieron en un escritor cuya obras adquirieron bien pronto notoriedad dentro y fuera del país”. Un establecimiento educativo de Capital Federal, en el barrio de Villa del Parque, lleva el nombre de este historiador y jurista de: “Colegio nº 1, D.E. nº 17, Dr. Antonio Dellepiane”.


Obras:

Las causas del delito (tesis doctoral, premio Florencio Varela, Facultad de Derecho), Buenos Aires, Imprenta de Pablo E. Coni, 1892.
Nuevos rumbos de la crítica histórica (conferencia de incorporación como miembro de número de la Junta de Historia y Numismática Americana, sesión del cuerpo del 6 de septiembre de 1908).
El idioma del delito, Buenos Aires, 1894.
Aprendizaje técnico del historiador americano, Imprenta Coni Hnos., Buenos Aires, 1905.
Cuestiones de enseñanza superior, Imprenta Coni Hnos., Buenos Aires, 1906.
Estudios de filosofía jurídica y social, Valerio Abeledo Editor, Buenos Aires, 1907.
La Universidad y la vida, Imprenta Coni Hnos, Buenos Aires, 1910.
Prólogo a Gaceta de Buenos Aires 1810-1821, Compañía Sud-Americana de Billetes de Banco, Buenos Aires, 1910-1915, 6 volúmenes.
El doctorado y los seminarios de investigación, Imprenta Coni Hnos, Buenos Aires, 1912.
Filosofía del derecho procesal: ensayo de una teoría general de la prueba: lecciones dictadas en 1913, Federación Universitaria-Centro de Estudiantes de Derecho, Buenos Aires, 1913.
Los tres López: discursos pronunciados en la recepción del académico Doctor Antonio Dellepiane: julio 20 de 1914, Universidad de Buenos Aires, Academia de Filosofía y Letras, Buenos Aires, 1914 (en autoría con Ernesto Quesada).
José María Ramos Mejía: 1852-1914, Imprenta Coni Hnos., Buenos Aires, 1914.
Informe pronunciado a nombre de la Comisión de Presupuesto de la Honorable Comisión Municipal, Alfredo Cantiello Editor, Buenos Aires, 1916.
“El panamericanismo”, en Nosotros, Buenos Aires, 1916.
La Tarja de Potosí, Buenos Aires, Imprenta de Pablo E. Coni, Buenos Aires, 1917.
Nueva teoría general de la prueba, Abeledo, Buenos Aires, 1919.
Dos patricias ilustres. Una patricia de antaño, María Sánchez de Mendeville; La compañera de un estadista, Carmen Nóbrega de Avellaneda, Imprenta Coni Hnos., Buenos Aires, 1923.
Dorrego y el federalismo argentino discurso pronunciado por el presidente de la Comisión Nacional en el acto de la inauguración del monumento, el día 24 de julio de 1926, Editorial América Unida, Buenos Aires, 1926.
El Himno Nacional. Estudio histórico-crítico, Imp. M. Rodríguez Giles, Buenos Aires, 1927.
Estudios de historia y artes argentinos, El Ateneo, Buenos Aires, 1929.
Rosas en el destierro: El testamento de Rosas. Rosas y sus visitantes. Rosas y Palmerston, Talleres Gráficos Argentinos L. J. Rosso, Buenos Aires, 1936.
La expresión en el arte: a propósito de un invento argentino, Oceana, Buenos Aires, 1937.
Arte e historia, Buenos Aires, 1940.
Rosas, Santiago Rueda Editor, Buenos Aires, 1950.
Prólogo a Rosas y su tiempo, de José María Ramos Mejía, Editorial Jackson, Buenos Aires, 1953.
El testamento de Rosas: La hija del dictador; Algunos documentos significativos, Oberón, Buenos Aires, 1957.


Bibliografía:

DELLEPIANE, Antonio, Rosas en el destierro: El testamento de Rosas. Rosas y sus visitantes. Rosas y Palmerston, Talleres Gráficos Argentinos L. J. Rosso, Buenos Aires, 1936.
DELLEPIANE, Antonio, Rosas, Santiago Rueda Editor, Buenos Aires, 1950.
GÁLVEZ, Manuel, Recuerdos de la vida literaria. Amigos y maestros de mi juventud, Librería Hachette, Buenos Aires, 1961, I.
GÁLVEZ, Manuel, Recuerdos de la vida literaria. En el mundo de los seres reales, Librería Hachette, Buenos Aires, 1961, IV.
POMPERT DE VALENZUELA, María Cristina de, “Antonio Dellepiane, precursor de ideas historiográficas”, en Investigaciones y Ensayos n° 52, Academia Nacional de la Historia, Buenos Aires, Enero-Diciembre 2002.


sábado, 11 de julio de 2009

EMILIO RAVIGNANI

Emilio Ravignani.




Por Sandro Olaza Pallero




Nació en Buenos Aires el 15 de enero 1886 y falleció en esta misma ciudad el 8 de marzo de 1954. Jurista e historiador, especialista en Historia del Derecho y en Historia Constitucional.
Fue, junto a Rómulo Carbia, Ricardo Levene y Luis María Torres, uno de los exponentes más destacados de la llamada Nueva Escuela Histórica Argentina, caracterizada por aunar los componentes clásicos de la escuela historiográfica austral con los nuevos elementos procedentes de Europa, sobre todo la corriente institucionalista. Ravignani cursó estudios universitarios en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de su ciudad natal, graduándose en 1909.
En ese mismo año comenzó a ejercer la docencia en el Instituto Superior de Profesorado Secundario, encargándose de la asignatura de Historia de América. Colaboró en la revista Nosotros y según Manuel Gálvez, la aparición de esta publicación: "Representa el advenimiento de los descendientes de italianos a las letras argentinas. Véase, sino, los apellidos de los más frecuentes colaboradores del periódico: Giusti, Bianchi, Alberini, Ravignani, Ferrarotti...Giusti tenía veinte años, y Emilio Ravignani y Coriolano Alberini veintiuno. Pero todos prometían, y unos en la pura literatura, como Melián Lafinur, Arrieta, Banchs y Giusti; otros en la historia, como Ravignani".
Posteriormente, fue profesor de Historia Constitucional Argentina en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad de la Plata y luego pasó a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, donde volvió a retomar la asignatura de Historia de América. Su carrera se desarrolló principalmente en esta institución, de la que llegó a ser decano y donde fundaría el Instituto de Investigaciones Históricas. Publicó el Boletín del Instituto, una de las contribuciones más notables a la historiografía y metodología modernas y que sigue editándose en la actualidad.
El Dr. Arturo J. Etchevere, admirador y amigo de Ravignani dijo sobre este último: “Mas la personalidad del doctor Ravignani habría de alcanzar singular relieve en el campo de la cultura y en particular modo dentro de las disciplinas históricas. Se inició en ellas siendo muy joven y fue precisamente en esta ciudad (Paraná) donde realizó sus primeras investigaciones de aliento. Nuestros archivos locales vieron trabajar con ahínco al entonces estudiante universitario, el fruto de cuya ardua tarea se publicó en 1911 en tres grandes tomos en Documentos relativos a la Organización Constitucional de la República. Dicho título indica por otra parte una dirección peculiar de sus estudios, representada en uno de sus grandes jalones por la Historia Constitucional de la República Argentina, reflejo de las lecciones en las cátedras de las Universidades de Buenos Aires y La Plata y coronada en la monumental serie de Asambleas Constituyentes Argentinas, obra de excepcional envergadura, que honra a la cultura nacional.”
En el plano partidario Ravignani ocupó muchos cargos, hasta la presidencia del Comité de la Capital de la U.C.R. y el de su querida seccional 17ª, miembro del Comité Nacional, de la Convención Nacional, presidente del Núcleo Unidad, participó de las reuniones académicas, de las sesiones de las comisiones de la Cámara y de los debates, muchas veces para nada ortodoxos de las encrespadas reuniones radicales. Siempre fue un hombre sencillo, jamás un intelectual acartonado, un trabajador de la cultura, que se esforzó por develar los misterios del pasado y la verdad histórica.
En 1922 el intendente de Buenos Aires Carlos M. Noel, lo nombró Secretario de Hacienda de la Municipalidad, cargo que desempeñó hasta 1927, desde el que demostró cu capacidad tanto de hombre de gobierno, como de administrador honesto. Integró la Junta Ejecutiva Central de Acción Argentina, una organización destinada a oponerse al nazismo y presionar al gobierno argentino a declarar la guerra al Eje, junto a Federico Pinedo, Victoria Ocampo, Nicolás Repetto y Julio A. Noble.
En 1944, ya casi al final de su vida académica, Ravignani aceptó la oferta de la Universidad de Montevideo, donde se desempeñó como director del Instituto de Investigaciones Históricas de la Facultad de Humanidades. A nadie se ocultaba que los viajes que dos veces al mes realizaba Ravignani a Montevideo, para atender personalmente la gestión del Instituto de Investigaciones Históricas, facilitaban reuniones de exiliados argentinos y políticos uruguayos, en un contexto de creciente desinteligencia entre los gobiernos de ambos países con referencia a múltiples temas (el de la política internacional entre los primeros).
En 1945 publicó un volumen titulado Inferencias sobre Juan Manuel de Rosas y otros ensayos. Se trataba de un trabajo editado en un formato pequeño y que incluía tres breves artículos elaborados en distintas épocas. Buchbinder señala a la Nueva Escuela Histórica como antecesora del Revisionismo en la reivindicación de los caudillos del interior: "¿Anticipaban acaso Ravignani y los constitucionalistas ligados a la Universidad de La Plata en su obra y en sus enseñanzas centradas en la rehabilitación de los caudillos, de la herencia de los pueblos del interior y en el reclamo de objetividad a la hora de analizar la época de Rosas, los motivos historiográficos del revisionismo de finales de los años veinte? Una de las figuras emblemáticas de este último movimiento, Julio Irazusta, en un artículo escrito a manera de respuesta a las afirmaciones vertidas por Tulio Halperín Donghi en su libro El revisionismo histórico argentino, rescató de manera especial los aportes historiográficos de Ravignani. De esta forma rechazaba las afirmaciones de Halperín que acusaba a los historiadores revisionistas de haber subestimado “la tarea historiográfica de la Nueva Escuela Histórica”. Irazusta sostenía enfáticamente haber leído y apreciado la obra de éstos".
La victoria del general Juan Domingo Perón en las elecciones de febrero de 1946 llevó, finalmente a Ravignani a su definitivo alejamiento de la Universidad de Buenos Aires. En diciembre de ese año renunció a su cargo de director del Instituto de Investigaciones Históricas.
El Consejo de la Facultad de Humanidades y Ciencias uruguayo opinó sobre la honestidad intelectual de Ravignani en 1948: “El Dr. Ravignani, por su tesonera actividad, su imparcialidad probada y su fervoroso anhelo científico es una garantía de correcta interpretación de los documentos y por sus conocimientos y orientación una guía segura para los estudiosos y un acicate para la emulación fecunda”.
Prestigió al Congreso Nacional Argentino con su presencia en tres ocasiones distintas: 1936-1940, 1940-1943 y 1946-1950. En 1946, el Dr. Ravignani fue uno de los pilares del legendario “Bloque de los 44” presidido por Ricardo Balbín, integrado, entre otros, por Raúl Uranga, Silvano Santander, Arturo Frondizi, Luis Dellepiane, Nerio Rojas, Ernesto Sammartino y Antonio Sobral.
Al igual que en sus publicaciones, la vida política de Ravignani se caracterizó por un escrupuloso respeto al constitucionalismo argentino. Según Enrique Pereira: "Fue un mandato breve, por dos años, más en 1952, cuando –mediante una ley electoral deliberadamente tramposa- la representación radical había sido absurdamente menguada, el célebre historiador volvió a la trinchera –no era otra cosa- parlamentaria. Nuevamente se hizo oír, a pesar de las molestias, de las quitas de la palabra. El maestro enseñaba, aun cuando no quisieran escuchar, él hablaba más alto, mas cierto, mas claro".
El Instituto de Investigaciones Históricas de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y una calle de esta ciudad lleva el nombre de este historiador.




Obra:



· La primera Constitución de Salta y Jujuy, ignorada hasta hoy, La Nación, Buenos Aires, 1911.
· Comisión de Bernardino Rivadavia ante España y otras potencias de Europa 1814-1820, Universidad de Buenos Aires. Facultad de Filosofía y Letras. Instituto de Investigaciones Históricas, Buenos Aires, 1913.
· Territorio y población: padrón de la campaña de Buenos Aires, 1778. Padrones complementarios de la ciudad de Buenos Aires, 1806, 1807, 1809, y 1810. Censo de la ciudad y campaña de Montevideo, 1780, Universidad de Buenos Aires. Facultad de Filosofía y Letras. Instituto de Investigaciones Históricas, Buenos Aires, 1913.
· Correspondencias generales de la provincia de Buenos Aires: relativas a relaciones exteriores, 1820-1824, Universidad de Buenos Aires. Facultad de Filosofía y Letras. Instituto de Investigaciones Históricas, Buenos Aires, 1913.
· Territorio y población: padrón de la ciudad de Buenos Aires, 1778, Universidad de Buenos Aires. Facultad de Filosofía y Letras. Instituto de Investigaciones Históricas, Buenos Aires, 1913.
· Relaciones interprovinciales: la Liga Litoral, 1829-1833, Universidad de Buenos Aires. Facultad de Filosofía y Letras. Instituto de Investigaciones Históricas, Buenos Aires, 1913.
· Padrones de la ciudad y campaña de Buenos Aires: 1726-1810, Universidad de Buenos Aires. Facultad de Filosofía y Letras. Instituto de Investigaciones Históricas, Buenos Aires, 1913.
· Comunicaciones oficiales y confidenciales de gobierno: 1820-1823, Universidad de Buenos Aires. Facultad de Filosofía y Letras. Instituto de Investigaciones Históricas, Buenos Aires, 1913.
· Comisión de Bernardino Rivadavia ante España y otras potencias de Europa: 1814-1820, Universidad de Buenos Aires. Facultad de Filosofía y Letras. Instituto de Investigaciones Históricas, Buenos Aires, 1913.
· Una comprobación histórica, el comercio de ingleses y la Representación de Hacendados de Moreno, Facultad de Filosofía y Letras. Instituto de Investigaciones Históricas, Buenos Aires, 1914.
· “Notas para la historia de las ideas en la Universidad de Buenos Aires. El Dr. Carta y la enseñanza de la física experimental”, en Revista de la Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires, 1916.
· La sociología, su importancia para los estudios jurídicos, Buenos Aires, 1915.
· Historia del Derecho Argentino, Buenos Aires, 1919.
· Prólogo a Escritos inéditos, de Antonio Zinny, Universidad de Buenos Aires. Facultad de Filosofía y Letras. Instituto de Investigaciones Históricas, Buenos Aires, 1921.
· Advertencia a Colección de tratados: 1552 –1553, de Bartolomé de las Casas, Universidad de Buenos Aires. Facultad de Filosofía y Letras. Instituto de Investigaciones Históricas, Buenos Aires, 1924.
· La Constitución de 1819, Buenos Aires, 1926.
· Historia Constitucional de la República Argentina, Buenos Aires, 1926-1930.
· Iglesia: cartas anuas de la provincia del Paraguay, Chile y Tucumán, de la Compañía de Jesús, 1609-1614, Universidad de Buenos Aires. Facultad de Filosofía y Letras. Instituto de Investigaciones Históricas, Buenos Aires, 1927.
· “Las finanzas argentinas desde 1810 a 1829” (Tesis), en La Nación, Buenos Aires, 6 de marzo de 1927.
· “Dos episodios de nuestras relaciones internacionales”, en La Nación, Buenos Aires, 24 de junio de 1928.
· Un proyecto de Constitución relativo a la autonomía de la Provincia Oriental del Uruguay, Buenos Aires, 1929.
· La política internacional de España al comienzo de primer gobierno de Rosas, Buenos Aires, 1929.
· Las facultades extraordinarias y la suma del poder público en la época de Rosas, Instituto Popular de Conferencias, Buenos Aires, 1930.
· “Cómo manejaba el dictador Juan Manuel de Rosas sus parodias electorales”, en La Nación, Buenos Aires, 6 de julio de 1930.
· Director de tesis: Unitarios y federales en la literatura argentina, de Avelina M. Ibáñez, Universidad de Buenos Aires. Facultad de Filosofía y Letras. Instituto de Investigaciones Históricas, Buenos Aires, 1933.
· Noticia preliminar a Catálogo de libros americanos de la Librería Cervantes de Julio Suárez, Buenos Aires, 1933.
· “Designación de una Comisión de Buenos Aires para mediar en la lucha entre Paz y Quiroga (1829-1830)”, en Humanidades, La Plata. 1933.
· Estudios y documentos para la historia del arte colonial, Universidad de Buenos Aires. Facultad de Filosofía y Letras. Instituto de Investigaciones Históricas, Buenos Aires, 1934.
· Advertencia a La emancipación hispanoamericana en los Informes Episcopales a Pío VII: Copias y extractos del Archivo Vaticano, de Pedro Leturia, Universidad de Buenos Aires. Facultad de Filosofía y Letras. Instituto de Investigaciones Históricas, Buenos Aires, 1935.
· El pacto de la Confederación Argentina, Buenos Aires, 1938.
· “La participación dada por San Martín al Marqués de Torre Tagle en la Independencia del Perú”, en Congreso Internacional de Historia de América, Academia Nacional de la Historia, 1938.
· El Virreinato del Río de la Plata. Su formación histórica e institucional, Buenos Aires, 1938.
· Prólogo a La organización judicial argentina: ensayo histórico. Época colonial y antecedentes patrios hasta 1853, de Manuel Ibáñez Frocham, La Facultad, Buenos Aires, 1938.
· La información histórica y los sofismas de la generalización (un análisis de historiografía y metodología de historización).
· Asambleas constituyentes argentinas, seguidas de los textos constitucionales legislativos y pactos interprovinciales que organizaron políticamente la Nación. Fuentes seleccionadas, coordinadas y anotadas en cumplimiento de la ley 11.857, Universidad de Buenos Aires. Facultad de Filosofía y Letras. Instituto de Investigaciones Históricas, Buenos Aires, 1937-1939, 7 tomos.
· “El Virreinato del Río de la Plata (1776-1810)”, en Ricardo Levene (Dir.), Historia de la Nación Argentina, Academia Nacional de la Historia, 1939, volumen IX.
· La participación de Artigas en la génesis del federalismo rioplatense (1813-1820), Cersósimo, Buenos Aires, 1939.
· Advertencia a Ensayos históricos, de Rodolfo Rivarola, Universidad de Buenos Aires. Facultad de Filosofía y Letras. Instituto de Investigaciones Históricas, Buenos Aires, 1941.
· Nuevos aportes sobre San Martín, Libertador del Perú, Comisión Nacional de Museos y Monumentos Históricos, Buenos Aires, 1942.
· Prólogo a El Poder legislativo santiagueño en la época de Ibarra: 1820-1851, de Alfredo Gargaro, Junta de Estudios Históricos, Santiago del Estero, 1944.
· Inferencias sobre Juan Manuel de Rosas, Huarpes, Buenos Aires, 1945.
· Los nombres que usó oficialmente la República Argentina, Academia Nacional de la Historia, Buenos Aires, 1947.
· Debate de la Ley Universitaria en la Cámara de Diputados de la Nación, Buenos Aires, 1947.
· Presentación a Actual momento político argentino, de Elpidio González, Unión Cívica Radical. Comité Central de la Capital Federal. Casa Radical, Buenos Aires, 1947.
· Advertencia a Actas capitulares de la Villa de Concepción del Río Cuarto. Años: 1798 a 1812, Academia Nacional de la Historia, Buenos Aires, 1947.
· Documentos para la Historia de la República Oriental del Uruguay, Ediciones del Instituto de Investigaciones Históricas. Universidad de la República, Montevideo, 1949, 3 volúmenes.
· Prefacio a San Martín y Artigas: ¿adversarios o colaboradores?, de Daniel Hammerly Dupuy, Noel, Buenos Aires, 1951.
· Prólogo a Carne y bronce: exaltación de Artigas, de Agustín Rodríguez Araya, Ediciones LIL, Montevideo, 1951.
· Trascendencia de los ideales y la acción de Artigas en la Revolución Argentina y Americana, Montes, Buenos Aires, 1951.




Bibliografía:


BUCHBINDER, Pablo, “La historiografía académica ante la irrupción del primer peronismo: Una perspectiva a partir de la obra de Emilio Ravignani”, en Investigaciones y Ensayos n° 51, Academia Nacional de la Historia, Buenos Aires, Enero-Diciembre 2001.
GÁLVEZ, Manuel, Recuerdos de la vida literaria, Hachette, Buenos Aires, 1961.
PAGANO, Nora-RODRÍGUEZ, Martha (Comp.), La Historiografía Rioplatense en la Posguerra, La Colmena, Buenos Aires, 2001.
PEREIRA, Enrique, “8 de marzo de 1954. A 50 años de la muerte de un sabio: El Dr.Emilio Ravignani”, en Instituto Nacional Yrigoyeneano (http://www.yrigoyen.gov.ar/ )
PEREIRA, Enrique, "Ravignani, Emilio J. F.", en Diccionario biográfico de la Unión Cívica Radical (http://www.diccionarioradical.blogspot.com/)
WRIGHT, Ione-NEKHOM, Lisa M., Diccionario Histórico Argentino, Emecé Editores, Buenos Aires, 1990.

Escudo de la U. C. R.
Emilio Ravignani.

jueves, 9 de julio de 2009

ABELARDO LEVAGGI: CONFEDERACIÓN Y FEDERACIÓN EN LA GÉNESIS DEL ESTADO ARGENTINO

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ABELARDO LEVAGGI, Confederación y federación en la génesis del Estado argentino, Buenos Aires, Departamento de Publicaciones, Facultad de Derecho-Universidad de Buenos Aires, 2007, 228 ps.



Por Sandro Olaza Pallero




Una de las últimas obras del Departamento de Publicaciones de la Facultad, incluida en la colección Investigaciones, ha sido el libro Confederación y federación en la génesis del Estado argentino, del profesor titular consulto en Historia del Derecho, Dr. Abelardo Levaggi. La propuesta de esta publicación es sin duda apasionante, teniendo en cuenta la amplia bibliografía existente en la materia como también las fuentes documentales.
A través de esta investigación, Levaggi intenta abordar exhaustivamente el verdadero significado que, tanto en el discurso como en los textos jurídico-políticos, se les dio a las voces “federación” y “confederación” en el primer medio siglo de la historia argentina, desde la Revolución de Mayo a la Organización Nacional. Partiendo de una rigurosa exploración filológica, etimológica e histórica, el autor llega a la conclusión de que la historiografía argentina en general ha cometido -e incluso lo continúa haciendo ahora- numerosos errores de interpretación, por no haberse detenido a pensar cuál era la real acepción de aquellos términos, alrededor de los cuales se construiría la famosa antinomia de “unitarios y federales”.
Para Levaggi, resulta claro que hoy en día “federación” y “confederación” son dos conceptos bien diferenciados para la doctrina constitucionalista: la “federación” es una forma de Estado que supone una soberanía compartida entre la nación, con jurisdicción general, y las provincias que la integran, con jurisdicción local; mientras que la “confederación” es una asociación de Estados independientes, con soberanía propia, que se unen a través de un tratado, para lograr determinados fines comunes en el plano internacional.
El autor destaca que dichos términos recién gozaron de esa distinción terminológica recién a mediados del siglo XIX, y que anteriormente tanto los Estados “federales” como los “confederales” eran designados con la misma voz de “federación”, vinculándose de género a especie. Para llegar a esta conclusión, se remonta a los primeros tiempos de la historia política occidental, y encuentra los presupuestos del federalismo moderno en Israel (hacia el siglo XIII a.C.) y en Grecia (hacia el siglo III a.C.), pasando por los ejemplos más contemporáneos de Holanda, Suiza, Estados Unidos, y el Imperio Alemán de fines de siglo XIX, para dar cita asimismo a los autores precursores en la materia, como Bodin, Althusius, Pufendorf, Montesquieu, Tocqueville, Zacharia, entre otros.
Entendiendo que el término “federación” era utilizado como sinónimo de “confederación” en los primeros tiempos, Levaggi propone una relectura del proceso post-revolucionario, sobre la base de las siguientes premisas teóricas:

1) Para la mayor parte de la opinión pública contemporánea a la Revolución de Mayo (incluyendo tanto a “unitarios” como “federales”), la acefalía del trono español no fue sucedida por una soberanía nacional preexistente (en términos del “federalismo” actual), sino por una soberanía dividida en cada una de las ciudades que componían el antiguo Virreinato.

2) En consecuencia, luego de la Revolución de Mayo, cada ciudad recuperó su igualdad respecto de las otras, y cada una tenía plena libertad para decidir su destino.

3) Sin embargo, había existido un sentido histórico-cultural -aunque todavía no político- de lo “nacional”, que llevó a las ciudades a establecer una relación de coordinación, de tipo “confederal”, legislada a través de pactos o acuerdos de voluntades que requerían decisiones unánimes.

Esta visión alternativa, conduce a Levaggi, por ejemplo, a repensar la visión que se tiene sobre ciertos episodios históricos -como la “Anarquía de 1820” o la emancipación del Paraguay y de la Banda Oriental-, los cuales, desde este nuevo punto de vista, no habrían representado conductas “anti-federales” (en los términos en los que era entendido el “federalismo” en aquella época) ni un fracaso para la Revolución de Mayo, sino la consecuencia natural de esta última. Por otra parte, siendo que la palabra “federales”, utilizada como oposición a “unitarios”, no tenía en la primera mitad del siglo XIX el significado que tiene actualmente (sino que en aquellos tiempos era un mero sinónimo de “confederación”), no debe sorprendernos entonces que ciertos autores decimonónicos hayan apoyado el “federalismo” (como hoy se lo entiende) siendo “unitarios”, puesto que el Estado argentino federal actual da cierta preeminencia a la soberanía nacional sobre la provincial, hasta llegar a una síntesis de unitarismo-federalismo (Constitución de 1853), que culminara finalmente en un Estado federal (Reforma de 1860).
En el capítulo VI “Época de Rosas”, el autor señala que peculiar de esta época fue la ausencia de congresos generales constituyentes. En torno a ellos se habían producido, en las décadas anteriores, los principales discursos sobre los sistemas de gobierno, en general, y sobre los federalismos, en particular.
Algunas de las escasas notas aparecieron en La Gaceta Mercantil. El artículo “Cartas de un Americano sobre las ventajas de los gobiernos Republicanos Federativos” decía ser extracto de un periódico londinense.
Los gobernadores federales manifestaron su pertenencia a la Confederación, con el acento puesto en la unidad nacional, e insistiendo cada vez menos en la independencia de sus provincias. Expresión orgánica nacional de la doctrina federal fue el Pacto Federal, suscripto en Santa Fe el 4 de enero de 1831, que dio sustento legal al sistema confederal sui generis vigente hasta entonces entre las provincias, sistema de hecho o basado en tratados parciales y actos unilaterales como la delegación en un gobernador de provincia de las relaciones exteriores y los negocios de paz y guerra, constituido por otra parte en la única autoridad general. 
Este pacto según Levaggi fue el único ratificado por todas las provincias, siendo el acta de nacimiento de la Confederación Argentina, y el invocado en 1852 para reunir el Congreso Constituyente. Destacando que “el pasado sólo puede recrearse adecuadamente una vez que se hayan recuperado las significaciones de los conceptos empleados realmente durante el período histórico investigado”, Levaggi logra una obra de gran nivel histórico, jurídico y político, que invita a repensar, desde un lugar un tanto inusitado, la visión tradicional que la bibliografía clásica transmite sobre ciertos hechos de la historia argentina y sus protagonistas.
Interesante es la opinión de la Generación de 1837 sobre el sistema federal que recoge el autor: "Con proyección al futuro, la mente puesta -con Rosas o después de Rosas- en la organización constitucional, algunos miembros de la Generación de 1837, en la Argentina y sobre todo en el exilio, reflexionaron acerca del federalismo. En el discurso inaugural del Salón Literario, pronunciado en Buenos Aires, Marcos Sastre expuso que el instinto Nacional había rechazado el plagio político de quienes -los unitarios- sólo se guiaban por teorías exageradas e imitaban formas e instituciones extranjeras".
En el apéndice procede a la transcripción de documentos, donde se destaca la Relación de la legislatura de Entre Ríos sobre formas de gobierno. Donde hay definiciones sobre el "Gobierno de unidad", "Gobierno federal" y "Sistema mixto de unidad y federación".
Sobre el Gobierno federal, se dice: "Esta clase de gobierno no es rigurosamente el que abrazon las Provincias después del año 20 en en que cada una se concentró en sí misma; pues en este gobierno debe existir un Congreso General que trate de la mejoras y adelantamientos de todo el Estado, y que dé leyes generales y elija un Jefe que lo gobierne; pero sin mezclarse en lo económico de las Provincias, quienes tienen facultad en sus Juntas o Congresos de elegir sus gobiernos y demás empleados así civiles como militares, darse leyes y formarse sus peculiares constituciones; debiendo así cooperar a la conservación del Estado en general, prestándose a su defensa en caso de guerra y concurriendo , a su vez, a sus gastos. Este gobierno es el de Norte América". Es importante el esfuerzo del autor en este aporte bibliográfico y documental, que constituye una fuente seria de consulta para los investigadores.


sábado, 4 de julio de 2009

LAS NAVAS DE TOLOSA O EL TRIUNFO DE LA SANTA CRUZ

Pendón tomado a los moros (Abadía de Las Huelgas).



Batalla de las Navas de Tolosa (miniatura de las Cantigas de Santa María).


Por Sandro Olaza Pallero



La caída de Salvatierra (1211), la principal fortaleza de la orden de Calatrava, que había sido entregada al ejército almohade, sin que Alfonso VIII se hubiera atrevido a socorrerla, causó una gran impresión tanto en España como fuera de ella. El papa conminó a los reyes cristianos, que tenían cuestiones pendientes con el castellano, a guardar, durante el tiempo de la misma, las treguas en vigor, bajo pena de excomunión.
Embajadores castellanos, entre los que se contaban varios prelados y el médico francés del rey, propagaron las breves del Papa por Francia y la promesa de Alfonso VIII de pagar sueldo y avituallar a los caballeros que viniesen a España, y a sus gentes de armas. Fijaba como plazo para la concentración la octava de Pentecostés -31 de mayo- y como punto de reunión la ciudad de Toledo, al cuidado de su arzobispo Rodrigo Jiménez de Rada, que había de ser a la vez actor e historiador de la campaña.
Los ultramontanos -extranjeros- empezaron a llegar ya en el mes de febrero, y acamparon bajo los árboles de la Huerta del Rey, que se extendían más allá del puente de Alcántara, abrazada por un meandro del Tajo. Entre los señores extranjeros que acudieron, casi todos franceses, figuraban como más destacados los arzobispos de Narbona y Burdeos y el obispo de Nantes, según el testimonio del propio Alfonso VIII, en la carta que dio cuenta de su victoria a Inocencio III, 2.000 caballeros con sus pajes de lanza, hasta 10.000 soldados a caballo y 50.000 peones.
El 21 de junio se pusieron en marcha los ejércitos cristianos. Eran tres: los cruzados ultramontanos, que capitaneaba Diego López de Haro, el del rey de Aragón y el de los castellanos, mandado por Alfonso VIII.
Tomaron Malagón y se encaminaron a Calatrava, castillo fuerte y defendido que rindieron los moros al rey castellano. Disminuido el ejército cristiano por la deserción de muchos extranjeros, de lo que pronto fueron enterados los musulmanes por sus espías, siguieron los católicos hasta Alarcos, tomando algunos castillos de sus alrededores, Caracuel y Almodóvar entre ellos.
Mientras tanto, en el campamento de los cruzados, se discutía el modo de vencer las dificultades del paso de Losa, cuando inesperadamente un pastor y cazador de conejos llamado Martín Halaja, pidió á los centinelas permiso para hablar con los reyes cristianos, a los que tenia que dar noticias de importancia, y una vez en su presencia, les manifestó que conocía senderos y encrucijadas, por los cuales las tropas podían llegar a la cumbre sin ser vistas de los enemigos. Se consideró al pastor como un enviado providencial, y el Señor de Vizcaya y Álava, con algunos tercios de montañeses vascongados, salieron a cerciorarse del aviso, treparon sigilosos, y se encontraron en la llanura de las Navas de Tolosa, campo a propósito para una gran batalla. Conservaron la posición, avisaron y subieron los ejércitos cristianos, y al observar los moros silencioso y solitario el campamento cruzado, juzgaron que éstos rehuyeron la batalla y se habían retirado, por lo que al mirarlos dueños de posiciones que conceptuaban inconquistables, si su asombro fue grande, les sobrepujó la rabia, y provocaron la batalla que rehúsaban los cristianos fatigados. Acreció la soberbia musulmana, pues lo achacaban a cobardía, e insistieron en combatir el siguiente día, pero siendo domingo, también lo evitaron los cristianos, quienes lo dedicaron a oraciones religiosas, confesiones y comuniones.
Los sermones y pláticas de los religiosos, entusiasmaron a jefes y soldados, que ardían en deseos de cruzar sus armas con los enemigos de la fe. Antes que rayara el alba del lunes 16 de julio de 1212, los guerreros cristianos divididos en cuatro cuerpos, esperaban la señal de combatir.
Seguía Diego López de Haro, mandando la vanguardia formada de los tercios vascongados, las cuatro órdenes militares y las compañías de los Concejos de Madrid y otras nueve villas. Sancho el Fuerte dirigía su ejército navarro, tres concejos castellanos, y los voluntarios de los reinos de Portugal, Galicia, Asturias y León. El rey de Aragón y conde de Barcelona, capitanea los aragoneses y catalanes.
Y la retaguardia era dirigida por el rey de Castilla con el grueso de sus tropas y fuerzas de cuatro villas y ciudades. Aparecieron por tercera vez los moros en orden de batalla, en cinco grandes cuerpos de ejército en forma de media luna para envolver a los enemigos.
El emir de los infieles dirige sus huestes desde su magnífica tienda de campaña, colocada en un cerro que domina la comarca y el campo de pelea, teniendo a su lado, el caballo y las armas y en las manos el Al-Corán, alternando las órdenes de mando con la lectura de algunos versículos guerreros. Rodean y defienden la tienda del emir, en primera línea diez mil negros, amarrados como demonios, que apoyan en el suelo largos lanzones, en la segunda fuertes y aferradas cadenas, y en la tercera tres mil camellos.
Impacientes los dos bandos, apenas la luz crepuscular de la mañana les permite verse, se lanzan el uno sobre el otro con igual denuedo, entre el estrépito de los tambores, clarines y demás instrumentos bélicos y los gritos estridentes de los combatientes, luchando los mahometanos como tigres y como leones los cristianos. El primer choque de las dos vanguardias fue horrible, y los vascongados, las órdenes militares, y las tropas de algunos concejos castellanos, resistieron heroicamente el empuje de los 160.000 africanos, división escogida para que, cual huracán furioso deshiciera la vanguardia cristiana, y facilitara un triunfo completo.
Pronto se generalizó la batalla en ambos bandos, y todos se conducían valerosamente. Mohammed Aben Jacub insistía en combatir, pues sabía que los soldados de López de Haro se defendían con ardor, y arrojó sobre ellos otro cuerpo de ejército. Tanta muchedumbre creyó imposible resistir el contingente madrileño, y se declaró en retirada.
Corre esta noticia en los dos campos exagerándose en ambos, pues se añade que se retiran los tercios vascongados y toda la vanguardia, dando al hecho cierto colorido de verdad, por la semejanza de los escudos de Vizcaya y de Madrid, luciendo en ambos en el centro un árbol verde. El peligro enardeció más al señor de Álava y Vizcaya, a los guerreros vascos, a las órdenes militares y a los concejos que permanecieron firmes, embistieron y destrozaron a sus contrarios. Entretanto la división que manda el monarca navarro, retrocede, aunque en orden, algún poco de terreno y llegan los moros hasta el rey de Castilla, con lo que y las malas nuevas de la vanguardia, sin temor, pero juzgando perdida la batalla exclama: “Arzobispo, yo e vos aquí muramos”. A lo que contestó el primado de Toledo: “Nonquiera Dios que aqui marades, antes aquí habedes de triunfar del enemigo”.
El rey replicó: "Pues vayamos aprisa á acorrer a los de la primera haz, que están en grande aficamiento". Y picando los dos a sus caballos pusieron en obra su proyecto, pues consiguieron detener a los fugitivos y llevarlos de nuevo al campo de batalla, con lo cual y los repetidos gigantescos esfuerzos de los del señor de Álava y Vizcaya, cambió de aspecto la pelea.
Piden los moros africanos que avance en su ayuda la caballería de los andaluces, pero estos vuelven grupas y huyen, llevando el desorden a su propio campo. Entre tanto que los vascongados hacen aun mayores destrozos en la retirada de los infieles, se declara el triunfo y degüello general y llegan los cristianos a la tienda de campaña del emir de los musulmanes.
Éstos heroicamente lo defienden y mueren miles de asaltantes hasta que el rey de Navarra, con sus gentes, rompe la triple línea y entra en la tienda y tras los navarros fuerzas aragonesas, catalanas y castellanas. El emir monta su cabalgadura y huye a Jaén con los restos de sus destrozadas huestes.
Se ordena a los castellanos el degüello general de los moros y se prohibió hacer ni un solo cautivo o prisionero. Dura la matanza hasta después de haber anochecido, muriendo en la batalla y en la retirada 200 mil moros y 25 mil cristianos.
Sobre aquel campo cubierto de cadáveres entonó el arzobispo de Toledo el TeDeum Laudamus que cantaron con el, los tres reyes, los prelados, el clero y los jefes y soldados, en acción de gracias por tan importante victoria, que por sus peripecias extraordinarias se consideró debida a la protección manifiesta de Dios. La batalla de las Navas de Tolosa, denominada también de la Santa Cruz, fue una de las glorias más preciadas del cristianismo, de toda España, y fue a la vez una gloria eminentemente vasco-navarra.
Don Rodrigo, arzobispo de Toledo, hijo de Navarra, había inspirado la idea de la cruzada, al monarca de Castilla, y pasó a Roma como su embajador, donde obtuvo la declaración apostólica, para predicar la cruzada en Italia, Alemania y Francia. Trajo consigo un ejército de voluntarios cruzados, y animaba a los castellanos en sus momentos de desaliento.
López de Haro fue la primera figura militar de la campaña y con los tercios de las tres actuales provincias vascongadas, sostuvo lo más recio del combate e inició la victoria en la vanguardia. Sancho VII Garcés, el Fuerte, y su ejército reanimaron el campo cristiano incorporándose a él, en los momentos que desertaban los cruzados extranjeros, pues decidieron y completaron la victoria, con el asalto a las triples fortificaciones de la tienda del emir. De Sancho se dice que medía más de dos metros veinte de estatura y que manejaba con una mano un enorme mandoble que era el terror de los infieles.
El monarca navarro erguido en su corcel, blandiendo su enrojecido mandoble, y solo en aquel círculo de hierro con sus doscientos caballeros navarros, fue la personificación del triunfo, del valor guerrero y se hizo perdonar y olvidar sus extravíos en África cuando había servido a los moros. En resumen la participación que en la batalla de las Navas de Tolosa les cupo a los cuatro pueblos vascos, es una de las páginas más heroicas y brillantes de su historia.
Los despojos de la batalla fueron de suma importancia en armas, caballos, camellos, alhajas y piedras preciosas, ropas, almacenes, carros, acémilas, y tesoros en metálico, pues los mahometanos habían desplegado en esta ocasión un lujo ostentoso y vano que contrastaba con la sencillez de los cristianos. Pero el trofeo de mayor estima fue la rica tienda de Mohammed, que se regaló al Sumo Pontífice y se envió a Roma.
Los demás despojos se distribuyeron entre los que habían concurrido a la batalla, haciéndolo por encargo del castellano, López de Haro y cumplió su cometido con tanta justicia y generosidad que dio menos á sus mas allegados, y no se reservó nada para sí. Admirado de ello Alfonso VIII, le preguntó, cuál era su parte, y contestó: “la más preciosa y de más valía, la parte de honra que me corresponde en esta gloriosa empresa”.
Otro trofeo fue un tapiz musulmán conservado actualmente en la abadía de las Huelgas Reales de Burgos. Es llamado pendón de las Navas de Tolosa, muy ricamente decorado, las bandas superior e inferior llevan escritas frases de significado religioso.
A los lados, las escrituras están hechas de tal modo que puedan ser leídas por el revés del tapiz. En el centro, una estrella de ocho puntas evoluciona en formas diversas hasta morir en un círculo, conforme al gusto musulmán por la geometría, donde predominan los colores dorados y rojos.
El monarca navarro, recogió también su porción gloriosa, las cadenas que rompió tan bravamente y una esmeralda del turbante del rey moro, que llevó a la catedral de Pamplona, y se dice que adoptó por emblema de su escudo. Se regocijó la cristiandad al tener noticia de la derrota de los infieles, y la Iglesia la celebra en España anualmente, con el título de Triunfo de la Santa Cruz, el día 16 de Julio.
Como consecuencia de la victoria de las Navas de Tolosa, ganaron los cristianos, para Castilla, todo el país que habían recorrido antes de la batalla, el difícil paso de Despeñaperros, antemural de Andalucía, y después los pueblos y territorios de Ferral, Bilches, Baños, Tolosa y Úbeda. Desde ahí regresaron a sus respectivos estados y se disolvió la cruzada, como siempre prematuramente y sin sacar todo el partido que se debiera en aquellas favorables circunstancias. Con la batalla de las Navas, cambia de la situación y adviene la preponderancia católica sobre los moros, y comienza la decadencia de los almohades, que terminará en 1248 con la reconquista de Sevilla por San Fernando, para ser sustituida por la de los moros andaluces. Castilla sobresale ya, no solo entre los estados cristianos, sino sobre los infieles, y a estas trasformaciones han contribuido notablemente las cuatro provincias vasco-navarras.
Los historiadores árabes, la llaman batalla de al-Ikab y la consideran como “la primera señal de debilidad que se manifestó entre los almohades, sin que en adelante las gentes magrebíes se encuentren ya en disposición de hacer expediciones”. Entre los linajes vascos que se encontraron en la batalla de las Navas de Tolosa se destacaron: Abad, Aldabalde, Arcay, Bernal, Casares, Echaniz, Elorza, Gavira, Góngora, Mendoza, Ocaranza, Ugarte, Zamora, Zuazo. También se distinguió por su denuedo y bizarría Pedro de Lavalle, alférez del rey de Aragón y antepasado del ilustre general argentino Juan Galo de Lavalle, héroe de la independencia.



Bibliografía:

BLEIBERG, Germán (Dir.), Diccionario de Historia de España, Revista de Occidente, Madrid, 1969, III.
ORTIZ DE ZÁRATE, Ramón, “Los vasco-navarros en las Navas de Tolosa. Páginas de un libro inédito”, en Revista Euskara (1878-1883), Eusko Ikaskuntza, Donostía, 1997, IV.


Batalla de las Navas de Tolosa.

MONSEÑOR FILEMÓN CASTELLANO: HERENCIA Y EUGENESIA

Filemón Castellano.


Por Sandro Olaza Pallero


Filemón Francisco Castellano nació el 30 de Abril de 1908 en Villa Dolores (Córdoba). Sus padres fueron José Maria Castellano y Rosa Torres.
En 1927 fue alumno del Colegio Pío Latino Americano, posteriormente realizó sus estudios en el Seminario de Córdoba, en la Universidad Gregoriana de Roma y en París, donde se doctoró en Teología y obtuvo su licenciatura en Filosofía. Sus órdenes sagradas comprendieron: tonsura el 5 de abril de 1927, diaconado el 6 julio de 1930 (Roma) y el presbiterado el 14 de septiembre de 1930 (Villa Dolores).
Consagrado obispo de Lomas de Zamora el 19 de mayo de 1957, luego fue trasladado a la sede titular de Adrianópolis de Pisidia el 16 de abril de 1963. Figuraba como consagrante, Fermín E. Lafitte y como co-consagrantes: Alfonso Buteler y su hermano Ramón J. Castellano.
Fue vicario cooperador, en San Jerónimo, fundador del consorcio de Médicos Católicos y del Instituto Superior de Cultura Religiosa. Se desempeñó como profesor de filosofía en la Universidad Nacional de Córdoba.

César Lombroso.
Criminales políticos según Lombroso.


Entre sus obras se encuentran: El dogma de la Inmaculada en Teología (1936); Harnak y su “Esencia del Cristianismo” (1937); El abate Loisy y el modernismo (1938); La mujer cristiana (1938); Psicoanálisis de Freud (1939); San Justino (1940); Rusia y la Religión (1946); La filosofía de la religión (1946) y La Locura moral (1950). Fue el primer obispo de Lomas de Zamora a los 48 años, elegido el 14 de marzo de 1957, cuando se desempeñaba como rector y profesor del Seminario Mayor de Córdoba.
Asumió el 29 de junio de 1957 y renunció por razones de salud el 16 de abril de 1963. Monseñor Castellano falleció el 27 de septiembre de 1980.
Autor de una nota titulada “Herencia y Eugenesia”, publicada en la revista Sapentia (1946): “Este estudio comprende tres partes. En la primera estudiaremos los hechos (estudios y estadísticas realizados en diversos países); en la segunda las consecuencias que han sacado los partidarios de la Eugenesia y en la tercera veremos el punto de vista católico”. Castellano se refería a Teodoro Ribot (1839-1916), un conocido psicólogo francés, quien compuso su obra L´Héredité Psicologique (1871), que contenía un capítulo sobre “Herencia Psicológica mórbida”. Este científico resaltó el valor de la exploración psicológica objetiva como camino para construir la ciencia del hombre. Ribot señalaba las patologías como herencias genéticas de padres a hijos: “Entre las afecciones mórbidas que nos interesan directamente, no hay ninguna herencia esté mejor constatada que la del suicidio. Voltaire ha sido el primero en llamar la atención de los médicos sobre este punto: “Yo he visto con mis propios ojos –dice- un suicidio que merece la atención de los médicos…Su padre y su hermano se han suicidado en la misma edad que él. ¿Qué disposición secreta de espíritu, qué simpatía, qué concurso de leyes físicas han hecho perecer al padre y a los dos hermanos por su propia mano, la misma clase de muerte, precisamente cuando han llegado a la misma edad...En ninguna parte la herencia morbosa se muestra con una tal invariable uniformidad; puesto que el suicidio de los ascendientes se repite en los ascendientes, con frecuencia en la misma edad y según el mismo proceder: es la fidelidad perfecta en la repetición”.
Castellano en el subtítulo: Las familias degeneradas, citaba a Lombroso: “En el siglo XIX se abrió camino y tuvo su notoriedad la escuela criminológica positivista italiana, cuyo máximo representante fue Cesare Lombroso con su obra “Il delincuente nato o Il reo nato”, donde defiende la irresponsabilidad de los criminales, porque el temperamento criminal se hereda fatalmente como el color de los ojos. Pero previos a Lombroso están Morel en Francia con su teoría de la degeneración moral, que explica al criminal como una reversión biológica hacia un tipo primitivo y Maudsley en Inglaterra, que sostiene la existencia de una insanidad moral congénita, que imposibilita al hombre para actuar moralmente dentro de la sociedad. Lombroso completa y unifica estas teorías y declara que el criminal está marcado con caracteres físicos y psíquicos perfectamente reconocibles. Debemos hacer notar que la mayor prueba de sus aserciones Lombroso la encontraba en las familias de degenerados: “La más decidida prueba de la naturaleza hereditaria del crimen y sus relaciones con la prostitución y las enfermedades mentales es proporcionada por el fino estudio, que Dugdale ha hecho de la familia Jukes”.
Destacaba que Margarita Jukes tuvo en su familia desde 1874 a 1915, 2.094 descendientes y dentro de esta cantidad había 600 débiles mentales, 140 criminales (7 homicidas) y 300 prostitutas. “Solamente 20 de sus miembros han podido vivir honorablemente sin auxilio del Estado”.
Castellano criticaba las teorías eugenésicas: “El Comité Departamental de Inglaterra sobre esterilización, produjo en 1934 un comunicado criticando las investigaciones norteamericanas. He aquí sus palabras: “El más reciente y conocido intento de demostrar la herencia de defectos mentales ha sido la investigación de la famosa familia Kallikak llevada a cabo en Estados Unidos por el Dr. H. H. Goddard. Juzgada según los modernos principios de la técnica era anticientífica, y las instrucciones dadas a los investigadores eran tan tendenciosas que no es sorprendente que hayan encontrado lo que se les dijo que buscaran”.
Monseñor Castellano destacaba en el subcapítulo Investigaciones recientes, que entre los investigadores europeos había un desacuerdo sobre el carácter hereditario de las enfermedades mentales: “Así en Dinamarca dos investigadores: uno de ellos Wildenskov y el otro citado por Turner (Reporto of the conference on Mental Welfare 1930) se colocan casi en las antípodas, trayendo el primero la cifra enorme de 90 % y el segundo dando la cifra quizá excesivamente baja del 20 %. En Alemania las cifras oscilan entre el 80 % de Brugger y el 60 % de Koch”. Castellano destacaba la superioridad de las investigaciones norteamericanas sobre las europeas: “Así la mayor encuesta alemana se realizó en 400 casos; en cambio las norteamericanas hablan generalmente de más de 3000 casos”.
Señalaba que los alemanes Rüdin –de la escuela de Munich- y Maggendorf habían realizado una labor seria y extensa sobre las anormalidades psíquicas y que confesaron el fracaso de las leyes mendelianas en psiquiatría: “Por eso el mismo Rüdin concluye que la Eugenesia desempeña un papel no principal en la mejora de la raza (JOSÉ A. DE LABURU, Anormalidades del carácter, Montevideo, Mosca, 1941, ps. 81 y 82)”.
Castellano proseguía con otro subtítulo: Implicaciones eugenésicas, donde criticaba a los eugenistas porque exaltaban las estadísticas que les convenía y olvidaban las que no les favorecían: “Preocupados por el mejoramiento físico y psíquico de la humanidad hablan con espanto de una humanidad futura convertida en vasto hospital de débiles mentales, epilépticos, idiotas, etc. Piensan que la humanidad debe defenderse de esa epidemia arrolladora y que dada la gravedad del mal el remedio debe ser heroico”.
Castellano en el subcapítulo Sujetos a los cuales se aplica la ley, mencionaba a las personas a las cuales se practicaba la esterilización en los Estados Unidos:
1) Los reclusos en instituciones públicas (hospitales, asilos, prisiones); 2) Se extendía a toda la población en 9 estados; 3) Débiles mentales en 16 estados; 4) Alienados en 15 estados; 5) Criminales habituales en 13 estados; 6) Epilépticos en 12 estados; 7) Los perversos sexuales en 9 estados, 8) Idiotas en 8 estados; 9) Imbéciles en 7 estados; 10) Sifilíticos en 2 estados y 11) Toxicómanos en 1 estado.
“En cuanto a los métodos no hay acuerdo entre las diferentes estados…En Ohio la legislatura, prestando oído a la oposición del clero católico, rechazó un proyecto de ley de esterilización”. Finalmente, en el subtítulo Punto de vista científico y cristiano, se preguntaba: “¿Se pueden defender desde un punto de vista puramente científico tales mutilaciones? Examinando la cuestión desde nuestro ángulo: la herencia psicopática, debemos responder negativamente”.
Citaba al profesor norteamericano Leo Kanner, profesor de Psiquiatría en la universidad John Hopkins (Baltimore), quien decía: “Además de nuestra insuficiente información acerca de la herencia hay otros muy importantes factores que debemos considerar cuando hablamos de esterilización. No todas las personas intelectualmente inadecuadas son un pasivo para la comunidad. Existe un considerable porcentaje de gente, con bajo coeficiente intelectual, pero estables y bien educados, que cumplen con sus obligaciones en la sociedad: son buenos peones de estancia, buenos agricultores, buenos mucamos y sirvientas y llegan a ser excelentes padres de familia. Ninguno se atrevería a esterilizarlos en tales condiciones”.
También mencionaba a un prelado católico, monseñor Tihamer Toth, quien comentaba las exageraciones de los eugenistas y agradecía que esos individuos hubieran nacido en los últimos tiempos: “Gracias que estos fanáticos no vivieron en época santiguas y no pudieron impedir el nacimiento de figuras mundiales por el mero hecho de ser estas herencias tullidas, jorobadas, cojas o baldadas. Entre otros cita a Platón y Esopo, jorobados; Haendel, Walter Scott y Gounod, tullidos (TIHAMER TOHT, Eugenesia y Catolicismo, Buenos Aires, Poblete, 1942, ps. 76 y 78).”
Castellano decía que la esterilización voluntaria no era lícita, porque Dios era dueño y señor del cuerpo humano “y nadie puede mutilarse, si no es para salvar su propia vida o la ajena. La esterilización impuesta por el Estado es un abuso una extralimitación. Es un abuso, porque no hay fundamento científico verdaderamente sólido. Es una extralimitación porque el derecho del hombre a casarse y tener hijos es un derecho natural, anterior al Estado, y que éste no puede abolir porque él no lo dio”. Citaba al doctor Bernstein, director de un asilo neoyorquino: “La vasectomía no modifica las tendencias malas de los anormales. Ella impide solamente la fecundación”.
Finalizaba el padre Castellano con esta conclusión: “Como conclusión podríamos decir que la severidad de la Iglesia Católica al prohibir la esterilización eugenésica no está en oposición con los datos más seguros de la ciencia. Antes al contrario, respetando los dictámenes de la ciencia, salvaguarda, al mismo tiempo celosamente los derechos y la dignidad de la persona humana ven una de sus más sagradas y nobles aspiraciones. La de perpetuarse en la seriedad del hogar y en el amor de los hijos”.


Bibliografía:

CASTELLANO, Filemón, “Herencia y Eugenesia”, en Sapientia. Revista tomista de filosofía n° 2, Año 1, La Plata-Buenos Aires, 1946, 4° Trimestre.



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